jueves, 6 de febrero de 2020

Galdós ●Trafalgar ● La misteriosa muerte del Almirante Villeneuve


Resumen de lo ocurrido: Los planes de Napoleón

Napoleón concibió el proyecto de invadir Gran Bretaña; una aventura que dependía fundamentalmente, de la colaboración del almirante Villeneuve.

En 1804, ordenó al vicealmirante con base en Toulon, que rompiera el bloqueo británico, distrajera a la flota inglesa y acudiera después en apoyo de la invasión. Para ello, Villeneuve tenía que navegar, en primer lugar, desde Brest a las Indias Occidentales, donde se había acordado su encuentro con la flota española; atacar las posesiones británicas en el Caribe para atraer a los ingleses en su defensa; volver a cruzar el Atlántico; atacar a las patrullas inglesas del Canal de la Mancha, y escoltar, acto seguido, a la napoleónica Armée d'Angleterre, desde Boulogne, hasta su desembarco en las Islas Británicas.

Villeneuve abandonó Toulon el 29 de marzo de 1805 con once navíos de línea; burló, efectivamente, el bloqueo de Nelson; atravesó el estrecho de Gibraltar el 8 de abril y cruzó el Atlántico perseguido por la flota del inglés, que se vio retenida por vientos contrarios. 

Una vez en las Indias Occidentales, Villeneuve pasó un mes en Martinica, esperando la llegada de la flota del almirante Ganteaume, atracada en Brest, que no llegaba. Los oficiales de Villeneuve insistían en que iniciara en solitario el ataque a las posesiones británicas del Caribe, pero, al parecer, aquello no entraba en sus planes. El 11 de junio, al saber que Nelson ya había llegado a Antigua, navegó hacia Europa. Nelson salió tras él.

El 22 de julio, con veinte navíos de línea y siete fragatas, Villeneuve se enfrentó a la flota inglesa en la batalla del Cabo Finisterre, y, poco después, el 1º de agosto ancló en La Coruña, donde recibió órdenes de Napoleón, para que se dirigiera de inmediato a Boulogne y Brest, tal como estaba previsto. 

Pero Villeneuve decidió poner rumbo a Cádiz, frustrando así la invasión de Inglaterra, que Napoleón no podía llevar a cabo sin su concurso. ¿Por qué?

La Batalla de Trafalgar

La flota franco-española, mandada por Nelson, quedó bloqueada en Cádiz por la de Nelson.

En septiembre, Napoleón ordenó a Villeneuve que se dirigiera a Nápoles para intentar de nuevo distraer a los buques ingleses, pero Villeneuve, inconcebiblemente, volvió a desobedecer. ¿Por qué?

A mediados de octubre, cuando el almirante supo que Napoleón se proponía sustituirle y llamarlo a París para rendir cuentas por su repetida insubordinación, el 18 de octubre, antes de que llegara el sustituto, salió de Cádiz con la flota combinada, entonces formada por 34 buques, y se encontró frente a frente con la de Nelson, cerca del cabo de Trafalgar.

El día 21 de octubre de 1805, se produjo el mayor combate naval de la historia: la batalla de Trafalgar, en el que la flota franco-española fue definitiva y abrumadoramente derrotada por la Armada Real británica. Villeneuve y su buque insignia, el Bucentaure, fueron capturados, junto con otros muchos buques españoles y franceses. 

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Un almirante desesperado

El 15 de abril de 1806, el almirante Pierre-Charles Villeneuve volvía de Inglaterra, donde acababa de pasar casi seis meses, prisionero de los ingleses, como hemos visto, desde en encuentro de Trafalgar. Liberado bajo palabra, desembarcó en Morlaix, y se dirigió a Rennes, donde se alojó, el día 17, en el Hotel de la Patrie, en el número 21 de la rue des Foulons, dirigido por un tal Déan.

Se alojó en la primera planta, habitación número 5, junto a un gabinete, cuyo acceso estaba cerrado por una puerta con un simple pestillo.

El Almirante iba acompañado por el doctor Perron y un criado, Jean-Baptiste Bacqué. El médico abandonó pronto Rennes, el 21 o el 22 de abril-, tomando la diligencia de París y el almirante se quedó sólo con su criado.

Apenas se le vio por las calles de Rennes, pues no tenía humor para frecuentar los paseos o los lugares públicos, ni para participar en conversaciones. Parecía hundido en una oscura melancolía, dijo después un testigo.

El emperador había contado con él para cortar el paso a los ingleses, impidiéndoles el acceso a la Mancha y permitirle así efectuar un desembarco en Inglaterra, que preparaba hacía meses desde las costas del norte de Francia. 

Como sabemos, había concebido un plan, cuando menos, aventurado, mediante el cual, algunas escuadras francesas debían alejar a los ingleses de sus bases, hacia las Indias, y una vez hecho esto, volver a Francia a toda vela. Pero los ingleses, aunque salieron tras ellos, no se dejaron engañar del todo y se mantuvieron a popa de las naves francesas, cuando estas emprendieron el retorno.

A finales de julio, Villeneuve tuvo un enfrentamiento con ellos cuando se dirigía a Ferrol.
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Fouché

Joseph Fouché. Francia, 1759-Trieste, 1820. Ejerció un enorme poder policial durante la Revolución y el Imperio, sirviéndose del espionaje –práctica en la que fue un adelantado-, dirigiendo el Ministerio de Policía, que posteriormente sería el Ministerio de Interior. 
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Campo de Boulogne, 9 de agosto de 1805
Napoleón a Fouché.

El 3 de termidor, [21 Julio] a treinta leguas del Ferrol, ha habido un combate entre el almirante Villeneuve y una escuadra inglesa compuesta por 14 naves; tres de ellas, de tres puentes. Hubiera concluido a nuestro favor y de forma gloriosa, si dos naves españolas de tres puentes no se hubieran perdido. Se teme que estén a la deriva, o hayan sido capturadas o hundidas. Haga correr la noticia de que hemos resultado vencedores.

Villeneuve ha cumplido su cometido: interceptarlos. La escuadra inglesa inició la persecución y rechazó tres días el combate. La ventaja de tres naves de tres puentes contra una escuadra que no se le podía comparar, con ocho naves más, y todos acostumbrados al mar y perfectamente adiestrados. En fin, la escuadra francesa sufrió poco, está totalmente reparada y en estado de volver a combatir.

Como todo esto será bastante desagradable para los españoles, haga el elogio de Gravina y explique mil conjeturas sobre la suerte de los españoles, que no se sabe con certeza si han sido hechos prisioneros, aunque, particularmente, pienso que sí.

La escuadra, por otra parte, ha causado al enemigo pérdidas por valor de unos veinte millones; tres navíos ingleses han sido desarbolados con certeza y uno ha sido hundido.

En Boulogne, sin embargo, Napoleón empezaba a impacientarse.

Campo de Boulogne, 10 de agosto de 1805
Al Vicealmirante Decrès

Le ministre Decrès

Monsieur Decrès, le envío una carta que he recibido de La Haya; verá por ella que además del Windsor Castle, el Malta también se ha visto obligado a volver a los puertos de Inglaterra, y, como sabemos que nuestras escuadras están preparadas, si Villeneuve tiene un nuevo encuentro con Calder, no encontrará más que doce navíos.

Parece que el 12 termidor [30 de Junio], todavía no había llegado al Ferrol. Envíele hoy mismo un correo extraordinario al Ferrol; infórmele de estas noticias de Londres y dígale que espero que haya continuado con su misión, y que sería demasiado deshonroso para las escuadras imperiales, que una refriega de tres horas y un encuentro con 14 naves, echaran a perder tan grandes proyectos; que la escuadra enemiga está debilitada con dos navíos menos, y que, de acuerdo con su propia confesión, parece que ha sufrido muchos daños. Escriba también al Príncipe de la Paz [Godoy] para informarle de que he sabido, con disgusto, de la pérdida de dos naves españolas; que parece que la escuadra inglesa ha sido muy dañada en la acción; que dos naves enemigas han llegado en malas condiciones a Plymouth; que no hay que desanimarse y persistir con fortaleza en los proyectos; que yo cuento con la firme resolución del rey de España, y que él dará las órdenes para que la escuadra del Ferrol, unida a las mías, continúen con la actividad a la que estaban destinadas.

Le envío también una nota sobre los bosques de Córcega; es un objetivo demasiado importante. Creo que sería preciso, lo primero, pagar lo que se debe y pedir un informe a Toulon. Deseo mucho animar esta explotación. 

Villeneuve había entrado finalmente en El Ferrol

Campo de Boulogne, 11 de agosto de 1805
A M. Schimmelpenninck (Batavia)

(…) Acabo de recibir un correo del Ferrol; mi escuadra ha entrado allí. Ha encontrado, efectivamente, a la escuadra del Almirante Calder y le ha dado caza. El viento era muy frío del oeste, lo que ha impedido a la escuadra del Ferrol salir; las fanfarronadas de los ingleses terminarán pronto, y de nuevo la escuadra inglesa será abatida, pues ha emprendido tres persecuciones, pero el almirante Villeneuve ha cumplido su misión. Así pues, ahora mismo, tengo en El Ferrol 35 naves reunidas. Estos detalles solo son para usted.

Sin embargo, dos de las naves españolas se habían perdido; algo que no había complacido mucho al emperador.

Camp de Boulogne, 11 agosto 1805
Al vicealmirante Decrès

Monsieur Decrès, (…) 
sabrá que las escuadras han anclado en la Coruña (…) que Villeneuve, que, por otra parte, tiene talento, pierde demasiado tiempo en decidirse, pues si hubiera hecho la maniobra que se le dijo, habría salvado los navíos españoles, tomado los navíos franceses desarbolados, y el éxito habría sido completo; y [que cette bête de Gravina] que ese tonto de Gravina por el contrario tiene genio y decisión en el combate. Si Villeneuve tuviera sus cualidades, el asunto habría salido lo más brillante posible (…)

Muy pronto empezó a cambiar el tono, pues Villeneuve no se decidía a salir del Ferrol.

Camp de Boulogne, 13 agosto de 1805
Au vicealmirante Decrès

Monsieur Decrès, envíe un correo extraordinario al Ferrol. Informe al almirante Villeneuve del disgusto que me causa que pierda un tiempo tan importante (…) que espero que en cuanto los vientos le permitan salir, lo haga, y que maniobre para reunirse con Allemand, ya sea en uno o en otro de los puntos de cita (…) Villeneuve debe saber que según mis cálculos, deseo que ataque cada vez que sea superior en número (…) que ahorre al pabellón la vergüenza de estar bloqueado en El Ferrol por una escuadra inferior. Los marineros son valientes, los capitanes, animosos, las guarniciones numerosas, no hay que dejarse caer en la inactividad y el desánimo (…)

Napoleón reiteraba sus quejas sobre las operaciones de Martinica:

Camp de Boulogne, 13 août 1805
Al viceamirante Decrès

(…) mis islas de La Martinica y La Guadalupe han estado muy comprometidas durante un tiempo. Todo esto es consecuencia del miedo que ha tenido Villeneuve. (...) Todo esto prueba que es un pobre hombre, que ve doble y que tiene más percepción que carácter (...).

Pero le daba igual “calor que frío”, porque seguía creyendo en su proyecto:

Camp de Boulogne, 13 août 1805
Au vice-amiral Villeneuve

Monsieur le Vice-Amiral Villeneuve, he visto con placer, que en el combate del 3 thermidor [21 de Julio], algunas de mis naves se comportaron con la bravura que yo podía esperar. Me consta que está satisfecho de la gran maniobra que realizó al comienzo de la acción y que desbarató los proyectos del enemigo. Hubiera querido que hubiera empleado más fragatas en socorrer a los navíos españoles, que siendo los que primero se comprometieron, lo necesitaban más. También habría querido que, al día siguiente de estos sucesos, no hubiera dado tiempo al enemigo para poner en seguro sus navíos, Windsor-Castle y Malta, que habiendo sido desaparejados, navegaban de forma embarazosa y pesada. Todo esto hubiera dado a nuestras armas el brillo de una gran victoria. Pero la lentitud de la maniobra, dio tiempo a que los ingleses los llevaran a sus puertos. 

Pero estoy decidido a pensar que la victoria sigue siendo para nuestras armas, puesto que ha entrado en La Coruña. Espero que este despacho no le encuentre allí y que haya pospuesto el avance para unirse con el capitán Allemand; barrido todo lo que se encuentre en el camino, y llegado a la Mancha, donde le esperamos con ansiedad. Si no lo ha hecho, hágalo; marche valerosamente contra el enemigo. El orden de batalla que me parece preferible, es mezclar las naves españolas con las francesas y poner, junto a cada nave española, dos fragatas, para socorrerlas en el combate, y utilizar el gran número de fragatas de que dispone. Puede aún aumentarlas por medio de la Guerrière y de la Revanche, empleando los tripulantes del Atlas, sin que, no obstante, ello retrase las operaciones (...).

Si dispone de tres días, no necesita más que veinticuatro horas y su misión se habrá completado. Avise por correo extraordinario al Almirante Ganteaume de su salida. En fin, nunca, para mejor finalidad, una escuadra habrá corrido algunos azares, y jamás mis soldados de tierra y de mar habrán vertido su sangre por una finalidad más grande y más noble. Por el gran objetivo de favorecer el declive de esa potencia que desde hace seis siglos oprime a Francia, podríamos morir todos sin lamentar la vida. Tales son los sentimientos que deben animarle y que deben animar a todos mis soldados (...).

Camp de Boulogne, 14 août 1805
Au vice-amiral Decrès

(…) Supongo que mi despacho al almirante Villeneuve salió en el correo de esta mañana. Le repito lo que ya le dije; no comprendo que 30 naves francesas estén bloqueadas en El Ferrol por menos de 24 inglesas y que Villeneuve, con la escuadra combinada se encuentre bloqueado por menos de 29 navíos ingleses. 

Camp de Boulogne, 15 août 1805
Au vice-amiral Decrès

(…) Es imposible haber maniobrado peor de lo que Villeneuve lo ha hecho; él es el responsable de los enfermos del Alqésras y el Achille, y de la falta de agua potable que han sufrido, por el número de hombres que mantiene. Ha debilitado mis colonias cuanto es posible, y finalmente, con 30 navíos, no tiene sentido salir al rescate de 5 que sabe que están en esos parajes, sino barrer la escuadra inglesa; (…) Creo que era muy sencillo que Villeneuve fuera a cruzar con sus naves ante El Ferrol. Hubiera valido la pena hacer algunos movimientos para salvar una escuadra tan importante. De hacerlo así, enviando dos fragatas, se hubiera reunido con ellos en pocos días.

Camp de Boulogne, 22 août 1805
Au vice-amiral Decrès

(…) Creo que Villeneuve no tiene el carácter necesario para comandar una fragata. Es un hombre sin resolución y sin valor moral. Dos naves españolas se han abordado; algunos hombres han caído enfermos a bordo; añada a esto la contrariedad de dos días de vientos, el enemigo que le observa; rumores de que Nelson se ha reunido con Calder… y sus proyectos han cambiado, cuando, aisladamente, esos eventos, unos tras otros, no son nada.

Y lo menos pertinente, es que, en una expedición así compuesta, no dé ningún detalle; no dice lo que va a hacer, lo que no va a hacer… Es un hombre que no tiene ninguna experiencia de guerra y que no sabe hacerla (…)

Camp de Boulogne, 22 août 1805
Au vice-amiral Villeneuve

Señor Vice Almirante Villeneuve, espero que esté en Brest, no pierda un momento, y, con mis escuadras reunidas, entre en el Canal de la Mancha. Inglaterra es nuestra. Todos estamos preparados y embarcados. En veinticuatro horas, todo habrá terminado.


Una vez que Napoleón comprendió que, sin protección naval, su proyecto de desembarco en Inglaterra no llegaría a buen fin, volvió la mirada hacia el centro de Europa. El 3 de septiembre abandonó Boulogne y los días siguientes estuvo furibundo.

Napoleón y su ejército en Boulogne, 1804 (15 de agosto). 

La Malmaison, 4 septembre 1805
Au vice-amiral Decrès

Mr. Decrès, le devuelvo sus cartas. El Almirante Villenuve acaba de colmar la medida; al salir de Vigo, da al capitán Allemand la orden de ir a Brest, y le escribe que su intención es ir a Cádiz. Esto es una verdadera traición (…) Ya no tiene nombre. Hágame un informe de toda la expedición. Villeneuve es un miserable al que hay que expulsar ignominiosamente. Sin planes, sin valentía, sin interés general, lo sacrificaría todo por salvar su piel (…) Nada es comparable con su ineptitud. Deseo un informe de todas sus operaciones. 

1º. Le entró un terror pánico y no desembarcó en Martinica y Guadalupe el 67º y las tropas que el almirante Magon llevaba a bordo. 
2º. Ha puesto en peligro mis colonias devolviendo solo 1.200 hombres de la élite de la guarnición en cuatro fragatas. 
3º. Se comportó cobardemente en el combate del 3, al no volver a atacar a una escuadra desgastada, que remolcaba dos naves. 
4º. Llegado al Ferrol, dejó el mar al almirante Calder, cuando él esperaba una escuadra, y no cruzó ante Ferrol hasta que llegó la escuadra. 
5º. Sabía que la escuadra veía las naves enemigas llevar la fragata Didon a remolque, y no dio alcance a las naves para recuperarla. 
6º. Se fue el día 26 y, en lugar de venir a Brest, se dirigió a Cádiz, violando así sus instrucciones. 
Finalmente, supo que la escuadra del capitán Allemand debía llegar el 25 Thermidor [7de julio] a Vigo a recibir órdenes, y el 26 aparejó del Ferrol, sin dar órdenes nuevas a la escuadra, habiéndole enviado a Ferrol instrucciones en contrario, puesto que se le ordenaba dirigirse a Brest, mientras que él, Villeneuve, se fue a Cádiz.

Saint-Cloud, 6 septembre 1805
Au vice-amiral Decrès

Monsieur Decrès, le devuelvo sus despachos. Imagino que está tan indignado como yo por la infame conducta de Villeneuve. En cuanto a mí, estoy tan confundido que no puedo concebir cómo ha sido lo bastante cobarde, como para exponer así la escuadra del capitán Allemand. No puedo ver ello otra razón que la falta de valor que le impidió ir a Brest, le hizo pensar que no debía reunirse con la escuadra de Rochefort, porque habría sido más culpable.

Pero de camino a Austerlitz, había dado la orden a Villeneuve:

…de operar una diversión poderosa, dirigiendo al Mediterráneo nuestras fuerzas navales reunidas en el puerto de Cádiz, combinadas con las de Su Católica Majestad, [Carlos IV de España] le hacemos saber que nuestra intención es que, en cuanto reciba la presente, aproveche la primera ocasión favorable para hacer aparejar la armada combinada y se dirija a ese mar. 

Lo que confirmaba al ministro.

Saint-Cloud, 15 septembre 1805
Au vice-amiral Decrès

Monsieur Decrès, le envío sus despachos; parece, por su contenido, que, desde hace quince días, le reunión con la escuadra de Cartagena, no se ha llevado a cabo; que el almirante Villeneuve la considera peligrosa, y que está prácticamente bloqueado por once naves de guerra inglesas. Yo deseaba que mi escuadra saliera, se dirigiera a Napoles y desembarcara en un punto cualquiera, las tropas que llevaba a bordo, para reunirse con la escuadra de general Saint-Cyr (…) 

La existencia de una escuadra tan considerable en Toulon tendrá resultados incalculables, creando una poderosa diversión. Es el partido más útil que podría sacar de esa escuadra en estas circunstancias. Estimo, pues, que hay que hacer dos cosas: 1º. mandar un correo extraordinario al almirante Villeneuve, para ordenarle que realice esta maniobra; 2º. como su excesiva pusilanimidad le impedirá emprenderla, enviad, para remplazarle, al almirante Rosily, quien llevará estas cartas que ordenarán al almirante Villeneuve que vuelva a Francia para dar cuenta de su conducta. Si el almirante Rosily encuentra la escuadra, tomará el mando; si no la encuentra ya (el caso no es previsible) debe volver a Toulon para tomar el mando a su vuelta. La sangre fría con la que Villeneuve habla de la escuadra de Allemand, es llamativa.

Decrés transmitió las órdenes de su jefe, añadiendo, con cierta perfidia: Cualesquiera que sean los reproches que Su Majestad me ha ordenado hacerle, (…) su benevolencia y su gracia sólo esperan una primera acción brillante que demuestre vuestro valor.

Villeneuve, pues, se veía ya remplazado por aquel Rosily-Mesros, 15 años mayor que él, que se había hecho un nombre en la época de Suffren en las Indias, pero que, por entonces, se ocupaba más de hidrografía que de guerras marítimas. Pero Decrés no había informado de su nombramiento.

Pero ser derrotado en Trafalgar no era la mejor forma de hacerse célebre. En su cámara, el almirante meditaba y afrontaba con angustia el desarrollo de los acontecimientos. A los 43 años, tenía razones para temer que su carrera terminara para siempre. Pero no era solamente eso: temía, por encima de todo, que su honor hubiera quedado cubierto de infamia, pues aquella derrota de Trafalgar, sabía que era de las que no se perdonan: el 21 de octubre de 1805, día en que las 27 naves y los 2,368 cañones de Nelson, habían aplastado los 18 navíos franceses, los 15 españoles y las 1.780 piezas de artillería de la flota imperial. Napoleón vio desaparecer así sus esperanzas de dominar Inglaterra.

«Inglaterra espera que cada hombre cumpla con su deber», había proclamado Nelson aquel día por la mañana, con una lacónica sencillez muy británica. Napoleón, esperaba lo mismo de sus marinos. Pero al caer la noche, apenas quedaba nada de sus escuadras. Villeneuve era prisionero a bordo de un buque inglés, y era llevado a una reserva de Reading, una de las residencias forzosas asignadas a los oficiales prisioneros, donde podían vivir en una libertad relativa, aunque no estaban libres de recibir ciertas humillaciones, ni, sobre todo, de las manifestaciones de odio de la población.

En Reading fue alojado en la misma casa que sus primeros oficiales y compartía la mesa con ellos, pero estaba siempre sombrío y pensativo, y solo manifestaba breves accesos de alegría cuando los periódicos anunciaban una victoria francesa.

Desde octubre de 1805 hasta abril de 1806, los días resultaron muy largos y tristes para el almirante, hasta que, finalmente, sonó la hora de la liberación; pero su vuelta a Francia no llevó la paz a su espíritu. El drama de la derrota y sus inquietudes, le habían hecho enfermar y necesitó atención de un médico. Sabía que le esperaba una prueba más temible que las balas inglesas; tenía que rendir cuentas; comparecer ante el emperador y, sin duda, ante un Consejo de Guerra.

Sabía que Napoleón había escrito al día siguiente del desastre:

La marina francesa sólo necesita un hombre de carácter y con valor, frialdad y audacia. Este hombre aparecerá, quizás, un día, y entonces, se verá de los que son capaces nuestros marinos.

Mientras esperaba la ida a París, Villeneuve escribió al ministro de marina, el almirante Decrés.

Estoy profundamente afectado por la enormidad de mi desgracia y por todas las responsabilidades que este terrible desastre implica. Mi mayor deseo es poder, lo antes posible, llevar a los pies de Su Majestad, o bien la justificación de mi conducta, o a mí mismo, como víctima que debe ser sacrificada, no en nombre de la bandera que, me atrevo a decirlo, permanece sin tacha, sino por los que han muerto por mi imprudencia, mi falta de clarividencia, o incluso las infracciones en algunas de mis órdenes.

Decrès había sido, y, sin duda, todavía, era su amigo y Villeneuve estaba seguro de que le contestaría. Efectivamente, el ministro le escribió el día 17:

Todavía no he podido recibir órdenes se Su Majestad en lo que le concierne. Pero por mucho retraso que pueda haber, le aseguro que no creo en absoluto, que deba presumir intenciones desfavorables de Su Majestad.

Entonces, ¡no estaba todo perdido!

El “suicidio”.

El 22 de abril, Villeneuve cenó, como de costumbre, en su habitación. Bacqué, su doméstico, le pidió permiso para ir a dar un paseo; naturalmente, Villeneuve, se lo concedió.

Hacia las cinco, al volver al hotel, el doméstico llamó a la puerta de la habitación, pero nadie contestó. ¿Quizás el almirante había salido? Becqué volvió un poco más tarde; llamó de nuevo, pero tampoco hubo respuesta.

Cuando cayó la noche, el doméstico empezó a preocuparse por tan prolongado silencio, tanto más angustioso, cuanto que se había informado, y nadie había visto salir al almirante. Entonces decidió avisar al hotelero y ambos subieron a la planta, a la luz de una vela. Llamaron una vez más, en vano. Examinaron de cerca la cerradura, y vieron que la llave estaba puesta por dentro. El almirante pues, se habría encerrado y después se había puesto enfermo, lo que explicaría su silencio. No obstante, no se atrevieron a derribar la puerta por su cuenta y decidieron alertar a la policía, que envió dos comisarios; Alexandre Bacon y Noël Bart, que llegaron inmediatamente, acompañados por un cerrajero.

Llamaron a la puerta una vez más, sin obtener respuesta, después de lo cual, los policías decidieron forzar la cerradura.

La habitación estaba vacía y la cama hecha.
En la mesa había algunos papeles y dos portafolios de cuero rojo. Todo de forma muy visible.
Uno de los comisarios empujó la puerta del cuarto de baño.

¡La trágica sorpresa estaba allí!

Villeneuve yacía sobre la espalda, con los brazos extendidos sobre los azulejos. Llevaba un pantalón de paño azul y botas, las mismas con las cuales tantas veces había recorrido el puente de su nave-almirante, el Bucentaure. Tenía el torso prácticamente desnudo hasta la cintura, con un chaleco de franela, empapado de sangre en la parte delantera.

El pecho estaba cubierto de sangre y un cuchillo de mango negro –un cuchillo de mesa-, aparecía clavado en el lado izquierdo de su pecho, hasta el puño.

Mudos de estupor, los cinco hombres contemplaron un momento aquel siniestro espectáculo, pero inmediatamente, los dos comisarios se dieron cuenta de que la muerte de aquel ilustre personaje, no era de las que podían pasar desapercibidas.

Llamado a toda prisa, un cirujano examinó el cadáver; las piernas y los muslos estaban ya rígidos y el cuerpo estaba frío. La muerte, pues, se había producido varias horas antes. Como ya pasaba de la medianoche, se postergó la autopsia para el día siguiente.

El asunto Villeneuve no había hecho más que empezar.

¿Crimen o suicidio?

Muy pronto, dado que la habitación había aparecido cerrada, igual que las ventanas, se dio preferencia a la versión del suicidio. Por otra parte, había otra “prueba”; la carta que sigue; la última que Villeneuve había escrito a su esposa, “nacida, Dantoine”, a Valensole, en Basses Alpes.

Mi tierna amiga,

¿Cómo recibirás este golpe? Desgraciadamente lloro más por ti que por mí. Se acabó; he llegado a un punto en el que la vida es un oprobio y la muerte un deber.

Aquí solo, abatido por el anatema del Emperador, rechazado por su ministro, que fue mi amigo; cargado por la inmensa responsabilidad del desastre que se me ha atribuido y, al cual me ha arrastrado la fatalidad, debo morir.

Sé que no podrás tener ningún sentimiento de elogio por mi acción. Te pido perdón por ello, mil veces perdón, pero es necesario y me siento arrastrado por la más violenta desesperación. 

Vive tranquila, consuélate con los tiernos sentimientos religiosos que te animan; mi esperanza es que encuentres el descanso que a mí se me ha negado.

Adiós, adiós: consuela las lágrimas de mi familia y de todos aquellos por los que puedo ser querido. Quería terminar, no puedo.

Qué alegría no tener hijos que reciban mi horrible herencia, ni que carguen con el peso de mi nombre. Yo no había nacido para correr esta suerte; no la he buscado, ha ocurrido a mi pesar.

Adiós, adiós.
Villeneuve.

Junto a la carta encontraron tres paquetes con dinero destinado a los sirvientes.

El ministro de la policía envió una carta al de la Marina, explicándole:

Creo que sería aconsejable obtener de la Sra, Villeneuve, o bien esta carta, o bien una copia autentificada, a fin de poder, si es necesario, acallar los rumores que podrían intentar expandir sobre la clase de muerte de este antiguo general.

Porque, efectivamente, circularon rumores: ¿crimen o suicidio?

Saint-Cloud, 26 avril 1806
Au vice-amiral Decrès

Monsieur Decrès, ceo que debería pedir un informe al médico del almirante Villeneuve para enviar a los periódicos el lunes, y, si es posible, incluso, mañana, a fin de impedir que instrucciones falsas se apoderen del asunto. Haga imprimir las dos cartas que le envió y las que él le escribió en respuesta; el informe del médico y el del mariscal Moncey, donde dice cómo le encontraron muerto. Es inútil hablar de la carta a su mujer.
Napoleón.

[¿Por qué consideraría Napoleón "inútil" dar a conocer una carta que, aparentemente, constituiría la mejor evidencia del suicidio?]

La investigación oficial, concluyó: suicidio.

Asesinato; proclamó de inmediato el rumor público. 

Villeneuve muerto se convertía en un instrumento para los enemigos del Usurpador.

La ejecución del duque de Enghien, en los fosos de Vincennes, había sido un torpe error y constituía una mancha de sangre indeleble e inútil, de modo que un asesinato más discreto, fuera de los ritos judiciales, suponía un procedimiento tan radical como el pelotón de ejecución, pero menos comprometedor, si sabía ser presentado con una buena puesta en escena.
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“La muerte del Duque de Enghien” (1872). Jean-Paul Laurens (1838-1921).
Museo de Bellas Artes de Alençon.

Luis Antonio Enrique de Borbón-Condé, duque de Enghien. Chantilly, 2 de agosto de 1772 – Vincennes, 21 de marzo de 1804. Hijo único de Luis Enrique, duque de Borbón y príncipe de Condé, y último descendiente de la rama de Condé de la Casa de Borbón.

Informado de rumores sobre un complot realista para asesinarlo, dirigido por el mariscal Georges Cadoudal -que negó la participación de Enghien-, y el ex general Jean-Charles Pichegru, y convencido de que el joven Enghien formaba parte de éste, Napoleón I dispuso su captura. Fue arrestado la noche del 15 al 16 de marzo de 1804, junto con otras personas por las tropas republicanas dirigidas por Armand de Caulaincourt. Fue llevado primero a Estrasburgo y después encerrado en el Castillo de Vincennes. Sometido a un consejo de guerra compuesto por siete coroneles y por el General Hilin, que lo presidía, fue condenado a muerte, sin pruebas. En vano Enghien negó su culpabilidad. Fue fusilado el 21 de marzo y su cuerpo arrojado a una fosa a los pies del Pabellón de la Reina. El cínico Fouché declaró: “Peor que un crimen; fue un error”.
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Naturalmente, algunos dijeron que sin duda estaba detrás “la mano de Inglaterra”, como se decía entonces, ya que a Inglaterra no le desagradaría nada que sirviera para desacreditar al terrible enemigo, Napoleón, a los ojos de los franceses.

Con todo, incluso los que aceptaron la tesis del suicidio comentaban detalles fantasiosos: Unos decían que Villeneuve, intentando evitar el Consejo de guerra, se había volado la cabeza. 

Fundándose en las Memorias de O’Meara, el médico británico que atendió a Napoleón en Santa Elena, otros dijeron que se suicidó clavándose en el pecho un largo estilete que le llegó al corazón, -teniendo en cuenta que el autor decía hablar por boca del Emperador-.

Un libelo titulado: Histoire secrète du cabinet de Saint-Cloud, firmado por Lewis Goldsmith, contaba que Villeneuve había sido asesinado por cuatro mamelucos ¡”disfrazados de gendarmes, por orden de Napoleón”!

Un curioso personaje

En 1826, entraba en escena un curioso personaje, con la publicación de las Mémoires de Robert Guillemard, sergent en retraite, suivis de documents historiques, la plupart inédits, de 1805 à 1823 dedicadas a los suboficiales del ejército francés, que tuvieron un enorme éxito, saliendo, incluso, una segunda edición el año siguiente. El autor, que había sido hecho prisionero en Trafalgar, al mismo tiempo que el almirante, y que, según decía, había vuelto con él a Francia, narra la muerte de Villeneuve, como sigue:

El aire de la tierra francesa pareció dar al espíritu del almirante una serenidad que nunca le había visto desde que le acompañaba. Se proponía permanecer unos días en Rennes para descansar antes de viajar a París, donde yo debía acompañarle. Salía poco, reflexionaba mucho y yo apenas le dejaba solo. Recibía a muy pocas personas. Los preparativos de nuestro viaje ya estaban dispuestos y el equipaje ordenado en una silla de posta que el almirante había adquirido. El día siguiente, al amanecer, debía efectuarse nuestra partida.

La tarde del último día, llegaron al hotel cuatro individuos con grandes mostachos y ropa de burgués, muy limpia, a la que no parecían estar acostumbrados.

Su acento y su color cobrizo, hicieron pensar a Guillemard que, evidentemente, no eran franceses. Hicieron mil y una preguntas sobre el almirante, sus costumbres y su viaje. Guillemard, considerando que la curiosidad respecto a un hombre tan célebre era completamente natural, les informó de todo, sin mala intención y con franqueza.

Pero, he aquí, que aparece un quinto personaje.
Era un francés; al menos, una pronunciación muy acentuada, indicaba que procedía de nuestras provincias meridionales; incluso creí reconocer a Rouergue. Podría tener entonces cuarenta y cinco años; bajito, brusco, con el pelo blanco muy empolvado, y unos pelillos reunidos en una pequeña y puntiaguda coleta; rasgos viles; una mirada penetrante y aguda, y un color que denunciaba al hábito de bebedor y piernas flacas; tal era aquel hombre.

En un momento dado, también interrogó a Guillemard. El tono de su voz y el respeto que le tenían los otros cuatro individuos, revelaban que era el jefe. A las diez, el almirante fue a acostarse. Guillemard le ayudó a desvestirse y después subió a su habitación, que estaba en la planta superior, se metió en la cama y se durmió. En cuanto a Pieur o Pierre, se alojó en la posta de los caballos, donde esperaba el coche.

Me desperté sobresaltado por un gran ruido que me pareció que procedía de la habitación del almirante. Redobló; voces confusas se mezclaban, y de repente, gritos de dolor, que ya no me dejaron dudas.

Salté de la cama y, parándome solamente a coger una luz y un sable que el almirante me había comprado al llegar a Morlaix, bajé en un instante los escalones que me separaban de la planta en la que estaba su habitación, y oí muy claramente los pasos precipitados de varias personas.

Corrí más, y todavía vi al último individuo con el que había hablado la víspera, deslizarse hacia la planta baja. Luego recordé que no había ningún cambio en su ropa, y que, sin duda, no se había desnudado desde entonces. Algo me decía que le persiguiera, pero la primera intención me llevó a la habitación del almirante, de la que encontré la puerta abierta.

Di unos pasos más y vi al infortunado, al que las balas de Trafalgar habían respetado, tumbado, pálido y sangrante sobre la cama, cuya ropa aparecía tirada por el suelo. Palpitante y lívido, aun se debatía contra los dolores de sus últimos momentos. Me reconoció; en vano quiso incorporarse y se esforzó por decir algunas palabras, sin ilación e interrumpidas, de las que solo pude entender algo como, ”comisario”, o “secretario”, y rindió el último suspiro, antes de que yo pudiera pensar en prestarle el menor socorro.

Cinco heridas profundas perforaban su pecho, pero no había ningún hierro ni armas cerca de él. Llamé, grité con todas mis fuerzas. En un instante, los dueños del hotel y los viajeros que lo ocupaban, llenaban la habitación, con una agitación extrema y una sola idea, la de que el almirante había sido víctima de un asesinato.

Más adelante, Guillemard fue convocado por el emperador, ante el que hizo, en presencia de Decrés, el relato del acontecimiento. Se abrió una encuesta que nunca se llevó a cabo.

Añade Guillemard:

Tres o cuatro días después de este interrogatorio, encontré en el paseo al individuo de Rennes. Llevaba un uniforme azul celeste con cuello rojo y bordados de plata. Pasó a mi lado sin aparentar reconocerme.

Era, pues, de un oficial de marina, quien había asesinado al almirante Villeneuve, en el que, de acuerdo con la descripción de Guillemard, podría reconocerse al capitán de navío Magendie.

Retrato de un sospechoso

Originario de Burdeos, homónimo y, sin duda, pariente del médico bordelés François Magendie (1783-1855), Jean-Jacques Magendie, Oficial de la Legión de Honor, Caballero de San Luis, condecorado con la Flor de Lis, Magendie había mandado en Trafalgar el Bucentaure, enarbolando el pabellón del almirante Villeneuve. Estuvo, pues, bajo sus órdenes directas, antes, durante y después de la batalla y fue su compañero de cautiverio en Reading.

Como jefe de pabellón, participó en la dramática contra-persecución a la que nuestras escuadras se entregaron, desde que el dos de marzo de 1805, Napoleón se propuso concentrar nuestras fuerzas navales en las Antillas, antes de que se volvieran en bloque hacia la Mancha, para sorprender a los ingleses. Villeneuve y él burlaron la vigilancia de Nelson ante Toulon, lanzado hacia la Martinica, y zarparon de nuevo hacia Europa, descansando en Cádiz, donde la escuadra española de Gravina se reunió con nuestras naves, para, finalmente, enfrentarse a los cañones ingleses en Trafalgar.

El mismo Magendie describió esta trágica jornada que vivió la agonía del Bucentaure:

...sin aparejos, sin mástiles, habiendo perdido a todos los hombres más fuertes, la batería completamente desmontada, el lado de estribor cubierto por el mástil caído, sin posibilidades de defendernos, teniendo a bordo 450 hombres heridos o muertos, y sin recibir ayuda de ninguna nave, estábamos aislados en medio de cinco navíos enemigos haciendo fuego muy vivo sobre nosotros.

Subía al puente en aquel momento, cuando el almirante Villeneuve se vio obligado a ordenar la rendición, con el fin de evitar que murieran más hombres valerosos sin poder responder al ataque, lo que fue ejecutado después de tres horas y cuarto de combate con el más grande encarnizamiento y casi siempre a tiro de pistola. Los restos del águila fueron arrojados al mar, así como todas las demás insignias.

Fuimos remolcados por el navío inglés, “Conqueror” y llevados a bordo del “Marte”; el almirante Villeneuve, Contamine y yo, más dos ayudantes del almirante, llegados a bordo del Marte, nos hicieron bajar al falso puente mientras el combate continuaba.

La jornada se había cobrado de una parte y la otra, 8.200 muertos. De los 33 navíos de Villeneuve y Gravina, 18 estaban hundidos, fuera de combate o tomados. Nelson había muerto de sus herida y Gravina moriría de las suyas. De los “tres grandes”, un superviviente; Villeneuve, a quien el dios de la guerra había dado una tregua.

Tales eran los recuerdos comunes que podían evocar, Villeneuve y Magendie y era, precisamente, a este antiguo jefe de pabellón, a quien se acusaba de haber asesinado a su almirante, por orden del ministro de Marina.

Pero ¿por qué?

Pues, porque Decrés tenía interés en hacer desaparecer a Villeneuve y porque, por ambición, a Magendie no le habría repugnado el asesinato.

Estupefacto y furioso ante semejante infamia, Magendie empleó hasta sus últimas energías en responder a las calumnias que le aplastaban, especialmente, en un libro que publicó en 1814: Notice historique sur la vie du amiral Villeneuve. Reunió testimonios demostrando que, ni materal, ni moralmente, pudo cometer el crimen que se le imputaba.

En cuanto a Decrés, quien habría armado la mano del asesino, quedó aterrado por la trágica noticia. Uno de sus colaboradores, diría:

Es un hecho, que cuando yo recibí la carta de Rennes en la que se informaba de la muerte del almirante Villeneuve, pasé por su casa, haciendo todos los esfuerzos posibles para disimular el dolor que sentía. Después me acompañó a mi despacho y allí, dio rienda suelta a la aflicción que le causó un acontecimiento tan cruel como inesperado. Le vi llorar y llorar amargamente.

Una hábil superchería

A despecho de los esfuerzos d Magendie y de otros, por demostrar que aquellas acusaciones no tenían fundamento, la calumnia seguía su curso.

De pronto, el 8 de octubre de 1830, un efecto teatral: los Annales maritimes et coloniales, publicaban dos confesiones que causaron enorme estupefacción, firmadas por un tal Lardier, antiguo contable de la Marina. 

Había leído una noticia sobre Villeneuve, escrita por Magendie.

El susodicho Lardier, escribió:

Los detalles ofrecidos sobre los últimos momentos del almirante y la carta que escribió a su mujer, la víspera de su muerte, fueron el resultado de un suicidio y desmienten los rumores que corrieron en la época, sobre su asesinato. Yo mismo, quizás, contribuí a propagar semejante error mediante la publicación de las memorias del Sargento Guillemard, según las cuales, la muerte del almirante fue recreada con detalles muy circunstanciados y que algunos periódicos reprodujeron.

La realidad es que Guillemard no es sino un personaje creado por la imaginación y sus supuestas Mémoires, no son más que una novela histórica en la que yo añadí a mis recuerdos personales algunos acontecimientos poco conocidos, y que, por su oscuridad, podían conformar un material con interés dramático.

Así pues, todo lo que en esa obra se refiere al asunto en cuestión, es puramente ficticio. Cuando lo escribí, pensaba que el almirante había sido asesinado y sobre este simple dato, reuní los incidentes y los personajes que me sirvieron para desarrollarlo.

El misterio subsistía.

El asunto Villeneuve, ¿quedaba así aclarado?

Evidentemente, no, y después de siglo y medio, las dudas subsisten.
Porque, tal como subrayaba el informe de la policía: Villeneuve murió de seis cuchilladas.
¿Se ha visto alguna vez que un desesperado se acuchille seis veces seguidas? Se puede admitir que, al primer golpe, se causara una herida mortal con una hoja perfectamente afilada (aunque en este caso se trataba de un vulgar cuchillo de mesa), pero se puede dudar de que un individuo logre, seis veces, superar el dolor de una hoja cortando la propia carne.

Fue este hecho, por otra parte, lo que hizo ser prudente a uno de los investigadores, François Martin, magistrado de seguridad para el distrito de Rennes, quien prescribió la apertura de una encuesta:

Habiendo sido informado de que esta muerte es el resultado de varias cuchilladas, y dado que en semejantes circunstancias, es necesario agotar todas las pruebas para conocer con exactitud las causas o los autores de semejante suceso, hemos elevado una queja, de oficio, contra todos los autores, instigadores o cómplices de este crimen...

Los demás indicios no eran una prueba absoluta de suicidio. ¿Y la carta? Un hábil falsificador pudo escribirla y no contiene nada que una tercera persona no pudiera escribir. ¿La llave en la cerradura? Hay medios de cerrar una puerta desde fuera haciendo girar la llave en el interior. Todo consiste en disponer de personas hábiles, preparadas, discretas...

Para colmo de dudas, del ministro de la policía de entonces, que se llamaba Fouché, se sabía que era capaz; sí, capaz, de todo.

El 7 de mayo de 1808, tres años después de los hechos, Napoleón hizo conceder a Catherine Villeneuve una pensión de 4.000 francos, en consideración a los servicios de su marido, mientras que la viuda del almirante Bruix, recibía 6.000. Había para alimentar comentarios...

Los rumores habrían podido extinguirse tras la muerte de Napoleón, pero la publicación del libro de O’Meara -Napoleon en exil-, los devolvió a la actualidad. En efecto, el cirujano irlandés, daba una versión algo diferente de la muerte de Villeneuve, transcribiendo, dijo, las declaraciones del mismo Napoleón, en su destierro de la isla de Santa Elena.

Villeneuve tomó su derrota tan a pecho que se puso a estudiar anatomía, con la idea de suicidarse, y compró algunos grabados que mostraban la anatomía del corazón. Cuando volvió a Francia, le ordené permanecer en Rennes y que no viniera a París. Villeneuve temía ser juzgado en corte marcial por haber desobedecido mis órdenes, provocando la pérdida de la flota. Mis órdenes eran que no se diese a la vela y que no combatiera con los ingleses (...) Estaba, pues, decidido al suicidio, y comparó los grabados con su propio pecho. Marcó el centro del grabado con un largo estilete, que, acto seguido hundió en su pecho, hasta el extremo. El estilete atravesó el corazón y murió instantáneamente. Cuando su habitación fue abierta, se le encontró con el estilete en el pecho y la marca del grabado correspondía con el emplazamiento de su herida. No debió hacerlo, era un hombre valeroso, aunque carecía de talento.

Además de que en estas supuestas declaraciones, Napoleón introduce una nueva herramienta para el también supuesto suicidio, cabe recordar dos consideraciones más. Una de ellas es el hecho de que el emperador decidiera ocultar en su día, la supuesta carta de suicidio de Villeneuve dejaría para su esposa. La otra, que, de acuerdo con las Memorias de la, entonces fiel napoleonista duquesa de Abrantes, Laure Junot, -que en el momento de la batalla de Trafalgar, se encontraba en Lisboa-, Napoleón prohibió que la prensa, tanto española, como francesa, hablara del asunto. Parece asimismo, por último, que en Inglaterra, tampoco se le dio mucho eco, quizás a causa de la muerte de Nelson, a pesar de la victoria.

¿Entonces? -Concluyen los autores y concluimos por el momento, con la misma perplejidad. 
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Acta de defunción del Vicealmirante Villeneuve, levantada el 23 e3 abril de 1806. Registro Civil de Rennes

Villeneuve aparece entre los nombres grabados en el Arco de Triunfo de l’Étoile -París-, pilar Este, segunda columna izquierda.

Eugène Galien-Laloue: Paris Arc de Triomphe

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NOTA:
Este artículo es, en gran parte, traducción del publicado en:


22 avril 1806: La muerte del almirante Pierre-Charles de Villeneuve, ¿suicidio o asesinato? Robert Ouvrard – Cori Hauer

Las transcripciones de las cartas son iguales, lógicamente, en todos los trabajos relativos al tema, pero los comentarios (en rojo) son aportes de los autores citados.

Las cartas de Napoleón, tienen fechas del calendario de la Convención, cuya equivalencia con el Gregoriano, ha sido añadida. Del mismo modo, sustituimos el usual tratamiento de “vos”, modernizándolo.

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