lunes, 20 de abril de 2015

Felipe III de Austria, El Piadoso • Primera Parte


Cuando Felipe II viajó a Aragón en enero de 1585 para asistir a la boda de su hija Catalina Micaela, a quien después acompañó hasta su embarque en el puerto de Barcelona, pasó algunos de los días más tristes de su vida. Para empezar, Catalina Micaela no estaba de acuerdo con el novio elegido por su padre, y así se lo hizo saber, causándole un disgusto del que difícilmente pudo consolarse hasta pasados unos meses, cuando la Infanta empezó a escribirle cartas regularmente desde su nueva residencia en los estados italianos de Carlos Manuel de Saboya.

Catalina Micaela. Obra de A. Sánchez Coello, fechada el año de su boda. Hermitage.

Consta que Catalina rechazó elocuentemente el gran regalo que Felipe le ofreció antes de partir; una bandeja llena de perlas, de las que ella sólo tomó tres, diciendo que consideraba que eran suficientes para la condición de su esposo. Catalina hubiera querido un novio de sangre real y el duque de Saboya, Carlos Manuel I, tenía poco futuro de corona, pero para Felipe II constituía una importante baza la posibilidad de concertarse con él, dada la estratégica situación de sus territorios italianos con respecto a Flandes y, ante la amenaza creciente de Francia, dos elementos que podían afectar muy gravemente al mantenimiento de las comunicaciones, siempre tan difíciles, entre España y los Países Bajos; Paso de Flandes y freno de Francia, como decía el duque de Alba.

Así pues, la despedida de Catalina fue muy dolorosa para el rey, ya que no sólo quedaba privado de la presencia de una de sus dos queridísimas hijas; sino que esa queridísima hija se iba enfadada. Ni uno ni otro podían pensar, no sólo que nunca volverían a verse –esto entraría en la lógica del tiempo–, sino que tristemente –algo que no debería entrar en la lógica–, Catalina moriría una año antes que él, apenas cumplidos los treinta, como consecuencia de su décimo parto, al que tampoco sobrevivió la niña nacida.

Aprovechando el viaje, Felipe II convocó las Cortes de Aragón y así confluyeron sobre él dos elementos muy ajenos a las costumbres del monarca: uno el de viajar y otro el de reunir cortes, pero necesitaba que juraran al heredero y votaran servicios urgentemente, por lo cual no tenía más remedio que escuchar sus peticiones. Le costó un trabajo ímprobo obtener los fondos, además de una larga e incómoda estancia de seis meses fuera de su residencia habitual.

Tantas contrariedades convergieron en otra fundamental: el Rey Prudente se percató entonces de que sus capacidades habían mermado considerablemente; casi agotada su resistencia física, ya tampoco tenía la agilidad necesaria para analizar, anotar y despachar tantísimo documento, como había hecho hasta entonces, pues como él mismo dijera antaño, de lo que oía le quedaba poco en la cabeza. Además, estaba enfermo.

Curiosa pintura anónima, de 1583-85, que presenta a las Infantas Isabel y Catalina, llevando a su hermano, futuro Felipe III a la presencia de su padre. 
Hispanic Society of America.

Tras su vuelta a Madrid, decidió crear una Junta de Ayudantes que trabajarían estrechamente con él en el pesadísimo despacho. El grupito pasó a ser conocido como Junta de Gobierno, cuyos antecedentes y funcionamiento procedían de la Junta de Noche, creada tres años antes, y así llamada, en parte, porque su cometido sonaba secretísimo y en parte también, porque sus componentes se reunían, efectivamente, por la noche. Y los tres nominados fueron: Cristóbal de Moura, Juan de Idiáquez y el Marqués de Chinchón.

Muy próximo a ellos, otro marqués, el de Velada, que además de ser un miembro destacado del clan Toledo, era, ni más ni menos, que el ayo del heredero. El que en un futuro próximo sería Felipe III, para entonces tenía unos diez años y con la partida de la Infanta, también perdía una inestimable fuente de afecto de la que había disfrutado hasta entonces y cuyos detalles conocemos a fondo, gracias a las cartas que sus dos hermanas recibían regularmente de su padre, cuando este hubo de ausentarse para organizar los asuntos de su reino de Portugal. Por desgracia, no conocemos las que ellas le escribieron, porque el rey las quemó, a causa –dijo–, de la falta de espacio que siempre tuvo para conservar tanto papel. Catalina las guardó amorosamente e incluso las llevó consigo a Italia.

Cualidades imprescindibles para formar parte de la exclusiva Junta que asesoraba al rey, eran: discreción de estatua y capacidad sobrehumana para permanecer en un segundo plano a pesar de la transcendencia del trabajo realizado y del necesario y continuo roce con personalidades del primero. ¿Acaso sonaron alguna vez los nombres de Moura o Idiáquez, como después atronarían los de Lerma u Olivares? Sin embargo, tenían mucho más poder del que se podría imaginar a la vista su aparentemente escasa relevancia.

Pues bien, por delante, por detrás y alrededor de este restringido grupo, se movía otro personaje relativamente oscuro, cuya condición de Grande le otorgaba la posibilidad de entrar y salir de palacio sin restricciones, es decir, el Marqués de Denia. Él fue el responsable del mayor disgusto que Moura tuvo en su vida, tras una larga existencia al servicio a Felipe II, cuyos méritos este siempre supo reconocer y valorar, aun sabiendo, como sabemos, lo parco y celoso que era para otorgar su confianza a otro ser humano.

En 1598, después de una de las últimas visitas a su padre moribundo, aquel joven de veinte años que sería Felipe III, llamó a Moura y le ordenó que le entregara las Llaves del Secreto. El ministro se negó a dárselas aduciendo que tenía órdenes estrictas del rey de no deshacerse jamás de ellas bajo ninguna circunstancia. El príncipe no dijo ni una palabra y se dio la vuelta sin disimular un gesto cargado de menosprecio y contrariedad. Moura corrió junto a su señor y le contó lo sucedido, pero sólo para obtener unas palabras desoladoras: -Mal hicisteis-, dijo el rey escuetamente. A Moura, lo mismo que si le hubieran dicho: eres hombre muerto; no le quedó sino presentarse ante el heredero y entregarle las llaves, en silencio y rodilla en tierra. El príncipe las tomó con una mano y, con la otra, se las entregó al marqués de Denia.

¿De dónde venían Moura y Denia? ¿Qué circunstancias confluyeron en sus vidas, aquel día y en aquella hora, para que un ministro viera terminar su carrera por el mismo acto –en apariencia intranscendente, debido a la ausencia de ceremonial-, por el que daba comienzo la del otro?

En realidad, el historial de estos dos señores tiene sus similitudes, pues a diferencia de otros caballeros de la época, a los que agradaba mucho hacerse notar y que se hablara de ellos, estos dos actuaron con silencio y discreción hasta que se aseguraron, o creyeron asegurarse unos cimientos inamovibles; por lo demás, eran completamente distintos, a la vez que representativos, cada uno, del monarca que le correspondió en suerte. 

Cristóbal de Moura 1538-1613

Veamos brevemente el recorrido histórico de don Cristóbal de Moura, quien se aproximó a la familia real española como Menino de doña Juana de Austria, la hermana de Felipe II, cuando se casó con el heredero de la corona portuguesa en 1552. Como es sabido, el jovencísimo esposo de la Infanta, Juan Manuel de Portugal, a quien habían casado con apenas quince años, cayó enfermo y murió antes de ver nacer a su hijo Sebastián, al que la madre tampoco tuvo oportunidad de conocer, ya que entre su padre, el emperador y su hermano, el monarca, la obligaron a dejarlo al cuidado de su abuela Catalina para volver a Valladolid y hacerse cargo de la regencia de Castilla, cuando el niño tenía muy pocos meses.

Vale la pena recordar que aquella abuela, Catalina, era la hija póstuma de Felipe el Hermoso, que se había criado con su madre, la reina Juana, en el encierro de Tordesillas, del que Catalina salió para casarse con el rey de Portugal, dejando para la historia una imagen de mujer con excelente criterio, tanto en el terreno familiar como en el político.

Pues bien, don Cristóbal de Moura se aposentó en Valladolid con la corte de Juana, a quien continuó sirviendo durante la regencia, hasta que Felipe II volvió, ya viudo, de Inglaterra, para hacerse cargo del trono. Dados sus conocimientos del reino vecino, en el que aún vivía su familia, tuvo Moura que volver a su tierra encargado de una delicada tarea, la de investigar discretamente si era cierto o no, lo que se decía de don Sebastián, el hijo de Juana, cuyo destino, si todo iba bien, sería casarse con una infanta española, pero sólo si todo iba bien, lo que no ocurrió. Lo que se decía era que el muchacho estaba incapacitado para tener descendencia. De todos modos, el destino que esperaba a Sebastián, como sabemos, tampoco dio lugar a que se pudiera comprobar si aquella dificultad existía o no. Por otra parte, sí sabemos que Felipe II, a pesar de ser tan partidario del recurso a los matrimonios consanguíneos, en este caso, se negó radicalmente al proyectado por su tía Catalina, entre los primos hermanos, Sebastián, el hijo de su hermana, y su propia hija, Isabel Clara Eugenia.

Juana murió, en 1573, sin haber vuelto a ver nunca a su hijo. Tres años después, Sebastián, que ya tenía alrededor de veintidós, se propuso, en contra de todo buen consejo, emular las hazañas de su antepasado Alfonso V, el Africano, lanzando un ataque suicida en el norte de África, a cuyo efecto solicitó una entrevista con Felipe II, que Moura se encargó de preparar y que, efectivamente se celebró en Guadalupe. 

Sebastián quería que el rey, su tío, le prestara ayuda militar y financiera para llevar a cabo su empresa. Parece ser que don Felipe no estaba del todo de acuerdo con el proyecto, pero que no llegó a desaconsejarlo claramente, aunque sí rogó a Sebastián que no se expusiera personalmente, tal como había hecho siempre él mismo y aconsejaba hacer a su propio hijo. Decía don Felipe que sin la presencia del monarca, una victoria se le adjudicaría de todos modos, y, en caso de derrota, al no estar presente, nunca sería directamente responsable, ni, por tanto, perdería reputación. El razonamiento era incuestionable, pero Sebastián no era hombre para aceptar consejos que no había pedido, así que se lanzó a la batalla y su ejército fue literalmente cazado y destruido en Alcazarquivir, sin apenas opción para reaccionar.

Allí murió una buena parte de la nobleza portuguesa, quedando prisioneros los supervivientes, cuyos rescates arruinaron a la Corona. En resumen, la aventura de don Sebastián fue una tragedia a corto y largo plazo, de la que Portugal tardó en recuperarse. 

Por el momento, y aunque sonó repetidamente la historia de que don Sebastián había sobrevivido y permanecía en África, quizás voluntariamente, para no afrontar las consecuencias de la tragedia que había provocado, es el caso que Felipe II sí lo dio por muerto y consideró que la herencia de su trono le correspondía a él más que a cualquier otro pretendiente. Entonces envió allí de nuevo a don Cristóbal, ahora con una tarea transcendental y secretísima. Debía tantear los ánimos relativos a la aceptación de un monarca español y, en caso necesario, deshacerse de unos con inteligencia y sobornar a otros como mejor creyera. No poco de censurable hay en los medios que empleó Moura para ganar afectos á España, si se examinan con criterio de austera moralidad– dice un biógrafo clásico de Moura, pero, claro está, sólo si se mira bajo ese criterio. Ya nos aclara el mismo autor, que Felipe II hubo de emplear los mismos hábiles procedimientos contra Isabel Tudor o Catalina de Médicis e incluso en ocasiones, para contrarrestar la oposición sutil de la curia romana.

En aquellos momentos, el embajador castellano en Portugal, D. Juan de Silva, era uno de los que seguían en Marruecos esperando que se pagara su rescate, mientras que su sucesor, el Duque de Osuna, no llegaría hasta el año siguiente.

Así pues, don Cristóbal hizo todo el trabajo previo, el menos meritorio y más oscuro, aunque podemos llamarlo diplomático, y allanó el terreno para la entrada de Felipe II en Portugal –con discretísimo ingenio–. Pero Moura sólo actuó en las altas esferas eclesiásticas y aristocráticas, porque el pueblo nunca estuvo de acuerdo, y además nadie intentó sobornarlo, de modo que la tarea de reducir su negativa quedó a cargo de las acreditadas armas del duque de Alba, quien los hizo entrar en razón con la máxima brevedad. El mismo biógrafo termina diciéndonos que la labor de D. Cristóbal en los dos años transcurridos desde Agosto de 1578 a Junio de 1580 determinó la mayor privanza del astuto mensajero. Privanza, hemos de añadir, que le reportó dignidades, encomiendas y títulos que muy pocos alcanzaron de la generosa mano de Felipe II, quien realmente llegó a apreciar a Moura, que, por lo mismo, no dejó de recibir honores y emitir consejos, hasta el día en que el marqués de Denia le despojó de las llaves.

Marqués de Denia 1553-1625

La historia del marqués de Denia es más breve, porque méritos personales, en realidad no tenía, sino que se conformaba con lucir los de sus antepasados, que para decir la verdad, no eran mucho más brillantes que los suyos, ya que entre sus más importantes hazañas estaba la de haber sido guardianes de las prisiones respectivas de la reina doña Juana en Tordesillas y del príncipe heredero, don Carlos, en Madrid; como sabemos, abuela e hijo mayor de Felipe II, ambos muertos sin volver a contemplar la luz del sol desde el día de su encierro.

Las diferencias, pues, entre Moura y Denia, en tanto que personas, son inmensas, pero se aproximan en muchos otros aspectos en lo que respecta a su vida cortesana. Moura salió de un trabajo oscuro para realizar un trabajo silencioso, pero efectivo. Lerma salió de no hacer nada, a seguir sin hacer nada, después de ganarse la voluntad del príncipe heredero por medios muy sencillos; mimos, consentimiento, halagos y regalos. En realidad –por así decirlo–, ofreciendo al muchacho todo lo que su padre le negaba, no sabemos si porque no sabía, porque no podía, porque no quería o porque creía que no debía, que es lo más probable.

Felipe III, a la derecha–, con su hermano Diego Félix, fallecido en 1582. 
Sánchez Coello, 1579.

El caso es que Denia, que, como sabemos, tenía libre acceso a palacio, fue haciendo su labor de topo con tanta paciencia, silencio y agudeza, que cuando los ministros de Felipe II quisieron darse cuenta de sus avances, ya pisaban suelo minado ellos mismos. Y no olvidemos que Felipe III sabía que aquellos señores, para mejor asegurar su propia permanencia, habían asegurado al rey, que su heredero era un incapaz y que no estaba preparado para asumir la tarea que le esperaba.

Felipe III, el heredero, protegido del Marqués de Denia. Pantoja de la Cruz

La estrategia de Denia tampoco fue muy compleja; aportaba algún dinerillo al muchacho, pagaba sus deudas y propinas, o le procuraba pequeñas diversiones, ya que don Felipe, no tenía ya hermanos varones, ni compañeros de estudios y, por supuesto, tampoco amigos.

Adam de L’Hermite, su maestro de francés, actuaba de modo similar, pero sin objetivos políticos. Cuenta él mismo, que para dar clase al real niño –que al parecer era un mimoso privado de mimos-, debía poner una rodilla en tierra para que don Felipe se sentara en la otra y que así pasaban, en ocasiones, más de una hora. El afecto entre él y su discípulo se hizo evidente para Denia, quien, cuidadoso de sus prerrogativas, tras la muerte de Felipe II, inmediatamente pidió a L’Hermite que me mantuviera al margen y que a su debido tiempo se acordaría de mi.

Ya el ayo Velada se había quejado de que, en ocasiones, cuando él entraba a los aposentos del príncipe, con frecuencia lo encontraba cuchicheando con Denia, quien inmediata y descaradamente, guardaba silencio en perfecta complicidad con el chico, pero no le habían hecho mucho caso hasta que comprobaron personalmente el gran ascendiente que el marqués había cobrado sobre el príncipe, tanto que, en un intento de alejarlo de la real persona, sin que pareciera que estaban alarmados, aconsejaron al rey que lo enviara a Valencia como Virrey, lo que suponía un empleo extraordinariamente atractivo para cualquiera, un destierro con buen nombre y lustre, en palabras de Quevedo. Pero no fue bastante para Lerma, que ya tenía objetivos más altos.

El hecho es que sólo duró dos años su alejamiento, porque a petición del príncipe –en ocasiones expresada entre lágrimas-, se le hizo volver a Madrid, sin que se hubiera logrado, ni mucho menos, el objetivo previsto, es decir, que el heredero se olvidara de él; bien al contrario, el amor creció entre ambos con la forzada separación.

Con vistas a su ascenso al trono, se pensó, evidentemente, en casarlo y asegurar así la imprescindible sucesión. Parece que el heredero tenía poco interés en el asunto, por lo que su padre y sus hermanas tuvieron que hacerse cargo del asunto, si bien, una vez casado, siempre demostró afecto hacia su esposa y siempre le guardó fidelidad, algo no tan común entre los reyes.

Felipe III, de Franz Pourbus el Joven. Rijksmuseum Ámsterdam

Después de muchas dudas, resultó elegida Margarita de Austria.

Margarita de Austria, de Bartolomé González y Serrano, 1609. Museo del Prado.

Margarita era la undécima de los quince hijos de Carlos II de Estiria y de María Ana de Wittelsbach-Habsburgo, más conocida, como Ana de Baviera, nieta de Fernando I de Austria, el hermano de Carlos V. 

Margarita tenía dos hermanas, casi de su misma edad, y Felipe II pidió a su hijo que eligiera entre las tres, sin que este se decidiera a hacerlo, aduciendo que la elección que hiciera su padre, sería la correcta. Se dice que su hermana Isabel Clara Eugenia, ideó, incluso, el medio de poner los retratos de las tres mirando a la pared, para que el príncipe eligiera a ciegas. 

Finalmente, don Felipe padre, optó por Margarita, a la que nunca llegó a conocer, ya que, tras una larga enfermedad, falleció el monarca en el Monasterio del Escorial, antes de que ella llegara a España, no sin antes dejar dicho, basándose en los informes de sus consejeros, aquello de que Dios le había negado un hijo capaz de gobernar sus extensos territorios, lo cual, evidentemente, llegó pronto a oídos del aludido, que hasta entonces no había hecho otra cosa que callar y obedecer a su padre, del mismo modo que se repitió en aquellos territorios que, durante tanto tiempo habían sufrido la presencia de los Tercios

Felipe III fue rey de España desde entonces, junto con el todavía marqués de Denia, quien, ya para empezar con buen pie, había organizado la boda de su pupilo en sus tierras de Valencia, con una suntuosidad y un derroche, que desde un primer momento, sirvieron para confundir al nuevo rey, que, en realidad había heredado poco más que bancarrota y deudas, lo que no impidió que, entre marzo y octubre de 1599, sólo en fiestas, se gastara, por adelantado, más de un tercio de lo que tenía que venir de América.


Lope de Vega asistió a la boda formando parte del séquito del marqués de Sarriá y escribió sobre el evento; Fiestas en Denia y El Peregrino en su Patria. Cervantes vio publicada la primera parte del Quijote poco después, y Velázquez realizó más tarde, los retratos ecuestres de Felipe y su esposa Margarita, por encargo de su sucesor, Felipe IV, que hoy podemos admirar en el Museo del Prado, constituyendo estos tres nombres, en buena parte, el principal legado de la época de este monarca, continuado, en este caso, por su hijo, Felipe IV. 

Felipe III y La reina Margarita de Austria. Velázquez. 1628 – 1635. 
Museo del Prado.

Podemos creer que Felipe III, bien avenido con su nueva esposa y ocupado en continuas fiestas y cacerías, no tendría grandes deseos de volver a Madrid, donde, quisiera o no, iba a tener que enfrentarse con una situación cargada de responsabilidades, problemas por resolver y escasez de fondos. 

Allí ya no estaba su hermana Isabel Clara Eugenia, con quien siempre tuvo excelentes relaciones, pero que se había casado por poderes, en la misma ceremonia en la que el Papa ofició el matrimonio de Felipe y Margarita, también por medio de representantes, en Parma. Después de la ceremonia de Valencia, Isabel se trasladó a Flandes con su esposo, el archiduque Alberto, donde inmediatamente comenzaron a ejercer su benevolente labor de gobierno en aquellos estados quasi independientes, pero que volverían a la Corona de España, en caso de que ellos no tuvieran descendencia, como ocurrió. 

Isabel había permanecido al lado de su padre, casi hasta su último instante, abandonando su cuidado sólo cuando los médicos se lo ordenaron.

Alberto de Austria e Isabel Clara Eugenia. Pourbus
Col. Maidstone Museum & Bentlif Art Gallery

Quedaba pues, Felipe III como una especie de hijo único y huérfano, a quien sólo quedaba su tía, la Emperatriz viuda María, recogida en las Descalzas Reales, que constituía un símbolo de la reducida familia real y a la vez, la única referencia familiar del nuevo monarca.

Los asuntos de gobierno presentaban grandes dificultades y había un insalvable atasco en los despachos; como hemos dicho, Felipe II gobernó hasta el final con un grupo muy reducido de Consejeros, cuya actividad quedó paralizada por su enfermedad. Además, la Corona y el reino estaban en quiebra.

Ya en las Cortes de 1595, es decir, las últimas a las que asistió Felipe II, el procurador de Sevilla, llamado Pedro Tello, había solicitado la suspensión de las continuas guerras que se venían librando después de tantos años, ya que eran ellas las responsables de la necesidad que padecían Rey y Reino. Aunque consideraba que constituían la causa de Dios, Él la defenderá –declaró- por los caminos que fuere servido, pues las fuerzas humanas no bastan.

Una mañana en la que el Rey y Lerma asistían a Misa, uno de los confesores reales, los acusó a ambos de haber permitido la circulación de un escrito muy crítico contra Felipe II, sin preocuparse de buscar y castigar al responsable, que resultó ser Íñigo Ibáñez de Santa Cruz, secretario del rey y del privado, los cuales respondieron que era la primera noticia que tenían acerca del asunto. 


Los hechos demostraron que el escrito, titulado Las causas de que resultaron el ignorante y confuso gobierno que hubo en el tiempo del Rey Nuestro Señor que sea en gloria.., no tenía más importancia que la se le quisiera dar.

Seguramente contenía un cúmulo de verdades para unos, que eran mentiras para otros, pero la realidad es que Felipe II había sido muy temido y muchos se sintieron libres tras su desaparición. 

Felipe III –de esto no cabe duda-, tomó sus primeras decisiones en sentido completamente opuesto a lo que había hecho su antecesor, especialmente en sus últimos tiempos, tomando como primera medida, la de deshacerse de casi todos los Consejeros en los que su padre había confiado; abandonando después la Corte en la que había vivido hasta entonces y zanjando, finalmente, aunque de manera temporal, aquellas guerras que ya nunca iban a constituir una victoria, mientras que los gastos por ellas originados, habían arruinado al reino. 

Muchas de las aseveraciones de Santa Cruz fueron pronto confirmadas por el Cronista Cabrera de Córdoba, como veremos, aunque podríamos decir que militaba en el bando contrario; radicalmente favorable a Felipe II.

Felipe III. Pantoja de La Cruz. c. 1601. Kunsthistorisches

Ibáñez de Santa Cruz, casi más que criticar al monarca fallecido, atacaba a aquellos que habían sido sus consejeros, los cuales, en un intento de perpetuarse en la Corte, habían asegurado al rey que su hijo no servía para reinar y que sólo podría hacerlo correctamente si ellos permanecían a su lado.

A saber, Felipe II fue un hombre limpio, pulido, aseado, amigo de mujeres, pinturas, jardines suntuosos y lindos edificios, aposentos curiosos y bien compuestos.

Mientras están los enemigos gallardeándose con ser señores del mar haciendo mil ofensas y dándonos mil palos y sale con la pragmática de las lechuguillas y si los coches han de andar con dos o cuatro caballos. Es decir, que sabe y se ocupa mucho en lo poco y totalmente ignora lo mucho. Y que esto sea así puntualmente se prueba por un ejemplo que pasó realmente. 

Cuentan que llevaron a firmar una vez al Rey N.S., una libranza de quinientos mil ducados para Flandes, y que puso a la margen estas palabras: vuélvase a hacer esta libranza, porque está herrada en veinticinco maravedís. Totalmente aquella partida de los quinientos mil ducados se iban a sumir en los Pantanos de Flandes, y desta suerte más de trescientos millones en los pantanos de Flandes y en las estratagemas de Francia y en las desconsideradas jornadas de Inglaterra.

A fuerza de su potencia y dinero malgastado se entretuvo hasta que lo consumió todo y al paso que iba, si viviera cuatro años más lo acabara de destruir todo sin género de remedio. Pero como vio Dios tan apretado a su pueblo es tan misericordioso que jamás deja de socorrer a la extrema necesidad y así la reparó con llevarse para sí a tiempo tan apretado y punto tan crudo, que todo pereciera si no se le llevara.

Comenzó a no poder sufrir cerca de sí ministros que supiesen más que él y echó a Flandes al Duque de Alba, de un juicio tan profundo y claro… y le ataron las manos con las órdenes mal consideradas…y ya no pudo sufrir la gallardía del Cardenal Espinosa –Presidente del Consejo de Castilla e Inquisidor General–, ni las trazas o estratagemas tan subidas de Antonio Pérez –Secretario–, que se le atrevió porque le penetró su ignorancia. Ni pudo llevar en paciencia la resolución y confianzas de Mateo Vázquez –Secretario–, y se acomodó con estos ingenios tibios mecaniquitos, se acabó de despeñar del todo como ciego guiado de otros que veían menos que él y que estos saben poco o casi nada es sin duda. Y pruébolo porque es cosa sabida que el que más sabe de todos estos magnates pasados es don Juan Idiáquez.



Duque de Alba y Cardenal Espinosa



Antonio Pérez y Juan de Idiáquez

¡Ay desdichada España y desdichada monarquía que así te han perdido, consumido y agotado!

Lo que afirmo es que llegó esta ceguedad a términos que cuando el Rey Nuestro Señor, queriendo castigar el atrevimiento del secretario Mateo Vázquez, que intentó negociar un capelo para sí sin darle cuenta, estuvo tanto tiempo sin verle y para suplir la falta de sólo aquel hombre se fundó la Junta, como si muchos ciegos viesen más que un solo ciego.

Y aunque yo lo dudo no faltan personas que digan que pasó de punto la malicia de estos para asegurar el quedarse perpetuos en su trono tiránico quisieron autorizar esta Junta para que todo se viniese a sepultar en ella y ser siempre ellos los mandones y resolvedores de todo y que para esto procuraron con todas las instancias y veras que pudieron, desacreditar al Rey Nuestro señor –Felipe III– todo el tiempo que fue príncipe, de incapaz e insuficiente para el gobierno de esta monarquía y tanto que no pararon hasta desacreditarle no solamente con su padre, pero con todo el mundo, en que es sin duda que siendo así cometieron crimen leso y mucho más grande que si le hubieran quitado la vida, porque es de más importancia y consideración la honra que la vida y principalmente en un rey, que consiste su ser o no ser totalmente en la reputación de su talento y suficiencia para gobernar.

[…] es imposible que tenga entendimiento valor ni honra un rey que sufre tan familiarmente cerca de sí a vasallos que tan atrevida e insolentemente le han muerto la honra en cuanto ha sido de su parte.

[…] Cómo se pudo aventurar un rey mozo recién heredados unos reinos tan asolados a gobernarlos y repararlos tomando por consejeros a los propios que causaron el daño. …si lo hicieron por malicia, por su misma confesión se condenan a pena de muerte y si por ignorancia que los despidan y se vayan a sus casas y si fue por ignorancia y malicia (que esto saben todos que es lo cierto), el rey nos vengará de ellos… que les dé una manotada de golpe que por lo menos los vuele y eche de sí.

Ríome mucho de algunos que imaginan que estos magnates con disimular y sufrir agora se pasará este temporal y que luego volverán a privar y tener la misma mano que solían en los negocios. Cómo puede caber un disparate tan grande en ningún mediano entendimiento.., que no reviente de ira y deseo de venganza honrada y que ha de conocer que si en lugar de haber en ellos un ejemplar castigo los admiten por Privados… esta gentecilla.

(Podría él entonces haber dicho ante Dios y los hombres): ¿Cómo me condenáis, pues no me disteis la suficiencia que había menester para tan gran gobierno. Llevásteme tantos hermanos mayores que yo y siendo el más enfermo y el de quien menos se esperaba, cargastes sobre mí este peso tan grande para dejarme incapaz?

…que siendo esta monarquía tan grande y tan derramada y habiéndola heredado tan empeñada y rodeada de enemigos que asombran las cargas que también había de asombrar.

Ahora están amilanados, que para quemar una casa un muchacho indignado basta si está dentro.

Oh Arzobispo de Toledo si consideraras este punto como Teólogo, como no te engañaras en arrimarte a los ignorantes que te arrimaste pareciéndote que tu discípulo sabía tan poco como tú en materias de estado.

 …no pudo caber tanto callar, obedecer y disimular sin dar muestras de sentimiento de ofendido, sino en una profundidad y fuerza de entendimiento …y así se ha mostrado tener guardado el Precepto de Pitágoras que mandaba a sus discípulos que no hablasen palabra en su Academia los tres primeros años, sino que oyesen y callasen.

Por todo lo dicho queda también resuelto y probado cuan ciego y errado fue todo el gobierno pasado y cuan acertado y prudente va siendo el presente y las grandes y seguras esperanzas que debemos tener.


Las Relaciones de Cabrera de Córdoba se presentan a modo de informaciones periodísticas, tal como las seguimos, en un brevísimo resumen.

A los 23 del mismo [Diciembre 1599] se hizo la proposición de Cortes de estos reinos, aunque faltaron en ella procuradores de cinco ciudades que no llegaron á tiempo. Propúsoseles de parte de S. M. las obligaciones que tenían de acudir á las cosas de estos reinos, y la grande necesidad en que le había dejado su padre; pidiéndoles platicasen sobre ello, y diesen orden como fuese socorrido y se advirtiesen de lo que convenía para beneficio de estos reinos.

Antes de esto se habían juntado cierto día en casa del Presidente de Castilla, los del consejo de cámara y el Confesor del Rey, y los dos predicadores, y muchos religiosos de diversas órdenes, y se tuvo una junta de siete horas, sobre si se podía imponer el derecho de la molienda, que muchas veces se ha propuesto, y dicen que salió resuelto de la mayor parte, ó casi todos, que no se podía hacer por ser comprendidas en él las personas eclesiásticas y religiosos. 

Su Majestad ha tomado resolución de ir á Valencia á esperar á la Reina y llevar allí á la Srma. Infanta, donde se celebren las bodas de entrambos, algunos creen que por hacer favor S. M. al marqués vendrá la Reina á desembarcarse á Denia y se casará allí, que es cerca de la ciudad de Valencia; y se ha dado ya orden al Visorey, para que tenga prevenidas muchas fiestas y regocijos, como se requiere en semejante ocasión, y los señores y caballeros de aquí hacen muchas galas y libreas para la jornada.

La privanza y lugar que el marqués de Denia tiene con S. M. desde que heredó, va cada día en aumento sin conocerse que haya otro privado semejante porque son muy extraordinarios los favores que se le hacen.

De Madrid 9 de Enero 1599.
La partida de S. M. que será el viernes 18 de este. 
Que para 1.° de Febrero se hallen en Játiva, donde ha de ser recibido con palio.

De Madrid á 16 de Enero 1599.
Hánse dado más hábitos de las tres órdenes, después que S. M. heredó, que no se dieron en diez años en vida del Rey su padre; porque dicen pasan de cincuenta personas á los que se han dado, y que los mas lo han alcanzado con poca diligencia.

Habíase proveído á instancia de los hospitales, que se representasen comedias, por la mucha necesidad que padecían los pobres, sin el socorro que de esto les venía, pero el Confesor de S. M. lo ha resistido de manera que se ha mandado revocar la orden dada.

De Madrid 23 de Enero y de 26 de Febrero 1599.
150 cuentos para los chapines de la Reina. –No sabemos de qué moneda habla, pero un cuento, es un millón–.

De Madrid á 26 de Febrero 1599.
Desde que S. M. partió de Madrid con la Srma. Infanta, entraron jueves á los 4 de este mes en el reino de Valencia. Escriben de Valencia que el marqués de Denia se apercibía para ir á Vinaróz á dar la buena llegada cuando desembarcase allí la Reina, y que llevaría más de sesenta postas de caballeros y criados y excesivo gasto en todo; los cuales dicen partirán á los primeros de Marzo.

Lunes á los 22 de este murió el arzobispo de Toledo, García de Loaysa, en Alcalá donde se mandó enterrar, habiendo seis días que le había llegado de Roma el palio para tomar la posesión en aquella iglesia de Toledo; dejó más de 200.000 ducados de deuda. Y se atribuyó por causa principal de su muerte, el disfavor que el Rey le hacía, porque dicen que dio memorial, ó advirtió al Rey difunto que aunque eran grandes las partes de su hijo, pero que en estos principios le debía dejar buenos consejeros por quien se gobernase, por ser de condición fácil, y que no haría sino lo que el marqués de Denia le aconsejase.

De Madrid á 20 de Marzo 1599.
Después que S. M. y la Srma. Infanta entraron en Valencia y se dio á su Alteza y á ellas una gran colación de más de trescientos platos de confituras y otros regalos, por ser día de ayuno, á la noche en Palacio hubo comedia, entretanto que el Rey cenaba retirado, porque comía carne.

Hasta ahora se ha entretenido S. M. con salir á visitar los monasterios de la ciudad, los mas días, y algunos en ir á caza á la Albufera y otras partes, y á ver el Grau, y las noches en despachar los papeles y consultas que envían los Consejos, y esto se entiende que continuará entretanto que no llega la Reina á Vinaróz, para donde se está aprestando el marqués de Denia, el cual irá acompañado de cincuenta caballeros muy ricamente aderezados de encarnado y blanco, que dicen son los colores de la Reina.

Entretanto que la Reina llega, sienten mucho los cortesanos el estar en Valencia, por el mucho concurso de gente que hay, y la que se espera con la llegada de la Reina, y con la carestía de los mantenimientos, que aunque los hay en abundancia son á muy subidos precios, y no menos las sedas y telas y lo demás, y si entra Lerma, como suele ser allí temprana, temen no haya alguna contagion.

A los 15 de este llegó correo de Sevilla con aviso de haber entrado en la Barra de San Lucar siete galeones con la plata de Indias, y que faltaba la capitana con don Luis Fajardo en donde venia el resto de la plata, que sería más de millón y medio.

Llegó aquí ayer nueva de la elección de cardenales, que se ha hecho por Su Santidad, y entre ellos viene nombrado el obispo de Jaén, tío del marqués de Denia, al cual se cree proveerán el arzobispado de Toledo.

Ha sucedido en Alcalá estos días, que haciéndose cierta fiesta en un monasterio del Carmen, donde pasaban una imagen de Nuestra Señora, estando en la misa cantada, cargó tanta gente en el coro, que quebró la viga en que estribaba el suelo y cayó con más de ciento cincuenta personas que había arriba, y abajo mató como veinte hombres y mujeres, y de los que cayeron quedaran lisiados más de ciento y se han después muerto algunos de ellos, que esto con otros trabajos de un año á esta parte que han sucedido en aquella villa, son de consideración.

Ha estado el marqués de Denia malo, y en la enfermedad le envió S. M. á visitar, y un brinco de diamantes que le estimaban en 5.000 ducados, y dicen que fue porque aquellos días habían hurtado á la Marquesa las sortijas que tenia y unos brazaletes, que todo lo estimaban en más de 3.000 ducados.

De Madrid á 17 de Abril 1599.
La Reina Nuestra Señora desembarcó con la Archiduquesa su madre en Vinaróz á los 28 del pasado

Estuviéronla esperando al desembarcar, el Archiduque, el cardenal de Sevilla y el conde de Alba, y don Juan Idiáquez, todos á caballo acompañaron á S. M. y á la Archiduquesa, que fueron desde allí en un coche á la iglesia á dar gracias á Dios. Ambas se habían mareado mucho.

El mismo día domingo que llegó la Reina, hizo en Palacio don Pedro de Toledo una máscara, que costó más de 4.000 ducados. Las bodas se han de celebrar el lunes 19 de este. Y según dicen no se han de hacer con la ceremonia de velaciones, como es costumbre en los casamientos, porque dicen que esta solemnidad se hizo por Su Santidad en Ferrara cuando se celebraron los desposorios; sino que solamente dirá una misa el patriarca, arzobispo de Valencia, y comulgarán en ella sus Majestades y Altezas.
Ratificación del matrimonio entre Felipe y Margarita en la Catedral de Valencia. Vicente Lluch

El día de Pascua se ordenó aquí á todos los Consejos y demás que se quitasen el luto, y así el segundo día salieron todos sin él.

El galeón que era la capitana de los que traen la plata de Indias, donde viene don Luis Fajardo general de ellos, no hay nueva que haya llegado a un á Sevilla, donde llegaron los otros siete con lo demás de la plata que son nueve millones, y en el que falta pónese que viene un millón y 800.000 ducados registrados, que fuera de esto debe de traer más de 500.000 ducados, y casi todo es de la nueva España. Y con haber llegado todos los demás navíos de mercaderías que faltaban á salvamento, solo de este galeón no se tiene noticia donde haya ido á aportar, y se teme mucho no se haya perdido con la tormenta que le sobrevino en el pasaje de la Bermuda.

Cuando el marqués de Denia entró á S. M. con el despacho de la llegada de los demás galeones con la plata, le hizo merced de 50.000 ducados por la buena nueva.

Han dado libertad á la mujer del secretario Antonio Pérez, la cual está aquí procurando las de sus hijos, que todavía quedan presos.

También se ha dado licencia para que de aquí adelante se hagan comedias en los teatros como las solía haber, las cuales dicen que se comenzarán á representar desde el lunes.

De Valencia a 26 de Abril 1599.
El dicho domingo 18 fue la feliz y pomposa entrada de la Reina, la cual entró sola con palio, cuyas varas traían los jurados de la ciudad, en una hacanea, y seguían la Archiduquesa madre á la mano derecha del archiduque Alberto, después doce damas tudescas y españolas que son las que sirvieron á la Infanta doña Catalina en Saboya [+1597] que han venido con la Reina; entraron á caballo con sillones de plata, y cada dama iba acompañada de un caballero mozo, y detrás venia el coche de la Reina, y después otro con damas de la Archiduquesa
Ducientos caballeros, todos vestidos ricamente y con joyas que se han estimado en más de un millón, y con ricas y lucidas libreas de muchos pajes y lacayos. Halláronse al acompañamiento diez y seis grandes, y don Juan Idiáquez que iba á pie al estribo de la Reina, como su caballerizo mayor. 

El martes 20 á la noche se hizo el torneo, que costó á la ciudad 30.000 ducados.

De Madrid a 22 de Mayo 1599.
Se dice que harán contador mayor de Hacienda al marqués de Denia, que es un oficio principal y de mucho interés, que no le ha habido muchos años ha en Castilla, porque el Rey embolsaba este interés.

Hasta ahora no se tiene ninguna noticia donde haya ido á parar el galeón de don Luis Fajardo, que venía con los demás por capitana con dos millones y medio, y se teme mucho se haya perdido,
De Madrid a 19 de Junio 1599.
Su Majestad salió de Barcelona á los 18 del pasado. De allí pasó á la Iglesia Mayor, donde juró por aquel principado y condados; de allí se volvió á la posada de donde había salido dos días antes y luego le suplicaron con mucha instancia que les celebrase Cortes, ofreciéndose de servirle con mayor suma que otras veces habían hecho á su padre. Y por darles satisfacción S. M. lo tuvo por bien, limitando el tiempo por ambas partes á veinte días, y así se comenzaron á los 2 de este mes. 
Las cosas de acá –de Madrid- llaman á S. M. con priesa y también se entiende que desea mucho llegar aquí.

A este tiempo ya estarán en Italia el Archiduque, e Infanta, e Archiduquesa madre. En todo ha andado S. M. muy liberal con sus Altezas; porque en cédulas para Flandes se ha dado al Archiduque más de un millón, y á la Srma. Infanta le dio S. M. un diamante rico, que le estimaban en 70.000 ducados, y 3.000 marcos de plata labrada; catorce rastras de perlas de á 1.000 ducados, y dos colgaduras ricas con sus doseles, y aquí la había dado la Emperatriz un joyel rico con piedras que se estiman en 30.000 ducados, y sus Altezas dicen que repartieron entre los marqueses de Denia y Velada, y otros de la Cámara del Rey 20.000 ducados de joyas, y 10.000 ducados entre los demás criados de la Casa Real.

El galeón de don Luis Fajardo que había de llegar con los demás de la plata de Indias, y á causa de la tormenta que tuvieron al desembarcarla canal de Bahamas, se le rompió el árbol, por lo cual hubo de tomar diferente navegación, fue á aportar á Cartagena, habiendo andado cuarenta y tres días por la mar sin poder tomar puerto, y llegó allí con toda la plata, que son más de dos millones; la cual ha sido gran nueva, por la poca esperanza que se tenía de que hubiese de parecer.

Después que á Rodrigo Vásquez quitaron la presidencia de Castilla, se le ha mandado que no esté á veinte leguas de Madrid, ni vaya residir á Valladolid donde tiene casas, por lo cual se ha habido de ir á su lugar de Carpio, tierra de Medina del Campo; quieren decir que ha causado esto, haber escrito al Rey, que tenia parecer de teólogos que no se le podía quitar el cargo, sin haber sido primero convencido de culpa. Todos han tenido por riguroso término el que se ha usado con él, porque era muy bien quisto y gobernaba con satisfacción; no se sabe aun los cargos que le han hecho para echarle del Consejo, habiendo S. M. hecho tanto caso de él luego que heredó, y puesto todo el gobierno de estos reinos en sus manos, que aunque se le hacen algunos por el pueblo, de cosas que aconsejó al Rey difunto, que después no se han aprobado, no parece bastante culpa para lo que se ha hecho con él, pues debía de aconsejar lo que le parecía que convenía. Si ya no le cargan, como han querido decir del arzobispo García de Loaisa, que cayó en desgracia por haber dado parecer al Rey difunto que dejase Junta y Consejo á S. M. de personas por cuyo medio y parecer gobernase algunos años, primero que no se fiase de sus determinaciones , del cual parecer fue asimesmo Rodrigo Vásquez con quien se le mandó lo comunicase.

A su secretario Antonio Navarro, que poco ha le dieron título de secretario del Rey, ha escrito don Martin de Idiáquez, de parte del Rey, que vaya adonde S. M. está.
Estos días se ha dicho que mudaban á la duquesa de Gandía, y hacían camarera mayor de la Reina, á la duquesa de Vibona, hermana de la marquesa de Denia, y que la Reina no lo quería consentir.

Ha otorgado el Inquisidor Mayor poderes para renunciar en Roma su obispado de Cuenca, porque le querían obligar á residir en él, y hubiera de dejar el cargo de Inquisidor Mayor, el cual estima en tanto, que quiere antes dejar su iglesia que vale 40.000 ducados de renta, que no el cargo de Inquisidor Mayor, que es lo que se ha pretendido, y que está nombrado para él el cardenal don Fernando Niño.

De Madrid á 14 de Agosto de 1599.
Todos escriben de Denia quejándose de la descomodidad con que allí lo pasan de todas las cosas; pero la afición que el Rey tiene al Marqués debe de suplirlo todo.

Entretanto, las Cortes que quedaron comenzadas de estos reinos aquí á la partida de S. M. no tratan de cosa ninguna, porque todo está suspendido hasta la vuelta.

(Carta 14.8.99) Hase dado libertad á los hijos del secretario Antonio Pérez, los cuales están aquí con su madre.

De Madrid á 11 de Setiembre 1599.
Antes de salir S. M. de Denia le llegó la nueva de la muerte del conde de Fuensalida, por quien vacó la encomienda mayor de Castilla, y luego hizo merced de ella al marqués de Denia, que vale 16.000 ducados de renta, y de la que él tenía al conde de Lerma su hijo, que vale 7.000 y el dicho marqués de Denia ha vendido una escribanía de que el Rey le hizo merced los días pasados en Sevilla á la dicha ciudad en 173.000 ducados. Aquí se ha comenzado á decir que hacían al marqués de Denia contador mayor de Hacienda con merced de los derechos que hasta ahora se cobraban por el Rey, que importan 30.000 ducados cada año

El cardenal don Fernando Niño verná á ser Presidente de Castilla y juntamente á ser Inquisidor General, aunque algunos piensan que este cargo no se ha de quitar al obispo de Cuenca que lo tiene.

Murió día de San Bartolomé Rodrigo Vasquez, á quien quitaron la presidencia de Castilla, estando en su lugar del Carpio enfermo de tercianas.

De Madrid 9 de Octubre 1599.
Sus Majestades llegaron á Zaragoza á los 11 del pasado. 

Dejó mandado que se quitasen las cabezas y padrones que estaban puestos sobre la puerta del puente y en la diputación, de don Juan de Luna y don Diego de Heredia , y asimesmo la de otro hidalgo que estaba sobre la puerta de la cárcel, y otra de un particular que estaba sobre la puerta del Portillo, que es por donde se sale de la ciudad para venir á Castilla, que fueron puestas cuando se hizo la justicia de los que alborotaron aquella ciudad el año de 91, con ocasión de la libertad del secretario Antonio Pérez.

El día siguiente, que fue domingo, á la tarde se hizo la entrada de sus Majestades.

Al otro día publicó perdón general de personas y haciendas de los caballeros presos, y otros que estaban condenados á muerte y otras penas, salvó á Manuel don Lope y otros dos ó tres que están en Francia por las inquietudes pasadas; y juntamente perdonó al conde de Aranda, difunto, declarándole por buen caballero y leal vasallo, y que había cumplido con sus obligaciones en lo que había sido acusado del fiscal, y le mandó restituir á su hijo el estado que le estaba ocupado: con que todo el reino ha quedado muy reconocido de esta merced y de haberse quitado de las puertas las cabezas de aquellos caballeros.

Y no les quedará que desear si les mandaran quitar el presidio de la Inquisición; pero háse quedado para otra ocasión, habiendo ofrecido S.M. á los diputados que volvería brevemente á tenerles Cortes.

Ha servido aquel reino á S. M. con 100.000 ducados, y á la Reina con 10.000 escudos, al de Denia con 6.000, y al Vice-canceller con 2.000 y á los secretarios Franqueza y Muriel con cada 1.000 ducados.

Partieron los Reyes de Zaragoza miércoles á los 22 del pasado y sin pasar por Ocaña, como estaba acordado, han llegado esta tarde á Vaciamadrid, tres leguas de aquí. Vienen muy buenos sus Majestades á Dios gracias, y lo han estado en toda la jornada, si bien no se habla nada de preñado.

Al Inquisidor Mayor obispo de Cuenca se ha mandado ir á su obispado, no obstante que por quedarse con el dicho cargo había hecho resignación de la iglesia, la cual no se le quiso admitir, y así se salió el domingo 26 del pasado de aquí sin despedirse de nadie. S. M. le hará merced en otra cosa que le pida, porque el cargo de Inquisidor Mayor está dado al cardenal don Hernando Niño, que viene de Roma á servirlo. 

También dicen que mandan á don Cristóbal de Mora vaya á Portugal, y que harán presidente del Consejo de Portugal á don Juan de Borja, al cual comienzan ya á ocupar en negocios de aquel reino.

Los descendientes de judíos del reino de Portugal han pretendido que S. M. los habilitase para honras y oficios en aquel reino, por lo cual le servían con un millón, y los caballeros y gente noble han salido á contradecirlo, ofreciendo de servir con otro tanto, porque no se haga.

A la marquesa del Valle*, viuda, dicen que señalarán aposento en Palacio, en llegando aquí sus Majestades, y que pueda comunicar y tratar con la Reina, sin esperar orden de nadie.

*Sobre la interesante historia de la Marquesa del Valle, ver 

De Madrid á 6 de Noviembre 1599.
Domingo á los 10 del pasado, llegaron sus Majestades á Barajas, dos leguas de Madrid, y el día siguiente, á la tarde, vino el Rey en coche disimulado á ver á la Emperatriz, con el marqués de Denia. Y á la despedida le dio la Emperatriz una joya rica para la Reina, que era cierta águila con dos cabezas, y con muchas piedras ricas, que se estima en 34.000 ducados, porque era la mejor que la Emperatriz había tenido, ni le quedaba otra.

El Rey fue desde Palacio en coche con el marqués de Denia, disimulados, á casa de la marquesa del Valle.

Ha parecido á todos la Reina muy hermosa, y de las partes que se requieren para ser Reina de España.

Háse hallado hecha la cuenta que ha gastado S. M. en la jornada que ha hecho 950.000 ducados, desde 21 de Enero que salió de aquí hasta 10 de Octubre que llegó á Barajas.

A los 26 del pasado hicieron también del consejo de Estado al cardenal de Toledo, el cual entró en una junta que se hace los más días, en que concurren cinco consejeros de Estado, tres presidentes y otros siete ministros con los dos predicadores y Confesor del Rey, que por todos son quince, y secretario Iñigo Ibáñez, del marqués de Denia, que asimesmo lo es del Rey.

Al marqués de Denia han mudado de aposento en Palacio, y le han dado el que tenia S. M. siendo príncipe.

Dicen que ha muchos días que se ha dado á entender á don Cristóbal de Moura que gustará S. M. se retire, y que replicando que no tenia á donde fuera de la Corte, se le ha vuelto á decir que en todo caso dé orden en salir de ella.

De Madrid á 4 de Diciembre 1599.
De los achaques pasados de la Reina quieren tomar ocasión de que lo sean de preñado, y en su Cámara se tiene por cierto; quiera Dios así sea.

Al marqués de Denia han dado titulo de duque de Lerma, y á su hijo de marqués de Cea, y al nieto de conde de Ampudia, y con esto le cargan ya la Excelencia, sin guardarse la premática de los títulos.

La duquesa de Lerma, ó marquesa de Denia, llegó con los condes de Niebla sus hijos, habiéndoseles muerto la nieta antes de salir de aquella ciudad, á cuyo nacimiento se fue á hallar; ha sido muy regalada y servida de muchas cosas de estimación y precio, así en joyas como en dinero por la ciudad y por particulares de ella, lo cual dio ocasión á que se le hiciesen muchos sonetos murmurando de ello.

Tiénese por cierto que la semana que entra irán sus Majestades á Toledo.

De Madrid 1.° de Enero 1600.
De algunos días á esta parte anda en esta Corte un papel intitulado: El Confuso é ignorante gobierno del Rey pasado, con aprobación del que agora hay, y en él se habla muy mal y con grande libertad del Rey difunto y de sus ministros; el cual se ha tomado muy mal por todos los que lo han leído, y aun se entiende que han ido á Italia y Francia y otras partes diferentes traslados de él, y conforme á esto se ha mormurado de no se hacer proceder á la averiguación y castigo contra quien le hubiese hecho. 

Los predicadores han comenzado á reprenderlo en los púlpitos, y el último domingo del adviento fray Castroverde, en la capilla Real, cargó la mano á S. M. sobre ello. Y dentro de dos días después, prendió un alcalde de Corte á Iñigo Ibáñez, secretario del Rey y del duque de Lerma, porque se averiguó que lo había hecho él; al cual llevó á la cárcel de Corte y puso en la cámara del tormento, donde está, y juntamente han preso á otros diez ó doce, por haber escrito y dado traslado del dicho papel, con lo cual parece que el pueblo se ha sosegado, esperando se ha de hacer ejemplar castigo. 

Tenían creído que S. M. y el duque de Lerma lo sabían y disimulaban, lo que á todos parescia mal, principalmente que se decía que estando en Valencia S. M., lo leyeron muchos allá, y que según ha andado público, no era posible haber dejado de llegar á sus oídos; pero agora afirman entrambos que hasta que se predicó en la capilla Real, no lo habían entendido; esto constará del castigo que se hiciere, que si es conforme á lo que merece tan grande atrevimiento, será muy ejemplar.

La plática que andaba de que la Corte se había de mudar á Valladolid, se tiene por cierto que se ha suspendido, y que por agora se quedarán aquí los consejos, con que estarán contentos los cortesanos del desgusto y costa que les causaría la mudanza de Madrid, allende de los grandes daños que recebía de ello esta villa, porque sería su total destrucción y ruina.

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