viernes, 4 de diciembre de 2020

MURILLO Y NEVE • Un gran tándem vital y artístico.


B.E. Murillo (1618-82): Autorretrato, 1668-70. NGA. Londres

Justino de Neve (1625-85) por B. E. Murillo, fechado en 1665. National Gallery of Art. (NGA). Londres

Justino de Neve era canónigo de la Catedral de Sevilla y amigo íntimo de Murillo, al que encargó la decoración de Santa María la Blanca (1662/5) y la del Hospital de los Venerables (1670).

Santa María la Blanca, Sevilla

Santa María la Blanca se levantó sobre una de las sinagogas de la judería, tras la expulsión. Una bula promulgada en 1661 por Alejandro VII a favor del dogma de la Inmaculada fue la ocasión para convertirla en un templo barroco, cuyas obras, realizadas por Pedro Sánchez Falconete, terminaron en 1665, complementadas con yeserías de los hermanos Pedro y Miguel Borja. La parte pictórica fue encargado a Murillo hacia 1662, que la terminó en 1665, año en que se inauguró la iglesia. 

Desde 1650 la iglesia ya tenía otro Murillo, La Santa Cena, que, según parece, es la única pintura original que conserva in situ.

Murillo: La Santa Cena, en Santa María la Blanca.

Murillo: La Santa Cena, en Santa María la Blanca. (Detalle)

Santa María la Blanca. Colocación de las pinturas del Patricio

Santa María la Blanca. Vista lateral.

Hospital de los Venerables, Patio.

Venerables, fachada

Venerables, rejería y azulejería.

En la iglesia del Hospital se conserva el retablo en el que se expuso San Pedro Penitente, desde, al menos 1701 hasta que, durante la Guerra de la Independencia, la obra fue confiscada por el mariscal Soult, en cuya colección permaneció hasta su muerte en 1851. Desde entonces, ha permanecido en colecciones privadas. (MNP).

San Pedro penitente. Murillo, 1675. Venerables

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B. E. Murillo: Retrato de Don Justino de Neve fechado en 1665 en la tabla inferior del escudo de la izquierda. National Gallery of Art; Londres. (NGA).

Pues bien, el retrato de Neve con el perrito, que el artista obsequió al canónigo cuando este tenía cuarenta años, fue considerado por la crítica -entre los pocos retratos realizados por Murillo-, como una obra maestra, y, además, destacaron elogiosamente la presencia del perrito. Dentro de su aparente austeridad, el conjunto transmite una agradable sensación de calidez y bienestar.

Trece años después, Murillo realizó la obra titulada, “El Niño Jesús distribuyendo pan a los peregrinos”, hoy en Budapest, en la que, se cree que también aparece Neve

El Niño Jesús distribuyendo pan a los peregrinos. 1678 Oil on canvas, 219 x 182 cm.  Szépmûvészeti Múzeum, Budapest.

Neve (1625-85) 
1665 (40 años)             1678 (53 años)

La obra fue encargada por Neve para el refectorio de la casa de los sacerdotes de Sevilla y Murillo la pintó cuando ya tenía sesenta años. Es posible, como hemos dicho, que el peregrino que aparece con un libro en la mano, sea otro retrato del canónigo. 

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En cuanto al tema que nos ocupa, destacaremos en la biografía de Neve los aspectos relacionados con Murillo, a quien, como es sabido, unía una profunda amistad, además de la protección y mecenazgo que brindó al artista.

Justino de Neve y Chaves nació y murió en Sevilla entre 1625 y 1685, y fue Canónigo de su catedral. 

Su familia paterna procedía de comerciantes de Amberes, establecidos en Sevilla años atrás y casados sucesivamente con españolas, así su padre, Juan de Neve, casado con Sebastiana de Castilla, era hijo de Miguel de Neve, casado,a su vez, con Francisca Pérez Franco, de Sevilla, donde al futuro canónigo fue bautizado.

Ordenado sacerdote a los 21 años, fue canónigo a los 33, y en esta condición ideó la fundación del “Hospital de los Venerables” de Sevilla, para acogimiento de sacerdotes ancianos o enfermos. En 1665, acometió la reforma de la iglesia de Santa María la Blanca, para cuya ornamentación encargó a Murillo, los lienzos: El Sueño del patricio y la Visita al pontífice; dos obras que asociaban la iglesia de Sevilla con la fundación de la Basílica de Santa María la Mayor de Roma. 

Cabe destacar que, a principios del siglo XIX la pintura española gozaba de excelente fama, especialmente en Francia, motivo por el que el Mariscal Soult, enviado a España por Napoleón, en 1807, y que en 1810 era General en Jefe del Ejército de Andalucía, no dudó en apropiarse de una escogida colección de pinturas de autores españoles, como Alonso Cano, Zurbarán y, naturalmente, Murillo, cuya “Inmaculada”, que pasó a ser conocida como “La Inmaculada de Soult”, fue vendida al Museo del Louvre, ya en 1852, por una cantidad exorbitante para la época, si bien, hay que recordar asimismo, que esta pintura volvió al Museo del Prado en 1941, a través de un canje de carácter diplomático.

La Inmaculada “Soult”. 1678. Venerables

Retablo con una pintura anónima de principios del XVII, que sustituyó a la famosa Inmaculada Concepción de los Venerables, antaño expoliada por el mariscal Soult.

Pero es el caso que el general francés, de quien, por cierto, consta que era un gran admirador de Murillo, decidió apropiarse también de las dos pinturas de Santa María La Blanca, objeto de nuestra historia, aunque también volvieron finalmente a España, concretamente, al Museo del Prado, que las conserva actualmente.

Por otra parte, Neve fue, además, un gran coleccionista que, a su fallecimiento, dejó un conjunto de 160 pinturas, de las cuales, 18 eran obra de Murillo. La colección se dispersó al ser vendida en almoneda, siendo uno de los principales compradores, el comerciante flamenco, afincado en Sevilla, Nicolás de Omazur, al que también había hecho Murillo un retrato, hoy en el MNP.

Murillo: Retrato de Nicolás de Omazur (fragmento). 1672. MNP

Omazur, como consta en la página del Museo del Prado, en un extracto de J. Portús, fue amigo y admirador del pintor. Había nacido en Amberes, alrededor de 1609 y vivió en Sevilla desde 1669, dedicado al comercio y, parece que también a la poesía. El retrato, hoy en la National Gallery de Londres, formaba pareja con otro de su primera esposa, Isabel Malcampo, retratada con una rosa en la mano.

Isabel Malcampo: Copia de Murillo (1672), en Pollok House (Glasgow)

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Pero volvamos ya a las bellísimas pinturas de Santa María la Blanca y su historia.

Realizadas entre 1662 y 1665, las dos pinturas de más de 5 metros de ancho que decoraban la nave central, cuentan la historia de la fundación de la Basílica de Santa María la Mayor de Roma: Santa Maria Maggiore, también conocida como Basilica di Santa Maria della Neve –de las Nieves, o Basílica Liberiana-, la cual, dicho sea de paso, ostenta bajo el pórtico, una singular escultura de Felipe IV rey de España, a la romana, diseñada por Bernini.

Felipe IV de Austria. Bernini

Giovanni Paolo Pannini – Plaza e Iglesia de Santa Maria Maggiore, 1744. Conservada en el Palacio del Quirinal, Roma.

El párroco de la iglesia de Santa María la Blanca, Domingo Velázquez Soriano, propuso remodelar el templo, que era una antigua sinagoga, y buena parte de los trabajos fueron costeados por Justino de Neve, que procedió a encargar a Murillo los cuatro cuadros que decorarían sus muros.

Las obras, que convirtieron el edificio medieval en un templo barroco, se iniciaron en 1662 y quedaron concluidas en 1665, siendo inauguradas con solemnes fiestas, sobre las cuales escribió con todo detalle Fernando de la Torre Farfán en: Fiestas que celebró la iglesia parroquial de S. Maria la Blanca, Capilla de la Santa Iglesia Metropolitana, y patriarchal de Sevilla: en obseqvio del nvevo breve concedido por N. Smo. Padre Alexandro VII en favor del pvrissimo mysterio de la Concepción sin culpa Original de María Santiisima. Nuestra Senóra, en el Primero Instante physico de su ser, publicada al año siguiente en Sevilla. 

Farfán describe la iglesia, de cuyos muros colgaban ya las pinturas de Murillo, y los decorados que se colocaron para la ocasión, en la plaza situada ante la fachada del templo, donde, en un tablado provisional se preparó un retablo, al menos, con otras tres pinturas de Murillo, propiedad de Neve: una Inmaculada grande, que aparecía en el nicho central y en los laterales, el Buen Pastor y San Juan Bautista Niño.

Los cuadros de Murillo, conformados en medio punto, eran los que mostraban las historias de la fundación de la Basílica de Santa María la Mayor de Roma; los dos más grandes, situados en la nave central, los del Patricio recibían la luz desde la cúpula, mientras que la Inmaculada Concepción y el Triunfo de la Eucaristía, de menor tamaño, aparecían dispuestos en las cabeceras de las naves laterales. 

Las cuatro obras fueron después llevadas a Francia; las dos primeras, como hemos dicho, se devolvieron en 1816, pasando después al Museo del Prado, en tanto que las otras dos, tras sucesivos avatares, quedaron expuestas; La Inmaculada, en el Louvre y el Triunfo de la Eucaristía, en una colección privada inglesa.

Inmaculada Concepción. Murillo

Inmaculada Concepción, en la Iglesia.

Triunfo de la Eucaristía. Murillo

El sueño del patricio. Murillo

El Sueño del patricio Juan y su esposa y El patricio Juan y su esposa ante el papa Liberio, son dos obras maestras. Murillo representa en la primera, el momento en que, en sueños, la Virgen, pide a los durmientes que dediquen un templo en el lugar que les señala y que aparece cubierto de nieve, en pleno mes de agosto; es el monte Esquilino. 

Los protagonistas aparecen dormidos, aparentemente tras un día laborioso; el patricio, descansa su cabeza sobre el brazo, en una mesa cubierta por un tapete rojo, sobre la que aparece un libro cerrado. La mujer, duerme a su vez, sobre su labor de costura, mientras un perrito blanco, la imita durmiendo en el borde de su falda; en conjunto, una agradable sensación de tranquilidad. La penumbra de la escena, se aclara desde la aparición de la Virgen.

Detalle del Sueño del Patricio, de Murillo.

Detalle del Sueño del Patricio. Murillo

El patricio Juan y su esposa ante el papa Liberio.

La historia termina con la visita del Patricio y su esposa al papa Liberio, que había tenido el mismo sueño. El conjunto presenta un segundo plano, en la lejanía, donde se ve una procesión que se dirige al monte al que se refieren los sueños.


La luz destaca, en aparente primer plano, a la mujer y al anciano religioso que aparece a su derecha -en curiosa y no fingida actitud de atento observador, con ayuda de unas lentes-, mientras quedan en sombra las figuras del papa y del esposo.

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Tras una densa carrera de creación de numerosas obras de arte -religiosas, de costumbres y algunos retratos-, cuya relación no encaja en nuestro actual objetivo, Murillo recibió un nuevo encargo. 

De acuerdo con su testamento, dictado en Sevilla, el 3 de abril de 1682, estaba “haciendo un lienzo grande para el convento de Capuchinos de Cádiz, y otros cuatro lienzos pequeños y todos los tengo ajustados en novecientos pesos, y a cuenta de ellos he recibido trescientos cincuenta pesos”.

Cuando el artista terminó la decoración del Hospital de la Caridad, entre cuyas realizaciones destacaba Santa Isabel de Hungría y otras obras que también resultaron del agrado del francés Soult, se produjo un período de malas cosechas, seguido de una terrible hambruna en 1678, además de un terremoto en 1680, creando todo ello una situación que obligó a emplear los fondos en ayuda humanitaria, olvidando el arte por el momento.

Santa Isabel de Hungría (1207-1231), curando a unos tiñosos.

Omazur y Bielato se convirtieron en los principales clientes de Murillo y, cuando falleció este último, legó a los Capuchinos de Cádiz una cantidad de dinero que se acordó destinar a la creación de un retablo.

Y allí se encontraba Murillo, en plena creación de Los Desposorios Místicos de Santa Catalina, dentro de un conjunto en el que se empleó entre 1681 y 82, cuando, inesperadamente, sufrió una caída del andamio sobre el que trabajaba y en cuya consecuencia, falleció el día 3 de abril de 1682, dejando la obra, al parecer, abocetada, pero apenas iniciada la pintura propiamente dicha. Federico Meneses Osorio sería encargado de su terminación.

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Estando subido en un andamio para pintar un cuadro muy grande de santa Catalina, que hacía para el convento de Capuchinos de la ciudad de Cádiz, tropezó al subir del andamio, ... se vino a morir de tan inopinado accidente el año de 1685. Antonio Palomino.

Y escribió el mismo autor, en su Tomo dedicado al Parnaso Español, reincidiendo en el caso de la muerte: Fue también nuestro Murillo tan honesto, que podemos decir que de pura honestidad se murió; pues estando subido en un andamio para pintar un quadro muy grande de santa Catalina, que hacía para el convento de Capuchinos de la ciudad de Cádiz, tropezó al subir del andamio, y con ocasión de estar él relaxado, se. le salieron los intestinos, y por no manifestar su flaqueza, ni dexarse reconocer por su mucha honestidad, se vino a morir de tan inopinado accidente el año de 1685, á setenta y dos, poco más de su edad. Y era hombre tan desinteresado, que, habiendo hecho tantas, y tan eminentes obras, quando murió no le hallaron en dinero más que cien reales, que había tomado el día antes, y sesenta pesos en una gaveta.

Desposorios místicos de Santa Catalina. 1682. Pinturas del Retablo Mayor de la iglesia de Santa Catalina de Cádiz, Convento de Capuchinos. Museo de Cádiz

La Virgen, el Niño y Santa Catalina, aparecen en el centro de la composición, y sobre ellos recae la iluminación en diagonal desde el ángulo superior izquierdo. 

Murillo hizo otras versiones de Santa Catalina.

Bartolomé Esteban Murillo, Desposorios místicos de Santa Catalina de Alejandría. 

Lisboa, Museu Nacional de Arte Antiga.

Esta pintura del museo de Lisboa fue un regalo de la reina Isabel II de España al rey Luis I de Portugal en 1865. Hasta entonces, había formado parte de la colección de la reina Isabel de Farnesio, particularmente aficionada al pintor. Se trata probablemente de la obra inventariada en su colección en 1766 como: otro quadro de los Desposorios de Sta. Catalina, de vara, y media de largo, y lo mismo de caída, marco dorado que parece de Murillo, tasado en mil y quinientos rs.

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Un aspecto artísticamente trascendente del sonado episodio que ocasionó el fallecimiento de Murillo, es que dio lugar, con el tiempo, a la creación de diversas obras referidas al caso, tal como exponemos a continuación, reproduciendo literalmente el relato de Concha Díaz Pascual, publicado en su blog “Cuaderno de Sofonisba”; "Cádiz 1682 - La última obra de Murillo".

En 1680, un benefactor de la ciudad de Cádiz dejó una manda considerable para restaurar y mejorar el altar mayor del convento de Capuchinos de esa ciudad; la congregación, que conocía a Murillo por la relación que habían tenido en el convento de Sevilla, volvió a acudir a él para realizar en Cádiz un lienzo grande y varios más pequeños para el altar mayor de su Iglesia, ofreciéndole hospedaje para él y sus oficiales en el convento, como habían hecho en Sevilla. Murillo aceptó el encargo y se trasladó a Cádiz con algunos oficiales, donde estuvo pintando también para familias acomodadas como las de Bozán Violato y la de los Colarte.

El pintor estableció su taller, tal como había hecho en Sevilla, en la biblioteca del convento y allí estuvo pintando durante al menos año y medio, desde mediados de septiembre de 1680 hasta principios de 1682. 

Un accidente interrumpirá la realización del retablo gaditano, como consecuencia del cual el pintor será trasladado a su casa de Sevilla donde morirá poco después. El retablo habrá de ser terminado por su discípulo Francisco Meneses Osorio.

Frente a las versiones y especulaciones de diferentes historiadores (Adolfo de Castro, Narciso Sentenach, Ceán Bermúdez y otros) sobre este momento de la vida de Murillo, sigo a partir de aquí el Estudio Histórico que publica el capuchino Fray Ambrosio de Valencina en 1908 que documenta este periodo y el acontecimiento que dio lugar a la muerte del pintor.


“Cuando se fueron a colocar en el altar mayor de nuestra Iglesia de Cádiz los cuadros pintados por Murillo en la biblioteca, éste dirigió las obras de albañilería y carpintería, para que los lienzos no perdieran nada de su buen efecto. Llevando a cabo una de estas operaciones en el andamio puesto delante del altar mayor, para la colocación del cuadro de santa Catalina, tropezó, perdió pie y tuvo la desgracia de caer al suelo.

Visitado por los médicos, estos le apreciaron entre ligeras erosiones, un magullamiento general en todo el cuerpo, que podía poner en peligro su preciosa existencia. Con esta caída se le agravó también notablemente una relajación o hernia que padecía, causándole a veces dolores tan considerables, que Murillo se persuadió bien pronto de que se aproximaba su muerte; y por lo mismo, pidió que lo trasladaran a Sevilla para disponer de sus bienes y morir entre los suyos.

Apenas llegó Murillo a Sevilla conoció que le quedaban pocos días de vida. Preparóse en ellos, para comparecer ante Dios, recibiendo con edificante fervor los santos sacramentos, y despidióse amorosamente hasta la eternidad de sus amigos y de su hijo Gaspar, único que pudo asistirle en su última enfermedad.

Otorgó su testamento ante Juan Antonio Guerrero, escribano público de Sevilla, y mientras lo otorgaba sufrió un síncope, precursor de la muerte. Desde aquel momento se fue extinguiendo su preciosa vida, hasta que, evaporándose como el perfume de una flor, el alma piadosa, genial y seráfica de Murillo, voló a la región de la inmortalidad el día 3 de abril de 1682.”

El Certamen de pintura de Cádiz de 1861. Tema: La caída de Murillo

EL PRIMER PREMIO

Correspondió a un jovencísimo Alejandro Ferrant y Fishermans, de poco más de dieciocho años por la que obtuvo un premio de diez mil reales de vellón y su obra quedó en el Museo de Cádiz, donde se encuentra en la actualidad, aunque guardada en su almacén.

Primer premio: Nº7. Alejandro Ferrant Fishermans. Lema: "Murillo siempre serás admirado".

(No es posible obtener una imagen en color pues el Museo informa que la obra se encuentra protegida para evitar su deterioro).

De ella el crítico realiza la máxima ponderación y la describe minuciosamente, calificándola como "cuadro de gran composición". La obra se desenvuelve en un amplio espacio en el que el andamiaje crea el efecto de profundidad. En el centro se encuentra Murillo auxiliado por un grupo de monjes, un monaguillo y otros personajes que se han acercado al oír la caída. El pintor, en una postura un tanto teatral, está siendo atendido por un fraile que le ofrece una escudilla de agua y un joven a su costado derecho que parece sostenerle y que se ha identificado como un discípulo. La presencia de este joven es una constante en todas las obras presentadas.

EL SEGUNDO PREMIO

El accésit, fue para otra de las obras conservadas. Fue otorgado al granadino y entonces profesor de la escuela gaditana José Marcelo Contreras Muñoz (1827-1890) a quien se lo compró una Sociedad local y que se encuentra en la actualidad en la colección Bellver, donada recientemente a la ciudad de Sevilla.

Accesit: Nº4. José Marcelo Contreras. Lema: "El triunfo es siempre de quien se vence a sí mismo"

En la Memoria de Castro también se elogia esta obra en la que se destacan «detalles de ejecución felicísima, nobles aspiraciones, amor al arte y sentimiento de lo bello». En la obra, Murillo, que aparece sentado en unos escalones, está siendo auxiliado por dos frailes y un joven que le toma la mano en una actitud de confianza que hace pensar en un discípulo. Detrás de ellos otro monje observa el andamio señalando el posible fallo, mientras otros llegan por una puerta que se abre a la derecha a los que un caballero con espada, que se encuentra en primer término, de espaldas, parece por su ademán relatarles el suceso. Al fondo, el lienzo de los Desposorios se encuentra tapado y en primer plano a la izquierda, caído en los escalones, un cartapacio sobre el que se encuentra el boceto de la obra, así como la paleta rota del pintor.

LA TERCERA OBRA CONSERVADA

También en el Museo de Cádiz se conserva la obra que presentó Manuel Cabral Bejarano (1827-1891) que, aunque no obtuvo premio alguno, fue adquirida por la propia corporación. Esta obra ha sido recientemente restaurada y se encuentra expuesta en el Museo. (Nos preguntamos el criterio seguido para la elección de esta obra para su restauración en lugar de elegir la de Ferrant que obtuvo el primer premio y que, como hemos comentado, se encuentra en el almacén del museo pendiente de restauración).

Nº 6. Manuel Cabral Bejarano. Lema: "In magnis, satis est voluisse" (En lo grande es suficiente haber querido.).

El pintor utiliza el mismo punto de vista de la obra anterior, aunque acerca más la escena al espectador. Vemos al fondo el lienzo de los Desposorios de Santa Catalina, ya colgado. También aparece en el suelo la paleta rota. Murillo aparece recostado en el suelo con un ayudante que le sostiene por detrás, a su izquierda el joven aprendiz le sostiene la mano derecha. En su entorno diversos frailes en diferentes actitudes: ofreciendo agua, sorprendiéndose, mirando al lienzo con los dedos cruzados. La crítica que recibe la obra es positiva destacando que «la entonación del cuadro es muy agradable».

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