lunes, 10 de septiembre de 2018

Del testamento de Felipe IV al testamento de Carlos II


"[…] nombro por gobernadora de todos mis Reynos estados y señoríos, y tutora del príncipe mi hijo, y de otro qualquier hijo o hija que me hubiere de suceder a la Reyna doña Mariana de Austria mi muy chara, y amada muger con todas las facultades, y poder, que conforme a las leyes fueros, y privilegios, estilos y costumbres de cada uno de los dichos " 
Testamento de Felipe IV



Carlos II y su madre, Mariana de Austria. Herrera Barnuevo (Escuela)
(h. 1670). Museo Víctor Balaguer de Villanova i la Geltrú.




Carlos II. Herrera Barnuevo, 1670. Patrimonio Nal. Palacio Real. Madrid



Carlos tiene cuatro años cuando fallece su padre, Felipe IV, en 1665. De acuerdo con su testamento, su viuda, Mariana de Austria será Regente, asistida por un Consejo de seis miembros, como ya quedó expuesto en la entrada anterior. Pero la herencia, es tan inmensa en regnos, estados y señoríos, que, dado el delicado aspecto de la salud del heredero, hace renacer el ansia de heredar de otros monarcas, extranjeros, pero familiares del nuevo rey. 

El primero, sin duda, Luis XIV, quizá el que tiene más parentescos, que no va a frenar sus planes, ni, por supuesto, la guerra si es necesaria -que lo será, para lograr sus fines-.

Por entonces, el reino ya está en guerra con Portugal, que lucha por su independencia y consume buena parte de la potencia militar y fondos de la Corona. Luis XIV empieza por acercarse al monarca Juan IV de Bragança, ofreciéndole su colaboración. Ambos firmarán un tratado de alianza ofensiva el 31 de marzo de 1667, al mismo tiempo que el Borbón se lanza a la guerra llamada de Devolución, en nombre de los supuestos derechos de su esposa, María Teresa, hermana mayor de Carlos II.

Ante la imposibilidad de sostener tan diversos frentes, España terminó por reconocer la independencia de Portugal por el Tratado de Lisboa, firmado el 12 de febrero de 1668.

El resto de las guerras emprendidas por Luis XIV en tierras hispánicas del Imperio, obligarán asimismo a la Corona a firmar el Tratado de Aix-La-Chapelle, el 2 de mayo de 1668, por el que esta reconocerá numerosas cesiones en favor del monarca francés.

Recordemos, asimismo, de acuerdo con la entrada anterior, la ausencia absoluta de buenas noticias que se produjeron durante los valimientos de Nithard, Juan José de Austria y Valenzuela. Nada auguraba un proceso de paz, para la época del advenimiento del pequeño rey. Muertos los validos, primero, Juan José el legitimado, en sospechosas circunstancias y el último, en el lejano exilio colonial, llegaba la hora de asumir la gobernación para Carlos II, mientras Luis XIV y sus pretensiones, seguían en pie, y él estaba más seguro cada día de su derecho y del poder de sus ejércitos.


Carlos II en torno a los 9 años. Herrera Barnuevo. MNP


Para completar el triste panorama, a partir de 1677, cuando Carlos tenía apenas 6 años, se produjo una serie de malas cosechas, que aportaron hambre y peste, ante las cuales, el pueblo intentó algunos amagos de amotinamiento, que fueron rigurosamente aplastados.

Tras la muerte de Juan José de Austria, en 1679, justo cuando don Carlos cumplía 18 años, el día 11 de noviembre, se casó con María Luisa de Orleans, sobrina de Luis XIV, quien, como es fácil comprender, no dejaba de tejer sus redes en todos los terrenos posibles.



María Luisa de Orleans, de Francisco Ricci, 1679. Ayuntamiento de Toledo.


En estas condiciones, a partir de 1680, cuando Carlos II ya tenía 19 años, intentando asumir las riendas de la gobernación, llamó en su ayuda, primero al duque de Medinaceli y después al conde de Oropesa, quienes, a pesar de sus buenas intenciones, tampoco fueron capaces de remontar la maltrecha economía. 

En medio de este triste panorama, el día 30 de junio de 1680 se realizó un sonado Auto de Fe en la Plaza Mayor de Madrid, presidido por el rey y organizado por la Inquisición, en el que participaron 120 reos, de los que 21 murieron quemados.

Auto de fe en la Plaza Mayor de Madrid. Francisco Rizzi, 1683. MNP

«En la corte no se solían realizar autos de fe y el último se había celebrado en 1632, por lo que a este acontecimiento se le dio mucha solemnidad, como puede verse en esta obra de Rizi de 1683. Lo que representa está descrito en una obra de José del Olmo, que además era familiar del Santo Oficio (agente de la Inquisición) y maestro mayor de Madrid (responsable de las construcciones de la villa), por lo que él mismo diseñó la obra del tablado o teatro. 




“El auto se celebró en la plaza mayor y duró toda una jornada. Al fondo vemos la tribuna real y en ella a Carlos II, a su mujer María Luisa y a su madre. En los balcones, se ubican personas distinguidas de la corte. A la izquierda, rica alfombra y sobre ella el altar con la cruz verde, simbolizando la esperanza de perdón de los reconciliados, y el estandarte del Santo Oficio. Al lado, las gradas de los cargos públicos, y el solio del inquisidor general quien todavía está junto a la tribuna del rey después de haberle tomado juramento.

Los reos en persona o en estatua (muertos o huidos), la cual lleva una inscripción con sus delitos y una caja con sus huesos.


En el centro del cuadro vemos a dos reos vestidos como en el siglo XV, con coroza y sambenitos con llamas, a los relatores o lectores de causas y sentencias en los púlpitos, y a unos dominicos con el predicador en el púlpito central. A la derecha están las gradas para los familiares de la Inquisición y los reos en persona o en estatua (muertos o huidos), la cual lleva una inscripción con sus delitos y una caja con sus huesos. Los reos podían ser penitenciados (castigados con diversas penas y que al abjurar de sus errores se convertían en reconciliados) o relajados (condenados a muerte en garrote, o en hoguera si eran reincidentes). En primer plano se ve a los soldados de la fe y los asnos que llevarán a los condenados a muerte a las afueras de la ciudad para ser ejecutados por la justicia secular. En este grupo de soldados en la parte inferior central del cuadro, encontramos una figura masculina que porta un tambor de grandes dimensiones muy utilizado en este tipo de ceremonias.” 
MNP.
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El Motín de los Gatos -28 de abril de 1699-, se produjo en la capital, a causa del encarecimiento y consiguiente escasez del pan.

Los disturbios, en los que la multitud exasperada amenazaba gravemente el orden, sólo se calmaron con la intervención del propio rey Carlos II que se dirigió a la muchedumbre congregada ante palacio. Sorprendentemente, logró tranquilizar los ánimos.

El Corregidor de Madrid, Francisco de Vargas, dijo a una mujer que le reprochaba no poder alimentar a su marido, parado, y a sus seis hijos, con el pan, de mala calidad, que acaba de comprar a doce cuartos:

-Dad gracias a Dios de que no os cuesta dos [reales] de plata... y haced castrar a vuestro marido para que no os haga tantos hijos.

Documentos del Motín de los Gatos. Plaza Mayor de Madrid, 28 de abril de 1699, “martes, a eso de las siete”.

Les principales víctimas de la revuelta, fueron, el valido Oropesa y el Corregidor de Madrid, Francisco de Vargas –que eran simpatizantes de la causa austríaca-.

Fueron remplazados por el cardenal Portocarrero y el Corregidor Ronquillo, partidarios de la sucesión Borbónica.


La destitución del VIII conde de Oropesa por parte del rey Carlos II tras el Motín de los Gatos de 1699.
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A pesar de que la nueva reina hizo numerosos votos y peregrinaciones, Carlos y María Luisa no tuvieron hijos, y ella murió en 1689, sumiendo al monarca en una dolorosa depresión, ya que, entre ellos había surgido un afecto sincero.

Cuando Juan José de Austria –el hijo legitimado de Felipe IV-, llegó a Madrid y asumió el poder con el apoyo de la nobleza, Valenzuela fue desterrado y la Reina madre tuvo que retirarse al Alcázar de Toledo. 

Juan José de Austria, con el apoyo popular, se convertía así en el nuevo valido, pero tenía ante sí un panorama repleto de dificultades, causadas por sus adversarios y por la calamitosa situación de la monarquía hispánica.

Así, se había visto obligado a aceptar la cesión del Franco Condado a Francia, como consecuencia de la Paz de Nimega, en 1679.

Paz de Nimega, entre Francia y España. Henri Gascar, 17.9.1678. 
Museum het Valkhof, Nijmegen


El Tratado de Nimega se firmó el 20 de agosto de 1678 en Nimega (hoy Países Bajos) entre las Provincias Unidas de los Países Bajos y el Reino de Francia, y puso fin a la guerra con Holanda.

La invasión de Holanda por Luis XIV había provocado la formación de una gran coalición encabezada por Guillermo III de Orange -estatúder de las Provincias Unidas desde 1672- y apoyada por España, el Imperio, Brandeburgo, el Palatinado y Lorena (1673), que se mostró incapaz de mantener el empuje de las armas francesas hasta que Inglaterra se vio obligada, por la opinión pública inglesa, a abandonar a Francia en sus planes de expansión. Así, Inglaterra firmaba una paz por separado con las Provincias Unidas.

Dado el cese de apoyo a Francia por Inglaterra, la coalición contra Luis XIV pudo combatirlo eficientemente hasta obligarlo a iniciar negociaciones de paz. En virtud de las mismas, se firmaron los Tratados de Nimega en los que Luis XIV devolvió a España Courtrai, Oudenaarde, Gante, Charleroi y el ducado de Limburgo; España cedió a Francia el Franco Condado y diversas plazas de los Países Bajos españoles (Cassel, Bailleul, Ypres, Wervik, Warneton, Cambrai, Bouchain, Condé-sur-l'Escaut, Bavay y Valenciennes); Holanda recuperó Maastricht y obtuvo ventajas financieras y comerciales; el Imperio cedió Breisach y Friburgo a cambio de Philipsburg. 

España estuvo representada por Pablo Spínola Doria, consejero de Estado y embajador en Alemania; Pedro Ronquillo Briceño, consejero de Castilla e Indias y embajador en Inglaterra; Juan Bautista Christien, consejero de Flandes; y Gaspar de Teves y Tello, consejero de Guerra.

Esta paz perjudicó especialmente a los intereses españoles y acabó con la causa del medio hermano y primer ministro de Carlos II, Juan José de Austria.
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Alegoría del Tratado de Nimega: Luis XIV y Carlos II sellan una alianza bajo la presencia del Espíritu Santo. Escuela Flamenca del siglo XVII 
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Pero la Corona no podía sobrevivir sin la esperanza de un heredero, de modo que, apenas seis meses después, Carlos II fue casado con Mariana de Neoburgo.

Carlos II, por Wilhelm Humer. Stadtmuseum Düsseldorf
Mariana de Neoburgo, de Wilhelm Humer. Stadtmuseum Düsseldorf 


Hija del Elector Palatino del Rin y hermana de Leonor de Neoburgo, casada con el emperador Leopoldo I, fue elegida por la afamada fertilidad de las mujeres de su familia; su madre, concretamente, había tenido diecisiete hijos, aunque algunos autores afirman que fueron 23.

Carlos y Mariana se casaron el 14 de mayo de 1690 en Valladolid. La relación de Mariana con el rey fue tormentosa, ya que, al parecer, ella tenía muy mal carácter, o al menos eso es lo que se dijo. Lo cierto es que la corte la odiaba y se decía que no le creaba ningún problema moral el hecho de apropiarse de joyas y obras de arte para regalar a su familia Palatina. Pero, como era de esperar, el tiempo pasaba y ella tampoco tuvo hijos.

En abril de 1689 España y sus aliados declararon la guerra a Francia y los Países Bajos españoles se convirtieron en una zona clave. Tras algunas derrotas españolas, la defensa de aquellas tierras pasó a depender de los holandeses; en 1690, Guillermo III reemplazó al gobernador español, marqués de Gastañaga, por el Elector de Baviera.

En Cataluña, en 1689 el duque de Noailles y sus tropas decidieron apoyar la rebelión contra Carlos II, iniciada en 1687 y tras algunos altibajos, alcanzó los límites de Gerona y Barcelona. Gastañaga volvió y tuvo que enfrentarse con el príncipe de Hesse-Darmstadt, primo de la entonces reina de España. El rompe-cabezas de estas guerras se iba complicando.

Finalmente, para alcanzar en el terreno psicológico la mismas metas que había alcanzado en el bélico, Luis XIV devolvió buena parte de sus conquistas. Por el Tratado de Ryswick, Carlos II recuperó Cataluña y las principales ciudades de los Países Bajos, si bien reconoció, entre otras cosas, la soberanía francesa sobre la parte occidental de la isla de Santo Domingo. El negocio colonial a largo plazo, era quizás más valioso que algunos territorios fronterizos, que tarde o temprano se independizarían de los Borbón.

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Con todo, Carlos II seguía sin tener descendientes y la cuestión seguía constituyendo un grave problema ante la variedad de pretendientes. La línea genealógica apuntaba al Delfín de Francia, como sabemos, hijo de la hermana mayor de Carlos II, pero había otros pretendientes.

A) Austria propone al Archiduque Carlos, para recuperar la herencia Habsburgo. Leopoldo I, su padre, también era hijo de una española, Mariana de Austria, hermana de Felipe IV.

B) Luis XIV –que no desea que Austria recupere el imperio de Carlos V, propone a su nieto Felipe de Anjou. No es necesario recordar que Luis era hijo y esposo de infantas españolas.

C) El protagonista del drama, Carlos II, intentando evitar un peligroso crecimiento, tanto de Francia, como de Austria, propone una vía intermedia en la persona de José Fernando de Baviera, nieto de su hermana María Teresa, nacido en 1692.

Cuando Carlos II nombraba Príncipe de Asturias a este último, los pretendientes desestimados negociaron entre sí, y se repartieron los Estados españoles. 

Para el Archiduque, el Milanesado y para el Gran Delfín: Nápoles, Sicilia, Toscana y Cerdeña. José Fernando de Baviera, por último, recibiría la España peninsular con los Países Bajos Españoles y las Colonias.

Pero el pretendiente de Baviera murió en 1699, con sólo siete años. Su desaparición cambiaba el panorama diseñado por el anterior reparto, que ahora requería cambios tajantes, todo ello, no hace falta decirlo, a espaldas de la Corona de España. 

Archiduque Carlos: España, Países Bajos españoles y Colonias.
Leopoldo I, Duque de Lorena: Milanesado.
Gran Delfín: Nápoles, Sicilia, Toscana, Guipúzcoa y Lorena.

Ante semejante alternativa de división y reparto, Carlos II –las devoluciones de Luis XIV por la Paz de Ryswick, 1695, fructificaban ahora-, decidió que la mejor forma de mantener sus territorios unidos, era legárselos a Felipe de Anjou, cuyo abuelo, había demostrado su inteligencia táctica y, con ello, su sobrada capacidad para proteger y mantener unidas las propiedades de su nieto.
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El Tratado de Ryswick -Holanda- dio fin a la Guerra de los Nueve Años en la que Francia se enfrentaba, contra España, Inglaterra, las Provincias Unidas y el Imperio.

Fue firmado en dos partes: la primera el 20 de septiembre de 1697 entre Francia, España, Inglaterra y las Provincias Unidas; y la segunda, el 30 de octubre de 1697 entre Francia y el Sacro Imperio Romano Germánico.

Al principio no se alcanzó ningún resultado, de modo que, en junio, Guillermo III de Inglaterra y Luis XIV de Francia, designaron sendos diplomáticos, que debían seguir parlamentando en privado: Juan Guillermo Bentinck, conde de Portland, y el mariscal Boufflers, que no tardaron en redactar un acuerdo, que, en principio, no aceptaron ni Leopoldo I ni Carlos II, aunque este último, tardó poco en ceder. El 20 de septiembre se firmaba el tratado entre Francia, Inglaterra, España y las Provincias Unidas.

Guillermo III recomendó la participación a Leopoldo I, que aceptó, dando lugar al segundo tratado entre Francia y el Imperio, el 30 de octubre siguiente.

En primer lugar, se debían devolver todas las ciudades conquistados desde la Paz de Nimega (1678): Francia entregó Friburgo, Breisach y Philippsburg al Imperio, pero retuvo Estrasburgo, aunque también devolvió el Ducado de Lorena -después de retenerlo muchos años-, a Leopoldo José, hijo de Carlos V de Lorena.

Por otra parte, Francia recibía Pondicherry de las Provincias Unidas, previo pago de 16 000 monedas de oro, y, recuperó Nueva Escocia.

España recuperó la Cataluña invadida por los franceses, y las fortalezas de Mons, Luxemburgo y Courtrai. 

Las Provincias Unidas conservaban algunas de las principales fortalezas en los Países Bajos Españoles, en lo que sería Bélgica, incluyendo Namur e Yprès. 

Luis XIV también aceptó reconocer a Guillermo III como rey de Inglaterra y prometió no ayudar a Jacobo II. Renunció a su constante injerencia en el obispado de Colonia y tampoco volvería a reclamar lo que consideraba “su parte” del Palatinado Renano.

Ratificación de Tratado por S.M. Católica. 8 de Octubre de 1697.

Don Carlos, por la gracia de Dios, Rey de las Españas, etc. Habiendo concurrido en el Castillo de Ryswick en la Provincia de Holanda Don Francisco Bernardo de Quirós, de mi Consejo de Castilla, y Don Luis Alejandro Jeokart, Conde de Tirimont, de mi Consejo Supremo de Flandes, y de los de Estado, y Privado de los mismos países, con los Ministros del Rey Cristianísimo, mi muy charo, y muy amado hermano, y Primo, con Ordenes, y Poderes de uno, y otro, cada uno por lo que le tocaba, para los Tratados de la Paz, y ejecutádolo en la forma, y manera que se contiene en el Tratado que irá aquí inserto de palabra a palabra, cuya conclusión se ajustó, y firmó por los dichos Ministros de una, y otra parte en 20 de Septiembre de este presente año de 1697, el cual es como se sigue.

...apruebo, y ratifico todo lo contenido en él, y cada punto en particular de los que contiene, y doy por bueno, firme, y valedero por la presente, prometiendo en fe, y palabra de Rey.

Ratificación del Artículo separado del Tratado de S.M. Católica. 11 de Octubre de 1697.

Por cuanto por los Artículos X y XXIII del Tratado de Paz concluido en Ryswick en Holanda a 20 de Septiembre de 1697, entre los Embajadores [...] se convino, que se nombrarían Comisarios de ambas partes, así para reglar a cual de los dos Señores Reyes deberán quedar, y pertenecer las Ciudades, Villas, Lugares o Aldeas, o algunas de ellas, comprendidas en la Lista de Excepción adjunta a dicho Tratado, como para hacer el cambio de los lugares, que pueden estar situados en los Países de la Dominación de una u otra Corona, y para fijar la porción que cada uno de dichos Señores Reyes deberá pagar de las rentas hipotecadas sobre la Generalidad de las Provincias, de que posee una parte S. M. Cristianísima y otra S. M. Católica: [...] después de haber tenido muchas Conferencias, han convenido, en virtud de sus Poderes, en los Artículos y condiciones siguientes...

Hecho, y asentado así bajo el beneplácito de sus Majestades Cristianísima y Católica. En Lila a 3 de Diciembre de 1699. 
         DUGUÉ DE BAGNOLS VOISIN.
                       EL CONDE DE TIRIMONTO. BRUCHOVEM.

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A partir de 1696, la salud del rey de España decayó ostensiblemente. Tres años después, aparecía completamente agotado, padeciendo fuertes dolores de cabeza y alucinaciones. En 1700 apenas podía mantenerse en pie sin ayuda y hablaba con dificultad.

El día 1 de noviembre de 1700, a media mañana, fallecía, Carlos II, cinco días antes de cumplir los 39 años.

 —Tres días antes había nombrado una Junta de Gobierno al frente de la cual figuraba el cardenal Portocarrero—.

Con él desparecía la dinastía de los Habsburgo, Austria para España. Iniciada con Carlos I, en 1500, se agotaba con su homónimo, Carlos II, en 1700, con los reinados sucesivos de Felipe II, III y IV entre ambos.

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El testamento de Carlos II fue publicado en Madrid, el día 2 de noviembre de 1700 y llegó a Fontainebleau el día 9.

Reconociendo, conforme a diversas consultas de ministro de Estado y Justicia, que la razón en que se funda la renuncia de las señoras doña Ana y doña María Teresa, reinas de Francia, mi tía y mi hermana, a la sucesión de estos reinos, fue evitar el perjuicio de unirse a la Corona de Francia; y reconociendo que, viniendo a cesar este motivo fundamental, subsiste el derecho de la sucesión en el pariente más inmediato, conforme a las leyes de estos Reinos, y que hoy se verifica este caso en el hijo segundo del Delfín de Francia: por tanto, arreglándome a dichas leyes, declaro ser mi sucesor, en caso de que Dios me lleve sin dejar hijos, al Duque de Anjou, hijo segundo del Delfín, y como tal le llamo a la sucesión de todos mis Reinos y dominios, sin excepción de ninguna parte de ellos. Y mando y ordeno a todos mis súbditos y vasallos de todos mis Reinos y señoríos que en el caso referido de que Dios me lleve sin sucesión legítima le tengan y reconozcan por su rey y señor natural, y se le dé luego, y sin la menor dilación, la posesión actual, precediendo el juramento que debe hacer de observar las leyes, fueros y costumbres de dichos mis Reinos y señoríos.




Firma de Carlos II


Su contenido preocupó a Inglaterra, enfadó a Austria e inquietó a Luis XIV, que, a pesar de que tuvo que volverse atrás de sus acuerdos de “partición”, decidió aceptarlo oficialmente, el día 16. Su nieto, Felipe de Anjou, se convertía en el rey Felipe V, primer Borbón en el trono de España.

Nuestro pensamiento se aplicará cada día a restablecer, por una paz inviolable, la monarquía de España al más alto grado de gloria que haya alcanzado jamás. Aceptamos en favor de nuestro nieto el duque d'Anjou el testamento del difunto rey católico.





Firma de Luis XIV


Proclamación de Felipe V como Rey de España en el Palacio de Versalles (Francia) el 16 de noviembre de 1700. Pintura de François Gérard. Château de Chambord.


-Señores, aquí tenéis al rey de España.Dijo Luis XIV.

Acto seguido, se dirigió a su nieto:

-Sé buen español, ése es tu primer deber, pero acuérdate de que has nacido francés, y mantén la unión entre las dos naciones; tal es el camino de hacerlas felices y mantener la paz de Europa.

La frase alarmó a todos los embajadores, y por supuesto, al cardenal Portocarrero —ya que transgredía el testamento de Carlos II, que prohibía expresamente la unión de las dos coronas—, y la sensación se volvió más amenazadora cuando el embajador español comunicó al cardenal la famosa frase que más tarde le había dicho Luis XIV durante la entrevista que mantuvieron el mismo día de la presentación de Felipe V.

-Ya no hay Pirineos; dos naciones, que de tanto tiempo a esta parte han disputado la preferencia, no harán en adelante más de un solo pueblo.

El marqués de Torcy, su Ministro de Asuntos Exteriores, para calmar los ánimos y, seguramente, para dar tiempo al rey Luis, hizo saber que las Coronas de Francia y España permanecerían separadas, pero a principios de febrero del año siguiente, el Parlamento de París anunciaba que Felipe V conservaba su derecho al trono de Francia. Leopoldo I se negó a aceptar la posibilidad de mantener aquella unión de Coronas y, acto seguido, denunció la validez del testamento de Carlos II.

Prácticamente era una declaración de guerra; la de Sucesión, que se extendería desde 1701 hasta 1714, entre los partidarios del Archiduque Carlos, al que apoyaban, Austria, Inglaterra, Portugal, Las Provincias Unidas, Prusia, Saboya y Hannover, y los de Felipe V, que, sostenido por Francia y Baviera, se impondría finalmente, con el testamento en una mano, y la victoria en la otra.
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Entradas anteriores:


2.- Enrique IV de Borbón, rey de Francia y Navarra
3.- Luis XIII de Borbón-Francia, el Justo
4.- Luis XIV, Las Frondas
5.- Luis XIV Monarca efectivo
6.- Luis XIV Política Exterior, Guerras
7.- La Corte de Felipe IV y el nacimiento de Carlos II





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