A pesar de su enorme presencia histórica, Catalina de Médicis tuvo una vida poco envidiable desde el día en que nació. Inmersa en la tragedia desde entonces, asumió la protección de sus hijos, huérfanos de padre, también desde muy pequeños, convirtiendo la defensa de la autoridad real de los herederos, en el objetivo de su existencia, comprometida, en ocasiones, tanto para católicos, como para hugonotes. A pesar de sus titánicos esfuerzos, su descendencia masculina se extinguió, relativamente en poco tiempo.
A la muerte del último monarca Valois, Enrique de Navarra, o de Borbón, descendiente de Luis IX y hugonote, pasó a ser el heredero del trono de Francia como Enrique IV de Francia, no sin antes luchar contra las tropas de la Santa Liga y sus aliados españoles, que llegaron a entrar en París. Al final, en 1593, él mismo decidió convertirse al catolicismo y sólo entonces fue llevada a cabo su coronación en Chartres.
Catalina de Médicis había fallecido seis años antes.
Hija de Lorenzo II de Médicis (1492–1519), duque de Urbino, y de Madeleine de la Tour d’Aubergne, (1495–1519), se dice que fue llamada Catalina en honor de Catalina Sforza, madre del famoso Giovanni delle Bande Nere, que reunificó las dos ramas Médici.
Siendo biznieta de Lorenzo el Magnífico, tenía asimismo entre sus antecesores al papa León X, hijo del Magnífico, que fue quien concedió el ducado de Urbino a su sobrino, el padre de Catalina, título que ella no heredó, al ser asumido por su pariente Francesco Maria della Rovere.
Casados Lorenzo y Madeleine en cumplimiento de la alianza entre León X y Francisco I, contra el emperador Maximiliano I, Catalina nació el 13 de abril de 1519. La madre murió quince días después de su nacimiento y el padre sólo vivió una semana más.
Mientras León X vivió, Catalina fue cuidada por su abuela paterna Alfonsina Orsini, esposa de Pietro de Médici, que también murió al año siguiente, por lo que la niña pasó a manos de su tía Clarice Strozzi. A este pontífice le sucedió otro Médici, Giulio, que se llamó Clemente VII, en 1523, quien ordenó el traslado de Catalina al Palazzo Médici Riccardi, en Florencia. Tenía entonces, la niña 4 años y era conocida como la duchessina, precisamente, porque no lo era.
Apenas habría cumplido 8 años cuando los Médici fueron derrocados por la facción opuesta al representante pontificio que gobernaba Florencia; Catalina pasó por diversos conventos, hasta que, más o menos se asentó en el de la Santissima Annunziata delle Murate.
En aquel momento, Clemente VII y Carlos I, el Rey de España, no tuvieron más remedio que ponerse de acuerdo; Carlos necesitaba que el pontífice accediera a coronarlo –a pesar de que sus tropas lo habían hecho prisionero poco antes–, y este, que el emperador le ayudara ahora a recuperar Florencia. En consecuencia, las tropas de don Carlos pusieron sitio a la ciudad, cuyos defensores, según se dice –cuesta creerlo, aunque esté documentado en el Discours Merveilleux, probablemente escrito por un hugonote, muy crítico con Catalina–, no dudaron en proponer los medios más inhumanos para resistir; por ejemplo, colgar a la niña de las murallas, para utilizarla como escudo, u ofrecérsela a las tropas asaltantes como botín sexual… Finalmente se produjo la capitulación, el día de Santa Chiara, en 1530.
Brantôme y Henri Estienne? –A favor y contra Catalina de Médicis
Liberada Florencia, el Papa hizo que Catalina fuera llevada a Roma, donde la recibió emocionado, e inmediatamente decidió que lo mejor sería buscarle un marido que pudiera protegerla. Así, después de un intento frustrado de Jacobo V de Escocia, Francisco I de Francia, que necesitaba urgentemente la suculenta dote de Catalina, ofreció la mano de su hijo Henri, Duque d’Orlèans, en 1533 y el pontífice aceptó.
En Marsella, el 28 de octubre de 1533 se celebraba la boda entre el heredero y la Gran Banquera –como la apodaron entonces–; se convirtió en el acontecimiento del siglo por su derroche de lujo y por el intercambio de valiosísimos regalos. Los contrayentes tenían 14 años, pero tanto el papa como el rey, comprobaron atentamente que el matrimonio fuera consumado.
Henri había pasado cuatro años de su infancia prisionero en Madrid, con su hermano François, ambos en calidad de rehenes, como garantía de que Francisco I –prisionero de Carlos I en Pavía–, cumpliera los acuerdos firmados para su liberación.
Al principio, Catalina fue bien recibida en la Corte, aunque a su esposo lo veía raramente, pero la amabilidad desapareció al fallecer Clemente VII, un año después de la boda, siendo sucedido por Paulo III, quien denunció la alianza francesa y se negó a completar el pago de la dote de Catalina.
En 1536 moría Francisco, duque de Bretaña, el primogénito de Francisco I; Enrique y Catalina, se vieron Delfines. Tardaron más de diez años en traer al mundo a su primer hijo, que, no obstante, luego fue seguido por otros nueve:
-François, en 1544, tras diez años de matrimonio. Casado con Mary Stuart. (1560).
-Elisabeth, 1546 –la que sería entregada como esposa a Felipe II–. (1568).
-Claude, en 1547, -casada con Charles III de Lorraine. (1575)
-Louis, 1549, - Duque de Orléans (1550).
-Charles, en 1550, -rey desde 1560 hasta 1574, como Charles IX.
-Henri, en 1551, -rey de Polonia en 1574 –unos meses- y luego, de Francia, como Henri III, hasta 1589. Fue el último Valois que reinó. Sobrevivió unos meses a su madre.
-Marguerite, en 1553, -casada y divorciada de Henri III de Navarra -después, IV de Borbón-, en 1572. Es la hija rebelde y fue la más longeva.
-François Hercule, en 1555 -Duque d'Alençon y de Anjou. 1584. No alcanzó el trono, aunque lo intentó.
-Victoire y Jeanne gemelas, el 24 de junio de 1556; la primera no llegó a nacer y la segunda murió un mes después. Catalina estuvo a punto de morir como consecuencia de este parto.
Henri II y Catherine.
François; Elisabeth; Claude; Louis;
Charles; Henri; Marguerite; François Hercule; Victoire y Jeanne.
Una numerosa familia que, en absoluto significa que hubieran mejorado las relaciones entre el matrimonio. A pesar de que el cronista Brantôme dice que el rey amaba a Catalina apasionadamente, la verdad es que Enrique, sencillamente, cumplía con sus obligaciones dinásticas, en ocasiones, aconsejado por su amante Diana de Poitiers, con quien mantenía una relación desde 1538, es decir, desde los 19 años. Diana le doblaba la edad y actuaba como madre y educadora de los hijos de Catalina, quien, no obstante, fue coronada, como correspondía, en Saint Denis el 10 de junio de 1549.
Entre tanto, la familia Guisa iba creciendo al lado de la Casa Real; Charles, fue hecho Cardenal y François, Duque de Guisa. Su hermana, María, casada con Jacobo V de Escocia, fiera defensora del trono de Escocia, de su hija María Estuardo, quien, como sabemos, se educó en la Corte de Francia al lado de los hijos de Catalina desde los cinco años.
Charles, Cardenal de Lorena–Guise. Clouet. Musée Condé.
François de Lorraine, II Duque de Guise. Clouet. Louvre
A principios de abril de 1559, Enrique II suscribió la Paz de Cateau–Cambrésis, con el fin de terminar con los enfrentamientos en Italia. Como parte del acuerdo, Isabel, la segunda hija de Catalina, entonces 13 años, se casaría con Felipe II y, con motivo de esta boda, que se celebró por poderes –el Duque de Alba representó a Felipe II–; se organizaron justas, en cuyo transcurso, Enrique II obtuvo varias victorias, hasta que, en una inesperada evolución, el joven Conde escocés, Gabriel de Montgomery, un caballero de la Corte de Mary Stuart, involuntariamente acertó a introducir su lanza por la celada del rey, atravesándole un ojo, lo que acabó con la vida del monarca el día 10 de julio de 1599
Catalina asumió una lanza rota con la divisa latina: lacrymae hinc, hinc dolor –de aquí las lágrimas, de aquí, el dolor–, y vistió luto el resto de su vida. Pero a pesar de que Enrique antes de morir, perdonó públicamente a Montgómery, ella no descansó –podríamos decirlo así–, durante quince años, hasta acabar con el escocés. Lo desterró al día siguiente de la muerte del rey; puso precio a su cabeza y reclamó, sin éxito, su extradición cuando este se refugió en Inglaterra, hasta que en 1574, asediado en Domfront, se rindió ante el general Matignon. Catalina mandó confiscar sus bienes; retiró derechos y títulos a sus ocho hijos y, finalmente, hizo que el Conde fuera decapitado en la Place de la Grève en junio de 1574.
François II. Clouet
Francisco II heredó la corona a los quince años, pero el Cardenal de Lorena y el Duque de Guisa habían tomado el poder a pocas horas de la muerte de Enrique II y se instalaron en el palacio del Louvre con los nuevos reyes, François y Mary, asumiendo el poder de la Corona.
En un principio, Catalina lo soportó, porque su hijo era menor y ella aún no disponía de apoyos en la corte, pero sí obligó a Diana de Poitiers a devolver las joyas que había recibido de manos de Enrique y a abandonar el Castillo de Chenonceau.
Diana de Poitiers. Gran Senescala (viuda) y un aspecto del Castillo de Chenonceau.
Cuando los Guise iniciaron la persecución sistemática de protestantes, Catalina, aún siendo católica, desaprobó su actitud. Los protestantes pidieron ayuda al navarro Louis, Príncipe de Condé para luchar contra ellos. Los Guise, advertidos, se trasladaron al castillo de Amboise, desde donde lanzaron un ataque sorpresa contra los hombres de Condé, muchos de los cuales murieron desprevenidos, otros se ahogaron y otros más terminaron ahorcados en las almenas del castillo.
En junio de 1560 Michel de L'Hospital, nombrado Canciller de Francia por Catalina, se propuso recuperar la legalidad frente al desorden reinante, defendiendo la idea de que los protestantes simplemente oraban en privado, por lo que no debían ser atacados por las armas. Condé en tanto, habiendo formado un ejército, empezó a tomar ciudades del sur. Catalina le hizo llamar, lo encerró en prisión e hizo que fuera juzgado y sentenciado a muerte, sentencia que no se ejecutó a causa del fallecimiento de Francisco II, ya que Catalina pactó con Antonio de Borbón, que si renunciaba a la regencia, como pariente más próximo del nuevo rey Carlos IX, indultaría a su hermano Condé. En cuanto a Michel de l'Hospital, sus intentos de pacificación le hicieron acreedor del odio eterno de los Guise.
Francisco falleció, pues, el 5 de diciembre de 1560 y Catalina fue nombrada Gobernadora, aunque no pudo ejercer su tarea propiamente, ya que una buena parte de la nobleza era más poderosa que la misma Corona. Convocó a los líderes de ambos credos a la Conferencia de Poissy, en un intento de entendimiento entre las facciones, pero su proyecto resultó un fracaso rotundo.
En enero de 1562 promulgó el Edicto de Saint-Germain; una nueva tentativa de paz, pero solo dos meses después, se producía la Masacre de Wassy. El duque de Guisa y sus seguidores atacaron inesperadamente una comunidad de hugonotes cuando celebraban su liturgia en un granero. Resultaron de ello 74 muertos y más de un centenar de heridos entre los que rezaban, hecho que el duque calificó de lamentable incidente y que se convirtió en el prólogo de las Guerras de Religión. Al volver a París fue vitoreado.
Louis de Bourbon, Príncipe de Condé y Gaspard Almirante de Coligny
Un mes después, Condé y Coligny –veterano de San Quintín–, habían reunido un pequeño ejército, y, con ayuda de Inglaterra, tomó varias ciudades. Catalina trató de apaciguar a Coligny, pero este se negó a detener sus ataques, por lo que ella envió un ejército a la ciudad de Rouen, que se hallaba en poder de los hugonotes. Antonio de Borbón, el rey de Navarra, resultó allí gravemente herido de una bala de arcabuz y Catalina acudió a visitarlo en su lecho de muerte, después insistió en visitar el campo de batalla y al ser advertida del riesgo, respondió: -Tengo tanto valor como vosotros. Rouen pasó a manos de los católicos.
En febrero de 1563 un espía que había vivido y servido en España, Poltrot de Méré disparó en una emboscada al duque de Guise durante el sitio de Orleans. A pesar de ser su aliado, Catalina confesó que si el duque hubiera muerto antes, habría sido posible la paz. No obstante, de Meré fue juzgado y condenado a morir por descuartizamiento, sin que llegara nunca a confesar por cuenta de quien actuaba.
En marzo de 1563, el Edicto de Amboise terminó con aquella guerra; viendo a los soldados vacantes, y para evitar que volvieran a enfrentarse, Catalina reunió un ejército formado por tropas de las dos confesiones, con un objetivo común, el de recuperar El Havre de manos de los ingleses.
El 17 de agosto de 1563, Carlos IX fue declarado mayor de edad y coronado, pero nunca supo ni quiso reinar, de modo que Catalina continuó sus tareas de gobierno.
Carlos IX. F. Clouet
Para entonces, la reina madre se había propuesto dos objetivos: hacer efectivo el Edicto de Amboise y recuperar la fidelidad de los súbditos a la Corona, a cuyo efecto, realizó una gira por toda Francia durante un año y medio, en compañía de su hijo. En su transcurso, visitó a la reina de Navarra, Juana III y se vio con su hija Isabel de Valois en Bayona, quien acudió en compañía del duque de Alba, que hizo saber a la reina su opinión, el Edicto de Amboise debía ser abolido, porque con los herejes sólo servía el martillo.
Jeanne III. Taller de Clouet
En 1566, Catalina concibió un plan para el que necesitaba la colaboración de la Sublime Puerta. Crear una especie de colonia militar en Moldavia en la que se asentarían hugonotes y luteranos, franceses y alemanes, con lo que, además de crear una barrera frente a los Habsburgo, proporcionaría una salida a los hugonotes de su reino –recordemos que ella era católica sin sombra de dudas-; pero el plan fracasó al no lograr despertar el interés de los turcos.
Cuando en el otoño de 1567, mediante la llamada Surprise de Meaux, los hogonotes de Condé, quisieron secuestrar al rey, Catalina, decepcionada por lo que consideró una traición, culpó a L’Hospital de su fracaso y decidió cambiar de actitud. Le dijo al embajador de Venecia, que la única política aceptable para los protestantes era el terror, tal como lo practicaba el Duque de alba en los Países Bajos, donde todos los calvinistas eran condenados a muerte.
Los hugonotes se retiraron entonces a La Rochelle, que estaba fortificada, decididos a luchar hasta la muerte, y allí acudieron Jeanne d’Albret y su hijo, Henri de Bourbon. Catalina estaba furibunda ante el descaro de Jeanne, pero en aquel momento no disponía de fondos para pagar a sus tropas, por lo que se vio obligada a firmar la Paix de Saint Germain, por la que se legalizaba una cierta libertad para los hugonotes.
También recurrió Catalina a los acuerdos matrimoniales con las grandes casas reinantes; en 1570 casó a su hijo Carlos IX con Isabel de Austria, hija del Emperador Maximiliano II; una especie de oveja negra en la Casa de Austria, a quien su padre había amenazado repetidamente a causa de sus simpatías luteranas.
Tras la temprana muerte de Isabel de Valois, quiso casar a su otra hija, Margarita, con el viudo Felipe II, que no aceptó la propuesta. Pensó entonces en casarla con Enrique de Navarra, con el fin de crear un puente con los Borbón. Se dice que descubrió que su hija era amante del hijo menor del duque de Guise; y que ella misma, en compañía de su hijo, entró en la habitación de los enamorados y le propinó una soberana paliza a Margarita.
Después quiso obligar a Jeanne d’Albret a que acudiera a la corte, prometiéndole que no le haría ningún daño, lo que provocó la risa de Jeanne que, irónicamente, le respondió que jamás había tenido miedo de ella. No obstante acudió a visitarla y Catalina se empeñó en convencerla de que la boda era lo más indicado para ambas, prometiendo que su hijo podría seguir siendo hugonote. Inesperadamente, y cuando aún se hallaba en París, Jeanne enfermó y murió. Nada indicaba que hasta entonces su salud fuera a quebrarse y solo tenía 44 años, por lo que cundió la sospecha de que Catalina le había regalado unos guantes envenenados.
Enrique y Margarita se casaron de todos modos, en Notre Dame, en agosto de 1572, pero el matrimonio fue un fracaso y la propia boda se convirtió en una siniestra señal. Sólo tres días después, se dirigía Coligny a su residencia del Louvre, cuando recibió un disparo de arcabuz. Catalina le hizo una visita y le prometió castigar al culpable. Unos dijeron que la idea había sido suya, otros, que de los Guise y otros aún, que del Papa o de Felipe II, para acabar con la influencia del Almirante sobre Carlos IX, que le llamaba mon pére.
Dos días después, el 24 de agosto de 1572 se producía la terrorífica Masacre de San Bartolomé de cuyos horrores nos ahorramos la descripción. El hecho es que se dijo que, temiendo una venganza hugonote por el atentado contra Coligny, Catalina y su hijo, o su hijo y ella, decidieron adelantarse, eliminando a todos los líderes hugonotes, que en aquel momento habían acudido a París para la boda de Margarita y Henri.
Todavía hoy no se sabe de quién procedió la idea, ni si Catalina la promovió por sí misma, o se vio obligada a aceptarla, o si fue instigada por la Corona de España, e inducida por el duque de Alba, que era partidario de aquel tipo de soluciones, o si fue su hijo, el rey, o si fueron los nobles católicos, pero la matanza fue tan brutal y sangrienta y duró tanto tiempo y se extendió a tantas ciudades, que sólo puede causar horror, incluso tras el paso de los siglos.
Sin duda, Francia, o Europa en general, ha tenido reinas más nefastas, pero Catalina parece haberse ganado el título de la peor; su interés por mediar entre dos fanatismos religiosos, la hizo odiosa a ambos bandos según las ocasiones, a pesar de que nunca logró imponer sus principios de tolerancia.
Michel de L´Hospital, abrió las puertas de su residencia a los que iban a matarlo, pero por alguna razón, no acabaron con su vida; que no obstante, se agotó por sí misma pocos días después, a causa del horror y la tristeza que le provocaron las interminables matanzas. El Almirante Coligny, todavía convaleciente de sus heridas, fue sacado de la cama y arrojado por la ventana. Se dice también que un caballero hugonote buscó refugio en las habitaciones de Margot Valois…
En el dormitorio de Marguerite... Fragonard. Louvre
El 30 de mayo de 1574, moría Carlos IX, quien, habiendo enfermado gravemente tras los sucesos de San Bartolomé, también despertó rumores de envenenamiento, hasta el punto de que el célebre médico Ambroise Paré tuvo que practicarle la autopsia, determinando que había muerto de pleuresía. La Corona recaía entonces en su hermano, Enrique III que ocupaba el trono de Polonia hacía apenas unos meses.
Henri III de Jean Decourt
Catalina urgió su presencia en París, asegurándole por carta, que si le ocurriera alguna desgracia, ella misma se enterraría con él. Enrique asumió la Corona, pero no mostró excesivo interés por ella. Practicaba ostensiblemente muchas acciones piadosas: oración, peregrinaciones, etc., aunque fundamentalmente se hizo célebre por el grupo de Mignons, que siempre le acompañaba y que a todo el mundo disgustaba a causa de su arrogancia y sus provocativas excentricidades, como usar joyas y atuendos femeninos, pero, sobre todo, por los ostentosos regalos y prebendas que recibían del monarca.
Henri se casó con Louise de Lorraine-Vaudemont en febrero de 1575, pero no tenía buena salud y nadie creyó que llegara a tener herederos, lo que animó a su hermano menor, François d’Alençon –conocido como Monsieur-, a comportarse como un verdadero traidor, aprovechando la previsible falta de futuro de su hermano y las revueltas civiles que continuaban. Parece que, en la infancia, la viruela le había desfigurado la cara y que padeció un problema de huesos que dificultó su crecimiento.
François, Duque de Alençon.
Así, en 1576, se alió con los hugonotes para presionar su hermano y Catalina tuvo que aceptar sus exigencias, otorgando el Edicto de Baulieu, igualmente conocido como la Paz de Monsieur, pues todo el mundo pensó que había sido él el inductor de su firma. Sin embargo, François pronto dejó de ser una amenaza; en 1584, tras una fallida intervención en los Países Bajos, murió de tuberculosis.
Catalina de Médicis y sus hijos.
Desde la izquierda: Alençon, Charles IX, Margot y Henri III.
Clouet, Studio. Col. Privée.
A pesar de que Catalina, bien buscando un acuerdo con los hugonotes, bien por previsión –vista la debilidad de sus hijos varones–, intentó, como ya hemos apuntado, casar a su hija Margarita con el Príncipe Carlos, entonces heredero de Felipe II y después con Sebastián de Portugal, sobrino, a su vez del rey de España, al final, llegó a un acuerdo con Enrique de Borbón, el heredero navarro, en agosto de 1572. El forzado matrimonio no funcionó y, diez años después de la boda –1582–, Margarita abandonaba a su marido. Catalina la convenció para que volviera, si no con Enrique de Navarra, sí al menos a sus territorios, y así, en 1585 se instaló en Agen, en Aquitania, con una pequeña pensión alimenticia otorgada por su madre. Más tarde se trasladaría a Carlac, en el Valle de Arán, muy cerca de la actual frontera entre Francia y España, donde vivió un romance con d’Aubiac, causando un escándalo que su madre trató de tapar, enviándola, de acuerdo con Enrique de Borbón, al castillo de Usson, en Auvergne, después de ejecutar al amante. Margarita permaneció 18 años en Usson en condición de quasi prisionera y ella y su madre no volvieron a verse nunca más.
Marguerite. Estudio de Clouet. Musée Condé
Se dice que Margarita –Margot–, al igual que su marido, tuvo varios amores, entre ellos, Joseph Boniface de La Molle, que murió decapitado por atentar contra Carlos IX; Bussy d’Amboise; Saint–Luc; Champvallon; el citado Aubiac, condenado a muerte por ello; Vermont y, finalmente, Dat de Saint–Julien, que murió a manos del anterior.
En 1594 empezó a escribir sus Mémoires, en las que relata anécdotas y curiosidades de los reinados de sus hermanos Charles IX y Henry III y de su ex marido, Henri IV.
Ante la imposibilidad de dominar la voluntad de su hijo Henri como había hecho con sus hermanos, Catalina se propuso realizar de nuevo una tarea de carácter diplomático, a cuyo efecto, en 1578, ya con casi 70 años, emprendió un recorrido por el sur de Francia, en un intento de apaciguar a los líderes hugonotes. París la recibió a su vuelta con señales de aprobación por su esfuerzo. Pero Catalina sabía bien que aquel entusiasmo no estaba justificado; basándose en la experiencia y las observaciones de su viaje, volvió con la certeza de que la Guerra de los Tres Enriques –Valois, Navarra y Guisa–, iniciada cuatro años antes, prácticamente no había hecho más que empezar.
El 5 de enero de 1589 Catalina moría en el Châteu de Blois.
El asesinato de Henri III, seis meses después del fallecimiento de la reina madre, a manos del dominico Jacques Clément, sería, precisamente, la vía por la que Enrique de Borbón alcanzaría el trono de Francia. Enrique IV siempre dijo que Catalina había actuado de la mejor manera que le fue posible, siendo viuda, con hijos pequeños, cuya herencia debía salvaguardar, mientras dos poderosos partidos, Borbón -el suyo- y Guise, se la disputaban.
La octava y última guerra de religión no terminaría hasta 1598 con las firmas del Edicto de Nantes, que trató de equilibrar las diferencias religiosas, y la Paz de Verbins, por la que se zanjó el conflicto con España.
***
Se cuenta que quince años antes de la muerte de Catalina, su astrólogo, Ruggieri, le había predicho que moriría cerca de Saint Germain. La Reina, que, sorprendentemente, creía en los augurios astrológicos, procuró mantenerse alejada de todo lo que le recordara siquiera el nombre de Saint Germain, así, por ejemplo, interrumpió la construcción del Palacio de las Tullerías, porque estaba enclavado en la parroquia de Saint Germain l’Auxerrois, instalándose en el que después sería el Hôtel de la Reine. Poco antes de morir, cuando un sacerdote acudió a darle la extremaunción, Catalina le pregunto su nombre, -Mi nombre es –respondió el sacerdote-, Julien de Saint-Germain.
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