viernes, 10 de enero de 2020

Eugenia de Montijo Emperatriz de los franceses ● Vida y Galería.



La Emperatriz Eugenia, de Franz Xaver Winterhalter, 1857. 
Museo Hillwood, Washington, D.C. US. 

Cipriano Palafox y Portocarrero, 15.IX.1784 - Madrid, 15.III.1839
¿Vicente López y Portaña? c. 1820

Cipriano Palafox -el menor de los seis hijos de María Francisca de Sales Portocarrero de Guzmán y Zúñiga, VI condesa de Montijo, y del militar Felipe Antonio de Palafox y Croÿ d'Havré, su primer marido-, fue el padre de Eugenia de Montijo.

Su madre, la condesa de Montijo, era una mecenas, cuyo salón literario de Madrid reunía a los mejores Ilustrados españoles. En 1805, ya viuda, fue desterrada de la corte por orden de Godoy acusada de jansenismo, por haber traducido en su juventud una obra religiosa de Nicolas Letourneux. Murió en Logroño en 1808. 

Cuando su hermano mayor murió sin descendencia, Cipriano heredó todos sus títulos y la fortuna familiar, usando, desde entonces, en primer lugar, el apellido Portocarrero

Militar de carrera, era un ferviente admirador de Napoleón, y un afrancesado convencido que, a raíz de las abdicaciones de Bayona apoyó decididamente el gobierno del nuevo rey, José I, y al estallar la Guerra de Independencia combatió al lado de los franceses. En la batalla de Salamanca sufrió heridas que le hicieron perder el ojo derecho y la movilidad de una pierna. En 1812 acompañó al destierro a José Bonaparte, y en Francia se incorporó al Ejército Imperial con el rango de coronel. 

Tras la restauración Borbónica, fue enviado a prisión por un tiempo y después vivió en París bajo vigilancia policial, hasta que, en 1817 pudo regresar a España, acogiéndose a un indulto de Fernando VII. Desde entonces vivió en Málaga, donde, al poco tiempo, se casó con la hija del cónsul estadounidense, María Manuela KirkPatrick y de Grevignée.

En 1820, se unió a Riego, con el que colaboró hasta la caída del gobierno liberal, en 1823, año en que fue enviado de nuevo a prisión, para pasar después a vivir bajo arresto domiciliario en Santiago de Compostela, yendo a instalarse, finalmente, en Granada, donde nacieron sus dos hijas. Francisca de Sales y Eugenia.

María Manuela KirkPatrick y sus dos hijas, Maria et Eugenia.

Hacia 1830 se descubre que Palafox participa en una conspiración liberal contra Fernando VII, lo que le lleva una vez más a prisión y después al destierro en Granada, circunstancia que decidió a su esposa a marcharse a París con sus hijas durante un tiempo.

En 1834, heredaba los títulos y la fortuna de los Montijo, pero, una epidemia de cólera y la Guerra Civil, propiciaron que su familia volviera a París, aunque él permaneció en España, en su calidad de prócer del Reino, siendo, posteriormente, Senador por Badajoz, en 1837-38.

Falleció el 15 de marzo de 1839, en su palacio de Peñaranda de Duero, siendo sepultado en la Colegiata de Santa Ana de aquella villa.


Su primer hijo, Francisco de Sales Portocarrero Palafox y KirkPatrick, falleció muy pronto.

La segunda hija, María Francisca de Sales Portocarrero Palafox y Kirkpatrick, IX condesa de Montijo, conocida como Paca Alba, 1825-1860, se casó con Jacobo Fitz-James Stuart y Ventimiglia, duque de Alba.

La tercera, nuestra protagonista, María Eugenia de Guzmán, condesa de Teba, 1826-1920, fue emperatriz de los franceses por su matrimonio con Napoleón III.
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Napoleón III con uniforme de General de División, en su grand cabinet de las Tullerías, de Hippolyte Flandrin. 1861
La Emperatriz Eugenia en 1862. Franz Xaver Winterhalter. Liria.

Eugenia nació en Granada, el 5 de mayo de 1826, justo un día en que en la zona se produjo un importante terremoto, que, al parecer, precipitó su alumbramiento, producido en una tienda de campaña en el exterior del palacio en el que residía la familia, por temor a un derrumbe. 

A partir de 1835, Eugenia vivió en Francia, formándose en el Convento del Sagrado Corazón, para pasar después al Gymnase Normale, Civile et Orthosomatique, centros en los que, fundamentalmente recibió una estricta formación católica, que rigió su devenir vital. Su educación fue brevemente interrumpida en 1837 por una estancia en un internado en Brístol, al sudoeste de Inglaterra, que parece que no le dejó buenos recuerdos.

Se cuenta, que, viviendo ya en París, el Abate Brudinet, que además, era quiromante, le dijo que había en su mano una corona imperial, algo que, al parecer le había predicho anteriormente una mujer de raza gitana, en el Albaicín.

Siendo ya adolescente, pudo conocer en su casa a muchos de los más célebres intelectuales de la época; así como a viajeros ilustrados, diplomáticos, escritores, músicos, toreros, etc. Entre ellos, el novelista Juan Valera, del que se conserva una carta de 1847, en la que la describe cuando ella tenía 21 años:

Juan Valera, 1824-1905

Es una diabólica muchacha que, con una coquetería infantil, chilla, alborota y hace todas las travesuras de un chiquillo de seis años, siendo al mismo tiempo la más fashionable señorita de esta villa y corte y tan poco corta de genio y tan mandoncita, tan aficionada a los ejercicios gimnásticos y al incienso de los caballeros buenos mozos y, finalmente, tan adorablemente mal educada, que casi-casi se puede asegurar que su futuro esposo será mártir de esta criatura celestial, nobiliaria y sobre todo riquísima. 

Conoció también Eugenia al escritor francés Prosper Mérimée, amigo de su padre, que era asiduo en las reuniones que se organizaban en el domicilio familiar. Con él habló mucho acerca de las costumbres e historias del pueblo llano español, muy dado, en su opinión, a pelear por sus pasiones, en el amor y en la guerra. En este sentido, se dice que fue ella quien le habló del romance a tres, protagonizado por una cigarrera, un torero y un soldado, historia que Mérimée convertiría en su más que famosa novela Carmen, que más tarde pasaría a ser la igualmente famosa ópera de Georges Bizet. 

Merimée, París, 28.IX.1803 – Cannes, 23.IX.1870
Bizet, París, 25.X.1838-Bougival, 3.VI.1875.

Años después, en 1853, Mérimée fue hecho Senador de Francia, sin que nadie ignorase la intervención de la ya Emperatriz en tan deseada distinción

Habiendo fallecido su padre, en 1839 -ella tenía solo trece años-, Eugenia vivió con su madre y su hermana Francisca entre Granada y Madrid, con las que, además, viajó por Italia, Francia, Inglaterra y Alemania.

En 1850 la madre decidió instalarse en París con sus hijas, con el objetivo de frecuentar salones en los que encontrar maridos aristócratas para ellas; actitud no disimulada, que provocó no pocos comentarios malévolos.

Previamente, el 12 de abril de 1849, en una recepción en el Palacio del Elíseo, la princesa Matilde Bonaparte, prima de Luis Napoleón, la presentó a Carlos Luis Napoleón Bonaparte, quien, al parecer, se enamoró de Eugenia inmediatamente. Carlos Luis, sobrino nieto del primer Bonaparte -hijo de Luis I, rey de Holanda y de Hortensia de Beauharnais-, se convertiría en Presidente de la República, cargo que, de forma, en apariencia incoherente, le llevó a reinstaurar en su persona, el Imperio, como Napoleón III.

Carlos Luis Napoleón en 1848. Litografía contemporánea.
Eugenia, en 1849. Fco. Madrazo. Palacio Dueñas, Sevilla.

En las Tullerías, en un discurso pronunciado el 22 de enero de 1853, ante el Senado, el Legislativo y el Consejo de Estado, el ya Emperador declaró: 

"Aquella que se ha convertido en objeto de mi preferencia es de un alto nacimiento. Francesa de corazón, por educación, y por el recuerdo de la sangre que derramó su padre por la causa del Imperio, tiene, como española, la ventaja de no tener familia en Francia a la que haya que rendir honores y dignidades. Dotada de todas las cualidades del alma, ella será el adorno del trono, ya que, en el día del peligro, se convertirá en una de sus valientes defensoras. Católica y piadosa, rezará al cielo las mismas oraciones que yo rezo, por la felicidad de Francia. Grácil y buena, ella hará revivir -tengo la firme esperanza-, las virtudes de la emperatriz Josefina. (...) Vengo, señores, a decir a Francia: prefería una mujer a la que amo y respeto, a una mujer desconocida cuya alianza habría tenido ventajas mezcladas con sacrificios. Sin mostrar desdén por nadie, cedo a mi inclinación, pero solo después de haber consultado a mi razón y a mis creencias." 

Emperatriz Eugenia, por Winterhalter, 1853. Orsay.

El domingo 29 de enero de 1853 Eugenia, vestida de satén rosa, y con jazmines en el pelo, acudía a la ceremonia civil de su boda con Napoleón III, en el Palacio de las Tullerías. El acto se registró en la Sala de los Mariscales - Salle des Maréchaux, y, a la mañana siguiente 30 de enero, Eugenia de Montijo, a los 26 años, se despertó Emperatriz de los Franceses, llevando a cabo la ceremonia religiosa de su boda con Luis Napoleón, de 45 años, en el Altar Mayor de la Catedral de Nôtre-Dame, celebrada por el Arzobispo de París.

Mostrando un conocimiento preciso e inteligente del alcance de los gestos, ya en el atrio de la Catedral, Eugenia, llevando la misma diadema que sus predecesoras Josefina y María Luisa, soltó el brazo de Napoleón III, se volvió hacia la multitud que la observaba, y se inclinó en una elegante reverencia, provocando una clamorosa aclamación, que, además, la hizo muy popular. Finalmente, los recién casados abandonaron la catedral a bordo de la misma carroza que había llevado a Bonaparte y a Josefina el día de su solemne coronación.

Mariage civil de Napoléon III avec Eugénie de Montijo le 29 janvier 1853 au palais des Tuileries. Gravure de Jules Gaildrau (1816-1898)

Posteriormente, en el transcurso de otro acto público donó los seiscientos mil francos que el municipio de París le había ofrecido como regalo de bodas, para fundar un asilo de muchachas pobres, que se llamó Eugenia Napoleón, donando también otros doscientos cincuenta mil francos que le había regalado el propio Napoleón.

Empress Eugenie in Amiens During the Cholera Epidemic of 1866

Eugenia, 1853, de Édouard Dubufe

Napoleón y Eugenia pasaron la luna de miel en un castillo en Marnes-la-Coquette, en Saint-Cloud, donde ella decidió alojarse en las mismas habitaciones que había ocupado María Antonieta.

En diciembre de 1854, Eugenia sufrió un aborto, y a pesar de las constantes infidelidades de su esposo, volvió a quedarse embarazada al poco tiempo, siguiendo un nuevo aborto. Las continuas aventuras del Emperador irritaban a Eugenia, más que por celos, por la contravención de los principios de su educación católica. 

El arquitecto Visconti, muestra en 1853 a Napoleón III y Eugenia de Montijo su proyecto de ampliación del palacio del Louvre. Óleo de Ange Tissier. 1865, Versalles.

Ante la dificultad para concebir, se dice que en el transcurso de una visita a Inglaterra, la reina Victoria le dio un consejo sobre la posición más aconsejable para concebir, que Eugenia pondría en práctica con resultados positivos, pues el 16 de marzo de 1856, tras un largo y penoso parto, dio a luz a su único hijo, Napoleón Luis Eugenio Juan José Bonaparte, que recibió el título de Príncipe Imperial. 

Eugenia, Emperatriz de Francia, con su hijo Eugenio Luis-Napoleón, de F. J. Winterhalter.

Para celebrarlo, Napoleón III anunció una nueva amnistía para los marginados del 2 de diciembre. El día siguiente al nacimiento; la mañana del 17, una salva de cien disparos anunció el evento. Por otra parte, 600.000 parisinos -uno de cada dos habitantes de París-, hicieron regalos a la nueva madre. El emperador decidió que sería el padrino y la emperatriz, la madrina de todos los hijos legítimos nacidos en Francia aquel 16 de marzo, que, se dice que fueron unos 3.000. La Emperatriz había cumplido con su misión principal, dando al Imperio un heredero. 

Napoleón III, pintura de Franz Xaver Winterhalter, 1857

El 17 de julio siguiente, el emperador escribía a Plombieres-les-Bains las disposiciones relativas al caso de regencia:

"Artículo 2: Si el Emperador menor asciende al Trono sin que el padre del Emperador haya dispuesto de la Regencia por acto público antes de su muerte, la Emperatriz Madre es Regente y tiene la custodia de su hijo menor."

El Emperador Napoleón III y la Emperatriz Eugenia con su único hijo, el Príncipe Imperial Napoleón Eugenio Luis Bonaparte. Fotografía de 1860

Eugenio Luis; fotografía de National Geographic

Eugenia de Montijo, su hijo y el emperador Napoleón III, de Victor Pluyette. R. Viollet. Cordon Press.


La emperatriz Eugenia, de Winterhalter, 1864. Château de Compiègne

Madame Carette, que sería su lectora, describió a Eugenia como sigue:

“Era más bien alta, sus rasgos eran regulares y la línea delicadísima del perfil tenía la perfección de una medalla antigua, con un encanto muy personal, un poco extraño incluso, que hacía que no pudiera comparársela con ninguna otra mujer. La frente, alta y recta, se estrechaba hacia las sienes; los párpados, que ella bajaba con frecuencia, seguían la línea de las cejas, velando así sus ojos bastante cercanos uno de otro, lo que constituía un rasgo particular de la fisonomía de la emperatriz: dos bellos ojos de un azul vivo y profundo rodeados de sombra, llenos de alma, de energía y de dulzura (…) Los hombros, el pecho y los brazos recordaban a las más bellas estatuas. La cintura era pequeña y redondeada; las manos, delgadas; los pies, diminutos. Nobleza y mucha gracia en el porte, una distinción nata, un andar ligero y suave (…)”

Su forma de vestir era alabada e imitada en toda Europa. Su interés por la vida de la reina María Antonieta dio paso a la moda neoclásica, popularizada durante el reinado de Luis XVI. Fue, además, la persona con más condecoraciones de Francia, así como títulos nobiliarios.

Eugenia era una mujer preparada e inteligente. Los sucesivos abortos y el difícil parto de su hijo, la distanciaron un tiempo de la vida social y política, pero su carácter y sus deseos de actividad aceleraron su recuperación, y en cuanto pudo, decidió tomar parte activa en la política de Francia, en el seno del Segundo Imperio, y así, siendo católica ferviente, se opuso a la política de su marido en lo relativo a la unidad de Italia, defendiendo el poder y las prerrogativas del Papa en aquel reino.

Vivió con alegría la victoria francesa en la Guerra de Crimea en el año 1856

La flota rusa del mar Negro en el puerto de Sebastopol en 1846, de Iván Aivazovski.

La Guerra de Crimea se produjo entre 1853 y 1856, desencadenada por el Imperio ruso, frente a la liga formada por el Imperio otomano, Francia, el Reino Unido y el de Cerdeña. La acción se desarrolló, fundamentalmente, en la península de Crimea, en torno a la base naval de Sebastopol y terminó con la derrota de Rusia, reconocida en el Tratado de París, de 1856.


Las durísimas condiciones de vida de los soldados durante el asedio de Sebastopol, debido al clima de la región. George Dodd (1808-1881): Historia pictórica de la guerra rusa 1854-5-6: con mapas, planos y grabados en madera.

Las duras condiciones climáticas y alimenticias en las que vivían los soldados causaron pronto miles de bajas por hambre, frío y enfermedades durante el invierno de 1854-1855; en enero de 1855, los británicos apenas contaban con 11.000 hombres en condiciones de combatir, la mitad de los disponibles dos meses antes. Los enfermos eran evacuados por mar, pero las condiciones de transporte en los buques, eran espantosas y en torno a un tercio de los pasajeros no alcanzaba su destino. Los edificios que albergaban a los heridos estaban infestados de bichos y carecían de material y personal adecuados. 

Florence Nightingale recibiendo a los heridos en Scutari, 
de Jerry Barrett. NPG, Londres.

Como es sabido, la llegada de Florence Nightingale en el otoño, permitió mejorar la organización del hospital británico pero, aun así, durante el invierno de 1854-1855, fallecieron entre cuatro y nueve mil soldados, sin haber sufrido la mayoría herida alguna en combate.

El congreso de París -febrero y marzo de 1856-, que puso fin a la guerra de Crimea. A la izquierda, Camillo Benso di Cavour; a la derecha, Napoleón III.
De Édouard Louis Dubufe. Orsay.- Museo de Historia de Francia

Eugenia promovió la Invasión francesa de México en apoyo del emperador Maximiliano I de México. Veía en aquella intervención la posibilidad de instaurar una potencia católica en América, que impidiera su acceso a los Estados Unidos, protestantes, y facilitaría la aparición de otras monarquías conservadoras y católicas, regidas por príncipes europeos en Centro y Sudamérica. Como es sabido, la aventura bélica terminó en desastre; segó miles de vidas de soldados franceses, y acabó con el fusilamiento del propio Emperador Maximiliano.

Ofrecimiento a Maximiliano de Habsburgo de la Corona Mexicana en 1863. 
Cesare-Dell'Acqua. Museo Histórico de Castello di Miramare. Trieste

Ejecución del Emperador Maximiliano de México, de Édouard Manet.
Kunsthalle Mannheim, Mannheim, Alemania

Al parecer, el terrible desenlace causó una gran angustia a la Emperatriz, que, en buena parte, fue culpada por ello.

En la guerra franco-prusiana, que terminó con la derrota francesa de Sedán, fue decisiva la influencia de la Emperatriz, que aconsejó reiteradamente a Napoleón III que se enfrentara a Prusia -a pesar de la prudencia aconsejada por el Primer Ministro Émile Ollivier-, porque aquella había derrotado al católico Imperio Austrohúngaro pocos años antes.

El conflicto se produjo entre el 19 de julio de 1870 y el 10 de mayo de 1871, entre el Segundo Imperio francés, y tras su caída, continuado por la Tercera República Francesa, y el Reino de Prusia, con el apoyo de la Confederación Alemana del Norte y los reinos aliados de Baden, Baviera y Wurtemberg. 

El conflicto marcó el estallido de la tensión entre las dos potencias, que se agravó tras el fracaso del proyecto de Napoleón III, de anexar Luxemburgo, un suceso que causó el final de una relación relativamente equilibrada hasta entonces, con la Prusia de Otto von Bismarck. 

Históricamente, la guerra Franco-Prusiana y la Guerra de Crimea fueron los dos conflictos más importantes que se libraron en Europa después de las guerras napoleónicas y antes de la Primera Guerra Mundial. Terminó con la completa victoria de Prusia y sus aliados y, su más importante consecuencia, fue la creación del Imperio alemán, que creció en las décadas siguientes. 

El general Reille entrega a Guillermo I la carta de rendición de Napoleón III. 
De Carl Steffeck Reille1884, Ruhmeshalle, Berlín

La derrota francesa también provocaría el fin del Segundo Imperio de Napoleón III y, con él, la subordinación temporal del papel de Francia en relación con los otros poderes europeos. Significó, asimismo, el inicio de la Tercera República Francesa, que —en tamaño e influencia— se convirtió en el régimen republicano más importante entre los que entonces existían en el continente.
Eugenia de Montijo desempeñó la regencia del imperio en tres ocasiones: La primera, durante las campañas de Italia en 1859, cuando el Emperador intervino en apoyo al Conde de Cavour, Ministro de Piamonte, en la Guerra de Unificación de Italia, tratando de evitar que disminuyera el poder del Papa. La segunda, con ocasión de una estancia del Emperador en Argelia en 1865 y la tercera, durante los últimos momentos del Segundo Imperio, ya en 1870; tras la declaración de guerra y la captura de su marido por los prusianos, ella intentó gestionar la derrota, momento que la convirtió en la última mujer que gobernó Francia, con las prerrogativas de jefe de Estado.

En otro orden de cosas, la Emperatriz influyó en la construcción del Canal de Suez, representando un excepcional protagonismo político al asistir, como representante de Francia, a la inauguración del mismo, el 17 de noviembre de 1869, junto con los principales monarcas europeos, incluido el emperador Francisco José I de Austria. Entre los eventos de la inauguración, brilló especialmente la primera representación, a orillas del Nilo, de la gran ópera de Verdi, Aida. 

Egipto: apertura del canal de Suez: la Emperatriz Eugenia, tal como apareció en Ismailia, a lomos de un camello. Biblioteca del Congreso.

Parece interesante recordar aquí, que Ismail Pachá, jedive de Egipto, encargó a Verdi una ópera para representarla en enero de 1871, pagándole para ello 150.000 francos, pero el estreno se retrasó debido, precisamente, a la Guerra Franco-Prusiana. 

Al contrario de lo que se cree, la ópera Aída, no se escribió, precisamente, para la inauguración del Canal de Suez, en 1869. A Verdi le pidieron componer una oda para la apertura del Canal, pero declinó la petición argumentando que no escribía "piezas ocasionales", pero empezó a barajar la idea de componer una ópera. Pasha intentó convencerlo nuevamente, probando también con Gounod o Wagner. Finalmente, cuando Verdi leyó el argumento escrito por Auguste Mariette lo consideró positivamente y, al final, aceptó el encargo el 2 de junio de 1870.

En 1858, poco después del nacimiento de su hijo, Napoleón y Eugenia sobrevivieron a un atentado organizado por el italiano Felice Orsini, hijo de un antiguo oficial de Napoleón Bonaparte en la campaña de Rusia, que se había unido a la sociedad secreta de los Carbonarios, cuyo objetivo era la independencia italiana frente a Austria. 

Felice Orsini

Orsini estaba convencido de que Napoleón III era el principal obstáculo para la independencia italiana y viajó a París en 1857 para estudiar sus planes. Después acudió a Inglaterra y volvió a París llevando varias bombas.

La tarde del 14 de enero, de 1858, cuando el emperador y la emperatriz se dirigían al teatro Rue Le Peletier, el precursor de la Ópera Garnier, donde se iba a representar la ópera Guillermo Tell, de Rossini, Felice Orsini y sus cómplices, Antonio Gómez y Charles De Rudio lanzaron dos bombas, de las cuales, la primera explosionó junto al cochero, y la segunda hirió a los caballos, rompiendo los cristales de la carroza imperial. Una tercera explosionó bajo el propio carruaje e hirió de gravedad a un policía. 

El atentado de Orsini contra Napoleón III ante la fachada de la Ópera, el 14 de enero de 1858. Pintura al óleo del intento fallido de asesinato cerca de la antigua Salle Le Peletier.

Ocho personas murieron y 142 resultaron heridas, pero los emperadores salieron ilesos y continuaron camino el teatro sin perder la compostura. Orsini, herido en la sien derecha, volvió a su posada muy aturdido, y allí lo detuvo la policía al día siguiente. Murió en la guillotina el 13 de marzo de 1858 y, al final, su intento, no sirvió sino para aumentar la popularidad de Napoleón y Eugenia. 
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Eugenia de Montijo en Biarritz. 1858

Durante el Segundo Imperio, tanto las artes como las letras estaban sujetas a la censura, ya que, como es sabido, una de las principales motivaciones del régimen, era la vuelta al orden moral predicado por la Iglesia, y fervientemente apoyado por la emperatriz.

La Emperatriz apoyó al pintor Winterhalter, a los compositores Waldteufel y Offenbach, así como al escritor Prosper Mérimée, que, en 1853 fue hecho senador de Francia, siendo ya comandante y Gran Oficial de la Legión de Honor. Apoyó igualmente, las investigaciones de Louis Pasteur, en la vacuna contra la rabia. 

Por otra parte, impulsó el acceso de las mujeres a la cultura, las ciencias y el arte; interviniendo personalmente para que Julie-Victoire Daubié –que después sería periodista-; recibiera el título de bachillerato; consiguió, además, que Madeleine Brès se inscribiera en la Escuela de Medicina –implícitamente prohibida a las mujeres, por medio de obstáculos de carácter “moral”-, e intervino personalmente en la concesión de la Legión de Honor a la pintora Rosa Bonheur, que se convirtió así, en la primera mujer que la recibió.

Julie-V. Daubié 1824-1874, Madeleine Brès 1842-1921 y Rosa Bonheur 1822-1899

Por último, en el proceso contra Gustave Flaubert, por su novela Madame Bovary, Eugenia tomó partido, públicamente, en defensa del escritor.
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Cuando en septiembre de 1870 finalizó la guerra franco-prusiana, con el desastre de la Batalla de Sedán, y la captura del ejército francés, quedó el Emperador prisionero en el Castillo de Wilhelmhöhe. Aunque posteriormente fue liberado, ello le costaría el trono y el exilio.

Eugenia ya había vivido en Inglaterra, en la finca de Camden House, en Chislehurst, Kent, donde el emperador se reunió con ella tras su destitución por la Asamblea, pero, poco después, cayó gravemente enfermo, falleciendo el 9 de enero de 1873. Su hijo, que se encontraba entonces, en la Real Academia Militar de Woolwich, no pudo acompañarlo en sus últimas horas.

A partir de entonces, Eugenia se retiró a una villa en Biarritz en la que vivió, completamente alejada de los asuntos de la política francesa. 

Hôtel du Palais. Biarritz

Su hijo, que se había propuesto seguir la carrera militar, se unió como oficial de artillería voluntario a las tropas británicas que marchaban a Sudáfrica. Allí, sufrió una caída del caballo, cuando huía, junto con su destacamento, de una emboscada tendida por los zulúes, el 1 de junio de 1879, resultando abatido y muerto, con sólo 23 años.

Eugenia y su hijo. James Tissot. 1878

Ambos fallecimientos, ya habían sido precedidos por el de su única hermana, Francisca de Alba, en 1860 a causa de la tuberculosis.

Tras visitar el lugar en el que había muerto su hijo, en 1880 Eugenia volvió a Inglaterra. Aún le quedaban cuarenta años de vida, que pasó en riguroso luto.

La Emperatriz Eugenia en 1880

Durante sus estancias en España, solía visitar a la reina Victoria Eugenia de Battenberg, la esposa de Alfonso XIII, de la que era madrina y muy buena amiga. 

Victoria Eugenia de Battenberg, en 1918

L'Impératrice Eugénie en 1880.

Una de las últimas fotografías de la Emperatriz, Palacio de Liria, Madrid, 1920

En 1885 Eugenia se fue a vivir en Farnborough, Hampshire -una residencia señorial que convirtió en museo de la dinastía napoleónica-, alternando su residencia allí con estancias en su villa “Cyrnos” -el antiguo nombre griego de Córcega; como es sabido, lugar de origen de Napoleón I-, que se hizo construir en Biarritz, donde Eugenia se retiraba frecuentemente.

Su salud empezaba a decaer por entonces, y se le recomendó un viaje a Bournemouth, un antiguo balneario, donde, en cierta ocasión, un jardinero encendió cientos de velas en el parque, para iluminar el camino que Eugenia recorría hacia al mar durante la noche. La idea se convirtió en un evento anual, durante el cual se encienden docenas de velas en aquellos jardines, en una noche de verano. 

En 1920 volvió a España para ser operada de cataratas por el Dr. Ignacio Barraquer, con total éxito. A partir de entonces, pudo leer el Quijote sin esfuerzo y con enorme placer. 

Su edad se iba acercando al siglo y, con buena salud, preparaba su vuelta a Inglaterra, cuando, al atardecer el día 10 de julio de de aquel mismo año, se sintió repentinamente indispuesta, falleciendo a las ocho y media de la mañana del día siguiente, 11 de julio de 1920, en el Palacio de Liria, en Madrid, a los 94 años.

Sus restos fueron llevados en tren a París, acompañados por una comitiva de nobles, y allí fueron recibidos, en la estación de Austerlitz, por los Príncipes Murat, por el Embajador de España y por algunos miembros de la nobleza francesa y española. Posteriormente, fueron trasladados a Le Havre y Farnborough, siendo enterrada definitivamente en la Cripta Imperial de la Abadía de Saint Michael, en Farnborough, en Inglaterra, junto a su esposo y su hijo.

Abadía de Saint Michael, en Farnborough

Eugenia legó sus posesiones a algunos de sus familiares, exceptuando 100.000 francos que donó al Comité de Reparación de la Catedral de Reims. 

Catedral de Reims

Poseía la Emperatriz, una de las colecciones de joyas más importantes de su época, valorada en 3,6 millones de francos. Para afrontar los gastos de su exilio en Inglaterra, organizó una venta de aquellas joyas en Christie's de Londres, el 24 de junio 1872, que fueron adquiridas en su mayor parte, por el joyero estadounidense Charles Lewis Tiffany, que ya antes había adquirido otras de la Corona de Francia.

Eugenia, siendo ya emperatriz, ordenó a algunos arquitectos y jardineros de su corte la remodelación del Castillo de Arteaga, un edificio de sus antepasados, en la provincia de Vizcaya y restauró también el castillo de Belmonte, en Cuenca, propiedad de los marqueses de Villena.

Castillo de Arteaga

Castillo de Belmonte

A pesar de ser conocida por un nombre vinculado a la localidad de Montijo, heredada por su padre, Cipriano Palafox y Portocarrero, junto con el Condado de Montijo y el Señorío de Moguer, entre otros muchos títulos y bienes-, el condado pasó a su hermana, María Francisca de Sales Portocarrero, por lo que Eugenia, en realidad, nunca fue Condesa de Montijo.

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