principios del S.XVIII
Se trata de un gran salón para ceremonias y fiestas construido
durante la década de 1630 en el Buen
Retiro, cerca de San Jerónimo el Real, que el Conde-Duque de Olivares concibió
para distraer a Felipe IV –entendiendo el término distraer en sentido estricto, es decir, para alejar la atención del
monarca de los asuntos del Reino-.
La colección de pinturas destinada a este Salón tenía
que representar el esplendor de la familia Habsburgo, conocida en España como
la Casa de Austria; por un lado, debían mostrar la gloria de las armas –en
aquel momento, las victorias obtenidas en la Guerra de los Treinta Años,
por efímeras que estas resultaron en la vida real–, y por otro, su divinidad, ya que los Austria procedían
del Hércules olímpico de la mitología griega. El conjunto del proyecto se
encuadraba en el estilo de otras grandes edificaciones europeas como el Banqueting House de Londres o la Galería de Espejos de Versalles.
Proyectado originariamente para celebrar la jura del
heredero, el príncipe Baltasar Carlos,
nacido en 1629, pronto se transformó en una obra de gran envergadura, mediante
la construcción de una impresionante plaza principal, con cuatro torres cubiertas
de pizarra, tres de cuyos lados estarían formados por grandes estancias
destinadas a acomodar a los invitados a los espectáculos de la corte, y en el
centro del ala norte se situaría el palco real o salón grande, que después
sería conocido como Salón de Reinos. El conjunto se convirtió definitivamente en un
verdadero y suntuoso palacio.
Tendríamos, pues, en primer lugar, el marco o continente; una estancia, que
iba a ser una especie de palco, pero que se convirtió en salón del trono donde
el monarca podía presidir ceremonias, fiestas y espectáculos y, en segundo
lugar –por decirlo así–, el contenido:
–Las imágenes de los reyes, Felipe III y Felipe IV con sus respectivas
esposas, más el heredero del segundo, en los testeros.
–Un vistoso elenco de hazañas militares en los laterales.
–El mítico origen de la familia real, personalizado en Hércules y sus
Trabajos.
–La inmensidad de los dominios de la Monarquía Hispánica, evidenciada en
los escudos de los Reinos que la componían en aquel momento.
Todo ello fue realizado en un tiempo récord: iniciadas las obras en 1633, la decoración se dio por terminada a principios
de 1635.
El salón, de 34,6 metros de largo por 10 de ancho y 8
de alto, tenía una balconada de hierro que corría a lo largo de la estancia,
para que desde allí, los cortesanos pudieran contemplar los espectáculos que se
ofrecían en la plaza; veinte ventanas iluminarían las pinturas a que vamos a
referirnos. El salón estaba pintado de blanco con arabescos dorados y, en la bóveda,
sobre las ventanas, se incluyeron los escudos de los veinticuatro reinos. Posiblemente
estaban destinados a sustentar el proyecto de Olivares conocido como la Unión
de Armas, según el cual, los distintos reinos debían colaborar con la
Corona aportando hombres y fondos en cantidad proporcional a su población y riqueza; como sabemos, Duque y proyecto fracasaron estrepitosamente,
haciéndose trizas al chocar contra los Fueros.
Bajo el balcón corrido se colgaron veintisiete lienzos:
doce de batallas, de diferentes artistas, que se colocaron entre las ventanas
inferiores; las diez escenas de la vida de Hércules pintadas por Zurbarán, iban
sobre esas ventanas y, en los testeros, los cinco retratos ecuestres de Velázquez
con las imágenes del monarca reinante, Felipe IV –con su esposa, Isabel de
Borbón y su hijo, Baltasar Carlos–, frente a la de sus padres, Felipe III y Ana
de Austria.
Las diez escenas de la vida de Hércules pintadas por
Zurbarán –todas almacenadas hoy en el Museo del Prado-, tenían que representar la
inmortalidad de la dinastía.
Los doce cuadros de batallas, debían mostrar de manera
espectacular la sucesión de victorias del reinado de Felipe IV, cuyos generales le flanquearían a lo largo de los muros.
Excepcionalmente, La Rendición de Breda
de Velázquez y la Recuperación de Bahía
de Maíno, en cierto modo, dejaron a un lado los hechos de armas para mostrar
otros aspectos menos bélicos, pero constituyentes de valores morales, como el
cuidado de los heridos o la clemencia de los vencedores.
Todos los pintores, excepto Zurbarán, ya estaban al
servicio de la corte antes de participar en el proyecto.
La Rendición de
Juliers ante Ambrosio Spínola, de Jusepe Leonardo, y la Victoria de Fleurus, de Gonzalo
Fernández de Córdoba, pintada por Vicente Carducho, son de 1622, poco después del
ascenso de Felipe IV al trono.
De 1625 fueron:
La Recuperación de Bahía de Brasil
por un ejército hispano-portugués mandado contra los holandeses por Fadrique de
Toledo, de Maíno; la Rendición de Breda
ante Ambrosio Spínola, de Velázquez; el Socorro
de Génova por el II Marqués de Santa Cruz, de Antonio de Pereda; la Defensa de Cádiz frente a los ingleses
por Fernando Girón, contra una tentativa de invasión inglesa, de Zurbarán, y la
Recuperación de San Juan de Puerto Rico
por el gobernador de la isla, Juan de Haro, de Eugenio Cajés.
En 1629 se produjo la Recuperación de la isla de San Cristóbal, en las Antillas, ocupadas
por aventureros franceses e ingleses; una efímera hazaña de don Fadrique de Toledo,
de la que se encargó Félix Castello.
Finalmente, las pinturas relativas a hechos de armas
acaecidos en territorio alemán: El Socorro de la plaza de Constanza
y la Expugnación de Rheinfelden por el duque de Feria,
realizadas por Vicente Carducho, y la Toma de Brisach, de Jusepe Leonardo,
fueron ejecutadas en 1633.
Por último, hubo una obra más que no ha sobrevivido;
era un lienzo de Eugenio Cajés titulado La expulsión de los holandeses de la isla de
San Martín.
Bien es verdad, que muy poco tiempo después de que se
inaugurara el Salón, aquel mensaje triunfal se quedó obsoleto; España y Francia
se enfrentaron en una nueva guerra, larga, agotadora y ruinosa, de la que Francia
salió victoriosa. Holanda volvió a establecerse en Brasil; Breda y Brisach se
perdieron, y en 1643, el conde-duque de Olivares, fue apartado del poder sin
haber tenido la oportunidad, sino todo lo contrario, de llevar al reino a la
gloria. Los nombres de aquellas victorias y los de los comandantes que las
dirigieron, nunca llegaron a alcanzar notoriedad histórica y, por último, durante
la Guerra de la Independencia el
palacio del Buen Retiro fue
destruido en su mayor parte, aunque el Salón
de Reinos quedó en pie y sus pinturas pasaron al Museo del Prado, donde se
conservan.
El Palacio del Buen Retiro
en 1636–1637; dibujo de la época.
El corredor que ocupa el Salón de
Reinos es un rectángulo de unos 10 metros de ancho por unos 80 de largo,
dividida en ocho módulos cuadrados de 10x10 metros; el Salón principal –el de
Reinos– ocupa los cuatro módulos centrales y está flanqueado por dos salones
iguales, que miden veinte metros cada uno. Entre los salones laterales y el
central hay escalinatas con puertas independientes, que dan acceso al balcón corrido
de la planta intermedia, que se extiende a lo largo de los tres salones
sirviendo de nexo en toda la fachada; hacia el Norte, la Plaza Grande, y hacia el Sur la Plaza
Cuadrada.
El Salón
de Reinos fue concebido sobre todo como un espacio para albergar la
colección pictórica de la que vamos a ocuparnos, constituyendo en cierto modo,
la primera galería pública de exposición pictórica construida en España. Además
de contener las pinturas, el Salón fue decorado espléndidamente: reuniendo arquitectura
y pintura con la simbología de los valores imperecederos de la Casa de Austria,
igualmente representados en los veinticuatro escudos de los lunetos, realizados
con el asesoramiento artístico de Rojas Zorrilla y Velázquez.
Perspectiva del Buen Retiro y del Palacio desde
el Jardín de la Reina, en primer plano, la estatua de Felipe IV.
La consideración de Felipe IV como Rey Planeta, tiene tal vez su reflejo en
el conjunto simbólico de esta grandiosa construcción. Zurbarán tenía que pintar
los doce trabajos de Hércules, relacionados
a su vez con los doce signos del
Zodiaco; el hecho de que al final sólo pintara diez lienzos, se debe al número
y disposición de los ventanales de los muros norte y sur. Aun así, el número doce -que también alude a los meses del
año-, coincide con la serie de cuadros
de batallas y dobla la cifra en los escudos de la decoración superior. También había
doce mesas de jaspe, de enorme valor,
dispuestas a lo largo de la sala y, al lado de cada una, un león de plata;
animal que también simboliza el sol. Por otra parte, si los doce meses se agrupan en cuatro
estaciones, estas se corresponden a su vez con los cuatro retratos ecuestres de
los muros oriental y occidental. Se suele aludir, por último a la posibilidad
de que el número total de puertas y ventanas, que son 28, se correspondan con
los ciclos lunares.
La ordenación de los retratos de los reyes y los cuadros de batallas en el
Salón, obedece a la reconstrucción propuesta por José Álvarez Lopera, quien a
su vez, se basó en la Silva topográfica de Manuel de Gallegos y en el
Inventario de 1701.
Muro este; cabecera del trono
Felipe III a caballo y la reina Margarita de
Austria. Museo del Prado.
Obra, como se sabe, de Velázquez, en este caso,
con mucha participación del taller. Aunque se ha dicho
que este retrato partiría de una obra anterior –probablemente de 1628–, para la
que Velázquez se sirvió de un modelo de Bartolomé González, los análisis realizados en los talleres del Museo del
Prado, demuestran que los cinco retratos de la serie se hicieron al mismo tiempo,
y que en todos ellos se emplearon las mismas técnicas y pigmentos.
Parece que Velázquez encargó el trabajo a un pintor que empleaba técnicas
muy diferentes a las suyas, y más minucioso en el detalle. Se cree asimismo,
que el anónimo artista corregiría la posición del brazo del modelo por
indicación del maestro, quien personalmente efectuaría numerosos retoques sobre
el caballo y la iluminación general del lienzo, añadiendo veladuras a la
vestimenta del monarca. Seguramente se pintó cuando Velázquez viajó a Italia
por primera vez, aun cuando se hiciera bajo sus directrices.
El número de inventario inscrito bajo la cola del caballo “240”, demuestra
claramente donde terminaba el lienzo antes de que se le añadieran las dos
bandas laterales.
Con armadura de gala y en forzado
escorzo, Felipe III aparece en ligero perfil resaltando sobre un paisaje tormentoso,
que se cree puede aludir a la ceremonia de su entrada en Lisboa en 1619. Un
fuerte viento agita las crines y arreos
del elegante caballo blanco, así como la banda del jinete, que fácilmente
domina tormenta y corveta.
Hijo de Felipe II y Ana de
Austria, Felipe III nació y murió en el Real Alcázar de Madrid. La historia lo
define como un hombre sin carácter y poco o nada interesado en los deberes
reales que en su nombre asumieron, primero, el Duque de Lerma y después, el
Duque de Uceda, su hijo. Su principal objetivo, restablecer la paz, lo que
logró momentáneamente, con Francia, Inglaterra y Flandes, se vio no obstante,
contrariado por su intervención en la Guerra de los Treinta Años respondiendo a
la llamada del emperador.
Habiendo heredado un reino
en bancarrota, Felipe III se vio forzado a pactar con las Cortes, que vendieron
caro su apoyo a las finanzas públicas, aunque la situación empeoró
llamativamente a raíz de la expulsión de los moriscos en 1609, que constituían
un sector muy productivo de la población.
Convencido por el Duque de
Lerma, trasladó la Corte a Valladolid durante cinco años, sin que hubiera más
razones objetivas para aquel traslado, que el personal interés del Duque, que a
cuenta del mismo, amontonó una escandalosa fortuna. Felipe
III murió de enfermedad a los 43 años.
La
reina Margarita de Austria, óleo sobre lienzo, 297 x 309 cm., Museo
del Prado.
Otro creación
del taller del Maestro Velázquez, que de nuevo
intervendría repintando, con su estilo suelto e impresionista, sobre detalles,
en su consideración, excesivos; Velázquez siempre mira sus pinturas desde
lejos. Así, rehízo el rostro del modelo, al contrario de lo ocurrido con las
crines del caballo, que aparecen como repintes sobre el original que se cree de
mano del genio. También en ese caso se añadieron franjas laterales
perfectamente apreciables. Oscuras nubes de tormenta se ciernen al fondo sobre
la sierra, en la que Margarita parece estar dando un tranquilo paseo.
Hija de Carlos de
Austria-Stiria y de María de Baviera, nació en Gratz, Austria, en 1584, casada
con Felipe III en 1599, por acuerdo de Felipe II, en cuyas manos Felipe III dejó
la elección de forma explícita. La boda se celebró en Valencia, junto con la de
Isabel Clara Eugenia y el Archiduque Alberto, en medio de grandiosas fiestas,
que de nuevo se repitieron a su llegada a Madrid.
Margarita, miembro de una
familia muy religiosa, algunas de cuyas hermanas optaron por la vida
conventual, se empleó habitualmente en hacer obras de caridad que la hicieron
muy popular y querida. Muy influida por su familia, en 1606 logró que
procesaran al Duque de Lerma, que previamente había tratado de aislarla en la
corte, tratando de evitar su influencia sobre el rey, que, no obstante la amó y
la trataba con gran deferencia. Después de tener ocho hijos, Margarita falleció
en El Escorial a consecuencia de un nuevo parto.
Muro oeste: entrada principal.
El 14 de julio de 1634 Velázquez firmó el último
recibo de pago de los 2.500 ducados cobrados por las pinturas de su propia mano que había realizado para el Salón grande. Esas pinturas de
propia mano, que concluidas en muy poco tiempo, fueron, La rendición de Breda y
los cinco retratos ecuestres de la familia real que ocupan las paredes
estrechas de la sala, orientadas a Este y Oeste. Parece que los retratos de
Felipe IV y de Baltasar Carlos son exclusivamente de mano del genial pintor.
La imagen del rey destaca sobre el fondo sobrecogedor
y bellísimo, de la Sierra de Guadarrama; lleva coraza de gala y aparece de
perfil sobre el caballo en corveta. Lleva la bengala en la mano derecha y
sostiene las riendas con la izquierda. La expresión impasible del monarca es,
en parte, la que tenía y, en parte, la que imponía el protocolo; los Austria
nunca se ríen.
Felipe IV. Óleo sobre lienzo, 303 x 317 cm. Museo del Prado.
Velázquez sigue la fórmula, barroca y artificiosa, del caballo que se sostiene sobre las patas traseras en posición acrobática, más que nada, propia de exhibiciones ecuestres, pero que aquí se emplea como una especie de trono ambulante, destinado a acrecentar la imagen de un heroico monarca.
El incomparable fondo de la
sierra, teñida de una evocadora luz plateada, con los montes azules recortados
en el horizonte, y bajo un cielo que casi promete tormenta, es muy de
Velázquez. Al lienzo original se añadieron también dos franjas laterales,
perfectamente visibles, para adaptar su tamaño a la pared a la que estaba
destinado.
El tiempo ha descubierto pentimentos en las patas del caballo y
en el busto del jinete.
Felipe IV, hijo de Felipe
III y de Margarita de Austria, nació en 1605 en Valladolid, cuando la corte se
trasladó temporalmente a aquella ciudad, en la que las fiestas por el bautizo
se celebraron junto con las destinadas a celebrar el Tratado de Somerset, que asentó
la paz con Inglaterra.
En 1615 se casó con Isabel
de Borbón y en 1621 heredó la Corona por el fallecimiento de su padre, aunque,
en realidad reinó poco, ya que entregó las riendas del gobierno, primero a
Olivares –hasta 1643– y después, a don Luis de Haro.
Fue un reinado muy difícil,
en el que, en cierto modo, se quisieron solucionar los problemas del presente,
resucitando fórmulas del pasado, que ya no funcionaron, o proponiendo reformas
para mejorar el futuro, que tampoco. Se produjeron numerosos conflictos
bélicos, propios y ajenos –Provincias Unidas, Inglaterra, y Guerra de los
Treinta Años–, y sucesivos levantamientos en Vizcaya, Cataluña, Portugal,
Castilla, Nápoles y Andalucía.
Después de perder a su
hermano, a su esposa y a su hijo, Felipe IV volvió a casarse, en esta ocasión,
con Mariana de Austria, su sobrina,
que sería la madre de Carlos II, y
pudo al fin gozar de una relativa tranquilidad –aunque siempre muy atormentado
por su propia conciencia–, gracias al fin de la Guerra de los Ochenta Años, con los Países Bajos, en
1648 y a la Paz de los Pirineos con
Francia, en 1659. Murió en Madrid en 1664.
Isabel
de Borbón, óleo sobre lienzo, 301x314 cm., Museo del Prado.
De
Velázquez y su taller. En este caso, la radiografía
revela una primera pintura en la que aparecía la imagen completa del caballo
con su correaje y en la que el vestido de la reina era mucho más sencillo. Más
tarde, Velázquez retocaría, perfeccionándola, la cabeza de la reina y las patas
del caballo, mientras que otras manos de su taller bordarían minuciosamente, la
falda y la gualdrapa, que terminaron por ocultar al caballo.
Isabel de
Borbón, hija de Enrique IV de Francia
y María de Médicis, nació en
Fontainebleau en 1603. Por intereses estratégicos, en este caso, buscando un
imposible acuerdo entre España y Francia, se acordó su boda con Felipe IV en
1612; se casaron tres años después y el 31 de marzo de 1621, se convirtió en
reina de España.
Al
parecer, era un mujer hermosa, inteligente y alegre, a quien gustaban mucho las
fiestas, las comedias y los toros. Su relación con Olivares, siempre fue mala y
parece que en 1643 contribuyó decisivamente a su caída. Tuvo ocho hijos, de los
que, como sabemos sólo sobrevivió definitivamente María Teresa, que se casaría
con Luis XIV. Isabel falleció el 6 de octubre de 1644 y fue enterrada en El
Escorial.
El Príncipe Baltasar Carlos, óleo sobre lienzo (209 x 173 cm), Museo del Prado.
Obra exclusivamente de mano de Velázquez. El príncipe, retratado a los seis años, monta una jaca
que el espectador tenía que contemplar
desde abajo, dado su emplazamiento sobre una gran puerta, motivo por el cual,
la montura aparece deformada cuando se observa de frente.
El lienzo fue pintado con poco pigmento y en capas casi transparentes. El
príncipe y el caballo se realizaron antes que el paisaje, por lo que el
contorno de la imagen resalta nítidamente, creando una sensación de relieve.
Velázquez alcanza la
perfección posible creando un retrato infantil de gran belleza, con un encanto,
que al final resulta conmovedor. Baltasar Carlos, vestido de negro, oro y rosa,
asume una postura mayestática a pesar de su corta edad. El paisaje del fondo
crea, también en este caso, un horizonte gris plateado bajo un cielo que
amenaza tormenta. Se trata, en definitiva, de otra obra maestra, realizada
entre 1635 y 1636, por este singular artista, al que parece que crear obras de
arte a partir de cualquier modelo, no le costaba ningún esfuerzo especial.
Baltasar Carlos de Austria
nació en el Alcázar Real de Madrid el 17 de octubre de 1629. Esperado y necesario,
tras cinco partos fallidos, su llegada fue motivo de enorme alegría. Aún no
tenía tres años cuando se celebró su jura como heredero.
Se habla de él como de un
niño simpático y despierto, a quien su padre puso Casa a los trece años y que
muy pronto estuvo presente en el despacho oficial. En 1646 se acordó su boda
con su prima Mariana de Austria –más tarde se convertiría en la segunda esposa
de su padre–, pero falleció repentinamente en Zaragoza en octubre de ese mismo
año. Su muerte inesperada provocó luto general y dejó un enorme vacío, más
agravado, por la falta de otro heredero. Descansa en el Panteón de Reyes de El
Escorial.
Segunda Parte: http://atenas-diariodeabordo.blogspot.com.es/2013/05/salon-de-reinos-del-palacio-del-buen_11.html
Tercera Parte: http://atenas-diariodeabordo.blogspot.com.es/2013/05/salon-de-reinos-del-palacio-del-buen_18.html
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La base fotográfica de este trabajo procede de la recreación del Salón de Reinos del Centro Virtual Cervantes.
Tercera Parte: http://atenas-diariodeabordo.blogspot.com.es/2013/05/salon-de-reinos-del-palacio-del-buen_18.html
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La base fotográfica de este trabajo procede de la recreación del Salón de Reinos del Centro Virtual Cervantes.
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