viernes, 18 de agosto de 2023

MAXIMILIANO DE MÉXICO • IMPERIO Y TRAGEDIA• PARTE II; DESENLACE.


Política de Maximiliano

Inmediatamente, tras su llegada, Maximiliano empezó a construir museos con el objetivo de conservar la cultura mexicana, mientras que Carlota organizaba fiestas para la beneficencia nacional a fin de obtener fondos para la construcción de casas para pobres.

El Imperio usó la frase “Equidad en la justicia”. En un principio contó con el apoyo de la Iglesia Católica en México, encabezada por el arzobispo Labastida y Dávalos y se mantuvo constante con el apoyo de buena parte de la población de tradición católica, aunque tuvo una oposición férrea por parte de los liberales. Durante su gobierno Maximiliano trató de desarrollar económica y socialmente los territorios bajo su custodia aplicando los conocimientos aprendidos de sus estudios en Europa y de su familia, una de las casas monárquicas más antiguas de Europa y de tradición abiertamente católica.

Corona imperial de Maximiliano.

Para Maximiliano, tal y como lo decía su lema, la justicia y el bienestar fueron los objetivos que declaró como más importantes para él. Uno de sus primeros actos, como emperador, fue restringir las horas de trabajo y abolir el trabajo de los menores. Canceló todas las deudas de los campesinos que excedían los diez pesos y restauró la propiedad común. También rompió con el monopolio de las “tiendas de raya” -tienda ubicada dentro de las grandes haciendas y fábricas donde los trabajadores podían adquirir los productos necesarios para su supervivencia, por medio de las cuales, los patrones recuperaban todo el dinero gastado en los sueldos. los compradores, aalfabetos, firmaban con una raya-, y decretó que la fuerza obrera no podía ser comprada o vendida por el precio de su decreto. Maximiliano también se interesó por el peonaje y las condiciones de vida de los indígenas en las haciendas: si bien la mayoría de los indígenas de los pueblos gozaban de libertad, los de las haciendas eran sometidos a un amo que podía castigarlos con prisión o torturas con hierro o látigo.

A fines de julio de 1864, seis semanas después de su entrada triunfante a la Ciudad de México, Maximiliano se quejó de la ineficacia de la escuadra francesa que no salía de Veracruz, dejando los puertos de Manzanillo, Mazatlán y Guaymas en manos de disidentes, donde recogían el producto de la aduana a expensas del Imperio. Las tropas juaristas se retiraban de todas partes, pero la guerra se fue convirtiendo en escaramuzas lideradas por guerrillas; para Bazaine, mariscal desde el 5 de septiembre, esta forma de combate era particularmente desconcertante.

Maximiliano viajó a caballo del 10 de agosto al 30 de octubre de 1864 por el interior de las tierras mexicanas escoltado por dos pelotones de caballería. Cabe destacar que el Imperio había decretado una nueva organización administrativa en la que se dividía en cincuenta departamentos —aunque en realidad solo pudo ser aplicada en los espacios que controlaban—. Visitó el departamento de Querétaro, luego las ciudades de Celaya, Irapuato, Dolores Hidalgo y León de los Aldama, en el departamento de Guanajuato; Morelia, en en Michoacán, y finalmente, Toluca. 

Carlota lo acompañó en la última de la ciudad de la gira en una excursión de tres días antes de regresar a su hogar; pero, incluso en presencia de Bazaine, tropas juaristas pasaron galopando por el campo a menos de dos kilómetros de distancia, pero no llegó nada a mayores.

Cuando terminó 1864, el ejército francés logró que se reconociera la autoridad imperial sobre la mayor parte del territorio de México, aunque incluso así la existencia del Imperio seguía siendo frágil. Los éxitos militares franceses eran los únicos cimientos sobre los que descansaba el proyecto imperial. 

Nuevos desafíos fueran apareciendo: la pacificación de Michoacán, la ocupación de los puertos del Océano Pacífico, la expulsión de Juárez de Chihuahua y el sometimiento de Oaxaca.

Para consternación de sus aliados conservadores que lo llevaron al poder, Maximiliano defendió varias ideas políticas liberales propuestas por la administración republicana de Juárez: las reformas agrarias, la libertad de religión y la extensión del derecho al voto, más allá de las clases privilegiadas. El temperamento liberal de Maximiliano ya se había expresado en Lombardía, al igual que en tierras italianas donde se esforzaba por defender los intereses de quienes lo habían puesto en el trono. 

La construcción del Estado estaba limitada por las tropas, y en México ocurrió una situación similar en la que oscilaba entre ideales liberales y conservadores, pero no ejercía un dominio indiscutiblemente real sobre el país: las medidas tomadas por su gobierno solo se aplicaban a territorios controlados por guarniciones francesas. Pronto Maximiliano alienó a los conservadores y al Clero al ratificar la secularización de la propiedad eclesiástica en beneficio del dominio nacional, e incluso decretó la amnistía de todos aquellos liberales que quisieran unirse a su causa.

Pedro Escudo y José María Cortés y Esparza, que habían participado en el Congreso Constituyente de 1856, se unieron a su consejo de ministros. Incluso llegó a ofrecerle a Juárez integrarse como ministro de Justicia, pero se negó rotundamente sin siquiera reunirse con él en la Ciudad de México.

Benito Juárez por Pelegrín Clavé.

Existe una carta, que se supone de Juárez, aunque su autenticidad es ampliamente debatida debido a que no se conserva la original; dice lo siguiente:

Usted me dice que “abandonando la sucesión de un trono en Europa, su familia, sus amigos y sus propiedades y lo que es más querido para un hombre, la patria, usted y su esposa doña Carlota han venido a estas lejanas y desconocidas tierras obedeciendo solamente al llamado espontáneo de la nación, que cifra en usted la felicidad de su futuro». Realmente admiro su generosidad, pero por otra parte me ha sorprendido grandemente encontrar en su carta la frase llamado espontáneo, pues ya había visto antes que cuando los traidores de mi país se presentaron por su cuenta en Miramar a ofrecer a usted la corona de México, con las adhesiones de nueve o diez pueblos de la nación, usted vio en todo esto una ridícula farsa indigna de que un hombre honesto y honrado la tomara en cuenta. En respuesta a esta absurda petición, contestó usted pidiendo la expresión libre de la voluntad nacional por medio de un sufragio universal. Esto era imposible, pero era la respuesta de un hombre honorable.

[…] Me invita cordialmente a la Ciudad de México, a donde usted se dirige, para que tengamos una conferencia junto con otros jefes mexicanos que se encuentran actualmente en armas, prometiéndonos todas las fuerzas necesarias para que nos escolten en nuestro viaje, empeñando su palabra de honor, su fe pública y su honor, como garantía de nuestra seguridad. […] Me es imposible, señor, acudir a este llamado. Mis ocupaciones oficiales no me lo permitirán. Aquí, en América, sabemos demasiado bien el valor que tiene esa fe pública, esa palabra y ese honor, tanto como sabe el pueblo francés lo que valen los juramentos y las promesas de Napoleón.

Me dice usted que no duda que de esta conferencia —en caso de que yo la aceptara— resultará la paz y la felicidad de la nación mexicana y que el futuro Imperio me reservará un puesto distinguido y que se contará con el auxilio de mi talento y de mi patriotismo.

Ciertamente, señor, la historia de nuestros tiempos registra el nombre de grandes traidores que han violado sus juramentos, su palabra y sus promesas; han traicionado a su propio partido, a sus principios, a sus antecedentes y a todo lo que es más sagrado para un hombre de honor y, en todos estos casos, el traidor ha sido guiado por una vil ambición de poder y por el miserable deseo de satisfacer sus propias pasiones y aun sus propios vicios, pero el encargado actual de la presidencia de la República salió de las masas oscuras del pueblo, sucumbirá, si es éste el deseo de la Providencia, cumpliendo su deber hasta el final, correspondiendo a la esperanza de la nación que preside y satisfaciendo los dictados de su propia conciencia. […] Pero existe una cosa que no puede alcanzar ni la falsedad ni la perfidia y que es la tremenda sentencia de la historia. Ella nos juzgará.

Por otro lado, cuando Maximiliano se ausentaba de la Ciudad de México, incluso durante varios meses, Carlota, según lo establecido en el Estatuto Provisional del Imperio, gobernaba: presidía el Consejo de Ministros y daba, en nombre de su esposo, una audiencia pública los domingos, quizás con una influencia del Consejo de Indias y el Juzgado General de Indios. Carlota también ejecutó varias de las políticas sociales de Maximiliano, lo que, de facto la convirtió en la primera mujer gobernante de México.

Desde 1864 Maximiliano había invitado a europeos a establecerse en la “Colonia de Carlota” en la península yucateca, donde se asentaron seiscientas familias de agricultores y artesanos, predominantemente, prusianos, con el objetivo de europeizar el país. Otro plan para la creación de una docena de asentamientos más, para los ex confederados estadounidenses. fue ideado por el oceanógrafo Matthew Fontaine Maury; para infortunio de Maximiliano, este ambicioso proyecto de inmigración tuvo poco éxito.

En julio de 1865, solo mil cien colonos, más soldados que agricultores, provenientes principalmente de Luisiana, se asentaron en México y permanecieron acantonados en el estado de Veracruz, esperando que el gobierno imperial los dirigiera a la tierra que se suponía que debían cultivar. Este plan naturalmente desagradó al gobierno en Washington D. C., que vio con malos ojos a sus ciudadanos por despoblar Estados Unidos para servir a un “emperador extranjero”. Maximiliano también intentó, sin éxito, atraer la colonia inglesa de Honduras Británica, actual Belice, a Yucatán. De hecho, si bien la cantidad de territorios en México era amplia, pocos pertenecían al dominio público: toda la tierra tenía un amo con derechos de propiedad más o menos regulares; los grandes hacenderos terratenientes, por lo tanto, obtuvieron pocos beneficios del establecimiento de colonos. No pasó mucho tiempo para que las nuevas colonias agrícolas abandonaron rápidamente México a favor de Imperio de Brasil.

El 10 de abril de 1865 Maximiliano instituyó una asamblea política “protectora de las clases necesitadas”, cuya misión era reformar los abusos cometidos contra los siete millones de indígenas presentes en suelo mexicano. El 1 de noviembre de 1865, el emperador dictó un decreto que abolía el castigo corporal, reducía la jornada laboral y garantizaba los salarios. El decreto, sin embargo, no tuvo el alcance deseado porque los hacenderos se negaron a emplear a los peones, quienes a menudo se vieron reducidos nuevamente a su servidumbre inicial. Comenzó con la trascendencia legislativa, pues el segundo imperio fue el primer gobierno mexicano que instauró leyes, reglamentos y normativas que protegían y fomentaban derechos sociales. Fuera de su acción gubernativa fue relevante la fascinación despertada, sobre todo en la capital, del sistema monárquico, la vida dentro y fuera del castillo de ambos emperadores y el boato de la corte.

  

Busto en yeso de Maximiliano de Habsburgo y la emperatriz Carlota en el Museo Soumaya, de la Ciudad de México.

La cercanía con la población que siempre mostró la pareja, manifestada en su intento de adoptar y divulgar la identidad del país que gobernaban con acciones como la práctica de la charrería -: término derivado de charro, sinónimo de jinete. La palabra tiene diversos orígenes: se utiliza en Salamanca, como un gentilicio local que proviene del idioma vasco "txar" o "rústico"; también podría provenir de "chauch" que en mozárabe, significaba "pastor" o "jinete", y se considera lo más probable que esta última sea de la que probablemente derivan tanto "gaucho" como "charro"-. 

El estudio de las especies vegetales y animales del bosque de Chapultepec y el interior del Imperio, que incluso lo llevó a financiar el Museo Público de Historia Natural, Arqueología e Historia, la traducción al náhuatl de los decretos imperiales, las fiestas del castillo organizadas por la emperatriz para recabar fondos destinados a la caridad y la visita del Emperador a Dolores Hidalgo, siendo, el 15 de septiembre de 1864, el primer gobernante de México en dar el Grito de Independencia en el lugar original en el que se produjo. Existen variedad de libros, novelas, cuentos, obras de teatro y obras literarias varias cuya premisa parte de la pareja que gobernó sobre un país nativo como propio.

Edicto imperial bilingüe en náhuatl y español.

Hay otros hechos trascendentes de este periodo histórico, por ejemplo, Maximiliano fue quien contrató al ingeniero M. Lyons para la construcción del ferrocarril de La Soledad al Cerro del Chiquihuite, que creció, más tarde, a la línea de Veracruz a Paso del Macho, el 8 de septiembre de 1864. Reorganizó la Academia de Artes de San Carlos. La remodelación del Palacio Nacional y el Castillo de Chapultepec, aportarían finalmente tesoros artísticos y ornamentales que aún perduran en exhibición en ambos recintos. La construcción del Paseo de la Emperatriz, dio inicio al de reordenamiento y embellecimiento de la Ciudad de México, siendo este el modelo que concretaría el Porfiriato.

Agustín de Iturbide y Green, de Julio Valleto (1866).

Maximiliano y Carlota no habían engendrado a ningún heredero, de modo que, con la y total desaprobación de Carlota, Maximiliano decidió en septiembre de 1865 adoptar a los dos nietos del anterior emperador de México, Agustín de Iturbide, llamado Agustín de Iturbide y Green y Salvador de Iturbide y Marzán. Con tales adopciones hizo que el nombre oficial de la dinastía reinante en México fuera, Casa de Habsburgo-Iturbide. Agustín tenía solo dos años cuando fue adoptado y debía ser separado de su madre, según los deseos de Maximiliano. La situación ofendió unánimemente a la opinión pública. En cuanto a Estados Unidos, la Cámara de Representantes votó una resolución solicitando al presidente que presentara al Congreso: “La correspondencia relativa al secuestro del hijo de un estadounidense en la Ciudad de México por parte del usurpador de esa república nombrado emperador, con el pretexto de convertir a este niño en príncipe […]. Esta resolución se refiere al hijo de la señora Iturbide”.

Hay una hipótesis que afirma la pertenencia de Maximiliano a la masonería, sin embargo, se debe aclarar que no es citada por ningún autor ni obra de referencia de la época. Según Álvarez de Arcila, Maximiliano era masón -sin aportar ninguna prueba de ello-. La hipótesis sugiere que pertenecería a una logia que practicaba el antiguo y aceptado rito escocés; Arcila precisa que el 27 de diciembre de 1865 se formó el Consejo Supremo del Gran Oriente de México, que ofreció a Maximiliano el título de Soberano Gran Comendador, pero que éste lo rechazó. por motivos políticos y religiosos. Los Habsburgo eran católicos devotos y su estrecha relación con el papado era una de las piedras angulares de su poder. La bula Papal tenía un gran peso en la familia, los Habsburgo fueron los principales patrocinadores de la Contrarreforma y utilizaron su influencia para promover los intereses católicos en el Sacro Imperio Romano Germánico y en toda Europa. La relación de los Habsburgo con el papado fue uno de los factores más importantes en la historia de la Monarquía de los Habsburgo; tal relación les ayudó a mantener su poder e influencia durante siglos.

Una pacificación imposible

Porfirio Díaz, por José María Obregón (1883).

Todos los liberales de corte republicana, encabezados por Juárez, se opusieron abierta y regularmente a Maximiliano. El progreso de la pacificación entre las poblaciones, generalmente bien dispuestas con el nuevo imperio, se vieron obstaculizadas en el oriente y suroeste de México con una fuerte presencia juarista. Los juaristas en 1865 comenzaron con operaciones militares en Puebla, que aún no reconocían la autoridad imperial. Porfirio Díaz, uno de los mejores generales de Juárez, se estableció en la ciudad de Oaxaca, con un considerable cuerpo de ejército financiado con recursos locales. La posición estratégica que adoptó Díaz —cercana a la carretera principal a Veracruz— obligó a Bazaine a mantener constantes puestos militares alrededor de dicha línea de comunicación para su observación.

La fuerza expedicionaria francesa inició operaciones contra los disidentes pobladores en el estado de Oaxaca para la construcción de una carretera transitable por los convoyes. Después de intensos combates, el 9 de febrero de 1865 Bazaine logró apoderarse de Oaxaca, pero los líderes guerrilleros se refugiaron en las montañas, de donde fue casi imposible expulsarlos. Lo incompleto de dicha acción se siguió repitiendo en varias partes de México: Michoacán, Sinaloa y la Huasteca.

Después del final de la Guerra Civil estadounidense en abril de 1865, el presidente Andrew Johnson —invocando la Doctrina Monroe— reconoció al gobierno de Juárez como el gobierno legítimo en México. Estados Unidos ejerció una presión diplomática cada vez mayor para persuadir aNapoleón III de poner fin al apoyo francés y, por lo tanto, de retirar sus tropas de México. Estados Unidos suministró a los republicanos depósitos de armas en El Paso del Norte en la frontera con México. La posibilidad de una invasión estadounidense para reinstalar a Juárez en México llevó a un gran número de fieles seguidores del Imperio a abandonar la causa de imperial y cambiar su residencia de la Ciudad de México.

François Achille Bazaine durante la Segunda Intervención Francesa en México por Jean-Adolphe Beaucé (1867).

Ante las presiones por una hipotética intervención estadounidense, Maximiliano bajó la presión de Bazaine y aceptó iniciar una implacable persecución contra los republicanos. El 3 de octubre de 1865 se publicó el llamado “Decreto negro” que, si bien estipulaba amnistía a los disidentes de la causa juarista, declaraba en su primer artículo: “Todas las personas pertenecientes a bandas armadas o asambleas que existan sin autorización legal, proclamen o no un pretexto político […] serán juzgadas militarmente por consejo de guerra. Si son declarados culpables, aunque sea solo por el mero hecho de pertenecer a una banda armada, serán condenados a muerte y la sentencia se ejecutará dentro de las veinticuatro horas”. Conforme al decreto cientos de opositores fueron ejecutados. 

Pero incluso con dicho decreto, las fuerzas republicanas no cesaron. A partir de octubre de 1865 los imperialistas reforzaron la seguridad de las carreteras con puestos de turcos habitantes en el territorio encargados de “ejecutar sumariamente justicia” contra cualquier transeúnte armado, especialmente en el tramo de México-Veracruz. 

Esto se originó porque en dicho mes, en Paso del Macho, Veracruz, alrededor de trescientos cincuenta asaltantes descarrilaron un tren y desnudaron, mutilaron y masacraron a los viajeros, entre ellos incluidos a once soldados franceses. Desde aquel momento cada tren iba acompañado de una guardia de veinticinco soldados.

En enero de 1866 Napoleón III se vio presionado por la opinión pública francesa acerca de la “hostilidad a la causa mexicana” y, por otro lado, estaba preocupado por el desarrollo del ejército prusiano que requería el refuerzo del ejército presente en suelo francés; fue entonces cuando decidió romper sus promesas a Maximiliano y le fue retirando gradualmente las tropas francesas de México a partir de septiembre de 1866. La realidad es que Estados Unidos le envió un ultimátum ordenando la retirada de las tropas francesas de México. En Nueva York, durante una ceremonia en honor del fallecido presidente Lincoln, el diplomático e historiador George Bancroft, pronunció un discurso en el que describía a Maximiliano como un “aventurero austríaco”. El poder y el prestigio del Imperio se debilitaron considerablemente.

A principios de 1866, ya sin ningún apoyo de Francia con el Imperio, Maximiliano solo tenía para su defensa el apoyo de algunos soldados mexicanos fieles a él, los austríacos otorgados por su hermano y los belgas financiados por Leopoldo II. El 25 de septiembre de 1866 en Hidalgo, la Legión Belga comandada por el teniente coronel Alfred van der Smissen, perdió definitivamente en la batalla de Ixmiquilpan: a la cabeza de doscientos cincuenta hombres y dos compañías de cien efectivos, Van der Smissen atacó Ixmiquilpan penetrando hasta la plaza principal, pero se vio obligado a retirarse entre grandes dificultades para traer de regreso a sus tropas antes de llegar a Tula, dejando once oficiales y sesenta hombres muertos y heridos.

Retorno de Carlota a Europa

Carlota de Bélgica.

En marzo de 1866 Carlota tomó la iniciativa de intentar directamente un paso final con Napoleón III para que pudiera reconsiderar su decisión de abandonar la causa mexicana. Animada por este plan, Carlota salió de México el 9 de julio de 1866 para ir a Europa. En París, sus peticiones fracasaron, por lo que sufrió un profundo colapso emocional. Pronto también los únicos dos apoyos extranjeros que apoyaban el Imperio fueron retirados: su hermano Leopoldo II se vio incapaz de ignorar la hostilidad de los belgas hacia un país que “a menudo les trae malas noticias” y Francisco José —que sufrió una derrota por Prusia en Sadowa— perdió su influencia sobre los estados germanos y tuvo que retirar sus militares. Carlota al encontrarse aislada y sin el apoyo de ningún monarca europeo le envió un telegrama a Maximiliano que decía: “¡Todo es inútil!”.

Como último recurso, Carlota se dirigió a Italia para buscar la protección del papa Pío IX. Allí se le declararon abiertamente los primeros síntomas de los trastornos mentales, que en los siguietes años le atormentarían hasta su muerte. Carlota fue llevada al pabellón Gartenhaus en Trieste donde estuvo confinada durante nueve meses. El 12 de octubre de 1866 Maximiliano recibió un telegrama en que le informaron que Carlota sufría de meningitis. Pero fue cuando le informaron que el médico alienista Josef Gottfried von Riedel estaba tratando a su esposa, cuando, atónito comprendió la verdadera naturaleza de su patología. 

Maximiliano ya nunca más vería a Carlota que pasó el resto de sus días al cuidado de su hermano Leopoldo II y sufriendo enclaustrada serios problemas de salud hasta su muerte el 19 de enero de 1927.

La tentación de abdicar

La corbeta Dandolo (1872).

Cuando Maximiliano se enteró de que el viaje de Carlota fue un rotundo fracaso pensó en renunciar a la Corona. Las decisiones de Maximiliano se vieron divididas entre dos consejos contradictorios: su amigo Stephan Herzfeld —que había conocido durante su servicio militar en el Novara— predijo el fin del Imperio y le recomendó regresar a Europa cuanto antes, mientras que el padre Augustin Fischer le suplicaba que se mantuviera en México. Al principio Herzfeld logró convencerle en parte, de la abdicación.

El 18 de octubre de 1866 se ordenó a la corbeta austríaca Dandolo que estuviera lista para embarcar a Maximiliano y una suite de quince a veinte personas para llevarlos de vuelta a Europa. Había que cargar objetos de valor de las residencias imperiales y documentos secretos. Maximiliano confió su resolución de abdicar a Bazaine; se supo públicamente y los conservadores se enfurecieron. 

Enfermo y desmoralizado, Maximiliano salió hacia Orizaba, donde el clima era más suave y donde se acercaba al Dandolo, anclado en Veracruz. En el camino Maximiliano y su séquito hicieron muchas paradas, pero Fischer intentó incansablemente disuadir a Maximiliano de que se fuera, evocando el honor perdido, la huida y la vida futura con Carlota, entonces con locura.

Maximiliano nuevamente se vio terriblemente indeciso y preguntó al gobierno conservador, -esperando la respuesta positiva-, si debería quedarse en México. Ante la obvia respuesta positiva Maximiliano decidió permanecer y continuar su lucha contra Juárez, pero se vio obligado a financiar él solo el gasto militar y recaudar nuevos impuestos. 

A principios 1867 Maximiliano —que en las cartas a su familia en Austria minimizaba sus inherentes dificultades— recibió una de su madre, Sofía, en la que lo felicitaba por la decisión de no abdicar aludiendo al deshonor: “Ahora que tanto amor, abnegación y, sin duda, también miedo a la futura anarquía os mantienen allí, acojo con satisfacción vuestra decisión y espero que los países ricos lo apoyen en el cumplimiento de su tarea”. Otro hermano de Maximiliano, el archiduque Carlos Luis de Austria, envió un mensaje similar: “Habéis hecho bien en dejaros persuadir de permanecer en México, a pesar de las enormes penas que lo abruman. Mantenéos y perseverad en vuestra posición el mayor tiempo posible”.

Atrincheramiento

General Miguel Miraón por Jesús Corral (1859).

General Tomás Mejía (c. 1860).

El apoyo militar francés había cesado: Napoleón III dio la orden definitiva de que volvieran las tropas a Francia, dado que cada vez eran mayores las protestas del pueblo francés, además de que los intelectuales se preguntaban qué hacían en México a sabiendas de que, a diferencia de otras intervenciones exitosas como Argelia o Indochina francesa, se había convertido en una guerra de desgaste —tanto en lo económico como en vidas humanas— y ante tales presiones en enero de 1867 Maximiliano ya estaba sin protección.

Mientras tanto, en México los liberales formaron un ejército homogéneo y dejaron a las tropas imperiales solamente en la Ciudad de México, Veracruz, Puebla y Querétaro. El 13 de febrero de 1867 Maximiliano salió de la Ciudad de México acompañado por su doctor Samuel Basch, su secretario particular José Luis Blasio, su secretario privado y dos sirvientes europeos. Se dirigió a una ciudad favorable al Imperio: Querétaro. Llegó el 19 de febrero de 1867 donde fue aclamado con cálidas ovaciones y con un ejército de casi totalidad de mexicanos que aun eran fieles a la causa imperial.

A pesar de las recomendaciones tácticas que posteriormente le ofrecieron sus militares, Maximiliano decidió quedarse indefinidamente en la ciudad. La configuración geográfica de la región, rodeada por colinas donde es posible disparar desde ellas y cuya única defensa posible es una gran cantidad de tropas, recurso del cual carecían los imperiales, hacía que un hipotético asedio fuera un problema serio. Se le unió una brigada de varios miles de hombres a las órdenes del general Ramón Méndez y los guardias fronterizos del general Julián Quiroga, que juntos sumaban un total de nueve mil soldados. En realidad Márquez sí se había dirigido a la Ciudad de México, pero cambió su rumbo a Puebla para combatir a Porfirio Díaz, que más tarde lo derrotó.

El emperador asumió el mando superior de sus hombres encabezados por los generales encargados de la defensa de la ciudad: Leonardo Márquez -estado mayor-, Miguel Miramón –infantería-, Tomás Mejía –caballería- y Ramón Méndez –reserva-. Los soldados recibieron entrenamiento en maniobras tácticas en el llano de Las Carretas.

Las fuerzas liberales llegaron para iniciar un asedio el 5 de marzo de 1867 comandadas por el famoso general republicano Mariano Escobedo. Dos días después Maximiliano estableció el cuartel general en el Cerro de las Campanas. Ya el 8 de marzo celebró un consejo de ministros, donde se discutió que, por falta de recursos económicos, estaban imposibilitados a tomar cualquier acción significativa. El 12 de marzo, Bazaine —que ya había dado previas y esporádicas señales de querer abortar la misión— huyó del campo de batalla al extranjero. Al día siguiente Maximiliano, que había estado durmiendo en el suelo de una tienda de campaña en el Cerro de las Campanas reinstaló sus aposentos en el Convento de La Cruz, cuya situación paupérrima seguía igual de latente, pero mantenía continuas visitas personales, las maniobras de defensa y un ritmo habitual de vida. Ese mismo día mantuvo otro consejo de guerra, en lo que hoy es el edificio de la Presidencia Municipal de Santiago de Querétaro.

El 17 de marzo Maximiliano dio la orden de contraatacar, pero la misión fracasó debido a un desacuerdo entre Miramón y Márquez. En la noche del 22 de marzo Maximiliano le encomendó la misión especial a Márquez de cabalgar rumbo a la Ciudad de México para reclutar refuerzos, orden que acató en el alba del día siguiente con mil doscientos jinetes. En la tarde del mismo día los republicanos propusieron a Maximiliano rendirse a cambio de que saliera con honores de la guerra, aun así, Maximiliano se negó.

El 27 de marzo un contingente comandado por Miramón logró un triunfo. Pasó un mes entero de resistencia e incertidumbre en el asedio donde, a pesar del bajo número de los soldados imperiales y sus escasos ánimos, resistieron a las fuerzas liberales. Un mes después, el 27 de abril, Miramón ordenó en el Cerro del Cimatario, realizar un ataque cuyo principal fin era levantar la moral de sus tropas abatidas de aburrimiento y tentadas a la deserción; la misión consistía en atacar la Hacienda de Callejas ocupada por juaristas —que estaba ubicada en las proximidades el cementerio de la ciudad—, donde resultó a favor de los imperialistas y capturaron veinte cañones, una manada de bueyes y un cofre con dinero. Al día siguiente Miramón reforzó su cuerpo de lanceros con algunos elementos de la caballería de Mejía para ocupar el cementerio, pero esta vez los imperialistas se toparon con una batería de diez cañones instalados durante la noche que logró diezmarlos. Los juaristas se reapoderaron de la Hacienda y con ello la retirada de los imperialistas resultó como una rotunda derrota: los juaristas casi entraban a la ciudad.

El 13 de mayo Maximiliano celebró su último consejo de guerra, en el que declaró: “Cinco mil soldados mantienen hoy este lugar, tras un asedio de setenta días, un asedio realizado por cuarenta mil hombres que tienen a su disposición todos los recursos del país. Durante este largo período […] se desperdiciaron cincuenta y cuatro días esperando al general Márquez, quien debía regresar de México en veinte días». 

En consecuencia se acordó un plan de fuga que estaría programado para dos días después, es decir, el 15 de mayo. No obstante, en la madrugada del día programado, el coronel Miguel López, comandante del regimiento de la Emperatriz, entregó al enemigo una puerta de la ciudad sitiada que permitía el acceso al Convento de la Cruz, lugar donde residía Maximiliano. Querétaro cayó en poder de los republicanos.

Captura

Advertido de la presencia del enemigo con la toma de la ciudad, Maximiliano se negó a esconderse. Abandonó fácil y voluntariamente el Convento de La Cruz, donde se alojaba puesto que prefería ser aprehendido fuera; en su compañía estaba su militar de resguardo, el príncipe Félix de Salm-Salm. El coronel José Rincón Gallardo, edecán de Escobedo, los reconoció, pero los dejó seguir su camino, considerándolos como unos simples burgueses. Maximiliano se dirigió al Cerro de las Campanas, ahora en compañía de sus generales, Miguel Miramón y Tomás Mejía. Mejía, herido en la cara y la mano izquierda, le sugirió a Maximiliano que huyera por las montañas; tras su negativa, Mejía se quedó voluntariamente a su lado. Una vez que llegaron al Cerro de las Campanas el emperador fue capturado a manos de Sóstenes Rocha.

Últimos días y muerte (1867)]

Prisión

Convento de las Teresas, en Santiago de Querétaro (2014).

Cautivo en el Cerro de las Campanas, Maximiliano fue obligado a regresar a su antigua habitación en el Convento de la Cruz. Se acostó y revisó debajo de su colchón con la esperanza de encontrar dinero donde también recibió la atención del médico Basch. Dos días después, el 17 de mayo, los republicanos trasladan a Maximiliano al Convento de las Teresas —del que acababan de ser expulsadas las monjas—, ya que las celdas estaban más limpias y el espacio se prestaba a una mejor vigilancia.

Elaboró unas negociaciones previas a sus juicios para lograr su libertad: se reunió con Escobedo el 23 de mayo, ofreció, que a cambio de su regreso a Austria, devolvería las dos ciudades aún en manos de los imperialistas: Ciudad de México y Veracruz; Escobedo rechazó la propuesta porque ambas estaban ya listas para caer en manos de los republicanos. Maximiliano profundamente desanimado regresó al Convento de las Teresas. Al día siguiente de esta entrevista, 24 de mayo de 1867, Maximiliano fue llevado al Convento de las Capuchinas, que se convirtió en su última prisión.

Juicio

Teatro de la República -antes Teatro de Iturbide- en Santiago de Querétaro (2008).

El 13 de junio de 1867 Maximiliano y sus generales Miramón y Mejía debían de comparecer ante un Consejo de Guerra especial, celebrado en el teatro Iturbide, donde se instaló a las ocho de la mañana. Estuvo formado por siete oficiales y presidido por Rafael Platón Sánchez, militar que había participado en la Batalla de Puebla. Afectado de disentería, Maximiliano consiguió no comparecer ante tal tribunal, pero lo representaban dos abogados mexicanos: Mariano Riva Palacio y Rafael Martínez de la Torre. La acusación contenía trece puntos; al día siguiente, después de que el fiscal Manuel Azpíroz la leyera y expusiera que los hechos eran “obvios”, recibió tres votos a favor de la pena de muerte y tres a favor del destierro; el séptimo voto de Azpíroz concluyó la condena a muerte.

En un intento por proteger a su hermano, Francisco José I lo reintegró por completo en sus derechos como Archiduque de la Casa de Habsburgo. Otros monarcas europeos, como la Reina Victoria, el Rey Leopoldo II e Isabel II de España, enviaron cartas y telegramas donde rogaban a Juárez por la vida de Maximiliano; otros personajes destacados de la época como Charles Dickens, Víctor Hugo o Giuseppe Garibaldi, también lo hicieron.

Cuando se concluyó el veredicto y los alegatos finales de los abogados defensores se encontraba presente Juárez; el barón Anton von Magnus y un grupo de mujeres oriundas de San Luis Potosí, estado imperialista, le rogaron de rodillas, que le perdonara la vida; inflexible, Juárez les respondió: “La ley y la sentencia son en este momento inexorables, porque así lo requiere la seguridad pública”.

La princesa Inés de Salm-Salm, esposa del príncipe Félix, que se encontraba en Querétaro, intentó sobornar a una parte de la guarnición que resguardaba la ciudad, con el objeto de facilitar la fuga de Maximiliano y los otros dos prisioneros, pero la maniobra fue descubierta por Mariano Escobedo.

La Iglesia de San José de Gracia y el ex Convento de las Capuchinas en Santiago de Querétaro (2013).

Las condiciones de los últimos días del cautiverio de Maximiliano fueron extremadamente severas: habitaba en una celda del convento que medía 2,7 metros de largo por 1,8 de ancho; incluso con disentería no se le permitió la visita del médico; los guardias que vigilaban la celda discutían en voz alta sobre de qué forma podría ser ejecutado y hacían bromas sobre Carlota. Más tarde, y al margen de lo oficial, Maximiliano consiguió recibir visitas de su médico privado y de Félix de Salm-Salm.

En un último intento, Maximiliano le escribió a Juárez para pedir el perdón de las vidas de Miramón y Mejía, pero también resultó en vano. 

Ejecución

Los últimos momentos de Maximiliano, de Jean-Paul Laurens 

La ejecución fue programada para el miércoles 19 de junio de 1867 a las tres de la tarde. De madrugada Maximiliano se vistió con un traje negro y el Toisón de Oro, con ayuda de su criado y cocinero Tüdös. Maximiliano recibió al padre Manuel Soria y Breña, con quien se confesó por última vez. Poco después, se sintió bastante mal, por lo que le dieron viales de sal, y Soria ofició una misa, tanto para Maximiliano como para los generales Miramón y Mejía. 

Al terminar la misa les dieron su última comida: pan con pollo y vino; ni siquiera tocaron el pollo, no obstante, bebieron un poco de vino. Ya a las seis y media de la mañana entró al corredor del Convento, el coronel Miguel Palacios, el encargado del pelotón de fusilamiento, junto al resto de los hombres que lo conformaban; cuando ambos se encontraron Maximiliano exclamó: “Estoy listo”.

Tres carruajes de alquiler aguardaban a los condenados, quienes subieron junto a Soria. Recorrieron las calles de las Capuchinas y la Laguna rumbo al Cerro de las Campanas —lugar de la ejecución— con la vigilancia del primer batallón de Nuevo León. Durante el camino Maximiliano se puso dubitativo y se preguntó si Carlota aún seguía viva; también observó el cielo despejado exclamando: “Es un buen día para morir”.

Cuando llegaron al lugar Tüdös le gritó: “Siempre te has negado a creer que esto sucedería. Ves que estabas equivocado. Pero morir no es tan difícil como crees”. A Tüdös Maximiliano le lanzó su pañuelo mientras decía en húngaro: “Llévale esto a mi madre y dile que mi último pensamiento fue para ella”. Le entregó a Soria su reloj que contenía un retrato de Carlota y le dijo: “Mande este recuerdo a Europa a mi muy querida mujer, si ella vive, y dígale que mis ojos se cierran con su imagen que llevaré al más allá”.

Fotografía de la ejecución de Maximiliano (a la derecha) y de los generales Miramón y Mejía el 19 de junio de 1867.

Los tres condenados fueron puestos en una fila detrás de un tosco muro de adobe —que había sido mandado a construir el día anterior por el Batallón de Coahuila— y Maximiliano le insistió a Miramón que él debía ocupar el lugar en el centro diciéndole: “General, un valiente debe de ser admirado hasta por los monarcas”. El pelotón estaba integrado por cinco soldados dirigido por el capitán Simón Montemayor, de veintidós años; Maximiliano le entregó a cada uno de los soldados una moneda de oro pidiéndoles que apuntaran bien y no disparasen a su cabeza. Antes del momento exacto de ser fusilado Maximiliano con voz clara exclamó:

[…] Voy a morir por una causa justa, la de la independencia y libertad de México. ¡Que mi sangre selle las desgracias de mi nueva patria! ¡Viva México! ¡Viva la Independencia”.

Mientras Miramón pronunció unas palabras en las que se negaba a ser considerado un traidor, Mejía no dijo nada, aunque miraba directamente a los militares.

Después de que pronunciaran sus últimas palabras, Montemayor ordenó abrir fuego contra los reos: Mejía y Miramón cayeron casi de inmediato, pero Maximiliano tardó un poco más, por lo que Montemayor le indicó con su espada la ubicación del corazón al sargento Manuel de la Rosa, que siguiendo su orden disparó a quemarropa directo al corazón. Un joven; Aureliano Blanquet, aseguró haberle dado el tiro de gracia. Tüdös se apresuró a apagar el fuego y, como le había pedido Maximiliano, le quitó el paño que cubría sus ojos para llevárselo a Carlota. Con desdén, Palacios declaró: “Esto es obra de Francia, señores”.

Restos mortales

Un anónimo médico austríaco, que residía en la Ciudad de México, fue llamado con anterioridad para que llevara los productos necesarios para un inmediato embalsamamiento. Ya tras el fusilamiento de Maximiliano, se le mandó a colocar una sábana sobre su cuerpo en el ataúd, que más tarde fue tomado por un grupo de soldados que lo llevaron al Convento de las Capuchinas. 

El barón Anton von Magnus le solicitó a Escobedo el cuerpo, petición que negó, pero permitió que Basch entrara al Convento para despedirse de su cuerpo y ordenar que cuatro médicos realizaran el embalsamiento. El proceso no se llevó como Basch lo tenía previsto: se realizó demasiado rápido y con descuidos, además de que los cabellos de su barba fueron vendidos por ochenta dólares de la época y una prenda del mismo Maximiliano al mejor postor.

Pronto la noticia de la muerte de Maximiliano llegó al gobierno estadounidense, y de ahí pasó a Europa por telegramas que llegaron el 1 de julio de 1867. Francisco José I pidió el cuerpo de Maximiliano a las autoridades mexicanas para poder enterrarlo en Austria; asimismo Von Magnus y Basch le solicitaron directamente a Juárez que les fuera entregado el cuerpo, a lo que él se negó, por lo que dejó el ataúd en abandono en la residencia del prefecto de Querétaro. La situación no cambió sino hasta la llegada de un vicealmirante enviado por Francisco José, Wilhelm von Tegetthoff, héroe de la batalla de Lissa, y pronto pudo animar a Juárez a reconsiderar su decisión. Finalmente el secretario de Relaciones Exteriores de Juárez, Sebastián Lerdo de Tejada, aceptó oficialmente la solicitud de Austria el 4 de noviembre de 1867.

Debido a la tosquedad del embalsamiento de cuerpo fue necesario dejar presentable al cadáver para su futuro traslado: se le vistió con un abrigo negro con reflejos brillantes, sus ojos verdaderos fueron reemplazados por los de una virgen negra de la Catedral de Querétaro, se le maquilló el rostro y se adornó con una barba postiza a falta de sus cabellos reales. Una vez que ya estuvo listo se trasladó desde Querétaro hasta la Capilla de San Andrés en la Ciudad de México. Una vez allí, su cuerpo fue sumergido en un baño de arsénico para su conservación. El gobierno mexicano agregó al ataúd como regalo un féretro ricamente decorado.

Su estancia en la capital del país no duró más de dos semanas y después de terminar unos papeleos se ordenó su repatriación a Europa. Llegó al puerto de Veracruz el 26 de noviembre de 1867, misma fecha en la que partió del SMS Novara, el mismo barco en el que Maximiliano y Carlota habían llegado a México.

Tardó casi tres meses en llegar el Novara a las costas europeas. El 16 de enero de 1868 atracó en Trieste: los dos hermanos menores de Maximiliano, los archiduques Carlos Luis y Luis Víctor, recibieron personalmente los restos de su hermano, que escoltaron hasta Viena. Francisco José I había ordenado que el féretro fuera sellado permanentemente en Trieste para que Sofía no pudiera ver los restos de su hijo, acción que se realizó puntualmente y que cumplió con su cometido. Llegó a la capital austriaca dos días después, el 18 de enero, en el que se realizó una ceremonia fúnebre, en la que todos los países aliados de Austria mandaron a sus representantes, con la notable excepción de Estados Unidos, pues resultaba un conflicto de intereses.

Los restos mortales de Maximiliano de Habsburgo fueron depositados el 18 de enero de 1868 en la cripta real austriaca, la de los Capuchinos, en Viena. Sus restos actualmente descansan allí. 

Honores  

Capilla de Maximiliano de Habsburgo en Querétaro (izquierda) y columna rostral a él dedicada en Venecia (derecha).

1871: estatua de Maximiliano I erigida en Hietzing, Viena por Johann Meixner. 

1875: estatua de Maximiliano I en Trieste por Johannes Schilling: inaugurada en su ubicación actual en la Piazza Giuseppina. Retirada por razones políticas al final de la Primera Guerra Mundial, luego reensamblada en el parque del castillo de Miramar en 1961, regresó a su ubicación original el 19 de diciembre de 2008.

1876: Columna rostral por Heinrich von Ferstel, inicialmente erigida por la Armada austríaca en Pula antes de ser trasladada a Venecia en 1919.

1901: la Capilla Conmemorativa del Emperador Maximiliano se encuentra en el Cerro de las Campanas en la ciudad de Querétaro en México. Construido en 1901, se encuentra donde fue ejecutado el emperador Maximiliano I el 19 de junio de 1867 y está dedicado a su memoria. Está ubicado en el Parque nacional Cerro de las Campanas creado en 1937.

Legado

Opinión pública

Con la llegada a Europa de la noticia de la ejecución de Maximiliano, la prensa se dividió entre quienes juzgaron del acto como éticamente correcto o incorrecto. 

El periodista, ensayista, diplomático y político francés Arthur de La Guéronnière, publicó un artículo con Maximiliano como protagonista, donde escribió: “¡Todo ha terminado! La traición fue solo el espantoso preludio de una sangrienta venganza […] ¡Qué vergüenza! Eterna vergüenza de los verdugos que profanan la libertad”. 

El Debate, un periódico español, publicó: “El plomo [armas de fuego] regicida ha hecho su trabajo en México y es el ingrato a quien Maximiliano quería llevar la paz y la civilización que dirigió el arma asesina en el seno noble en el que un latido del corazón completo para sus temas de amor y devoción”.

Un periódico belga expresó una postura neutral; y si bien reprobó el hecho, exculpó a Juárez de ser el autor intelectual del hecho: “Sí, la ejecución de Maximiliano es un acto reprensible, bárbaro […], pero no es para los que citan a Juárez frente a la barra de la opinión pública, que no tenían una palabra de culpa cuando Maximiliano, el 3 de octubre de 1865 había proscrito a quienes defendían su patria contra la invasión extranjera”.

El periódico británico The Times, al respecto, mencionó que dicho decreto se puso en marcha en la guerra civil y nunca se implementó parcialmente.

En Europa, la Segunda Intervención francesa en México, incluida la ejecución de Maximiliano, fue un tema muy controvertido. Durante el Segundo Imperio francés, el cuadro de Manet La ejecución de Maximiliano, ni siquiera fue ofrecida por su autor para ser presentada en el Salón de París, porque su rechazo sería predecible. 

La obra de teatro Juárez fue censurada en Francia y Bélgica y no se libró de la prohibición hasta 1886; la población católica belga consideró la obra como “ofensiva para la memoria de Maximiliano”, debido a que tenía una perspectiva que favorecía a los republicanos mexicanos.

Historiografía

Un rumor constante es que el padre de Maximiliano fue en realidad Napoleón II Bonaparte. La hipótesis se sostiene en que Napoleón II fue criado en la corte austriaca de los Habsburgo. Tras el nacimiento de Francisco José, Sofía de Baviera se había vuelto muy cercana a Napoleón II. Napoleón II murió el 22 de julio de 1832 -dieciséis días después del nacimiento de Maximiliano-, y se tiene registro de que Sofía estaba tan debilitada que incluso era incapaz de amamantar a Maximiliano. De cualquier forma, en aquella época su paternidad nunca fue cuestionada seriamente.

Ideología

Maximiliano se consideraba étnicamente alemán, en una época en la que el nacionalismo alemán aspiraba a aglutinar todos los territorios germanófonos en un único Estado-nación. Por otra parte, Maximiliano era un católico devoto que se enorgullecía de descender de los Reyes Católicos. 

Valoraba a todos los originarios de América y se constató en su proyecto nacional para donde intentó ampliamente mejorar las condiciones de vida de los pueblos indígenas mexicanos. Era firmemente contrario al esclavismo y siempre pugnó por la abolición de la esclavitud en una época en la que era común en varios países del mundo.

Su visión para América consistía en la formación de dos grandes imperios: el de México en Norteamérica y el de Brasil, en Sudamérica, que gracias a su éxito acabarían atrayendo y absorbiendo a las pequeñas repúblicas vecinas.

Maximiliano en el arte

La ejecución de Maximiliano, versión final de Édouard Manet (1869).

Édouard Manet, escandalizado por la muerte de Maximiliano, trabajó durante más de un año en la realización de varias versiones de su pintura La ejecución de Maximiliano que constituye una contundente acusación pictórica contra la política liderada en México por Napoleón III. Se produjeron tres versiones entre 1867 y 1869.

La primera puede verse en el Museo de Bellas Artes de Boston; los fragmentos de la segunda se conservan en la National Gallery de Londres; el boceto final está en la Gliptoteca Ny Carlsberg en Copenhague; mientras que la composición final se conserva en la Kunsthalle Mannheim.

La versión final de la obra -que pudo haber recibido influencia de  “El 3 de mayo en Madrid” de Goya, satisfizo personalmente a Manet donde los soldados del pelotón de fusilamiento no están ataviados con el uniforme mexicano de la época, sino como del Ejército Imperial Francés y el sargento -con una gorra roja- que recarga su rifle, es una referencia a Napoleón III.



La ejecución del Emperador Maximiliano (1867), óleo sobre tela, 195.9 x 259.7 cm. Manet. Museum of Fine Arts, Boston. 

Ejecución de Maximiliano, por Manet


Arriba:

Emperador Maximiliano I de México, c. 1865

General Tomás Mejía, c. 1864

General Miguel Miramón, c. 1860s

Abajo:

Fotografía de la ejecución de Maximiliano, a la derecha; Miramón, en el centro y Mejía a la izquierda, el 19 de junio de 1867.

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4 comentarios:

  1. Un estupendo artículo. Quizá desde el punto de vista de hoy resulta difícil entender que se quedara. Pero podría el sentido del deber Habsburgo.
    Observo ligeramente sorprendido que no incluye la historia de Justo Armas como epílogo. ¿No le da crédito o lo reserva para otro artículo?

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    1. Amigo Miguel Mesleón; dado tu interés, añadiré un comentario sobre el asunto Justo Armas, a pesar de que me parece excesivamente legendario, y no me atrevo a asegurar su veracidad en absoluto, aunque me gustaría. Al menos, no deja de ser curioso. Gracias.

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    2. Muchísimas gracias por el suplemento (aquí vendría un emoji sonriente pero no sé cómo ponerlo en estos comentarios).
      Hace ya unos años caprichos del destino (caprichosísimos teniendo en cuenta que soy profesor de Química) me llevaron a Viena por primera vez en mi vida como improvisado guía turístico de un grupo grande de jubilados. Y con ilimitado poder de decisión sobre las visitas. Decidí que la primera fuera a la Cripta de los Habsburgo, donde empecé a presentar algunos personajes históricos.
      Les interesó mucho la tumba de Francisco José y Sissi, captó su atención mucho más de lo que pensaba la de Carlos de Habsburgo, abuelo materno de Alfonso XIII, pero se desató una pequeña locura cuando les referí el asunto Maximiliano y Justo Armas. Es una historia poderosísima, que atrapa porque es bonita, y porque a pesar de su carácter de especulación todos desearíamos que fuera cierta y que la ciencia despejase la duda.
      Muchas gracias de nuevo. Un saludo.

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  2. "Todos desearíamos que fuera cierta"; totalmente de acuerdo contigo. Entiendo que Sissi ·"canta", mucho pero quizás se olvida la parte desgraciada de su historia. Te envío un saludo cordialísimo. Clara.

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