miércoles, 16 de agosto de 2023

MAXIMILIANO DE MÉXICO • IMPERIO Y TRAGEDIA• PARTE I

 

Emperador Maximiliano de Mexico -Ferdinand-Joseph de Habsbourg- y su esposa, la Emperatriz Carlota de Saxe-Coburg-Gotha y de Belgium. Fotograf. c.1864

Retrato oficial de Maximiliano como emperador, de Albert Gräfle en 1865. Museo Nacional de Historia.

Fernando Maximiliano José María de Habsburgo-Lorena, en alemán, Ferdinand Maximilian Joseph Maria von Habsburg-Lothringen; Viena, 6 de julio de 1832-Querétaro, 19 de junio de 1867. Fue un noble, político y militar austriaco. Nació con el título de archiduque de Austria como Fernando Maximiliano de Austria, sin embargo, renunció a dicho título para ser emperador de México bajo el nombre de Maximiliano I. Su reinado fue el único del Segundo Imperio Mexicano, paralelo al gobierno encabezado por Benito Juárez. Además, dentro de la historiografía mexicana es conocido como Maximiliano de Habsburgo.

Hermano menor del emperador de Austria Francisco José I. En 1857 se casó con la princesa Carlota de Bélgica, el mismo año en que se le nombró virrey del reino de Lombardía-Véneto, adquirido por Austria en el Congreso de Viena. Dos años después, el reino se rebeló contra la Casa de Habsburgo. Su política hacia los italianos —demasiado indulgente y liberal ante los ojos de las autoridades austriacas— le obligó a dimitir el 10 de abril de 1859.

Con la suspensión de pagos de la deuda externa, Francia —aliada de España y Reino Unido— inició en 1861 una intervención en México. Aunque sus aliados se retiraron de la batalla en abril de 1862 el ejército francés permaneció en el país. Como estrategia para legitimar la intervención, Napoleón III apoyó a un grupo de monárquicos del Partido Conservador —opositores del gobierno liberal de Juárez— que se reunieron en la Asamblea de los Notables y establecieron la Segunda regencia Imperial. El 3 de octubre de 1863 una delegación de conservadores ofreció a Maximiliano la corona de México; este condicionó su aceptación a la celebración de un referéndum acompañado de sólidas garantías financieras y militares. Finalmente, después de meses de dudas, el 10 de abril de 1864 aceptó.

El Segundo Imperio Mexicano obtuvo el reconocimiento internacional de diversas potencias europeas, entre ellas, Reino Unido, España, Bélgica, Austria y Prusia. Estados Unidos, por su parte, debido a la doctrina Monroe, reconoció al bando republicano de Juárez que no pudo ser vencido por el Imperio. En 1865, con el fin de la Guerra de Secesión, Estados Unidos patrocinó las fuerzas republicanas que, junto a la retirada del ejército francés en el territorio al año siguiente, debilitó aún más la situación de Maximiliano. Su esposa regresó a Europa con el objetivo de volver a conseguir el apoyo de Napoleón III o cualquier otro monarca europeo. Pero sus gestiones fueron infructuosas. 

Derrotado en el Cerro de las Campanas en la ciudad de Querétaro, Maximiliano fue capturado, juzgado por una corte marcial y mandado fusilar el 19 de junio de 1867. Tras su muerte se reinstauró el sistema republicano en México, que dio inicio al periodo denominado como la República Restaurada.

Primeros años e infancia (1832-1848)

Padres de Maximiliano, Francisco Carlos y Sofía, de Ferdinand Georg Waldmüller (1839) y Joseph Karl Stieler (1839) respectivamente.

Maximiliano nació el 6 de julio de 1832 en el Palacio de Schönbrunn, ubicado en las cercanías de Viena, capital de Austria. Fue el segundo hijo de los archiduques Francisco Carlos de Austria y Sofía de Baviera; además fue nieto —por línea paterna— del emperador reinante Francisco I de Austria y hermano menor del futuro emperador Francisco José I. Su nombre secular era Fernando Maximiliano José María: Fernando rendía homenaje al emperador Fernando I de Austria, padrino y tío paterno suyo; Maximiliano en honor al rey Maximiliano I de Baviera, abuelo materno, y José María como un nombre de tradición católica.

Durante su infancia Maximiliano padecía constantemente de mala salud: tendía a resfriarse debido a la poca calefacción de las habitaciones del Palacio Imperial de Hofburg, la residencia del emperador austriaco.

Retrato del joven Archiduque Maximiliano, de Joseph Karl Stieler (1838).

La afición de Maximiliano por las disciplinas naturalistas, como el dibujo botánico y el paisajismo, nació también durante este periodo, ya que apreciaba el jardín privado del emperador de dicho palacio, pues contaba con un espacio conformado por una arboleda de palmeras y plantas tropicales donde anidan loros; aquel gusto se extendió y se vio reflejado sempiternamente con los dibujos que él mismo elaboraba de los jardines de las residencias que llegó a habitar a lo largo de su vida y con distintas actividades recreativas como la caza de mariposas.

Sofía declaraba que entre todos sus hijos él era el más cariñoso. Mientras que describía a Francisco José como “precozmente ahorrativo”, a Maximiliano lo calificó como de “naturaleza más soñadora y derrochadora”. El tío de Maximiliano, Fernando II de Austria, había gobernado desde 1835. Maximiliano y Francisco José eran muy cercanos, al punto que ambos solían burlarse de su tío considerándolo intelectualmente deficiente. A cargo del mariscal Joseph Radetzky, Maximiliano —recién cumplidos los trece años— en 1845, recorrió junto a Francisco José los reinos de la península itálica.​

Todos los hijos de Francisco Carlos y Sofía fueron educados de la misma manera y tuvieron que inclinarse desde edad temprana a los rigores de la etiqueta de la corte en Viena. Maximiliano fue primero criado a cargo de una institutriz, la baronesa Louise Sturmfeder von Oppenweiler, y luego por preceptores, encabezados por el conde Heinrich de Bombelles, diplomático de origen francés al servicio de Austria. Tanto Francisco José como Maximiliano compartieron un horario escolar denso: cuando Maximiliano tenía diecisiete años, ambos tenían hasta cincuenta y cinco horas de estudio por semana. A lo largo de su educación fue instruido en piano, modelado, filosofía, historia, derecho canónico y equitación. También se hizo políglota pues además de su nativo alemán, aprendió inglés, francés, italiano, húngaro, polaco, rumano y checo; a lo largo de su vida siguió aprendiendo más idiomas: portugués, español, e incluso, ya como emperador de México,náhuatl.

Adolescencia y juventud adulta (1848-1856)

Archiduque Maximiliano, de Carl Haase (1853).

En febrero de 1848, la revolución de los italianos ganó rápidamente todo el imperio. El despido de Klemens von Metternich marcó el final de una era. El emperador Fernando I fue reconocido como incapaz de gobernar. Su hermano y sucesor legítimo, el archiduque Francisco Carlos, alentado por su esposa Sofía, renunció a sus derechos al trono en favor de su hijo mayor Francisco José, quien comenzó su reinado el 2 de diciembre de 1848. 

Desde el principio, Francisco José se tomó el poder con seriedad y eficacia. Los húngaros resistieron hasta el verano de 1849, cuando Francisco José puso a Maximiliano al mando de operaciones militares. Mientras permanecía impasible, Maximiliano informó: “Las balas silban sobre sus cabezas y que los rebeldes les disparan desde casas en llamas”. Tras la victoria sobre los húngaros, se ejerció una represión implacable contra los opositores, algunos de los cuales fueron ahorcados y fusilados en presencia de los archiduques. A diferencia de su hermano, Maximiliano quedó impresionado por la brutalidad de las ejecuciones. Maximiliano admiraba la naturalidad con la que su hermano recibió el homenaje de ministros y generales; para entonces, también él tenía que pedir audiencia para ver a su hermano. 

Los análisis de su personalidad son contrastados: O. Defrance presenta a Maximiliano como menos dotado de talento y de carácter más complejo que su hermano mayor, mientras que L. Sondhaus indica, por el contrario, que a menudo había eclipsado a su hermano desde la infancia y que este último parecía, en comparación, más aburrido y con menos talento. Maximiliano a los dieciocho fue descrito como atractivo, soñador, romántico y diletante.

En 1850, Maximiliano se enamoró de la condesa Paula von Linden, hija del embajador de Württemberg en Viena. Sus sentimientos fueron recíprocos, pero debido al menor rango de la condesa, Francisco José puso fin a este idilio enviando a Maximiliano a Trieste para familiarizarlo con la marina austriaca, en la que más tarde haría carrera.

Maximiliano se embarcó en la corbeta “Vulcain” para un breve crucero por Grecia. En octubre de 1850 fue nombrado teniente de marina. A principios de 1851 realizó otro viaje ahora a bordo del SMS Novara. Aquel viaje le encantó tanto que expresó en su diario: “Voy a cumplir mi sueño más querido: un viaje por mar. Con algunos conocimientos, dejo la querida tierra austriaca. Este momento es una fuente de gran emoción para mí”.

Maria Amelia de Brasil de Friedrich Dürck (c. 1849).

Este viaje lo llevó en particular a Lisboa. Allí conoció a la princesa María Amelia de Braganza, de diecinueve años, única hija del difunto emperador Pedro I de Brasil y que era descrita como hermosa, piadosa e ingeniosa y de una educación refinada. Ambos se enamoraron. Francisco José y su madre autorizan un posible matrimonio. Sin embargo, en febrero de 1852, Maria Amelia contrajo escarlatina. Con el paso de los meses, su salud empeoró antes del brote de tuberculosis. Sus médicos le aconsejaron que se fuera de Lisboa a Madeira, a donde llegó en agosto de 1852, pero a finales de noviembre, se perdió toda esperanza de recuperar su salud. Maria Amelia murió el 4 de febrero de 1853, lo que provocó en Maximiliano un profundo dolor.

Maximiliano perfeccionó sus conocimientos en el mando de tripulaciones y recibió una sólida formación técnica naval. El 10 de septiembre de 1854 fue nombrado Comandante en Jefe de la Armada de Austria y ascendió a contralmirante. De aquellas experiencias en la marina se desarrolló su gusto por los viajes y conocer nuevos destinos —especialmente exóticos—, incluso llegó a ir a Beirut, Palestina y Egipto.

A finales de 1855, debido a las agitadas aguas del mar Adriático, encontró refugio en el golfo de Trieste. Inmediatamente pensó en construir allí una residencia, deseo que puso en práctica en marzo de 1856, cuando inició la construcción del que más tarde llamaría Castillo de Miramar, concretamente en la ciudad de Trieste.

El fin de la Guerra de Crimea con la firma del Tratado de París el 30 de marzo de 1856 trajo una pacificación en Europa, por lo que Maximiliano, aún a bordo del Novara fue a París para conocer al emperador de los franceses, Napoleón III y su esposa la emperatriz Eugenia, dos personajes que influyeron en su vida decisivamente en los años posteriores. Maximiliano escribió respecto a aquel suceso en su diario: “Aunque el emperador no tiene el genio de su famoso tío, sin embargo tiene, afortunadamente para Francia, una personalidad grandísima. Domina su siglo y dejará su huella en él. Además declaró: “No es admiración lo que le tengo, sino adoración”.


Compromiso y boda con Carlota de Bélgica

Carlota y su prometido Maximiliano, de Louis-Joseph Ghémar (1857).

En mayo de 1856, Francisco José le pidió a Maximiliano que regresara de París a Viena con una escala en Bruselas para visitar al rey de los belgas, Leopoldo I. El 30 de mayo de 1856, llegó a Bélgica donde fue recibido por el Felipe de Bélgica, hijo menor de Leopoldo I. Acompañado por los príncipes de Bélgica, visitó las ciudades de Tournai, Cortrique, Brujas, Gante, Amberes y Charleroi. En Bruselas, Maximiliano conoció a la hija única del rey y de la difunta reina Luisa de Orleans, la princesa Carlota de dieciséis años, que inmediatamente cayó bajo su encanto.

Leopoldo I, al percatarse de dichos sentimientos, le sugirió a Maximiliano que pidiera su mano. Siguiendo su consejo él aceptó. Recibió una cordial bienvenida en la corte belga, pero no pudo dejar de juzgar la sobriedad del Castillo de Laeken —donde observó que las escaleras eran de madera y no de mármol— tan alejado del lujo de las residencias imperiales vienesas.

El príncipe Jorge de Sajonia, que anteriormente había sido rechazado por Carlota, le advirtió a Leopoldo I del “carácter calculador del archiduque de Viena”. Respecto al hijo de Leopoldo I, el duque de Brabante Leopoldo, futuro rey Leopoldo II, le escribió a la reina Victoria del Reino Unido: “Max es un niño lleno de ingenio, conocimiento, talento y bondad. […] El archiduque es muy pobre, busca sobre todo enriquecerse, ganar dinero para completar las diversas construcciones que ha emprendido”, pues Victoria era también prima de Carlota. El mismo Leopoldo I le escribió a su futuro yerno: “En mayo te ganaste […] toda mi confianza y mi benevolencia. También noté que mi niña compartía estas disposiciones; sin embargo, era mi deber proceder con cautela”.

Por otra parte, lejos de la futura boda, Austria consiguió en el Congreso de Viena la adquisición del reino de Lombardía-Véneto para la Casa Habsburgo. El 28 de febrero de 1857 Francisco José nombró oficialmente a Maximiliano virrey de Lombardía-Véneto.

En realidad, tras aceptar el matrimonio con la princesa belga no pareció mostrar entusiasmo ni señales de estar enamorado. Negoció amargamente la dote de su prometida. y mientras continuaban las complejas transacciones financieras entre Viena y Bruselas con vistas al matrimonio, el rey Leopoldo solicitó que se redactara un acto de separación de bienes para proteger los intereses de su hija. Carlota, que estaba poco preocupada por el arreglo de aquellas consideraciones “puramente materiales”, declaró: “Si, como está en cuestión, el Archiduque fue investido con el Virreinato de Italia, eso sería encantador, eso es todo lo que quiero”.

El compromiso se concluyó formalmente el 23 de diciembre de 1856. El 27 de julio de 1857 Maximiliano y Carlota se casaron en el palacio real de Bruselas. Distinguidas casas reinantes de Europa asistieron al evento, incluido el primo político de Carlota y esposo de Victoria del Reino Unido, el príncipe consorte, Alberto. La alianza matrimonial aumentó el prestigio de la reciente dinastía belga, que se aliaba una vez más con la Casa de Habsburgo.

Virrey de Lombardía-Véneto (1857-1859)]

Un archiduque liberal

Palacio Real de Milán.
Francisco José I eligió personalmente a Maximiliano para ser virrey. Fotografía de Joseph Albert (1865).

El 6 de septiembre de 1857 Maximiliano y Carlota hicieron su entrada en Milán, capital de Lombardía-Véneto. Durante su estancia allá la pareja habitó el Palacio Real de Milán y en ocasiones la Villa real de Monza. Como gobernador, Maximiliano vivió como un soberano rodeado por una imponente corte formada por chambelanes y mayordomos.

Durante su gobierno Maximiliano continuó la construcción del castillo de Miramar, que no se terminaría sino tres años después; la dote de Carlota fue indudablemente una significativa ayuda para su construcción. El futuro Leopoldo II anotó alguna vez en su diario: “La construcción de este palacio en estos días es una locura sin fin”.

Inspirado por la armada austríaca, Maximiliano desarrolló la flota imperial y alentó la expedición del Novara que llevó a cabo la primera gira mundial marítima comandada por el Imperio austríaco, una expedición científica que duró más de dos años (entre 1857 y 1859) y donde participaron diversos eruditos vieneses. Políticamente el archiduque estuvo muy influido por las ideas progresistas del momento. Su nombramiento al virreinato, en sustitución del viejo mariscal Joseph Radetzky, respondió al creciente descontento de la población italiana por la llegada de una figura más joven y liberal. La elección de un archiduque, hermano del emperador de Austria, tendía a fomentar una cierta lealtad personal a la Casa de Habsburgo.

Pero Maximiliano y Carlota seguían sin obtener el éxito esperado en Milán. Carlota hizo todo lo posible por ganarse las simpatías de "su gente": hablando en italiano, visitando instituciones benéficas, inaugurando escuelas... Llegó a vestirse como una campesina lombarda para seducir a los italianos. En la Pascua de 1858, vestidos con ropas ceremoniales, Maximiliano y Carlota caminaron por el Gran Canal de Venecia. A pesar de todos los intentos realizados por la pareja, los sentimientos antiaustríacos crecieron rápidamente entre la población italiana.

El trabajo de Maximiliano en las provincias que gobernaba fue fructífero y rápido: revisión del catastro, distribución más equitativa de los impuestos, establecimiento de médicos cantonales, profundización de los pasos de Venecia, ampliación del puerto de Como, drenaje de las marismas para frenar la malaria y fertilizar el suelo, irrigación de las llanuras del Friul, saneamiento de las lagunas. También hubo una serie de mejoras urbanísticas: la Riva se extendió a los jardines reales de Venecia, mientras que en Milán, los paseos ganaron importancia, la plaza del Duomo se ensanchó, se trazó una nueva plaza entre La Scala y el Palacio Marino y se restauró la biblioteca Ambrosiana. El Ministro de Relaciones Exteriores del Reino Unido, escribió en enero de 1859: “La administración de las provincias lombardo-venecianas fue dirigida por el Archiduque Maximiliano con gran talento y un espíritu imbuido de liberalismo y la más honorable conciliación”.

Desgracia y revocación

Lombardía-Venecia en verde. Mapa de la península itálica en el contexto de la unificación italiana.

Camillo Cavour, gran promotor de la unificación. De Francesco Hayez (1864).

Aun siendo oficialmente el virrey, la autoridad de Maximiliano quedaba limitada ante los soldados del Imperio austríaco, opuestos a cualquier tipo de reforma liberal. Maximiliano fue a Viena en abril de 1858 para pedirle a Francisco José I que concentrara personalmente los poderes administrativos y militares, mientras seguía una política de concesiones; su hermano rechazó aquella solicitud y lo obstaculizó para liderar una política más represiva.

Maximiliano se redujo a desempeñar el papel limitado de prefecto de policía, mientras aumentaban las tensiones en Piamonte. El 3 de enero de 1859, Maximiliano por razones de seguridad y por temor a que la atacaran en público, envió a Carlota de regreso a Miramar y envió sus objetos más preciados fuera de los territorios que gobernaba. Solo en el palacio de Milán compartió sus quejas con su madre Sofía: “Así que aquí estoy desterrado y solo como un ermitaño. […] Soy el profeta que es ridiculizado, que debe probar, pieza por pieza, lo que predijo palabra por palabra a oídos sordos”.

En febrero de 1859 se llevaron a cabo numerosas detenciones en Milán y Venecia. Los prisioneros eran de las clases pudientes de la población y fueron trasportados a Mantua y a diversas fortalezas de la Monarquía. La ciudad de Brescia estaba ocupada por la milicia, mientras que muchos batallones acamparon en Plasencia y a lo largo de las orillas del río Po. El archiduque intentó moderar las severas disposiciones del general Ferencz Gyulai. Maximiliano acababa de obtener el permiso de su hermano para reabrir las escuelas de derecho privadas en Pavía y la Universidad de Padua. En marzo de 1859 estallaron incidentes entre la policía y milaneses y veroneses. En Pavía, uno de los estados gobernados por Maximiliano, Austria creó una verdadera tripulación de asedio militar. La situación en Italia se volvió aún más crítica: el orden ya no se podía mantener allí sino por las tropas extranjeras.

La obra conciliadora de Maximiliano terminó de derrumbarse cuando sus distintos proyectos para mejorar el bienestar de la población tuvieron que ser abortados. A su vez aquellos intentos de bienestar eran contrarios a la posición en Austria, que combatía a cualquier elemento que perturbara su “programa unitario”. Francisco José consideraba a Maximiliano demasiado liberal y derrochador con sus reformas y demasiado indulgente con los rebeldes italianos, por lo que lo obligó a dimitir de su cargo, que ocurrió el 10 de abril de 1859.

La dimisión fue recibida con satisfacción por un importante actor de la unificación italiana, Camilo Cavour, que declaró: “En Lombardía, nuestro enemigo más terrible […] era el archiduque Maximiliano: joven, activo, emprendedor, que se entregó por completo a la difícil tarea de conquistar a los milaneses y que iba a triunfar. Nunca las provincias lombardas habían sido tan prósperas y tan bien administradas. Gracias a Dios, el buen gobierno de Viena intervino y, como de costumbre, aprovechó sobre la marcha la oportunidad de cometer una locura, un acto descortés, el más fatal para Austria, el más ventajoso para Piamonte […]. Lombardía ya no podía escapar de nosotros.”

Exilio y conformación del Segundo Imperio (1859-1863)

El Exilio Dorado

El 26 de abril de 1859 Austria le declaró la guerra al rey de Cerdeña Víctor Manuel II, siendo conocida posteriormente como la segunda guerra de independencia italiana o guerra franco-austríaca. Cerdeña salió victoriosa en la guerra gracias al apoyo dado por Napoleón III, resultando como un golpe para las relaciones entre Francia y Austria. El conflicto terminó con el Tratado de Villafranca el 11 de julio de 1859 que volvió a unir a Napoleón III y Francisco José. En cuanto a Venecia, durante su encuentro en Villafranca Napoleón III propuso al emperador austriaco crear un reino veneciano independiente, al frente del cual se colocarían Maximiliano y Carlota, pero Francisco José se negó a la idea categóricamente. La buena relación franco-austríaca se volvió a confirmar con el Tratado de Zúrich en noviembre de 1859, por el que se confirmaba la anexión de Lombardía al Reino de Cerdeña.

Castillo de Miramar.

A los veintisiete años, el archiduque, ahora sin actividad oficial y sin perspectivas reales, dejó Milán para retirarse a la costa dálmata donde Carlota acababa de adquirir la isla de Lokrum y su convento en ruinas. Rápidamente transformó la antigua abadía benedictina en un segundo hogar antes de poder mudarse a su Castillo en Miramar en la Navidad de 1860, donde el trabajo estaba casi terminado. Mientras se encontraban los obreros aun haciendo trabajo en el castillo, la pareja primero ocupó los apartamentos en la planta baja antes de poder hacerlo con el resto del castillo.

Maximiliano a finales de la década de 1850.

Mientras tanto, Maximiliano y Carlota se embarcaron en un viaje a bordo del yate Fantasía que los llevó a Madeira en diciembre de 1859, el mismo lugar donde la princesa María Amelia de Brasil había muerto seis años antes. Allí Maximiliano fue presa de los lamentos melancólicos: “Veo con tristeza el valle de Machico y la amable Santa Cruz donde, hace siete años, habíamos vivido momentos tan dulces… Siete años llenos de alegrías, fructíferos en pruebas y amargas desilusiones. […] Pero una profunda melancolía se apodera de mí cuando comparo las dos épocas. Hoy ya siento fatiga; mis hombros ya no son libres y ligeros, tienen que soportar el peso de un pasado amargo… Es aquí donde murió la única hija del Emperador de Brasil: una criatura consumada, dejó este mundo imperfecto, como un puro ángel de luz, para volver al cielo, su verdadera patria”. 

Mientras que Carlota se quedó sola en Funchal durante tres meses, Maximiliano continuó en su propio peregrinaje más allá de Madeira tras los pasos de la difunta princesa: primero, Bahía, luego, Río de Janeiro. y finalmente, Espírito Santo. El viaje incluyó una estancia en la corte del emperador Pedro II y también presentó aspectos científicos y etnográficos. Maximiliano se embarcó en una aventura en la selva y visita varias plantaciones, en la que consiguió la ayuda de su médico personal August von Jilek, aficionado a la oceanografía y especializado en el estudio de patologías infecciosas como la malaria. Maximiliano durante este periodo recogió mucha información sobre temas como botánica, ecosistemas o métodos agrarios. Además cabe destacar que durante su travesía vio el empleo de esclavos en el sistema latifundista que lo juzgó de cruel y manchado de pecado; en cuanto a los sacerdotes, los consideró inmodestos y demasiado poderosos en el Imperio. 

Visita de Maximiliano y Carlota a Tetuán. de Gustave Janet (1860).

A bordo de Fantasía Maximiliano zarpó desde las costas brasileñas hasta llegar a Funchal, donde se reencontró con Carlota para regresar a Europa. Realizaron una escala en Tetuán, Marruecos,  donde arribaron el 18 de marzo de 1860. Ya en Lokrum, Maximiliano dejó a su esposa deprimida allí mientras se escapó a Venecia en donde se sabe que le fue infiel, pero incluso aquella vida lo cansó rápidamente. Transcurrieron los meses y Maximiliano regresó al Castillo de Miramar, donde Carlota regresaría más tarde. Habitarían juntos ese lugar casi cuatro años más. Carlota le pintó a su familia un retrato idílico de su matrimonio en el exilio dorado, pero forzado, aunque era contrario a la realidad en la que el alejamiento entre los cónyuges era muy marcado y su vida marital se había reducido a prácticamente nada.

Napoleón III, de Franz Xaver Winterhalter (1855).

Entrada de la fuerza expedicionaria francesa en México en junio de 1863, de Jean-Adolphe Beaucé (1868).

Lejos de la desgastante vida marital de Maximiliano y Carlota, en México a lo largo de los gobiernos de Juan Álvarez (1855), Ignacio Comonfort (1855-1858) y Benito Juárez (desde 1858) se habían expedido las Leyes de Reforma. A través de ellas se suprimieron los fueros de la Iglesia y del Ejército, se decretó la libertad de imprenta, se desamortizaron los bienes eclesiásticos y de las corporaciones civiles, se prohibieron las obvenciones parroquiales, se decretó la libertad de cultos, se creó el Registro Civil y se le arrebató a la Iglesia el control monopólico de los matrimonios y defunciones. Dichas leyes polarizaron la sociedad mexicana. La situación se desbordó cuando inició la Guerra de Reforma de 1858 a 1861 que enfrentó a los liberales —encabezados por Juárez— y conservadores —encabezados por Félix María Zuloaga—, pues los últimos querían mantener sus privilegios. Al final los liberales ganaron la guerra, pero los grandes terratenientes en apoyo del bando conservador pidieron ayuda a Europa.

En Francia, Napoleón III drogado por las ambiciones imperialistas, decidió intervenir en la política mexicana. Aprovechando la Guerra de Secesión (1861-1865) que paralizó a Estados Unidos y con el pretexto de obtener el reembolso de las deudas que el gobierno de Juárez había suspendido por falta de recursos, Francia ratificó el 31 de octubre de 1861 el Convenio de Londres. Aquel tratado, contrario a la doctrina Monroe —que condenaba cualquier intervención europea en los asuntos de las Américas—, constituyó el preludio de la Intervención a México en la que Francia se alió junto a los españoles e ingleses. Después de la partida de ambos aliados en abril de 1862, Francia decidió quedarse y nutrió el ambicioso plan de ocupar el país para que se convirtiera en una nación industrializada que competiría con Estados Unidos. Las tropas francesas no tardaron en desembarcar en Veracruz y al poco tiempo tomó Puebla en mayo de 1863, que les abrió el camino al Valle de México; finalmente al mando de los generales Frédéric Forey y François Achille Bazaine ocuparon Ciudad de México en junio del mismo año.

El objetivo de Napoleón III era que México fuera un protectorado francés. Si México se volvía teóricamente independiente y pronto se dotaba de un soberano que llevase el título de emperador, todo lo concerniente en política exterior, el ejército y la defensa podría ser administrado por los franceses. Además, Francia se convertiría en el principal socio comercial del país: favorecida para inversiones, compras de materias primas y otros productos de importación. Francia intensificó el envío de colonos; en particular los oriundos de Barcelonnette y el valle de Ubaye, en los Alpes de Alta Provenza, para fortalecer su presencia en suelo mexicano.

Elección del nuevo emperador

En territorio francés Napoleón III planeó ofrecer la corona imperial mexicana a Maximiliano, que conocía personalmente y cuyas cualidades apreciaba. Esta estima era recíproca como ya se había demostrado por su visita a París en 1856. En julio de 1862 Napoleón III citó directamente el nombre del archiduque Maximiliano como candidato, especialmente porque él estaba ya familiarizado con América por sus anteriores visitas al Imperio de Brasil, la única gran monarquía en el continente.

Tras la derrota republicana en México, los conservadores pactaron que se restauraría el tradicional sistema de gobierno en el Imperio Mexicano, con lo que se encomendó al Partido Conservador una búsqueda por encontrar un príncipe europeo que cumpliera con ciertas aptitudes para gobernar un territorio tan complejo como lo era México, pues se pedía que fuera católico y además que respetara las tradiciones de la nación —cosa que habían “incumplido” los gobiernos republicanos debido a las Leyes de Reformas—.

Frédéric Forey: Maximiliano, circa 1864

El 21 de julio de 1864 se formó la Junta Superior de Gobierno, también llamada Asamblea de notables o Junta de los treinta y cinco, por su número de integrantes), siendo su presidente Teodosio Lares asignado por Frédéric Forey, ministro plenipotenciario de los franceses. Durante varios meses, se discutió sobre posibles candidatos, entre los cuales también se encontraba Enrique de Borbón, duque de Sevilla. Finalmente Napoleón III decidió proponer formalmente a Maximiliano debido a que cumplía los requisitos. Además, como Napoleón III era el único que de hecho conocía personalmente a príncipes europeos, su candidato gozaba de mayor credibilidad cualquier otro candidato.

Al concluir las largas discusiones, se aprobó la candidatura propuesta y se creó una comisión de personalidades notables para que fueran a entrevistarse con dicho candidato y pedirle que aceptara el trono del imperio. Evidentemente ese candidato era Maximiliano de Austria, que en ese momento se encontraba retirado en el Castillo de Miramar en la costa del Adriático.

El 10 de julio de 1863, la Junta Superior de Gobierno se disolvió oficialmente emitiendo como último acto el siguiente dictamen que se publicó al día siguiente 

1. La nación mexicana adopta por forma de gobierno la monarquía moderada, hereditaria, con un príncipe católico.

2. El soberano tomará el título de Emperador de México.

3. La corona imperial de México se ofrece a S. A. I. y R., el príncipe Maximiliano, archiduque de Austria, para sí y sus descendientes.

4. En caso que, por circunstancias imposibles de prever, el archiduque Maximiliano no llegase a tomar posesión del trono que se le ofrece, la nación mexicana se remite a la benevolencia de S. M. Napoleón III, emperador de los franceses, para que le indique otro príncipe católico.

Ofrecimiento y aceptación de la propuesta

La comisión mexicana, invita a Maximiliano de Habsburgo a ocupar el trono de México en Miramar. De Cesare Dell'Acqua (1867).

La delegación conservadora se escogió cuidadosamente puesto que todos debían ser dignos de representar a México y su historia; hubo sumo cuidado de que fueran los adecuados para mostrar una imagen digna del país frente al Archiduque. Napoleón III ya había notificado a Maximiliano y él había tenido tiempo de considerarlo con seriedad. El 3 de octubre de 1863 llegó al Castillo la delegación encabezada por el diplomático José María Gutiérrez de Estrada, seguida de otros personajes como Juan Nepomuceno Almonte, hijo biológico del insurgente José María Morelos, José Pablo Martínez del Río, Antonio Escandón, Tomás Murphy y Alegría, Adrián Woll, Ignacio Aguilar y Marocho, Joaquín Velázquez de León, Francisco Javier Miranda, José Manuel Hidalgo y Esnaurrízar y Ángel Iglesias como secretario.

Al frente de la diputación Gutiérrez Estrada afirmó ser el portavoz de la Asamblea de Notables que se reunió en la Ciudad de México el 3 de julio. Maximiliano respondió oficialmente: “Es halagador para nuestra casa que los ojos de sus compatriotas se hayan vuelto hacia la familia de Carlos V en cuanto se pronunció la palabra monarquía. […] Sin embargo, reconozco, en perfecto acuerdo con S. M. el Emperador de Francia, cuya iniciativa permitió la regeneración de su hermosa patria, que la monarquía no podía establecerse allí sobre una base legítima y perfectamente sólido sólo si toda la nación, expresando su voluntad, llega a ratificar el deseo de la capital. Por tanto, es del resultado de los votos de la generalidad del país que debo hacer depender en primer lugar, la aceptación del trono que se me ofrece”.

El Segundo Imperio tuvo en un principio el apoyo no solo de Francia, sino también de Bélgica. Leopoldo I, de Nicaise de Keyser (1856).

Maximiliano, por tanto, postergó las cosas antes de aceptar la proposición. Aconsejado por su suegro, Leopoldo I, exigió la celebración de un referéndum popular, acompañado de garantías sobre el apoyo financiero y militar de Francia. 

En marzo de 1864, Maximiliano y Carlota viajaron a París, donde el emperador Napoleón III y la emperatriz Eugenia les dieron una cálida bienvenida para animarlos a aceptar el trono de México. El emperador se comprometió a mantener veinte mil soldados franceses en México hasta 1867. Maximiliano contrajo frente a Napoleón III una obligación de quinientos millones de pesos mexicanos, equivalente en ese momento a dos mil quinientos millones de francos de oro, destinados a subsidiar sus proyectos cuando reinó en México. En cuanto al rey Leopoldo, prometió enviar una fuerza expedicionaria belga a México para apoyarlos.

El mismo mes, más tarde Maximiliano fue a Viena a visitar a su hermano Francisco José I, quien le pidió que firmara un pacto familiar que lo obligaba a renunciar para él y sus descendientes a sus derechos a la corona austriaca, a una posible herencia, así como a su patrimonio mueble e inmueble en Austria, de lo contrario no podrá reinar en México. Maximiliano intentó agregar una cláusula secreta que le permitiría, en caso de que fallara en México, recuperar sus derechos familiares si regresara a Austria. Francisco José I rechazó la adición de esta cláusula, sin embargo, prometió subsidios y soldados voluntarios -seis mil hombres y trescientos marineros-, así como una pensión anual. 

Los padres de los dos intentaron, en vano, influir en la decisión de Francisco José I. Sin embargo, acompañado por sus hermanos Carlos Luis y Luis Víctor, así como por otros cinco archiduques y dignatarios del Imperio Austriaco, Francisco José I aterrizó en Miramar porque Maximiliano finalmente resolvió aceptar las severas condiciones impuestas por su hermano. Desanimado por estos drásticos requisitos, Maximiliano consideró dejar de ir a México. Sin embargo, después de una larga y muy violenta discusión entre los dos hermanos, Francisco José I y Maximiliano firmaron el pacto familiar deseado el 9 de abril de 1864. No obstante,, cuando se dejaron en el andén de la estación, se abrazaron con gran emoción.

S. A. I. el archiduque Fernando Maximiliano renuncia por su augusta persona y en nombre de sus descendientes, a la sucesión de la corona en el imperio de Austria, así como a los reinos y países que de él dependen, sin excepción alguna a favor de todos los demás miembros que se hallan en actitud de suceder en la línea masculina de la casa de Austria y su descendencia de varón en varón; de manera que en cualquier tiempo que exista uno solo de los archiduques o de sus descendientes varones, aun de los más lejanos, llamados a ocupar el trono en virtud de las leyes que establecen el orden de sucesión en la casa imperial y particularmente en virtud del estatuto de familia firmado por el emperador Carlos VI el 19 de agosto de 1713, con el nombre de Pragmática Sanción, así como del estatuto de familia promulgado el 3 de febrero de 1839 por S. M. el emperador Femando, ni S. A. imperial, ni sus descendientes, ni nadie en su representación, ni en ningún tiempo puedan alegar el menor derecho a la sucesión referida.

Emperador de México (1864-1867)

La fragata SMS Novara, de Josef Püttner. Venecia después de 1862.

Visita de Maximiliano y Carlota a Pio IX, en el Vaticano c. 1861

Camino a México

Al día siguiente, el 10 de abril de 1864 Maximiliano declaró en Miramar a los delegados que aceptaba la corona imperial, convirtiéndose oficialmente en Emperador de México. Afirmó que los deseos del pueblo mexicano le permitían considerarse como el legítimo representante electo del pueblo. Aunque, en realidad, Maximiliano fue engañado por algunos conservadores, entre ellos Juan Nepomuceno Almonte, quien le aseguró un hipotético apoyo popular masivo. Para tener un supuesto documento que ratificara el apoyo al emperador, la diputación mexicana lo produjo agregando al margen el número de la población en la localidad en la que residía cada uno de los delegados, como si todos los habitantes hubieran ido a las urnas.

Ese mismo 10 de abril estaba prevista una cena oficial en Miramar en el gran salón de Les Mouettes. Debido a un ataque de nervios no asistió Maximiliano que se retiró a su alcoba donde fue examinado por el doctor August von Jilek. Su médico lo encontró postrado y tan abrumado que le sugirió que descansara en el pabellón de Gartenhaus para tranquilizarse. Carlota, por tanto, presidió el banquete sola.

La salida hacia México se fijó para el 14 de abril de 1864. Dicho día zarparon a bordo del SMS Novara, escoltados por la fragata francesa Thémis, por lo que Maximiliano se encontró más sereno. Carlota y él hicieron escala en Roma para recibir la bendición del papa Pío IX. El 19 de abril de 1864, durante la audiencia pontificia, todos evitaron mencionar directamente el expolio de los bienes del clero por parte de los republicanos mexicanos, aunque el papa no pudo dejar de subrayar que Maximiliano debía de respetar los derechos de sus pueblos y los de la Iglesia.

Durante la larga travesía, Maximiliano y Carlota rara vez evocaron las dificultades diplomáticas y políticas a las que pronto se enfrentarán, pero concibieron con gran detalle la etiqueta de su futura corte. Empezaron a escribir un manuscrito de seiscientas páginas relacionado con lo ceremonial, estudiado en sus aspectos más minuciosos. 

El Novara se detuvo en Madeira y Jamaica. Los viajeros soportaron fuertes tormentas antes de una última escala en Martinica.

Llegada e instalación en México

Llegada de Maximiliano y Carlota al puerto de Veracruz.

Castillo de Chapultepec.

Maximiliano llegó el 28 de mayo de 1864 al puerto de Veracruz. Por una epidemia de fiebre amarilla en dicha localidad la nueva pareja imperial cruzó la ciudad sin detenerse. Sumado a ello, la temprana hora de su desembarco, les suposo una fría acogida por parte de los veracruzanos. Carlota estaba particularmente impresionada: cruzar tierras cálidas con malas condiciones climáticas y un accidente automovilístico ayudaron a proyectar una sombra desfavorable sobre sus primeros pasos en México. No obstante, en Córdoba, Maximiliano y Carlota fueron aclamados por los nativos que los veían como libertadores.

Las ovaciones siguieron produciéndose en camino a la Ciudad de México. Con la llegada a otras ciudades, las recepciones fueron muy jubilosas y de gran algarabía, lo cual se expresó especialmente en Puebla. 

Ya más cerca de Ciudad de México se les ofreció un panorama distinto: un país herido por la guerra y profundamente dividido en sus convicciones, aunque Maximiliano se enamoró de los paisajes de su nuevo país y de su gente en un corto período de tiempo. 

El 12 de junio de 1864, la pareja imperial hizo su entrada oficial en la capital. Se detuvieron en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, donde les esperaba una parte importante de la capital y las diputaciones de las provincias del interior también dieron testimonio de su entusiasmo. Mientras tanto, las tropas francesas continuaban peleando para adquirir la totalidad del territorio mexicano.

El Palacio Nacional —que había sido utilizado históricamente, desde la consumación de la Independencia, como la residencia oficial de los titulares del ejecutivo— no correspondió con la idea que Maximiliano y Carlota tenían de una “residencia imperial”. lleno a chinches, el edificio era una especie de cuartel austero y ruinoso que requería un trabajo importante. Una semana después de su llegada, Maximiliano y Carlota prefirieron instalarse en el Castillo de Chapultepec, ubicado en una colina cerca de la ciudad, que fue rebautizado como Castillo de Miravalle para hacer juego con Miramar. Siglos antes de la construcción del castillo, los mexicas habían habitado la zona.

Poco después de su llegada, Maximiliano pidió que se trazara una avenida desde el Castillo de Chapultepec hasta el centro de la capital; la avenida fue nombrada en honor a Carlota como Paseo de la Emperatriz, que unos años después fue renombrada al nombre actual: Paseo de la Reforma. Cabe mencionar que más tarde en los veranos, la pareja imperial también disfrutó del Palacio de Cortés, en Cuernavaca. Maximiliano realizó numerosas y costosas mejoras en sus diversas propiedades —a pesar de la situación catastrófica en la Hacienda—. [Wp.]

CONTINUARÁ


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