lunes, 6 de marzo de 2017

ELENA DE ESPARTA II • “TÚ NO ERES RESPONSABLE DE ESTA GUERRA”



De acuerdo con Homero, Príamo, rey de Troya,  exculpó a Helena de responsabilidad en la guerra que destruyó su reino.

Ilíada III, 162–165

Así hablaron; Príamo llamó a Helena:
Ven, hija mía, siéntate ante mí,
para que veas a tu primer marido, a tus parientes y a tus amigos.
Para mi tú no eres la responsable, sino los dioses, 
que encendieron contra mí esta lamentable guerra aquea


HELENA. EURÍPIDES
PERSONAJES

HELENA
     TEUKRO, Mensajero griego que informa de la muerte de Menelao
         CORO DE CAUTIVAS GRIEGAS en Egipto
              MENELAO, rey de Esparta, casado con Helena
                    ESCLAVA ANCIANA
                         MENSAJERO
                              TEÓNOE, sacerdotisa egipcia, hermana de Teoclímeno
                                    TEOCLÍMENO, Rey egipcio de Faros 
                                          MENSAJERO II
                                               DIÓSCUROS, gemelos, hermanos de Helena


TEUCRO
Teucro, d. 1881. Bronce de Sir William Hamo Thornycroft  (1850 - 1925)
Los Ángeles County Museum of Art

Τεύκρος,  greco–troyano, es hijo de Telamón y medio hermano de Ayax, griegos, pero también sobrino de Príamo, el rey de Troya y, por tanto, primo de los troyanos Héctor y Paris, contra los que luchó. 

Tenía fama de ser el mejor arquero de los aqueos, porque manejaba un arco que le regaló  Apolo. Estaba a punto de acabar con la vida de Héctor, cuando Zeus hizo que se rompiera el arco al tensarlo.

Después de introducirse en Troya dentro del caballo de madera, cuando volvió a la casa familiar, su padre le reprochó no haber evitado o vengado el suicidio de su hermano Ayax; Teucro tuvo que abandonar su patria, desembarcando en Chipre, donde fundó la ciudad de Salamina por consejo de Apolo. Existe la leyenda de que fundó la ciudad que hoy sería Pontevedra, en Galicia.
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MENELAO

Μενέλαος, rey de la Esparta micénica, en razón de su matrimonio con Helena. Es uno de los principales personajes en la Ilíada y la Odisea. Era hermano de Agamenón, rey de Micenas y comandante de las tropas aqueas, o griegas que sitiaron Troya. 

Tras el rapto de Helena, se embarcó al mando de Agamenón, con los demás reyes griegos, hacia Troya con el objetivo de rescatar a su esposa. Entró en la ciudad, oculto en el interior del caballo de madera con la intención de matar a Helena, con la que, sin embargo, se reconcilió apenas volvió a verla. Juntos emprendieron el viaje de vuelta, que duró ocho años hasta llegar a Esparta. En la propuesta de Eurípides, la Helena que viajó con él, no era la verdadera.

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DIÓSCUROS, Castor y Pólux

Cástor y Pólux en el Campidoglio. Roma

Διόσκουροι: Κάστωρ – Πολυδεύκης
Gemelos, hijos de Zeus y Leda, esposa de Tíndaro, rey de Lacedemonia y hermanos de Helena.


[Escena, en Faros, isla de Egipto, junto a la tumba de Proteo, 
ante el palacio de su hijo Teoclímeno]

HELENA habla de la tierra y la familia en la que ha sido acogida; ambas del fallecido Proteo, padre de Teoclímeno, actual rey, y Teónoe, dotada del conocimiento de las ciencias divinas, que le permiten conocer el presente y el porvenir. Helena se presenta como espartana, hija de Tíndaro y Leda. Cuenta el suceso de la manzana y cómo su belleza causó su desgracia, al ser entregada a Paris.

-¿Por qué vivo todavía? Hermes me dijo que volvería a Esparta cuando mi esposo supiera que no estuve en Troya ni me entregué a otros brazos. Aquí fui respetada mientras vivió Proteo, pero ahora su hijo me persigue a causa de sus deseos. He venido ante la tumba de Proteo a pedir su protección, a fin de que, aunque mi nombre haya sido maldecido entre los griegos, mi cuerpo permanezca sin mancha.  

[Entra Teucro]
TEUCRO: Esta debe ser la morada de algún poderoso… Pero… ¿qué veo? ¡Parece la mujer por la que han muerto tantos griegos! ¡Que los dioses te maldigan por tu parecido con Helena! Si yo no fuera extranjero en esta tierra, acabaría con tu odiosa imagen!
-¿Por las desgracias de Helena, me odias a mí?
-Me equivoqué a causa del rencor; perdona mis palabras.
-Pero ¿quién eres y qué te ha traído hasta aquí?
-Uno de eses infortunados griegos.
-Entonces no me sorprende tu odio a Helena.
-Soy hijo de Telamón, de Salamina, y vengo huyendo de mi patria, a causa de la muerte de mi hermano Ayax.
-¿Lo mataste?
-Se mató él mismo. Cuando murió Aquiles, el Pelida, la herencia de sus armas se convirtió en motivo de enfrentamientos. Mi hermano no pudo soportar que no se las entregaran a él.
-¿Y esa es tu culpa?
-Se me reprocha no haber muerto con él.
-Entonces, ¿estuviste en Troya?
-Ayudé a destruirla.
-¿Fue quemada la ciudad?
-No queda ni rastro de sus murallas.
-¡Desgraciada Helena, por ti mueren los frigios!
-¡Y los griegos!
-¿Cuándo ocurrió?
-Hace cerca de siete años.
-¿Y cuánto tiempo estuviste en el asedio?
-Diez años.
-¿Recuperasteis a Helena?
-El mismo Menelao la sacó de allí por los pelos.
-¿Eso lo viste tú mismo, o lo has oído decir?
-Lo vi, igual que te veo a ti.
-Entonces Menelao ya está en su palacio con su esposa?
-No, no ha vuelto; dicen que los dos han muerto.
-¿Es que todos los griegos no volvieron juntos a su patria?
-Sí, pero una tempestad los dispersó en medio del mar Egeo.
-Y ¿qué ha pasado con Leda, su madre?
-Ya no existe; se ahorcó a causa del deshonor de Helena.
-Los otros hijos de Tíndaro ¿siguen vivos?
-Sí y no, hay dos opiniones. Una dice que, convertidos en estrellas, ahora son dioses, la otra, asegura que también se quitaron la vida a causa de su hermana. Pero dejemos ya eso; lo que me ha traído aquí, es el deseo de ver a la profetisa Teónoe; necesito que me diga lo que he de hacer para llegar a Chipre, donde Apolo me ha prometido un refugio al que debo dar el nombre de Salamina, en recuerdo de mi patria.
-Tú mismo sabrás encontrar el camino, pero creo que debes marcharte de aquí antes de que vuelva el hijo de Proteo, porque mata a todo griego que cae ante sus ojos. No te diré la causa, porque de nada te serviría saberlo.
-Te doy las gracias y deseo que los dioses te premien. Te pareces a Helena, pero tu corazón es muy distinto. ¡Ojalá que siempre seas feliz , y que ella no vuelva nunca!

[Teucro se va]
 [Entra el Coro de mujeres griegas]

CORO: Hemos oído tu llanto lamentando la pérdida de tu esposo.
HELENA: Un griego me ha recordado la causa de mis terribles males. 
-¡Oh, malhadada Helena, ¿qué desgracia te falta por sufrir?
-La perfidia de Afrodita expande sangre y muerte por todas partes; griegos y frigios son víctimas de su furor.
-Debes soportar con paciencia los inevitables males de la vida.
-¡Ojalá que mis rasgos se borraran como los colores de las estatuas! ¡Que los griegos olvidaran el mal que me persigue, y se acordaran sólo de mi virtud! He sido deshonrada sin ser culpable, y las acusaciones injustas son más dolorosas que las merecidas. Nací libre y soy esclava, pues entre los bárbaros, todos son esclavos, menos uno. (Define así la monarquía.).

Conservaba la esperanza de que mi esposo viniera a buscarme, pero ya no existe. Como último infortunio, si vuelvo a mi patria me encerrarán entre rejas, pues nadie duda que yo sea la Helena de Troya. ¿Tendré que convertirme en la esposa de un bárbaro? Más me valdría morir. Pero elegiré una muerte honrosa, porque no lo es colgarse de una cuerda; la espada tiene más nobleza y es un camino más corto para librarse de la vida. Tal es el abismo en el que me encuentro: la belleza, que hace la alegría de otras mujeres, ha sido la causa de mi ruina.

-Helena, sea quien sea ese extranjero, no debes creer, sin reservas todo lo que te ha dicho.
-Ha dicho claramente que mi esposo estaba muerto.
-Muchas cosas que se dicen, son mentiras. y tú pareces más dispuesta a creer lo malo que lo bueno.
-Porque el miedo se ha adueñado de mi alma.
-¿Cómo te tratan en palacio?
-Todos son amigos, excepto el que se quiere casar conmigo.
-¿Sabes lo que tienes que hacer?
-¿A dónde quieres llegar?
-Entra en palacio y pregunta a Teónoe, que lo sabe todo, si tu esposo aún ve la luz del día, y, según sea su respuesta, te entregarás a la alegría o al dolor, porque, antes de saber nada, ¿de qué sirve tu aflicción? Yo misma te acompañaré; las mujeres debemos prestarnos auxilio.
-Queridas amigas, seguiré vuestro consejo; entremos en palacio a conocer las causas de mi dolor. ¡Desgraciado día! ¿Qué relato lamentable habré de escuchar?
-No te aflijas de antemano con siniestros presagios. Debes esperar lo mejor del porvenir, pase lo que pase.
-Al fin sabré si lo que se dice de mi esposo es cierto. 
-¿Qué harás si es así?
-Me colgaré por el cuello o clavaré una espada en mi pecho.
-¡Ojalá que los dioses vuelvan esas desgracias sobre otros y aseguren tu prosperidad!
-¡Oh, Troya, destruida por un delito que nunca se cometió! Por mi causa las madres han visto morir a sus hijos y Grecia ha hecho correr mucha sangre, ¡y todo a causa de mi belleza!

[Helena y el coro se retiran]
[Entra Menelao, solo]

MENELAO: ¡Ojalá mi padre nunca hubiera engendrado, ni a Agamenón, ni a mí. Fue glorioso –y lo digo sin orgullo-, llevar un ejército tan numeroso a través de los mares, hasta las murallas de Troya, pues los aqueos vinieron sin pedir nada, sólo por la autoridad de un rey sobre hombres libres de Hélade. Algunos sucumbieron, pero otros han llevado a su patria los nombres y la gloria de los muertos. Mientras que yo, errante y batido por las olas, yo que destruí las murallas de Troya, en vano deseo volver a ver mi patria, porque los dioses no se dignan concedérmelo. Ahora me han lanzado a estas costas desconocidas, después de ver morir a mis amigos y haber arrancado a Helena de las manos de los troyanos, mi nave se ha hecho pedazos contra las rocas. No sé donde estoy y me avergüenza presentarme vestido con estos harapos.

He dejado en una gruta cercana a la esposa que me ha causado tantas desgracias, confiada al cuidado de unos pocos amigos que aún me quedan y al ver esta noble morada, he creído que podría encontrar algo con qué calmar las acuciantes necesidades de mis compañeros. ¡Eh! ¿No hay nadie que pueda anunciar mi miseria a los señores de este palacio?

[Sale una esclava anciana]

ESCLAVA: ¿Quién se atreve a gritar así? ¡Vete! ¡Tu presencia es inoportuna y te puede costar la vida, porque eres griego y aquí no hay sitio para los griegos!
MENELAO: Comprendo lo que dices, anciana, y obedeceré, pero háblame con más suavidad.
-¡Vete, extranjero! Tengo órdenes expresas de impedir que algún griego se acerque a este palacio.
-No me rechaces, no seas violenta.
-No quieres oírme; soy violenta por tu causa.
-Ve a anunciar a tus señores que…
-¡No! Me costaría muy caro llevarles tus palabras.
-…soy un náufrago y pido hospitalidad, que es un derecho inviolable.
-Pues dirígete a cualquier otra casa.
-No; entraré en esta, créeme.
-Eres muy molesto; te echarán de aquí a la fuerza.
-¡Oh, dioses! ¿Dónde están mis valerosos soldados?
-Si en algún sitio fuiste un personaje respetable, aquí no eres nadie.
-¡Oh, fortuna, qué indignamente se me ultraja!
-¿Por qué se han llenado tus ojos de lágrimas? ¿Qué te causa tanto dolor?
-Los recuerdos de mi antigua prosperidad.
-Pues ve a regalar tus lágrimas a tus amigos.
-Dime qué país es este y a quien pertenece esta real morada.
-Es el palacio de Proteo y esta tierra es Egipto.
-¿Egipto? ¡Oh, desgraciado, a dónde he venido a parar!
-¿Qué tienes tú que reprochar a los habitantes de las orillas del Nilo?
-No tengo nada que reprocharles, sólo me lamento por mi infortunio.
-Mucha gente es desgraciada, no eres el único.
-¿Y el rey que dices, está en palacio?
-Esta es su tumba; ahora reina su hijo y es enemigo implacable de los griegos.
-¿Cuál es el motivo de ese odio del que me haces víctima?
-Helena, la hija de Zeus, que vive aquí.
-¿Qué has dicho? ¿Qué nombre ha salido de tu boca? ¡Repítelo!
-La hija de Tíndaro, que antes vivía en Esparta.
-¿Cómo es posible…? ¿Habrán robado a mi esposa de la cueva? –¿Desde cuándo está aquí?
-Extranjero, desde antes de que los griegos fueran a Troya. Pero vete ya; has llegado en un mal momento y si mi amo te sorprende, la muerte será tu regalo de hospitalidad. En cuanto a mí, tengo simpatía por los griegos; no me juzgues por la dureza de mis palabras, que sólo se inspiran en el temor a mi amo.

[Se retira la Esclava]
[Menelao habla entre sí]

–¿Qué pensar de este extraño acontecimiento? ¿No será una nueva desgracia, si tras haber recuperado en Troya a mi esposa, a la que he dejado en una gruta, encuentre en este palacio a otra Helena. Dijo que era hija de Zeus ¿habrá en las orillas del Nilo un mortal que lleve el nombre de Zeus? Pero el que vive en el Olimpo es único. ¿O es que hay otra Esparta, distinta de la que riega el Eurotas, con sus orillas cubiertas de cañas? Con el nombre de Tíndaro sólo se conoce a uno. ¿Habrá más países que se llamen Troya o Lacedemonia?. Mi espíritu desorientado no sabe donde detenerse. A veces, distintas regiones, ciudades y mujeres tienen nombres idénticos; no debería sorprenderme. 

Pero no pienso escapar huyendo del peligro que me ha anunciado la esclava. No hay hombre lo bastante bárbaro, como para negarme la comida en cuanto sepa mi nombre. La caída e Troya es famosa en todo el universo y yo que la incendié, no soy desconocido en ningún país. Esperaré al señor de este palacio, porque todavía tengo dos posibilidades de escapar: si resulta inexorable, me esconderé y volveré a los restos de mi nave, y si se muestra accesible a la piedad, le pediré los socorros que reclama mi presente situación. Es el colmo de la miseria para un hombre, que también es rey, tener que mendigar su vida ante otros reyes iguales, pero así lo exige la necesidad; es adagio de sabios, y no mío, que nada es más poderoso que la necesidad.

[Menelao sale de la escena]
[Vuelven Helena y el Coro]

CORO: Acabo de oír en la morada real a la virgen profetisa, que ha dicho que Menelao no ha descendido al Érebo y que todavía no lo cubre la tierra, pero que vaga de mar en mar sin poder abordar en su patria; que ha visto morir a sus amigos y que tras su partida de Troya sigue a merced de las olas que lo empujan de playa en playa.

HELENA: Vuelvo a esta tumba para entregarme a la alegría que me inspira la respuesta de Teónoe; la verdad habla por su boca. Dice que mi esposo aún ve la luz, pero que vaga por los mares y que sólo después de largas y penosas pruebas hallará el término de sus sufrimientos. Lo que no ha dicho, es si volverá sano y salvo y he olvidado preguntárselo después de la alegría que me había proporcionado el saber que aún vive.

Ella asegura que no está lejos de aquí y que ha naufragado con un reducido número de compañeros. ¡¡Ay! ¿Cuándo volverás, amado esposo? ¡Cuánto añoro tu presencia! Pero… ¿quién es ese hombre? ¿Me ha rodeado de trampas el impío hijo de Proteo? Corramos hacia la tumba, con la agilidad de una Bacante o de una rápida cabalgadura; ¡el hombre que me persigue tiene el aire fiero de un cazador!
[Reaparece Menelao]

MENELAO: ¡Detente! Tú que corres tan deprisa hacia esa tumba donde arden santas ofrendas; ¿por qué huyes? ¡Nada puede igualar la sorpresa y la conmoción que he sentido al verte!
HELENA: ¡Oh, mujeres, quiere arrancarme de esta tumba y entregarme al tirano que me quiere desposar!
–¡No soy un secuestrador ni estoy al servicio de ningún malvado!
–Tu cuerpo está cubierto de harapos.
–¡No temas y detén tu paso fugitivo!
–Me detendré porque ya todo el sagrado asilo de esta tumba.
–¿Quién eres, mujer, que tus rasgos han alterado mi vista?
–¿Y tú? ¿Quién eres tú? A mí me ha pasado lo mismo.
–Jamás vi un parecido tan perfecto.
–¡Oh, dioses! Porque es un don de los dioses reconocer a los amigos.
–¿Eres griega o has nacido en este país?
–Soy griega. Dime de dónde eres tú.
–Creo que te pareces completamente a Helena.
–Yo creo que te pareces mucho a Menelao, pero no sé qué decir.
–Ante ti tienes a ese infortunado mortal.
–¡Oh, cuánto has tardado en volver a los brazos de tu esposa!
–¿Qué esposa? ¡No toques mi túnica!
–Esta túnica te la dio Tíndaro, mi padre.
–¡Divina Hékate, que tu aparición me sea propicia!
–¡No soy una de las nocturnas enviadas de Hékate!
-!Y yo no soy el marido de dos mujeres!
–¿A qué otra mujer perteneces?
–A la que traje de Troya y que he ocultado en una cueva próxima.
–Tú no tienes más esposa que yo.
–¿Estoy en mi razón, o los ojos me engañan?
–Viéndome, ¿no reconoces en mí a tu esposa?
–Sí; la imagen es fiel, pero desestabiliza mis certezas.
–Mírame bien: ¿quién podría reconocerme mejor que tú?
–Te pareces a ella en todo, no lo puedo negar.
–¿En quién, pues, creerás, si no crees a tus propios ojos?
–Lo que me desorienta, es que tengo otra esposa.
–Nunca fui a Troya; en mi lugar fue un fantasma.
–¿Quién podría haber creado un cuerpo tan vivo como el que yo he visto?
–El éter, del que fue formada, por el poder divino, la esposa que está contigo.
–¿Y qué dios lo hizo? Dices cosas muy inesperadas.
–Hera fue la que hizo el cambio, para que yo no cayera en poder de Paris.
–Pero... ¿cómo podías estar a la vez, aquí y en Troya?
–Mi nombre podía estar en varios lugares a la vez, pero no mi cuerpo.
–¡Déjame, ya he sufrido bastantes infortunios!
–¿Entonces me abandonas y te llevas ese vano fantasma?
–¡Adiós, mujer, que tanto te pareces a Helena!
–Moriré si he encontrado a mi esposo para volverlo a perder.
–Los penosos trabajos que he sufrido, son pruebas con más peso que tus palabras.
–¡Ay! ¿Existe una mujer más desgraciada que yo? ¡Me abandona el que más amo y jamás volveré a ver a los griegos ni a mi patria!

[Entra un mensajero sin aliento]

MENSAJERO: ¡Menelao! ¡Al fin te encuentro, después de buscarte por todas partes en esta tierra bárbara, donde tus compañeros me han enviado!
–¿Qué ocurre? ¿Os han asaltado los bárbaros?
–¡Un prodigio!; la palabra no alcanza a la realidad.
–¡Habla! Traes alguna noticia importante, a juzgar por tu apresuramiento.
–Digo que has perdido el fruto de todos tus trabajos.
–Eso ya es una desgracia antigua, ¿Cuál es la novedad?
–¡Tu esposa se ha desvanecido en el aire, ha desaparecido y se ha perdido en el cielo, abandonando la gruta en que la vigilábamos! Sólo gritó: –¡Desgraciados frigios, y vosotros, griegos que habéis muerto por mí en las orillas del Escamandro, pues por los engaños de Hera, creíais a Helena en brazos de Paris, que nunca la poseyó. Fiel a los decretos del destino, he cumplido el tiempo que se me prescribió y vuelvo al cielo, ¡padre mío! La infortunada hija de Tíndaro ha visto su nombre deshonrado por injustas imputaciones. 

[Se da cuenta de la presencia de Helena]

Pero… ¡te saludo, hija de Leda! ¿Estabas aquí? ¿Y yo que venía a anunciar tu desaparición entre los astros, ignorando que tu cuerpo atravesaba el aire con alas. Aun así, no olvidaré los inútiles trabajos que has causado a tu esposo y a sus compañeros frente a Troya. ¿Qué piensas tú, Menelao?
–Que tu relato está de acuerdo con todo lo que ella acaba de decirme. ¡Oh, día deseado, que me permite estrecharla en mis brazos!
–¡Menelao, el esposo más amado! Ha pasado mucho tiempo, pero la alegría brilla finalmente para mí. Amigas, ¡con qué alegría encuentro y abrazo a mi esposo después de tanto tiempo!
–Tengo tantas cosas que decirte, que no sé por cual empezar.
–¡Todo mi cuerpo se estremece de felicidad y al mismo tiempo lloro! Estrecho a mi esposo ente mis brazos y recupero la alegría perdida. ¡Oh, esposo mío! ¡Oh dulce presencia!
–Ya no me quejo de mi suerte; tengo a la hija de Zeus y Leda, aquella con la que sus hermanos, los de los blancos corceles, me honraron antaño, llevando las antorchas nupciales, y que los dioses me ocultaron.
–Los dioses nos envían ahora una gloria mejor. Tu viaje, peligroso, pero al final, próspero, nos ha reunido, oh esposo mío, aunque con mucho retraso; ¡ojalá que todavía me sonría la fortuna!
–Sí, ¡que te sea favorable! ¡Os hago los mismos votos, dioses! Escuchad su plegaria; uno de nuestros corazones no puede ser desgraciado sin que el otro comparta su sufrimiento.
–Queridas amigas, nuestros males pasados ya no son nada; ya no sufriremos más: al fin tengo a mi esposo, cuyo regreso de Troya he esperado a lo largo de tantos años.
–Al fin somos el uno del otro. Después de tantos días de dolor, el engaño de Hera ha sido desvelado. Ahora mis lágrimas son de felicidad; me dan más alegría que pena.
–¡Oh, dioses! ¿quién iba a esperar esto; contra toda esperanza, vuelvo a sentirte cerca de mi corazón.
–¡Y yo que te creí en la ciudad el Ida, tras las desgraciadas torres de Troya! pero entonces, ¿cómo fuiste robada de mi palacio, en nombre de los dioses?
–¡Qué amargos recuerdos despiertas y qué amargo relato me pides!
–Habla, pues; debo saber qué favores me han hecho los dioses.
–Me causa horror ese relato.
–Habla de todas formas; el relato de los males ya pasados, no está exento de encanto.
–No fue al lecho de un extranjero donde el navío alado me condujo, ni el amor me llevó en sus alas a un enlace culpable.
–¿Qué dios o qué destino te robó de tu patria?
–El hijo de Zeus me trajo a las orillas del Nilo.
–¡Oh prodigio, qué extraño relato!
–Mis ojos se llenan de lágrimas cuando recuerdo que la esposa de Zeus me perdió.
–¿Hera? ¿A qué maldades quiso entregarte?
–En los sagrados manantiales, las frescas fuentes del Ida, las tres diosas pusieron en juego su belleza, y de ahí salió el juicio que me fue fatal.
-¿Fue a causa del juicio de Paris por lo que Hera te causó tantos males?
-Lo hizo para separarme de Paris, a quien Venus me había entregado.
-¡Infortunada!
-Ella fue la que me trajo a Egipto.
-¿Y dejó un fantasma en tu lugar?
-Y grandes calamidades para mi familia. Mi madre murió destrozada por el deshonor.
-¿Vive todavía mi hija Hermione?
-Privada de los nombres de esposa y madre, gime bajo la vergüenza de mi culpa.
-Paris arruinó mi casa y se perdió él mismo, haciendo morir a miles de guerreros griegos.
-Y yo, infortunada, objeto del odio general, una diosa me separa de mi patria, de mi esposo, al que abandoné sin desearlo.

CORO: Si en el porvenir disfrutáis de una suerte próspera, compensará los sufrimientos pasados.
MENSAJERO: Permite, Menelao, que participe de vuestra alegría, aunque no conozco bien el asunto.
MENELAO: Sí, anciano; puedes participar en nuestro encuentro.
-Pues bien ¿no es esta la autora de los males que sufrimos ante Troya.
-No, no es ella; los dioses nos engañaron y un fantasma de aire confundió nuestros sentidos.
-¿Sufrimos tantos trabajos por un vano fantasma?
-Triste efecto de la venganza de Hera, y de la disputa entre las tres diosas.
-¿Entonces esta es tu verdadera esposa?
- Ella es; puedes creerme.
MENSAJERO: ¡Oh hija mía! ¡Qué inconstante es la diosa fortuna! Tú y tu esposo habéis conocido la adversidad; tú por la calumnia y él por su ardor belicoso. Todos sus esfuerzos han sido inútiles, y ahora obtiene la alegría que ha buscado tanto tiempo, cuando ya no hacía ningún esfuerzo por esperarla. Helena, tú no has deshonrado a tu viejo padre ni a los Dióscuros, ni eres culpable de los crímenes de los que se te acusa. Recuerdo ahora tu boda, creo ver las antorchas sacras que yo mismo llevaba junto a tu carro tirado por cuatro caballos, en el que salíais de vuestra feliz morada.
MENELAO: Anciano, que tantas veces compartiste conmigo los peligros; ahora también compartes mi felicidad. Ve a anunciar a mis compañeros lo que ha ocurrido y háblales de nuestra actual fortuna. Diles que permanezcan en la costa, atentos a los combates para los que me preparo, y que cuiden de Helena mientras busco los medios de abandonar estas tierras, para que todos compartamos el mismo destino, libres ya de la persecución de los bárbaros.
MENSAJERO: Cumpliré tus órdenes, señor. Ahora comprendo que muchas de las profecías de los adivinos son absurdas y llenas de mentiras. No se lee la verdad en las llamas del fuego sagrado ni en los cantos de los pájaros. ¡Qué locura imaginar que los pájaros puedan iluminar a los mortales! Ningún adivino nos dijo nunca que luchábamos por un fantasma, y Troya ha sido destruida sin necesidad. ¿Tal vez dirán que los dioses les impusieron silencio? Entonces ¿para qué interrogar a los profetas? Ofrezcamos sacrificios a los dioses, dirijámosles nuestras plegarias y dejemos a los adivinos, cuya ciencia no es más que un pasto engañoso ofrecido a nuestra credulidad. Jamás un hombre se enriqueció por escuchar profecías, sin trabajar. La sabiduría y la prudencia son los mejores oráculos. 
[Sale el mensajero]

CORO: Mis sentimientos hacia los adivinos son los mismos que los de este anciano. Saber atraerse el favor de los dioses, esa es la mejor adivinación.
HELENA: Quisiera saber cómo has llegado hasta aquí, sano y salvo desde Troya. Ya no me será de mucha utilidad el saberlo, pero es un deseo natural querer conocer la suerte corrida por un amigo.
MENELAO: Mucha se encierra en una sola pregunta. ¿Podré hablarte de las olas del mar Egeo levantadas por la tempestad y de los falsos faros encendidos por Navplio sobre las rocas de Eubea, y las costas de Creta, y las de Libia? Mis palabras no podrían satisfacerte y sin embargo, renovarían mis sufrimientos.
HELENA: Tu respuesta es mejor que mi pregunta. Dime sólo una cosa ¿cuánto tiempo has errado por los mares?
-Más de diez años bajo los muros de Troya, y otros siete sobre las olas.
-¡Oh, infortunado! Ha sido mucho tiempo y ahora, libre de aquellos peligros, llegas aquí en busca de la muerte.
-¿Qué dices? ¿Qué nuevo golpe amenaza mi vida?
-Huye cuanto antes de esta tierra de bárbaros, o morirás por orden del tirano que es el dueño de este palacio.
-¿Qué he hecho yo para merecer la muerte?
-Tu llegada destruye sus esperanzas de obtener mi mano y renovar el ultraje que ya he tenido que sufrir. Se trata del rey de este país, el hijo de Proteo.
-Ahora comprendo la explicación a las enigmáticas palabras de la vieja esclava. La que me rechazó como a un mendigo.
-Si hablaste con ella, tal vez conozcas ya lo relativo a mi matrimonio.
-Lo sé, pero ignoro si has sido capaz de rechazarlo.
-Créeme que he conservado tu lecho libre de toda mancha.
- ¿Qué prueba tengo yo de tus palabras? Me llenarían de alegría si no tuviera dudas.
-Esta tumba que ves es mi asilo.
-Sólo veo hojas secas ¿qué tienen en común con tu suerte?
-Aquí venía a rogar a los dioses que me evitaran esa boda.
-No hay ningún altar ¿es esta la costumbre de los bárbaros?
-Este lugar es para mí un refugio tan seguro como un templo.
-¿Debo renunciar a llevarte a mi patria?
-Estoy más cerca de la muerte que del lecho nupcial.
-Entonces soy el más desgraciado de los hombres.
-No te avergüences de buscar tu salvación en la huída.
-¿Qué te abandone? ¿A ti, por la que derribé las murallas de Troya?
-Mejor es escapar, que perder la vida por mí.
-Tu consejo es más digno de un cobarde, que del vencedor de Troya.
-No podrás acabar con el tirano por mucho que lo odies.
-¿Es invulnerable?
-La experiencia enseña que no es sabio intentar lo imposible.
-¿Ofreceré en silencio mis manos a las cadenas?
-Tu posición es crítica; debes planear alguna astucia.
-En todo caso, será mejor morir luchando que no defenderse.
-Yo sólo veo un medio.
-¿Corrupción? ¿Audacia? ¿Persuasión?
-Que el tirano ignore tu presencia.
-¿Quién podría traicionarme? No conocen mi nombre.
-En este palacio hay una persona cuya ciencia iguala a la de los dioses.
-¿Hay un oráculo retirado en las profundidades de este palacio?
-Es la hermana del rey y se llama Teónoe.
-Su nombre es profético; ¿qué es lo que hace?
-Ella lo sabe todo, y le dirá a su hermano que estás aquí.
-Pues sólo me queda morir, si no puedo ocultar mi presencia.
-Tal vez podamos convencerla con nuestros ruegos.
-¿Para qué? ¿Qué esperanzas sugieres?
-Sólo que no revele tu presencia a su hermano.
-¿Y entonces podríamos abandonar este lugar?
-Con su ayuda, sin dificultades, pero jamás contra su voluntad.
-Pues esa es tu tarea; las mujeres se entienden mejor entre sí.
-¡Ah, con que fervor abrazaré sus rodillas!
-¿Y si rechaza nuestra petición?
-Morirás y yo me veré obligada a aceptar la mano del tirano.
-¿Quieres traicionarme?  Esa conclusión parece un pretexto.
-Acepta mi palabra.
-¿Me juras que morirás antes de tomar otro esposo?
-Juro morir con el mismo acero que tú y que mi cuerpo caerá junto al tuyo.
-Toma mi mano para garantizar tus palabras.
-Aquí tienes la mía: si mueres, hago voto de seguirte.
-Y yo, si te pierdo, pondré fin a mis días.
-¿Cómo haremos para morir con gloria?
-Después de matarte sobre esta tumba, me mataré yo también. Pero antes libraré los más terribles combates por tu posesión. Que se acerquen si quieren. No desmentiré la gloria que he conquistado en Troya, y tampoco volveré a Grecia para escuchar reproches de cobardía; yo, que privé a Tetis de Aquiles, que vi morir a Ayax, hijo de Telamón y al hijo de Teseo, ¿temería morir por salvar a mi esposa? No, sin duda. Si los dioses son sabios, hacen que sea ligera la tierra (1) sobre el cuerpo de los héroes que mueren combatiendo, pero sobre los cuerpos de los cobardes hacen caer el peso de una mole insoportable.


 (1) Referencia a la fórmula que se inscribía sobre las lápidas: “Que la tierra te sea leve”.

-¡Desgraciada de mí! Siempre la misma suerte. Menelao, ¡estamos perdidos!. Veo salir de palacio a la profetisa Teónoe: las puertas se abren chirriando sobre sus goznes. Huye… Pero, ¿qué digo?, ¿huir? Presente o no, ella ya sabe de tu llegada. Todo está perdido; ¡sólo has escapado del hierro de los bárbaros frigios para caer aquí bajo el hierro del pueblo bárbaro!

[Entra Teónoe acompañada por varias mujeres]
[Se dirige a una de ellas]

TEÓNOE: ¡Purificad el aire con la antorcha para que yo respire las emanaciones divinas!
[Se vuelve hacia Helena]

-Y bien, Helena ¿reconoces la verdad de mis predicciones? Aquí está tu marido, Menelao, privado de su naves, separado del fantasma que durante tanto tiempo creyó que era tú. Infortunado; haberse librado de tantos peligros, y aún no sabes si volverás a tu patria. La discordia reina entre los dioses y hoy se han reunido para deliberar sobre ti. 

Hera, que hasta ahora ha sido tu enemiga, te es favorable y quiere que vuelvas con Helena, para que Grecia sepa que la esposa entregada como recompensa a Paris por Venus, sólo era un fantasma engañador. 

Pero Venus quiere impedir tu vuelta, para que no puedan reprocharle haber comprado su voto al precio de la entrega de Helena. De mí depende tu suerte; puedo satisfacer a Venus descubriendo tu presencia a mi hermano, o satisfacer a Hera y salvar tu vida a costa de mi hermano, que me ha mandado informarme sobre tu llegada a esta tierra.

HELENA: ¡Oh virgen! Me arrodillo a tus pies como suplicante. Te imploro por mí y por mi esposo, a quien estoy a punto de perder, justo cuando he vuelto a encontrarlo. No reveles a tu hermano que lo he recibido en mis brazos y sálvalo, te lo ruego. No sacrifiques por tu hermano los deberes de la piedad, y no compres su perverso reconocimiento por un precio injusto, porque el dios odia la violencia, nos prohíbe enriquecernos con el robo y dice que debemos menospreciar los frutos de la injusticia. El cielo y la tierra son bienes comunes de todos los hombres y cada cual, acrecentando su fortuna, debe respetar la los demás y no quitársela por la fuerza. 

Por orden de los dioses, pero para mi desgracia, Hermes me entregó al rey, tu padre, para que me protegiera y guardara para el esposo que hoy viene a reclamarme. Respeta pues, la voluntad del dios y el honor de tu padre, porque yo creo que ellos querrían devolver un bien ajeno y no te conviene obedecer a un hermano insensato, antes que a un padre equitativo. 

En cuanto a ti, que ves el porvenir y penetras los secretos de los dioses, si violas la justicia que respetaba tu padre, para dar la razón a un hermano injusto, sería vergonzoso para ti, conociendo las cosas divinas, y sabiendo lo que es y lo que será, que ignorases lo que es justo.

Libera a esta infortunada; líbrame de los males que me acechan y concédeme este pequeño favor. El nombre de Helena es odioso a todos los mortales; en toda Grecia soy renombrada por haber traicionado a mi esposo, para habitar en los opulentos palacios de los frigios. Si vuelvo a Grecia, cuando llegue a Esparta, se sabrá que fueron los artificios de una diosa los que causaron las desgracias de los griegos; se sabrá que nunca fui una pérfida y mi honor quedará restablecido. Daré un esposo a mi hija, de la que ahora desprecian la mano; pondré fin a esta vida errante y disfrutaré de los bienes que encierra mi palacio. 

Si la muerte me hubiera arrancado a mi esposo, o si hubiera muerto en el fuego, lloraría su ausencia, pero ahora que me ha sido devuelto, ¿será arrancado de mis brazos? 

¡Oh, virgen, no lo permitas, te lo suplico! Concédeme este favor e imita las virtudes de tu padre, porque tal es la mayor gloria de un hijo.

TEÓNOE: La piedad me enternece ante el relato de tu infortunio y me pareces digna de indulgencia, pero deseo oír como Menelao defiende su propia vida.
MENELAO: No me verás caer a tus pies bañado en lágrimas; con semejante cobardía, borraría toda la gloria que adquirí ante Troya. Se dice, sin embargo, que un hombre valeroso puede derramar lágrimas en la desgracia; pero esta debilidad, aunque se diga que es bella, no prevalecerá sobre mi ánimo valeroso. Pero si crees que debes salvar la vida de un extranjero que viene a reclamar a su esposa, devuélvesela y salva su vida. Si rechazas mi petición, hace tiempo que aprendí a soportar la desgracia, pero tú serás acusada de crueldad. Pero sí puedo ofrecer esta plegaria digna de mí y propia de ti, sobre la tumba de tu padre: 

¡Oh, anciano que reposas bajo esta piedra; devuélveme, te lo ruego, a la esposa que Zeus te confió. La muerte te impidió satisfacerme, pero sé que tu hija no permitirá que tu gloria sea empañada, pues lo que pido está en su poder.
¡Dios de las profundidades, también imploro tu ayuda, yo, que enriquecí tu imperio con tantas almas y te ofrecí numerosas víctimas por Helena: o bien, devuélveles la vida, o bien, haz que ella, la digna heredera de las virtudes y la piedad de su padre, me devuelva a mi esposa amada. 

Pero si me la arrebatas, diré algo sobre lo que ella ha guardado silencio; debes saber, virgen, que nos hemos juramentado para combatir antes a tu hermano: es preciso que uno de los dos muera. si rechaza la lucha y quiere obligarnos por hambre, incluso en este asilo, he jurado matar a Helena y después atravesar mi pecho con esta espada, sobre la tumba de tu padre, para que mi sangre riegue sus cenizas, y nuestros cuerpos descansen junto al suyo, como eterno monumento de dolor para ti y de reproche para él. Porque ella jamás será la esposa de tu hermano ni de ningún otro mortal que no sea yo. si no puedo llevarla a Grecia, la llevaré a la tumba. Pero… ¿por qué esta palabras? Porque si dejara correr mis lágrimas, podría conmoverte, pero sería a expensas de mi gloria. Puedes arrancarme la vida, pero no moriré sin honor. Así pues, déjate convencer; sé justa y devuélveme a mi esposa.

CORO: Debes pronunciarte ahora, muchacha, y que tu juicio sea agradable para todos.
TEÓNOE: Soy por naturaleza, amiga de la piedad y la respeto. Sé también lo que me debo a mí misma y no ensuciaré la gloria de mi padre. Tampoco buscaré complacer a mi hermano a costa de mi honor. Mi corazón es el santuario de la justicia, y gracias al don que me dio Nerea, me esforzaré por salvar a Menelao. Puesto que Hera quiere ser tu bienhechora, uniré mi voto al suyo. Ojalá que Venus me sea siempre propicia, aunque no estoy familiarizada con su culto, pues quiero permanecer virgen para siempre.

Los reproches que acabas d hacer oír sobre la tumba de mi padre, tienen todo mi asentimiento, y sería injusta si no accediera a tus deseos. Si él viviera todavía, os habría reunido al uno con el otro. Hay también una justicia vengadora entre los muertos, como entre los vivos: el alma de los que ya no viven, conservan un sentimiento inmortal. 

Para asegurar mis palabras, guardaré silencio sobre el objeto de tu plegaria, y no seré cómplice de las locuras de mi hermano. Le serviré aunque parezca que le traiciono, si ello sirve para devolverlo a la virtud. 

En cuanto a ti, debes hallar los medios de escapar. Yo me retiro, y guardaré secreto sobre vosotros.  Empezad por invocar a los dioses; tú, Helena, pide a Venus que favorezca tu retorno a la patria, y pide a Hera que mantenga sobre tu esposo y sobre ti, la protección que os había brindado.  Y tú, padre mío, que ahora eres presa de la muerte, puedes estar seguro de que haré todo lo posible para que jamás un reproche de impiedad ensucie tu nombre.

[Vuelve al interior de palacio]

CORO: Ningún hombre injusto prosperará jamás; sólo en la justicia está la esperanza de la salvación.
HELENA: Menelao: la joven virgen nos salva la vida; ahora tenemos que concertarnos y buscar juntos el medio de escapar.
MENELAO: Escucha; hace mucho tiempo que vives en este palacio y conoces bien a los servidores del rey.
HELENA: ¿Por qué lo dices? Haces renacer mis esperanzas, como si ya hubieras concebido algún feliz proyecto.
–¿Podrías conseguir de los que cuidan de los carros, que nos entregaran uno?
–Quizás podría, pero cómo organizar una huida en medio de esta tierra bárbara y desconocida?
–En efecto; no es posible. Tal vez podría esconderme en palacio y matar al rey.
–Su hermana no lo permitiría; no guardaría silencio si supiera que querías matar a su hermano.
–Pero no tenemos ni siquiera una nave para escapar; la que nos trajo aquí se hundió en el mar.
–Escúchame, si puede ser sabia la opinión de una mujer, ¿querrías hacerte pasar por muerto?
–Suena como un mal presagio, pero si el hecho de fingirlo puede aportarnos alguna ventaja, estoy dispuesto a pasar por muerto.
–Despertaré la piedad de este impío rey, con mis lamentos y mi cabeza rapada.
–¿Y qué ventaja nos aportaría eso? Parece un truco ya muy usado.
–Al darte por muerto entre las olas, le pediré el favor de poder enterrarte en una tumba.
–Eso te lo concederá, pero ¿cómo huiremos a bordo de una nave, si entierras mi cuerpo?
–Le pediré una nave para lanzar al fondo del mar el ataúd destinado a ser tu sepultura.
–Eso está muy bien pensado, pero si te manda sepultarme en tierra, tu intento no conducirá a nada.
–Le diré que es contrario a las leyes de Grecia sepultar en tierra a los que han muerto en el mar.
–¡Buena idea! Yo subiré contigo a la nave para echar al mar las ofrendas mortuorias.
–Sin duda, debes acompañarme junto con todos los que se salvaron del naufragio.
–Si logramos entrar en la nave, aún anclada, cada uno de nosotros, armado con su espada, se colocará cerca de uno de los marineros.
–Todo eso deberás organizarlo tú. ¡Ojalá tengamos viento favorable y feliz navegación!
–Así será: los dioses pondrán fin a mis sufrimientos. Pero, ¿Quién dirás que te dio la noticia de mi muerte?
-Diré que fuiste tú. Contarás que fuiste el único que escapaste a la muerte, navegando con los hijos de Atreo, y que tú mismo le viste morir.
–Estos harapos que me cubren, tristes restos de un naufragio, serán una prueba viviente.
–Son la mejor prueba, aunque procedan de una lamentable pérdida. A esa miseria deberemos nuestra salvación.
-¿Debo acompañarte a palacio, o me quedo junto a la tumba?
–Quédate aquí, porque si el tirano quiere atacarte, este asilo y tu espada te protegerán. Pero yo volveré a palacio; voy a cortar los rizos de mis cabellos, a vestirme de lúgubre negro y a arañarme para ensangrentar mis mejillas. Este momento crítico decidirá mi suerte; moriré si mi engaño se descubre, pero de lo contrario, volveré a mi patria y salvaré a mi esposo. 

Venerable Juno, esposa de Zeus; aleja los males de estos dos mortales infortunados. Te imploramos, alzamos las manos suplicantes hacia la luminosa estancia de los astros, donde habitas. Y tú, Venus, que provocaste el amor de Paris por mí, deja de conjurar mi perdición y conténtate con los males que ya me has hecho sufrir, entregando mi nombre, ya que no mi persona, a los bárbaros. Si quieres que muera, permite al menos que muera en mi patria. ¿O eres insaciable del mal? ¿Por qué suscitar amores, traiciones y pasiones funestas que ahogan en sangre a las familias? Si ejercieras tu poder con más dulzura, serías para los mortales la más amable de las diosas.

[Vuelve a entrar en palacio]

CORO: ¿Qué mortal, aunque reflexione profundamente, puede saber qué es dios, que no es dios, o qué es lo que hay entre ambos extremos, cuando ve que la voluntad divina es tan variable que se asienta caprichosamente a un lado o al otro, entre contrarios?

Helena, tú eres hija de Zeus y, sin embargo, en toda Grecia tienes renombre de culpable, infiel, pérfida e impía. Yo tampoco veo la certeza entre los mortales; la palabra de los dioses es la única verdadera.

¡Qué insensatos los que persiguen la gloria del valor guerrero, esperáis, como si estuvierais locos, acabar por las armas con los sufrimientos de los mortales. Si la sangre derramada ha de ser el árbitro de sus querellas, la discordia reinará para siempre en sus ciudades. las armas, Helena, han destruido la tierra de Príamo, cuando las palabras habrían podido pacificar  la lucha provocada por tu nombre. Pero ahora numerosos guerreros han descendido al Hades y su fuego devorador, parecido al rayo de Zeus, ha destruido las murallas de Troya y ha extendido hasta muy lejos, la desolación y la ruina.

[Aparece Teoclímeno]

TEOCLÍMENO: Acabo de saber que un griego ha entrado en mis reinos y que ha burlado a los guardias. Sin duda es un espía, o viene a robarme a Helena, pero morirá si doy con él. 
¡Oh! Parece que ya ha ejecutado su proyecto, porque Helena ya no está junto a la tumba… ha huido. ¡Esclavos, abrid las puertas y sacad los caballos de las cuadras! 
¡Esperad! La estoy viendo; todavía no se ha ido.

[Entra Helena]

TEOCLÍMENO: Helena, ¿por qué vistes de luto? ¿Por qué te has cortado los cabellos? ¿Por qué el llanto baña tu rostro? ¿Qué te sucede?
HELENA: Es por Menelao… ya no existe.
-No quisiera alegrarme de tu pena, pero ¿cómo lo hs sabido? ¿Te lo ha dicho Teónoe?
-Ella ha confirmado el relato de un hombre que le vio morir.
-¿Ha venido un hombre a darte la noticia? ¿Quién es ese hombre?
-Ahí lo tienes, temblando junto a la tumba.
-¡Por Apolo! ¿Qué aspecto tan miserable! ¿De dónde has venido?
-Es griego; uno de los que acompañaban a mi esposo.
-Y ¿Cómo dices que murió Menelao?
-Una muerte miserable entre las olas del mar.
-¿Dónde?
-Su nave se estrelló entre las rocas de la costa Libia.
-Helena, ¿cómo es que este hombre ha sobrevivido si navegaba con él?
-A veces, los cobardes tienen más suerte que los valientes.
-Pero ¿en qué nave ha llegado hasta aquí?
-Dice que unos marinos lo recogieron.
-¿Qué ha pasado con el fantasma que llevaron a Troya en tu lugar?
-Se desvaneció en el aire.
-Y ¿este hombre enterró a tu esposo?
-No. No ha sido sepultado, y eso aumenta mi aflicción.
-¿Por eso te has cortado el cabello?
-No deja de ser mi esposo por hallarse en el reino de las sombras.
-¿Seguirás viviendo junto a esta tumba?
-¿Por qué me agobias con tus preguntas y no me dejas tranquila?
-Porque es evidente que sigues siendo fiel a tu esposo y te obstinas en huir de mí.
-No. Me rendiré a tu voluntad.
-Tardío consentimiento, que, sin embargo, me llena de felicidad.
-Hagamos las paces.
-Mi rencor ya se ha disipado en el aire.
-Abrazaré tus rodillas, si todavía me amas.
-¿Qué deseas de mí, que me suplicas con tanta insistencia?
-Sólo querría cumplir los últimos deberes con mi esposo y procurarle una sepultura.
-¿Cómo sepultarías a un ausente? ¿Embalsamarás una sombra?
-Se trata de una costumbre de los griegos, cuando un hombre pierde la vida en el mar.
-¿Qué costumbre?
-Sepultamos una bella túnica vacía en su nombre.
-Celebra sus funerales y levanta su monumento donde quieras.
-Es distinto cuando se trata de un naufragio.
-¿Qué hacéis en ese caso?
-Llevamos al mar todo lo que es necesario para las exequias de un muerto.
-En ese caso necesitarás mi ayuda. ¿Qué puedo hacer?
-No lo sé; desconozco las ceremonias que la desgracia todavía no me ha enseñado.
-Extranjero, espero que tú me informes.

MENELAO: Es algo muy triste para mí y para el que ya no está aquí.
TEOCLÍMENO: ¿Qué honras fúnebres ofrecéis a los que mueren en el mar?
-Depende de su fortuna.
-Por eso no te preocupes, se trata del esposo de Helena.
-Hay que ofrecer un sacrificio de sangre. 
-Tengo grandes rebaños.
-Y un ataúd vacío.
-¿Qué más?
-Armas de acero, porque eran las que él prefería.
-Las tendrá.
-Y los mejores productos de la tierra.
-¿Todo eso hay que arrojarlo al mar?
-Sí. Hay que equipar un navío de remos.
-¿A qué distancia de la costa?
-Cuando se haya perdido de vista; hay que evitar que la marea devuelva las ofrendas a la playa.
-Pondré a vuestra disposición una galera fenicia de las más ligeras.
-Tu generosidad agradará a Menelao.
-¿Y no se pueden hacer esos funerales sin la presencia de Helena?
-Es obligación de las madres, las esposas, o los hijos. No se pueden violar las leyes de los muertos.
-Está bien, quiero que mi esposa sea fiel a los deberes de la piedad. En cuanto a ti, en reconocimiento por tus servicios, haré que te entreguen ricas vestimentas y provisiones para que vuelvas a tu patria. Si Helena ofrece así a su esposo los deberes fúnebres, los griegos restablecerán su honor.

ELENA: Así será. Mi esposo nunca tendrá que reprocharme nada. Y tú, griego desafortunado, entra en la casa, toma un baño y cambia tus ropas.

[Menelao y Teoclímeno salen]
[Entra el Coro]

HELENA: Queridas amigas, todo se va cumpliendo en función de mis planes y Teónoe secunda nuestro artificio; no ha revelado nada a su hermano y le ha dicho que mi esposo ha muerto. Ahora él es quien lleva las ofrendas y armas a la nave. Pero, esperad; veo salir de palacio al que ya se cree mi esposo y debo guardar silencio. Callad también vosotras y manteneos fieles; de nuestra salvación depende también la vuestra.

[Vuelve Teoclímeno]

TEOCLÍMENO : ¡Esclavos! Llevad las ofrendas destinadas al mar, tal como ha dicho el extranjero. En cuanto a ti, Helena, sigue mi consejo y quédate aquí; aunque no estés presente, cumplirás los deberes hacia tu esposo. Temo que el exceso de dolor te lleve a precipitarte al mar.
HELENA. Mi ilustre esposo, es un deber para mi honrar mi primer matrimonio. Mi dolor por su desaparición podría hacer que deseara morir con él, pero ¿de qué le serviría? Permíteme que vaya y los dioses te premiarán como deseo. Como benefactor de Menelao, tendrás en mí a la esposa que mereces. Ordena que nos entreguen la nave para cumplir la ceremonia fúnebre a fin de que tu buena acción sea completa.

TEOCLÍMENO:  [A un servidor] ¡Tú! Ve a preparar una galera sidonia de cincuenta remos con su tripulación.

HELENA: El mando de la nave ¿lo tendrá el mismo que debe presidir la ceremonia?
-Sin duda. Mis hombres le obedecerán.
-Repite la orden, a fin de que todos lo entiendan claramente.
-Lo ordenaré una segunda vez e incluso una tercera, si ello de satisface.
-Que la fortuna te acompañe, igual que a mis proyectos.
-No quiero que se aje tu belleza con las lágrimas.
-El día de hoy te mostrará mi agradecimiento.
-Los muertos no son nada más que sufrimiento sin objeto.
-Honro a los muertos, pero también amo a los vivos.
-En mí no encontrarás un esposo menos tierno que Menelao.
-No tengo nada que reprocharte; es el destino lo que me preocupa.
-Depende de ti, si decides amarme. ¿Quieres  que te acompañe y me embarque contigo?
-No; no eres tú quien debe servir a tus súbditos
-Entonces volveré a palacio; debo preparar mis bodas. Y tú, extranjero, vuela a lanzar al mar esas ofrendas y apresúrate a devolverme a mi esposa. Asistirás a mi boda y después podrás volver a tu patria o quedarte entre nosotros.

[Salen todos]

[Teoclímeno en escena. Entra un mensajero]

MENSAJERO: ¡Oh, rey! Gracias a los dioses que te encuentro, pues tengo malas noticias que anunciarte.

TEOCLÍMENO: ¿Qué ocurre?

-Tendrás que buscar otra esposa; Helena ha abandonado el reino.
-¿Se ha ido por los aires, o andando?
-Menelao se la llevó por mar; después de que vino a anunciar su propia muerte.
 -¿Con qué nave se han ido? Lo que dices es increíble.
 -En la misma que tú le diste al extranjero, y con tus marineros, para decirlo en pocas palabras.
-¿Cómo? Explícate. No es posible que un solo hombre se haya apoderado de tan numerosa gente, de la que tú formabas parte.
-Cuando salió de palacio, la hija de Zeus avanzó hacia el mar con tanta modestia, estaba disimulando; lloraba la muerte de su esposo, que sin embargo, estaba a su lado, lleno de vida. Al llegar al puerto, elegimos la mejor galera sidonia de cincuenta remos para botarla y mientras preparábamos los mástiles, los remos y las velas, , los griegos, que nos estaban observando, se aproximaron a la orilla; eran los compañeros de Menelao, cubiertos de harapos de náufrago, que aunque son hermosos de rostro, su aspecto era repugnante. Cuando Menelao los vio, les dirigió la palabra con fingida tristeza:

-Oh, griegos infortunados, les dijo,  víctimas del naufragio. ¿Queréis uniros a nosotros para celebrar los funerales del hijo de Atreo? 

Los griegos, simulando llorar, subieron a la nave, llevando a Menelao ofrendas destinadas a ser lanzadas al mar. Aunque nos pareció sospechoso que fueran tantos, callamos, obedeciendo tus órdenes. Al entregar al extranjero el mando de la nave, lo has perdido todo.

Cuando la nave estuvo cargada y preparada, helena subió por la escala y se sentó entre los remeros y Menelao, el pretendido muerto, estaba a su lado; los demás griegos se alinearon a su izquierda y a su derecha; cada uno vigilando a uno de los nuestros, con puñales ocultos entre sus ropas. 

Cuando aún estábamos cerca de la orilla, el piloto, dirigiéndose a Menelao, dijo:
-¡Extranjero! ¿Tenemos que ir más lejos? -Está bien –respondió el griego-, y tomando su espada, avanzó hacia la proa y se dispuso a inmolar al toro y elevó una plegaria a los dioses: Neptuno, dios de los mares, llévame sano y salvo a Navplio junto a mi esposa.

Uno de los nuestros, al oírlo, dijo: -Esto es una traición; volvamos puerto.
Pero Menelao dijo entonces a sus compañeros: -¡Héroes! ¡Flor de los guerreros griegos! ¿Por qué tardáis en degollar y masacrar a los bárbaros y lanzarlos al fondo del mar? 
Nuestro jefe, entonces, nos dijo a su vez: -¡Tomad lo que podáis de la nave; remos, palos, bancos… y romped la cabeza a estos pérfidos extranjeros!
Todos se lanzaron a la lucha como pudieron y al momento, toda la nave estaba cubierta de sangre. Helena los incitaba desde lo alto de la popa:
-¡Recordad la gloria ganada en Troya! ¡Que estos bárbaros aprendan a conoceros!
El navío, pronto se cubrió de muertos y Menelao, con las armas en la mano, cuando vio debilitarse a sus compañeros, corrió en su socorro, y precipitando a los nuestros al mar, pronto dejó la nave sin remeros.

Finalmente, tomo el timón y puso rumbo hacia Grecia. Se desplegaron las velas y se levantó un viento favorable, que alejó la nave de la orilla. Para escapar a la muerte, yo me lancé al agua por el lado del ancla, y cuando mis fuerzas, agotadas, me hacían desfallecer, una mano piadosa me tendió un cable y me arrastró a la orilla, para que pudiera traerte esta noticia. Nada es más útil a los mortales, que una sabia desconfianza.

[Entra el Coro]

CORO: ¡Oh, señor! Jamás hubiera creído que Menelao te engañaría a ti y a nosotros, como nos ha engañado.

TEOCLÍMENO: ¡Ah! ¡Desgraciado juguete de los artificios de una mujer! Mi matrimonio se ha esfumado. si al menos pudiera perseguir a esa nave y hacerla volver, pronto tendría a esos extranjeros en mi poder. ¡Pero me vengaré en mi hermana, que me ha traicionado, y que sabiendo que Menelao estaba aquí, me lo ocultó. Sus falsos oráculos nunca volverán a engañar a un mortal!

CORO: ¿Pero, a dónde vas, señor? ¿Qué crimen pretendes cometer?
-Voy donde me llama la justicia ¡quitaos de mi camino!
-¡No te dejaré; sujetaré tus ropas, porque vas a cometer un enorme crimen.
-¿Tú, esclava, pretendes mandar en tu señor?
-Es por tu bien.
-¡No, si no me sueltas! Debo matar a una hermana pérfida, que me ha traicionado…
-Di más bien, virtuosa. Es noble una traición que sirve a la justicia. No te soltaré.
-…y que entrega a otro a mi esposa.
-No, se la entrega a otro que tiene más derechos que tú.
-¿Qué mortal tiene derechos sobre lo que es mío?
-El que la recibió de manos de su padre.
-El destino me la entregó a mí.
-Y el destino te la quitó.
-Tú no eres nadie para juzgar sobre mis derechos.
-Sí lo soy, cuando hablo con la voz de la razón.
-¿Es que yo debo obedecer en lugar de mandar?
-Tienes derecho a mandar para hacer el bien, pero no lo que es injusto.
-Me parece que estás buscando la muerte...
-Mátame, pero no matarás a tu hermana; no lo consentiré. Será una gloria para mí morir por mi señora.

[Entran los Dióskuros]


DIÓSCUROS: Teoclímeno, señor de estas tierras, calma la cólera que te pierde y escucha la voz de los Dióskuros, hijos de Leda y hermanos de Helena, que ha huido de tu palacio. Te encolerizas a causa de un matrimonio que no te estaba reservado. Tu hermana Teónoe no te ha engañado; ha respetado a los dioses y a la justicia, obedeciendo las órdenes de tu padre. Helena tenía que vivir en tu palacio hasta este día. Ahora que Troya ha sido destruida, y que el nombre de Helena ha servido a la cólera de los dioses, ya no puede seguir bajo el yugo de tus deseos y debe volver a su patria con su esposo. Guárdate también de armar tu brazo contra tu virtuosa hermana y sabe que su conducta ha sido dictada por la sabiduría.  

Y tú, hermana mía, cruza el mar con tu esposo; los vientos os serán favorables. Como dos divinidades tutelares, desde lo alto de los cielos, tus dos hermanos, sobre sus corceles, te acompañarán hasta tu patria. Cuando termine tu vida, tú también serás una divinidad, te ofrecerán sacrificios y compartirás con nosotros las ofrendas de los mortales: tal es la voluntad de Zeus. 

Constelación Géminis

TEOCLÍMENO: Hijos de Leda y Zeus: Cediendo a vuestra palabra, renuncio a la venganza contra mi hermana, y que Helena vuelva a su patria, puesto que los dioses lo quieren así. Sabed que vuestra hermana es un modelo de virtud. Adiós: podéis estar orgullosos de los nobles sentimientos de Helena.

CORO: El destino se manifiesta de muy diferentes formas y los dioses realizan acciones inesperadas, mientras que las que esperamos, no ocurren; lo que acaba de pasar ante vosotros, lo demuestra elocuentemente.

Templo de Castor y Pólux. Roma, Foro

TELÓN




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