sábado, 28 de septiembre de 2019

Elizabeth Bishop & Robert Lowell ● Dos grandes estrellas en el universo poético ●



El 12 de septiembre de 1977, el poeta estadounidense Robert Lowell, llegaba a Nueva York en un vuelo desde Inglaterra, donde vivía con su segunda esposa y su hijo. Iba a visitar a Elizabeth Hardwick, también escritora, que había sido su primera esposa, pero nunca llegó. Al parecer, inesperadamente, sufrió un paro cardíaco durante el recorrido desde el aeropuerto. Tenía entonces sesenta años.
Solo un mes antes, Elizabeth Bishop, poeta y grande e incondicional amiga de Lowell, que pasaba las vacaciones en North Haven, en Maine, le había escrito que retrasaran su encuentro, pues en aquel momento, estaba intentando terminar unos poemas, antes de que empezara el curso que debía impartir en la Universidad de Nueva York. 

Tras ellos se extendía la senda de una larga y cálida amistad de treinta años, a veces, compartiendo largas veladas, a veces, intercambiando largas cartas.

 “Me paso la vida echándote de menos”, le había escrito Lowell; “Siempre has sido mi poeta preferida y mi amiga preferida”.

“Si te parece, nos vemos en Cambridge, o en Nueva York... y, si no, el próximo verano, aquí, en North Haven, si es que puedo volver.”

Pero la posibilidad del reencuentro, desapareció repentinamente. 


Unos meses después, Elizabeth dedicaba a Lowell el conmovedor poema, titulado “North Haven”; uno de los últimos que escribió, cuando, tal vez, presentía su propia marcha.

NORTH HAVEN
In memoriam Robert Lowell

Puedo distinguir el aparejo de una goleta
a una milla; puedo contar
las piñas nuevas en el abeto. Está tan quieto
la pálida bahía lleva una piel blanquecina; el cielo,
sin nubes excepto una larga, airosa cola de caballo.

Las islas no han cambiado desde el verano pasado,
aunque me guste imaginar que sí lo han hecho–
yendo a la deriva, en una especie de camino soñado
un poco al norte, un poco al sur, o a ambos lados-
y que son libres en los límites azules de la bahía.

Este mes, nuestro favorito, el que está lleno de flores:
botones de oro, trébol rojo, arveja púrpura,
flores que siguen al sol, margaritas de varios colores, brillantes,
fragantes lienzos de estrellas incandescentes
y más, que han vuelto, y pintan los prados con encanto.

Los jilgueros han vuelto, u otros como ellos,
y la canción de cinco notas del gorrión de cuello blanco,
suplicando y suplicando, me hace llorar.
La naturaleza se repite a sí misma, o casi lo hace:
repite, repite, repite, repasa, repasa, repasa.

Hace años. me dijiste que fue aquí
(¿en 1932?) donde “descubriste a las chicas”
y aprendiste a navegar, y aprendiste a besar.
Estuviste ‘tan divertido’, dijiste, aquel verano único.
(“Diversión” siempre parecía dejarte desorientado…)

Dejaste North Haven, anclado en su roca,
flotando en místico azul…. Y ahora, te has ido
de verdad. Ya no puedes deshacer o rehacer,
de nuevo tus poemas. (Pero sí los gorriones su canto.)
Las palabras no volverán a cambiar. Triste amigo, tú no puedes cambiar.

Elizabeth Bishop (Massachusetts, 1911-Boston, 1979) figura, sin duda, entre los principales poetas norteamericanos del siglo XX. Autora también de relatos y artículos, viajó por muchos países europeos; recorrió el norte de África y vivió durante más de quince años en Brasil. Fue profesora universitaria. Obtuvo los más representativos premios: Pulitzer, Nacional de Poesía, el Internacional Neustadt de Literatura, etc., a pesar de lo cual, estamos ante una dolorosa biografía en la que predominan las pérdidas.

Su padre murió cuando ella apenas tenía unos meses, lo cual no supuso entonces el sentimiento de una pérdida, como es natural, pero la madre, afectada por una enfermedad mental, que obligó a su reclusión, solo la acompañó hasta los cuatro años. Ella misma, al parecer, nunca tuvo buena salud; “el asma es depresiva -escribirá-; te obliga a permanecer entre cuatro paredes.”

Así pues, el deseo, la capacidad y la oportunidad de escribir, especialmente, poesía, constituyó para ella una razón de vivir, y, a pesar de que su obra es relativamente breve –consta de cuatro poemarios; uno cada diez años-, lo fue todo para ella desde el principio, tanto en el aspecto psicológico, como en el material; puesto que Bishop no parecía la persona más indicada para encauzar una vida en el aspecto económico, los premios, distinciones, becas, conferencias, etc. sirvieron para allanar dificultades, al menos, en ese terreno. 

Afortunadamente, su primer libro, Norte y Sur, de 1946, a los 25 años, recibió una extraordinaria acogida, y, no en vano, pues se trataba ya de una obra plena, madura, profunda, musical y, literariamente, irreprochable, en la que Bishop, prescindiendo de la metáfora, ofrecía vívidas imágenes de aire frío, hielo sobre el mar, soledad y melancolía polares. 

Una fría primavera, de 1955, fue el segundo poemario publicado por Elizabeth Bishop. Empieza celebrando un paisaje de animales y verde. La escritora dibuja mástiles, rocas, desfiladeros y compara el agua que corre libre, con el conocimiento. 

En el tercer libro, Cuestiones de viaje, de 1965, describe un Brasil de cascadas, lodo, niebla y soldados haciendo guardia a lo lejos.

Geografía III, de 1976, ofrece la imagen de un Robinson Crusoe, viejo y cansado, parecido a los náufragos nocturnos de las ciudades: ”Nadie podría caminar / sobre aquella lumbre: / ácidos llameantes / y sangre abigarrada”, aunque, afortunadamente, un autobús lograra detenerse ante un alce que se cruzó en la carretera en medio de la noche. 

No hay biografía en sus versos –Elizabeth Bishop era muy tímida y retraída-, pero disponemos de buena parte de la correspondencia cruzada con sus amigos, por la que conocemos, incluso, detalles de su más que discreta vida amorosa.

Fotografía: Vassar College Archives & Special Collections Library, New York.

Con el proyecto de dar la vuelta al mundo, en 1951, a los 40 años, Elizabeth Bishop se alejaba de Nueva York a bordo de un carguero, intentando dejar atrás males propios o próximos; soledades, penas, alcohol, depresión, etc., que surgían también en torno a sus ataques de asma y amenazadoras enfermedades cutáneas, que le impedían el desarrollo de una vida mínimamente tranquila y libre. Todo parecía cerrarle el paso.

Durante una escala en Brasil, se vio obligada, a permanecer allí, a causa de una grave intoxicación. Después, todo se complicó, en el mejor sentido, y una visita, que iba a ser muy breve, se convirtió en una estancia de más de quince años. 

Allí conoció a Lota, una millonaria cosmopolita, muy interesada e inmersa en la vida cultural de su país. Lota, que además era arquitecta, construyó para Bishop una estancia cómoda, acristalada y plena de serenidad y luz, en la que Elizabeth podía concentrarse y escribir, sin que la rutina de la lucha diaria por la vida pudiera alejarla del silencio, solo interrumpido por el sonido del agua de un arroyo cercano. 

Lota Costallat, y la estancia diseñada por ella para Bishop.
Fotografías D. Mercado. Reuters

En Brasil creó Elizabeth Bishop buena parte de su excelente obra, y, allí recibió el premio Pulitzer en 1956

Sin embargo, aquella relación estaba destinada a terminar un día, de forma trágica, una vez que Bishop optó por abandonar aquel Brasil paradisíaco, tal vez, precisamente, cuando supo que ya todo había terminado.


Arriba: Imagen tomada en Brasil, y un dibujo - de Sérgio Bernardes-, de la casa que Bishop compartió con Lota Costallat. Fotografías D. Mercado. Reuters

En uno de sus mejores y más sorprendentes poemas, Bishop expone, de manera llamativamente sencilla, pero extraordinariamente poética, que la vida consiste en aprender a perder.

El arte de perder

El arte de perder no resulta difícil de dominar
tantas cosas contribuyen a intentarlo
que al final, una pérdida no es ningún desastre.
perder algo cada día. Aceptar perder los nervios
o las llaves, o perder el tiempo.
El arte de perder no resulta difícil de dominar.

Practica perder más y más deprisa:
lugares, nombres, el sitio a donde pensabas ir.
Nada de todo eso supone un desastre.
Yo perdí el reloj de mi madre, y ¡mira!
la última, o quizás la penúltima de mis casas, desapareció.
El arte de perder no resulta difícil de dominar.

Perdí dos ciudades encantadoras. Más aún,
algunos de mis reinos; dos ríos, un continente.
Todo lo echo de menos, pero no fue un desastre.
-Incluso te perdí a ti. (Voz alegre, gesto que amo)
No miento. Es evidente, que no resulta difícil
dominar el arte de perder. Aunque parezca,
(¡Escríbelo!) un desastre.

Lota visitó a Elizabeth en Nueva York, y allí “perdió” la vida, que quizás ya la había abandonado; no se sabe si voluntaria o involuntariamente, pero sí a causa de un exceso de remedios químicos, que le ayudaban a perderlo todo en ocasiones, excepto el sufrimiento, el único mal que ni las viejas divinidades olímpicas alcanzaban a curar.

Bishop conoció el español y aprendió a hablarlo en México, durante la II Guerra Mundial, junto a Pablo Neruda, quien, a su vez, le habló muy elogiosamente de la conmovedora “Elegía por Ramón Sijé”, de Miguel Hernández, que ella intentó traducir, al parecer, sin éxito, ya en 1970.

Tanto dolor se agrupa en mi costado
Que por doler, me duele hasta el aliento.

En 1976, Bishop confesaba que nunca se había creído capaz de enseñar a escribir, asegurando que sus poemas, empezaban “de forma misteriosa” e incluso “sorprendente”, pero que le costaba implacables esfuerzos y mucho trabajo terminarlos. Lowell hablará de los “borradores”, a los que podía dedicar diez años.



En la poesía de Bishop se advierte la influencia de Marianne Moore, a la que conoció en 1934. Moore se interesó mucho por ella, llegando a convencerla para que abandonara su proyecto de estudiar medicina en la Cornell Medical School, en la que Bishop se había matriculado. 

Marianne Moore en 1935. Fotografía de George Platt Lynes.

La amistad entre ellas duró hasta la muerte de Moore en 1972. El libro de Bishop, “At the Fishhouses”, de 1955, contiene diversas alusiones al poema de Moore, "A Grave”.

A Grave. Marianne Moore - 1887-1972 / Una tumba, de Marianne Moore 

Un hombre mira al mar, 
adoptando el punto de vista de todos cuantos tienen tanto derecho a hacerlo como tú,
está en la naturaleza humana detenerse frente a cualquier cosa,
pero no puedes hacerlo frente a esto;
el mar no tiene nada para darte excepto una tumba muy profunda.
Los abetos se alzan en procesión, cada uno con una pata de pavo verde esmeralda en la punta,
encerrados en su silueta, sin decir nada;
la represión, sin embargo, no es la característica más evidente del mar;
el mar es un coleccionista, rápido para devolver una mirada voraz.
Hay otros además de ti que tienen esa mirada 
cuya expresión ya no es de protesta; y ya no observan a los peces
porque sus huesos no perduran.

Otros hombres arrojan redes, inconscientes de estar profanando una tumba,
y se alejan remando rápido, los bordes de los remos
se mueven juntos, como patas de arañas de agua, 
como si no existiera algo como la muerte.
Ligeras olas avanzan entre ellos como una falange, hermosas bajo redes de espuma
y se desvanecen sin aliento mientras el mar crepita, entrando y saliendo de las algas;
los pájaros nadan por el aire muy deprisa, y emiten silbidos, como entonces,
el caparazón de la tortuga golpea la base de los acantilados, meciéndose bajo el agua;
y el océano, con los latidos del faro y el ruido de las boyas, 
avanza como siempre, como si no fuera ese océano, donde las cosas que caen 
están destinadas a hundirse-, 
y si dan vueltas o se enredan, es ya sin voluntad y sin consciencia.

Durante sus viajes, Bishop tuvo ocasión de conocer a fondo diversas ciudades y países, al mismo tiempo que empezó a hacer amigos en el mundo de la literatura; algunos de los cuales dejaron huella en sus poemas. Vivió, por ejemplo, en Francia, durante varios años mediada la década de los treinta, gracias, en parte, al apoyo de su amiga de la universidad, Louise Crane. 

Bishop y Louise Crane

Con Louise Crane, Bishop compró una casa en Florida, en 1938 y, viviendo allí, también hizo amistad con Pauline Pfeiffer Hemingway, que, en 1940 se había divorciado del escritor Ernest Hemingway, quien recibiría el Premio Nobel, en 1954.

Ernest y Pauline Hemingway en Paris, 1927

En 1946, Marianne Moore presentó la obra de Bishop al concurso Houghton Mifflin de poesía. Obtuvo el premio, y así salió a la venta su primer libro, North & South, publicado en una edición de mil ejemplares, que fue muy bien acogida.

Fue en 1947 cuando Randall Jarrell -escritor y crítico literario-, le presentó a Robert Lowell, quien declararía repetidamente: «los poetas que más directamente influyeron en mí [...] fueron Allen Tate, Elizabeth Bishop, y William Carlos Williams. ¡Una combinación imposible! [...] pero Bishop es una especie de puente entre el formalismo de Tate y el arte informal de Williams».

Allen Tate, Elizabeth Bishop, y William Carlos Williams

Bishop escribió el poema "Visits to St. Elizabeth's" en 1950 como recuerdo de sus visitas a Ezra Pound y el mismo año también conoció al poeta James Merrill, con el que mantuvo una buena amistad durante sus últimos años.

Randall Jarrell y James Merrill

Cuando vivió en Brasil, Bishop se interesó por la lengua y la literatura de Latinoamérica. Más adelante, traduciría a muchos poetas al inglés, entre ellos, Octavio Paz, João Cabral de Melo Neto y Carlos Drummond de Andrade, quien la sorprendió agradablemente, al besar su mano el día en que se conocieron.

No lo conocía de nada. Se suponía que él era muy tímido. Yo también soy muy tímida. Nos encontramos una vez - una noche en una acera- Habíamos salido del mismo restaurante, y besó mi mano educadamente cuando nos presentaron. 

Octavio Paz, João Cabral de Melo Neto y Carlos Drummond de Andrade

A pesar de su tendencia al desorden financiero, Bishop logró salir adelante, gracias a la sucesiva concesión de becas y premios a su obra. De hecho, el viaje que la llevó a Brasil, fue posible cuando recibió 2.500 dólares, como beca de viajes del Bryn Mawr College en 1951.

Después obtuvo el National Book Award y el National Book Critics Circle Award; dos becas de la Fundación Solomon R. Guggenheim y otra de la Ingram Merrill Foundation y, en 1976, fue, asimismo, la primera mujer que recibió el premio internacional de literatura de Neustadt.

Además, escribía habitualmente artículos para The New Yorker, entre otros, y, en 1964 publicó el obituario de la escritora Flannery O'Connor en The New York Review of Books.

Robie Macauley, Arthur Koestler y Flannery O'Connor, 
Amana Colonies, Iowa, 9 Oct. 1947
.
También dio conferencias en universidades durante muchos años; fue profesora en la University of Washington, y después en la de Harvard, durante siete años. También enseñó en la Universidad de nueva York, y en el Instituto Tecnológico de Massachusetts. 

Solía pasar los veranos en su casa de Maine, en la isla de North Haven y allí se encontraba en 1977, cuando recibió la noticia de la visita de Robert Lowell, que ella decidió postergar, no por demasiado tiempo, sin duda; el día seis de octubre próximo, se cumplirán 40 años de la partida definitiva de Elizabeth Bishop. (1979-2019). 
• • •


Robert Lowell: Cuatro Poemas y una Coda para Elizabeth Bishop. (Fragmentos).

Agua

Deseábamos que nuestras almas
pudieran volver como gaviotas
a la roca. Pero, al final,
el agua era demasiado fría para nosotros.
● ● ●

Para Elizabeth Bishop. 4
... ¿Sigues colgando tus palabras en el aire, durante diez años 
Interminables, pegadas en tu tablero de notas, con huecos
o vacíos, para la frase inimaginable-
infalible Musa, que transformas lo casual en perfecto?
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Una Coda de Elizabeth Bishop
(De una carta que E. Bishop envió a Lowell desde Brasil).

Querido, mi brújula
sigue marcando el norte
hacia casas de madera
y ojos azules.
...
La primavera se retrasa.

Pero las manzanas silvestres
maduran como rubíes
y los arándanos,
como gotas de sangre

Los cisnes logran nadar
sobre aguas heladas
tan caliente es la sangre
en sus patas palmeadas

-Hace tanto frío, que
nos iríamos a la cama, querido,
temprano, pero nunca
para mantener el calor.

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Elizabet Bishop, acuarelista

Con ocasión del centenario de su nacimiento, William Benton publicó en “The New York Review of Books”, algunas obras pictóricas de la escritora, bajo el título: “Elizabeth Bishop’s Other Art.

Elizabeth Bishop: Daisies in Paintbucket. Watercolor and gouache. 
Collection of Loren MacIver

Elizabeth Bishop: Sleeping Figure. Watercolor and gouache. 
Collection of Alice Methfessel

“La figura es, casi con certeza, Louise Crane, con quien Bishop viajó por Europa y con la que vivió en Key West.”

Elizabeth Bishop: Interior With Extension Cord. Acuarela, gouache y tinta.

La norma general de Bishop para cualquier pintura, era: si hay una mesa, pon flores sobre ella. En este caso, necesita la lámpara sobre la mesa, que justifica el dramático enfoque del cable que cruza paredes y techo de la sala blanca. Bishop lo resuelve, simplemente, abriendo la puerta del jardín para que aparezcan las flores.

Elizabeth Bishop: Sha Sha. 1937. Acuarela. Collection of Vassar College Library

Sha Sha, es un retrato temprano de su amiga Charlotte Russell, ante unos paneles de revestimiento de madera enmohecida, sobre la que destaca una simple ecuación matemática escrita en la pared: "1 + 4 = 7." Tal vez como un comentario sobre otras "inexactitudes" en la imagen, como la propia anatomía de la figura, o la silla invisible en la que se sienta; detalles con los que Bishop parece contar voluntariamente, en su percepción personal y pictórica.

Se conservan unas cuarenta pinturas de Bishop. Sus influencias fueron diversas. Le gustaban Édouard Vuillard, Jules Bissiers, Oskar Kokoshka. Paul Klee, ejerció sobre ella una notabilísima influencia. Una vez escribió a James Merrill acerca de un vuelo sobre los Andes: "Verás exactamente cómo se ven algunas de las pinturas de Klee". 

Envió a un amigo su imagen: Paisaje brasileño, que muestra una vista desde el porche trasero de Samambaia, la casa en Petrópolis, donde ella y Lota vivieron, con el comentario: "... es lo suficientemente grande como para que si te gusta alguna sección de ella puedas cortar esa parte". Es, sin duda, un ejemplo más de su famosa modestia, pero quizás también alude al uso de las cuadrículas compositivas de Klee, construidas a partir de secciones discrecionales.

Elizabeth Bishop: Brazilian Landscape. Acuarela y gouache. 

Esta pintura, más grande de lo habitual, que perteneció a su doctora, Anny Baumann, desapareció después de la muerte de esta.

En "Olivia", con ingenio visual, agrega a una iglesia en ruinas, un campanario sobre cables y "cielo".

Elizabeth Bishop: Olivia. Acuarela y gouache. Una iglesia de madera, ya vieja, en Olivia Street, Key West. Collection of Alice Methfessel

Las pinturas de Bishop tienen mucho más en común con el trabajo de la generación posterior de artistas, que encontraron en el posmodernismo de los años sesenta y setenta la posibilidad de nuevas formas de volver al arte figurativo. El extraordinario ojo de buey de Bishop, de la década de 1950, es tan similar a Celeste # 3, pintado unos veinte años después por el joven artista del Área de la Bahía, Joan Brown, que las dos obras podrían ser marcos secuenciales en una novela gráfica: Cansada de estar sentada en su departamento, una joven hace sus maletas y toma el primer barco a Río.

Izquierda: Joan Brown: Celeste # 3, 1976. Derecha: Elizabeth Bishop: Cabin With Porthole/Camarote con ojo de buey. Acuarela y gouache. 

Libros, maletas y manuscritos llevados a bordo, representan la puesta en escena, en un solo cuadro, de Las aventuras de Elizabeth Bishop.

Elizabeth Bishop dijo en cierta ocasión: "Cómo desearía haber sido pintora, debe ser realmente la mejor profesión, nada parecido a esto de jugar con las palabras".


De "Objetos y apariciones", fue una exposición de obras de Bishop en la galería Tibor de Nagy en Nueva York, que daba una idea de su vida privada como pintora. La muestra reunió una selección de las piezas relativamente desconocidas que pintó, para amigos, amantes o como regalos -nunca destinados a su exhibición pública-, junto con algunos de los objetos con los que adornaba sus residencias, en Brasil y USA.


El atractivo de esta exposición es la relación que sugiere entre la poesía de Bishop y su arte visual; ambos pueden ser aparentemente simples e inquietantes a la vez. Y, sin embargo, sin sus palabras que las acompañen o reflejen, es posible que estas pinturas no puedan sostenerse por sí solas, como creía ella misma cuando escribía menospreciándose: "No SON Arte, NO EN ABSOLUTO”. Con todo, es el sentido de los detalles domésticos e íntimos de una vida creativa lo que les da su significado especial, como el "Feliz cumpleaños" garabateado en la parte superior de "Mesa con candelabro", sin que Bishop diga a quién se refiere.

"Elizabeth Bishop: Objects and Apparitions" was on view at the Tibor de Nagy gallery in New York, until January 2012
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OBJECTS & APPARITIONS 
Octavio Paz, Translated by Elizabeth Bishop

For Joseph Cornell

Hexahedrons of wood and glass,
scarcely bigger than a shoebox,
with room in them for night and all its lights.

Monuments to every moment,
refuse of every moment, used:
cages for infinity.

Marbles, buttons, thimbles, dice,
pins, stamps, and glass beads:
tales of the time.

Memory weaves, unweaves the echoes:
in the four corners of the box
shadowless ladies play at hide-and-seek.

Fire buried in the mirror,
water sleeping in the agate:
solos of Jenny Colonne and Jenny Lind.

"One has to commit a painting," said Degas,
"the way one commits a crime." But you constructed
boxes where things hurry away from their names.

Slot machine of visions,
condensation flask for conversations,
hotel of crickets and constellations.

Minimal, incoherent fragments
the opposite of History, creator of ruins,
out of your ruins you have made creations.

Theater of the spirits:
objects putting the laws
of identity through hoops.

"Grand Hotel de la Couronne": in a vial,
the three of clubs and, very surprised,
Thumbelina in gardens of reflection.

A comb is a harp strummed by the glance
of a little girl
born dumb.

The reflector of the inner eye
scatters the spectacle:
God all alone above an extinct world.

The apparitions are manifest,
their bodies weigh less than light,
lasting as long as this phrase lasts.

Joseph Cornell: inside your boxes
my words became visible for a moment. 


OBJETOS Y APARICIONES
Octavio Paz
A Joseph Cornell

Hexaedros de madera y de vidrio
apenas más grandes que una caja de zapatos.
En ellos caben la noche y sus lámparas.

Monumentos a cada momento
hechos con los desechos de cada momento:
jaulas de infinito.

Canicas, botones, dedales, dados,
alfileres, timbres, cuentas de vidrio:
cuentos del tiempo.

Memoria teje y destejo los ecos:
en las cuatro esquinas de la caja
juegan al aleleví damas sin sombra.

El fuego enterrado en el espejo,
el agua dormida en el ágata:
solos de Jenny Lind y Jenny Colon.

"Hay que hacer un cuadro", dijo Degas,
"como se comete un crimen". Pero tú construiste
cajas donde las cosas se aligeran de sus nombres.

Slot machine de visiones,
vaso de encuentro de las reminiscencias,
hotel de grillos y de constelaciones.

Fragmentos mínimos, incoherentes:
al revés de la Historia, creadora de ruinas,
tú hiciste con tus ruinas creaciones.

Teatro de los espíritus:
los objetos juegan al aro
con las leyes de la identidad.

Grand Hotel Couronne: en una redoma
el tres de tréboles y, toda ojos,
Almendrita en los jardines de un reflejo.

Un peine es un harpa
pulsada por la mirada de una niña
muda de nacimiento.

El reflector del ojo mental
disipa et espectáculo:
dios solitario sobre un mundo extinto.

Las apariciones son patentes.
Sus cuerpos pesan menos que la luz.
Duran lo que dura esta frase.


Joseph Cornell: en el interior de tus cajas
mis palabras se volvieron visibles un instante.


● • •
Las “Cajas” de Joseph Cornell.
Pintor y escultor estadounidense. 24.12.1903 – 29.12.1972. 





Joseph Cornell: Sin título, 1946, 1952 y 1948 (Búho y dos niños Médici)
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