miércoles, 19 de septiembre de 2018

Reinado de Felipe V • Guerra de Sucesión ● La Dinastía Borbón en España


Felipe V en 1701. Jean Ranc. MNP

Felipe V fue ungido como rey en Toledo por el cardenal Portocarrero y proclamado por las Cortes de Castilla, el 8 de mayo de 1701 en el Real Monasterio de San Jerónimo de Madrid.

R. M. San Jerónimo. Madrid

El 17 de septiembre Felipe V juró los Fueros del reino de Aragón y el 4 de octubre de 1701, las Constituciones Catalanas en Barcelona. 

Ya en Madrid, por recomendación del embajador francés Marqués de Harcourt, nombró un Consejo de Despacho; órgano superior de gobierno de la Monarquía, del que formaban parte, además del propio rey, el cardenal Portocarrero -ya presidente de la Junta de Gobierno durante el reinado de Carlos II-; Manuel Arias, presidente del Consejo de Castilla, y Antonio de Ubilla, Secretario del Despacho Universal. Sobre ellos, el omnipresente embajador francés, Harcourt, nombrado por Luis XIV, que iba a actuar como el verdadero dueño de España, como señaló la historiadora Janine Fayard y como toda Europa sospechaba.

Ya entonces, una especie de caricatura popular, mostraba al rey guiado por el cardenal Portocarrero y el embajador de Francia, duque de Harcourt, en la que podía leerse: anda, niño, anda, porque el cardenal lo manda.

En junio de 1701 Luis envió también a la corte de Madrid a Jean Orry para que se ocupara de la Hacienda de la Monarquía, pero, sobre todo, para negociar -sin consultarle-, la boda del rey con María Luisa Gabriela de Saboya, que, sin más esperas, se celebró, por poderes, mientras Felipe V permanecía en Barcelona por exigencia de las Cortes.

Luisa Gabriela de Saboya, c.1712. Miguel Jacinto Meléndez. Museo Lázaro Galdiano

Luisa Gabriela, que aún no tenía 14 años, comprendió al rey desde el primer momento, con los consejos y la ayuda de la famosa Princesa de los Ursinos, Marie-Anne de La Trémoille, por entonces de unos 60 años, y que previamente había sido nombrada camarera mayor, también por deseo del monarca francés.

La Trémoille mantenía correspondencia con Madame de Maintenon –la dama de Luis XIV-, mientras que éste la mantenía regularmente con su nieto, al cual envió 400 cartas entre 1701 y 1715, en las que más que “aconsejar” como decía, al rey de España, le daba órdenes clarísimas sobre lo que debía hacer en cada momento, evidentemente, con vistas a su propio engrandecimiento y a sus planes coloniales para el reino de Francia, a costa de la Corona española, a cuyo respecto, él mismo escribiría, ya en plena Guerra de Sucesión: el principal objeto de la guerra presente, es el comercio de Indias y de las riquezas que producen. Así, los puertos de la América española serían pacíficamente invadidos por cientos de navíos franceses.

La principal consecuencia de semejante actitud fue la concesión del Asiento de Negros —el monopolio de la trata de esclavos con América— a la Compagnie de Guinée, el 27 de agosto de 1701 —de la que Luis XIV y Felipe V poseían el 50 % del capital— El rey de Francia también recibió el privilegio de extraer oro, plata y otras mercancías, libres de impuestos, de los puertos donde vendía los esclavos.

De hecho, buena parte de los investigadores, consideran que tal abuso fue el desencadenante de la Guerra de Sucesión, pues desde el primer momento, la actitud de Luis XIV provocó la formación de la llamada Gran Alianza Antiborbónica, creada el 20 de enero de 1701.

Al igual que los historiadores, algunos contemporáneos, especialmente ingleses y holandeses, inmediatamente vieron una amenaza en el hecho de que Francia se apropiara del comercio español con América. Su proyecto para debilitar la posición del monarca francés, era apoyar las aspiraciones del segundo hijo del emperador Leopoldo I, el Archiduque Carlos, al trono español.

Del mismo modo y por las mismas razones, el 7 de septiembre de 1701 se firmó el Tratado de La Haya por el que se conformó la llamada Gran Alianza, entre Austria, Inglaterra, las Provincias Unidas de los Países Bajos, Prusia y la mayor parte de los estados alemanes. 

Todos acordes, declararon la guerra a Luis XIV y a Felipe V, en mayo de 1702, uniéndose a ellos Portugal y Saboya, el año siguiente.

En principio, la guerra se produjo en las fronteras de Francia con los Aliados, pero después pasaron al suelo peninsular español, provocando una división o diferente guerra, ahora de carácter civil, entre los partidarios del rey coronado –Castilla-, y los del pretendiente austriaco –Corona de Aragón-, cuyos Fueros desaparecerían por esta causa, en 1707.

La entrada en la Gran Alianza de Saboya y Portugal reforzó las aspiraciones de la Casa de Austria, que el 12 de septiembre de 1703 proclamó formalmente al archiduque Carlos de Austria, como rey Carlos III de España, siendo reconocido de inmediato por Inglaterra y Holanda. 

Se creaba la anómala situación de la convivencia formal de reyes en el mismo trono; el de España.

Inglaterra, que pretendía el dominio del mar desde mucho tiempo atrás, esperaba que ambos contendientes de destruyeran entre sí, para entrar más tranquilamente en el reparto del ansiado Imperio Colonial. 

En Cataluña la actitud favorable a la causa del de Austria se debió en parte, al mal recuerdo que guardaba de los franceses desde que por la Paz de los Pirineos (1659) perdieron Rosellón, con la ciudad de Perpiñán, que fueron entregadas a la corona francesa. Sospechaban que nunca las recuperarían con un Borbón en el trono. Por otra parte, como es sabido, la Casa de Austria siempre había respetado sus Constituciones.

Veamos un brevísimo resumen de esta Guerra, llamada de Sucesión; 1701-1714.
● ● ●

Retrato del archiduque Carlos ante el puerto de Barcelona, de Frans van Stampart, Museo de Historia del Arte de Viena (Kunsthistorisches).

Para el 25 de abril de 1707 un ejército aliado anglo-luso-holandés presentó batalla a las tropas borbónicas en la llanura de Almansa sin conocimiento de los importantes refuerzos que éstos últimos habían recibido. Así, la victoria borbónica en aquella batalla fue importante, aunque no decisiva para el final de la guerra. 

El ejército aliado se retiró y las fuerzas borbónicas recuperaron Valencia, Alcoy Denia, (8 de mayo), y Zaragoza (26 de mayo). El 20 de junio cayó Játiva, que fue incendiada. Lérida fue tomada por asalto el 14 de octubre. Las consecuencias políticas de la batalla de Almansa fueron, pues, importantes. 

Se abolieron los Fueros de Valencia y los de Aragón mediante el Decreto de Nueva Planta. A pesar del envío de un ejército por el hermano del archiduque Carlos, posteriormente cayeron también Tortosa, en julio de 1708 y Alicante, en abril de 1709.
● ● ●

Pero la euforia duró poco. Los triunfos terrestres de la casa de Borbón eran contrarrestados por los triunfos marítimos debidos a la superioridad naval anglo-holandesa. En ese mismo año 1708 se perdió la plaza de Orán y las islas de Cerdeña y Menorca. Además, la guerra en Europa le iba mal a Luis XIV y sus enemigos le habían puesto al borde del colapso militar. Había enviado una expedición desastrosa con la intención de restaurar a los Estuardo en Escocia y en la batalla de Oudenarde (julio de 1708) sufrió una derrota aplastante y perdió la ciudad de Lille

Así, a principios de 1709 se produjo en Francia una grave crisis económica y financiera que mermó enormemente sus posibilidades de seguir combatiendo, por lo que Luis XIV envió a su ministro de Estado, el marqués de Torcy, a La Haya para que negociara el final de la guerra. 

De este modo, se llegó al acuerdo llamado Preliminares de La Haya, que contenía 42 puntos, pero fue rechazado por Luis XIV ya que se le imponían unas condiciones que consideraba humillantes, como el reconocimiento del archiduque Carlos como rey de España con el nombre de Carlos III y, además, colaborar con los aliados para desalojar del trono a su nieto Felipe de Borbón si éste se negaba a abandonarlo pasados de dos meses del preacuerdo.

Evidentemente, Felipe V no estaba dispuesto a abandonar voluntariamente el trono de España y así se lo comunicó su embajador Michael-Jean Amelot que había intentado convencerle de que se contentase con algunos territorios para evitar la pérdida de la monarquía entera. 

Con todo, Luis XIV ordenó a sus tropas que abandonaran España, excepto 25 batallones, porque como él mismo dijo: he rechazado la proposición odiosa de contribuir a desposeerlo [a Felipe V] de su reino; pero si continúo dándole los medios para mantenerse en él, hago la paz imposible.

La retirada de sus tropas de España permitió a Luis XIV concentrarse en la defensa de las fronteras de su propio reino amenazado en el norte por el avance de los aliados en los Países Bajos Españoles. En su nombre, el mariscal Villars se enfrentó el 11 de septiembre de 1709 a las tropas aliadas al mando del duque de Marlborough en la batalla de Malplaquet, en la que, a pesar de que los aliados se impusieron, sufrieron muchas más bajas que los franceses, que terminaron por hablar de una gloriosa derrota, que les permitió resistir, aunque ya no pudieron impedir que Marlborough tomara Mons el 23 de octubre, apoderándose del control completo de los Países Bajos Españoles.

Felipe V, aconsejado por la reina saboyana, reaccionó frente a Luis XIV, haciendo jurar a su heredero y recabando independencia total para regir España: 

Tiempo hace que estoy resuelto y nada hay en el mundo que pueda hacerme variar. Ya que Dios ciñó mis sienes con la Corona de España, la conservaré y la defenderé mientras me quede en las venas una gota de sangre; es un deber que me imponen mi conciencia, mi honor y el amor que a mis súbditos profeso.

Felipe V exigió a su abuelo la destitución de su embajador en España y rompió relaciones con el Papado, ya que, en contra de sus derechos, había reconocido al archiduque Carlos de Austria; en consecuencia, clausuró el Tribunal de la Rota y expulsó al nuncio en Madrid. 

A principios de 1710 hubo un nuevo intento de alcanzar un acuerdo entre los aliados y Luis XIV en las conversaciones de Geertruidenberg, pero también fracasaron. 

Lo que, en realidad conduciría al Tratado de Utrecht que puso fin a la Guerra de Sucesión española fueron las negociaciones secretas que inició poco después Luis XIV con el gobierno británico, a espaldas de Felipe V, como en las dos ocasiones anteriores. 
• • •

En 1710 en Europa se estaban preparando silenciosamente para la gran negociación de la paz, mientras las campañas militares seguían exclusivamente en España. 

En la primavera de aquel año, el ejército del archiduque Carlos inició una campaña desde Cataluña para intentar ocupar Madrid por segunda vez. 

El 27 de julio el ejército aliado derrotaba a los borbónicos en la batalla de Almenar y el 20 de agosto al ejército del marqués de Bay en la batalla de Zaragoza provocaba la fuga de las tropas borbónicas, tomando, a pesar de ello, un gran número de prisioneros. Aragón volvía así al poder del Austria, por lo que Carlos III cumplió su promesa y restableció los Fueros abolidos por el Decreto de Nueva Planta de 1707. 

Finalmente, el Archiduque Carlos entraba de nuevo en Madrid el 28 de septiembre. Felipe V y la corte se habían retirado a Valladolid, donde permaneció un mes. Al parecer, cuando el archiduque hizo aquella segunda entrada en Madrid, dijo: Esta ciudad es un desierto.

Pero la situación creada fue muy breve ya que los aliados abandonaron Madrid a finales de octubre, al mismo tiempo que se organizaban ejércitos de voluntarios por campos y ciudades de Castilla, como cuerpos francos. 

Luis XIV, por su parte, desengañado de sus relaciones con los aliados, envió al duque de Vendôme con quien, en una nueva campaña, Felipe V, que marchaba y acampaba con su ejército, volvió a entrar por tercera vez en Madrid el 3 de diciembre, en medio del fervor general, hasta el punto de que el propio Vendôme declaró: Jamás vi tal lealtad del pueblo con su rey. 

El archiduque había iniciado la retirada en dirección a Aragón para invernar en Barcelona. Felipe V salió tras él con sus tropas, provocando así la batalla de Brihuega, que capituló en pocas horas, quedando 4000 prisioneros para el Borbón. Poco después, en la madrugada del 10 de diciembre se produjo un nuevo encuentro en Villaviciosa, que determinó en una tarde con la destrucción total del ejército del de Austria. 

Estas victorias evidenciaron, además, que el pueblo castellano colaboraba de forma casi apasionada con Felipe V, lo que convenció a los asistentes de la Gran Alianza de La Haya de que tendrían gravísimas dificultades para ganar la guerra en España, y que. aun alzándose con la victoria, nunca contarían con el apoyo popular. 

Felipe V siguió entonces hacia Zaragoza, que se rindió sin lucha el 4 de enero de 1711. Un ejército francés estaba preparado en Perpignan, preparado para cruzar los Pirineos eintervenir en Cataluña.

Tras las victorias borbónicos de Brihuega y de Villaviciosa, la guerra en suelo peninsular dio un vuelco decisivo a favor de Felipe V. El general francés Vendôme fue aclamado en Madrid, al grito de: ¡Viva Vendôme nuestro libertador!

Por otra parte, el hecho de que Luis XIV hubiera anunciado que dejaría de apoyar militarmente a Felipe V, animó al gobierno británico, Tory, nuevo desde 1710, que proyectaba acabar cuanto antes con aquella guerra.

El Rey Sol, se refirió al Animoso: Mi alegría ha sido inmensa... el giro decisivo de toda la guerra de Sucesión; el trono de mi nieto al fin asegurado, el archiduque desanimado... el partido moderado de Londres confirmado en su deseo de paz...
• • •

Luis XIV y sus herederos (hacia 1710). De izquierda a derecha: Luis, duque de Bretaña, sujeto por un lazo, disputando la pelota a un perrito; el Gran Delfín, hijo de Luis XIV; Luis XIV, sentado, y Luis duque de Borgoña, hijo del Gran Delfín y padre del duque de Bretaña.

El 17 de abril de 1711 moría el emperador José I de Habsburgo; su sucesor era el Archiduque Carlos. 

Sólo tres días antes había fallecido también Luis de Francia, el Gran Delfín, padre de Felipe V, que se acercaba a su vez a la sucesión de Luis XIV, aunque todavía vivía su hermano mayor, el Duque de Borgoña y el hijo de este, un niño débil a quien todos auguraban una vida breve, Luis, duque de Anjou, tras dejar Felipe este ducado vacante, si bien sería este el que reinaría como Luis XV. 

En todo caso, estos fallecimientos daban un nuevo giro a la situación sobre el plano de las nuevas herencias: la posible unión de España con Austria en la persona del archiduque parecía ser más peligrosa para el Reino Unido y Holanda que la unión España-Francia, pues la primera, equivaldría a la reaparición de un bloque que, con Carlos V, había sido tan poderoso. En consecuencia, todos trataron de acelerar las conversaciones de paz, dentro del reconocimiento de Felipe V como mejor opción.

La agotada Francia condicionó también favorablemente la disposición de Luis XIV, que decidió pactar con Inglaterra. Unilateralmente, en secreto, y a espaldas de Felipe V, entregaría a Inglaterra, Gibraltar, Menorca, otorgándole además notables ventajas en el comercio colonial, si reconocía a Felipe V.

Pero las conversaciones oficiales al respecto, se iniciaron en Utrecht en enero de 1712, sin que España fuese invitada a las mismas en principio. 

Entretanto, en febrero de 1712 murió el duque de Borgoña, quedando sólo el Gran Delfín Luis, al que todos consideraban como incapaz. Luis XIV pensó de nuevo en Felipe V como regente, pero Inglaterra puso como condición indispensable para la paz, que las Coronas de España y Francia se mantuvieran separadas.

Felipe V no dudó en hacer pública su decisión. El 9 de noviembre de 1712 pronunció ante las Cortes su renuncia a sus derechos al trono francés, mientras los príncipes franceses hacían lo mismo respecto al español, ante el parlamento de París, con lo que quedaba superado el último obstáculo para la deseada paz.

El Tratado de Utrecht

El 11 de abril de 1713 se firmó el primer Tratado de Utrecht entre la Monarquía de Gran Bretaña y otros estados aliados y la Monarquía de Francia, que tuvo como consecuencia la partición de los estados de la Monarquía Hispánica que el anterior monarca, Carlos II había querido evitar. 

Los Países Bajos católicos, el reino de Nápoles, Cerdeña y el ducado de Milán quedaron en manos del ahora ya emperador Carlos VI del Sacro Imperio Romano Germánico. 

El reino de Sicilia pasó al duque de Saboya, que en 1718 lo intercambiaría con Carlos VI por la isla de Cerdeña.

El 10 de julio se firmó un segundo Tratado de Utrecht entre las Monarquías de Gran Bretaña y de España según el cual Menorca y Gibraltar pasaban a la Corona británica —la Monarquía de Francia ya le había cedido en América la Isla de Terranova, la Acadia, la isla de San Cristóbal, en las Antillas, y los territorios de la bahía de Hudson—. A esto hay que añadir los privilegios que obtuvo Gran Bretaña en el mercado de esclavos, mediante el derecho de asiento, y el navío de permiso, en las Indias españolas. 

El Imperio Austria se había quedado fuera de esta paz, ya que Carlos VI no renunciaba al trono español, y la emperatriz austríaca seguía en Barcelona. 

Carlos VI del S.I.R.G., renunciaría finalmente a sus pretensiones en dos fases, primero con la paz entre el Imperio y la Monarquía de Francia en el Tratado de Rastatt el 6 de mayo de 1714, confirmado en el Tratado de Baden de septiembre, y, definitivamente, por el Tratado de Viena (1725), firmado por los plenipotenciarios de Felipe V y Carlos VI. 

Como consecuencia de este último tratado pudieron volver a España y recuperar sus bienes los nobles austracistas que se había exiliado en Viena, entre los que se encontraba el duque de Uceda y los condes de Galve, Cifuentes, Oropesa y Haro
• • •

Gran Bretaña puede considerarse en cierto sentido, como vencedora de esta guerra, ya que se hizo con estratégicas posesiones coloniales y puertos marítimos que constituyeron la base de su futura supremacía.

El ducado de Saboya se amplió como Reino de Piamonte. 

El Electorado de Brandeburgo se convirtió en el Reino de Prusia. 

Las posesiones italianas del Imperio español pasaron a manos del emperador austríaco Carlos VI, aunque España recuperaría el Reino de Nápoles en 1734. tras la batalla de Bitonto, durante la Guerra de Sucesión polaca. 

España perdió también Orán y Mazalquivir, que en 1708 pasaron al Imperio otomano, ya que, a causa de la guerra, no pudieron ser allí enviadas tropas, pues estaban combatiendo en Europa. 

Castillo de Cardona, último reducto de la resistencia austracista en Cataluña.

Para proceder a su coronación como emperador Carlos VI, el archiduque tuvo que abandonar España, dejando como regente a su esposa, Isabel Cristina de Brunswick. Cataluña esperaba que sus leyes e instituciones fuesen preservadas tras el Pacto de Génova de 1705, que fue firmado por los representantes del Principado y de la reina Ana de Inglaterra. 

Pero, cuando en 1712 comenzaron las negociaciones de paz en Utrecht, Gran Bretaña planteó a Felipe V el "caso de los catalanes" y le pidió que conservase los Fueros, a lo cual éste se negó, aunque prometió una amnistía general. Los ingleses no insistieron, puesto que tenían prisa por que se efectuase la firma del tratado, para poder disponer de las enormes ventajas que le proporcionaba. Al conocer este acuerdo, y presionada por Gran Bretaña, Austria accedió secretamente a suscribir un armisticio en Italia y confirmó el convenio sobre la evacuación de sus tropas de Cataluña. 

Finalmente, la emperatriz también se embarcó en marzo de 1713, oficialmente para asegurar la sucesión del trono austríaco, quedando como virrey el príncipe Starhemberg, en realidad con la única misión de negociar una capitulación en las mejores condiciones posibles, aunque ni siquiera esto se consiguió dado que Felipe V no aceptó el mantenimiento de los Fueros catalanes. 

Por otra parte, el Tratado de Utrecht únicamente había incluido una cláusula por la que Felipe concedía una amnistía general a los catalanes y les aseguraba los mismos privilegios que a sus súbditos castellanos, pero ni uno más. 

En marzo de 1714 se firmó el Tratado de Rastatt, confirmado en septiembre por el Tratado de Baden, que supuso el abandono definitivo de Carlos VI. 

El ya emperador envió una carta a la Diputación General de Cataluña en la que explicaba que había firmado el tratado de Rastatt obligado por las circunstancias, pero que mantenía el título de Rey de España. 

Asalto final sobre Barcelona del 11 de septiembre de 1714

Felipe V, tras superar la muerte de su mujer, volvió a exigir la rendición de Barcelona mediante un asedio de dos meses, que seguía a un bloqueo marítimo de nueve meses. 

El 11 de septiembre de 1714 el mariscal de Berwick ordenó el asalto, pero la defensa de los catalanes fue «obstinada y feroz», en palabras del marqués de San Felipe.

Finalmente, el 12 de septiembre se firmó la capitulación de Barcelona y el 13 de septiembre las tropas borbónicas ocuparon la ciudad. 

● ● ●

James Fitz-James (1670-1734), hijo ilegítimo del rey Jacobo II de Inglaterra y primer duque de Berwick. Francisco Jover y Casanova. Museo del Prado

El duque de Berwick llevaba unas instrucciones precisas de Felipe V sobre el trato que debía dar a los resistentes cuando la ciudad cayera:

Se merecen ser sometidos al máximo rigor según las leyes de la guerra para que sirva de ejemplo para todos mis otros súbditos que, a semejanza suya, persisten en la rebelión.

A pesar de que pensaba, según lo que dejó escrito en sus Memorias, que aquella orden era desmesurada y poco cristiana —y que sólo se explicaba porque los ministros de Felipe V consideraban que todos los rebeldes debían ser pasados a cuchillo y que quienes no habían manifestado su repulsa contra el archiduque debían ser tenidos por enemigos—, el duque de Berwick la cumplió desde el momento en que efectuó su entrada en Barcelona, el 13 de septiembre.

El 16 de septiembre, sólo cuatro días después de la capitulación de Barcelona, el duque de Berwick comunicaba a sus representantes la disolución de las Cortes catalanas y de las tres instituciones que formaban los Tres Comunes de Cataluña, el Brazo militar de Cataluña, la Diputación General de Cataluña y el Consejo de Ciento. Asimismo, suprimía el cargo de virrey de Cataluña y de gobernador, la Audiencia de Barcelona, los veguers y el resto de organismos del poder real. En cuanto a los municipios, los cargos de consellers, jurats y paers fueron ocupados por personas de probada fidelidad a la causa felipista y a finales de 1715 se impuso definitivamente la organización borbónica. 

Felipe V aplicó un conjunto de medidas contra los austracistas que afectaron sobre todo a los Estados de la Corona de Aragón, esencialmente, a causa de la confiscación de bienes y propiedades. 

La derrota en la guerra y la represión borbónica provocaron el exilio de miles de austracistas, que se considera como el primer exilio político de la historia de España. 

De parte de los exiliados se ocupó, por orden del emperador Carlos VI, el Consejo Supremo de España, creado en la corte de Viena a finales de 1713, cuya ayuda consistió en el establecimiento de rentas y pensiones.

Familia de Felipe V en 1723, de Jean Ranc. MNP

De izquierda a derecha: El futuro rey Fernando VI; Felipe V; el también futuro rey Luis I; Felipe, futuro duque de Parma; Isabel Farnesio; un retrato de la infanta Mariana Victoria, comprometida en Francia con Luis XV; y finalmente, Carlos III.

Retrato de Felipe V: de Jean Ranc, en 1735, MNP

Retrato de Felipe V, de Jean Ranc, en 1739
● ● ●

Concluido este repaso a la guerra, necesaria y voluntariamente breve, ya que sus detalles pueden ser fácilmente consultados, pasamos a un aspecto de gran interés, como es el análisis personal o, más bien, emocional, de algunos personajes, empezando, sin duda, por Felipe V, que ofrecen un panorama bien diverso y completamente ajeno a lo que fue el desarrollo y desenlace bélico, aunque resultara relativamente victorioso para él, que, sin embargo, emprendía por entonces una terrible deriva personal.
● ● ●

Felipe de Anjou había llegado a Madrid el 17 de febrero de 1701, donde fue recibido con inmensa alegría. 

Fue conocido como El Animoso, pero no por las virtudes que, la definición de esta palabra aparecen en el diccionario, es decir, valeroso o esforzado, sino porque tenía notorios y llamativos cambios de ánimo, o de humor, que hoy se definen como un comportamiento maníaco depresivo, o como “trastorno bipolar” además de padecer el llamado “delirio de negación de Cotard”, algo que, le hacía creer que era una rana y comportarse como si lo fuera. Todo lo cual, apareció y se agravó con el paso del tiempo.

Al parecer, en principio, su aspecto, no sólo era agradable, sino, incluso, atractivo; sonriente, rubio y con los ojos azules, además de su apariencia atlética; pero todo ello no alcanzaba a encubrir su carácter melancólico y depresivo, ya evidente en su juventud, pues incluso sus consejeros más próximos, muy pronto advirtieron la sorprendente rapidez con que pasaba de la euforia a la depresión.

La mañana del 4 de octubre de 1717, de pronto, Felipe V sufrió un ataque de histeria cuando salió a cabalgar: creía que el sol le atacaba. Aunque el carácter del primer Rey de la dinastía Borbón siempre había oscilado con preocupante rapidez, nada hacía prever el comportamiento extraño de aquel día. 

A partir de entonces, el Rey inició un lento viaje hacia la locura extrema. No se dejaba cortar por nadie el cabello ni las uñas porque pensaba que sus males aumentarían. Así, las uñas de los pies le crecieron tanto que llegó un momento que ya no podía ni andar. Creía que no tenía brazos ni piernas. Y que era una rana. (ABC, 21.2.2015).

Se dice asimismo que era abúlico e inseguro; tal vez, porque él nunca había pensado en convertirse en rey, y se vio obligado a aceptar tal honor por imposición de su abuelo, el indefinible Luis XIV, que era el que, en realidad, quería disponer de la soberanía española, como lo hizo, aunque no precisamente en beneficio de los nuevos súbditos de su nieto.

Según parece, sus depresiones ya se hicieron evidentes en el curso de algunas batallas de la Guerra de Sucesión que tuvo que afrontar antes de asentarse definitivamente en el trono. 

Por otra parte, un muchacho que venía del esplendoroso Versalles, se vio obligado a residir en el Alcázar de Madrid, reconstruido y decorado por Felipe II, con una mentalidad absolutamente opuesta a la suya.

También se dice que su comportamiento recordaba “al de su madre María Ana Victoria de Baviera, la cual pasó la mayor parte de su estancia en el Palacio de Versalles encerrada en sus aposentos a causa de una persistente depresión.”

Además, o quizás fue también a causa del control familiar que sufría, teniendo que aceptar las decisiones que venían de Francia, sin dejarle ni un respiro para tomar alguna decisión personal. Lo cierto es que Felipe V se aburría, pero a todo lo dicho hay que añadir dos nuevos e importantes elementos: por una parte, su afición desmedida al sexo y, por otra, una formación basada en terribles temores de carácter religioso, es decir, el miedo vital al castigo eterno, que le llevaba a pedir confesión un día tras otro.

María Luisa Gabriela de Saboya

Su primera mujer, María-Luisa Gabriela de Saboya, que tenía 14 años cuando se casó, parece ser que no creó ningún problema relacionado con “las exigencias de un hombre muy fogoso en el lecho real”, pero falleció en 1714, dejando dos herederos varones, que serían reyes como Luis I y Fernando VI, pero sí parece que fue precisamente su desaparición, la que marcó de forma definitiva la salud mental del rey.

A partir de entonces, sus variaciones anímicas solían aparecer acompañadas de fuertes dolores de cabeza, astenias y trastornos gástricos en los que seguramente intervenía también una evidente hipocondría.

Siete meses después del fallecimiento de María Luisa, Felipe V se casó con Isabel Farnesio de Parma, sobre la cual convergieron sus irrefrenables apetitos sexuales, y una alta dependencia afectiva, a pesar, o, quizás a causa del carácter férreo y autoritario de ella; una dependencia que, en todo caso, convirtió al rey en la sombra permanente de su esposa.

Entre otras obsesiones, Felipe V empezó a creer que tanto sus ropas como las de su esposa emitían una luz extraña, que consideró demoníaca, por lo que ordenó que, en adelante, su vestimenta fuera elaborada exclusivamente por monjas, más apropiadas que nadie para evitar aquel brillo diabólico. Aun así, una vez que estrenaba una prenda, ya no se la quitaba hasta que se hacía jirones, aunque propiamente, tampoco las estrenaba, si su esposa no lo había llevado antes.

A partir de 1728 Felipe VI empezó a dormir de día y a vivir de noche, aunque no solo, pues estableció la práctica de convocar a sus ministros a partir de la medianoche.

De acuerdo con el análisis realizado por el médico psiquiatra, Francisco Alonso para la Real Academia de Medicina, fue desde 1726 a 1746, cuando aparecieron los peores y más violentos síntomas de la enfermedad, seguramente a causa de su fallida abdicación, debida a la temprana muerte de su hijo Luis I –casado con Luisa Isabel de Orleans-.

Luis I y Luisa Isabel de Orleans, ambos retratos de Jean Ranc. MNP

Durante el brevísimo reinado de Luis I, Felipe V e Isabel Farnesio se trasladaron al palacio de La Granja, donde recibieron la noticia de la enfermedad y el fallecimiento del nuevo rey. Se imponía la sucesión del segundo hijo –Fernando VI-, pero la reina se las arregló para lograr, en contra de todo principio sucesorio, que su esposo volviera a ocupar el trono del que había abdicado. Naturalmente, Felipe V. obedeció.

Pero su decadencia seguía y, con ella, los graves delirios, según los cuales, había momentos en los que creía que carecía de piernas o brazos; a veces. que estaba muerto, o como ya hemos dicho, que era una rana y saltaba entre las fuentes del palacio. A menudo cantaba o sencillamente gritaba fuertemente y se mordía a sí mismo, o mordía a otros. 

Vivía inmerso en la suciedad y no se dejaba cortar el pelo ni las uñas, porque en ambos casos temía que le arrebatarían las energías. Aun así, en ocasiones, llegada su fase más aguda, amenazaba con escapar, por lo que se hizo necesario poner una guardia permanente en su puerta.

Entre tanto, la reina tomaba todas las decisiones que firmaba como: “El Rey y Yo”.

Finalmente, cuando Felipe V falleció, su hijo, del primer matrimonio, y heredero, Fernando VI, -rey desde 1746 hasta 1759-, ordenó a Isabel de Farnesio, en principio, que abandonara el palacio real y se fuera a vivir a la casa de los duques de Osuna, para más tarde, ordenar su destierro.

Cabe señalar al respecto que, Isabel de Farnesio nunca sintió afecto alguno, sino todo lo contrario, por los hijos del primer matrimonio de su esposo, expresando, al parecer y, con frecuencia, su desprecio hacia la madre de estos, María Luisa Gabriela de Saboya.

• • •

Ya en 1724, las Cortes de Castilla habían proclamado a Fernando Príncipe de Asturias, aunque su madrastra impidió su asistencia a las reuniones del Consejo de Estado, tal como le correspondía hacerlo como heredero.

En enero de 1729, Fernando se casó en Badajoz con Bárbara de Bragança. Bárbara había recibido una excelente educación y tenía un extraordinario dominio de la música además de varios idiomas. Tenía marcas de viruela y parece que era más bien gruesa, pero su buen carácter era su máximo atractivo.

Fernando VI, de Van Loo y Bárbara de Bragança, de Jean Ranc. MNP

A partir de 1733 Isabel de Farnesio tuvo que admitirlos en la Corte, pero les impuso un férreo aislamiento por el cual no podían salir ni comer en público. Pero los papeles se cambiaron a la muerte de Felipe V, convirtiéndose la madrastra en la ignorada y aislada.

A pesar de todo, como una especie de marca del destino, Fernando no podía tener hijos, por lo que tras intentar las reformas que había iniciado su padre y mantener la paz por todos los medios posibles, confió en la sucesión de su medio hermano el futuro Carlos III.

Desgraciadamente, Fernando VI también estaba condenado a sufrir de demencia durante sus últimos años.

Probablemente, el punto de partida fue el fallecimiento de su esposa, Bárbara de Bragança, el 27 de agosto de 1758. Empezaba el “año sin rey”.

De acuerdo con un reciente estudio médico, realizado a partir de una reconstrucción hecha desde el fallecimiento de Bárbara de Bragança, parece ser que, ya sin esperar a la celebración de los funerales, Fernando se fue a cazar al castillo de Villaviciosa de Odón y que allí se quedó a vivir; los primeros días, aparentemente, incluso, contento. 

Sin embargo, ya en septiembre, empezó a mostrarse agresivo y a deprimirse ante la continua idea de la muerte, que llegaría a convertirse en una obsesión.

De acuerdo con Andrés Piquer, médico de Cámara de don Fernando: «Padecía unos temores sumos, creyendo que cada momento se moría, ya porque se sentía ahogar, ya porque le destrozaban interiormente, ya porque le iba a dar un accidente [...]».


Discurso sobre la enfermedad del Rey nuestro Señor D. Fernando VI 
(que Dios guarde) escrito por D. Andrés Piquer, médico de Cámara de S. M. 
Ms. en la Biblioteca del Excmo. Sr. Duque de Osuna). CODOIN, XVIII: págs.156-221


Después siguió la falta de interés por todo, el insomnio, la falta de higiene, etc., llegando en su trastorno, quizás más lejos que su padre, porque mordía a la gente y, en ocasiones pretendía estar muerto y ser sólo un fantasma. 

De acuerdo con el testimonio del médico citado, «Se enfurecía con vehemencia, airándose hasta el punto de ejecutar cosas muy impropias a su bondad y a su carácter». se negaba a dormir en una cama, improvisando cada noche una fila de sillas como lecho.

El único medio de suavizar –no de curar-. su estado, en muchas ocasiones, era el opio, que naturalmente, tampoco impidió su decadencia final. 

A la vista de su estado, el Conde de Valparaíso redactó un testamento, fechado el día 10 de diciembre de 1758, en el que Fernando no participó, y que, desde luego, tampoco firmó, pero dicen que dijo que estaba de acuerdo con su contenido.

Felipe V en 1743. Van Loo. Palacio de Riofrío

Se habla de varios intentos frustrados de suicidio, y de continuas agresiones a las que nadie se atrevía a poner freno, dada la sacralización de la persona real.

Informado Carlos III, el primer hijo de Isabel de Farnesio, entonces rey de Nápoles y Sicilia, recomendó que el enfermo fuera reducido con violencia respetuosa; algo que nadie entendió cómo podía llevarse a cabo, por ejemplo, cuando agredía a un cortesano, para el cual era absolutamente imposible, ya no sólo responder a S.M. de la misma forma, sino ni siquiera, intentar frenarlo de alguna manera, ante la imposibilidad de tocarlo.

Pero el año siguiente, prácticamente tuvo que pasarlo acostado. Se mostraba incapaz de ordenar sus ideas y apenas podía hablar con alguna coherencia.

Para entonces, ante su desaparición del plano público, la gente había tomado conciencia de lo que estaba pasando, a pesar de que todo procuraba mantenerse en secreto. Se conservan unos versillos que corrieron por la corte:

«Si el Rey no tiene cura
¿a qué esperáis o qué hacéis?
Muy presto cumplirá un año
Que sin ver a vuestro rey
Os sujetáis a una ley
Hija de un continuo engaño»

Fernando VI falleció el 10 de agosto de 1759, cuando tenía 46 años.

Carlos III se convertía en heredero de la Corona de España.

(Fuente: ABC Historia, 29/03/2017).
***


No hay comentarios:

Publicar un comentario