jueves, 4 de febrero de 2021

San Juan de la Cruz I ● Cántico Espiritual ● Un no sé qué que queda balbuciendo.


San Juan de la Cruz, de Zurbarán, (atribuido) 1656. Katowice, Polonia

El Cántico espiritual es una de las obras poéticas más brillantes del poeta místico Juan de Yepes, quien después, sería San Juan de la Cruz.

Es tarea ardua versificar con música, medida, ritmo y consonancia adecuados, sin repeticiones, sin palabras excesivamente sonoras; mantener sonidos débiles y fuertes en perfecto equilibrio, etc. Sin embargo, fray Juan de Yepes/Ávila, parece olvidar las reglas cuando quiere, y obtiene versos muy bellos a pesar de que ignora, o rechaza -aparentemente- esas reglas. Veamos, en este sentido, el verso que titula este artículo:

Se trata de un sencillo endecasílabo, en el que –sorprendentemente-, se repite tres veces “que”, incluso, una de ellas, acentuada; algo a lo que pocos se atreverían. Y, sin embargo, en este caso, y acto seguido, se presentan, además, seguidas de un recio gerundio que, normalmente provocaría, cuando menos, un sonido de peso excesivo: “balbuciendo”. Esto es todo, pero, el resultado, es sorprendentemente bello y sugestivo: 

... un no sé qué que quedan balbuciendo.

Juan de Yepes fue detenido y recluido por los Carmelitas Calzados en diciembre de 1577, en un monasterio de Toledo, por colaborar con Santa Teresa de Jesús en la reforma de la Orden. Pasó ocho meses en un calabozo, en unas condiciones que le causaron grandes sufrimientos. Con todo, durante ese tiempo, al no disponer de medios para escribir, memorizó las treinta primeras estrofas de su Cántico espiritual, entre las cuales se encuentra el verso al que nos hemos referido. Las últimas estrofas las escribió fray Juan en Baeza y en Granada; y, al parecer, surgieron, o se inspiraron, en una conversación con la hermana Francisca de la Madre de Dios, del convento de Beas.

Precisamente, cuando logró escapar de su encierro, fue elegido, en el capítulo de Almodóvar, vicario de El Calvario, donde estuvo hasta 1579, encargado de confesar a las monjas del convento de Beas. Allí, Magdalena del Espíritu Santo, fue tomando apuntes de lo que el fraile hablaba o predicaba a la comunidad, reuniendo gran cantidad de notas y apuntes que, años después. envió al cronista de la Orden, P. Jerónimo de San José, quien los transcribió. 

En 1584, siendo prior en el monasterio de Granada, redactó un Comentario para el poema como le pidió la madre Ana de Jesús, y fue esta ilustre religiosa la que, al ser destituida y expulsada de España por el general de los Carmelitas, Nicolás Doria, se llevó a Francia el poema, que sería publicado por primera vez en París, en 1622, en francés. Posteriormente, en 1627, una compañera de Ana de Jesús lo hizo publicar también en Bruselas, pero ya en castellano. 

En España, debido a la censura inquisitorial, no apareció hasta 1630, aunque se había aprobado su publicación en 1618.

Existen dos manuscritos del mismo.

Cántico A: Manuscrito de Sanlúcar

Presenta 39 estrofas. Las ediciones españolas la consideran un esbozo, inferior al «Cántico B». Este manuscrito fue redactado por el santo para explicarle el poema a los hermanos de los que era director espiritual.

Cántico B: Manuscrito de Jaén

Es posterior y consta de 40 estrofas. Fue reelaborado por el santo con fines pedagógicos. Algunas ediciones francesas dudan de su autenticidad, que achacan a fray Tomas de Jesús. Con respecto a la versión anterior, esta se presenta reorganizada y se extiende a la totalidad de la vida espiritual.

Manuscrito de Sanlúcar

Códice del Cántico Espiritual, primera redacción. Contiene las 31 estrofas de la cárcel de Toledo, las 8 escritas en Baeza y Granada y el comentario a todas ellas, mas adiciones marginales autógrafas del Santo. Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) Carmelitas Descalzas.

El Códice de Barrameda o Cántico Espiritual es un manuscrito antiguo, copia del original, que recoge la obra poética y los comentarios a la misma, del gran poeta místico. La verdadera importancia de este apógrafo de Sanlúcar es que es el único que conserva anotaciones manuscritas del propio Juan de Yepes Álvarez; Fray Juan de la Cruz, corrigiendo, tachando y añadiendo lo que creyó conveniente, a la copia realizada por el amanuense, subsanando las deficiencias que detectó e introduciendo enmiendas y mejoras. Por todo esto, se convirtió en el borrador del texto definitivo, en el cual, el mismo autor anotó en el frontispicio de la copia: "Este libro es el borrador de que ya se sacó en limpio. Fray Juan de la cruz".

Se desconoce la procedencia y el amanuense que realizó el apógrafo, pero, de ciertas particularidades ortográficas, parece deducirse que fuera hecho en Andalucía Oriental, concretamente en Granada. Tampoco existe constancia de la llegada del Códice a Sanlúcar de Barrameda, ni de los cauces por los que llegó al Monasterio, si bien es posible que fuera llevado por alguna de las religiosas fundadoras, desde Sevilla o Córdoba, como donación para la nueva comunidad por parte de algún benefactor. En este sentido, recordamos que, Doña Magdalena de Mendoza y Guzmán, pariente de los Duques de Medina Sidonia, fue Madre Priora, procedente de la comunidad de Sevilla 

Otra posibilidad es que lo llevase consigo, desde el Convento de Córdoba, la Madre María de San Pablo, cuando se hizo cargo del priorato de Sanlúcar, en 1646, puesto que, en el convento de Córdoba había vivido, hasta su muerte, la Hermana Magdalena del Espíritu Santo, que conoció personalmente a Fray Juan y transcribió numerosos textos suyos.

La encuadernación debió llevarse a cabo ya en Sanlúcar, en torno a los años de la beatificación de su autor, pues el proceso aumentó y mejoró notablemente la valoración de su vida, su obra y sus reliquias. Desafortunadamente, el encuadernador se preocupó más de los aspectos estéticos de presentación del libro, que del cuidado por la integridad de sus páginas, lo que resultó en el recorte sin piedad y la eliminación de algunas de las notas marginales autógrafas, al modificar su tamaño original.

Consta de 228 folios de texto y 6 en blanco, con pastas de tablillas forradas con raso de seda bordado, en verde, azul y marrón. Se cierra con broches de bronce con presillas de seda y en el centro lleva el escudo de la orden del Carmelo Teresiano (o Reformado). El estado de conservación es excelente, pese a los problemas normales en los códices del siglo XVII, en cuanto a la composición química de la tinta utilizada, que produjo en algunas zonas perforaciones del papel, por corrosión. 

La caligrafía del copista es muy esmerada; letra redonda -minúscula humanista-, de excelente presentación, con algunas auto correcciones evidentes. Las anotaciones de Fray Juan de la Cruz están escritas en letra cursiva, con diferentes tonalidades en la tinta, lo cual hace pensar que lo tuvo en su poder durante un largo periodo.

B.V. Miguel de Cervantes

De la importancia del manuscrito parece que fueron conscientes desde el principio las religiosas Descalzas de Sanlúcar. Este conocimiento es evidente por la lectura del informe escrito por la Madre Andrea del Santísimo Sacramento, con motivo del envío del Códice a Madrid para que fuera comprobada su autenticidad por el Padre Andrés de la Encarnación, que así lo dictaminó en 1757.

Actualmente, el Códice del Cántico, se conserva en un cofre de plata, en el que aparece la efigie grabada de San Juan de la Cruz y una placa en la que se lee: "Códice del Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz - Monasterio de las Madres Descalzas-Sanlúcar de Barrameda (Cádiz)-1978"

El Manuscrito de Jaén contiene también la obra poética y los comentarios del poeta, pero procede de la segunda redacción que él mismo llevó a cabo, de su Cántico espiritual, -conocido después, como "Cántico B". Juan de la Cruz, amplió y rehízo parte del texto para darle más coherencia, a cuyo efecto, cambió la colocación de algunas estrofas; añadió una nueva y amplió y corrigió los comentarios. Esta es la versión más empleada hoy en las ediciones del Cántico espiritual. Se conserva en el Monasterio de Santa Teresa de Jesús de Jaén.

Jaén. Carmelitas Descalzas. Códice del Cántico Espiritual, f. 70v.-71r., con la estrofa «Descubre tu presencia», -última línea dcha.-, esencial en la historia interna de la obra. BVMC


Descubre tu presencia,

y máteme tu vista y hermosura;

mira que la dolencia

de amor que no se cura

sino con la presencia y la figura. (Estr. 11)

Canciones entre el alma y el Esposo (Fragmentos)

La Esposa

Pastores, los que fuerdes

allá por las majadas al otero:

si por ventura vierdes

aquel que yo más quiero,

decidle que adolezco, peno y muero.


Buscando mis amores,

iré por esos montes y riberas;

ni cogeré las flores,

ni temeré las fieras,

y pasaré los fuertes y fronteras.


Respuesta de las criaturas

Mil gracias derramando

pasó por estos sotos con presura,

e, yéndolos mirando,

con sola su figura

vestidos los dejó de hermosura.


La Esposa


Y todos cuantos vagan

de ti me van mil gracias refiriendo,

y todos más me llagan,

y déjame muriendo

un no sé qué que quedan balbuciendo.


Descubre tu presencia,

y máteme tu vista y hermosura;

mira que la dolencia

de amor que no se cura

sino con la presencia y la figura.


¡Apártalos, Amado,

que voy de vuelo!


La Esposa

Mi Amado, las montañas,

los valles solitarios nemorosos,

las ínsulas extrañas,

los ríos sonorosos,

el silbo de los aires amorosos,

la noche sosegada

en par de los levantes del aurora,

la música callada,

la soledad sonora,

la cena que recrea y enamora.


El Esposo

En soledad vivía,

y en soledad ha puesto ya su nido;

y en soledad la guía

a solas su querido

también en soledad de amor herido.

● ● ●

San Juan de la Cruz nació en 1542, en Fontiveros –Ávila-, tierra, por entonces, de economía agrícola y ganadera, con una pequeña industria de telares. Fue el segundo de los tres hijos de Gonzalo de Yepes y Catalina Álvarez, modestos tejedores.

Su padre y el segundo de sus hermanos murieron pronto, probablemente a consecuencia de la crisis agraria y del hambre que se sufrió en Castilla durante los años cuarenta del siglo XVI. La madre intentó obtener ayuda de unos parientes toledanos, pero al no conseguirla, se fue a Arévalo, donde vivió con sus hijos alrededor de cuatro años, hasta que, en 1551, se asentaron definitivamente en Medina del Campo.

La infancia y adolescencia de Juan transcurrieron en una pobreza que más cabría definir como miseria, lo que propició, según se cree, que su escuálida talla y aspecto, fueron consecuencia del hambre.

De hecho, la pequeña familia recibía ayuda de instituciones de caridad, y, por lo mismo, Juan asistió al Colegio de los Niños de la Doctrina, donde ayudaba en Misas y Oficios, acompañaba entierros, o pedía limosna. Sin embargo, en aquellas escuelas, que también funcionaban como reformatorios, recibió una formación elemental, que le sacó del analfabetismo en que vivía su familia, y le brindó la posibilidad de continuar estudiando, ocasión a la que el correspondía con su trabajo en el Hospital de Nuestra Señora de la Concepción de Medina, especializado, por cierto, en enfermedades venéreas contagiosas, pues era conocido popularmente como el Hospital de las Bubas.

Por fin, a los 21 años, pudo ingresar en los Carmelitas de Medina, tomando el nombre de Fray Juan de Santo Matía, y en esta condición se trasladó a Salamanca, en cuya universidad estudió los tres cursos del bachillerato en Artes, entre los años 1564-1567, ordenándose este último año, como sacerdote, para ingresar, más tarde, en la Cartuja, que parece se adaptaba más que el Carmen, a sus principios relativos a la necesidad de silencio y recogimiento.

Y fue entonces, en el otoño de 1567 y en Medina, cuando se produjo su trascendental encuentro con Teresa de Jesús, que ella misma reflejó en su Libro de las Fundaciones (3,17). Casi “a primera vista”, Teresa le propuso unirse a la Reforma y trabajar por su implantación.


28 de noviembre 1567. San Juan de La Cruz y Santa Teresa se ven por primera vez

En agosto de 1568 abandonó Salamanca para acompañar a Teresa de Jesús en su fundación de Valladolid, y en este viaje se familiarizó con el profundo significado de la reforma. Poco después, el 28 de noviembre de 1568, fundó el primer convento masculino de la Orden del Carmelo Descalzo, según la Regla primitiva y no mitigada de la Orden del Carmen, y fue con ocasión de aquella ceremonia, cuando cambió su nombre por el de fray Juan de la Cruz.

En 1570 la fundación se trasladó a Mancera, Salamanca, donde fray Juan desempeñó el cargo de subprior y maestro de novicios.

En la primavera de 1572 Teresa de Ávila lo reclamó como Vicario y confesor de las monjas de la Encarnación, donde permaneció hasta diciembre de 1577, acompañando a la reformadora en la fundación de diversos conventos de Descalzas, entre ellos, el de Segovia.

Santa Teresa persuade a Fray Antonio y a Juan de la Cruz. Anónimo, Arte Colonial

En aquel momento, en las altas esferas, se debatían dos posturas enfrentadas; por una parte, la reformadora, que contaba con el apoyo de Felipe II, y por otro, Roma, que prefería a los calzados, y que no deseaba ningún tipo de reforma en ese sentido. 

En 1575 el Capítulo General de los Carmelitas, reunido en Piacenza, envió un Visitador de la Orden para Calzados y Descalzos; el P. Jerónimo Tostado, con el encargo de suprimir los conventos fundados sin licencia del General y de recluir a Teresa de Jesús en un convento que ella misma podría elegir.

“Santa Teresa visita en Duruelo a Fr. Antonio de Jesús y Fr. Juan de la Cruz, primeros religiosos de su Reforma. (Anónimo -Siglo XVII)”.

En medio de aquella tensa, aunque, todavía silenciosa lucha, la noche del 3 de diciembre de 1577, Juan de la Cruz fue apresado y trasladado al convento de frailes carmelitas de Toledo, donde compareció ante un tribunal de frailes calzados que le conminó a retractarse de la Reforma Teresiana. Al negarse, fue declarado rebelde y contumaz.

Y fue entonces cuando el fraile poeta Juan de la Cruz quedó recluido en una celda oscura y estrecha durante más de ocho meses, en un doloroso estado de abandono y soledad, cuando escribió, casi completo, su gran poema, el Cántico Espiritual.

Fray Juan de la Cruz, cuyo universo quedó reducido a un mínimo espacio, estrechamente vigilado, ignoraba cuanto ocurría más allá de los muros, ni sabía, por supuesto, de los incansables intentos que Teresa estaba llevando a cabo, por él, ante la Corte. Una soledad, en fin, que unida a una absoluta falta de los cuidados más elementales, y sufrió un fuerte desgaste físico, en cuya consecuencia, la muerte, no aparecía ya como una posibilidad lejana. 

Con todo, escribió la Noche Oscura. En este sentido, la prisión, la soledad, el silencio y una lógica tristeza, pudieron, sin embargo, provocar, como una vía de escape, su vigorosa actividad de creación poética.

Pero no sólo, sino también… porque es evidente que también pensaba en otras cosas, puesto que al ver pasar los meses, posiblemente, convencido de que nunca sería liberado y de que la prolongación de su cautiverio sólo podía acarrearle un desenlace fatal e inmerecido, Juan de la Cruz empezó a pensar en sus posibilidades de fuga.

Finalmente, logró abandonar su encierro, en medio de la noche, solo y sin la menor posibilidad de contar con alguna colaboración, puesto que no podía comunicarse con nadie. El hecho, es que llegó hasta el convento de carmelitas descalzas, de la misma ciudad de Toledo, muy próximo a su prisión, y ellas le trasladaron posteriormente al Hospital de Santa Cruz, donde convaleció durante un mes y medio. 

Las incidencias de aquella angustiosa huida nocturna, quedaron como un lienzo pergeñado en el poema de la Noche Oscura.

En septiembre de 1578 Juan de la Cruz se fue a Andalucía para terminar de reponerse. Iba como Vicario, al convento de El Calvario en la zona de Jaén y, desde allí, sin participar activamente en la creciente tensión entre calzados y descalzos, visitó regularmente a las monjas descalzas de la fundación de Beas de Segura, de la que era priora Ana de Jesús, con la que llegó a mantener la entrañable amistad, que explica dedicatoria en las Declaraciones al Cántico Espiritual

En aquel entorno sosegado y tranquilo, en plena naturaleza, disfrutó de una etapa de fecunda creatividad: Cautelas, Avisos, Montecillo de Perfección, el poema Noche oscura y varios comentarios del Cántico.

En 1580 se erigió, finalmente, el Carmelo Descalzo como provincia exenta, aunque no fue hasta 1588, tras la muerte de Teresa de Ávila, cuando se convirtió en una Orden independiente.

El 28 de noviembre de 1581 tuvo en Ávila su último encuentro con Teresa de Jesús. En su transcurso hablaron de las fundaciones de Granada y Burgos. No volverían a verse nunca más.

En enero de 1582 Juan de la Cruz viajó a Granada, con Ana de Jesús y allí conoció a Doña Ana de Mercado y Peñalosa, una señora segoviana, viuda, que protegía a las descalzas, y a la que Juan de la Cruz dedicó su Llama de amor viva.

En marzo tomó posesión del Priorato de los Mártires, donde permaneció hasta 1588; el periodo más largo de su vida como descalzo. Fue en aquel convento, situado a espaldas de la Alhambra y de Sierra Nevada, donde recibió la noticia de la muerte de la Madre Teresa, en octubre de 1582. 

Aún se conserva, en el actual Carmen de los Mártires, un pequeño acueducto construido por fray Juan, así como un cedro centenario que, según la tradición plantó él mismo.

Cedro de San Juan de la Cruz, en el Carmen de Los Mártires de Granada.

El momento de la muerte de santa Teresa. Obra de Giovanni Segala da Murano, 1696. Brescia, Italia, Iglesia de San Pietro in Olvieto.

Detalle de la pintura de Segala.

Teresa de Jesús murió, el 4 de octubre de 1582. Fue amortajada y velada, de acuerdo con la costumbre, para enterrarla al día siguiente, es decir, el 5 de octubre. Sin embargo, el día siguiente, no fue el 5, sino 15 de octubre. Aquel día exactamente, se había previsto la implantación del nuevo calendario Gregoriano, de acuerdo con el cual, desaparecían diez días del calendario Juliano.

Tras la muerte de Santa Teresa, se evidenció la división entre los propios descalzos. Fray Juan apoyaba la política de moderación del provincial, Jerónimo de Castro, mientras que el P. Nicolás Doria, que defendía posturas más extremas, fue elegido Provincial, al mismo tiempo que el Capítulo General nombraba a Juan de la Cruz, Vicario de Andalucía. 

El futuro santo se proponía corregir ciertas costumbres, por ejemplo, el hecho de que los frailes salieran del monasterio a predicar, ya que él entendía que la vocación de los descalzos, debía ser esencialmente contemplativa, lo cual suscitó una notable oposición; las monjas, por ejemplo, no aceptaron el cambio y Ana de Jesús, consiguió de la Santa Sede, un breve de confirmación de las Constituciones, sin consultar al Vicario general.

El P. Doria, que siempre había creído que el fraile estaba aliado con sus enemigos, le retiró todos sus cargos y le envió, como fraile, al remoto convento de La Peñuela, donde Juan de la Cruz se dedicó durante unos meses a la meditación y la oración; "porque tengo menos materia de confesión cuando estoy entre las peñas que cuando estoy entre los hombres."

El hecho es que ya anteriormente, cuando todavía era Vicario Provincial, Fray Juan, durante una visita al convento de Sevilla, había anulado a dos frailes el permiso para salir a predicar. Ellos se habían sometido en un principio, pero, más adelante, se pasaron al bando contrario, y algunos llegaron incluso a quemar sus cartas para no ser descubiertos.

En medio de aquella tormenta, fray Juan cayó enfermo y el Provincial le mandó abandonar el convento de Peñuela, dándole a elegir entre el de Baeza y el de Úbeda. El primero, estaba mejor provisto y el superior era amigo suyo. En el de Úbeda, en cambio, era superior el P. Francisco, a quien Fray Juan había llamado al orden, junto con el P. Diego. Pues bien, nuestro fraile escogió este segundo convento.

El viaje empeoró su salud, aunque sobrellevaba su estado con su habitual paciencia, incluso, cuando el superior le trató de forma inhumana, prohibiendo a los frailes que le visitaran; además de cambiar al que le atendía, por ser amable con él; además, no le permitió guardar el menor cuidado con la dieta, obligándole a comer lo mismo que los demás, a pesar de su estado.

Todo ello le proporcionó tres meses de sufrimientos muy agudos, transcurridos los cuales, el futuro santo, fallecía el 14 de diciembre de 1591.

Su muerte contribuyó a que su vida se revalorizara en la opinión general; tanto entre el clero como entre los fieles, que asistieron masivamente a sus funerales. 

Sus restos fueron trasladados a Segovia, al convento en el que había sido superior por última vez.

84 años después de su fallecimiento; el 25 de enero de 1675 Clemente X promulgó el Breve de Beatificación y el 27 de diciembre de 1726 -135 años después-, era canonizado por Benedicto XIII. Finalmente, el 24 de agosto de 1926, coincidiendo con el aniversario del inicio de la Reforma Teresiana, fue también proclamado Doctor de la Iglesia Universal por Pío XI.

Santa Teresa había visto en Juan un alma pura, y una brillante inteligencia. Los escritos del santo justifican plenamente este juicio, especialmente, los poemas de la “Subida al Monte Carmelo”, la “Noche Oscura del Alma”, la “Llama Viva de Amor” y el “Cántico Espiritual”, con sus respectivos comentarios y, evidentemente, así lo reconoció la Iglesia, en 1926, al proclamar Doctor a San Juan de la Cruz por sus obras Místicas.

La doctrina de San Juan se resume en el completo abandono del alma en Dios. Ello le hizo ser muy exigente, sobre todo, consigo mismo; porque con todos los demás, era bondadoso, amable y hasta muy condescendiente. 

Por otra parte, el santo no ignoraba ni rechazaba los atractivos materiales, respecto a las cuales, aseguraba que "Las cosas naturales son siempre hermosas; son como las migajas de la mesa del Señor”, si bien, él vivió la renuncia completa y la predicó de forma muy persuasiva. Pero a diferencia de otros frailes, él, fue “libre, como libre es el espíritu de Dios”. Su objetivo no era la negación y el vacío, sino la plenitud en el amor divino y la unión sustancial del alma con Dios. “Reunió en sí mismo la luz extática de la Sabiduría Divina con la locura estremecida de Cristo despreciado”.

Toledo. Carmelitas Descalzas. Códice de la Noche Oscura de San Juan de Yepes [de la Cruz]. 

Versos de la edición de 1630 de las Obras. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

Noche oscura del alma

En una noche oscura,

con ansias, en amores inflamada,

¡oh dichosa ventura!,

salí sin ser notada

estando ya mi casa sosegada.


A oscuras y segura,

por la secreta escala, disfrazada,

¡oh dichosa ventura!,

a oscuras y en celada,

estando ya mi casa sosegada.


En la noche dichosa,

en secreto, que nadie me veía,

ni yo miraba cosa,

sin otra luz y guía

sino la que en el corazón ardía.


Aquésta me guiaba

más cierto que la luz de mediodía,

adonde me esperaba

quien yo bien me sabía,

en parte donde nadie parecía.


¡Oh noche que guiaste!

¡oh noche amable más que el alborada!

¡oh noche que juntaste

Amado con amada,

amada en el Amado transformada!


En mi pecho florido,

que entero para él solo se guardaba,

allí quedó dormido,

y yo le regalaba,

y el ventalle de cedros aire daba.


El aire de la almena,

cuando yo sus cabellos esparcía,

con su mano serena

en mi cuello hería

y todos mis sentidos suspendía.


Quedéme y olvidéme,

el rostro recliné sobre el Amado,

cesó todo y dejéme,

dejando mi cuidado

entre las azucenas olvidado.

● ● ●

Coplas del alma que pena por ver a Dios

Vivo sin vivir en mí

y de tal manera espero,

que muero porque no muero.


En mí yo no vivo ya,

y sin Dios vivir no puedo,

pues sin él y sin mí quedo,

este vivir ¿qué será?

Mil muertes se me hará,

pues mi misma vida espero

muriendo porque no muero.


Esta vida que yo vivo

es privación del vivir;

y así, es continuo morir

hasta que viva contigo.

Oye, mi Dios, lo que digo:

que esta vida no la quiero,

que muero porque no muero.


Estando ausente de ti,

¿qué vida puedo tener,

sino muerte padecer

la mayor que nunca vi?

Lástima tengo de mí,

pues de suerte persevero

que muero porque no muero.


El pez que del agua sale

aun de alivio no carece,

que en la muerte que padece

al fin la muerte le vale.

¿Qué muerte habrá que se iguale

a mi vivir lastimero,

pues si más vivo, más muero?


Cuando me empiezo [pienso] a aliviar

de verte en el Sacramento,

háceme más sentimiento

el no te poder gozar;

todo es para más penar

y mi mal es tan entero

que muero porque no muero.


Y si me gozo, Señor,

con esperanza de verte,

en ver que puedo perderte

se me dobla mi dolor;

viviendo en tanto pavor

y esperando como espero,

muérome porque no muero.


¡Sácame de aquesta muerte,

mi Dios, y dame la vida;

no me tengas impedida

en este lazo tan fuerte;

mira que peno por verte

y de tal manera espero

que muero porque no muero!


Lloraré mi muerte ya

y lamentaré mi vida,

en tanto que detenida

por mis pecados está.

¡Oh, mi Dios!, ¿cuándo será

cuando yo diga de vero:

vivo ya porque no muero?

Los versos Santa Teresa y San Juan “Y de tal manera espero” vs. “Tan alta vida espero”, fueron escritos probablemente en torno al año 1571, en la Comunidad de la religiosa de Ávila.


Otra posibilidad: 

“Juan de Ovalle, casado con Juana de Ahumada, hermana de Santa Teresa, consiguió alquilar de un pariente, esta casa en la que vivió Santa Teresa en Salamanca. Se encuentra en la calle de los Condes de Crespo Rascón y se dice que, el 15 de abril de 1571 la religiosa experimentó aquí el éxtasis, que le inspiró su famoso ‘Vivo sin vivir en mí’.” 

(Salamanca al día, 23.11.2019).

Santa Teresa de Jesús

Vivo sin vivir en mí,

y tan alta vida espero,

que muero porque no muero.


Vivo ya fuera de mí,

después que muero de amor;

porque vivo en el Señor,

que me quiso para sí:

cuando el corazón le di

puso en él este letrero,

que muero porque no muero.


Esta divina prisión,

del amor en que yo vivo,

ha hecho a Dios mi cautivo,

y libre mi corazón;

y causa en mí tal pasión

ver a Dios mi prisionero,

que muero porque no muero.


¡Ay, qué larga es esta vida!

¡Qué duros estos destierros,

esta cárcel, estos hierros

en que el alma está metida!

Sólo esperar la salida

me causa dolor tan fiero,

que muero porque no muero.


¡Ay, qué vida tan amarga

do no se goza el Señor!

Porque si es dulce el amor,

no lo es la esperanza larga:

quíteme Dios esta carga,

más pesada que el acero,

que muero porque no muero.


Sólo con la confianza

vivo de que he de morir,

porque muriendo el vivir

me asegura mi esperanza;

muerte do el vivir se alcanza,

no te tardes, que te espero,

que muero porque no muero.


Mira que el amor es fuerte;

vida, no me seas molesta,

mira que sólo me resta,

para ganarte perderte.

Venga ya la dulce muerte,

el morir venga ligero

que muero porque no muero.


Aquella vida de arriba,

que es la vida verdadera,

hasta que esta vida muera,

no se goza estando viva:

muerte, no me seas esquiva;

viva muriendo primero,

que muero porque no muero.


Vida, ¿qué puedo yo darle

a mi Dios que vive en mí,

si no es el perderte a ti,

para merecer ganarle?

Quiero muriendo alcanzarle,

pues tanto a mi Amado quiero,

que muero porque no muero.



San Juan de la Cruz, dibujo, c. 1550. Monasterio de la Encarnación, Ávila.

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