Flaubert, de E. Giraud. Palais de Versailles
Je retrouve toutes mes origines dans le livre que je savais par coeur avant de savoir lire, Don Quichotte.
Todas mis raíces se encuentran en el libro que me sabía de memoria, antes de aprender a leer, Don Quijote.
Una vida sin sobresaltos, que sólo se vio alterada por el proceso abierto contra su obra maestra, Madame Bovary.- por offenses à la morale publique et à la religion; ofensas a la moral pública, etc. Un incidente que a Flaubert no le molestó especialmente ni afectó a su seguridad, pero sí a sus nervios, a causa de la estrechez de miras que, en su opinión contenía el alegato del Ministère Public y porque el escándalo subsiguiente aumentó de forma considerable el éxito del libro, cuya valoración él había confiado, sincera y exclusivamente a su calidad literaria.
Aunque escribió muchísimas cartas, Flaubert nunca declaró nada sobre sí mismo para que fuera publicado; si alguna vez dijo aquello de “Emma c’est moi”; ¡Emma soy yo!, –frase exclamatoria casi desesperada, que hoy se considera apócrifa–, no se sabe, pero, en cierto modo, se diría que el autor y su protagonista, tenían en común más de lo que parece; el rechazo a la mediocridad y a una rutina hecha de mezquinas apariencias. La diferencia –insalvable– entre ambos, reside en la especie de solución que el personaje literario asumió erróneamente y que no hizo sino certificar su fracaso y hacer más penosa su existencia: ¿un amor ideal? ¿una vida de ensueño? Cierto que en su tiempo y en su medio ambiente, aquella mujer carecía totalmente de alternativas y de los alicientes que reclamaba su inquieta fantasía, pero, de acuerdo con algunas declaraciones de Flaubert, el dègoût –más que desagrado- hacia su entorno social, tanto en el autor como en su protagonista literaria, tienen raíces similares. Aquella mujer nunca existió, tal como Flaubert repitió muchas veces, pero todo lo que había en torno a ella, sí existió y fue exhaustivamente descrito por el novelista.
Lo cierto, aunque esto tenga algo de aleatorio, es que no hay dudas sobre el hecho de que Madame Bovary figura desde su aparición entre las obras maestras de la Historia de la Literatura, al lado de Dante, Homero, Shakespeare o Cervantes, por cierto, de cuya absoluta devoción por parte de Flaubert, no cabe la menor duda.
Parece pues, tarea inútil intentar elaborar una biografía propiamente dicha, de un autor, cuando él mismo jamás tuvo el menor interés en que su vida transcendiera: -El artista debe arreglárselas de modo que haga creer a la posteridad que nunca existió– escribió a Louise Colet, en carta del 27 de marzo de 1852–, pero, dado que es necesario colocar al genial creador sobre un fondo concreto, creo que nos servirá de mucho elaborar un pequeño cuadro del momento histórico que le tocó vivir, completarlo con algunos trazos que representen a los interesantísimos personajes del mundo literario con los que mantuvo relaciones amistosas y, ¿por qué no? también alguna pincelada sobre sus amores; todo ello puede servir para desentrañar algo de este eterno e incansable buscador de le mot juste; la palabra exacta.
Para tener una idea aproximada de la exigente necesidad de perfección de Flaubert, resultan muy ilustrativas las imágenes de algunas hojas de su manuscrito de Madame Bovary.
Fotografías de la Université de Rouen, Centre Flaubert.
Estas hojas transcritas –a menudo, casi interpretadas, con un esfuerzo inapreciable-, revelan un trabajo concienzudo y una escrupulosa labor de retoque sin fin; Cuando haya terminado la novela, dentro de un año, te llevaré el manuscrito completo, por curiosidad. Entonces verás por medio de qué complicada mecánica consigo hacer una frase. Gustave Flaubert à Louise Colet (15 abril 1852).
Flaubert había nacido en 1821 en Rouen, una ciudad que acoge bellas iglesias y torreones de trágica memoria.
El muelle de París, en Rouen con la Catedral. K. Bosboon. Rijksmuseum.
La Torre de Louis-Philippe, donde Juana de Arco esperó ser conducida a la hoguera.
Antigua capital de Normandía –escribió el autor a su amigo Ernest Chevalier, en el otoño de 1843-, que tiene hermosas iglesias y estúpidos habitantes; la detesto, la odio, y reclamo sobre ella todas las maldiciones del cielo, porque me vio nacer.
***
Madame Bovary se publicó por entregas entre octubre y diciembre de 1856. Cuatro años antes, Napoleón III había reinstaurado el Imperio, ante la imposibilidad legal de ser reelegido presidente del gobierno. Durante el llamado II Imperio se produjeron notables avances de carácter económico, aunque el ambiente político era muy inestable, como en toda Europa. El nuevo emperador se marcó una línea de actuación acorde con los tiempos, que osciló entre romántica, liberal, socialista utópica, tradicional y antirrevolucionaria, en función de la cual dirigió su política. En principio y, entre otras medidas, restringió mucho la libertad de expresión, pero, con el tiempo fue evolucionando hacia fórmulas más liberales, más próximas a un sistema parlamentario, y más sociales, reconociendo, incluso el derecho de huelga entre sus reformas.
Tras su participación victoriosa en la Guerra de Crimea entre 1854-56, se alineó a favor de los italianos en contra de Austria, algo que disgustó enormemente a su esposa, porque además, Austria fue la derrotada en 1859. Después se lanzó a una intervención en Méjico, junto con Inglaterra y España, que posteriormente retiraron sus fuerzas, terminando Napoleón vencido en solitario en la batalla de Puebla, en 1862. En 1870, durante la guerra franco-prusiana, fue asimismo derrotado y hecho prisionero en Sedán; unos días después, se instauraba la Tercera República y Napoleón III era depuesto, pasando a vivir en el exilio, en Inglaterra, hasta su fallecimiento, en 1873.
Napoleón III (Museo Napoleónico, Roma) y Eugenia de Montijo
(Musée d’Orsay), ambos, retratos de Franz Xaver Winterhalter.
Louis-Napoléon se casó con Eugenia de Montijo, hija del noble español Cipriano Palafox y Portocarrero, Grande de España y militar liberal al servicio de José Bonaparte. Tildado de afrancesado, fue muy amigo de Prosper Merimée.
Palafox, Conde de Montijo.
Una tarde subíamos al Sacromonte –contaba Eugenia de Montijo-, y varias gitanas nos acosaron pidiendo limosna. Una de ellas quiso decirme la buena ventura. Mi aya no la dejaba pero ella insistió:
–Aunque no me muestre la mano, yo sé que esta niña será más que reina…
Estas palabras quedaron grabadas en mi mente. Cuál no sería mi sorpresa cuando años más tarde, en París, el abate Boudinet, reputado quiromante, durante una fiesta insistió en leerme las líneas de la mano y luego me confió, asombrado:
–¡He visto en su diestra una corona imperial!
Napoleón y Eugenia tuvieron un hijo, Louis Napoleón, que murió en Sudáfrica en 1879, a los veintitrés años, al caer en una emboscada cuando participaba en la guerra anglo-zulú. La Emperatriz falleció en 1920, en el Palacio de Liria, en Madrid, cuando se encontraba de viaje en España, visitando a su hermana María Francisca, Duquesa de Alba consorte.
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Hacía, pues, un año, que había terminado la guerra de Crimea, cuando se inició el proceso contra Madame Bovary, entre el 29 de enero y el 7 de febrero de 1857.
De acuerdo con Yvan Leclerc, el año 1857 pasaría a los anales a causa de los procesos iniciados contra dos de los autores más representativos de la Literatura francesa: con un breve intervalo, Flaubert y Baudelaire comparecieron como acusados ante la Sala Sexta del Tribunal Correccional del Sena, por ultraje a la moral pública y religiosa y a las buenas costumbres, frente al mismo Procurador Imperial, Ernest Pinard. Madame Bovary resultó absuelto, y con la novela, el autor, los editores y hasta el impresor, que también fueron acusados, pero Les Fleurs du mal fue condenado; si bien, ambos procesos, se basaron en la misma incriminación: exceso de realismo.
Flaubert fue consciente desde el primer momento, de que estaba escribiendo un libro que escandalizaría a una parte de los lectores. Antes del proceso, ya había tenido diferencias con los editores a los que estuvo a punto de denunciar él mismo; Maxime Du Camp y Laurent–Pichat, directores de la Revue de París, creían que era necesario hacer algunos cortes, porque la obra les parecía embrouillée y con escenas muy largas. En este sentido Flaubert, ya había eliminado partes del texto original, pero no se mostró dispuesto a aceptar más alteraciones.
Finalmente consiguió que los fragmentos censurados fueran restablecidos y, así, el manuscrito del copista muestra las sucesivas intervenciones del autor y sus editores–censores; las correcciones hechas por Flaubert a los errores de los copistas; los fragmentos eliminados voluntariamente y, por último, las tachaduras de Laurent–Pichat, perfectamente identificadas por las anotaciones de Flaubert al margen, recuperando su texto original, aunque a veces, con variantes, debidas a que, algunas partes habían quedado ilegibles.
Estatua de Flaubert ante al Hospital Hôtel Dieu de Rouen
A pesar de haber empeñado su palabra, los editores se echaron atrás ante la célebre scène du fiacre, por temor a la policía correccional. Presionado –aunque no convencido en absoluto–, por este argumento, Flaubert aceptó la supresión a condición de que la misma fuera advertida en una nota. Aún así, la entrega de la última parte de la novela, correspondiente al 15 de diciembre, apareció con nuevos recortes. Flaubert pensó en denunciar a la revista, pero más tarde se conformó con que publicaran una nota de protesta redactada por él.
Apunta Yvan Leclerc, que posiblemente fue aquella nota de protesta la que atrajo la atención del Ministerio del Interior, puesto que la Revue de Paris estaba bajo vigilancia a causa de sus simpatías republicanas –había recibido ya dos condenas por sendos artículos de carácter político y la tercera supondría el cierre definitivo-. Du Camp advirtió a su amigo que se abriría una instrucción judicial en diciembre de 1856. La correspondencia de Flaubert revela cómo movilizó a todas sus amistades familiares, mientras que su abogado intentaba conseguir la protección de la Corte Imperial. Buscó asimismo el apoyo de algunos de los críticos más famosos del momento, como Lamartine o Saint–Beuve, quienes habían mostrado gran aprecio por su obra.
Efectivamente, el proceso tuvo lugar el día 29 de enero de 1857. Flaubert hizo mecanografiar los textos completos de la fiscalía y de la defensa, gracias a lo cual se han conservado íntegros.
Pese a que se vieron obligados a sostener posiciones contrarias en el proceso, tanto el procurador imperial, Pinard, como el abogado de Flaubert, Jules Senard, compartían los mismos principios morales.
Pinard –tras contar prácticamente la novela–, se centró en algunos puntos concretos, es decir, aquellos en los que decía encontrar el color lascive de la novela y acusó a Flaubert haber dotado de belleza la actitud desafiante y delictiva de su heroína, así como de mezclar supuesta y voluntariamente lo sagrado con lo profano en el texto.
Jules Senard evocó la pertenencia del autor a una familia muy respetada, explicando que su novela predicaba por el contra-ejemplo, ya que el suicidio de la protagonista, probaba suficientemente el castigo del vicio.
La sentencia se hizo pública el 7 de febrero siguiente; Flaubert fue absuelto, pero duramente recriminado por su vulgar realismo, a menudo, grosero; no obstante, la novela pudo pasar a las librerías, sin censuras, obteniendo un sonoro e inmediato éxito, que, si bien podría satisfacer al autor, más bien le disgustó, porque, sin lugar a dudas, habría preferido ser reconocido por la calidad de su arte literario y no por el escándalo provocado por el juicio.
Curiosamente –y esto es una sensación personal–, a lo largo del breve proceso, en ocasiones parece que la persona juzgada es la propia Mme. Bovary, pero lo más llamativo es que la acusación repitió mucho, que lo verdaderamente grave del asunto era que el libro estaba muy bien escrito.
Marie Sophie Leroyer de Chantepie, una amiga de Flaubert, nacida en 1800, que publicó algunas novelas y artículos periodísticos, y fue corresponsal de George Sand, escribió sobre Madame Bovary:
Este es quizás el mejor elogio que puedo hacerle, ningún autor me ha hecho tanto daño, y lamento haber terminado esta lectura; creo que me voy a volver loca. ¡Ah! Señor Flaubert, ¿dónde ha adquirido tan perfecto conocimiento de la naturaleza humana; es el escalpelo aplicado al corazón, al alma; es ¡ay!, el mundo en toda su vileza. La correspondencia entre ella y Flaubert prosiguió hasta la muerte del autor, que la llamaba, Señorita y querida Colega.
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Flaubert disfrutó en su vida de la amistad, entre otros muchos, de algunos de los grandes olímpicos de las Letras del momento: George Sand; Ivan Tourgueneff; Jules y Edmond Goncourt, Emile Zola o Guy de Maupassant.
George Sand 1804 – 1876
Aurore Dupin, nació en 1804. Su padre, oficial del Imperio, murió cuando ella tenía 4 años, por lo que pasó la infancia con su abuela en Nohant, excepto un par de años en París. Se casó con el Barón Dudevant en 1822, pero lo abandonó y se instaló en París, con sus hijos Maurice y Solange en 1831.
Conoció a Jules Sandeau, y con él escribió su primer libro: Rose et Blanche, las novelas que siguieron, las firmó ya con seudónimo y obtuvieron una crítica muy favorable, así, Indiana, Valentine, y Lélia. Sand defiende a la mujer frente a una sociedad opresiva y reclama para ella el derecho a la pasión.
En 1834 inició un romance muy accidentado con Alfred de Musset, con el que emprendería un viaje a Venecia, aunque allí le abandonó por el doctor Pagello, episodio que contó en Elle et Lui. También se hizo famoso su viaje a Mallorca con Frédéric Chopin, con el que vivió casi diez años.
Cuando colaboraba en la Revue des deux Mondes, se unió a personajes demócratas y utopistas, como Barbès, Arago, Louis Blanc o Bakunin, al mismo tiempo que, influida por la obra de Rousseau, defendió el pensamiento de Lamennais.
En 1848 celebró la caída de Louis-Philippe. Poco después, convertida en la Bonne Dame de Nohant, hizo amistad con Flaubert, Sainte-Beuve, Michelet, Théophile Gautier, etc. y dirigió hasta el final de su vida numerosas obras de teatro. Flaubert escribió para ella Un coeur simple, pero George Sand murió antes de que la obra estuviera terminada.
Flaubert, que personalmente me quiere con todo su corazón, no me quiere tantísimo literariamente; no cree que yo esté en el buen camino y no es el único de mis amigos que me considera más benefactora que artista.
George Sand a Hippolyte Taine. 5 abril de 1872.
Ivan Tourgueneff
Estudió en Moscú y San Petersburgo; pasó tres años en Berlín; visitó Roma y volvió a Rusia a los 23 años, convencido de la superioridad de Occidente. Empezó escribiendo poesía, pero muy pronto se decidió por la prosa. En 1843 conoció a la cantante Pauline Viardot, a la que se entregó con una pasión intensa, no siempre correspondida, durante cuarenta años.
Después de la guerra de 1870, se construyór una casa en Bougival, cerca de los Viardot y fue entonces cuando se hizo amigo de Flaubert, quien le llamaba Le bon Moscove. En Bougival permaneció hasta su muerte, no sin haber hecho frecuentes viajes a Rusia. Entre sus obras se recuerdan especialmente, Relatos de un cazador, Diario de un hombre superfluo, Padres e Hijos, Primer Amor, Tierra Virgen y el Canto del Amor Triunfal, que dedicó a Flaubert.
Edmond y Jules de Goncourt, 1822 – 1896 et 1830 – 1870
Fundaron la Academia que ha perpetuado su nombre, en la que Edmond se ocupaba de los planes y Jules del estilo. Escribieron una primera novela: En 1.8…, que parecía referirse al día del golpe de Estado de Napoleón III. Después se dedicaron a la investigación histórica, para volver, finalmente, a la novela. Llegaron a escribir seis entre los dos, hasta la muerte de Jules después de sufrir una enfermedad mental. Edmond prosiguió en solitario su Journal littéraire, una fuente irremplazable sobre las Artes en la época y un compendio de recuerdos y anécdotas, no siempre muy amables con las personas a las que se refiere –incluido Flaubert–, y cuya versión completa no apareció hasta 1958.
16 de marzo de 1860
Hoy en día reconocemos que hay barreras entre nosotros y Flaubert. Hay en él un fondo de provinciano amanerado. Vagamente se adivina que ha hecho todos esos grandes viajes, un poco para sorprender a los ruaneses. Tiene una inteligencia gruesa y pesada como su cuerpo. Las finezas no parecen conmoverle. Es sobre todo sensible a la gran caja de las frases. Hay muy pocas ideas en su conversación y siempre las presenta ruidosa y solemnemente. Su mente es como su voz, declamatoria. las historias, las figuras que tanto estima, huelen a fósiles de subprefectura. Lleva chalecos blancos de hace diez años…
Ayer fue a ver un montón de medallas en la Biblioteca; hoy ha ido a ver el gabinete de mineralogía del Jardin des Plantes; ha leído los tres volúmenes de Flournel sobre las minas de Argelia y, de todo eso no escribirá quizás ni una palabra en su novela: Porque soy un hombre –dice- que necesita descorchar cincuenta botellas de vino, para beber un vaso de agua coloreada.
Es burdo, excesivo y sin ligereza en todo lo que hace; en broma y en serio. Le falta encanto a sus alegrías de buey.
Emile Zola ofrece certera visión de Gustave Flaubert:
Flaubert es un normando de anchas espaldas, que tiene algo de niño y algo de gigante. Vive en soledad casi completa, pasando los meses de invierno en París y trabajando el resto del año en una propiedad que tiene cerca de Rouen, a la orilla del Sena.
Me reprocho incluso los detalles íntimos que doy aquí; Flaubert está entero en sus libros y es inútil buscar en otra parte. No tiene pasiones; ni coleccionar, ni cazar, ni pescar; escribe libros y nada más. Ha entrado en la literatura como antaño se entraba en una orden, para recibir allí todas sus alegrías y morir allí mismo. Y así se ha enclaustrado, dedicando diez años a escribir un libro que vive durante todas las horas del día; llevándolo todo al libro, respirando, comiendo y bebiendo por ese libro. No conozco a nadie que merezca más el título de escritor; él ha entregado la existencia entera a su arte. Hay que buscarlo, pues, únicamente en sus obras. Este hombre, que vive como un buen burgués, no dejaría pasar ni una nota, ni una explicación interesante.
Tiene el trabajo de un benedictino. Sólo procede sobre notas precisas de las que él mismo ha verificado la exactitud; si se trata de una investigación en obras especiales, se condena a frecuentar durante semanas las bibliotecas, hasta que encuentra la información deseada. Para escribir, por ejemplo, diez páginas, el episodio de la novela en el que pondrá en escena a personajes que se dedican a la agricultura, no se echará para atrás ante la pesadez de leer veinte, treinta volúmenes, que traten de la materia; irá a peguntar a hombres competentes y llevará las cosas hasta a visitar campos de cultivo, para no abordar su episodio, sino con pleno conocimiento de causa.
Esta consciencia es uno de los rasgos característicos del talento de Flaubert, que parece no querer deber nada a su imaginación. Cuando describe, no sacrifica ni una palabra a la prisa del momento, y esta probidad literaria viene de su ardiente deseo de perfección, que es, en suma, toda su personalidad. Se niega a cometer un error por ligero que sea; necesita decir que su obra es justa, completa y definitiva.
Incluso una tarea que le hiciera muy desgraciado, le perseguiría con remordimientos, como si hubiera cometido una mala acción, y no se tranquiliza hasta que está convencido de la verdad exacta de todos los detalles contenidos en su escrito. En todo cree haber dicho la última palabra.
Se comprende así la fatal lentitud con la que procede y explica como siendo tan gran trabajador, sólo ha producido cuatro obras, que han aparecido con largos intervalos: Madame Bovary en 1856; Salambó en 1863; La Educación sentimental, en 1869 y La Tentación de San Antonio, en 1874; en esta última, trabajó más de veinte años, sin llegar a sentirse satisfecho hasta rehacer cuatro o cinco veces, pasajes enteros.
Antes de escribir la primera palabra de un libro, ya tiene, en notas clasificadas y etiquetadas, el equivalente a cinco o seis volúmenes. Frecuentemente, de una página entera de informes, no toma más que una línea. Creo que redacta de una vez y relativamente rápido, un cierto número de páginas; un tramo completo, pero después vuelve sobre palabras dejadas en blanco, sobre frases poco felices y es entonces cuando se entretiene en las negligencias más ligeras y se empeña en buscar la expresión que huye. Ese primer intento, no es, pues, sino una especie de borrador. Después trabaja en ella durante semanas, intentando que la página salga de sus manos como mármol grabado para siempre, de una pureza absoluta y que se tenga en pie por sí misma durante siglos.
Es el sueño, el tormento, la necesidad, lo que le hace discutir largamente sobre cada coma, y lo que durante meses le hace ocuparse de un término impropio, hasta que tiene la victoriosa alegría de remplazarlo por la palabra exacta –le mot juste-.
No parece que Cervantes corrigiera mucho lo que escribía y, teniendo en cuenta que nunca pisó la Universidad y que tenía que ganarse la vida, habrá que deducir que, siendo él el modelo de Flaubert, tenía, sin embargo, la habilidad, en cierto modo infusa, de la creación inmediata, al contrario que su gran admirador; una especie de Sísifo, condenado a rehacer eternamente sus textos.
No parece que Cervantes corrigiera mucho lo que escribía y, teniendo en cuenta que nunca pisó la Universidad y que tenía que ganarse la vida, habrá que deducir que, siendo él el modelo de Flaubert, tenía, sin embargo, la habilidad, en cierto modo infusa, de la creación inmediata, al contrario que su gran admirador; una especie de Sísifo, condenado a rehacer eternamente sus textos.
Guy de Maupassant
Más que amigo, fue discípulo de Flaubert, seguramente, a causa de la diferencia de edad. Maupassant empezó a colaborar como cronista en varios periódicos antes de escribir Boule de Suif, o Bel-Ami.
Flaubert le escribió: Ahora hablemos de usted. Se queja del culo de las mujeres porque dice que es monótono, pero el remedio es bien sencillo, olvídelo.
Hay que observar las cosas de cerca. ¿Ha creído usted alguna vez en la existencia de las cosas? ¿Todo es una ilusión? Sólo son ciertas las “relaciones”, es decir, la manera en la que percibimos los objetos. Busque y encontrará, querido amigo. Me parece usted agobiado y su preocupación me aflige, porque podría emplear el tiempo de forma más agradable. Es preciso, ¿me comprende?, es preciso trabajar más. ¡Demasiadas putas!, sí, señor: usted ha nacido para hacer versos, pues ¡hágalos! Vive en un infierno de mierda; lo sé y lo lamento desde el fondo de mi corazón. ¿De qué le sirve recrearse en la tristeza? Tiene que plantarse cara a usted mismo con un poco más de orgullo.
La vida debe ser considerada como un medio, nada más, y la primera persona a la que uno debe su futuro, es a sí mismo.
A Guy de Maupassant. 15 de agosto de 1878
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En cuanto a sus amores, para terminar con esta rara especie de biografía, existe una frase de Flaubert acerca de este tema, que no sabemos bien cómo interpretar: J'ai eu plus de concupiscence que je n'ai de cheveux perdus. He tenido más concupiscencia que cabellos he perdido. Quiero decir que, de acuerdo con los datos de que disponemos, o bien el genial escritor era algo fantasma, o verdaderamente, no llegó a perder demasiado pelo. La verdad es que de todos los amores que se le adjudican, probablemente el único real fue el de Louise Colet, y aún así, parece envuelto en una actitud radicalmente reacia por parte del autor, a intentar siquiera crear una relación estable con ella.
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Elisa Schlesinger
Nacida en el otoño de 1810, Elisa Foucault se casó a los 19 años, al salir del convento, con el Subteniente Judée, quien, en circunstancias que no conocemos, se fue a África, pero cuando volvió a Francia, en 1839, no intentó siquiera volver a ver a su mujer. Sí se sabe, que tras la partida del marido, ella vivió con Maurice Schlessinger, editor de música y de una Gazette et Revue Musicale, en la que colaboraba Berlioz.
Siendo Flaubert muy jovencito, la conoció en Trouville, en el verano de 1836 y se enamoró de ella inmediatamente, tal como contaría en Memorias de un Loco; Elisa ha pasado a la historia como su gran amor incumplido, al que el autor se refirió diciendo: Todos tenemos una cámara real en el corazón; yo la proscribí, pero no se ha destruido.
Flaubert visitó a la pareja Schlessinger en París cada vez que iba a la ciudad, hasta 1842, después fue distanciando las visitas hasta que en 1852 viajó a Alemania; a partir de entonces, el contacto entre ellos fue muy irregular e infrecuente. Flaubert vio a Elisa por última vez en Mantes en 1867 y probablemente nunca supo que terminó su vida en un asilo.
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Eulalie Foucaud De Langlade
Lo poco que se sabe de ella procede de algunas cartas de Flaubert, en las que dice que la conoció en Marsella en 1840, cuando se dirigía a Córcega. Parece que fue una breve aventura sexual, y que mantuvieron correspondencia algún tiempo, pero después se pierde todo rastro de ella, aunque de acuerdo con las cartas, en alguna ocasión, al pasar por Marsella, Flaubert volvió a la casa donde se habían encontrado en aquellas breves y lejanas ocasiones.
Ire a ver a Mme. Foucaud –Eulalie Delanglade-, y va a ser algo especialmente amargo y falso, sobre todo si la encuentro estropeada, como me imagino. Alguien diría: va a ser una gran desilusión, pero es una falsedad decir que la poesía vive de ilusiones, como si la desilusión no fuera cien veces más poética por sí misma.
A su amigo Alfred Le Poittevin. 2 avril 1845.
He vuelto a ver en Marsella la famosa casa donde hace 18 años, besé a Mme. Foucaud. Todo ha cambiado. La planta baja es un bazar y en la primera hay una peluquería donde he ido a hacerme la barba un par de veces. Te ahorraré las reflexiones “chatobrianescas” sobre la brevedad de la vida; la caída de las hojas, de los cabellos…
A Louis Bouilhet. 23 avril 1858.
Louise Colet 1810-1876
Nacida en Aix-en-Provence, Louise Révoil se casó, en 1835 con el flautista Hippolyte Colet, profesor del Conservatorio de París. Políticamente liberal y muy ambiciosa, abrió un salón al que asistían las figuras del mundo literario –algunos de los cuales, –Alfred De Musset o Alfred de Vigny–, fueron amantes suyos.
Publicó novelas y textos autobiográficos, entre los cuales cuenta -parece que a su manera-, la larga y tormentosa relación que mantuvo con Flaubert, al que con cierta frecuencia dejaba de ver. Así, durante el período comprendido entre los años 1846 a 1855, Flaubert le envió docenas de cartas de gran calidad en su contenido referido a la literatura. Louise murió en 1876 un poco olvidada.
Te amo como nunca he amado y como no volveré a amar. Estás y permanecerás sola y sin comparación con ninguna otra. Tenemos un pacto que es independiente de nosotros; ¿no he hecho yo todo lo posible para dejarte? ¿No te has propuesto tú amar a otros? Hemos llegado el uno al otro porque estábamos hechos el uno para el otro. Yo te amo con todo lo que me queda de corazón y sólo quisiera amarte más para hacerte más feliz, aunque te hago sufrir; yo, que no deseo otra cosa que el cumplimiento de tus deseos.
A Louise Colet. 21 août 1853.
Jamás he mentido. ¿Dónde están los juramentos que he violado y las cosas que he dicho y no he mantenido? ¿Qué es lo que ha cambiado en mi si no eres tú? Sabes que ya no soy un adolescente y que siempre lo he lamentado por ti. ¿Cómo quieres que un hombre cegado por el arte, como yo lo estoy, continuamente hambriento de un ideal que nunca alcanzo, cuya sensibilidad está más afilada que una cuchilla de afeitar… cómo quieres que te ame con un corazón de veinte años…?
A Louise Colet. 14 décembre 1853.
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Kuchiuk-Hanem era una prostituta egipcia a la que Flaubert conoció en su viaje con Maxime du Camp en 1850 y de la que guardó un recuerdo casi sentimental, a pesar de negarlo en sus cartas a Louise Colet. Nos dijimos muchas cosas tiernas, nos abrazamos hasta el final, de una manera triste y amorosa.
A Louis Bouilhet. 13 mars 1850.
Cinco o seis años después de la supuesta aventura, Flaubert pasó un día por la casa de Kuchiuk-Hanem; la encontró envejecida y convaleciente y le aseguró que volvería al día siguiente, pero no lo hizo.
La Princesa Mathilde, Mathilde-Létizia Wilhelmine Bonaparte.
Franz Xaver Winterhalter
Hija del hermano menor de Napoleón, Jerome, rey de Westfalia, nació en 1820 y se educó en Roma y Florencia. Se casó en 1841 con el príncipe ruso Anatole Demidov de San Donato, pero se separó cuatro años después. Mantuvo en París un salón al que asistían escritores, cualesquiera que fueran sus preferencias políticas, como Flaubert, Gautier, los Goncourt, Sainte-Beuve, Renan, Taine, etc. Ayudó a Pasteur y protegió a Gounod.
Tras la caída del Imperio en 1870 se refugió en Bélgica, pero terminó por volver a Francia, donde fallecería, en 1904. Al parecer, Flaubert se enamoró de ella sin atreverse a decírselo nunca.
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Juliet Herbert, fue, seguramente, el último de sus amores, y del que no se supo nada hasta hace poco tiempo, ya que la sobrina de Flaubert eliminó todas las referencias a su persona en la Correspondencia y también porque Flaubert, había actuado muy discretamente en este caso, ya que Juliet era la institutriz de otra sobrina suya en Croisset. Sólo hay constancia de que en 1865 la visitó en Inglaterra y existen alusiones a otros encuentros hasta 1880, pero no hay más detalles en ningún sentido.
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Escribió Flaubert que, en su infancia vio muchas veces a su padre diseccionando cadáveres y que tal visión le hizo perder, tanto el aprecio a la vida como el temor a la muerte; tal vez esto define a un autor esencial, que, humanamente pudo ser, o no, otra Emma.
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