domingo, 25 de marzo de 2018

Magallanes, Elcano y Pigafetta • 500 años después


Ed. Calpe, 1922

Las Capitulaciones de Valladolid, contienen las cláusulas del contrato acordado y firmado por la reina doña Juana y su hijo don Carlos, a favor de Hernando de Magallanes, navegante, y Ruy Falero, cosmógrafo, por el que ambos eran autorizados y equipados para navegar en busca de un nuevo camino hacia las preciadas especias. Se firmó el 22 de marzo de 1518; hace ahora 500 años.

Capitulaciones, Folio primero

Prólogo 

El acuerdo era confirmado por un nuevo documento, también encabezado por la Reina doña Juana y su hijo, don Carlos, nacido el 24 de febrero de 1500, es decir, que tenía 18 años recién cumplidos, y por lo mismo, además de otras causas relativas a su persona, como el hecho de no saber ni una palabra en castellano, se muestra que influyó poco, o nada, en tal decisión, aunque, por suerte para él, sí se convirtió en destinatario de los beneficios de la misma, además de la gloria correspondiente a la hazaña. Ya decía su abuela doña Isabel, que su nacimiento el día de san Matías, había sido una suerte.

Y habiendo orado, dijeron: "Tú, Señor, que conoces el corazón de todos, muéstranos a cuál de estos dos, Justo o Matías, has escogido para ocupar este apostolado del cual Judas se desvió". Echaron suertes y la suerte cayó en Matías. 
(Hechos de los Apóstoles: 1, 26) 

Tal fue, pues, la exclamación -en latín-, de la reina Isabel, la Católica, ante la nueva del nacimiento de su nieto don Carlos, quien, efectivamente, llegó al mundo en la madrugada del 24 al 25 de febrero del año 1.500, festividad de San Matías.

Hasta el momento de la firma de la Capitulaciones con Magallanes, don Carlos era un buen pequeño cortesano pero un gran mal estudiante, sobre el que iba a recaer la gran herencia de los Católicos, por parte de madre, y la posibilidad de acceder al Imperio, por parte de padre.

El 22 de enero de 1516 -cuando don Carlos tenía 15 años-, su abuelo, Fernando de Aragón firmó su testamento en el que le nombraba Gobernador y Administrador de los Reinos de Castilla y León y Aragón, en nombre de la reina Juana I, si bien, hasta que Carlos llegara, en Castilla gobernaría el cardenal Cisneros y en Aragón el arzobispo Alonso de Aragón, su hijo -de don Fernando, aunque no de doña Isabel-.

Fernando murió al día siguiente, 23 de enero de 1516, y un don Carlos, todavía de 15 años, se apresuró a dejar caer que se fueran preparando las cosas para su llegada y coronación inmediata, algo que, como era de esperar, no pareció correcto a casi nadie. El Consejo de Castilla, acordó enviarle una carta, fechada el 4 de marzo, en la que se le decía claramente, que aquello sería quitar el hijo al padre en vida el honor. Huelga decir, que no se trataba del padre, fallecido en el otoño de 1506 y que, además fue rey consorte, por lo que la reina propietaria de los reinos en cuestión, era doña Juana. Pero, ciertamente, todo esto interesaba muy poco a los consejeros flamencos del pequeño príncipe, quien contestaba por carta fechada el 21 de marzo, que estaba decidido a titularse rey.

Finalmente, para el día 3 de abril -seguimos en 1516-, Cisneros se encargó de informar de tal decisión, provocando una serie de deliberaciones del Consejo, que llegó al acuerdo de comunicar al heredero, por carta del 13 de abril, el modo en que debería titularse, o, al menos, como debía aparecer en los documentos:

Doña Juana y don Carlos su hijo, reina y rey de Castilla, de León, de Aragón, etc., etc., etc.

Capitulaciones, fol. 8 y último

Don Carlos, de Van Orley, retrato posterior a 1515

Doña Juana, sin embargo, se hallaba confinada en Tordesillas desde 1509, aislada del mundo por orden de su padre y sometida a la custodia del marqués de Denia -genial antecesor del ínclito duque de Lerma-, quien dio lugar a que, su nada sospechosa hija, Catalina, informara a don Carlos, su hermano, en 1520, que a su madre no la dejaban siquiera pasear por el corredor que daba al río: y la encierran en su cámara que no tiene luz ninguna.

A pesar de que doña Isabel había designado a Juana como heredera, es sabido que esta decidió primero cumplir el testamento de su marido, Felipe el Hermoso, por el que había pedido ser enterrado en Granada. Don Fernando, su padre, la encerró en Tordesillas, junto con el amado féretro -por seguridad-, asegurándole que la sacaría de allí en cuanto terminaran los disturbios en Andalucía, para que pudiera enterrar los restos de su esposo, algo que sabía que no iba a hacer, y que no hizo. Más tarde se aseguró, incluso, de que cuando él muriera, Juana no fuera informada, pues sabía que contaba con su cariño sin condiciones y que seguiría obedeciendo cuanto le hubiera mandado.

Doña Juana y su hija doña Catalina, en Tordesillas. 
Fragmento de F. Pradilla Ortiz. MNP

Don Carlos no tuvo que hacer nada, excepto mantener a su madre en la misma situación mientras él se hacía realmente con la Corona. Pero nadie podía imaginar entonces, que doña Juana sería tan longeva -murió el 12 de abril de 1555, pocos meses antes de cumplir 76 años- y que don Carlos sólo la sobreviviría algo más de tres años, con la salud ya muy afectada, falleciendo a su vez, el 21 de septiembre de 1558, a los 58, si bien para entonces, ya había abdicado, siendo aceptada su renuncia oficialmente el 24 de febrero.

Como bien veis cual estoy –explicó en la ceremonia de su despedida en Bruselas, asociando, en cierto modo, su derecho a reinar, con el de su madre-, tan acabado y deshecho, daría a Dios y a los hombres estrecha y rigurosa cuenta, si no hiciese lo que tengo determinado, dejando el gobierno, pues ya mi madre es muerta.
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Aclarado, pues, el encabezamiento del texto de las famosas Capitulaciones de Valladolid, hemos de aclarar, igualmente, la razón del título: Magallanes, Elcano y Pigafetta; portugués, vasco y toscano, respectivamente.

Magallanes. Copia anónima del Museo Naval de Madrid

Hernando de Magallanes fue quien solicitó el permiso y los fondos para ir en busca de una nueva ruta de transporte para las especias, pero murió en Mactán, Filipinas, sin terminar el viaje, en el que, al final, se completó la vuelta al mundo sin él. 

Elcano. Grabado de “Las glorias nacionales...” Madrid, 1852-54

Juan Sebastián Elcano fue quien, tomando el mando del resto de la flotilla, completó la hazaña, si bien, sólo con 17 hombres, y una de las cinco naves que salieron de Sanlúcar, pero esta, repleta de clavo, en cantidad cuyo valor, como mínimo, triplicaba el gasto invertido en el viaje; el valor, en dinero, se entiende. 

Al parecer, se trata de un pariente del Cronista

Antonio Pigafetta, por último, escribió la crónica de la gran odisea que costaría tantas vidas. Sin él, muy probablemente, no sabríamos nada, o muy poco al respecto. 

Francisco Antonio Pigafetta, navegante y escritor italiano, nació y murió en Vicenza (1491-1534). Era un véneto de estirpe noble.

Vino a España en 1519 acompañando a monseñor Francisco Chiericato, a quien la corte de Roma enviaba como embajador a Carlos V, y noticioso de la expedición que en Sevilla armaba Magallanes, pidió permiso al embajador y al rey para embarcarse en ella. Concedido el permiso, Magallanes lo embarcó como sobresaliente en la nao Trinidad. Fue Pigafetta uno de los diez y ocho que regresaron de esta expedición celebérrima. Pigafetta escribió el relato del primer viaje que los hombres realizaran en tomo del Globo.
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En cuanto a la causa por la que en dichas Capitulaciones figura, por delante de Magallanes, el Bachiller Ruy Falero, geógrafo, o cosmógrafo, del cual nunca más se volvió a saber, resulta que, inesperadamente, y a pesar de lo ya firmado, don Carlos ordenó que Juan de Cartagena –hijo natural del obispo Fonseca, hombre muy influyente en asuntos de la flota de Indias ya durante el reinado de los Católicos-, sustituyera a este contratante y socio de Magallanes, lo que provocó una trágica reacción:

Ruy Falero no se embarcó, porque habiendo tenido contiendas con Magallanes sobre quién debía de llevar el Real Estandarte y el Farol, vino orden del Emperador que Ruy Falero (que también estaba falto de salud) se quedase, con pretexto de ir con otra Armada que se había de enviar después en seguimiento; pero fue tanto lo que Ruy Falero lo sintió, que, vuelto a Sevilla, se volvió loco furioso y por fin vino a morir rabiando, como dice la Historia Pontifical.

Gaspar de San Agustín, Conquistas de las Islas Filipinas (1565 - 1615). 
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En 27 de septiembre de 1519 salía del puerto de Sanlúcar de Barrameda, y al mando de Magallanes, la escuadra siguiente: 

Trinidad, mandada por Magallanes; 
Concepción, por Gaspar de Quesada; 
San Antonio, por Juan de Cartagena; 
Victoria, por Luis de Mendoza, y 
Santiago, por Juan Serrano, 
con un total de doscientas treinta y siete personas.

Esta escuadra, que, en principio, estaba destinada a descubrir en los términos que nos pertenecen y son nuestros en el mar océano, dentro de los límites de nuestra demarcación, islas y tierras firmes, ricas especierías y otras cosas… -en palabras de los representantes de don Carlos-, terminó en que: Hemos descubierto e redondeado toda la redondeza del mundo, yendo por el occidente e veniendo por el oriente, –en palabras de Juan Sebastián Elcano-.

Juan Sebastián Elcano, imaginado por Zuloaga

El 10 de agosto de 1519, lunes por la mañana, la escuadra, llevando a bordo todo lo necesario, así como su tripulación, compuesta de doscientos treinta y siete hombres, anunció su salida con una descarga de artillería, y se largó la vela de trinquete.
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Reproduzco fragmentos literales de Pigafetta, ya que su estilo forma parte del conjunto de una narración llena de vida y cargada con el acento del testigo presencial, que no ahorra detalles, quizás algunos no muy trascendentes, pero sí interesantes y curiosos, como cuando asegura que ha visto al hombre más guapo de todos los conocidos hasta entonces, así como en otro momento, asegura hallarse ante los más feos que existen.

Por otra parte, hay docenas de resúmenes de esta odisea de la vuelta al mundo, en la que sólo destacaremos que los momentos más transcendentales, fueron: 

El motín.
El paso del estrecho de Magallanes
La muerte de Magallanes
La recolección de clavo
La pérdida sucesiva y continua de naves y hombres.
La vuelta, a pesar de las múltiples contrariedades, y frente a toda esperanza, de 17 marinos al mando de Elcano.
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Hoy se tiende a resaltar el papel llevado a cabo por Elcano, disminuyendo, en cierto modo, los méritos anteriormente atribuidos a Magallanes, casi en exclusiva. Cometió este ciertos errores de importancia, desobedeciendo, casi siempre, los artículos o capitulaciones que estaba obligado a guardar. Así, su actitud ante los demás capitanes, a los que no solía hacer partícipes de sus decisiones, dando pie a un motín que zanjó con crueles condenas a muerte y otras. 

Se considera hoy asimismo que su propia muerte no fue sino el resultado de ignorar aquellas Capitulaciones, una de la cuales, especificaba, que, en caso de enfrentamiento, él no debía bajar a tierra personalmente. –XIV: que vuestras personas no se pongan en tierra de que podáis recibir daño, vos mandamos que no salgáis a tierra a hacer ningund concierto, sino enviad a alguno de los oficiales, o a la otra persona que vierdes que mejor lo podrá hacer-. Magallanes lo ignoró, afrontando, además, una lucha en la que era evidente que no había paridad de fuerzas, añadiéndose a ello el hecho de que él y sus hombres hubieron de caminar por la arena mojada, más de un kilómetro, armados, lo que hizo que llegaran exhaustos al enfrentamiento.
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Los capitanes de los otros cuatro navíos que debían estar bajo su mando eran sus enemigos por la única razón de que ellos eran españoles, mientras que Magallanes era portugués.

El capitán ordenó que toda la tripulación se confesara; prohibió además rigurosamente que embarcase en la escuadra ninguna mujer. 

Fuegos de San Telmo. Una noche muy obscura se nos apareció como una hermosa antorcha en la punta del palo mayor, en donde flameó por espacio de dos horas, lo que fue un gran consuelo en medio de la tempestad. Al desaparecer, proyectó una lumbrarada tan grande, que nos dejó, por decirlo así, cegados.

Brasil: a cambio de una cinta, los indígenas nos traían un cesto de patatas, nombre que dan a los tubérculos que tienen poco más o menos la figura de nuestros nabos, y cuyo sabor es parecido al de las castañas.

Van desnudos del todo, lo mismo las mujeres que los hombres.

Al verlos tan negros, desnudos completamente, sucios y calvos, se les hubiera tomado por marineros de la laguna Estigia.

Los hombres y las mujeres son tan recios y están tan bien conformados como nosotros. Comen algunas veces carne humana, pero solamente la de sus enemigos.

Hay en este país infinitos papagayos; por un espejito nos daban ocho o diez. También hay gatos monillos muy lindos, amarillos, parecidos a leoncitos.

Estos pueblos son extremadamente crédulos y buenos... y viendo que botábamos al mar nuestras chalupas, que estaban amarradas al costado del navío, o que le seguían, se imaginaron que eran los hijos del buque.

Cabo de Santa María. Aquí es donde Juan de Solís, que, como nosotros, iba al descubrimiento de tierras nuevas, fue comido por los caníbales, de los cuales se había fiado demasiado.

Enero de 1520. — Sufrimos una terrible tempestad en medio de estas islas, durante la cual los fuegos de San Telmo, de San Nicolás y de Santa Clara se dejaron ver muchas veces en la punta de los mástiles, y al desaparecer, al instante se notaba la disminución del furor de la tempestad. 

Complot contra Magallanes. — Apenas anclamos en este puerto, cuando los capitanes de los otros cuatro navíos tramaron un complot para asesinar al capitán general. Los traidores eran Juan de Cartagena, veedor de la escuadra; Luis de Mendoza, tesorero; Antonio Coca, contador, y Gaspar de Quesada. El complot fue descubierto: el primero fue descuartizado, y el segundo, apuñalado. Se perdonó a Gaspar de Quesada, que algunos días después meditó una nueva traición. Entonces, el capitán general, que no se atrevió a quitarle la vida porque había sido nombrado capitán por el mismo emperador, le expulsó de la escuadra y le abandonó en la tierra de los patagones, con un sacerdote, su cómplice [llamado Sánchez Reina].

Gómez abandona la escuadra. — Al entrar en la tercera bahía de que acabo de hablar, vimos dos desembocaduras o canales: uno al Sureste y otro al Suroeste [El canal al Sureste es el que se encuentra cerca del cabo Monmouth, llamado Detroit Supposé en el mapa de Bougainville.]

El capitán general envió los dos navíos, el San Antonio y la Concepción y por el del Sureste para reconocer si salía a mar abierto. El primero zarpó en seguida, y reforzó las velas sin querer esperar al segundo, pues quería adelantarle, porque el piloto tenía la intención de aprovecharse de la oscuridad de la noche para deshacer el camino recorrido y volverse a España por la misma ruta que acabábamos de hacer. Este piloto era Esteban Gómez, que odiaba a Magallanes por la única razón de que cuando éste vino a España para proponer al emperador el ir a las islas Molucas por el Oeste, Gómez había pedido, y estaba a punto de conseguir, para una expedición el mando de unas carabelas. La expedición tenía por objeto el hacer nuevos descubrimientos; mas la llegada de Magallanes dio lugar a que se rehusara su petición y que no pudiese conseguir más que una plaza subalterna de piloto; pero lo que más le irritaba era estar a las órdenes de un portugués. Durante la noche se concertó con los otros españoles de la tripulación. Encadenaron y hasta hirieron al capitán del navío, Álvaro de Mezquita, primo hermano del capitán general, y así le condujeron a España. 

LIBRO II Desde la salida del estrecho hasta la muerte de Magallanes, y nuestra partida de Zubu.

 El laberíntico Estrecho: 450 km. Entre 3 y 30 km. de anchura

Mapa de Alonso de Chaves, con las naves y el Estrecho descubierto; al Sur del Estrecho, no aparece información alguna

Carta de 1635

28 de noviembre de 1520. Salida del estrecho. El miércoles 28 de noviembre desembocamos del estrecho para entrar en el gran mar, al que en seguida llamamos mar Pacífico, en el cual navegamos durante tres meses y veinte días sin probar ningún alimento fresco.

Mala alimentación en el mar Pacífico: La galleta que comíamos no era ya pan, sino un polvo mezclado con gusanos, que habían devorado toda la substancia y que tenía un hedor insoportable por estar empapado en orines de rata. El agua que nos veíamos obligados a beber era igualmente pútrida y hedionda. Para no morir de hambre llegamos al terrible trance de comer pedazos del cuero con que se había recubierto el palo mayor para impedir que la madera rozase las cuerdas.

Penuria extrema: Frecuentemente quedó reducida nuestra alimentación a serrín de madera como única comida, pues hasta las ratas, tan repugnantes al hombre, llegaron a ser un manjar tan caro, que se pagaba cada una a medio ducado. 

Escorbuto. — Mas no fue esto lo peor. Nuestra mayor desdicha era vernos atacados de una enfermedad por la cual las encías se hinchaban hasta el punto de sobrepasar los dientes, tanto de la mandíbula superior como de la inferior, y los atacados de ella no podían tomar ningún alimento. Murieron diez y nueve, entre ellos el gigante patagón y un brasileño que iban con nosotros. Además de los muertos, tuvimos de veinticinco a treinta marineros enfermos, que sufrían dolores en los brazos, en las piernas y en algunas otras partes del cuerpo; pero curaron. En cuanto a mí, nunca daré demasiadas gracias a Dios porque durante todo este tiempo, y en medio de tantas calamidades, no tuve la menor enfermedad. 

Mar Pacifico. Durante estos tres meses y veinte días recorrimos cuatro mil leguas poco más o menos en el mar que llamamos Pacífico, porque mientras hicimos nuestra travesía no hubo la menor tempestad No descubrimos en este tiempo ninguna tierra, excepto dos islas desiertas, en las que no encontramos mas que pájaros y árboles, por cuya razón las designamos con el nombre de islas Infortunadas. No encontramos fondo a lo largo de estas costas, y no vimos mas que muchos tiburones. 
Recorrimos cada día de sesenta a setenta leguas; y sí Dios y su Santa Madre no nos hubiesen concedido una feliz navegación, hubiéramos todos perecido de hambre en tan vasto mar. Pienso que nadie en el porvenir se aventurará a emprender un viaje parecido. 

Constelación de la Cruz [del Sur]: Estando en alta mar descubrimos al Oeste cinco estrellas muy brillantes, colocadas exactamente en forma de cruz.

6 de marzo de 1521. — Islas de los Ladrones. ...con gran destreza nos arrebataron el esquife, que estaba atado a nuestra popa. Entonces el capitán, irritado, saltó a tierra con cuarenta hombres armados, quemó cuarenta o cincuenta casas, así como muchas de sus canoas, y les mató siete hombres.

Isla de los Ladrones, según Pigafetta. 
La barca está emparejada con otra a modo de balancín.

25 de marzo de 1521. El lunes santo, 25 de marzo, corrí un grandísimo peligro. Estábamos a punto de hacernos a la vela, y yo quería pescar; habiendo puesto el pie sobre una verga mojada por la lluvia, para hacerlo más cómodamente, me escurrí y caí en el mar sin que nadie me viese. Afortunadamente la cuerda de una vela que pendía sobre el agua apareció ante mis ojos; me agarré a ella, y grité con tanta fuerza, que me oyeron y me salvaron con el esquife, lo que, sin duda, no hay que atribuir a mis merecimientos, sino a la misericordiosa protección de la Santísima Virgen. 

[30.3.1521] El rey de Butuán. Estaba muy bien vestido según la moda del país, y era el hombre más guapo que vi entre estos pueblos. Sus cabellos negros le caían sobre la espalda; un velo de seda cubría su cabeza, y llevaba en las orejas dos pendientes de oro en forma de anillo.

7 de abril de 1521. — El domingo, 7 de abril, entramos en el puerto de Zubu. 

Embajada al rey. — El capitán envió entonces a uno de sus discípulos, con el intérprete, de embajador al rey de Zubu. Llegados a la villa, encontraron al rey rodeado de una inmensa multitud, alarmada por el estruendo de las bombardas. El rey mandó que le dijeran que le daba la bienvenida, pero que al mismo tiempo le advertía que todos los navíos que entraban en su puerto para comerciar debían empezar por pagarle un impuesto. El intérprete respondió que su amo, por ser capitán de un monarca tan grande, no pagaría impuestos a ningún rey de la Tierra; que si el rey de Zubu quería la paz, traía la paz; pero que si quería la guerra, le haría la guerra. El comerciante de Ciam, aproximándose entonces al rey, le dijo en su lenguaje: -Cata roja chita, esto es: «Señor, tened cuidado.

9 de abril de 1521. — Mensaje del mercader moro: El martes por la mañana, el rey de Massana vino a nuestro navío con el comerciante moro. Habiendo sabido que pretendían tener frecuentes apariciones del diablo, lo que les causaba mucho miedo, les aseguró que si se hacían cristianos, el diablo no se atrevería a presentarse ante ellos hasta el instante de la muerte. Los isleños, convencidos y persuadidos de todo lo que acababan de oír, respondieron que tenían plena confianza en él, por lo que el capitán, llorando de ternura, los abrazó a todos. 

Matán/Mactán. Muerte de Magallanes. Cerca de la isla de Zubu hay otra llamada Matán, con un puerto de igual nombre, donde anclaron nuestros navíos. La ciudad principal de esta isla se llama también Matán, y sus jefes eran Zula y Cilapulapu. En esta isla estaba la ciudad de Bulaia, que nosotros quemamos. 

26 de abril de 1521. — Zula contra Cilapulapu. — El viernes, 26 de abril. Zula, uno de los jefes de la isla de Matán, envió al capitán a uno de sus hijos con dos cabras, para decirle que si no le enviaba todo lo que le había prometido no era culpa suya, sino de Cilapulapu, el otro jefe, que no quería reconocer la autoridad del rey de España; mas que si el capitán quería socorrerle, solamente con una chalupa de hombres armados, a la noche siguiente se comprometía a combatir y subyugar completamente a su rival. 

Con este mensaje, el capitán se determinó a ir en persona con tres chalupas. Rogámosle que no fuese; pero contestó que un buen pastor no debe nunca abandonar a su rebaño. 

Salimos a media noche sesenta hombres armados con casco y coraza. El rey cristiano, su yerno el príncipe y muchos jefes de Zubu, con bastantes hombres armados, nos siguieron en balangués. Llegamos a Matan tres horas antes del alba. No quiso el capitán atacar entonces, sino que envió a tierra al moro para que dijese a Cilapulapu y a los suyos que si querían reconocer la soberanía del rey de España, obedecer al rey cristiano y tributar lo que se le pedía, serían considerados como amigos; pero, si no, que reconocerían la fuerza de nuestras lanzas. 

Los isleños no se amedrentaron con nuestras amenazas, y respondieron que también las tenían, aunque fuesen de cañas y de estacas aguzadas a fuego. Suplicaron sólo que no los atacáramos de noche, porque esperaban refuerzos y serían muchos más después; fué un ruego capcioso para encorajinarnos y que les atacásemos inmediatamente, esperando que caeríamos en los fosos que cavaron entre la orilla del mar y sus casas. 

27 de abril de 1521. Esperamos el día, efectivamente, y saltamos a tierra con agua hasta los muslos, pues las chalupas no podían aproximarse por los arrecifes. Éramos cuarenta y nueve, porque dejamos a once guardando las chalupas. Necesitamos andar por el agua un rato antes de ganar tierra. Los isleños eran mil quinientos y estaban formados en tres batallones, que apenas nos vieron se lanzaron contra nosotros con un ruido horrible; dos batallones nos atacaron de flanco y el tercero de frente. 

Nuestro capitán dividió su tropa en dos pelotones. Los ballesteros y los mosqueteros tiraron desde lejos durante media hora, causando al enemigo poco daño, porque, aunque las balas y las flechas, atravesando las delgadas tablas de los escudos, les hiriesen algunas veces en los brazos, esto no les detenía, porque no les mataba instantáneamente como se habían imaginado; al contrario, les enardecía y enfurecía más.

Confiando en la superioridad del número, nos arrojaban nubes de lanzas y estacas agudizadas a fuego, piedras y hasta tierra, siéndonos muy difícil defendernos. Algunos lanzaron estacas con punta de hierro contra nuestro capitán general, quien, para alejarlos e intimidarlos, ordenó que incendiásemos sus casas, lo que hicimos inmediatamente. 

Al ver las llamas se enfurecieron y encarnizaron aún más; corrieron algunos a sofocar el incendio y mataron a dos de los nuestros en la plaza. Su número parecía aumentar, así como la impetuosidad con que nos acometían. 

Una flecha envenenada atravesó la pierna al capitán, que mandó la retirada en orden; pero la mayor parte de los nuestros huyeron precipitadamente, quedando sólo siete u ocho con el capitán.

Muerte de Magallanes.Comprendiendo los indios que sus golpes a la cabeza o al cuerpo no nos dañaban por la protección de la armadura, pero que las piernas estaban indefensas, a ellas nos tiraron flechas, lanzas y piedras, tan abundantes que no pudimos resistir. Las bombardas que llevamos en las chalupas eran inútiles, porque los arrecifes impedían acercarse bastante. Nos retiramos lentamente, combatiendo siempre, y estábamos a tiro de ballesta, con agua hasta las rodillas, cuando los isleños, siempre a nuestros alcances, volvieron a coger y nos arrojaron hasta cinco o seis veces la misma lanza. 

Como conocían a nuestro capitán, contra él principalmente dirigían los ataques, y por dos veces le derribaron el casco; sin embargo, se mantuvo firme mientras combatíamos rodeándole. Duró el desigual combate casi una hora. En fin, un isleño logró poner la punta de la lanza en la frente del capitán, quien, furioso, le atravesó con la suya, dejándosela clavada. Quiso sacar la espada, pero no pudo, por estar gravemente herido en el brazo derecho; diéronse cuenta los indios, y uno de ellos, asestándole un sablazo en la pierna izquierda le hizo caer de cara, arrojándose entonces contra él. 

Así murió nuestro guía, nuestra luz y nuestro sostén. Al caer, viéndose asediado por los enemigos se volvió muchas veces para ver si nos habíamos salvado. No le socorrimos por estar todos heridos; y sin poderle vengar, llegamos a las chalupas en el momento en que iban a partir. A nuestro capitán debimos la salvación, porque en cuanto murió todos los isleños corrieron al sitio en que había caído. Pudo socorrernos el rey cristiano, y lo hubiera hecho sin duda; pero el capitán general, lejos de prever lo sucedido, cuando pisó tierra con su gente le ordenó que no saliese del balangué y que permaneciera como mero espectador viéndonos cómo combatíamos. Lloró amargamente al verle sucumbir. 

Elogio de Magallanes. — Pero la gloria de Magallanes sobrevivirá a su muerte. Adornado de todas las virtudes, mostró inquebrantable constancia en medio de sus mayores adversidades. En el mar se condenaba a sí mismo a más privaciones que la tripulación. Versado más que ninguno en el conocimiento de los mapas náuticos, sabía perfectamente el arte de la navegación, como lo demostró dando la vuelta al mundo, lo que nadie osó intentar antes que él. 
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(1) Magallanes no dio más que la mitad de la vuelta al mundo; pero Pigfafetta dice con razón que la dio casi entera, porque los portugueses conocían muy bien lo que faltaba de la ruta de las islas Molucas a Europa por el Cabo de Buena Esperanza.
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La desdichada batalla se dio el 27 de abril de 1521, que fue un sábado, día que escogió el capitán por tenerle particular afición. Ocho de los nuestros y cuatro indios bautizados perecieron con él, y pocos volvieron a los navíos sin heridas. Imaginaron al fin protegernos con las bombardas los que en las chalupas quedaron; pero por estar tan distantes nos hicieron más daño que a los enemigos, los cuales, sin embargo, perdieron quince hombres. 

Por la tarde, el rey cristiano, con nuestro consentimiento, envió a decir a los habitantes de Matan, que si querían devolvernos los cadáveres de nuestros soldados muertos, y particularmente el del capitán, les daríamos las mercancías que pidiesen; pero respondieron que por nada se desprenderían del cadáver de un hombre como nuestro jefe, y que le guardarían como trofeo de su victoria sobre nosotros.

Gobernadores de la escuadra. — Al saber la pérdida del capitán, los que estaban en la ciudad para traficar hicieron transportar inmediatamente las mercancías a los navíos. En su lugar elegimos dos gobernadores: Odoardo Barbosa, portugués, y Juan Serrano, español. 

Disgusto del intérprete. — Enrique, nuestro intérprete, el esclavo de Magallanes, resultó ligeramente herido en el combate, lo que le sirvió de pretexto para no bajar a tierra, donde se necesitaban sus servicios, y pasaba el día entero ocioso, tumbado en su estera. Odoardo Barbosa, gobernador del navío que antes mandaba Magallanes, le reprendió severamente, advirtiéndole que, a pesar de la muerte de su amo, continuaba siendo esclavo, y que a nuestra vuelta a España le entregaría a doña Beatriz, viuda de Magallanes, amenazándole con azotarle si inmediatamente no bajaba a tierra para el servicio de la escuadra.

Conjuración contra los españoles. — El esclavo se levantó tranquilamente, como si no hubiera oído las injurias y amenazas del gobernador, y una vez en tierra fue a casa del rey cristiano, a quien dijo que esperábamos partir a poco, y que, si quería seguir su consejo, podría apoderarse de los navíos con todas sus mercancías. El rey le escuchó favorablemente, y urdieron juntos la traición. Volvió en seguida el esclavo a bordo, y mostró más actividad e inteligencia que antes. 

1 de mayo de 1521 — La traición. — La mañana del miércoles primero de mayo, el rey cristiano envió a decir a los gobernadores que tenía preparado un regalo de piedras preciosas para el rey de España, y que para dárselas les rogaba que viniesen a comer con él, acompañados de algunos de su séquito. Fueron, en efecto, veinticuatro, entre ellos nuestro astrólogo, llamado San Martín de Sevilla. Yo no fui porque tenía la cara hinchada por haberme herido en la frente una flecha envenenada. 

Sospechas. — Juan Carvajo y su ayudante volvieron inmediatamente a los navíos, sospechando la mala fe de los indios al ver, según dijeron, que el enfermo curado milagrosamente conducía a nuestro capellán a su casa. 

Asesinato. — Apenas habían terminado sus palabras cuando oímos gritos y ayes. Levamos anclas en seguida y nos acercamos a la costa, disparando muchos bombardazos contra las casas. 

Juan Serrano, abandonado. — Vimos entonces cómo conducían hasta la orilla del mar a Juan Serrano, herido y agarrotado. Rogó que no disparásemos más, porque le asesinarían. Le preguntamos qué les había sucedido a sus compañeros y al intérprete, y respondió que a todos los degollaron, excepto al esclavo, que se pasó a los isleños. Pero no le hicieron caso y partimos, sin haber tenido nunca noticias de su vida o de su muerte.

LIBRO III 
Desde la partida de Zubu hasta la salida de las islas Malucco. 

Isla de Bohol. Quemamos un navío: Viendo que las tripulaciones, disminuidas por tantas pérdidas, no eran suficientes para los tres navíos, decidimos quemar uno (la Concepción), después de transportar a los otros dos todo lo que podía sernos útil.

26 de octubre de 1521.Tempestad. Luces eléctricas. Devoción a San Telmo. — El sábado 26 de octubre, al anochecer, costeando la isla de Biraham- Batolach, sufrimos una borrasca, durante la cual recogimos velas y rogamos a Dios que nos salvase. Vimos entonces en el tope de los mástiles a nuestros tres santos, que disiparon la oscuridad durante más de dos horas: San Telmo en el palo mayor, San Nicolás en el de mesana y Santa Clara en el trinquete. En reconocimiento de la gracia que nos concedieron, prometimos a cada uno un esclavo, y les hicimos ofrendas. 

7 de noviembre de 1521 — Vemos las islas Malucco. — El piloto que cogimos en Sarangani nos dijo que eran las islas Malucco. Dimos gracias a Dios, y en señal de regocijo disparamos toda la artillería. No debe extrañar nuestra gran alegría al ver estas islas, si se tiene en cuenta que hacía veintisiete meses menos dos días que corríamos los mares y que habíamos visitado una infinidad de islas, buscando siempre las Malucco. 

17 de noviembre de 1521. —Bajé a tierra para examinar el árbol del clavo y ver cómo produce su fruto. En cada isla se llama de modo diferente a los clavos. 

25 de noviembre de 1521 — En efecto, el lunes nos trajeron ciento sesenta y un cathiles, que pesamos sin descontar la tara. Descontar la tara es tomar las especias a menos peso del que realmente tienen, porque entonces están frescas; pero después, indefectiblemente, disminuyen en peso y en calidad al secarse. Los clavos enviados por el rey eran los primeros que embarcábamos y constituían el principal objeto de nuestro viaje; disparamos la artillería, al almacenar los primeros, en señal de regocijo. 

18 de diciembre de 1521. — Retrasamos la partida por tener una vía de agua el Trinidad. — El miércoles por la mañana todo estaba dispuesto para partir. Los reyes de Tadore, de Giailolo y de Bachián, así como el hijo del rey de Tarenate, vinieron para acompañarnos hasta la isla de Mare. El navío Victoria desplegó velas el primero y ganó el largo, donde esperó al Trinidad; pero éste levó anclas con mucha dificultad, y los marineros descubrieron que sufría una vía de agua en la cala. Volvió a anclar entonces el Victoria donde estaba antes. Se descargó en gran parte el Trinidad para buscar la vía y taponarla; pero aunque se le acostó de babor, el agua entraba cada vez con más fuerza, como por un caño, sin que pudiéramos encontrar la vía; este día y el siguiente dimos a las bombas sin cesar, pero sin éxito. 

19 de diciembre de 1521. — Proyecto de abandonar al «Trinidad». — Volvió al día siguiente de madrugada. Bucearon los hombres en el mar, con la cabellera flotante, porque se imaginaban que el agua al entrar por la vía arrastraría sus cabellos, indicándoles así el lugar del agujero; pero después de una hora subieron definitivamente a la superficie del mar sin encontrar nada. El rey pareció que se afectaba vivamente con este contratiempo, hasta el punto de que se ofreció él mismo para ir a España y relatar al rey lo que nos sucedía; pero le respondimos que, teniendo dos navíos, podríamos hacer el viaje con el Victoria solo, que no tardaría en partir aprovechando los vientos del Este que empezaban a soplar; durante este tiempo carenarían al Trinidad, el cual podría aprovechar en seguida los vientos del Oeste para ir a Darién, al otro lado del mar, en la tierra del Diucatán/Yucatán. Dijo entonces el rey que tenía a su servicio doscientos cincuenta carpinteros, a los que emplearía en este trabajo bajo la dirección de los nuestros, y que aquellos de nosotros que se quedaran en la isla serían tratados como sus propios hijos. Pronunció estas palabras con tanta emoción, que a todos nos hizo derramar lágrimas. 

Se aligera el Victoria. — Los que tripulábamos el Victoria, temiendo que su carga fuese excesiva, por lo que podría abrirse en alta mar, decidimos enviar a tierra sesenta quintales de clavos, y los llevamos a la casa en que se alojaba la tripulación del Trinidad. Hubo algunos, sin embargo, que prefirieron quedarse en las islas Malucco mejor que volver a España, ya por temor de que el navío no resistiera tan largo viaje, ya porque el recuerdo de lo que sufrieron antes de llegar a las Malucco les amedrentase, pensando que morirían de hambre en medio del Océano.

21 de diciembre de 1521. Salida del Victoria.— El sábado, 21 del mes, día de Santo Tomás, nos trajo dos pilotos, que pagamos por anticipado, para que nos condujeran fuera de las islas. Nos dijeron que el tiempo era excelente para el viaje y que debíamos partir cuanto antes; pero tuvimos que esperar a que nos trajesen las cartas que nuestros camaradas que se quedaban en las Malucco mandaban a España, y no pudimos levar anclas hasta el mediodía. Entonces, los barcos se despidieron con una descarga recíproca de la artillería; nuestros compañeros nos siguieron en su chalupa tan lejos como pudieron, y nos separamos, al fin, llorando. Juan Carvajo quedó en Tadore con cincuenta y tres europeos. 

Nuestra tripulación se componía de cuarenta y siete europeos y trece indios. 

Mallua: Con viento en popa navegamos hacia la isla de Mallua, bastante elevada, en donde anclamos. Los indígenas de esta isla son salvajes, más parecidos a bestias que a hombres, antropófagos, y van desnudos, con un trocito de corteza de árbol tapándoles las partes sexuales; pero cuando van a combatir se cubren el pecho, la espalda y los costados con pieles de búfalo adornadas con corniolas y colmillos de cerdo.

En una palabra, son los hombres más feos que encontramos durante todo nuestro viaje.

Abril de 1522. — Cabo de Buena Esperanza. — Para doblar el Cabo de Buena Esperanza nos elevamos hasta los 42° de latitud Sur, y tuvimos que permanecer nueve semanas enfrente de este Cabo, con las velas recogidas, a causa de los vientos del Oeste y del Noroeste que tuvimos constantemente y que acabaron en una horrible tempestad. El Cabo de Buena Esperanza está a 34° 31' de latitud meridional, a mil seiscientas leguas del cabo de Malaca. Es el más grande y peligroso cabo conocido de la tierra. 

Proyecto de quedar en Mozambique. — Algunos de nosotros, y sobre todo los enfermos, hubieran querido tomar tierra en Mozambique, donde hay un establecimiento portugués, porque el barco tenía vías de agua, el frío nos molestaba mucho y, sobre todo, porque no teníamos más alimento que arroz ni más bebida que agua, pues toda la carne, por no tener sal con qué salarla, se pudrió. Sin embargo, la mayor parte de la tripulación, esclava más del honor que de la propia vida decidimos esforzarnos en regresar a España cualesquiera que fuesen los peligros que tuviéramos que correr.

9 de julio de 1522. — Islas de cabo Verde. — Carecíamos completamente de víveres, y si el cielo no nos hubiera concedido un tiempo favorable, hubiésemos muerto todos de hambre. El miércoles 9 de julio descubrimos las islas de Cabo Verde, y anclamos en la que llaman Santiago.

Mentimos para no ser detenidos. Como sabíamos que allí estábamos en tierra enemiga [portuguesa]  y que sospecharían de nosotros, tuvimos la precaución de que los de la chalupa que enviamos a tierra a por víveres dijeran que recalábamos en este puerto porque nuestro mástil de trinquete se rompió al pasar la línea equinoccial; perdimos mucho tiempo en componerle, y el capitán general, con otros dos navíos, continuó su ruta a España. De tal manera les hablamos, que creyeron de buena fe que veníamos de las costas de América y no del Cabo de Buena Esperanza; dos veces recibimos la chalupa llena de arroz en cambio de nuestras mercancías. 

Nos damos cuenta de haber ganado un día. — Para ver si nuestros diarios eran exactos, preguntamos en tierra qué día era de la semana, y nos respondieron que jueves, lo cual nos sorprendió, porque según nuestros diarios estábamos a miércoles. No podíamos persuadirnos de que nos habíamos equivocado en un día, y yo menos que ninguno, porque sin interrupción y con mucho cuidado marqué en mi diario los días de la semana y la data del mes.

Supimos pronto que no era erróneo nuestro cálculo, pues habiendo navegado siempre al Oeste, siguiendo el curso del Sol, al volver al mismo sitio teníamos que ganar veinticuatro horas sobre los que estuvieron quietos en un lugar; basta con reflexionar para convencerse. 

La chalupa detenida con trece hombres. — Volvió la chalupa a tierra para cargarla por tercera vez, y como tardaba, nos dimos cuenta que la retenían, sospechando por las maniobras de algunas carabelas que intentaban apresar también el navío, y decidimos hacernos a la vela inmediatamente. 

Continuamos el viaje. — Supimos que se apoderaron de la chalupa porque uno de los marineros descubrió nuestro secreto, diciéndoles que el capitán general había muerto y que nuestro navío era el único de la escuadra de Magallanes que volvía a Europa.

6 de septiembre de 1522 — Llegamos diez y ocho a Sanlúcar. — Gracias a la Providencia, entramos el sábado 6 de septiembre [1522] en la bahía de Sanlúcar, y de sesenta hombres que componían la tripulación cuando salimos de las islas Malucco, no quedábamos mas que diez y ocho, la mayor parte enfermos. Los demás, unos se escaparon en la isla de Timor, otros fueron condenados a muerte por los crímenes que cometieron, y otros, en fin, perecieron de hambre.

Longitud del viaje, — Desde nuestra salida de la bahía de Sanlúcar, hasta el regreso, calculamos que recorrimos más de catorce mil cuatrocientas sesenta leguas, dando la completa vuelta al mundo, navegando siempre del Este al Oeste. 

8 y 9 de septiembre de 1522— Llegada a Sevilla, — El lunes 8 de septiembre echamos anclas junto al muelle de Sevilla y disparamos toda la artillería. El martes saltamos todos a tierra, en camisa y descalzos, con un cirio en la mano, y fuimos a la iglesia de Nuestra Señora de la Victoria y a la de Santa María de la Antigua, como lo habíamos prometido en los momentos de angustia. 

El regreso de Juan Sebastián de Elcano a Sevilla
Elías Salaverría Inchaurrandieta (1883-1952). Museo Naval (CVC)

Elcano y la tripulación de la nao Victoria desembarcan en Sevilla, con velas encendidos en la mano, para ir a las iglesias de Nuestra Señora de la Victoria y Nuestra Señora de la Antigua, en acción de gracias, después de haber completado la primera vuelta al Mundo (8 de septiembre de 1522). Los individuos de la dotación de la nao que llegaron con ella a Sanlúcar de Barrameda dos días antes, fueron los siguientes:

Capitán, Juan Sebastián de Elcano. Guetaria.
Piloto, Francisco Albo. Axio. 
Maestre, Miguel Rodas. Rodas.
Contramaestre, Juan de Acuario. Bermeo
Merino, Martín de Yudícibus. Génova.
Barbero, Hernando de Bustamente. Mérida.
Condestable, Aires.
Marineros: Diego Gallego, Nicolás de Nápoles, Miguel Sánchez de Rodas, Francisco Rodríguez, Juan de Huelva y Antón Hernández Colmenero.
Grumetes: Juan de Arratia, Juan de Santander y Vasco Gómez Gallego.
Paje, Juan de Zubileta.
Sobresaliente, Antonio Lombardo; Antonio Pigafetta, Vicenza.

Vinieron también con ellos varios de los trece indios que embarcaron en Tidore.

Desde Sevilla fui a Valladolid, donde presenté a la sacra majestad de don Carlos V, no oro ni plata, sino algo más grato a sus ojos. Le ofrecí, entre otras cosas, un libro, escrito de mi mano, en el que día por día señalé todo lo que nos sucedió durante el viaje. Dejé Valladolid lo más pronto que me fue posible y llegué a Portugal para relatar al rey Juan lo que había visto. Pasé en seguida a España, y luego a Francia, donde regalé algunas cosas del otro hemisferio a la regente, madre del cristianísimo Francisco I. Regresé, por fin, a Italia, donde me consagré para siempre al excelentísimo e ilustrísimo señor Felipe de Villiers l’Isle-Adam, gran maestre de Rodas, a quien también entregué el relato de mi viaje. 
El caballero Antonio Pigafetta.

Ed. Calpe, 1922




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