Imágenes de la edición original. Biblioteca Nacional de Francia (Gallica)
Les Poètes maudits – Los Poetas malditos es una especie de ensayo de Paul Verlaine, que se publicó en 1884, ampliado en una segunda edición el mismo año, y en otra, definitiva, en 1888, con ilustraciones, que es la que presentamos aquí.
La obra se sitúa en un período considerado de decadencia, situado entre la caída del Segundo Imperio y los comienzos de la Tercera República.
En la primera edición, el autor analizaba y presentaba la obra poética de Tristan Corbière, Arthur Rimbaud y Stephane Mallarmé. En la de 1888 añadió a Marceline Desbordes-Valmore, Villiers de l’Isle-Adam y Pauvre Lelian, que no es sino el anagrama del nombre del propio autor, Paul Verlaine.
Sus comentarios y anécdotas, son todos de primera mano, ya que conoció personalmente a los cinco autores que presenta.
El concepto, en realidad, romántico, de la Maldición del poeta, había sido ya empleado por Alfred de Vigny en su obra Stello, en la que plantea las difíciles relaciones del poeta con la sociedad, que el mismo autor profundizaría en Chatterton: “…desde el mismo día en que aprendió a leer, fue Poeta, y desde entonces perteneció a la raza siempre maldita por los poderes de la tierra.”
No se trataba, cuando Verlaine escribió esta obra, de ninguna corriente literaria propiamente dicha, sino de un momento histórico y personal muy concreto y de un grupo de poetas, igualmente concreto y restringido, en este caso, a los lazos de amistad del autor. Sin embargo, hoy se ha extendido el concepto y, en este sentido, podríamos referirlo a un número más extenso de escritores, especialmente, claro está, de poetas, entre los cuales citaríamos a François Villon, Gérard de Nerval, Charles Baudelaire, Lautréamont, Antonin Artaud, e incluso a John Keats y Edgar Allan Poe, todos los cuales reúnen algunas o todas las características que definen a los poetas seleccionados por Verlaine: rechazo de valores sociales establecidos; actitudes provocadoras; consumo de alcohol o drogas; y generalmente, fallecidos antes de que se produjera su reconocimiento literario definitivo.
Del mismo modo, casi todos ellos, ofrecen versos de difícil lectura, y, por lo mismo, dejan abierta la posibilidad de su interpretación, que, por otra parte y lógicamente, siempre puede ser más o menos acertada.
En el presente caso, aun respetando habitualmente la literalidad en la traducción poética con el fin de mantener en lo posible el estilo del poeta, hay que tener en cuenta que muchos de los conceptos de Corbière y, más aún, los de Rimbaud, carecerían de sentido si no fueran interpretados, si bien, al precio de alejarse del aspecto original de sus versos.
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LOS POETAS MALDITOS
PREFACIO
Es Poetas Absolutos lo que habría que decir para quedarnos más tranquilos, pero, aparte de que la calma no es nada propia de este tiempo, este título responde a nuestro odio y, estamos seguros, al de los supervivientes de entre los Todopoderosos, al vulgo de los lectores de élite – una áspera falange que nos hace bien.
Absolutos por la imaginación, absolutos en la expresión, absolutos como los Reys Netos [1] de los mejores siglos. ¡Pero malditos!
Juzgadlo.
*
[1] Reys Netos: seguramente, del español antiguo “Reis Netos” o Monarcas Absolutos
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Bretón, Simbolista y Poeta Maldito.
Sólo escribió un poemario: Les Amours jaunes, Amores amarillos.
Tuvo una breve existencia marcada por la enfermedad, la automarginación y la indigencia, y un solo amor, no correspondido. Quizás su principal característica fuera el hecho de que amó el mar apasionadamente.
Escribió con un estilo cínico e incisivo, no sólo hacía el mundo que le rodeaba, sino hacia su propia persona, que Jules Laforge calificó de indefinible e incatalogable; ni para ser amado, ni para ser odiado; en resumen, fue ajeno a todas las latitudes.
Su escritura, excesivamente puntuada, poco cuidada y antimusical -en el sentido clásico de la música metrificada del verso-, pareció, en un principio, el resultado de una carencia literaria, pero después se entendió como una desestructuración voluntaria del verso.
Cuando en 1873 publicó, a sus expensas, su única obra, pasó completamente desapercibido y fue precisamente el ensayo de Verlaine, el que lanzó su nombre a la historia de la literatura, en 1884; diez años después de su fallecimiento.
<En esta imagen, en apariencia, extravagante, se muestra a Corbière con el célebre chapeau rond, típico, por así decirlo del clásico hombre bretón.
<En esta imagen, en apariencia, extravagante, se muestra a Corbière con el célebre chapeau rond, típico, por así decirlo del clásico hombre bretón.
Retrato realizado por Luque para la edición original. Gallica. BNF
Tristan Corbière fue un bretón, un marino, y el desdeñoso por excelencia, œs triplex. [2] Sin apenas práctica católica, pero creyente del diablo; ni marino ni militar, ni, sobre todo, mercader, pero enamorado furioso del mar, que solo cabalgaba durante las tempestades, excesivamente fogoso sobre el más fogoso de los caballos (se cuentan de él prodigios de loca imprudencia), desdeñoso del Éxito y de la Gloria, hasta tal punto, que parecía desafiar a estos dos imbéciles, a hacer que se conmoviera un instante por ellos.
*
[2] Verlaine cita a Horacio, en Odas/Carmina, Libro I, Od III, vv 9–10: A la nave que llevaba a Virgilio:
Illi robur et aes triplex De roble era y triple cota de bronce
Circa pectus erat, qui fragilem truci Sobre el pecho, tenía, el que en frágil navío
Commisit pelago ratem Acometió el furioso piélago
Primus: nec timuit El primero que no temió
*
Dejemos al hombre que estuvo tan alto y hablemos del poeta.
Como rimador y como prosista no tiene nada de impecable, es decir, de tedioso. Ninguno, entre los Grandes como él, es impecable, empezando por Homero, que a veces dormita, [3] y terminando por Goethe, el muy humano, se diga lo que se diga, pasando por el más que irregular Shakspeare (sic). Los impecables son… tal y cual. Leños, leños y más que leños. Corbière era de carne y hueso, así de simple.
*
[3] Nueva cita de Horacio, en este caso, en la Epistula ad Pisones, v. 359, donde dice: et idem indignor quandoque bonus dormitat Homerus - e igualmente me indigno cuando a veces dormita el buen Homero, haciendo referencia a un pasaje repetido u olvidado por el poeta.
*
Su verso vive, ríe, llora muy poco, se burla mucho y bromea aún mejor. Amargo, por lo demás y salado, como su querido Océano, pero no te mece, como ocurre en ocasiones a este turbulento amigo, sino que empuja, como él, rayos de sol, de luna y estrellas en la fosforescencia de una borrasca de olas enfurecidas.
Se convirtió en un parisino durante un tiempo, pero sin ese sucio espíritu mezquino: hipos, un vómito, ironía feroz y pimpante, bilis y fiebre genialmente exasperadas, e incluso ¡qué alegría!
Ejemplo:
AYUDA
Si mi guitarra
Que reparo
Tres veces bárbaro, Kriss indio,
Cric de suplicio,
Madero de justicia,
Caja de malicia,
No haces el bien…
Si mi peor voz
No puede decirte
Mi suave martirio.
–¡Oficio de perro!-
Si mi cigarro,
Viático y faro.
no te confunde;
–Fuego de quemar…
Si mi amenaza,
Tromba que pasa,
Carece de gracia;
–¡Enmudezca el ladrido!
Si de mi alma
El mar en llamas
No tiene olas;
–Quemada en hielo…
Me voy a marchar!
Antes de pasar al Corbière que preferimos, aun cuando nos encantan otros, hay que insistir en el Corbière parisino, en el Desdeñoso y Bromista de todo y de todos, incluido él mismo.
Hay que leer también este
EPITAFIO
Se mató de ardor y murió de pereza.
Si vivió fue por olvido, esto es lo que dejó:
Su única pena, que no fuera su amante.
No nació para ningún fin,
siempre fue empujado adelante por el viento,
Fue un arlequín–asado,
Mezcla adúltera de todo.
Del qué-sé-yo, -Pero sabiéndolo todo
De oro, –pero sin un céntimo;
De nervios, –sin nervio. Vigor sin fuerza;
Del impulso, –con un esguince;
Del alma, – y no de violín;
Del amor, –pero mal reproductor;
Demasiados nombres para tener un nombre.
. . . . . . . . . . . . . .
Nos saltamos algunos de los [versos] más divertidos.
. . . . . . . . . . . . . .
Sin pose, -posando para sí mismo:
Demasiado ingenuo, siendo demasiado cínico;
No creyendo en nada, creyéndolo todo,
––Su gusto estaba en el disgusto.
. . . . . . . . . . . . . .
Demasiado sí mismo para poderse soportar,
El espíritu seco y la cabeza ebria,
Terminado, pero sin saber terminar,
Murió esperándose vivir
Vivió, esperándose morir.
Aquí yace, corazón sin corazón, mal plantado,
Demasiado logrado como fracaso.
Por lo demás, habría que citar toda esta parte del libro, y todo el libro, o más bien habría que reeditar esta obra única, Les Amours Jaunes – Amores Amarillos, aparecido en 1873 y hoy inencontrable o casi, en el que Villon y Piron se complacerían por ver a un rival, a menudo feliz, –y de los más ilustres entre los verdaderos poetas contemporáneos, un maestro, por lo menos, de su talla!
Pero, esperad, porque no queremos abordar al Bretón y al marino sin mostrar algunos últimos versos sueltos, que existen por sí mismos, de la parte de los Amours Jaunes que nos ocupa.
A propósito de un amigo muerto “de chic, de beber, o de tísis”:
Él, que silbaba tan alto aquel airecillo desentonado.
A propósito del mismo, probablemente:
¡Qué parecido a sí mismo, aquel joven lleno de energías!
Huraño con la vida… y tan suave en su ensueño.
¡Cómo levantaba la cabeza o la dejaba caer alegremente!
Y, en fin, este endiablado soneto, de tan hermoso ritmo:
HORAS
¡Limosna para el malandrín!
¡Mal ojo al asesino!
Hierro contra hierro al espadachín
–Mi alma no está en estado de gracia–.
Soy el loco de Pamplona,
Me asusta la risa de la Luna
Angustia con su negro velo…
¡Horror! todo está bajo un apagavelas.
Oigo como un sonido de carraca…
Es la mala hora, que me llama.
En el vacío de las noches cae una campanada, dos…
He contado más de catorce horas.
La hora es una lágrima. –Estás llorando,
¡Ay, corazón!.. Sigue cantando, ¡vamos! No cuentes.
Admiremos muy humildemente, – entre paréntesis-, esta lengua fuerte, sencilla en su brutalidad encantadora, sorprendentemente correcta, esta ciencia, en el fondo, del verso, esta extraña rima, o rara hasta el exceso.
Y hablemos ya del Corbière más soberbio todavía.
¡Qué Bretón bretonante del mejor estilo! ¡Qué hijo de las landas y de los grandes robles y de las orillas era! ¡Y cómo tenía, este falso escéptico, temible, el recuerdo y el amor a las fuertes creencias, tan supersticiosas, de sus rudos y tiernos compatriotas de la costa!
Escuchad, o más bien, ved, o más bien, escuchad (¿cómo expresar las sensaciones con ese monstruo?) estos fragmentos tomados al azar, de su Pardon de Sainte Anne – Perdón de Santa Ana.
. . . . . . . . . . . . . .
Madre tallada a golpes de hacha,
Todo un corazón de roble duro y bueno,
Bajo el oro de tu falda se esconde
El alma en la moneda de un franco Bretón!
Verde anciana de rostro gastado.
Como la piedra del torrente;
Por lágrimas de amor atravesada,
Secada con llanto de sangre.
. . . . . . . . . . . . . .
¡Bastón de los ciegos! !Muleta
De las ancianas! ¡Brazo de los recién nacidos!
¡Madre de tu señora hija!
¡Pariente de los abandonados!
-¡Oh, Flor de la nueva doncella!
Fruto de la esposa del gran seno,
Descanso de la viuda.
Y del viudo ¡Dama-de-gracia!
. . . . . . . . . . . . . .
Ten piedad de la hija-madre,
Del pequeño al borde del camino.
Si alguien la tira la piedra
que la piedra se convierta en pan.
. . . . . . . . . . . . . .
Imposible completamente, citar todo este Perdón dentro del restringido marco que nos hemos impuesto. Pero nos parecería mal descansar de Corbière, sin ofrecer entero el poema titulado, Fin, donde está todo el mar.
EL FIN
¡Oh, cuántos marinos, cuántos capitanes
Etc. (V. Hugo.)
Pues bien, todos estos marinos – marineros, capitanes
En su gran Océano para siempre ahogados.
Marcharon descuidados a sus lejanos viajes.
Han muerto – absolutamente como se fueron.
¡Vamos! es su oficio, ¡murieron con las botas puestas!
Un trago en el corazón, y vivos dentro de sus capotes…
-Muertos… Gracias: la Camarde [7] no tiene pie marinero.
Que se acueste con vosotros: es vuestra servidora…
-Ellos, vamos pues: ¡Enteros! Robados por la ola
o perdidos en un grano…
[7] La Camarde es una figura alegórica de la Muerte, representada generalmente, bajo los rasgos de un esqueleto.
Un grano. ¿Es eso la muerte? las velas bajas
Batiendo por el agua! – Eso se llama cabecear.
Un golpe de mar plúmbeo, y luego el alto mástil
Azotando el borde de las olas – y eso se llama naufragar.
-Hundirse- sondead esta palabra. Vuestra muerte es muy pálida.
Y no es gran cosa a bordo, bajo la pesada ráfaga.
No es gran cosa ante la amarga sonrisa
Del marinero que lucha. –Vamos pues, ¡fuera!
Desvanecido el viejo fantasma, la Muerte cambia el gesto:
El Mar!...
¿Ahogados? –¡Eh! vamos, pues! Los ahogados son de agua dulce.
-¡A pique! ¡Cuerpos y bienes! Y hasta la espuma,
El desafío en los ojos, en los dientes ¡la maldición!
Escupiendo a la espuma un sonido áspero,
Bebiendo sin náuseas, el más amargo trago…
-Como cuando bebieron su aguardiente.-
. . . . . . .. . . . . . .
-No hay tumbas de seis pies ni ratas de cementerio:
Ellos, ¡van a los tiburones! El alma de un marinero,
En lugar de enlodarse en vuestras patatas,
respira en cada ola.
-Ved a la ola elevarse al horizonte:
Se diría el vientre amoroso
De una mujer de la calle, medio ebria.
¡Ahí están! – En el oleaje hay sitio.-
-¡Escuchad, escuchad la tormenta que brama!...
Es su aniversario. –¡Vuelve muy a menudo!-
Oh, poeta, guarda para ti tus romances de ciego,
-Ellos: el De profundis, en el corno del viento.
…Que vaguen infinitos en los espacios vírgenes.
Que giren verdes y desnudos,
sin clavos y sin pino, sin tapadera, sin cirio.
-Dejadlos rodar, que han llegado a ser tierra.
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II
ARTHUR RIMBAUD
Arthur Rimbaud a los 17 años. Fotog. de Étienne Carjat
(1854-1891) Aunque su obra es necesariamente reducida –sólo vivió 37 años y, abandonó pronto la creación literaria, como veremos-, Rimbaud es una de las principales figuras de la literatura francesa. Escribió sus primeros poemas a los quince años. Aseguraba que el poeta tenía que ser vidente y que debía ser absolutamente moderno –evidentemente, no en el sentido que hoy damos a este término-.
Tuvo una aventura amorosa muy tumultuosa con el autor de este ensayo, Paul Verlaine. A los veinte años renunció de pronto a escribir, sin haber publicado prácticamente nada, para dedicarse más a la lectura y continuar aprendiendo idiomas.
Sus ideas marginales, antiburguesas y libertarias, le inclinaron a elegir una vida aventurera, viajando de un lado a otro, hasta llegar a Abisinia, donde se dedicó al pequeño comercio y a veces a emprender diversas exploraciones. De esta fase de su vida, en relación con la literatura, sólo se le conoce una numerosa correspondencia, en la que de vez en cuando, aparecen algunas observaciones de carácter geográfico.
Poemas como Bateau ivre – Barco ebrio; Dormeur du val – El Durmiente del valle, o Voyelles – Vocales, se sitúan entre los más famosos de la poesía francesa. Por otra parte, su precocidad, la admiración que le profesó Paul Verlaine, su vida de aventuras y su temprana muerte, contribuyeron mucho a forjar la leyenda en torno a su persona.
Tuvimos la alegría de conocer a Arthur Rimbaud. Hoy hay cosas que nos separan de él sin que, claro está, nuestra profundísima admiración le haya faltado jamás a su genio y a su carácter. En la época relativamente lejana de nuestra intimidad, Arthur Rimbaud era un muchacho de dieciséis a diecisiete años, ya afirmado con todo el bagaje poético que era preciso que el verdadero público conociera y que trataremos de analizar, con todas las citas posibles.
Era alto, bien conformado, casi atlético; su cara, un óvalo perfecto de ángel en el exilio, con cabellos castaño claro, desordenados y ojos de un inquietante azul pálido. Al ser de las Ardenas, poseía, además de un bello acento de la tierra, perdido demasiado pronto, el don de asimilación pronta, propio de las gentes de aquella tierra, -lo que puede explicar el rápido agotamiento, bajo el sol débil de París, de su vena poética, para hablar como nuestros mayores, cuyo lenguaje directo y correcto no siempre era equivocado, a fin de cuentas.
Nos ocuparemos antes, de la primera parte de la obra de Arthur Rimbaud, obra de su primerísima adolescencia, -sublime erupción de milagrosa pubertad!- para después examinar las diversas evoluciones de este espíritu impetuoso, hasta su fin literario.
Aquí un paréntesis: si estas líneas caen por ventura bajo sus ojos, que Arthur Rimbaud sepa bien que nosotros no juzgamos los motivos de los hombres y esté seguro de nuestra completa aprobación (también de nuestra negra pena) frente a su abandono de la poesía, aun sabiendo –no lo dudamos-, que este abandono será para él, lógico, honesto y necesario.
La obra de Rimbaud, remontando al período de su primerísima juventud, es decir, a 1869, 70, 71, es bastante abundante y formaría un volumen respetable. Se compone de poemas generalmente cortos, de sonetos, tercetos, obras en estrofas de cuatro, cinco y seis versos. El poeta no emplea nunca la rima en pareado. su verso, firmemente asentado, raramente usa de artificios. Pocas cesuras y sin encabalgamientos. La elección de las palabras es siempre exquisita, a veces voluntariamente pedante. El lenguaje es preciso y sigue siendo claro cuando la idea o el sentido se oscurecen. Rimas muy honrosas.
VOCALES
A negra, E blanca, I roja, U verde, O azul, vocales,
Algún día diré vuestros latentes nacimientos.
A, negro corsé de terciopelo, moscas deslumbrantes
que zumban en torno a crueles olores,
Golfos de sombra; E, candor de vapores y de tiendas,
Lanzas de glaciares orgullosos, reyes blancos, estremecimiento de sombrillas:
I, púrpuras, sangre escupida, bellas risas de los labios
En la cólera o las ebriedades penitentes;
U, ciclos, divinas vibraciones de mares de viridio,
Paz de los pastos sembrados de animales, paz de las arrugas
que la alquimia imprime a los anchos frentes estudiosos
Oh, supremo Clarín lleno de extrañas estridencias,
Silencios atravesados por Mundos y por Ángeles
-Oh, la Omega, rayo violeta de Sus Ojos!
La Musa (¡no importa! ¡viva nuestros mayores!) la Musa, decimos, de Arthur Rimbaud toma todos los tonos, pulsa todas las cuerdas del arpa, rasguea todas las de la guitarra y acaricia el rabel con un arco ágil, si lo hay.
Burlón e inexpresivo, Arthur Rimbaud lo es, cuando le conviene, como el mejor, permaneciendo siempre el gran poeta como Dios lo hizo.
Como prueba, l'Oraison du soir – La Oración de la tarde, y estos Assis-Sentados, ¡para arrodillarse ante ellos!
ORACIÓN DE LA TARDE
Vivo como un ángel sentado en manos de un barbero,
Sosteniendo un tazón de profundas estrías,
El hipogastrio y el cuello arqueados, una pipa Gambier
En los dientes, bajo el aire lleno de impalpables travesías.
Igual que los excrementos calientes de un viejo palomar
Mil sueños me dejan suaves quemaduras;
Luego, unos instantes, mi corazón triste es como un arbusto
Que ensangrienta y ensombrece el oro amarillo.
Después, cuando he vuelto a tragar mis sueños con cuidado,
Me vuelvo, habiendo bebido treinta o cuarenta tazas,
Y me recojo para calmar la acre necesidad.
Dulce como el Señor del cedro y los hisopos,
la envío hacia los cielos oscuros muy alto y muy lejos,
Con el asentimiento de los grandes heliotropos.
Los Sentados tienen una pequeña historia que tengo que traer aquí para que se comprenda bien.
Arthur Rimbaud, que asistía como externo al liceo de ***, se iba mucho a la escuela de los arbustos más grandes, y cuando al fin se sentía cansado de estudiar montes, bosques y llanuras, noches y días, pues era gran caminante, iba a la biblioteca de dicha ciudad y pedía obras malsonantes a los oídos del bibliotecario jefe, cuyo nombre, que tan poco hace para la posteridad, baila en la punta de nuestra pluma, pero ¿qué importa el nombre de este buen hombre, en este trabajo de malditos?
El excelente burócrata, cuya funciones le obligaban a entregar a Rimbaud, siempre que los pidiera, ya fueran cuentos orientales o libretos de Favart, mezclados con vagos libros científicos muy antiguos y muy raros, renegaba al levantarse por aquel muchacho y le remitía a sus queridos estudios sobre Cicerón, Horacio y quien sabe qué otros griegos. El chico, que por otra parte conocía y, sobre todo, apreciaba infinitamente mejor a sus clásicos de lo que lo hacía aquel buen hombre, terminó por “irritarse”, de donde la obra maestra en cuestión.
LES ASSIS
Negros de heridas, verrugas, los ojos rodeados de ojeras
Verdes, sus dedos crispados en los fémures
La coronilla llena de sorda cólera
Como las floraciones leprosas de los viejos muros,
Han injertado en amores epilépticos
Su caprichosa osamenta a los grandes esqueletos negros
De sus sillas, sus pies, a los raquíticos hierros
se entrelazan por las mañanas y por las tardes.
Esos vejetes siempre entrelazados con sus sillas
Sintiendo los soles vivos percalizar sus pieles
O los ojos en el cristal donde se funden las nieves,
Temblando con los dolorosos temblores de los sapos.
Y las Sedes tienen sus bondades; aplastada
la paja cede en los ángulos de sus caderas.
El alma de los viejos soles se ilumina, entretejida
En esas trenzas de espigas donde fermentan los granos.
Y los Sentados, las rodillas en los dientes, verdes pianistas
A los diez dedos bajo el asiento con rumores de tambor,
se les oye chapotear barcarolas tristes
Y sus cabezas se mueven en giros de amor.
¡No hagáis que se levanten. Es el naufragio.
Surgen, gruñendo como gatos apaleados
Abriendo lentamente sus omóplatos, oh, rabia!
Su pantalón esconde los muslos inflados.
Y se oyen chocar sus calvas cabezas
con los muros sombríos, aplastando y aplastando sus pies torcidos
Y los botones de su ropa son pupilas fieras
Que te fascinan el ojo desde el fondo de los corredores.
Luego tienen una mano invisible que mata;
A la vuelta, su mirada filtra el veneno negro
Que carga el ojo sufriente de la perra abatido
Y sudas, preso de una atroz aprieto.
Se vuelven a sentar, con los puños crispados en manguitos sucios
Piensan en aquellos que los elevaron,
Y desde la aurora a la tarde racimos de amígdalas
Bajo sus mentones desmedrados, se agitan hasta estallar.
Cuando el austero sueño ha bajado sus viseras
imaginan sobre sus brazos sedes fecundadas
Verdaderos amorcillos de las sillas
Que orgullosos despachos rodean.
Flores de tinta, escupen semillas en comas,
Los acunan en cálices acurrucados,
Como al filo de los gladiolos el vuelo de las libélulas,
-Y su masculinidad se enerva con manojos de espigas.
Nos habíamos propuesto firmemente ofrecer este poema, sabia y fríamente exagerado, hasta el último verso, tan lógico y de una osadía tan feliz. El lector puede así darse cuenta de la poderosa ironía, del terrible verbo de este poeta, del que nos quedan por considerar los más elevados dones, dones supremos, magnífico testimonio de la inteligencia, prueba orgullosa y francesa, muy francesa, insistamos en ello en estos días de cobarde internacionalismo, de una superioridad natural y mística de raza y de casta, afirmación sin contestación posible de esta inmortal realeza del Espíritu, del Alma y del Corazón humanos: la gracia, la Fuerza y la gran Retórica negada por nuestros interesantes, nuestros sutiles, nuestros pintorescos, pero estrechos y, más que estrechos, comprimidos, Naturalistas de 1883!
*
“Los naturalistas creían poder reproducir la realidad de manera auténtica… Bajo la influencia de los simbolistas franceses, Charles Baudelaire, Stéphane Mallarmé, Paul verlaine y Arthur Rimbaud, se hizo notar, a principios de los años noventa un decidido anti naturalismo. Se defendía ahora la idea de que la literatura crea relaciones lingüísticas, símbolos, y configura con ellos un mundo cerrado en sí mimo, de pura poesía. La literatura es autosuficiente, existe por sí misma, es “arte por el arte”. (Historia de la Literatura en lengua alemana, Hans Gerd Roetzr – Marisa Siguan)
*
En La Force – La Fuerza, tenemos un verdadero espécimen de las piezas aquí insertadas, pero hasta tal punto está envuelta en paradojas y temible buen humor, que parece, en cierto modo, disfrazada. La encontraremos en su integridad, bellísima y limpia, al final de este trabajo. Por el momento, nos reclama la Gracia, una gracia particular, ciertamente desconocida hasta ahora, a la que lo insólito y lo raro salpimentan con la extrema suavidad, la divina sencillez del pensamiento y el estilo.
No conocemos, por nuestra parte, en ninguna literatura, algo tan silvestre y tierno, tan amablemente caricaturizado, tan cordial y tan bueno, con un caudal franco, sonoro y magistral como
LOS SORPRENDIDOS
Negros en la nieve y en la bruma,
Al gran tragaluz que se ilumina
Sus traseros en corro,
De rodillas los niños –¡miseria!
Miran al panadero hacer
Su pesado pan dorado.
Ven el fuerte brazo que gira
La masa gris que ornea
En un brillante agujero.
Oyen cocerse el buen pan.
El panadero de gran sonrisa
Canta una vieja canción.
Están acurrucados, ni uno se mueve,
Al soplo del rojo suspiro
Cálido como un seno.
Cuando hacia le media noche
Con la forma de un bollo
sale el pan.
Cuando bajo las vigas ahumadas
Cantan las olorosas cortezas
Y los grillos,
Tanta vida expande el cálido hueco,
Tienen el alma tan alegre
Bajo sus harapos,
Se sienten vivir tan bien,
los pobres Jesís cubiertos de escarcha,
Que allí están todos,
Pegando sus hociquillos rosas
Al enrejado, gruñendo cosas
Entre los huecos,
Totalmente, haciendo sus plegarias
Y replegados hacia esas luces
Del cielo reabierto
Tan fuerte, que estallan sus pantalones
y su camisa ondea temblorosa
Al viento invernal.
¿Qué decís de esto? Nosotros, habiendo encontrado en otro arte analogías de la originalidad de este “cuadrito” no vamos a buscarlas entre otros poetas posibles, así que, diríamos que, mejor o peor, es como Goya y Murillo y si los consultáramos, nos darían la razón, os lo aseguro.
Murillo. Anciana despiojando. Alte Pinacotec. Múnich
Y de Goya también, las Chercheuses de Poux – Buscadoras de pulgas; en esta ocasión, del Goya luminoso exasperado, blanco sobre blanco con efectos rosas y azules y ese toque singular hasta lo fantástico. Pero qué superior es siempre el poeta al pintor, tanto por la elevada emoción, como por el canto de las buenas rimas.
Goya: ¿Hay pulgas? [Ay Pulgas?] Hispanic Society. NY
Sed testigos.
BUSCADORAS DE PULGAS
Cuando la frente del niño, llena de rojos tormentos,
Implora el enjambre blanco de los sueños indistintos,
Vienen junto a su cama dos encantadoras hermanas mayores
Con frágiles dedos y uñas plateadas.
Sientan al niño ante un ventanal
De par en par abierto en el que el aire azul baña una maraña de flores,
Y por sus pesados cabellos en los que cae rocío
pasean sus finos dedos, terribles y encantadores.
Oye sonar la respiración temerosa
Que exhalan largas mieles vegetales y rosas
Que a veces interrumpe un silbido, salivas
Recuperadas del labio o deseos de besos.
Oye sus pestañas negras batir bajo los silencios
Perfumados, y sus dedos eléctricos y suaves
Hacen crepitar entre sus grises indolencias
Bajo sus uñas reales, la muerte de las pulguitas.
Pero, he aquí que se le sube el vino de la Pereza,
Suspiro de armónica que podría delirar;
El niño siente, al lento ritmo de las caricias,
surgir y morir sin pausa, un deseo de llorar.
No hay, hasta la irregularidad de la rima de la última estrofa; no hay, hasta la última frase, que queda entre su falta de conjunción y el punto final, como suspendida y cayendo a pico, nada que no añada exquisita ligereza, temblor de factura al frágil encanto del fragmento. Y hay un hermoso movimiento, un balanceo al estilo de Lamartine -¿no es así?-, en esos pocos versos que parecen prolongarse en un ensueño y en música. Incluso como el mismo Racine, nos atreveríamos a añadir, y ¿por qué no llegar hasta esta justa confesión; como Virgilio?
Muchos otros ejemplos de gracia exquisitamente perversa o casta, hasta deleitaros en el éxtasis, nos tientan, pero los límites normales de este segundo ensayo, ya largo, nos fuerza a abandonar tan delicados milagros y a pasar, sin más retraso, en el imperio de la Fuerza espléndida a la que nos convida el mago con su
BARCO EBRIO
Cuando descendía los Ríos impasibles
Ya no me sentí llevado por los guías,
Pieles rojas chillones los tomaron por dianas
Los clavaron desnudos en postes de colores.
Estaba descuidado de todos los equipajes,
Portador de trigo flamenco o algodón inglés.
Cuando con mis transportistas terminaron los ruidos
Los ríos me dejaron bajar donde quisiera.
Entre los chapoteos furiosos de las mareas,
Yo, el otro invierno, más sordo que el cerebro de los niños,
Corrí! Y las penínsulas desamarradas,
Nunca sufrieron jaleos más triunfante.
La tempestad bendijo mis despertares marítimos.
Más ligero que un corcho bailé sobre las olas
Aunque las llamen eternas portadoras de víctimas,
Diez noches, sin echar de menos el ojo tono de los faros.
Más dulce que a los niños las manzanas amargas
El agua verde atravesó mi cascarón de abeto
Y las manchas de vino oscuro y vómitos,
me las lavó, dispersando el timón y el ancla.
Y desde entonces me he bañado en el poema
Del mar, infundido de astros y lactescencia,
Devorando azures verdes donde, pálida flotación
Y encantado, un ahogado pensativo a veces baja,
Donde tiñendo de golpe azulados delirios
Y ritmos lentos bajo las rutilaciones del día,
Más fuertes que el alcohol, más anchas que vuestras liras,
Fermentan las rojeces amargas del amor.
Conozco los cielos estallando en rayos, y las trombas,
Y las resacas, y las corrientes, conozco la tarde,
El alba exaltada como un pueblo de palomas,
He visto varias veces lo que el hombre ha creído ver.
He visto el sol bajo manchado de horrores místicos
Iluminando anchos coágulos violetas,
Igual que actores de dramas antiguos,
Y las olas rodando lejos sus temblorosos postigos;
He soñado la noche verde de nieves deslumbradas,
Besos subiendo lentamente a los ojos de los mares,
Las circulación de savias inauditas
Y el aviso amarillo y azul de fósforos cantores.
Seguí meses completos, estos trucos sucios
Histéricos, marejada al asalto de los arrecifes,
sin creer que los pies luminosos de las Marías
forzaran la calma de océanos desalentados,
¿sabéis? Tropecé con increíbles Floridas,
mezclando panteras con las flores de los ojos, con las pieles
De los hombres, de los arco iris, tensados como bridas
Bajo el horizonte de los mares, a glaucos rebaños;
He visto fermentar enormes pantanos, nasas
Donde se pudría entre los juncos, todo un Leviatán,
Derrumbamientos de agua en medio de bonanzas
Y alejarse cataratas hacia los abismos!
Glaciares, soles de plata, mareas de nácar, cielos en llamas,
Horribles naufragios en oscuros golfos
O serpientes gigantes devoradas por insectos
Cayendo retorcidas de los árboles, con negras fragancias.
Hubiera querido mostrar a los niños aquellas doradas
La marea azul, aquellos peces de oro, peces cantores.
Espumas de flores bendijeron mis radas
Y vientos inefables me dieron a veces alas.
En ocasiones, mártir cansado de polos y zonas,
El mar, cuyos gemidos endulzaban mis vaivenes
Subía hacia mí sus amarillas flores sombrías de viento
Y yo me quedaba como una mujer de rodillas,
Casi isla, lanzaban sus disputas a mi orilla
Y excrementos de pájaros quejosos de ojos rubios,
Y bogaba, cuando, a través de mis apretadas jarcias
Los ahogados bajaban a dormir de espaldas.
Y así, yo, barco perdido bajo cabellos de anclas,
Lanzado por el huracán al éter sin pájaros,
Yo, a quien monitores y veleros de la Hansa [4]
No habrían salvado la carcasa ebria de agua
*
[4] Hansa. Federación comercial y defensiva de países en torno al Báltico.
*
Libre, humeante, cubierto de brumas violetas,
Yo, que agujereaba el cielo enrojecido como un muro
Que llevo exquisita confitura a los buenos poetas,
Líquenes de sol y lágrimas e azur,
Que corría manchado de lúnulas eléctricas,
Valsa loca, escoltada por negros hipocampos,
Cuando los julios hacía caer a golpe de martillo
Los cielos ultramarinos con ardientes rayos,
Yo, que temblaba, sintiendo gemir a cincuenta leguas
La fuerza de los Béhémots [5] y gruesos Maelstroms [6],
Eterno navegante de azules inmovilidades,
Me lamento en los viejos muelles de Europa.
*
[5] Béhémoth, criatura mencionada en el Libro de Job (40:15-24), cuyo nombre designa metafóricamente un animal muy grande.
[6] El Maelstrom es un gran remolino que se produce en las costas meridionales del archipiélago noruego de las islas Lofoten. Es, como Escila y Carbdis, uno de los remolinos más célebres de la historia y la literatura.
*
He visto archipiélagos siderales. E islas
cuyos cielos delirantes están abiertos al que boga:
-¿En esas noches sin fondo, es cuando duermes y te exilias,
millón de aves de oro, ¡oh! futura energía?
Lo cierto es que he llorado mucho. Los amaneceres son desoladores,
Toda luna es atroz y todo sol amargo.
El acre amor me llenó de letargos embriagadores.
¡Que salte ya mi quilla! ¡O me vaya yo al mar!
Si deseo un agua de Europa es la marisma
Negra y fría donde, hacia el crepúsculo perfumado,
Un niño en cuclillas, lleno de tristeza, suelta
Un barco débil como una mariposa de mayo.
Ya no podré, bañado por vuestras languideces, olas,
llevar la carga de los algodoneros,
Ni atravesar el orgullo de las banderas en llamas,
Ni nadar bajo la mirada horrible de los pontones.
Y ahora, ¿qué opinión formular sobre las Premières Communions – Primeras Comuniones, poema demasiado largo para encontrar un sitio aquí, sobre todo, después de nuestras numerosas citas, de las que, por lo demás, detestamos el espíritu en voz bien alta, pues nos parece derivar de un desgraciado encuentro con el Michelet senil e impío, el Michelet de debajo de lencerías sucias de mujeres y de Parny (al otro Michelet nadie lo adora más que nosotros), sí, ¿qué opinión ofrecer sobre este colosal fragmento, sino que amamos su profundo orden y todos sus versos sin excepción?
Los hay como los que siguen:
Adonais! En las terminaciones latinas
Los cielos teñidos de verde bañan las Frentes de púrpura
Y, manchados de sangre púrpura de celestes pechos.
Grandes sedas níveas caen sobre los soles.
París se empieza a repoblar, escribió al día siguiente de “Semana sangrienta”, se vuelve a llenar de belleza.
. . . . . . . . . . . . . .
Ocultad los palacios muertos con planchas de madera;
El viejo día asustado refresca la mirada;
Aquí está el rojo rebaño de las movedoras de caderas!
. . . . . . . . . . . . . .
Cuando tus pies han bailado tan duramente en la cólera,
¡París! Cuando recibes tantas puñaladas,
cuando yaces reteniendo en tus claras pupilas
Un poco de la bondad de la fiera renovación.
. . . . . . . . . . . . . .
En este orden de ideas, Los que Velan, poema que ¡ay! ya no está en nuestro poder, y que nuestra memoria no sabría recomponer, nos han dejado la impresión más fuerte que jamás unos versos nos hayan causado. Son tan vibrantes, tan anchos, de una tristeza tan sagrada! Y de un acento de tan sublime desolación, que de verdad, nos atrevemos a creer que es lo más hermoso, con mucho, que Arthur Rimbaud haya escrito.
Muchas otras composiciones de primer orden pasaron también por nuestras manos, pero un azar malévolo y el torbellino de viajes pasablemente accidentados nos han hecho perderlos. Así pues, conjuramos aquí a todos nuestros amigos, conocidos o desconocidos, que tuvieran les Veilleurs – Los que Velan; Accroupissements – En cuclillas; les Pauvres à l'église – Los pobres en la iglesia; les Réveilleurs de la nuit – Los Despertadores de la noche; Douaniers – Aduaneros; Les mains de Jeanne-Marie – Las manos de Jeanne–Marie; Sœur de charité –Hermana de caridad y todo lo firmado por este nombre prestigioso, que nos los hagan llegar, por favor, para el probable caso de que este trabajo vaya a ser completado. En nombre del honor de las Letras, reiteramos nuestra petición. Los manuscritos serán religiosamente devueltos, después de copiados, a sus generosos propietarios.
Es hora de pensar en terminar esto, que ya ha alcanzado grandes proporciones por excelentes motivos:
El nombre y la obra de Corbière, y el de Mallarmé están asegurados para más adelante; unos resonarán en los labios de los hombres, otros, en todas las memorias dignas de ellos. Corbière y Mallarmé han impreso,– esta inmensa pequeña cosa. Rimbaud, demasiado desdeñoso, más desdeñoso incluso que Corbière, que al menos lanzó un libro a las narices del siglo, no ha querido que aparecieran sus versos.
Una sola cosa, por otra parte, si no renegada o desaprobada por él, ha sido inserta sin su voluntad, y estuvo bien hecho, en el primer año del Renacimiento, hacia 1873. Se titulaba les Corbeaux – Cuervos. Los curiosos podrán regalarse esa cosa patriótica, pero patriótica en el buen sentido, que nosotros disfrutamos a placer, pero eso no ha vuelto a pasar. Estamos orgullosos de ofrecer a nuestros contemporáneos inteligentes, una buena parte del rico pastel de Rimbaud.
Habríamos consultado a Rimbaud (del que ignoramos la dirección; tanto y tan lejos vagabundea), pero probablemente nos habría desaconsejado emprender este trabajo, en cuanto a él le concierne.
Así, es maldito por sí mismo, este Poeta Maldito! Pero la amistad, la devoción literaria que siempre le mantendremos, nos han dictado estas líneas, nos han hecho indiscretos. ¡Peor para él! Y mejor, ¿No es así?, para vosotros. No se habrá perdido todo del olvidado tesoro de este descuidado poseedor, y, si es un crimen lo que hacemos, ¡felix culpa entonces!
Después de alguna estancia en París, y tras diversas peregrinaciones más o menos horribles, Rimbaud cambió de dirección y trabajó (¡él!) con la ingenuidad, siendo, muy a propósito, demasiado simple, usando sólo asonancias, palabras vagas y frases infantiles o populares. Consiguió así verdaderos prodigios de ligereza, de flujo verdadero, de un encanto casi inapreciable a fuerza de ser ligero y tenue.
Ha aparecido!
Qué? la eternidad.
Es el mar alejado
Con los soles
. . . . . . . . . . . . . .
Pero el poeta desapareció. –Queremos decir, el poeta correcto en el sentido, un poco especial del término-. De ahí siguió un sorprendente prosista. Un manuscrito cuyo título se nos escapa y que contenía extraños misticismos y las más agudas consideraciones psicológicas, cayó en manos que lo perdieron sin saber lo que hacían.
Una Estación en el Infierno, aparecido en Bruselas en 1873, en Poot y Cie, 37 rue aux Choux, cayó, cuerpo y alma, en un olvido monstruoso, el autor no lo “lanzó” en absoluto, porque tenía muchas cosas que hacer. Recorrió los Continentes, los Océanos, pobremente, orgullosamente, (rico, por otra parte, si hubiera querido, por familia y posición) tras haber escrito, todavía en prosa, una serie de fragmentos soberbios, las Iluminaciones, perdidas para siempre, bien lo lamentamos. (Nota 1 de Verlaine)
Decía en su Saison en Enfer –Estación en el Infierno: “Mi tarea ha terminado. Me voy de Europa. El aire quemará mis pulmones y los climas perdidos me curtirán.”
Todo esto está muy bien y el hombre ha mantenido su palabra. El hombre en Rimbaud es libre; esto está suficientemente claro y ya lo concedíamos así desde el principio, con una reserva muy legítima que vamos a recalcar para terminar.
Pero no tenemos una razón, no nos interesa como poeta, coger a esta águila, y ponerla en esta jaula, bajo esta etiqueta, ¿y no podremos en absoluto por añadidura y subrogación (si la literatura tuviera que verse consumida en tales pérdidas) gritar con Corbière, su hermano mayor, no su gran hermano irónicamente? ¿No Melancólicamente? ¡Oh, sí! ¡Furiosamente! C¡laro que sí!
Se ha apagado
Este óleo santo,
Se ha apagado
El sacristán
(Nota 2 de Verlaine)
Probable imagen de Rimbaud tomada en un hotel de Adén, poco antes de su fallecimiento y encontrada en 2010. Su autenticidad no está demostrada.
• • •
1 las Iluminaciones han aparecido, así como otros poemas. Una obra completa sólo puede aparecer más tarde, con una curiosa noticia anecdótica y numerosos retratos, en una edición de gran lujo.
2 Algunos jóvenes, con un fin que les parece inofensivo, publican de cuando en cuando, versos bajo la firma de Arthur Rimbaud. Es bueno saber que los únicos versos auténticos de Rimbaud, son, con los arriba citados, Premières Communions – Primeras Comuniones, aparecidas en una revista pronto extinguida. Nuestra vieja amistad convierte el hecho de escribir esta nota en un deber imperioso.
* * *
Están los escritores malditos, que suelen ser muy interesantes, y también están los malditos escritores (por su escasa calidad). Además de otras muchas variantes de escritores, claro. Pero bueno, generalmente la gente tiene que buscarse la vida. Y, aunque un escritor también puede hacer mucho mal, hay profesiones peores en ese sentido. Además, mueven la economía y crean puestos de trabajo.
ResponderEliminarUn comentario un poco tonto el mío, muy mejorable.
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