sábado, 25 de noviembre de 2017

Romanticismo y románticos –VI a– CHATEAUBRIAND




BYRON – HUGO – ESPRONCEDA
SCOTT – CHATEAUBRIAND – ZORRILLA

François-René, Vicomte de Chateaubriand
Saint-Malo, 4.9.1768-Paris, 4.7.1848

Châteaubriand, de Anne-Louis Girodet de Roussy-Trioson (1767–1824)
Musée d’Histoire de la Ville et du Pays Malouin

La biografía de Chateaubriand no ofrece grandes sorpresas. En tanto en cuanto miembro realista de una nobleza, venida a más o a menos alternativamente, actuaba, en general, dentro de las características de un señor feudal, que esperaba que la vida le entregara lo que le debía. 

La imagen de su monumento fúnebre que sigue a estas líneas refleja su carácter a la perfección. En realidad, se trata de una sencilla cruz de granito, como tantas otras, elevada sobre unos también sencillos bloques de la misma piedra y con el adorno de la vegetación floral propia el entorno. Sencillo, pues, como decimos, pero, al mismo tiempo, imponente y hasta grandioso, a causa de su ubicación, muy cuidadosamente elegida. 


En realidad, Chateaubriand, no es recordado tanto por sus hazañas personales, como por lo que vio a lo largo de su vida, y en este sentido es en el que resulta un escritor de excepción y un testigo impagable, a pesar de, o quizás, gracias a su visión personal –tal vez deberíamos decir, política–, pero esto, en el sentido griego antiguo, del hombre polites; el que vive y se integra en un entorno de un modo u otro, contrario al idiotes, que, por así decirlo, viviría encerrado en sí mismo.

Dado el profundo sentido que tenía de su alcurnia, en este caso, resulta casi imposible que su visión, tan elevada como su monumento fúnebre, fuera imparcial, especialmente, tras los eventos revolucionarios, aunque –como veremos–, en su momento, no le hizo ascos a Napoleón.

Bien a su pesar, sus monumentales Memorias, hubieron de pasar por ciertos trances que afectaron muy negativamente a aquel hombre, cuya pretensión, era legárselas a la humanidad, desde ultratumba, al igual que su bello monumento.

Chateaubriand. Retrato por Anne-Louis Girodet de Roucy Trioson

Sobre este representante del Romanticismo –y, me permito intercalar aquí una de mis dudas con respecto al gran escritor; ¿por qué es Romántico? Se dice que parte de sus Mémoires, están escritas en una bella prosa poética, que es la que le da acceso a las filas románticas. Por otra parte, el hecho de redactar unas Memorias, llamadas de Ultratumba, y que él no deseaba en modo alguno que aparecieran antes de su muerte, envuelve a esta obra en un halo que también se puede calificar de romántico. En todo caso, la clasificación podría referirse incluso a la época en que vivió, pero, ciertamente, no a su vida.

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Breves datos biográficos:

Château de Combourg

Saint–Malo, Château de Combourg, 4 de septiembre de 1768–París, 4 de julio de 1848.

Fue presentado a Luis XVI en 1786.
Hacia 1789 ya tenía el hábito de anotarlo todo.
Cuando fue a Estados Unidos, dijo haber conocido a Georges. Washington. Allí escribiría: Atala, René, Yemo y Los Natchez.

Cuando muere Luis XVI vuelve a Francia con l’Armée des Émigrés – Ejército de los Emigrados y es herido en Thionville. Ya repuesto, va a Londres tras la derrota de 1792 y allí permanece siete años, durante El Terror

En 1797 escribe Essay Historique sur les Révolutions–Ensayo Histórico sobre las Revoluciones.

1802: El Genio del Cristianismo.

Se convierte en admirador de Napoleón, que le ofrece algunos cargos, y él acepta, pero se vuelve atrás cuando se produce la ejecución del Duque de Enghien en 1804; en opinión de Fouché, tal ejecución fue peor que una injusticia; un error.

Viajes: Grecia, Jerusalén, Norte de África y España.

Publica, en Le Mercure, un artículo contra Napoleón y se retira a su casa de la Vallée–aux–Loups, donde escribe el Itinéraire, publicado en 1811, año en que es admitido en la Academia, donde ofrece un discurso sobre el Legado Revolucionario, que disgusta a Napoleón, aunque no parece que el Emperador tomara medidas al respecto contra el autor.

Vista parcial de la Maison de Chateaubriand en La Vallée-aux-Loups


1814: De Bonaparte a los Borbón: opiniones, ahora ya ultra monárquicas, tras la caída del Emperador.

Durante los Cien Días, todavía es nombrado Ministro de Estado y Par de Francia.

–Los Cien Días, o Campaña de Waterloo, comprenden, desde el 20 de marzo de 1815, fecha de la vuelta de Napoleón a París tras el su exilio en la isla de Elba, hasta el 28 de junio de 1815, cuando se produce la segunda restauración de Luis XVIII. El período supuso el fin de las Guerras Napoleónicas, del Imperio, y del propio Napoleón Bonaparte–.

En diciembre de 1815 vota a favor de la pena de muerte para el Mariscal Ney. Víctor Hugo –comparando el caso con el de Enghien–, dijo de Ney, que habiendo luchado toda su vida por Francia, moría por balas francesas.

Cuando Napoleón volvió de Elba, Chateaubriand aconsejó a Luis XVIII que se enfrentara a él, pero Luis decidió marcharse a Gante, y el autor le acompañó. Pasando entonces, de realista moderado a ultra monárquico, escribe en Le Conservateur, la Monarchie à la Carte. La llamada Chambre Introuvable, que pretendía crear el llamado Terror Blanco es disuelta.

En el Congreso de Verona se decide la intervención en España de los Cien Mil Hijos de San Luis, que Chateaubriand apoya sin condiciones.

En 1830 empieza el reinado de Luis–Philippe; Chateabriand no lo acepta y se retira a terminar y ordenar las Memorias, que se interrumpen con su fallecimiento, en 1848, tras cuarenta años de trabajo.

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Las grandiosas Memorias llegaron a causar serios disgustos a Chateaubriand, a pesar de que él las consideraba, y probablemente con razón, la cumbre de su creación literaria. 

Siguiendo a M. de Biré, su introductor en la edición de Parisarnier Frères. Libraires–Éditeurs, sabremos de esos avatares, que cito, de la edición de 1904 en forma fragmentaria, pero prácticamente literal.


En 1834 –tenía el autor 66 años-, la redacción de las Mémoires d'Outre-Tombe estaba muy avanzada. Toda la parte que va desde el nacimiento del autor, en 1768, hasta su vuelta de la emigración, en 1800, estaba terminada, así como el relato de su embajada en Roma (1828-29), la Revolución de 1830; su viaje a Praga y las visitas al rey Carlos X y a Mme.la Dauphine, como a Mademoiselle y al duque de Bordeaux. 

La Conclusión también estaba escrita y todo el conjunto formaba prácticamente siete volúmenes. Si bien el terreno no estaba todavía completamente arado, la cosecha era, sin embargo, lo suficientemente rica como para que el glorioso segador, dejando momentáneamente la hoz, pudiera pensar un instante en sentarse en el surco, atar las gavillas y ceñir su corona.

Antes de reanudar la obra, contando su vida bajo el Imperio y la Restauración, hasta 1828, reuniendo y completando así el intervalo que quedaba entre las dos alas de su monumento, Chateaubriand sintió la necesidad de comunicar sus Mémoires a algunos amigos, de escuchar sus impresiones y considerar sus opiniones, quizás pensando en darse una prueba adelantada de la alegría que le reservaba el éxito, que consideraba que tendría la obra en la que más había trabajado desde hacía 25 años y que era el objeto de su predilección.

Mme. Récamier asumió el cometido de reunir en la Abbaye-au-Bois, un pequeño número de invitados, a los que juzgó dignos de ser admitidos a aquellas primeras lecturas.

Allí, en la primera planta, había un salón al que se llegaba  por una gran escalera, y del que no se salía sin haber sentido una profunda emoción, ni sin haber tenido, durante unos instantes fugitivos e inolvidables, una clara visión de dos elementos ideales: el genio y la belleza.

El cuadro de Gérard, Corinne au Cap Misène, ocupaba la pared del fondo, y cuando un rayo de sol a través de las cortinas azules, iluminaba un instante la tela, dotándola de vida, se podría creer que Corinne, o la mismísima Mme. de Staël, podría abrir sus elocuentes labios y participar en la conversación. ¡Qué admirable improvisadora habría bajado del cuadro!
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Corinne au cap Misène. 1817. François Gérard, 1819-1821. 
Museo de Bellas Artes de Lyon

La relación sentimental que Mme. de Staël mantuvo con el político y pensador liberal Benjamin Constant cuando ambos eran todavía muy jóvenes, fue rica literariamente pero muy tormentosa. En la novela, Staël se retrata en Corinne y describe a Oswald con los rasgos de Constant, presentado como un hombre sensible pero estricto en su idea del deber, lo que le crea un complejo de culpa a causa de la incoherencia entre la atracción que siente por una dama tan notable y las ideas sociales que defiende, contrarias al tipo de aquella mujer de la que, sin embargo, se había enamorado.

François Gérard representa el pasaje de la novela de Mme. de Staël cuando Corinne se encuentra en el cabo Miseno. Acaba de improvisar un largo poema para el hombre que ama, Oswald, y está demasiado emocionada para continuar, por lo que deja a un lado la lira, y vuelve la cara hacia un cielo amenazador.

En la creación de esta pintura intervinieron varios personajes históricos: Madame de Staël, Madame Récamier, el príncipe Augusto de Prusia, y el propio artista, François Gérard. En el verano de 1807; el príncipe Augusto fue enviado a Soissons como prisionero de guerra, tras la derrota del ejército prusiano por parte de Napoleón. 

Su benigna condena le permitía viajar con frecuencia a París, donde frecuentó el salón de madame de Staël, cuyo castillo, llamado de Coppet, próximo a Ginebra, también tuvo ocasión de visitar y donde precisamente conoció a Juliette Récamier, entonces casada con el banquero Jacques Récamier, de la que se enamoró inmediatamente, siendo correspondido.

Cuando murió Mme. de Staël, amiga de ambos, en 1817, encargaron esta pintura en su recuerdo:

Deseando conservar el recuerdo de Mme de Staël por las artes, así como permanecerá en la literatura por sus obras, creí que el mejor medio sería pediros hacer un cuadro, cuyo tema se tomaría de Corinne. La amistad que Mme de Staël me ha testimoniado en tiempos desgraciados, me compromete a darle esta prueba de reconocimiento. Mme de Récamier ha querido encargarse de esta comisión en agradecimiento a Mme de Staël, porque da gran valor a cuanto pueda honrar su memoria. […] Someto a vuestro juicio si sería más ventajoso representar a Corinne con los rasgos embellecidos de Mme de Staël y elegir el momento de su triunfo en el Capitolio, o aquél en que se encuentra en el cabo Miseno, dejándoos libremente la elección de la composición de la obra. Deseo, Monsieur, que este cuadro os sirva como nueva prueba de la gran admiración que siento por vuestro talento y de la perfecta estima que os profeso. 
Auguste, prince de Prusse. Lettre à Juliette Récamier.

La obra de François Gérard fue ofrecida a Juliette Récamier por el príncipe Augusto de Prusia en 1821. Ella lo colgó en sus habitaciones de la Abbaye-aux-Bois, en París y a su muerte la legó al museo de Lyon, su ciudad natal.

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–I–
Pues bien, en ese salón tuvo lugar, en el mes de febrero de 1834, la lectura de las Mémoires. La asamblea, compuesta por una docena de personas, estaba formada por representantes de la vieja y la nueva Francia; con miembros de la prensa y del clero, críticos, escritores  y poetas, como Sainte-Beuve, Edgar Quinet, o Aurore. Dupin –George Sand-.

Solían llegar a las dos de la tarde y la lectura se prolongaba hasta bien entrada la noche, durante varios días.

Parece que aquellos iniciados guardaron bastante mal el secreto del que estaban tan orgullosos, que no creyeron cometer falta alguna expandiendo la buena noticia.

Jules Janin, que tenía espías por todas partes, en pocas horas improvisó un largo artículo, un verdadero tour de force; alarde, al parecer, propio de su genio, habilidad y posibilidades, que inmediatamente fue publicado por la Revue de Paris. (T. III, marzo 1834), que reproduzco en parte, traduciendo casi literalmente, porque resume a la perfección, lo que Chateabriand se proponía decir.



En el prefacio general de sus obras completas. el Sr. de Chateaubriand habla así de sus Mémoires: 

Emprendí las Mémoires de mi vida; una vida que ha sido muy agitada. He atravesado varias veces los mares, he vivido en chozas de salvajes y en palacios de reyes, en campos y en ciudades. Viajero por las tierras de Grecia, peregrino en Jerusalén. Me he sentado en toda clase de ruinas; he visto pasar el reinado de Louis XVI y el imperio de Bonaparte; compartí el exilio de los Borbón y anuncié su retorno.

Dos contrapesos que parecen atados a mi fortuna, la han hecho sucesivamente aumentar y disminuir en la misma proporción: me cogen, me dejan, me vuelven a coger; despojado un día, al siguiente me ofrecen un abrigo que luego me vuelven a quitar. Habituado a estas borrascas, en cualquier sitio al que llego, me veo siempre como un navegante que debe volver a embarcarse pronto, por lo que no intento construir nada sólido en tierra.

Dos horas me fueron suficientes para abandonar el ministerio y para devolver las llaves al que debía ocuparlo. Ya sea para llorar como para alegrarse, mis escritos están teñidos del color de gran número de los escritos de mi tiempo. Mi nombre, después de veinticinco años, se encuentra mezclado con los movimientos de orden social; está unido al reinado de Bonaparte, al restablecimiento del culto, al de la monarquía legítima a y la fundación de la monarquía constitucional. Unos rechazan mi persona, pero predican mis doctrinas y se aprovechan de mi política desnaturalizándola; otros se conformarían con mi persona, si consintiera separarla de mis principios.

Los más grandes asuntos han pasado por mis manos; he conocido a casi todos los reyes y a casi todos los hombres, ministros u otros, que han tenido algún papel en mi tiempo. Presentado a Louis XVI, vi a Washington al principio de mi carrera y volví a caer, finalmente, sobre lo que estoy viendo hoy. Bonaparte me amenazó varias veces con su cólera y su poder y sin embargo, se sentía impelido por una secreta inclinación hacia mí, igual que yo sentía una involuntaria admiración por lo que en él había de grande. Lo habría sido todo en su gobierno si hubiera querido, pero para triunfar, siempre me ha faltado una pasión y un vicio; la ambición y la hipocresía.

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Mientras yo tuve poder, fue uno de mis más viles aduladores. –Escribió Napoleón a su vez-. Es un fanfarrón sin carácter, que posee el furor de componer libros...


Napoleón y Chateabriand se encontraron una sola vez, el 22 de abril de 1802. Lucien Bonaparte, segundo hermano de Napoleón. Invitó a Chateabriand a los salones del Hotel de Brienne. En realidad, era la religión la que los unía. Ambos recibieron una educación católica que ninguno de los dos desarrolló hasta sus límites. La edad hizo que la religión se hiciera más evidente para ambos; para Bonaparte, representó una oportunidad política y para Chateaubriand, una oportunidad literaria.

Alexandre Duval-Stalla. 
François-René de Chateaubriand-Napoleón Bonaparte: 
Una historia, dos glorias. Biografía cruzada.

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Las vicisitudes, que me ocurrieron casi desde que salí de una infancia desgraciada, dotarán quizás de algún interés a mis Mémoires. Las obras que publico serán como piezas y pruebas justificativas de éstas. En ellas se podrá leer, primero lo que he sido, pues recorren mi vida entera. 

Los lectores que gusten de este tipo de estudios, asociarán las producciones de mi juventud con las de mi edad actual. siempre hay algo que ganar en las aproximaciones al espíritu humano.

Así habla –proseguía La Revue-, de las Memorias de su vida, el más grande escritor, el más grande poeta de nuestro tiempo. […] Ningún hombre, en efecto, de nuestros días, representa mejor esta época, que fue a la vez República, Imperio y la antigua monarquía, como M. de Chateaubriand; el más grande por el espíritu, por el estilo, por la poesía, por el corazón. y no digo por el genio, porque en eso no es sino el segundo del siglo; hay que dejar el primer lugar a Bonaparte. Pero Bonaperte no ha escrito sus Memorias […] pero por ese lado está tranquilo, pues su vida está escrita en toda Europa, con hierro, con fuego, con despotismo, con libertad, con gloria; su vida está por todas partes. Hasta ahora la vida de M. Chateaubriand, sólo está en sus obras y sólo ahí hay que buscarla. A quien sabe leer en estos grandes libros en los que se pasa revista a toda la humanidad, nada se le escapará de la vida del escritor. se encuentra ahí, entera.
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Todos los periódicos solicitaron y reprodujeron fragmentos y, todos, sin distinción de ideologías, desde el Débats al National de 1834, desde la Revue européenne, hasta la Revue des Deux-Mondes; desde el Courrier français hasta la Gazette de France; desde la Tribune, hasta la Quotidienne, se reunieron, quizás por primera vez, en el sentimiento de una común admiración. Tal era, para entonces, el prestigio que rodeaba el nombre de Chateaubriand, …y de un libro que no tenía que aparecer sino muchos años después, había alcanzado las proporciones de un acontecimiento político y literario.

-II-
Pero las horas y los años vuelan. En su refugio de la rue d'Enfer, el autor de El Genio del Cristianismo, envejecía, pobre y enfermo. La divisa de su viejo escudo decía: “Siembro oro”. 

Par de Francia, Ministro de Asuntos Extranjeros, Embajador del rey de Francia en Berlín, Londres y Roma, había sembrado oro, se había comido concienzudamente todo lo que el rey le había dado, y no le quedaba ni un céntimo. 

Durante su exilio en Praga, Carlos X le había dicho: –Sabéis, mi querido Chateaubriand, que sigo teniendo a vuestra disposición, el tratamiento de Par. –No, Sire –respondió Chateaubriand–, no puedo aceptarlo, porque tenéis servidores más desgraciados que yo.

Ahora, su casa de la rue d’Enfer, no estaba pagada y tenía otras deudas, cuyo peso aumentaba cada año. Sin embargo, sólo dependía de él mismo, convertirse en un hombre rico; cediendo la propiedad de sus Mémoires y autorizando su publicación inmediata, recibiría sumas considerables. Siguió siendo pobre, pero sus Mémoires no tenían que aparecer, sino en las condiciones que él había pensado. Ninguna consideración de fortuna o éxito podría decidirle a publicar antes de su hora, aquellas páginas testamentarias.

Entre tanto, para subvenir a sus necesidades, se entregó a tareas imponentes, como traducir El Paraíso Perdido, de Milton.

Antoine Etex (1808-1888). Châteaubriand assis auprès du Grand Bé médite ses Mémoires d’Outre-Tombe, 1847

A pesar de todo, sus amigos personales y algunos de sus amigos políticos, conmovidos por su situación, procuraron ponerle remedio. 

Estamos en 1836, cuando las sociedades de accionistas, antes de emprender su vuelo en todas las direcciones, empezaban a poner a prueba sus posibilidades. Aquellos amigos, pues, decidieron apelar a sus admiradores y formar una sociedad que se convirtiera en propietaria de las Mémoires, asegurándole, al menos, un descanso en su ancianidad. Sus esperanzas no fueron decepcionadas; en pocas semanas, ya había 146 suscriptores y en junio de aquel mismo año, la sociedad quedó definitivamente constituida y Chateaubriand recibió 250.000 francos, más una renta vitalicia de 12.000, que podría revertir en su esposa

Chateaubriand cedió, pues, la propiedad de las Mémoires, y de cualquier otra obra que pudiera crear, pero bajo la estricta condición de que, las Mémoires, no podrían ser publicadas mientras él viviera.

En 1884, algunos de los primeros suscriptores ya habían fallecido y algunas de las acciones habían cambiado de mano, y la sociedad decidió atender la proposición del director de La Presse, Émile Girardin, que ofreció 80.000 francos, a pagar inmediatamente, por la cesión de los derechos del libro tras la muerte de Chateabriend, pero con la condición de poder publicarlas previamente, por entregas en su periódico.

Cuando Chateaubriand supo que se había cerrado el acuerdo, no ocultó su indignación: –Soy el dueño de mis cenizas –dijo–, y no permitiré que sean esparcidas al viento. Después envió una declaración a la prensa:

Harto de los rumores que no me afectan, pero que me importunan, creo útil repetir que sigo siendo el mismo que era el 25 de marzo de 1836, cuando firmé un contrato por la venta de mis obras. Nada ha cambiado desde entonces, ni será cambiado, con mi aprobación, en las cláusulas de aquel contrato. Si por casualidad se hicieron otros acuerdos, yo los desconozco. Siempre he tenido una sola idea, y es la de que todas mis obras póstumas aparezcan completas, y no por entregas, ya sea en un periódico o de cualquier otra manera. 

Su rechazo hacia tal forma de publicación era tan patente, que, dos veces, en dos codicilos, protestó enérgicamente contra el arreglo llevado a cabo entre el director de La Presse y la Sociedad de las Mémoires. Temiendo además, que su firma en el recibo de la Renta Vitalicia, pudiera ser considerada como una aprobación, se negó a cobrarla, poniendo en peligro, de acuerdo con las palabras de su esposa, durante más de seis meses, la subsistencia de la propia familia, así como la de los necesitados a los que ella también proveía.

III
El 4 de julio de 1848, fallecía Chateaubriand. A su cabecera se encontraban, su sobrino Luis, un abad, una monja de la Caridad y Mame. Récamier. Vivía entonces en la rue du Bac. El féretro quedó dispuesto bajo una bóveda de la iglesia de las Missions étrangères, donde recibió los honores fúnebres. Después fue llevado a Saint–Malo, donde el día 19, se celebraron los funerales. Allí es donde descansa el gran poeta, sobre la roca del Grand–Bé, muy cerca del lugar en el que nació y en una tumba que él había preparado desde mucho tiempo antes; bajo el cielo y frente al mar.

Monumento en el Grand Bé. Al fondo, Saint-Malo

Solitario, el borde de un acantilado, en un lugar alto, al que sólo se llega con la marea baja, por lo que, normalmente no es accesible, pero sí visible, a la vez que desde allí, se domina la fortaleza y, al fondo, la ville de Saint–Malo. Es decir que, finalmente, el monumento tiene un doble carácter, en el que la pretendida sencillez desaparece en un entorno casi faraónico, que marca la distancia debida a su noble calidad de Vizconde y Par de Francia, entre otros títulos y condecoraciones. 

Diríamos, pues, que se trata de una sabia puesta en escena, que viene a ser, a la vez, el reflejo de buena parte de su obra, en la cual, y precisamente, en este sentido, destacan sus Memorias de Ultratumba.

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Si solo hubiera dependido de M. Émile de Girardin, la publicación de las Memorias, habría empezado al día siguiente de las exequias, pero, desgraciadamente para el director de La Presse, estaba obligado a contar con ciertas formalidades judiciales y plazos legales. Por tanto, el 27 de septiembre de 1848, escribió en su periódico:

El 14 de octubre, la Presse iniciará la publicación de las Mémoires d'Outre-tombe; no dependía del periódico haber empezado antes esta publicación, pues había plazos y formalidades que no han servido para abreviar la impaciencia de nuestros lectores. 

Al publicar las tan esperadas Memorias, la Presse responde a todos los periódicos, que por rivalidad, aseguraban desde hace tres meses –en realidad, desde hace cuatro años–, que las Mémoires d'Outre-tombe, no serían publicadas en nuestras columnas.

La Presse tenía interés en hacer durar el mayor tiempo posible la publicación de una obra que le había atraído muchos nuevos abonados. A veces la suspendía durante meses y los intervalos eran rellenados, ya fuera por la Memorias de un médico (de Alejandro Dumas, padre), como por los Feuilletons de Théophile Gautier, pero a menudo, era simplemente por la abundancia de material informativo, como los debates legislativos. El hecho es que empleó dos años en publicar Las Memorias de Ultratumba. Había necesitado menos tiempo su director, para pasar de las opiniones más conservadoras a las más reaccionarias, al republicanismo más ardiente, al socialismo más desatado.

Pero aparecer así, troceado, interrumpido; ser leído sin continuidad, con largos vacíos; servir en cierto modo, de intermedio de las diversas partes de las Memorias de un Médico, que eran para los lectores normales de la Presse, la pieza principal, era una publicidad deplorable, hay que convenirlo, para un libro como el de Chateaubriand. 

Y eso no era todo, Como se ha dicho, durante los dos años que duró la publicación de las Memorias –desde el 21 de octubre de 1848, hasta el 3 de julio de 1850-, tuvieron que concurrir con los acontecimientos políticos, ante los cuales, en vano, las bellas páginas, poéticas y sus armoniosos relatos, reclamaban la atención del lector: elecciones, procesos, la guerra de Hungría, la caída de la Constituyente; las elecciones legislativas; la insurrección del 13 de junio de 1849; los debates sobre la libertad de enseñanza, etc. 

Chateaubriand había escrito en el prólogo: 

Se me ha presionado para que permita, en vida, hacer aparecer algunos fragmentos de mis Memorias, pero yo prefiero hablar desde el fondo de mi ataúd; mi narración será entonces acompañada de esas voces que tienen algo sacro, porque salen del sepulcro. Pero ¡ay! su narración surgía acompañada por la voz y el aullido de las facciones. El canto del poeta se perdía entre los rumores de revolución.

IV
Se podría esperar, al menos, que tras esta mala experiencia, las Memorias que aparecieran en libro, hallarían mejor fortuna con sus verdaderos lectores, los que aun en tiempos de revolución, permanecían fieles al culto de las letras. Pero aquí todavía, el gran poeta, tuvo la suerte en contra. 

Su libro fue publicado en doce volúmenes, cuyo precio total, era de 90 francos. Algunos de los fieles de Chateaubriand, se arriesgaron, sin embargo, a hacer el gasto, pero sufrieron una nueva decepción.

Divididas, recortadas en una infinidad de capítulos cortos, las Memorias no conservaban el buen orden, la sabia simetría que caracteriza las obras de Chateaubrieand. La falta de conexión y de continuidad, la ausencia de un plan, desconcertaban al lector y le disponían mal para disfrutar de tan bellas páginas, en las que se revelaba, con un brillo más vivo que nunca, el genio del escritor.

La edición a 90 francos tampoco ayudó a la Memorias a recuperar el terreno que había perdido con la publicación por entregas. Tuvo además, contra ella a casi toda la crítica. Aún vivo, Chateaubriand recibió todas clase de críticas. Con dos o tres excepciones que indicaré enseguida, todos, grandes y pequeños, se pronunciaron contra el emperador enterrado.

¿Es necesario decir que la supuesta inferioridad de las Memorias, no tenía base o muy poca, y que este alzamiento general de escudos, se debió a otras causas?

En 1850, los errores de la República, los disparates y los crímenes de los republicanos, habían remitido en favor de los hombres de la Monarquía de Julio (1)

Muchos y muy poderosos en la Asamblea Legislativa, disponían de algunos de los periódicos de más crédito. Aprovecharon su ventaja, lo que, después de todo, era luchar en buena lid, pues se proponían hacer expiar a Chateaubriand los ataques que él mismo no les había ahorrado en su libro. 

Apareciendo al día siguiente del 24 de febrero de 1848, aquellos ataques resultaban más bien tristes, y su autor hacía gala de ser hombre sin coraje, persiguiendo a los vencidos ya derribados, con invectivas apasionadas. Thiers (2), sobre todo, había sido tratado por el ilustre escritor con una justicia que llegaba al rigor extremo, cuando lo describió como “Convertido en presidente del Consejo y Ministro de Asuntos Exteriores, extasiado ante las delicadezas diplomáticas de la escuela de Talleyrand […] tumbado sobre la monarquía falsificada de julio, como un mono sobre el lomo de un camello”; estas cosas se pagan.

Los Bonapartistas tampoco estaban satisfechos con las Memorias. Aunque el autor había celebrado en términos magníficos el genio y la gloria de Napoleón en 1804, ya no quedaba nada de eso en el último libro, en 1814; el mismo hombre que había tirado su dimisión a la cara del causante de la muerte del Duque de Enghien (3), diez años después, apoyaba con el Senado, la proclamación de la caída del emperador.

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(1).-1830-1848: Período comprendido entre dos de los principales procesos revolucionarios: la Revolución de 1830, o Revolución de Julio, y la denominada Revolución de 1848 o Primavera de los Pueblos.

(2).- Thiers fue varias veces primer ministro bajo el reinado de Louis Philippe. Tras la caída del Segundo Imperio, se convirtió en presidente provisional de la Tercera República Francesa. Desde 1871 hasta 1873 gobernó con el título de presidente provisional, pero tras ser sometido a una moción de confianza de la Asamblea Nacional, fue obligado a abandonar su cargo.

(3).– Condenado a muerte por Napoleón, su ejecución, según Fouché, “fue peor que un crimen; fue un error”.
* * *

Los republicanos a su vez, hicieron campaña con los bonapartistas. Chateabriand había sido amigo de Armand Carrel, e incluso fue el único que durante varios años, se preocupó del cuidado de su sepultura y de mantener las flores de su tumba. Pero en 1850 hacía ya tiempo que Carrel había sido olvidado por los de su partido. Sin embargo, no eran gentes para poner en olvido tantas páginas de las Memorias en las que los gigantes del 93 eran reducidos a sus verdaderas proporciones, marcando con un estigma indeleble sus nombres y sus crímenes.

Sainte-Beuve también aprovechó, porque era de esos que huelen el viento y lo siguen; ¿no iba a vengarse de las adulaciones que tanto tiempo prodigó al gran escritor? Había llegado para él el momento de quemar  el ídolo al que había adorado. El 18 de mayo de 1850, cuando las Memorias no habían terminado de aparecer, publicó en el Constitutionnel un primer artículo, seguido, el 27 de mayo y el 30 de septiembre, por otros dos, llenos, como el primero, de destreza y elegancia, junto a malicias picantes y pérfidos sobreentendidos. Y tras el maestro, críticas por todas partes y de todas las opiniones. Fue una ejecución en regla.

Antes los ataques surgidos de tantos sitios diferentes, ¿protestaron los escritores realistas? ¿Emprenderían la defensa de las Memorias y de su autor? Lo hicieron, sin duda, pero tímidamente y como sin ganas. Algunos tampoco podían olvidar la parte que Chateaubriand había tenido en la caída del gran ministro de la Restauración y otros no le perdonaban su severidad contra Blacas y la pequeña corte de Praga. 

Vivamente atacadas, las Memorias fueron, sin embargo, débilmente defendidas. Sólo Charles Lenormant, en el Correspondant, y Armand de Pontmartin, en la Opinion publique
sostuvieron con valentía el esfuerzo de los adversarios. Si no pudieron vencer, al menos salvaron el honor de la bandera.

Cuando se produce una lucha entre enjambres de abejas, es suficiente echarles algunos granos de polvo para que se termine.

La gran mêlée [cuerpo a cuerpo] provocada por la publicación de las Memorias, en la que tomaron partido las abejas –y los avispones–, de la crítica, se acabó también, hace ya tiempo. Ha sido suficiente para ello, ese poco de arena que nos lanzan los años al pasar.

                    Hi motus animorum atque haec certamina tanta pulveris exigui iactu compressa quiescent. 

                       Esos ardorosos ánimos, esas terribles luchas, se calman y serenan con un poco de polvo lanzado al aire. 
Virgilio, Geórgicas, IV, 86-87

Las Memorias de Ultratumba se alzaron sobre las condenas lanzadas contra ellas. No es un verdadero amigo de las letras el que no las tiene hoy como obra digna de Chateaubriand; como uno de los más bellos modelos de las prosa francesa.

Hay muchos, no obstante, que todavía se niegan a verlas como una obra maestra de nuestra literatura y no callan el disgusto que les produce constatar en un libro en el que a cada página se encuentran maravillas de estilo, una falta de calidad en la composición, que nada puede suplir, ni aun las muchas bellezas de detalle, por brillantes y numerosas que sean. Esta queja, no la tendrán –creo poder decirlo–, aquellos que lean las Memorias en la presente edición.

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Un resumen muy abreviado de estas Memorias –que, realmente, son interesantísimas–, con algunas aclaraciones en ciertos momentos, constituirán una segunda parte relativa a Chateaubriand.

En tanto, sólo nos queda recordar, que este autor quasi fundador del romanticismo francés, escribió, además, las siguientes obras:

Essai sur les révolutions -Ensayo sobre las revoluciones, 1797
Atala, 1801
René, 1802
Génie du christianisme -El genio del cristianismo, 1802
Les martyrs -Los mártires, 1804
Itinéraire de Paris à Jérusalem -Itinerario de París a Jerusalén, 1811
De Buonaparte et des Bourbons -De Bonaparte y de los Borbones, 1814
Aventures du dernier Abencerage -El último abencerraje, 1826
Les Natchez -Los Natchez, 1826
Vie de Rancé -Vida de Rancé, 1844

Las Mémoires d'outre-tombe -Memorias de Ultratumba, aparecieron, como sabemos, de forma póstuma, en 1848

Tomo I Obras Completas. (Wp)

B. V. Miguel de Cervantes

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