lunes, 15 de mayo de 2023

Homero Odisea, • Canto XVI: Ulises reconoce a Telémaco

<CANTO XV

Henri-Lucien Doucet, (1856-1885). Reencuentro y reconocimiento de Ulises y Telémaco, (padre e hijo) 1880. Paris, Ecole Nationale Supérieure des Beaux-Arts

Al salir la Aurora, Ulises y el noble pastor, sentados en la gruta, prenden la leña, preparan la comida y envían a los campos a los pastores con sus rebaños –Telémaco llegó; los perros y los perros, en lugar de ladrar, le prodigaron sus caricias. Ulises que se da cuenta y oye el sonido de los pasos, se dirige al encargado de los pastores.

-Eumeo, uno de tus compañeros, o al menos alguien que tú conoces, ha llegado: los perros se muestran cariñosos, no ladran en absoluto y, sin embargo, oigo pasos.

No había terminado de hablar, cuando cuando su amado hijo se detuvo bajo el pórtico. El pastor estupefacto, se levantó, y de repente, los jarros que tenía para mezclar el néctar, se le cayeron de las manos. Corrió ante de su amo y le besó la cabeza, los ojos y las manos: las lágrimas fluían de sus párpados y resbalaban por sus mejillas. Igual que un tierno padre besa a su hijo bienamado, cuando vuelve de tierras lejanas despues de diez años de ausencia, único hijo habido en su vejez y por el cual ha sufrido numerosos dolores, igual Eumeo besa y abraza al divino Telémaco, como si acabara de escapar de la muerte. Entonces, el jefe de los pastores pronunció una palabras entrecortadas por sollozos.

-¡Al fin llegas, Teémaco, dulce luz de mis ojos! Ya no esperaba verte, desde que en una nave marchaste de Pilos. Entra,  pues, mi amado hijo, para que yo me alegre contemplándote de nuevo, puestp que acabas de llegar a mi morada. Raramente visitas tus campos, tus rebaños y tus pastores; pues siempre te quedas en la ciudad, entre esa funesta tropa de pretendientes.

Y el prudente Telémaco, le dijo:

-Entraré, como deseas, noble anciano. He venido aquí para verte y para saber si mi venerable madre sigue en su palacio, o si se ha unido a algún pretendiente, mientras la odiosa araña teje su tela en el lecho abandonado de Ulises.

El encargado de los pastores, se apresuró a responderle.


Penélope permanece aún en su palacio con una paciencia inquebrantable; sus días y sus noches se consumen entre dolor y lágrimas.

Tras estas palabras, tomó su lanza de las manos de Telémaco, y enseguida el joven héroe franqueó el quicio de piedra; Ulises quiso cederle su sitio, pero Telémaco le retuvo, diciendo:

Permanece sentado, venerable extranjero; encontraremos otro asiento en el corral; aquí está Eumeo que no me faltará, –dijo-, y Ulises se volvió a sentar. El pastor extendió ramas verdes, y las cubrió con una piel de cordero, para que descansara el amado hijo de Ulises. Después, trajo platos llenos de viandas asadas que habían quedado de la comida de la víspera; llenó de pan los cestos y mezcló en una copa el agua y el vino y se colocó frente al divino Ulises. De inmediato, todos tomaron los alimentos que se les habían servido y cuando calmaron su hambre y su sed, Telémaco dijo al encargado de los pastores:

-Anciano, ¿de dónde ha llegado este extranjero? ¿Cómo lo han traído los marinos hasta aquí? ¿De qué país son? Porque no ha sido a pié, supongo, como este viajero ha podido llegar hasta aquí.

Y Eumeo, el más noble de los pastores, le dijo:

-Hijo mío, voy a contarte todo con sinceridad. Este extranjero se honra de haber nacido en el vasto país de Creta, y dice que ha errado mucho tiempo por ciudades extranjeros, pues; tal ha sido su destino. Ahora, huyendo de los Tesprotes, ha venido a implorar mi auxilio. Te confío al viajero; haz con él lo que quieras, pues se honra de ser tu suplicante.

El prudente Telémaco replicó de inmediato:

-Querido Eumeo, me aflige lo que acabas de decirme. ¿Cómo puedo yo recibir a un extranjero en mi morada? Soy joven todavía, y no puedo confiar en mi brazo para rechazar al que intente ofenderla. Mi madre duda sobre lo que debe hacer. Se pregunta si puede contar conmigo para cuidar de su palacio, respetando, sin embargo, el lecho de su esposo y la opinión de las gentes, o si se casará con el que, entre los aqueos, haya hecho los más valiosos regalos. 

Pues este extranjero ha venido a tu establo, le regalaré un manto, una túnica y ricas vestiduras; le daré una espada de doble filo y buenas sandalias; después le llevaré a donde quiera ir. Pero sigue hablando con él y retenlo en tu establo; te enviaré las ropas y todas las provisones que necesitas, a fin de que no sea una carga, ni para ti, ni para tus compañeros. No puedo permitir que vaya junto a los pretendientes de indomable insolencia, y si le ultrajan, sufriría un terrible dolor. Un solo hombre, por valiente que sea, no pueda luchar contra esa multitud; los más numerosos son siempre los más fuertes.

El intrépido Ulises dijo a Telémaco:

-Amigo, puesto que me permites responderte, te diré que mi corazón se ha roto al conocer todas las iniquidades que los pretendientes cometen, a tu pesar, en tu morada. Aunque joven, me pareces valiente. Pero ¿te sometes voluntariamente a este yugo, o bien los pueblos te odian cediendo al mandato de un dios? ¿Acusas a tus hermanos de estos males? Es sin embargo a ellos a los que se confía cuando surge una discusión. ¡Ah! ¿Por qué no soy yo, con el coraje que me anima, tan joven como tú? ¿Por qué no soy el hijo de Ulises, o, más bien, el mismo Ulises, vuelto de sus largos viajes?, Porque hay que esperar la vuelta del héroe. ¡Que un extranjero me corte la cabeza, si no matara entonces a todos esos pretendientes entrando en el palacio del hijo de Laertes! Pero si me abrumara su número, ¡preferiría morir solo antes que ver tales crímenes; antes que ver a mis huéspedes ultrajados, mis sirvientas violadas, mis vinos consumidos y mis víveres impunemente devorados por esos ávidos pretendientes!

Y el prudente Telémaco, le respondió:

-Querido extranjero, te hablaré sin reservas. El pueblo no me odía, ni tampoco acuso a mis hermanos; estos parientes que siempre me apoyan en las ardorosas peleas: el gran Zeus solo hizo nacer un hijo en nuestra familia. Arcesius engendró a Laertes, que fue al padre de Ulises, y yo soy el único hijo que este héroe dejó en su palacio, pero todavía no me ha oido llamarle con el dulce nombre de padre. Ahora, mil enemigos permanecen en mi morada. 

Los señores de las islas de Dulichium, de Samos, de Zaquintos sombreada de árboles, y los que reinan en Ítaca, desean casarse con mi madre y destruyen mis bienes. Penélope no se opone a este funesto matrimonio, pero no puede resolverse a aceptarlo. Durante todo este tioempo, los pretendientes me arruinan devorando mi herencia, y pronto me perderán a mí mismo. Sin embrgo, debo decir que todas estas cosas descansan todavía en las rodillas de los dioses.

Tú, querido Eumeo, ve al instante junto a la sabia Penélope y dile que he llegado sano y salvo de Pilos. Yo esperaré aquí y no anuncies mi vuelta sino a mi madre, a fin de que ninguno de los pretendientes lo sepa, pues algunos de entre ellos, planea contra mí, horribles designios.

Eumeo le contestó:

-Comprendo tu pensamiento, querido Telémaco, no hablas a un hombre privado de inteligencia. Pero dime claramente: ¿no debería yo, al mismo tiempo anunciar tu llegada al desgraciado Laertes? Antaño afligido por la partida de Ulises, todavía se pcupaba de los trabajos de los campos; bebía y comía con todos sus servidores, cada vez que lo deseaba, pero ahora, desde que en una nave te fuiste a Pilos, se dice que ya no quiere comer ni beber, ni vigilar los trabajos de sus esclavos; el anciano gime sin cesar y su piel se seca sobre sus huesos.

El prudente Telémaco dijo a Eumeo:

-Es triste, sin duda, pero aunque me cueste, no le digas nada. Si los mortales fueran los árbitros de su destino, pediríamos primero el retorno de mi padre. Ve pues, a anunciar mi llegada a Penélope y vuelve enseguida, sin ir a los campos a buscar al viejo Laertes. Di solamente a mi madre que se apresure a enviar en secreto al intendente de palacio, que lleve la noticia al padre de Ulises. 

Después apresuró a Eumeo. El pastor se ató las sandalias y se fue a la ciudad. 

Atenea, que vio a Eumeo alejarse, se presentó bajo los rasgos de una mujer grande, bella y sabia. Se detuvo a la puerta del establo y se presentó a Ulises. Telémaco no se dio cuenta, pues los dioses no se manifiestan a todos. Ulises y los perros la vieron, pero los perros no ladraron en absoluto y se refugiaron, temerosos, en el fondo del establo.

Atenea hizo una señal con las cejas, y Ulises al verla, salió del establo y se detuvo junto al muro elevado del patio, ante la diosa, que le dijo:

-Noble hijo de Laertes, ingenioso Ulises, muéstrate a tu hijo y no le ocultes nada, para que los dos meditéis la muerte de los pretendientes y vayáis de inmediato a la ciudad. Muy pronto, yo misma estaré con vosotros, pues ardo en deseos de combatir.

Después, tocando a Ulises con su varilla de oro, lo cubrió inmediatamente con una rica túnica y un soberbio manto; devolvió a su cuerpo todo el vigor y la juventud que lo animaron y embellecieron antaño. De pronto, los rasgos del héroe tomaron un tinte oscuro; sus mejillas se reafirmaron y una barba azulada sombreó su mentón. Después, la diosa se alejó y Ulises volvió al establo, donde su hijo, al verle, se quedó estupefacto; volvió los ojos, temiendo ver a un inmortal y dijo rápidamente:

-Extranjero, ya no eres el mismo que eras hace un momento; llevas otras ropas y tus rasgos han cambiado. ¿Eres, pues, uno de los que habitan el vasto Olimpo? Entonces sé propicio para mí, y te ofreceremos agradables sacrifios y ricos presentes de oro. ¡Dios poderoso, ten piedad de nosotros!

El intrépido Ulises, le respondió de inmediato:

-Telémaco; no soy un dios. ¿Por qué compararme con un inmortal? Soy tu padre, por el cual has sufrido múltiples dolores y soportado los ultrajes de los hombres. Y diciendo estas palabras, abrazó a su amado hijo. Las lágrimas que había contenido tanto tiempo, escaparon de sus párpados, corrieron por sus mejillas y cayeron a tierra. Telémaco, que no podía creer que fuera su padre, dijo al héroe:

-No, tú no eres Ulises, no puedes ser mi padre; una divinidad me confunde para aumentar más mis penas, No es un mortal, quien por sí mismo, puede operar este prodigio, a menos que un dios le asista y le convierta a su voluntad, en un hombre joven o viejo. Hace un momento eras viejo cubierto de harapos, y ahora te pareces a los inmortales que habitan las vastas regiones del Olimpo.

Y el ingenioso Ulises le respondió:

 


-Telémaco, puesto que tu padre ha vuelto, no te conviene admirarte y permanecer así sorprendido. Otro Ulises no vendrá a Ítaca. Soy yo, que tras haber errado y sufrido grandes males durante veinte años, llega a estos amados lugares. Reconoce la obra de la protectora Atenea, que me ha hecho aparecer –pues ella lo puede todo-, tanto como un pobre mendigo o como un hombre vestido con ropas magníficas. Es fácil para los divinos habitantes del Olimpo, embellecer o afear a los débiles mortales.

Tras estas palabras se sentó. Telémaco se mantuvo abrazado a su padre, suspirando y derramando lágrimas. Ambos lloraban entre largoas gemidos como las águilas o los buitres, cuando les roban sus crías. Cuando el sol se puso, los hubiera encontrado llorando, si Telémaco no hubiera preeguntado a su padre:

-¿Qué navegantes, amado padre, te han traído a Ítaca. ¿Cuál es su patria?

-Los Feacios, ilustres navegantes, que auxilian a cuantos abordan en su tierra, me han traído a mi hogar. Me hicieron atavesar el mar mientras dormía en una de sus naves; me trajeron a Ítaca y me colmaron de magníficos regalos. Me dieron bronce, oro en abundancia y ropas ricamente tejidas, que ahora, por voluntad de los dioses, han quedado en una profunda cueva. Inspirado por Atenea, fui a casa de Eumeo, para que concertáramos la muerte de nuestros enemigos: Dime pues, el número de esos pretendientes; dime quiénes son, a fin de que pueda consultar para saber si podremos luchar solos contra ellos, o tendrdemos que buscar ayuda.

-¡Oh, padre mío! Mucho he oido hablar de tu gloria, de tu valor y de tu sabiduría; pero las palabras que acabas de pronunciar, me han sorprendido; ¿Cómo, por supuesto, dos hombres podrían combatir a enemigos tan fuertes y numerosos?, porque ellos no son diez, ni veinte… Escúchame, padre; cincuenta y dos jóvenes, la élite de la nación, vinieron de Dulichium y seis servidores los acompañan. Otros veinticuatro llegaron de Samos, y aún quedan veinte hijos de Aqueos, llegados de Zaquinto, y para terminar, otros doce pretendientes, son de Ítaca. Además, el heraldo Médon, chantre divino, y dos servidores hábiles para trocear las carnes, acompañan a todos esos que se atreven a pretender la mano de mi madre. Si quisiéramos atacar a todos esos hombres cuando estuvieran reunidos en palacio, creo que el resultado sería funesto, Así, pues, reflexiona, padre mío y mira si puedes encontrar un amigo poderoso que nos ayude y nos defienda,

-Escucha atentamente –respondió Ulises-, ¿crees que Atenea y Zeus serían suficientes? O ¿tendríamos que buscar otros defensores?

-¡Ah! Sin duda, has nombrado a dos poderosos auxiliares; hablas de los que descansan en el seno de las nubes y que gobiernan a los hombres y a los dioses eternos.

-Esas dos divinidades -respondió Ulises-, no permanecerán mucho tiempo alejados de la terrible batalla, cuando Ares se pronuncie entre nosotros y nuestros enemigos. Hijo mío; en cuanto brille la divina Aurora, vuelve a mi hogar y mézclate entre los soberbios pretendientes; el pastor Eumeo me llevará después a mi palacio, bajo los rasgos de un anciano mendigo, cubierto de harapos. Si esos jóvenes, sobrebios y orgullosos, me insultan, que tu corazón ¡oh hijo mío! lo soporte con paciencia; y si me arrastran por los pies fuera de casa, y me abruman a golpes, debes contenerte. Les pedirás solamente que abandonen sus insensatos ultrajes, pero con palabras suaves, aunque no te obedecerán, pues para ellos, ha llegado el día fatal. Recuerda bien todo esto; cuando Atenea, fértil en sabios consejos, me inspire, te haré una señal y entonces, traerás todas las armas que hay en mi casa y las colocarás al fonso de las salas superiores. Y cuando los pretendientes te pregunten que dónde están las armas, tú desviarás sus sospechas con palabras engañosas; les dirás: “-Las he colocado lejos del humo, pues ya no son las mismas que Ulises dejó cuando se fue a Troya; se han ennegrecido por el fuego. Neptuno me inspira, además, otra razón de más peso: temo que, recalentados por el vino, empecéis a pelear y que os podáis herir unos a otros, regando con vuestra sangre vuetros festines y promesas de matrimonio, pues el hierro atrae al hombre. Debes dejar para nostros, dos espadas, dos lanzas y dos escudos, que usaremos para poder pelear. Palas Atenea y el previsor Zeus, debilitarán a nuestros enemigos. Graba, además, en tu alma, lo que voy a decirte ahora: si verdaderamente eres mi hijo, nacido de mi sangre, no digas a nadie que Ulises ha vuelto; que Laertes no lo sepa, ni el cuidador de los cerdos, ni los servidores, ni la misma Penélope. Tratemos, primero, de conocer el sentimiento de las muieres, y observemos a nuestros servidores, para saber quien te respeta y te teme más, y a quien no le importas, o te menosprecia, aunque seas el hijo de Ulises.

Telémaco respondió a su padre:

-Espero que conozcas pronto mi corazón, pues ninguna debilidad se ha adueñado de mí. Es posible que este plan no tenga éxito, así que te pido que reflexiones. Perderemos mucho tiempo poniendo a prueba a nuestros servidores, devorarán nuestras riquezas y no dejarán nada, Sería mejor buscar entre las mujeres, las que no desprecian y las que nos honran. Todavía no quisiera poner a prueba a los hombres, recorriendo las granjas; lo haremos después, si realmente reconoces la señal del poderoso Zeus.

Y así hablaban entre ellos, mientras el navío que habia trañido de Pylos a Telémaco y sus compañeros, se acercaba a Ítaca. Cuando los remeros entraron enel puerto, arrastraron el oscuro navío a la orilla; valerosos servidores retiraron las velas y dejaron en el palacio de Clytius magníficos regalos; después enviaron un heraldo a la casa de Ulises, para informar a la prudente Penélope que Telémaco estaba en los campos y que había ordenado dirigir la nave hacia la villa, temiendo que la augsta reina, derramaría tiernas lágrimas.

El herlado y el pastor Eumeo se encontraron, llevando ambos el mismo mensaje a la esposa de Ulises. Cuando entraron en el palacio del rey, el heraldo se quedó entre los esclavos de Penélope y dijo: 


-¡Oh, reina!; tu hijo ha vuelto.

El responsable de los pastores se aproximó de inmediato a Penélope y le contó todo lo que Telémaco le había encargado que dijera. Cuando Eumeo cumplió la orden, se alejó del palacio y volvió con los rebaños.

Al conocer la noticia, la tristeza y el miedo se extendieron entre los pretendientes ; salieron de inmediato y se sentaron ante las puertas, muy cerca de las altas murallas del patio. Entones, Eurímaco, hijo de Polibio dejó oir su voz:

-Amigos, Telémaco acaba de completar felizmente su peligroso viaje, el mismo que nosotros dijimos que no completaría nunca. Lancemos, pues, al mar, nuestra mejor nave, provista de ágiles remeros, preparados para animar a nuestros compañeros para que volvieran pronto a Ítaca.

Anfínome, al volverse, vio una nave entrar en el puerto; vio a los remeros plegar las velas y elevar los remos. El héroe se puso a sonreir y dijo a sus compañeros: -No enviemos mensajes, pues nuestros amigos ya entran en el puerto. Un dios los habrá avisado, sin duda, o descubrieron la nave que pasó junto a ellos, y no habrán podido alcanzarla.

Todos se levantaron y se dirigieron a la orilla. Arrastraton la nave sobre la arena, y animosos servidores recogieron los aparejos.

Los pretendientes se dirigieron ren bloque a la plaza pública y no permitieron, ni a los jóvenes ni a los ancianos, coger nada. Antinoos, hijo de Eupiteo, tomo la palabra entonces, y dijo:

-¡Ay de mí! ¡Los dioses han librado a este hombre de un terrlble peligro! Sin embargo, el día en que colocamos centinelas en las montañas que se regían por turnos, por la noche, lejos de dormir en la orilla, vogamos esperando el amanecer de la divina Aurora, para poder matar a Telémaco; y, he aquí que un dios lo ha traido a su casa. Preparémosle, pues, una muerte terrible; vigilemos para que no escape, pues mientras viva, nuestros proyectos no se cumplirán jamás. Este joven está lleno de sabiduría y de prudencia, y los pueblos no nos son favorables en absoluto. Actuemos antes de que convoque a los Aqueos, porque no nos dará tregua. Telémaco, animado por la cólera, dirá que hemos querido matarlo y qu no hemos podido; el pueblo de Ítaca, al oir estos sniestros proyectos, nos castigará, nos echará de nuestro país y nos exiliará, quizás a otros pueblos extranjeros. Así pues, prevengamos estas desgracias, mientras Telémaco, en los campos, lejos de la ciudad, o bien en el camino que lleva a ella. Conservaremos su herencia y sus riquezas, que repartiremos igualmente; después, dejaremos que su madre viva en el palacio de Ulises, con aquel que decida desposar. Si esta opini´pn os desagrada y preferís que Telémaco viva y conserve su patrimonio, no sigamos aquí, devorando sus bienes. Que cada uno de nostros, permaneciendo en su morada, busque por mdio de sus reglos, el matrimonio con Penélope, y que ella se una al que le ofrrezca las más grandes riquezas, o al que la suerte designe para ser su esposo.

Todos los pretendientes guardaron un profundo silencio. Sin embargo, Anfínomo se levantó –era hijo de Nisio, nacido del rey Aretio-, vino de Duliquium, fértil en trigo y rico en grandes pastos; este joven guerrero complacía a Penélope por la sabiduría de sus discursos, pues su alma estaba dotada de los más nobles sentimientos. Anfínomo, lleno de benevolencia, dijo:

-Amigos, no quiero que se mate a Telémaco. Sería horrible exterminar así a un descendiente de reyes. Consultemos primero a los dioses; si los deseos del gran Júpiter nos son favorables, yo mismo, inmolaré a este héroe y os invitaré a todos a seguir mi ejemplo, pero si los dioses nos son contrarios, ps exhorto a abandonar toda persecución.

El discurso de Anfínomo complació a los pretendientes; todos se levantaron, volvieron al palacio de Ulises y se sentaron en sus brillantes tronos.

Sin embargo, la sabia Penélope había resuelto mostrarse anye estos hombres audaces y violentos; acababa de saber, pot rl heraldo Medón, que conocía los designios de los pretendientes, que querían matar a Telémaco en la casa de Ulises. Penélope atravesó elpalacio con las mujeres que la servían; se detuvo en el quicio de la puerta y un ligero velo cubría su rostro. La más noble de las mujeres, se dirigió a Antinoo y le dijo:

-Hombre lleno de insolencia, vil artesano del crimen, se supone que te situas sobre los de tu edad, por tu sabiduría y tus discursos; pero no eres como se te supone, ¡insensato! ¿por qué tramas la muerte de Telémaco y desprecias a los suplicantes de los que Zeus es el vengador? Es odioso tenderse trampas mutuamente. ¿No sabes que antaño tu padre, temiendo el furor del pueblo, se refugió en este palacio? Estaban irritados contra él, porque, habiéndose unido a los bandidos tafios, había destruido los campos de los Thesprotes, que eran nuestros aliados. Los tesprotes querían matarlo, arrancarle el corazón y adueñarse de sus inmensas riquezas; pero Ulises les impidió ejecutar sus designios. Sin embargo hoy, tú devoras ignominiosamente, la herencia del héroe que salvó a tu padre; pretendes la mano de su esposa; quieres degollar a su hijo y a mí me abrumas, con tus violentos temores. Antinoo, yo te lo ordeno, ¡pon fin a todos estos furores y reprime la insolencia de tus compañeros!.

Eurímaco, hijo de Polibio, le respondió de inmediato:

-Hija de Ícaro, prudente Penélope, tranquilízate. Que tales temores no inquieten más tu alma. Mientras yo viva y mis ojos estén abiertos a la luz, ningún hombre se atreverá a poner las manos sobre tu hijo. Si hubiera alguno –así lo declaro y mi promesa se cumplirá-; su negra sangre correrá de inmediato a lo largo de mi lanza. –Ulises, el destructor de ciudades, me ha tenido a veces sobre sus rodillas, y en ocasiones, me dio suculentas viandas y vinos deliciosos. –Telémaco es de todos los hombres, para mí el más querido y no morirá a manos de los pretendientes. Pero nadie puede evitar la muerte que nos envían los dioses.

Así hablaba para tranquilizar a Penélope, pero él mismo pensaba en matar a Telémaco. La reina, tras haber oído estas palabras, volvió a sus ricas habitaciones y allí lloró a Ulises, su esposo amado, hasta que Atenea, la de los ojos zarcos, extendió un dulce sueño sobre sus párpados.

Al caer la tarde, el noble pastor volvió junto a Telémaco y Ulises. Estos dos héroes preparaban la comida. Atenea se había aproximado al hijo de Laertes; había golpeado con su varita, para envejecerlo una segunda vez y cubrir su cuerpo de sucios harapos, a fin de que Eumeo no lo reconociera; la diosa temía que el pastor no fuera inmediatamente a llevar la noticia a la prudente Penélope. Telémaco tomó la palabra el primero, y, dirigiéndose a Eumeo, le dijo:

-¡Ya estás de vuelta, querido Eumeo! ¿Qué nuevas tres de Ítaca? Los orgullosos pretendientes han vuelto al palacio, o me siguen esperando en su nave?

-No me he informado de todas esas cosas atravesando la ciudad –respondió Eumeo-, sólo deseaba llevar rápidamente mi mensaje y volver aquí de inmediato. He encontrado al heraldo de vuestros compañeros de viaje, un mensajero rápido, y el primero que llevó la noticia de tu llegada a tu casta madre. Lo que yo sé es lo que han viso mis ojos, es que, a mi vuelta, estando ya lejos de la ciudad, acercándome a la colina de Hermes, divisé una nave cargada de hombres, lanzas y escudos, entrar en el puerto. Pensé que podía ser la tropa de los pretendientes, pero no puedo asegurarlo.

Telémaco, evitando la mirada del pastor, dirigió la vista a su padre y sonrió.

Cuando se completaron los trabajos del día y la mesa fue servida, todos los pastores tomaron su cena, y cada uno de los comensales recibió una parte igual. Después se retiraron en silencio para gustar los encantos del descanso.


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