jueves, 10 de agosto de 2023

¿NO HAS LEÍDO A CERVANTES?


Eso hay que solucionarlo en dos aspectos fundamentales, cuyo  desconocimiento es, francamente incomprensible. El primer aspecto, lógicamente, es la figura del propio Cervantes, y el segundo, su inestimable obra.

El primer gran biógrafo de Miguel de Cervantes, fue un español, Gregorio Mayans y Siscar (1738), que escribió a propuesta del diplomático británico Lord Carteret, responsable de la primera edición “monumental” del Ingenioso Hidalgo. Mayans se sirvió de las notas biográficas que proporciona el propio Miguel, en el contexto de su obra.

Podemos acudir a continuación, a la gran biografía de Astrana Marín, que con sus aciertos y errores, es la más completa que existe. 

Por último, Muñoz Machado (RAE) quien ha realizado un compendio parecido al de Astrana, pero con nuevos materiales y otros puntos de vista acerca de lo publicado durante siglos; tanto del autor, como de la obra, que nadie –y menos un español castellano-, debería pasar jamás por alto. Así pues, afrontaremos “nuestra” incomparable creación literaria, conociendo previamente a su autor y sirviéndonos para ello de grandes investigadores.


A) Lord Carteret-Mayans y Síscar

B) Astrana Marín

C) Muñoz Machado

John Carteret, 2nd Earl Granville y Gregorio Mayans y Siscar.
Astrana Marín y Muñoz Machado

Por último, puesto que Cervantes no es autor de una sola obra, nos detendremos brevemente en cada una de sus creaciones, habida cuenta que empieza y termina con dos, que son de carácter literario, muy bien argumentadas, llenas de sentido y no carentes de humor, como veremos: La Galatea y el Viaje al Parnaso, la primera y la última de sus obras.

En adelante, cuando profundicemos en sus creaciones, revisaremos asimismo, su circunstancia vital en el momento de la creación.

La obra escrita de Cervantes

Novela

1 La Galatea

2 Don Quijote de la Mancha

El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha

Segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha

Novelas ejemplares

4 La Gitanilla

5 El amante liberal

6 Rinconete y Cortadillo

7 La española inglesa

8 El licenciado Vidriera

9 La fuerza de la sangre

10 El celoso extremeño

11 La ilustre fregona

12 Las dos doncellas

13 La señora Cornelia

14 El casamiento engañoso

15 El coloquio de los perros

16 Los trabajos de Persiles y Sigismunda

TEATRO

Piezas sueltas

17 El trato de Argel

18 La Numancia

Ocho comedias y ocho entremeses nuevos

Comedias

19 El gallardo español

20 La casa de los celos

21 Los baños de Argel

22 El rufián dichoso

23 La gran sultana

24 El laberinto de amor

25 La entretenida

26 Pedro de Urdemalas

Entremeses

27 El juez de los divorcios

28 El rufián viudo

29 La elección de los alcaldes de Daganzo

30 La guarda cuidadosa

31 El vizcaíno fingido

32 El retablo de las maravillas

33 La cueva de Salamanca

34 El viejo celoso

       POESÍA

                                   35 Poesías sueltas

                                   36 Viaje del Parnaso

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Miguel de Cervantes imaginando El Quijote, Mariano de la Roca y Delgado (1858).

La “imaginación”.

En 1566 se estableció en Madrid. Asistió al Estudio de la Villa, regentado por el catedrático de gramática y filoerasmista Juan López de Hoyos, que en 1569 publicó un libro sobre la enfermedad y muerte de la reina Isabel de Valois, tercera esposa de Felipe II. López de Hoyos incluye en ese libro dos poesías de Cervantes, -a quien llama "nuestro caro y amado discípulo"-, consideradas por algunos cervantistas sus primeras manifestaciones literarias. En esos años juveniles se documenta su afición al teatro: asistía a las representaciones de Lope de Rueda, como afirma en el prólogo que puso a sus Ocho comedias y ocho entremeses (1615):

Me acordaba de haber visto representar al gran Lope de Rueda, varón insigne en la representación y en el entendimiento [...] Y, aunque por ser muchacho yo entonces, no podía hacer juicio firme de la bondad de sus versos, por algunos que me quedaron en la memoria, vistos agora en la edad madura que tengo, hallo ser verdad lo que he dicho; y si no fuera por no salir del propósito de prólogo, pusiera aquí algunos que acreditaran esta verdad. En el tiempo deste célebre español, todos los aparatos de un autor de comedias se encerraban en un costal, y se cifraban en cuatro pellicos blancos guarnecidos de guadamecí dorado, y en cuatro barbas y cabelleras y cuatro cayados, poco más o menos. Las comedias eran unos coloquios, como églogas, entre dos o tres pastores y alguna pastora; aderezábanlas y dilatábanlas con dos o tres entremeses, ya de negra, ya de rufián, ya de bobo y ya de vizcaíno: que todas estas cuatro figuras y otras muchas hacía el tal Lope con la mayor excelencia y propiedad que pudiera imaginarse. No había en aquel tiempo tramoyas, ni desafíos de moros y cristianos, a pie ni a caballo; no había figura que saliese o pareciese salir del centro de la tierra por lo hueco del teatro, al cual componían cuatro bancos en cuadro y cuatro o seis tablas encima, con que se levantaba del suelo cuatro palmos; ni menos bajaban del cielo nubes con ángeles o con almas. El adorno del teatro era una manta vieja, tirada con dos cordeles de una parte a otra, que hacía lo que llaman vestuario, detrás de la cual estaban los músicos, cantando sin guitarra algún romance antiguo.

Y, según declara en la segunda parte del Quijote por boca de su personaje principal, en su juventud "se le iban los ojos tras la farándula", (Don Quijote, II, 12).

Viaje a Italia y la batalla de Lepanto.

La Batalla de Lepanto de Ferrer Dalmau (o de artista desconocido). National Maritime Museum, Greenwich.

Se ha conservado una providencia de Felipe II que data de 1569, donde manda prender a Miguel de Cervantes, acusado de herir en un duelo a un tal Antonio Sigura, maestro de obras. Si se tratara realmente de Cervantes y no de un homónimo, podría ser este el motivo que le hizo pasar a Italia. Llegó a Roma en diciembre del mismo año 69. Allí leyó los poemas caballerescos de Ludovico Ariosto, cuánto influirán en el Don Quijote según Marcelino Menéndez Pelayo, y los Diálogos de amor del judío sefardita León Hebreo o Yehuda Abrabanel, de inspiración neoplatónica, que determinarán su idea del amor. Cervantes se imbuyó del estilo y del arte de Italia, y guardó siempre tan gratísimo recuerdo de aquellos estados, que al principio de El licenciado Vidriera, una de sus Novelas ejemplares, hace poco menos que una guía turística de ella:

Llegaron a la hermosa y bellísima ciudad de Génova; y, desembarcándose en su recogido mandrache, después de haber visitado una iglesia, dio el capitán con todas sus camaradas en una hostería, donde pusieron en olvido todas las borrascas pasadas con el presente gaudeamus. Allí conocieron la suavidad del Treviano, el valor del Montefrascón, la fuerza del Asperino, la generosidad de los dos griegos Candia y Soma, la grandeza del de las Cinco Viñas [...] Finalmente, más vinos nombró el huésped, y más les dio, que pudo tener en sus bodegas el mismo Baco. Admiráronle también al buen Tomás los rubios cabellos de las ginovesas, y la gentileza y gallarda disposición de los hombres; la admirable belleza de la ciudad, que en aquellas peñas parece que tiene las casas engastadas como diamantes en oro. [...] Y en cinco [días] llegó a Florencia, habiendo visto primero a Luca, ciudad pequeña, pero muy bien hecha, y en la que mejor que en otras partes de Italia, son bien vistos y agasajados los españoles. Contentóle Florencia en estremo, así por su agradable asiento como por su limpieza, sumptuosos edificios, fresco río y apacibles calles. [...] Y luego se partió a Roma, reina de las ciudades y señora del mundo. Visitó sus templos, adoró sus reliquias y admiró su grandeza; y, así como por las uñas del león se viene en conocimiento de su grandeza y ferocidad, así él sacó la de Roma por sus despedazados mármoles, medias y enteras estatuas, por sus rotos arcos y derribadas termas, por sus magníficos pórticos y anfiteatros grandes; por su famoso y santo río, que siempre llena sus márgenes de agua y las beatifica con las infinitas reliquias de cuerpos de mártires que en ellas tuvieron sepultura; por sus puentes, que parece que se están mirando unas a otras, que con solo el nombre cobran autoridad sobre todas las de las otras ciudades del mundo: la vía Apia, la Flaminia, la Julia, con otras deste jaez. Pues no le admiraba menos la división de sus montes dentro de sí misma: el Celio, el Quirinal y el Vaticano, con los otros cuatro, cuyos nombres manifiestan la grandeza y majestad romana. Notó también la autoridad del Colegio de los Cardenales, la majestad del Sumo Pontífice, el concurso y variedad de gentes y naciones

Entró entonces al servicio de Giulio Acquaviva, que sería cardenal en 1570 y a quien probablemente conoció en Madrid. Le siguió por Palermo, Milán, Florencia, Venecia, Parma y Ferrara, itinerario que también aparece admirativamente comentado en El licenciado Vidriera

Pronto lo dejó para ocupar la plaza de soldado en la compañía del capitán Diego de Urbina, del tercio de Miguel de Moncada y embarcó en la galera Marquesa

El 7 de octubre de 1571 participó en la batalla de Lepanto, "la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros", formando parte de la armada cristiana, dirigida por don Juan de Austria, "hijo del rayo de la guerra Carlos V, de felice memoria", y hermanastro del rey, y donde participaba uno de los más famosos marinos de la época, el Marqués de Santa Cruz, que residía en La Mancha, en Viso del Marqués. 

En una información legal elaborada ocho años más tarde se dice:

Cuando se reconosció el armada del Turco, en la dicha batalla naval, el dicho Miguel de Cervantes estaba malo y con calentura, y el dicho capitán... y otros muchos amigos suyos le dijeron que, pues estaba enfermo y con calentura, que estuviese quedo abajo en la cámara de la galera; y el dicho Miguel de Cervantes respondió que qué dirían de él, y que no hacía lo que debía, y que más quería morir peleando por Dios y por su rey, que no meterse so cubierta, y con su salud... Y peleó como valente soldado con los dichos turcos en la dicha batalla en el lugar del esquife, como su capitán lo mandó y le dio orden, con otros soldados. Y acabada la batalla, como el señor don Juan supo y entendió cuán bien lo había hecho y peleado el dicho Miguel de Cervantes, le acrescentó y le dio cuatro ducados más de su paga... De la dicha batalla naval salió herido de dos arcabuzazos en el pecho y en una mano, de que quedó estropeado de la dicha mano.

De ahí procede el apodo de Manco de Lepanto, dado que la mano izquierda perdió el movimiento, cuando un trozo de plomo le seccionó un nervio; por lo demás, las heridas no debieron ser demasiado graves pues, tras seis meses de permanencia en un hospital de Messina, Cervantes reanudó su vida militar, en 1572. Formó parte de las expediciones navales de Navarino (1572), Corfú, Bizerta y Túnez (1573). En todas ellas bajo el mando del capitán Manuel Ponce de León y en el aguerrido tercio de Lope de Figueroa, personaje que aparece en El alcalde de Zalamea, de Pedro Calderón de la Barca.

Después recorrió las principales ciudades, Sicilia, Cerdeña, Génova y la Lombardía. Y permaneció finalmente dos años en Nápoles, hasta 1575.

Durante su regreso desde Nápoles a España a bordo de la galera Sol, una flotilla turca comandada por Mami Arnaute hizo presos a Miguel y a su hermano Rodrigo el 26 de septiembre de 1575. Fueron capturados a la altura de Cadaqués de Rosas o Palamós, en una zona que actualmente recibe el nombre de Costa Brava, y llevados a Argel. 

Cervantes fue adjudicado como esclavo al renegado griego Dali Mamí. El hecho de haberse encontrado en su poder las cartas de recomendación que llevaba de don Juan de Austria y del duque de Sessa hizo pensar a sus capturadores que Cervantes era una persona muy importante y por quien podrían conseguir un buen rescate. Pidieron quinientos escudos de oro por su libertad.

Los años en Argel constituyen lo que Alonso Zamora Vicente llamó "un hecho primordial en la vida de Cervantes", que la divide “en dos mitades”.Según Juan Goytisolo, están “en el núcleo central de la gran invención literaria”.

En los casi cinco años de prisión, Cervantes, hombre nada acomodaticio y con un fuerte espíritu y motivación, trató de escapar en cuatro ocasiones organizando él mismo cuatro intentos. Para evitar represalias en sus compañeros de cautiverio, se hizo responsable de todo ante sus enemigos y prefirió la tortura a la delación. Gracias a la información oficial y al libro de fray Diego de Haedo Topografía e historia general de Argel (1612), se tienen noticias importantes sobre el cautiverio. Tales notas se complementan con sus comedias El trato de Argel, Los baños de Argel y el relato conocido como “Historia del cautivo” inserto en la primera parte de El Quijote, entre los capítulos 39 y 41.

Sin embargo, desde hace tiempo se sabe que la obra publicada por Haedo no era suya, algo que él mismo reconoció. Según Emilio Sola, su autor fue Antonio de Sosa, benedictino compañero de cautiverio de Cervantes y dialoguista de la misma obra. 

Daniel Eisenberg ha propuesto que la obra tampoco es de Sosa, que no era escritor, sino del gran escritor cautivo en Argel, -el mismo Cervantes- con cuyos escritos la obra de Haedo muestra muy extensas semejanzas. De ser cierto, la obra de Haedo dejaría de ser confirmación independiente de la conducta cervantina en Argel, y no sería sino uno más de los escritos del mismo Cervantes que ensalzan su propio heroísmo.

Su primer intento de fuga fracasó, porque el moro que tenía que conducir a Cervantes y a sus compañeros a Orán, los abandonó en la primera jornada. Los presos tuvieron que regresar a Argel, donde fueron encadenados y vigilados más que antes. 

Mientras tanto, la madre de Cervantes había conseguido reunir cierta cantidad de ducados con la esperanza de poder rescatar a sus dos hijos. En 1577 se concertaron los tratos, pero la cantidad no era suficiente para rescatar a los dos. Miguel prefirió que fuera puesto en libertad su hermano Rodrigo, que regresó a España. Rodrigo llevaba un plan elaborado por su hermano para liberarlo a él y a sus catorce o quince compañeros más. 

Como segundo intento, Cervantes se reunió con los otros presos en una cueva oculta, en espera de una galera española que vendría a recogerlos. La galera, efectivamente, llegó e intentó acercarse dos veces a la playa; pero, finalmente, fue apresada. Los cristianos escondidos en la cueva también fueron descubiertos, debido a la delación de un cómplice traidor, apodado El Dorador. Cervantes se declaró como único responsable de organizar la evasión e inducir a sus compañeros. El bey o gobernador turco de Argel, Azán Bajá, lo encerró en su "baño" o presidio, cargado de cadenas, donde permaneció durante cinco meses. 

El tercer intento lo trazó Cervantes con la finalidad de llegar por tierra hasta Orán. Envió allí a un moro fiel con cartas para Martín de Córdoba, general de aquella plaza, explicándole el plan y pidiéndole guías. Sin embargo, el mensajero fue preso y las cartas descubiertas. En ellas se demostraba que era el propio Miguel de Cervantes quien lo había tramado todo. Fue condenado a recibir dos mil palos, sentencia que no se cumplió porque fueron muchos los que intercedieron por él. 

El último intento de escapar se produjo gracias a una importante suma de dinero que le entregó un mercader valenciano que estaba en Argel. Cervantes adquirió una fragata capaz de transportar a sesenta cautivos cristianos. Cuando todo estaba a punto de solucionarse, uno de los que debían ser liberados, el ex dominico doctor Juan Blanco de Paz, reveló todo el plan a Azán Bajá. Como recompensa el traidor recibió un escudo y una jarra de manteca. Azán Bajá trasladó a Cervantes a una prisión más segura, en su mismo palacio. Después, decidió llevarlo a Constantinopla, donde la fuga resultaría una empresa casi imposible de realizar. De nuevo, Cervantes asumió toda la responsabilidad.

En mayo de 1580, llegaron a Argel padres mercedarios y trinitarios -órdenes religiosas dedicadas a liberar cautivos, incluso intercambiándose por ellos si era necesario-. Fray Antonio partió con una expedición de rescatados. Fray Juan Gil, que únicamente disponía de trescientos escudos, trató de rescatar a Cervantes, por el cual se exigían quinientos. El fraile se ocupó de recolectar entre los mercaderes cristianos la cantidad que faltaba. La reunió cuando Cervantes estaba ya en una de las galeras en que Azán Bajá zarparía rumbo a Constantinopla, atado con “dos cadenas y un grillo". Gracias a los 500 escudos tan arduamente reunidos, Cervantes es liberado el 19 de septiembre de 1580. El 24 de octubre volvió, al fin, a España con otros cautivos también rescatados. Llegó a Denia, desde donde se trasladó a Valencia. En noviembre o diciembre regresó con su familia a Madrid.

Esta experiencia dejará huella en Cervantes que podemos ver en El trato de Argel, La Galatea y en Los trabajos de Persiles y Sigismunda. 

En mayo de 1581, Cervantes se dirigió a Portugal, donde se hallaba entonces la corte de Felipe II, con el propósito de encontrar trabajo, rehacer su vida y pagar las deudas que había contraído su familia para rescatarle de Argel. Le encomendaron una comisión secreta en Orán, puesto que tenía muchos conocimientos de la cultura y costumbres del norte de África. Por ese trabajo recibió 50 escudos. Volvió a Lisboa y a Madrid. En febrero de 1582, solicitó un puesto de trabajo vacante en las Indias, sin conseguirlo; le dijeron que “buscara en otra parte”.

Es muy probable que entre los años 1581 y 1583 Cervantes escribiera La Galatea, su primera obra literaria en volumen y trascendencia. Se publicó en Alcalá de Henares en 1585. Hasta entonces solo había publicado algunas composiciones en libros ajenos, en romanceros y cancioneros, que reunían producciones de diversos poetas. 

La Galatea apareció dividida en seis libros. Aunque solo escribió la "primera parte". Cervantes no perdió nunca el propósito de continuar la obra; sin embargo, jamás llegó a imprimirse. En el prólogo la obra es calificada como «égloga» y se insiste en la afición que Cervantes ha tenido siempre a la poesía. Pertenece al género de la novela pastoril que había asentado en España la Diana, de Jorge de Montemayor. Aún se pueden observar reminiscencias de las lecturas que realizó cuando fue soldado en Italia.

En esa época, el escritor tiene relaciones amorosas con Ana Villafranca (o Franca) de Rojas, casada con Alonso Rodríguez, tabernero. De la relación nació una hija, bautizada como Isabel Rodríguez y Villafranca el 9 de abril de 1584 en la Parroquia de los Santos Justo y Pastor de Madrid. Cuando Isabel quedó huérfana, la acogió Magdalena, hermana de Cervantes, que la habría reconocido como Isabel de Saavedra un año después, cuando la niña ya tenía dieciséis años. Padre e hija no mantuvieron una buena relación y, de hecho, personalmente se puede dudar de que realmente fuera hija del escritor y o de cualquier otro, puesto que por ninguna pàrte aparece el marido de Ana, quien, por lo demás, habría estado de guardia cuando se produjo la fuga de Antonio Pérez.

A mediados de septiembre de 1584, Cervantes acudió a Esquivias, donde Juana Gaytán quería que se encargara de la publicación del Cancionero, poemario de su difunto esposo, Pedro Laínez, amigo de Cervantes. El 22 de septiembre de dicho año, y ante el procurador Ortega Rosa, Juana Gaytán, firmó el poder dado a Cervantes. 

Tres meses después, el 12 de diciembre de 1584, Cervantes se casó con Catalina de Salazar y Palacios en el pueblo toledano de Esquivias. Catalina era una joven que no llegaba a los veinte años y que aportó una pequeña dote. El matrimonio con su esposa no resultó, y a los dos años de casados, Cervantes inició sus largos viajes por Andalucía. El matrimonio no llegó a tener hijos. Cervantes nunca habla de su esposa en sus muchos textos autobiográficos, a pesar de ser él quien estrenó en la literatura española el tema del divorcio, entonces imposible en un país católico, con el entremés El juez de los divorcios. Se supone que el matrimonio fue infeliz, aunque en ese entremés sostiene que «más vale el peor concierto / que no el divorcio mejor». En todo caso, es demasiado poco lo que sabemos de Cervantes sobre este astuto, excepto que, al contrario que Lope –por ejemplo-, no era, en absoluto, mujeriego.

En 1587, viajó a Andalucía como comisario de provisiones de la Armada Invencible. Durante los años como comisario, recorrió una y otra vez el camino que va de Madrid a Andalucía, pasando por Toledo y La Mancha, actual Ciudad Real… el itinerario de Rinconete y Cortadillo.

Se estableció en Sevilla el 10 de enero de 1588. Recorrerá municipios de la provincia de Sevilla como Carmona, Écija, Estepa, Arahal, Marchena y La Puebla de Cazalla recogiendo productos como aceituna, aceite de oliva, trigo y cebada como comisario de abastos de los barcos reales. El embargo de bienes de la Iglesia llevó al Provisor del Arzobispado de Sevilla a dictar sentencia de excomunión contra Cervantes y a ordenar al vicario de Écija que pusiera en tablillas al excomulgado. 

A partir de 1594, fue recaudador de impuestos atrasados (tercias y alcabalas), empleo que le acarreó numerosos problemas y disputas, puesto que era el encargado de ir casa por casa recaudando impuestos, que en su mayoría iban destinados a cubrir las guerras en las que estaba involucrada España, y que se pagaban, tarde,  mal, o nunca.

Fue encarcelado en 1597 en la Cárcel Real de Sevilla, entre septiembre y diciembre de ese año, tras la quiebra del banco donde depositaba la recaudación. Supuestamente Cervantes se había apropiado de dinero público y sería descubierto tras ser encontradas varias irregularidades en las cuentas, pero no está del todo claro, dado que, en ocasiones, ante los larguísimos retrasos del sueldo, se veía obligado a usar los ingresos hacendísticos –que llevaba encima habitualmente en efectivo-, para comer o alojarse.

Y así fue en la cárcel donde “engendró” el Don Quijote de la Mancha, según el prólogo de esta obra. Tampoco se sabe si con ese término quiso decir que empezó a escribirlo mientras estaba preso o, que fue allí donde concibió la obra, que convertiría a su protagonista en una especie de anti-héroe, muy querido en el mundo entero. 

El otro encarcelamiento documentado de Cervantes fue muy breve, en Castro del Río, Córdoba en 1592. 

No consta que estuviera nunca en la cueva de la casa de los Medrano, en Argamasilla de Alba, siendo esta una de las invenciones que más enfurecía a los antiguos críticos.

En todo caso, es entonces cuando Cervantes inicia su carrera de escritor dramático, sobre postulados renacentistas y clasicistas: respecto a las tres unidades aristotélicas y no mezclar lo trágico y lo cómico, como recomendaba Horacio en su Epístola a los Pisones o Arte poética. Ya se ha visto cómo Cervantes amaba el teatro desde su niñez -en el Quijote abunda el diálogo-. Arriesgó con algunas innovaciones como reducir las comedias a tres actos o utilizar personajes alegóricos y tuvo un cierto éxito hasta que triunfó Lope de Vega con una fórmula más moderna -expresada en 1609, cuando difundió su Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo y todos lo siguieron, de suerte que ya ningún empresario teatral -«autor» en la lengua de la época- quiso comprarle a Cervantes sus comedias, que aparecían como anticuadas. 

Después, Cervantes asumió a disgusto las nuevas fórmulas –“los tiempos mudan las cosas/y perfeccionan las artes”, escribirá en el diálogo entre Comedia y Necesidad en su pieza El rufián dichoso, y empezó a escribir comedias según la nueva fórmula. Más tarde (1615), en el melancólico prólogo que puso a sus Ocho comedias y ocho entremeses nunca representados, hablará de su experiencia teatral:

Se vieron en los teatros de Madrid representar Los tratos de Argel, que yo compuse; La destruición de Numancia y La batalla naval, donde me atreví a reducir las comedias a tres jornadas, de cinco que tenían; mostré, o, por mejor decir, fui el primero que representase las imaginaciones y los pensamientos escondidos del alma, sacando figuras morales al teatro, con general y gustoso aplauso de los oyentes; compuse en este tiempo hasta veinte comedias o treinta, que todas ellas se recitaron sin que se les ofreciese ofrenda de pepinos ni de otra cosa arrojadiza; corrieron su carrera sin silbos, gritas ni barahúndas. Tuve otras cosas en que ocuparme; dejé la pluma y las comedias, y entró luego el monstruo de naturaleza, el gran Lope de Vega, y alzóse con la monarquía cómica; avasalló y puso debajo de su juridición a todos los farsantes; llenó el mundo de comedias proprias, felices y bien razonadas, y tantas, que pasan de diez mil pliegos los que tiene escritos, y todas -que es una de las mayores cosas que puede decirse-, las ha visto representar, o oído decir, por lo menos, que se han representado; y si algunos, que hay muchos, han querido entrar a la parte y gloria de sus trabajos, todos juntos no llegan en lo que han escrito a la mitad de lo que él sólo. [...] Algunos años ha que volví yo a mi antigua ociosidad, y, pensando que aún duraban los siglos donde corrían mis alabanzas, volví a componer algunas comedias, pero no hallé pájaros en los nidos de antaño; quiero decir que no hallé autor que me las pidiese, puesto que sabían que las tenía; y así, las arrinconé en un cofre y las consagré y condené al perpetuo silencio. En esta sazón me dijo un librero que él me las comprara si un autor de título no le hubiera dicho que de mi prosa se podía esperar mucho, pero que del verso, nada; y, si va a decir la verdad, cierto que me dio pesadumbre el oírlo, y dije entre mí: «O yo me he mudado en otro, o los tiempos se han mejorado mucho; sucediendo siempre al revés, pues siempre se alaban los pasados tiempos». Torné a pasar los ojos por mis comedias, y por algunos entremeses míos que con ellas estaban arrinconados, y vi no ser tan malas ni tan malos que no mereciesen salir de las tinieblas del ingenio de aquel autor a la luz de otros autores menos escrupulosos y más entendidos. Aburríme y vendíselas al tal librero, que las ha puesto en la estampa como aquí te las ofrece.

Como dramaturgo Cervantes sobresalió en un género: el entremés, así como en las comedias en que describe sus experiencias personales como esclavo cautivo de los musulmanes en Argel: El trato de Argel, su refundición Los baños de Argel y La gran sultana, que figuran dentro del subgénero denominado "comedia de cautivos". También pueden considerarse obras maestras su tragedia El cerco de Numancia (1585) y la comedia El rufián dichoso. 

Hace poco se ha recuperado una tragedia que se consideraba perdida, la Jerusalén, también muy notable.

En 1604 se instaló en Valladolid -por aquel entonces Corte Real—desde 1601— de Felipe III. El mismo año 1604. Antonio de Herrera y Tordesillas, Cronista de Indias y Censor de la obra de Miguel de Cervantes, autorizó la impresión, y en enero de 1605 publicó la primera parte de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Ello marcó el comienzo del realismo como estética literaria y creó el género literario de la novela moderna, la novela polifónica, de amplísimo influjo posterior, mediante el cultivo de lo que llamó “una escritura desatada” en la que el artista podía mostrarse “épico, lírico, trágico, cómico” en el crisol genuino de la parodia de todos los géneros. La segunda parte no aparecería hasta 1615: El ingenioso caballero don Quijote de la Mancha.

Ambas obras colocaron a su autor en la historia de la literatura universal y lo convirtieron, junto con Dante Alighieri, William Shakespeare, Michel de Montaigne y Goethe en un autor canónico de la literatura occidental. 

Un año antes, aparece publicada una apócrifa continuación de Alonso Fernández de Avellaneda. Una novela que podría haber sido escrita, según se ha propuesto, por el círculo de amigos de Lope de Vega  o por el aragonés Jerónimo de Pasamonte.

Entre las dos partes del Quijote aparecen en 1613 las Novelas ejemplares, un conjunto de doce narraciones breves, compuestas algunas de ellas muchos años antes. Su fuente es propia y original. En ellas explora distintas fórmulas narrativas como la sátira lucianesca; El coloquio de los perros; la novela picaresca: Rinconete y Cortadillo; la miscelánea, El licenciado vidriera, la novela bizantina; La española inglesa, El amante liberal o, incluso, la novela policíaca; La fuerza de la sangre. 

De dos de ellas, como por ejemplo, El celoso extremeño, existe una segunda redacción testimoniada por el famoso manuscrito llamado de Porras de la Cámara, descubierto y en breve destruido en el siglo XIX. Solo esta colección de novelas habría podido en sí misma haberle creado un puesto muy destacado en la historia de la literatura castellana.

La crítica literaria fue una constante en su obra. Aparece en la Galatea, en el Quijote y a ella le consagró el Viaje del Parnaso (1614) extenso poema en tercetos encadenados. En 1615, publica Ocho comedias y ocho entremeses nuevos nunca representados, pero su drama más popular hoy, La Numancia, además de El trato de Argel, quedaron inédito hasta el siglo XVIII.

Un año después de su muerte, aparece la novela Los trabajos de Persiles y Sigismunda, cuya dedicatoria a Pedro Fernández de Castro y Andrade, VII conde de Lemos, su mecenas durante años, y a quien están también dedicadas la segunda parte del Quijote y las Novelas ejemplares, que el autor firmó apenas dos días antes de morir, resulta una de las páginas más conmovedoras de la literatura española:

Señor; aquellas coplas antiguas que fueron en su tiempo celebradas, que comienzan: «Puesto ya el pie en el estribo», quisiera yo no vinieran tan a pelo en esta mi epístola, porque casi con las mismas palabras las puedo comenzar diciendo:

Puesto ya el pie en el estribo,

con las ansias de la muerte,

gran señor, ésta te escribo.

Ayer me dieron la extremaunción, y hoy escribo ésta. El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir y quisiera yo ponerle coto hasta besar los pies de V. E., que podría ser fuese tanto el contento de ver a V. E. bueno en España, que me volviese a dar la vida. Pero, si está decretado que la haya de perder, cúmplase la voluntad de los cielos y, por lo menos, sepa V. E. este mi deseo y sepa que tuvo en mí un tan aficionado criado de servirle, que quiso pasar aún más allá de la muerte mostrando su intención. Con todo esto, como en profecía, me alegro de la llegada de V. E.; regocíjome de verle señalar con el dedo y realégrome de que salieron verdaderas mis esperanzas dilatadas en la fama de las bondades de V. E. Todavía me quedan en el alma ciertas reliquias y asomos de las Semanas del Jardín y del famoso Bernardo. Si a dicha, por buena ventura mía (que ya no sería sino milagro), me diere el cielo vida, las verá, y, con ellas, el fin de la Galatea, de quien sé está aficionado V. E., y con estas obras continuado mi deseo; guarde Dios a V. E. como puede, Miguel de Cervantes.

Persiles es una novela bizantina que, según el autor, pretendía competir con el modelo clásico griego de Heliodoro; tuvo éxito, pues conoció algunas ediciones más en su época, pero fue olvidada y oscurecida por el triunfo indiscutible de su Don Quijote. Cervantes utiliza un grupo de personajes como hilo conductor de la obra, en vez de dos. Anticipa, además, el llamado realismo mágico dando entrada a algunos elementos fantásticos. En cierto modo, cristianiza el modelo original utilizando el tópico del homo viator, alcanzándose el clímax al final de la obra con la anagnórisis de los dos enamorados principales, llamados hasta entonces Periandro y Auristela, en la ciudad santa de Roma:

Nuestras almas, como tú bien sabes y como aquí me han enseñado, siempre están en continuo movimiento y no pueden parar sino en Dios, como en su centro. En esta vida los deseos son infinitos y unos se encadenan de otros y se eslabonan y van formando una cadena que tal vez llega al cielo y tal se sume en el infierno.

En realidad, Persiles es una novela de estructura e intenciones muy complejas que aguarda todavía una interpretación satisfactoria.

La influencia de Cervantes en la literatura universal ha sido tal, que la misma lengua española suele ser llamada la lengua de Cervantes.

Muerte y tumba de Cervantes

Placa esculpida dedicada a Miguel de Cervantes en la fachada norte del convento de las Trinitarias de Madrid, donde fue enterrado.

En el registro de la parroquia de San Sebastián se afirma que Cervantes murió el día 23 de abril de 1616

En 23 de abril de 1616 murió Miguel Zerbantes Sahavedra casado con Dª Catª de Salazar. Calle del León. Rbio los Stos. Sactos. De mano del Ido. franco. López, mandóse enterrar en las monjas trinitarias. mdo dos missas del alma y lo demás a voluntad de su mujer ques testamentaria y la lcdo. franco minez. q. vive allí

Diversos académicos, como el francés Jean Canavaggio y los españoles Francisco Rico, Martín de Riquer y Luis Astrana Marín afirman que murió el 22 de abril y que la fecha iscrita, es la fecha del entierro.

De hecho, falleció, en Madrid, a la edad de 68 años, en la conocida Casa de Cervantes, situada en la esquina entre la calle del León y la calle Francos, en el ya citado barrio de las Letras o barrio de las Musas, en el entorno del conocido Madrid de los Austrias. Cervantes deseó ser enterrado en la iglesia del convento de las Trinitarias Descalzas, en el mismo barrio, ya que cuando fue liberado de Argel, los trinitarios ayudaron, hicieron de intermediarios y recogieron fondos para que él y su hermano Rodrigo fueran liberados.

El convento actual fue construido en distintas fases. En el momento en que Cervantes fue enterrado allí, el convento tenía una capilla pequeña con acceso por la calle Huertas, pero posteriormente fue edificada una iglesia mayor en el mismo sitio y se trasladó a este nuevo templo a las personas que se encontraban enterradas en el anterior. El cuerpo de Cervantes también fue trasladado pero se desconocía el lugar exacto en el que se encontraba. En julio de 2011 saltó la noticia de que el historiador Fernando de Prado se proponía encontrar los restos de Cervantes liderando un grupo de expertos, explorando las diferentes partes del convento, de 3000 metros cuadrados, para investigar mejor su aspecto físico y las causas de su muerte.

El 24 de enero de 2015, un equipo de arqueólogos, liderado por el forense Francisco Etxeberría, anunció haber encontrado un ataúd con las iniciales «M. C.», que fue sometido a estudio para determinar con exactitud si los huesos en él contenidos eran los del escritor, aunque al día siguiente la epigrafista de la UAM, Alicia M. Canto, recomendó cautela, ya que las letras podían leerse en realidad «M. G.», y su tipo y técnica corresponder más bien al siglo XVIII. Al día siguiente se anunció que “el comité científico reunido en las excavaciones llegó a la conclusión de que los huesos no corresponden a los del escritor, puesto que pertenecerían a personas de menor edad”. 

Finalmente, el 17 de marzo de 2015, los expertos anunciaron que “tras las evidencias de las pruebas históricas, arqueológicas y antropológicas, se ha podido acotar la ubicación de los restos en una concentración de huesos, fragmentados y deteriorados, correspondientes a diecisiete personas, entre los que posiblemente se encuentren los de Cervantes y su esposa», aunque no faltaron otras opiniones críticas, como la del profesor Francisco Rico, que declaró: “Es que no hay tal hallazgo. Sabemos lo mismo que sabíamos antes».

En 1910 se descubrió un retrato en el que estaba escrito en la parte superior “Don Miguel de Cervantes Saavedra” y en la inferior “Iuan de Iauregui Pinxit, año 1600”. (¡Ojala fuera cierto!).Francisco Rodríguez Marín, Alejandro Pidal y Mon y Mariano de Cavia defendieron su autenticidad pero Juan Pérez de Guzmán y Gallo, Ramón León Maínez, Raymond Foulché-Delbosc, James Fitzmaurice-Kelly, Julio Puyol y Alonso y otros la cuestionaron. El retrato fue colgado en el salón de actos de la Real Academia Española, bajo un retrato de Felipe V. 

Con posterioridad a la muerte de Cervantes han aparecido otros muchos retratos, considerados falsos. La única alusión al retrato de Jáuregui se encuentra en la autodescripción que el autor colocó al principio de sus Novelas ejemplares, que se publicaron en 1613, cuando Cervantes tenía ya 66 años. Dicha descripción dice así:

... El cual amigo bien pudiera, como es uso y costumbre, grabarme y esculpirme en la primera hoja deste libro, pues le diera mi retrato el famoso don Juan de Jáurigui, y con esto quedara mi ambición satisfecha, y el deseo de algunos que querrían saber qué rostro y talle tiene quien se atreve a salir con tantas invenciones en la plaza del mundo, a los ojos de las gentes, poniendo debajo del retrato: Éste que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y ésos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos extremos, ni grande, ni pequeño, la color viva, antes blanca que morena, algo cargado de espaldas, y no muy ligero de pies. Este digo, que es el rostro del autor de La Galatea y de Don Quijote de la Mancha, y del que hizo el Viaje del Parnaso,... y otras obras que andan por ahí descarriadas y, quizá, sin el nombre de su dueño. Llámase comúnmente Miguel de Cervantes Saavedra. Fue soldado muchos años, y cinco y medio cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades. Perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros, militando debajo de las vencedoras banderas del hijo del rayo de la guerra, Carlo Quinto, de felice memoria.

Por una carta de Lope de Vega se sabe también que Cervantes usaba anteojos -gafas de pinza- para leer, un instrumento entonces tan caros que, cuando se le rompieron los cristales, no pudo repararlos.

  





En 1584, Felipe II con 57 años de edad, solicitó a su Secretario Zayas unos “anteojos en ausencia”, coincidente con las descripciones que hace Daza en su libro. Zayas escribió a Cristóbal de Salazar, embajador de España en Venecia, un pedido de seis pares de anteojos para el rey, tres blancos y tres negros, que “de ninguna manera debían de ser de oro ni de plata, sino de la común, porque de otra manera no los querrá usar”.

Cervantes es sumamente original. Parodiando un género que empezaba a periclitar, como el de los libros de caballerías, creó otro género sumamente vivaz, la novela polifónica, donde se superponen las cosmovisiones y los puntos de vista hasta confundirse en complejidad con la misma realidad, recurriendo incluso a juegos metaficcionales. En la época la épica podía escribirse también en prosa, y con el precedente en el teatro del poco respeto a los modelos clásicos de Lope de Vega, le cupo a él en suma fraguar la fórmula del realismo en la narrativa tal y como había sido preanunciada en España por toda una tradición literaria desde el Cantar del Mío Cid, ofreciéndosela a Europa, donde Cervantes tuvo más discípulos que en España. La novela realista entera del siglo XIX está marcada por este magisterio. Por otra parte, otra gran obra maestra de Cervantes, las Novelas ejemplares, demuestra la amplitud de miras de su espíritu y su deseo de experimentar con las estructuras narrativas. En esta colección de novelas el autor experimenta con la novela bizantina; La española inglesa, la novela policíaca o criminal; La fuerza de la sangre, El celoso extremeño, el diálogo lucianesco; El coloquio de los perros), la miscelánea de sentencias y donaires -El licenciado Vidriera-, la novela picaresca -Rinconete y Cortadillo-, la narración constituida sobre una anagnórisis -La gitanilla-, etc.

Miguel de Cervantes cultivó, a su modo, los géneros narrativos habituales en la segunda mitad del siglo XVI: la novela bizantina, la novela pastoril, la novela picaresca, la novela morisca, la sátira lucianesca, y la miscelánea. Renovó el género de la novela, que se entendía entonces a la italiana como relato breve, exento de retórica y de mayor trascendencia.

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• La Galatea (1585)

• El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (1605)

• Novelas ejemplares (1613)

• El ingenioso caballero don Quijote de la Mancha (1615)

• Los trabajos de Persiles y Sigismunda (1617)

La Galatea

Fue la primera novela de Cervantes, en 1585. Forma parte del subgénero pastoril -una «égloga en prosa» como define el autor-, triunfante en el Renacimiento. Su primera publicación apareció cuando él tenía 38 años con el título de Primera parte de La Galatea. Como en otras novelas del género -similar al de La Diana de Jorge de Montemayor-, los personajes son pastores idealizados que relatan sus cuitas y expresan sus sentimientos en una naturaleza idílica (locus amoenus).

La Galatea se divide en seis libros en los cuales se desarrollan una historia principal y cuatro secundarias que comienzan en el amanecer y finalizan al anochecer, como en las églogas tradicionales, pero de la misma manera que en los poemas bucólicos de Virgilio cada pastor es en realidad una máscara que representa a un personaje verdadero.

   Don Quijote de la Mancha

 

Primera edición del Quijote (1605). - Ilustración de Gustave Doré.

Es la novela cumbre de la literatura en lengua española. Su primera parte apareció en 1605 y obtuvo una gran acogida pública. Pronto se tradujo a las principales lenguas europeas y es una de las obras con más traducciones del mundo. En 1615 se publicó la segunda parte.

En un principio, la pretensión de Cervantes fue combatir el auge que habían alcanzado los libros de caballerías, satirizándolos con la historia de un hidalgo manchego que perdió la cordura por leerlos, creyéndose caballero andante. Para Cervantes, el estilo de las novelas de caballerías era pésimo, y las historias que contaba eran disparatadas. A pesar de ello, a medida que iba avanzando el propósito inicial fue superado, y llegó a construir una obra que reflejaba la sociedad de su tiempo y el comportamiento humano.

Es probable que Cervantes se inspirara en el Entremés de los romances, en el que un labrador pierde el juicio por su afición a los héroes del Romancero viejo.

Novelas ejemplares

Entre 1590 y 1612, Cervantes escribió una serie de novelas cortas -el término novela se usaba en la época en el mismo sentido que su étimo, el italiano novella, esto es, lo que hoy llamamos novela corta o relato largo- que después acabaría reuniendo en 1613 en la colección de las Novelas ejemplares, dada la gran acogida que obtuvo con la primera parte del Quijote. En un principio recibieron el nombre de Novelas ejemplares de honestísimo entretenimiento.

Dado que existen dos versiones de Rinconete y Cortadillo y de El celoso extremeño, se piensa que Cervantes introdujo en estas novelas algunas variaciones con propósitos morales, sociales y estéticos; de ahí el nombre de “ejemplares”. La versión más antigua se encuentra en el llamado manuscrito de Porras de la Cámara, una colección miscelánea de diversas obras literarias entre las cuales se encuentra una novela habitualmente atribuida también a Cervantes, La tía fingida. Por otra parte, algunas novelas cortas se hallan también insertas en el Quijote, como «El curioso impertinente» o una “Historia del cautivo” que cuenta con elementos autobiográficos. Además, se alude a otra novela ya compuesta, Rinconete y Cortadillo.

Los trabajos de Persiles y Sigismunda

Es la última obra de Cervantes. Pertenece al subgénero de la novela bizantina. En ella escribió la dedicatoria a Pedro Fernández de Castro y Andrade, VII conde de Lemos, el 19 de abril de 1616, cuatro días antes de fallecer, donde se despide de la vida citando estos versos:

Puesto ya el pie en el estribo,

con ansias de la muerte,

gran señor, esta te escribo.

El autor ve claramente que le queda poca vida y se despide de sus amigos, no se hace ilusiones. Sin embargo, desea vivir y terminar obras, cuyo título escribe: Las semanas del jardín, El famoso Bernardo y una segunda parte de La Galatea. En el género de la novela bizantina, cuenta Cervantes, se atreve a competir con el modelo del género, Heliodoro.

La novela, inspirada en la crónica de Saxo Gramático y Olao Magno y en las fantasías del Jardín de flores curiosas de Antonio de Torquemada, cuenta la peregrinación llevada a cabo por Persiles y Sigismunda, dos príncipes nórdicos enamorados que se hacen pasar por hermanos cambiándose los nombres por Periandro y Auristela. Separados por todo tipo de peripecias, emprenden un viaje desde el norte de Europa hasta Roma, pasando por España, con finalidad expiatoria antes de contraer matrimonio. La obra es importante porque supone en el autor un cierto distanciamiento de las fórmulas realistas que hasta el momento ha cultivado, pues aparecen hechos tan curiosos como que una mujer salte de un campanario librándose de estrellarse gracias al paracaídas que forman sus faldas o que haya personajes que adivinen el futuro. Los personajes principales aparecen algo desvaídos y en realidad la obra está protagonizada por un grupo, en el que se integran dos españoles abandonados en una isla desierta, Antonio y su hijo, criado en la isla como una especie de bárbaro arquero en contacto con la naturaleza. Los últimos pasajes del libro están poco limados, ya que el autor falleció antes de corregirlos. La obra tuvo cierto éxito y se reimprimió varias veces, pero fue olvidada en el siglo siguiente.

Poesía

Cervantes se afanó en ser poeta, aunque llegó a dudar de su capacidad, como él mismo dijo antes de su muerte en Viaje del Parnaso:

Yo que siempre trabajo y me desvelo / por parecer que tengo de poeta / la gracia que no quiso darme el cielo

Se han perdido o no se han identificado casi todos los versos que no estaban incluidos en sus novelas o en sus obras teatrales; aunque se le suele llamar inventor de los versos de cabo roto, en realidad no fue él. Cervantes declara haber compuesto gran número de romances, entre los cuales estimaba especialmente uno sobre los celos. En efecto, hacia 1580 participó con otros grandes poetas contemporáneos como Lope de Vega, Góngora o Quevedo en la imitación de los romances antiguos que dio origen al Romancero nuevo, llamado así frente al tradicional y anónimo Romancero viejo del siglo XV.

Inició su obra poética con las cuatro composiciones dedicadas a las Exequias de la reina Isabel de Valois. Otros poemas fueron: A Pedro Padilla, A la muerte de Fernando de Herrera, A la Austriada de Juan Rufo. Como poeta sin embargo destaca en el tono cómico y satírico, y sus obras maestras son los sonetos Un valentón de espátula y gregüesco y Al túmulo del rey Felipe II, del cual se hicieron famosos los últimos versos:

Caló el chapeo, requirió la espada, / miró al soslayo, fuese, y no hubo nada.

La Epístola a Mateo Vázquez es una falsificación escrita por el erudito decimonónico Adolfo de Castro, como asimismo lo es el folleto en prosa El buscapié, una vindicación del Quijote escrita también por este erudito. Asentó algunas innovaciones en la métrica, como la invención de la estrofa denominada ovillejo y el uso del soneto con estrambote.

Viaje del Parnaso

El único poema narrativo extenso de Cervantes es Viaje del Parnaso (1614) compuesto en tercetos encadenados. En él alaba y critica a algunos poetas españoles. Se trata en realidad de una adaptación, como dice el propio autor, del Viaggio di Parnaso (1578) de Cesare Caporali di Perugia o Perusinus. Narra en ocho capítulos el viaje al monte Parnaso del propio autor a bordo de una galera dirigida por Mercurio, en la que algunos poetas elogiados tratan de defenderlo frente a los poetastros o malos poetas. Reunidos en el monte con Apolo, salen airosos de la batalla y el protagonista regresa de nuevo a su hogar. La obra se completa con la Adjunta al Parnaso, donde Pancracio de Roncesvalles entrega a Cervantes dos epístolas de Apolo.

Teatro

Dadas sus penurias económicas, el teatro fue la gran vocación de Cervantes, quien declaró haber escrito “veinte o treinta comedias”, de las cuales se conservan los títulos de diecisiete y los textos de once, sin contar ocho entremeses y algunos otros atribuidos. Escribió que cuando era mozo «se le iban los ojos» tras el carro de los comediantes y que asistió a las austeras representaciones de Lope de Rueda. Sin embargo, su éxito, que lo tuvo, pues sus obras se representaron «sin ofrenda de pepinos», como dice en el prólogo a sus Ocho comedias y ocho entremeses nunca representados, fue efímero ante el exitazo de la nueva fórmula dramática de Lope de Vega, más audaz y moderna que la suya, que hizo a los empresarios desestimar las comedias cervantinas y preferir las de su rival. 

El teatro de Cervantes poseía un fin moral, incluía personajes alegóricos y procuraba someterse a las tres unidades aristotélicas de, acción, tiempo y lugar, mientras que el de Lope rompía con esas unidades y era moralmente más desvergonzado y desenvuelto, así como mejor y más variadamente versificado. Cervantes nunca pudo sobrellevar este fracaso y se mostró disgustado con el nuevo teatro lopesco en la primera parte del Quijote, cuyo carácter teatral aparece bien asentado a causa de la abundancia de diálogos y de situaciones de tipo entremés que entreveran la trama. Y es, en efecto, el entremés el género dramático donde luce en todo su esplendor el genio dramático de Cervantes, de forma que puede decirse que junto a Luis Quiñones de Benavente y Francisco de Quevedo es Cervantes uno de los mejores autores del género, al que aportó una mayor profundidad en los personajes, un humor inimitable y un mayor calado y trascendencia en la temática. 

Que existía interconexión entre el mundo teatral y el narrativo de Cervantes lo demuestra que, por ejemplo, el tema del entremés de El viejo celoso aparezca en la novela ejemplar de El celoso extremeño. Otras veces aparecen personajes sanchopancescos, como en el entremés de la Elección de los alcaldes de Daganzo, donde el protagonista es tan buen catador o “mojón” de vinos como Sancho. El barroco tema de la apariencia y la realidad se muestra en El retablo de las maravillas, donde se adapta el cuento medieval de don Juan Manuel, que Cervantes conocía y había leído en una edición contemporánea, del rey desnudo y se le da un contenido social. 

El juez de los divorcios, toca también biográficamente a Cervantes, y en él se llega a la conclusión de que "más vale el peor concierto / que no el divorcio mejor". 

También poseen interés los entremeses de El rufián viudo, La cueva de Salamanca, El vizcaíno fingido y La guarda cuidadosa. Para sus entremeses adopta Cervantes tanto la prosa como el verso y se le atribuyen algunos otros, como el de Los habladores.

En sus piezas mayores el teatro de Cervantes ha sido injustamente poco apreciado y representado, con algunos sin estrenarse hasta la fecha (2015), con excepción de la que representa el ejemplo más acabado de imitación de las tragedias clásicas: El cerco de Numancia, también titulada La destrucción de Numancia, donde se escenifica el tema patriótico del sacrificio colectivo ante el asedio del general Escipión el Africano y donde el hambre toma la forma de sufrimiento existencial, añadiéndose figuras alegóricas que profetizan un futuro glorioso para España. Se trata de una obra donde la Providencia parece tener el mismo cometido que tenía para el Eneas escapado de la Troya incendiada en Virgilio. Parecida inspiración patriótica poseen otras comedias, como La conquista de Jerusalén, descubierta recientemente. Otras comedias suyas tratan el tema, que tan directamente padeció el autor y al que incluso se hace alusión en un pasaje de su última obra, el Persiles, del cautiverio en Argel, como Los baños de Argel, El trato de Argel, también titulada Los tratos de Argel, La gran sultana y El gallardo español, donde se ha querido también encontrar la denuncia de la situación de los antiguos soldados como el propio Cervantes. De tema más novelesco son La casa de los celos y selvas de Ardenia, El laberinto de amor, La entretenida. Carácter picaresco tienen Pedro de Urdemalas y El rufián dichoso.

Ocho comedias y ocho entremeses nunca representados; Cervantes reunió aquí sus obras no representadas, pero se conservan otras obras en manuscrito: El trato de Argel, El gallardo español, La gran sultana y Los baños de Argel. 

Cervantes mencionó en algunas ocasiones comedias suyas que se representaron con éxito y cuyos textos se han perdido, así como otras obras que estaba escribiendo o pensaba escribir.

Entre las obras no escritas o inacabadas cabe mencionar la segunda parte de La Galatea, El famoso Bernardo -quizá un libro de caballerías referido a Bernardo del Carpio, y Las semanas del jardín. También es posible que haya pensado en escribir una continuación del libro de caballerías Belianís de Grecia.

Las obras de teatro perdidas que Cervantes enumera son La gran Turquesca, La batalla naval, La Jerusalem, que hoy se cree es la recuperada La conquista de Jerusalén; La Amaranta o la del mayo, El bosque amoroso, La única, La bizarra Arsinda y La confusa, que figuraba en el repertorio del autor Juan Acacio aún en 1627. También fue obra suya una comedia llamada El trato de Constantinopla y muerte de Selim.

Hay diversas obras que se han atribuido a Cervantes, con variado fundamento. Entre las más conocidas cabe mencionar:

La tía fingida, narración del estilo de las Novelas ejemplares.

Diálogo entre Cilenia y Selanio sobre la vida del campo, que se supone que es un fragmento de la obra perdida de Cervantes Las semanas del jardín.

Auto de la soberana Virgen de Guadalupe, auto sacramental relativo al hallazgo de la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe.

• La Topografía e historia general de Argel, obra editada y publicada en Valladolid, en 1612, por fray Diego de Haedo, abad de Frómista, que se sabe que no es obra de este. La obra fue realmente escrita por el clérigo portugués y amigo de Cervantes, el doctor Antonio de Sosa, mientras este estuvo cautivo en Argel entre 1577 y 1581. El erudito Sosa fue muy amigo del joven Cervantes durante el cautiverio de ambos en Berbería en los 1570. Sosa fue asimismo el primer biógrafo de Cervantes; su relato sobre el "episodio de la cueva", en el que describe el segundo intento de escapada de Cervantes de su prisión argelina, aparece en su Diálogo de los mártires de Argel.

En 1992, el hispanista italiano Stefano Arata publicó el texto de un manuscrito de la obra teatral La conquista de Jerusalén por Godofredo de Bullón. En su estudio preliminar Arata pretende haber encontrado La Jerusalén perdida de Cervantes. Siguió a este estudio otro artículo en 1997 y desde entonces se ha publicado virtualmente como obra atribuida. En 2009 apareció una edición crítica impresa por Cátedra Letras Hispanas y en 2010 Aaron M. Kahn publicó una teoría de atribución que demuestra que, de todos los candidatos a la autoría de este drama, Cervantes es sin duda el más probable. Ciertamente esta comedia sobresale mucho entre las demás de su tiempo, pero, sin pruebas concluyentes, sigue siendo solo atribuible a Cervantes.

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Se suele decir que Miguel de Cervantes y William Shakespeare fallecieron el mismo día. Sin embargo, las muertes no habrían coincidido en el tiempo, ya que, aunque la fecha fuese la misma, en Gran Bretaña se usaba el calendario juliano, mientras que en España ya se había adoptado el gregoriano, y cuando Shakespeare murió, en España era 3 de mayo. Este día, el 23 de abril, ha sido nombrado Día Internacional del Libro por la Unesco en 1995.

Lo que sí se sabe con exactitud es que Shakespeare leyó la primera parte del Quijote y escribió una obra de teatro donde retoma al personaje de Cardenio, que aparece en la novela.

Cervantes no solamente conoció a Francisco Quevedo y Lope de Vega, sino que fueron vecinos en las mismas calles del Barrio de las Letras de Madrid. 

El Quijote es un libro que ha marcado a muchas personalidades. Orson Welles, que pasó temporadas en España, tuvo gran interés en realizar una película titulada Don Quijote, y aunque la empezó, no pudo completarla, por lo que se exhibe desde 1992 montada y finalizada por el director y guionista Jesús Franco.

El primer ministro israelí, David Ben-Gurión aprendió español para poder leer Don Quijote de la Mancha en su idioma original, al igual que el poeta, dramaturgo y novelista ruso Alexandr Pushkin.

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Para el historiador Emilio Sola, hay numerosos indicios en la obra de Cervantes que lo delatan como un escritor antisistema e incluso libertario. Según Sola, las lecturas más habituales de la obra cervantina han dejado un Cervantes “neutralizado” en el que “sus cargas de profundidad más potentes” quedan ocultas. Estas cargas serían el rechazo de Cervantes a la política profesional -consideraría a los políticos como «cortesanos sinvergüenzas y lisonjeros»-; la justa protesta feminista de Marcela -que defiende que nació libre y que no es responsable del suicidio de su acosador, Crisóstomo-; o su comparación de las empresas modernas con galeotas corsarias -el dinero y la corrupción serían los nuevos dioses-.

Por las consecuencias implícitas en la novela El curioso impertinente, incluida en el Quijote, algunos autores han interpretado que Cervantes defendía la «imposibilidad de debate o polémica religiosa entre cristianos y musulmanes». Esta controversia entre religiones sería imposible porque no puede realizarse con “ejemplos palpables, fáciles, inteligibles, demostrativos, indubitables, con demostraciones matemáticas que no se pueden negar [···]”. Por esta dificultad, señalada por Cervantes, de que cristianos y musulmanes puedan llegar a convencerse entre sí, se le atribuye como posible una postura “escéptica, tolerante o pacificadora” que el mismo autor habría adoptado «sin ningún tipo de dudas y a pesar de frases o formulaciones concretas [···] resaltadas como defensa ante posibles sospechas».

Para algunos cervantistas, el autor del Quijote puede situarse como «precursor» del iusnaturalismo del siglo XVII. Esto se justificaría por la necesidad, presente en Cervantes según Emilio Sola, de un “derecho/ley natural por encima de las diferentes "leyes" de las religiones clásicas”. 

Casa en la que ocupó un piso el escritor en Valladolid entre los años 1604 y 1606 y que coincidiría con la publicación de la primera edición del Quijote, en 1605. Aquí trabajaría en la segunda parte de la novela y escribiría además El coloquio de los perros, El licenciado Vidriera o La ilustre fregona. Actualmente es un museo.

El gallardo español es una comedia de cautivos o comedia caballeresca de ambiente morisco y rasgos épicos obra de Miguel de Cervantes Saavedra. Se incluyó impresa como la primera de sus Ocho comedias y ocho entremeses nuevos nunca representados (1615). Se suele relacionar con el viaje que Cervantes hizo a Orán como espía (para Felipe II) en el año 1581.

Se inspira probablemente en el Diálogo de las guerras de Orán -Córdoba: Francisco de Cea, 1593-, de Baltasar de Morales o quizá en Luis de Mármol, Libro tercero... de la descripción general de África (Granada, 1573). El hecho histórico que sirve de marco es la resistencia de Orán y Mazalquivir en 1563 ante el ataque del rey de Argel; y aunque Cervantes utiliza los episodios históricos documentados, los subordina a su propia experiencia y concepciones poéticas, cumpliendo lo que afirma al final de su obra: "De dar fin a esta comedia / cuyo principal intento / ha sido mezclar verdades / con fabulosos intentos" (otros leen "inventos"). Y a diferencia de otras comedias de cautivos del autor más corales o incluso de otro género también colectivas, como la Numancia, en esta sí existe un personaje central, Fernando. 

El soldado español don Fernando de Saavedra es retado por Alimuzel, un moro celoso de su fama, a abandonar la ciudad cristiana, que estaba sufriendo asedio y sigue a su enamorada Mora Arlaxa que dirige al campo enemigo con un nombre fingido. Allí se le acerca una enamorada, Margarita, vestida de hombre, que lo buscaba por España e Italia acompañada por un hermano suyo que también va buscando a una hermana de él. Y aunque Fernando permanece en el ejército enemigo, cuando esta llega a las puertas de la ciudad asediada se enfrenta a los musulmanes y defiende él solo las murallas. Al final se acuerdan los matrimonios de Margarita y Fernando y de Arlaxa y Alimuzel. Destaca el personaje del gracioso Buitrago, soldado en Orán, buen matamoros siempre que tenga el estómago lleno: "Solo a mi vientre acudo y a la guerra".

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GREGORIO MAYANS Y SISCAR

Bibliotecario del Rey Católico

Vida de Miguel de Cervantes Saavedra

 [De la edición digital a partir de la de Londres, J. y R. Tonson, 1737, cotejada con la edición crítica de Antonio Mestre (Madrid, Espasa Calpe, 1971).]

Al Exmo. Señor Don Juan, Barón de Carteret

Exmo. Señor:

Un tan insigne escritor como Miguel de Cervantes Saavedra, que supo honrar la memoria de tantos españoles y hacer inmortales en la de los hombres a los que nunca vivieron, no tenía hasta hoy, escrita en su lengua, vida propia. Deseoso U. E. de que la hubiese, me mandó recoger las noticias pertenecientes a los hechos y escritos de tan gran varón. He procurado poner la diligencia a que me obligó tan honroso precepto, y he hallado que la materia que ofrecen las acciones de Cervantes es tan poca, y la de sus escritos tan dilatada, que ha sido menester valerme de las hojas de éstos para encubrir de alguna manera, con tan rico y vistoso ropaje, la pobreza y desnudez de aquella persona dignísima de mejor siglo; porque, aunque dicen que la edad en que vivió era de oro, yo sé que para él y algunos otros beneméritos fue de hierro. Los envidiosos de su ingenio y elocuencia le mormuraron y satirizaron. Los hombres de escuela, incapaces de igualarle en la invención y arte, le desdeñaron como a escritor no científico. Muchos señores, que si hoy se nombran es por él, desperdiciaron su poder y autoridad en aduladores y bufones sin querer favorecer al mayor ingenio de su tiempo. Los escritores de aquella edad (habiendo sido tantos), o no hablaron dél o le alabaron tan fríamente que su silencio y sus mismas alabanzas son indicios ciertos o de su mucha envidia o de su poco conocimiento. 

U. E. le tiene tan justo de sus obras, que ha manifestado ser el más liberal mantenedor y propagador de su memoria; y es por quien Cervantes y su Ingenioso Hidalgo logran hoy el mayor aprecio y estimación. Salga, pues, nuevamente a la luz del mundo el gran Don Quijote de la Mancha, si hasta hoy caballero desgraciadamente aventurero, en adelante por U. E. felizmente venturoso. Viva la memoria del incomparable escritor Miguel de Cervantes Saavedra. Y reciba U. E. estos apuntamientos como cierta y perpetua señal de la gustosa y pronta obediencia que profeso a U. E. Y cuando yo en ellos no haya conseguido el acierto que merecen los preceptos de U. E. (que no vivo tan satisfecho de mí, ni soy tan ambicioso que presuma y espere tanto), a lo menos quedaré contento con la gloria de mi obsequio.

    D. Gregorio Mayans y Siscar.

Vida de Miguel de Cervantes Saavedra

Su patria, estudios, empleo, profesión, cautiverio, redención, aplicación a la cómica, obras, los seis libros de La Galatea, Don Quijote de la Mancha, Novelas Ejemplares, Viaje del Parnaso, número. Ocho comedias y ocho entremeses, Otras comedias suyas, Los trabajos de Persiles y Sigismunda, Otras obras suyas, enfermedad, muerte, retrato.

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Vida de Miguel de Cervantes Saavedra

Su autor, Don Gregorio Mayans y Siscar

    Miguel de Cervantes Saavedra, que viviendo fue un valiente soldado aunque muy desvalido y escritor muy célebre pero sin favor alguno, después de muerto es prohijado a porfía de muchas patrias. Esquivias dice ser suyo. Sevilla le niega esta gloria y la quiere para sí. Lucena tiene la misma pretensión. Cada una alega su derecho, y ninguna le tiene.

    1. Defiende la parte de Esquivias don Tomás Tamayo de Vargas, varón eruditísimo, quizá porque Cervantes llamó famoso a este lugar, pero el mismo Cervantes se explicó diciendo: «Por mil causas famoso: una, por sus ilustres linajes, y otra, por sus ilustrísimos vinos».

    2. El grande émulo de Tamayo, don Nicolás Antonio, patrocina la causa de Sevilla y, para probarla, alega dos razones o conjeturas. Dice que Cervantes siendo niño vio representar en Sevilla a Lope de Rueda, y añade que los apellidos de Cervantes y Saavedra son sevillanos. La primera conjetura prueba poco. Yo, siendo niño, vi representar en el Teatro de Valencia un gran comedión (que es el único que he visto) y no soy de Valencia, sino de Oliva. Fuera de esto, diciendo Cervantes que «Lope de Rueda, varón insigne en la representación y en el entendimiento, fue natural de Sevilla», era natural también llamarla su patria; y ni en ese ni en otros lugares donde nombró a Sevilla, la reconoció como tal. La segunda conjetura aún prueba menos: porque si Miguel de Cervantes Saavedra hubiera sido de los Cervantes y Saavedra de Sevilla, siendo nobles estas familias, lo hubiera él apuntado en alguna parte hablando en tantas de sí, y lo más que dijo fue ser hidalgo sin añadir circunstancia que indicase su solar, y, a ser natural de Sevilla, en las mismas familias sevillanas de Cervantes y Saavedra se hubiera conservado desde aquel tiempo la gloriosa memoria de haber dado a España tan ilustre varón. Prueba que hubiera alegado don Nicolás Antonio, siendo desta opinión y natural de Sevilla.

    3. En Lucena dicen que hay tradición de haber nacido allí. Cuando se pruebe la tradición o se exhiba la fe de su bautismo, deberemos creerlo.

    4. Entre tanto, tengo por cierto que la patria de Cervantes fue Madrid, pues él mismo en el Viaje del Parnaso despidiéndose de esta grande villa le dice así:


A Dios, dije a la humilde choza mía.

A Dios Madrid, a Dios tu prado y fuentes,

que manan néctar, llueven ambrosía.

A Dios, conversaciones suficientes

a entretener un pecho cuidadoso

y a dos mil desvalidos pretendientes.

A Dios, sitio agradable y mentiroso,

do fueron dos gigantes abrasados

con el rayo de Júpiter fogoso.

A Dios, teatros públicos, honrados

por la ignorancia que ensalzada veo

en cien mil disparates recitados.

A Dios, de San Felipe el gran paseo,

donde si baja o sube el turco galgo,

como en gaceta de Venecia leo.

A Dios, hambre sotil de algún hidalgo,

que por no verme ante tus puertas muerto

hoy de mi patria y de mí mismo salgo.

    5. Hecha esta observación, he recurrido a los apuntamientos que hizo don Nicolás Antonio para formar su Biblioteca, y en la margen de ellos he hallado añadida esta misma prueba de la patria de Cervantes, pero deseoso don Nicolás de mantener su antigua opinión concluye así: «si bien mi patria se puede entender por España toda». Cualquiera que lea atenta y desapasionadamente los tercetos de Cervantes juzgará que esta interpretación de don Nicolás Antonio es violenta y aun contraria a la mente de Cervantes, porque los cinco primeros tercetos son una definición descriptiva de Madrid, los dos primeros versos del sexto terceto una apóstrofe o razonamiento dirigido a su hambre, y el último verso un retorno a la villa de Madrid donde ya había dicho que tenía la humilde choza suya, de la cual salía por ir al Parnaso, viaje cuya descripción le sacaba de tino.

Hoy de mi patria y de mí mismo salgo.

Fuera de esto, en el terceto inmediato dice así:

Con esto poco a poco llegué al puerto

a quien los de Cartago dieron nombre,

cerrado a todos vientos y encubierto.

A cuyo claro y singular renombre

se postran cuantos puertos el mar baña,

descubre el sol y ha navegado el hombre.

    6. Si Cervantes entendiera por patria suya a toda España (cosa muy impropia y que no cabía en su pluma), al salir de ella sería cuando la llamaría patria, pero no hablando con Madrid y al salir de esta villa para Cartagena, y más caminando poco a poco para llegar a aquel famoso puerto donde se había de embarcar para hacer con Mercurio el viaje del Parnaso.

    7. Quede, pues, por asentado que Madrid fue la patria de Miguel de Cervantes Saavedra y también el lugar de su habitación. El mismo Apolo dio las señas de ésta en el sobrescrito de una graciosa carta que dice así 3: «A Miguel de Cervantes Saavedra en la calle de las Huertas, frontero de las casas donde solía vivir el príncipe de Marruecos en Madrid. Al porte medio real, digo diez y siete maravedís». Y parece que su habitación no era muy acomodada, pues en el fin de la descripción de su viaje dijo:

Fuime con esto, y lleno de despecho

busqué mi antigua y lóbrega posada.

    8. Nació Miguel de Cervantes Saavedra año 1549, según se colige de esto que escribió el día 14 de julio del año 1613: “Mi edad no está ya para burlarse con la otra vida, que al cincuenta y cinco de los años gano por nueve más y por la mano”. Por la mano entiendo yo la anticipación de algunos días, de manera que en mi sentir nació en el mes de julio, y cuando escribía eso tenía 64 años y algunos días.

    9. Desde sus primeros años tuvo grande afición a los libros, de suerte que hablando de sí dijo: «Yo soy aficionado a leer aunque sean los papeles rotos de las calles». Amó muchísimo las buenas letras y totalmente se aplicó a los libros de entretenimiento, como son las novelas y todo género de poesía, especialmente de autores españoles e italianos. En estos géneros de letras fue su erudición consumadísima, como lo manifiesta el donoso y grande escrutinio de la librería de Don Quijote, las frecuentes alusiones a las historias fabulosas, los exactísimos juicios de tantos poetas y su Viaje del Parnaso.

    10. De España pasó a Italia, o bien para servir en Roma al cardenal Acuaviva, de quien fue camarero, o bien para militar, como militó algunos años siguiendo las vencedoras banderas de aquel sol de la milicia Marco Antonio Colona.

    11. Fue uno de los que se hallaron en la célebre batalla de Lepanto, donde perdió la mano izquierda de un arcabuzazo o, a lo menos herida dél, le quedó inhábil. Peleó como debía un tan buen cristiano y soldado tan valiente. De lo cual él mismo se gloría, no sin razón, diciendo muchos años después:

Arrojose mi vista a la campaña

rasa del mar, que trujo a mi memoria

del heroico don Juan la heroica hazaña.

Donde con alta de soldados gloria,

y con propio valor y airado pecho,

tuve (aunque  humilde) parte en la vitoria.

    12. Después, no sé cómo ni cuándo, le apresaron los moros y le llevaron a Argel. De aquí coligen algunos que la Novela del cautivo  es una relación de las cosas de Cervantes.

    Y por eso añaden que sirvió en Flandes al duque de Alba, que alcanzó a ser alférez de un famoso capitán de Guadalajara llamado Diego de Urbina, y después, hecho ya capitán de infantería, se halló en la batalla naval yendo con su compañía en la capitana de Juan Andrea, de la cual saltó en la galera de Uchali, rey de Argel, y, desviándose ésta de la que había embestido, estorbó que con sus soldados le siguiesen y así se halló solo entre sus enemigos, herido, sin poder resistir, y en fin de tantos cristianos vitoriosos sólo él gloriosamente cautivo. Todo esto y mucho más refiere de sí el cautivo que es el principal sujeto de la dicha Novela, el cual después de la muerte de Uchali Fartax, que quiere decir el renegado tiñoso (porque había sido uno y otro), recayó en el dominio de Azanaga, rey cruelísimo de Argel, el cual le tenía encerrado en una prisión o casa que los turcos llaman baños, donde encierran los cautivos cristianos, así los que son del rey como de algunos particulares y los que llaman de almacén, que es como decir cautivos del Concejo, que sirven a la ciudad en las obras públicas que hace y en otros oficios; y estos tales cautivos tienen muy dificultosa su libertad que, como son del común y no tienen amo particular, no hay con quien tratar su rescate.

    Uno de los cautivos que por aquellos tiempos había en Argel, juzgo yo que fue Miguel de Cervantes Saavedra, y tengo para esto una prueba manifiesta en lo que de él dijo el cautivo hablando de las crueldades de Azanaga: «Cada día ahorcaba el suyo, empalaba a éste, desorejaba aquél, y esto por tan poca ocasión, y tan sin ella, que los turcos conocían que lo hacía no más de por hacerlo y por ser natural condición suya ser homicida de todo el género humano. 

    Sólo libró bien con él un soldado español llamado tal de Saavedra, el cual, con haber hecho cosas que quedarán en la memoria de aquellas gentes por muchos años y todas por alcanzar libertad, jamás le dio palo ni se lo mandó dar ni le dijo mala palabra, y por la menor cosa de muchas que hizo temíamos todos que había de ser empalado y así lo temió él más de una vez; y si no fuera porque el tiempo no da lugar, yo dijera ahora algo de lo que este soldado hizo que fuera parte para entreteneros y admiraros harto mejor que con el cuento de mi historia». 

    Hasta aquí Cervantes hablando de sí mismo en boca de otro cautivo, de cuyo testimonio consta que sólo fue soldado y así se llamó en otras ocasiones y no alférez y capitán, títulos con que se hubiera honrado a lo menos en el frontispicio de sus obras si los hubiera tenido. Cinco años y medio fue cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades. Volvió a España y se aplicó a la cómica. Compuso varias comedias que se representaron con aplauso por la novedad del arte y adorno de las tablas, el cual debieron al ingenio y buen gusto de Cervantes los teatros de Madrid. Tales fueron Los tratos de Argel, La Numancia, La batalla naval y otras muchas, manejando Cervantes el primero y último asunto como testigo de vista. También compuso algunas tragedias que fueron bien recibidas. Su buen amigo Vicente Espinel, inventor de las décimas que por él se llamaron espinelas, le juzgó digno de ponerle en su ingeniosa Casa de la memoria, quejándose de la desgracia de su cautividad y celebrando la gracia de su genio poético en esta octava:

No pudo el hado inexorable avaro,

por más que usó de condición proterva

arrojándote al mar sin propio amparo

entre la mora desleal caterva,

hacer, Cervantes, que tu ingenio raro

del furor inspirado de Minerva

dejase de subir a la alta cumbre

dando altas muestras de divina lumbre.

Antes que Espinel, explicó estos mismos pensamientos Luis Gálvez de Montalvo en uno de los sonetos que preceden a La Galatea, que dice así:

Mientras del yugo sarraceno anduvo

tu cuello preso y tu cerviz domada,

y allí tu alma al de la fe amarrada

a más rigor, mayor firmeza tuvo,

gozose el cielo, mas la tierra estuvo

casi viuda sin ti, y desamparada

de nuestras musas la real morada

tristeza, llanto, soledad mantuvo.

Pero después que diste al patrio suelo

tu alma sana y tu garganta suelta

dentre las fuerzas bárbaras confusas

descubre claro tu valor el cielo,

gózase el mundo en tu felice vuelta

y cobra España las perdidas musas.

La conclusión de este soneto prueba que Miguel de Cervantes Saavedra, aun antes de ser cautivo, era ya tenido en España por uno de los más ilustres poetas de su tiempo.

    13. Pero, como el informe que se tiene por los oídos no suele ser el más exacto, quiso Cervantes sujetarse al riguroso examen que hacen los juicios de los letores en vista de las obras. En el año, pues, 1584 publicó Los seis libros de la Galatea, los cuales ofreció, como primicias de su ingenio, a Ascanio Colona, entonces abad de Santa Sofía y después presbítero cardenal con el título de la Santa Cruz de Jerusalén. Don Luis de Vargas Manrique celebró esta obra de Cervantes con un soneto que, por ser mucho mejor que los que suelen hacerse, le pondré aquí:

Hicieron muestra en vos de su grandeza,

gran Cervantes, los dioses soberanos.

Y, cual primera, dones inmortales

sin tasa os repartió naturaleza.


Jove su rayo os dio, que es la viveza

de palabras que mueven pedernales,

Diana el exceder a los mortales

en castidad de estilo con presteza,

Mercurio las historias marañadas,

Marte el fuerte vigor que el brazo os mueve,

Cupido y Venus todos sus amores,

Apolo las canciones concertadas,

su ciencia las hermanas todas nueve,

y al fin el dios silvestre sus pastores.

    14. Este soneto es una igualmente verdadera que hermosa descripción de La Galatea, novela en que Cervantes manifestó la penetración de su ingenio en la invención, su fecundidad en la abundancia de hermosas descripciones y entretenidos episodios, su rara habilidad en desatar unos ñudos al parecer indisolubles, y el feliz uso de las voces acomodadas a las personas y materia de que se trata. Pero lo que merece mayor alabanza es que trató de amores honestamente, imitando en esto a Heliodoro y Atenágoras; de los cuales aquél nació en Emisa, ciudad de Fenicia, y escribió Los amores de Teágenes y Clariquea, y éste no se sabe si vivió jamás porque, si son verdaderas las conjeturas del sabio obispo de Avranches Pedro Daniel Huet, Guillermo Filandro fue el que compuso la Novela del perfeto amor y la prohijó a Atenágoras. Como quiera que sea, nuestro Cervantes escribió las cosas de amor tan aguda y filosóficamente que no tenemos que envidiar a la voracidad del tiempo las Eróticas o libros amorosos de Aristóteles, de sus dos dicípulos Clearco y Teofrasto, y de Aristón Ceo, también peripatético. 

    Pero esta misma delicadeza con que trató Cervantes del amor temió que había de ser reprehendida y así procuró anticipar la disculpa: «Bien sé -dice- lo que suele condenarse exceder nadie en la materia del estilo que debe guardase en ella, pues el Príncipe de la poesía latina fue calumniado en algunas de sus églogas por haberse levantado más que en las otras. Y así no temeré mucho que alguno condene haber mezclado razones de filosofía entre algunas amorosas pastoras que pocas veces se levantan a más que tratar cosas de campo y esto con su acostumbrada llaneza. Mas, advirtiendo que muchos de los disfrazados pastores de ella lo eran sólo en el hábito, queda llana esta objeción”. 

    No tuvo Cervantes igual disculpa que alegar en satisfacción de otra censura que viene a parar en una nota de la fecundidad de su ingenio, y es que entretejió en esta su novela tantos episodios que su multitud confunde la imaginación de los letores por atenta que sea porque, enlazados unos con otros, aunque con gran artificio, este mismo no da lugar a seguir el hilo de la narración frecuentemente interrumpida con nuevos sucesos. 

    Bien lo conoció él y aun lo confesó cuando en boca del cura Pero Pérez, que era hombre docto, graduado en Sigüenza, y del barbero maese Nicolás introdujo este coloquio: «Pero ¿qué libro es -preguntó el cura- ese que está junto a él?, -habla del Cancionero de Lope Maldonado-.La Galatea de Cervantes, -dijo el barbero-. Muchos años ha -respondió el cura- que es grande amigo mío ese Cervantes y sé que es más versado en desdichas que en versos. Su libro tiene algo de buena invención, propone algo y no concluye nada. Es menester esperar la segunda parte que promete. Quizá con la enmienda alcanzará del todo la misericordia que ahora se le niega; y entretanto que esto se ve, tenedle recluso en vuestra posada». No llegó el caso de publicar La Galatea, aunque la prometió muchas veces. Una cosa noté algunos años ha y la repito ahora por ser propia del asunto y es que el estilo de La Galatea tiene la colocación perturbada y por eso es algo afectado. Las voces de que usa son muy propias, su construcción violenta por ser desordenada y contraria al común estilo de hablar. Imitó en esto los antiguos libros de caballerías, se conoce que de industria y por el deseo que tenía de la novedad, pues su dedicatoria y prólogo tienen la colocación más natural, y las obras que publicó después, mucho más, de suerte que son una manifiesta retractación de su antiguo error. 

    En La Galatea hay coplas de arte menor de suma discreción y dulzura por la delicadeza de los pensamientos y suavidad del estilo. Sus composiciones de arte mayor son inferiores, pero hay en ellas muchos versos que pueden competir con los mejores de cualquier poeta.

    15. Pero no es ésta la obra por la cual debe medirse la grandeza del ingenio, maravillosa invención, pureza y suavidad de estilo de Miguel de Cervantes Saavedra. 

    Todo esto se admira más en los libros que compuso del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Éste fue su principal asunto, y el desapasionado examen de esta obra lo será también de mi pluma en estos mis apuntamientos de su vida, la cual escribo con mucho gusto por obedecer a los preceptos de un gran honrador de la buena y feliz memoria de Miguel de Cervantes Saavedra que, cuando no tuviera como tiene una fama universal, la conseguiría ahora por el favor de tan ilustre protector.

    16. Es la letura de los libros malos una de las cosas que corrompen más las costumbres y de todo punto destruyen las repúblicas. Y, si tanto daño causan los libros que solamente refieren los malos ejemplos, ¿qué no harán los que se fingen de propósito para introducir en los ánimos incautos el veneno almibarado con la dulzura del estilo? Tales son las fábulas milesias, llamadas así porque se introdujeron en Mileto, ciudad de Jonia, provincia infamemente aplicada a todo género de delicias como también los sibaritas en Italia, de donde tomaron nombre las fábulas sibaríticas. El asunto de estas fábulas (hablo ahora solamente de las malas) suele ser destruir la religión, embravecer los ánimos, afeminarlos, o instruirlos en todo género de maldades.

    17. Escribieron los hebreos las desvariadas fábulas de la Cábala y el Talmud para sostener los desatinos de su incredulidad con la crédula persuasión de las mentiras más ridículas, enormes y despreciables que se pueden imaginar, y para no dar asenso a la verdad de la religión cristiana, más visible al mundo que la luz del sol, y es tal su afición a las patrañas que en la misma verdad desconocieron la verdad, llegando a persuadirse sin otro fundamento que su afición a las fábulas, que el libro de Job es una mera parábola. Diéronles fe los anabaptistas, y arrojada y temerariamente dijeron que la historia de Ester y de Judith también eran parábolas compuestas por los hebreos para diversión del pueblo. Así abusan ellos de sus fábulas para confirmar su secta, y de sus propias invenciones para destruir la verdad de las historias más auténticas que tiene el mundo y como tales nos las conservaron sus propios mayores.

    18. Con este mismo intento de destruir la verdadera religión está escrito también el Alcorán de Mahoma, el cual, según observó el doctísimo maestro Alexio Venegas: «Contiene una secta cuarteada cuyo principal cuarto es la vida porcuna que dicen epicúrea. El segundo es tejido de ceremonias judaicas vacías de significado, que solían tener antes del advenimiento de Cristo. El tercero cuarto, de las herejías arriana y nestórea. El cuarto cuarto es la letra del evangelio torcida y mal entendida conforme a su desvariado propósito. También son fábulas a este jaez La Cuna y Jara que urdieron los moros en su iglesia de malignantes».

    19. El otro designio de los perversos libros milesios es afeminar los ánimos representando con viveza las cosas del amor y excitando con las imágenes pensamientos y deseos amorosos. En este género de escritos mucho mejor es no citar ejemplos y, cuando se alegue alguno, sea El asno de Apuleyo para que el mismo ejemplo sea recuerdo de que la torpeza transforma a los hombres en bestias.

    20. Afeminan los ánimos por una parte, y por otra los embravecen, ciertos libros que llamamos de caballerías, porque en ellos se describen las monstruosas hazañas de unos caballeros imaginarios que tenían sus damas y por ellas hacían mil locuras, hasta llegar a hacerles oración invocándolas en sus peligros con ciertas fórmulas como si fuesen abogadas de las lides y peleas, y por su respeto emprendían y hacían mil locuras. La letura, pues, de estos libros incitaba los ánimos a unas acciones bárbaras por el imaginario punto de defender las mujeres aun por causas deshonestas. 

    Y esto llegó a tal extremo que las mismas leyes lo juzgaron digno de reprehensión y como tal lo refieren entre los abusos diciendo: «E aun porque esforzassen más, tenían por cosa guisada que los que oviessen amigas que las nombrassen en las lides, porque les creciessen más los corazones e oviessen mayor vergüenza de errar».

    21. El último género de perniciosas novelas es el que, con pretexto de cautelar de la vida pícara, la enseña. De cuya composición tenemos en España tanto número de ejemplos que sería cosa ociosa citar algunos.

    22. De todos estos libros los que malearon más las costumbres públicas fueron los caballerescos. Las causas de su introducción fueron éstas.

    23. Las naciones septentrionales se apoderaron de toda Europa. Los habitadores de ellas arrojaron las plumas y empuñaron las armas. El que más podía, más valía. Pudo más la barbarie y salió vencedora y triunfante, quedaron abatidas las letras, perdido el conocimiento de la antigüedad y aniquilado el buen gusto. Pero como donde no se hallan estas cosas, la necesidad las echa menos, sucedieron en su lugar la falsa dotrina y depravado gusto. Escribieron historias que fueron fabulosas porque se perdió o no sabía buscarse la memoria de los sucesos pasados. Unos hombres que de repente querían ser los maestros de la vida mal podían enseñar a los letores lo que nunca habían aprendido. Tal fue Thelesino Helio, escritor inglés que, cerca del año seiscientos cuarenta, reinando Artús en Bretaña, escribió los hechos deste rey fabulosamente. Imitole Melquino Avalonio que, en tiempo del rey Vortiporio, cerca del año seiscientos cincuenta, escribió la historia de Bretaña mezclando los cuentos del rey Artús y de la Tabla Redonda. 

    La historia publicada en nombre de Gildas por renombre el Sabio, monje que fue de Gales, es del mismo jaez. Refiere las maravillosas hazañas del rey Artús, de Parceval y Lanzarote. El libro de Hunibaldo Franco, reducido a compendio por el abad Tritemio, es un montón de mentiras neciamente fingidas. El otro libro falsamente atribuido al arzobispo Turpín, siendo posterior a él más de docientos años, trata de las hazañas de Carlo Magno llenas de patrañas, y se fingió en Francia, no en España como alguno dijo sólo porque quiso. Con esos libros se deben adocenar las fabulosas historias falsamente prohijadas a Hancón Fortemán y Salcón Fortemán, a Sivardo el Sabio, a Juan Abgil-lo, hijo de un rey de Frisia, y a Adel Adelingo, descendiente de los reyes de la misma nación, todos los cuales se dice que fueron frisios y se finge que vivieron en tiempo de Carlo Magno, cuyas cosas escribieron.

    24. También fue fabulosa la Historia de los orígenes de Frisia atribuida a Occon Escarlense, nieto, según fingen, de una hermana de Salcón Fortemán y coetáneo de Otón el Grande. Ni merece mayor crédito la historia de Gaufredo Monumetense, bretón, donde están escritas las hazañas del rey Artús y del sabio Merlín, por más que se diga que las sacó de memorias antiguas.

    25. Éstas eran las historias que tanto se aplaudían entre las naciones que entonces eran menos rudas. Había hombres neciamente ocupados en fingir y publicar tan extravagantes caprichos porque había letores más necios que ellos que los leían y aplaudían y tal vez los creían.

    26. Los trovadores también, quiero decir los poetas, que en tiempo de Ludovico Pío empezaron a cultivar la gaya ciencia, esto es, la poesía, como si dijésemos la ciencia festiva, se aplicaron a reducir al metro aquellas mismas patrañas y, cantándolas todos, se hicieron vulgares.

    27. En España el uso de la poesía es mucho más antiguo. No trato de los tiempos más apartados del nuestro, y por eso no me valgo del testimonio de Estrabón. Hablo sólo de la poesía vulgar que llamamos rítmica. No hay memoria de ella en toda Europa antes de la entrada de los árabes en España. Ellos solos tienen mayor número de poetas y poesías que todos los europeos. Pegaron esta afición, o confirmaron más en la que ya tenían, a los españoles, los cuales componían rimas con todo el primor que requieren el arte; como lo refiere con prolija curiosidad Álvaro Cordovés, quejándose de ello ciento y treinta años después de la pérdida de España. Si algunas, o muchas de aquellas poesías árabes que refiere Álvaro, eran especie de novelas no me atreveré a afirmarlo. Las hazañas de su Buhalul, tan celebradas de ellos en prosa y verso, sin duda lo son. Lo cierto es que la tradición aún hoy conserva en España ciertas hablillas que llamamos cuentos de viejas, llenos de encantamientos, de donde viene a tantos la credulidad de éstos. Por eso Cervantes, hablando con la propiedad que suele, llamó cuentos a sus Novelas. 

    Bien que Lope de Vega quiso distinguir los cuentos de las novelas cuando, escribiendo a la señora María Leonarda, dijo así: «Mándame U. m. escriba una novela. Ha sido novedad para mí que, aunque es verdad que en La Arcadia y Peregrino hay alguna parte de este género y estilo más usado de italianos y franceses que de españoles, con todo es grande la diferencia y más humilde el modo. En tiempo menos discreto que el de agora aunque de más hombres sabios llamaban a las novelas cuentos. Éstos se sabían de memoria y nunca, que yo me acuerde, los vi escritos". 

    Yo soy de sentir que entre cuento y novela no hay más diferencia, si es que hay alguna, que lo dudo, que ser aquel más breve. Como quiera que sea, los cuentos suelen llamarse novelas y las novelas, cuentos, y éstos y aquéllas, fábulas. Los que pretenden hablar con distinción aún añaden otra especie de fábulas que llaman caballerías. Por eso Lope de Vega, continuando en referir las costumbres de los españoles en lo que toca a la afición de relaciones fingidas, inmediatamente añadió: «Porque se reducían sus fábulas a una manera de libros que parecían historias y se llamaban en lenguaje castellano caballerías, como si dijésemos hechos grandes de caballeros valerosos. Fueron en esto los españoles ingeniosísimos, porque en la invención ninguna nación del mundo les ha hecho ventaja como se ve en tantos Esplandianes, Febos, Palmerines, Lisuartes, Floranbelos, Esferamundos, y el celebrado Amadís, padre de toda esta máquina que compuso una dama portuguesa». Al leer esto último, me detuvo la novedad, porque en el tiempo que se publicó la fingida historia de Amadís no sé yo que hubiese en el reino de Portugal dama capaz de escribir libro de tanta invención y novedad. 

28. El erudito y juicioso autor del Diálogo de las Lenguas, que escribió en tiempo de Carlos V y examinó esta obra muy de propósito, siempre habla suponiendo que el autor fue hombre y no mujer. - Aunque la escribió en Nápoles hacia el 1535, no fue publicada hasta 1736 por Gregorio Mayans y no se determinó su autoría hasta el siglo XX--

    El sabio arzobispo de Tarragona don Antonio Agustín dice hablando de Amadís de Gaula: "El cual dicen los portugueses que lo compuso Vasco Lobera". Y uno de los interlocutores añade luego: «Ése es otro secreto que pocos lo saben». Manuel de Faria y Sousa en el erudito prólogo que hizo a su Fuente de Aganipe, publicó un soneto, que dice que escribió el infante don Pedro de Portugal, hijo del rey don Juan el Primero, en alabanza de Vasco de Lobera por haber escrito el Amadís. Yo he observado que Amadís de Gaula es anagrama puro de La vida de Gama. De donde mis amigos los portugueses podrán inferir otras muchas y muy probables conjeturas.

    29. Como quiera que sea (que semejantes cosas después de tanto tiempo no son fáciles de averiguar), siendo nuestro libro de caballerías más antiguo cerca de cien años posterior a los que tratan de Tristán y Lanzarote, esto dio motivo a que el eruditísimo Huet, siguiendo a Juan Bautista Giraldo, dijese que los españoles recibieron de los franceses el arte de novelar. En lo que toca al asunto de caballerías lo creeré sin repugnancia. Pero la misma arte que recibieron los españoles ruda y desaliñada, la pulieron y hermosearon tanto que pasó el atavío a descompostura. Empezaron los españoles de la misma suerte que los extranjeros. La ignorancia de las historias verdaderas, puestos en ocasión de haber de escribirlas, los obligó a llenarlas de mentiras, particularmente tratando de cosas pasadas; que raras veces fue tan grande el atrevimiento y descaro que se atreviesen a mentir a las claras escribiendo de las presentes. Pero como el tiempo presente se hace pasado, la libertad de fingir confundía de tal suerte la verdad con la mentira que no se podía distinguir la una de la otra. 

    Así vemos que los cantares fabulosos, o por hablar más claro, los romances, en mi opinión así llamados de roman, palabra francesa que significa novela, vemos, digo, que los cantares o romances mentirosos, que al principio sólo eran entretenimientos del vulgo ignorante, después llegaron a autorizarse tanto, repitiéndose en boca de los demás, que con facilidad pasaron a ser texto, entretejidas sus ficciones en la Crónica General de España, que fue copilada por autoridad real. 

    Pernicioso ejemplo cuya imitación llegó a poner nuestras historias en tan infeliz estado que se atrevió a decir un historiador nuestro, reputado por uno de los más discretos de su tiempo, que «fuera de las Letras Divinas, no hay que afirmar ni que negar en ninguna dellas». Y ¿quién era este hombre que desterraba la verdad de la historia, siendo ésta el testigo más abonado y casi único de los tiempos pasados? Dígalo el mismo que derechamente se lo reprendió, el eruditísimo bachiller Pedro Rhua, profesor de letras humanas, el cual, escribiéndole, le dice así33: «Es vuestra señoría en sangre Guevara, es en oficio coronista, es en profesión teólogo, es en dignidad y méritos obispo, de todos estos renombres es amar la verdad, escrebir verdad, predicar verdad, vivir en la verdad y morir por ella. Así holgará oír verdad y ser avisado de ella». 

    Y más adelante: «Escrebí a vuestra señoría que, entre otras cosas que en sus obras culpan los letores, es una la más fea y intolerable que puede caer en escritor de autoridad como vuestra señoría lo es, y es que da fábulas por historias, y ficciones propias por narraciones ajenas y alega autores que no lo dicen, o lo dicen de otra manera, o son tales que no los hallarán sino in aphanis, como dijeron los crotoniatas a los sibaritas, en lo cual vuestra señoría pierde su autoridad y el letor, si es idiota, es engañado, y si es diligente pierde el tiempo cuando busca a do cantan los gallos de Nibas, como dice el refrán griego». 

    Desta falsa opinión que tenía el obispo de Mondoñedo de la libertad de fingir historias, nació el persuadirse que, pues otros muchos habían escrito lo que se les había antojado, podía él imitarlos; licencia que se tomó tan atrevidamente que no sólo fingió sucesos y autores en cuyos nombres los confirmaba, sino también leyes. Y aludiendo a esto Rodrigo Dosma en el Catálogo de los obispos desta ciudad que se halla al fin de sus Discursos patrios, hablando del rey don Alonso XI de León, dijo: «Pobló la ciudad y le dio fueros, llamados de Badajoz, que yo tengo ciertos, no los fingidos de Guevara». Como tales los tenía el doctísimo Aldrete, pero por su gran modestia no se atrevió a manifestar del todo su juicio. «Lo mismo es -dice- en los fueros de Badajoz, si son ciertos, que yo en esto no quiero determinar. Por el autor que los puso, corre riesgo su certidumbre por lo poca que tienen otras cosas que escribe». 

    Harto hizo señalando con el dedo al obispo de Mondoñedo. De quien dijo tales cosas don Antonio Agustín, aunque tan modesto, que por la autoridad de quien las refiere más quiero yo que se lean en sus Diálogos que no copiadas aquí. 

    No es mi ánimo infamar la memoria de un varón de tan delicada conciencia, que habiendo sido coronista del emperador Carlos V y escrito sus corónicas hasta que vino de Túnez, mandó en su testamento que se restituyese a su majestad el salario de un año porque en él no había escrito cosa alguna considerando, como debía, que éste y semejantes salarios no se dan en remuneración de servicios pasados, sino en recompensa del trabajo que se debe poner satisfaciendo a la obligación del propio empleo, la cual es indispensable porque se debe a toda la república, que es lo mismo que decir que son acreedores legítimos los que son y serán miembros suyos, esto es, los ciudadanos presentes y venideros.

    Sólo he referido tan memorable ejemplo para que se considere lo que puede la costumbre de las ficciones contrarias a la verdad, si aquélla se extiende, pues aun a los hombres buenos naturalmente discretos y muy estudiosos, como fue el obispo Guevara, llega a pervertir el juicio, y miserablemente pervirtió los de la mayor parte de los españoles sólo porque se dejaban llevar del pernicioso halago de los libros de caballerías.

    ••• CONTINUARÁ.

2 comentarios:

  1. Muchas gracias por este magnífico, minucioso e instructivo artículo. Creo fue el cervantista Martín de Riquer quien dijo que felicitaría a quien no haya leído el Quijote. Al preguntarle el motivo respondió: "Porque todavía la queda a esa persona en esta vida la inmensa dicha que proporciona su lectura".
    Saludos y buen verano.

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  2. Gracias a ti, amigo. No conocía la anécdota pero es muy aguda; creo que voy a empezar a emplearla..

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