sábado, 17 de julio de 2021

SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ ● Estudiar para ignorar menos.

 

Sor Juana Inés de la Cruz, de Miguel Cabrera, ca. 1750. Castillo de Chapultepec. Ciudad de México

Juana Inés de Asbaje Ramírez de Santillana. Nacida en San Miguel Nepantla, Nueva España, el 12 de noviembre de 1648, es conocida como sor Juana Inés de la Cruz; su nombre como religiosa jerónima. Fue escritora y se encuadra en el Siglo de Oro de la literatura en español. Ha sido definida como la Décima musa, por su obra lírica, aunque también escribió en prosa, autos sacramentales y teatro. 

Vivió en la corte de Antonio Sebastián de Toledo Molina y Salazar, marqués de Mancera y XXV virrey novohispano y aprendió a leer y escribir siendo muy pequeña. A los veintiún años, su deseo de aprender, la llevó a elegir la vida monástica, como única posibilidad de hacerlo.

Tuvo varios importantes mecenas, como los citados virreyes de Mancera, el arzobispo Payo Enríquez de Rivera, también virrey, y los marqueses de la Laguna de Camero Viejo, virreyes, a su vez, de la Nueva España. Estos últimos fueron los que se ocuparon de publicar los dos primeros tomos de sus obras en la España peninsular, y Juan Ignacio María de Castorena Ursúa y Goyeneche, obispo de Yucatán, se hizo cargo de su obra inédita -cuando sor Juana fue condenada a destruir sus escritos-, para después publicarlos en España.

Junto con Bernardo de Balbuena, Juan Ruiz de Alarcón y Carlos de Sigüenza y Góngora, sor Juana es considerada como una gran autora en la literatura novohispana. 

Bernardo de Balbuena: Reino de Toledo, 1562 - Puerto Rico, 1627. Poeta y obispo de Puerto Rico.

Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza: Taxco, 1572/1581? - Madrid, 1639.) Escritor: cultivó diversas variantes de la dramaturgia, pero en su obra, destaca considerablemente, La verdad sospechosa, una comedia que se convirtió en una de las obras clave del teatro barroco hispanoamericano, comparable con las mejores creaciones de Lope de Vega o Tirso de Molina.

Carlos de Sigüenza y Góngora: México, 1645 – 1700. Polímata, historiador y escritor, desempeñó diversos puestos académicos y gubernamentales en Nueva España, siendo, asimismo, cosmógrafo y profesor de matemáticas en la Academia Mexicana. Dirigió las excavaciones arqueológicas de Teotihuacán; las primeras emprendidas en México en el período virreinal.

En el terreno de la lírica -prácticamente, la mitad de su obra-, se sitúa en el barroco español de última hora, cuando brillaban, el culteranismo de Góngora y la obra conceptista de Quevedo y Calderón.

Sus obras más destacadas para la escena teatral, son, Amor es más laberinto, Los empeños de una casa y varios autos sacramentales, que serían representados en la corte.

Amor es más laberinto y Portada del segundo tomo de las obras de Sor Juana, donde se incluye Los empeños de una casa.

Sor Juana Inés de la Cruz, por Juan de Miranda. Convento de Santa Paula, Sevilla.

Hasta casi mediados del siglo XX, la crítica aceptaba como válido el testimonio de Diego Calleja, el primer biógrafo de sor Juana -Biografía de sor Juana escrita por el jesuita Diego Calleja y publicada en el tercer volumen de las obras de sor Juana: Fama y obras póstumas, Madrid, 1700-. sobre su fecha de nacimiento; que se produciría el 13 de noviembre de 1651 en San Miguel de Nepantla.  Sin embargo, pudo haber nacido ya en 1648, pero los datos de las inscripciones en la época, son, en ocasiones, muy dudosos, dependiendo, esencialmente, de la fecha del bautismo, para el cual, no había plazos fijos.

Además, se sabe muy poco de su familia. Es posible que fuera la segunda de tres hijas de Pedro de Asuaje y Vargas Machuca, pues así lo escribió ella misma en el Libro de Profesiones del Convento de San Jerónimo, con ocasión de su ingreso en el mismo. Parece que el padre procedía de Guipúzcoa, en España, pero no está documentado, aunque sí parece haber cierto acuerdo sobre el hecho de que él y la madre de Juana, nunca se casaron.


La niña nacería en San Miguel Nepantla, en la región de Chalco, en un lugar llamado “la celda” y poco después, la madre, ya separada, tendría tres hijos con Diego Ruiz Lozano, con el que tampoco llegó a casarse. Sor Juana, en todo caso –no se sabe si voluntariamente, o no, parece desconocer este origen, cuando hace constar en 1669 en su testamento, que es “hija legítima de don Pedro de Asuaje y Vargas, difunto, y de doña Isabel Ramírez”, del mismo modo que lo pasa por alto su biógrafo, Calleja, si bien, la madre, en la relación de sus últimas voluntades, declara, sencillamente, que todos sus hijos habían nacido fuera del matrimonio.

Hacienda Panoaya, en Amecameca, Estado de México, donde sor Juana vivió entre 1648 y 1656.

Juana Inés pasó su infancia entre Amecameca, Yecapixtla, Panoayan —en una hacienda de su abuelo, donde aprendió náhuatl con los indios que allí trabajaban en la producción de trigo y maíz-, y en Nepantla. Cuando el abuelo murió, en 1656, la madre se dedicó a administrar aquellas tierras y, entre tanto, a los tres años, Juana ya había aprendido a leer y escribir, oyendo las lecciones de su hermana mayor, sin que su madre se apercibiera de ello.

Consecuentemente, muy pronto se aficionó a la lectura, sirviéndose de los libros que conservaba la biblioteca del abuelo, y así, aprendió todo cuanto otros aprendían con los estudios reglados; en especial, autores clásicos griegos y romanos, y Teología. Sin embargo, aquello no le satisfizo suficientemente, sino todo lo contrario, por lo que, se armó de energías y pidió a su madre claramente, que le permitiera vestirse con ropas de hombre, para poder acceder a la Universidad.

Y así fue como a los ocho años, compuso una loa al santísimo Sacramento, que fue premiada con un libro; lo que nos consta por información de su biógrafo, el citado Diego Calleja; un dato que, por otra parte, indicaría que a esa edad ya vivía en la ciudad de México, aunque no hay ninguna información más en este sentido, hasta que tuvo trece o quince años.

Posteriormente, Juana Inés pasó a vivir con María Ramírez, hermana de su madre, y con el esposo de esta, Juan de Mata, con quienes permanecería alrededor de ocho años, es decir, desde 1656 hasta 1664, año en el que ya está documentada su presencia en la corte, donde permanecería, como dama de la Virreina, hasta su ingreso en el convento.


La posibilidad de vivir en la corte del virrey Antonio Sebastián de Toledo, marqués de Mancera y la virreina, Leonor de Carreto, que se convirtió en su mecenas, es un hecho que marcaría decisivamente la carrera literaria de Juana Inés, ya desde el primer momento, pues allí se valoró su inteligencia y su sagacidad. Parece que, por iniciativa del virrey, fue evaluada por un grupo de sabios humanistas y que ella sorprendió a todos al mostrar sus extraordinarias condiciones intelectuales y sus, ya entonces, amplios conocimientos.

La corte virreinal era, de hecho, uno de los lugares más cultos e ilustrados del virreinato, donde se celebraban fastuosas y distinguidísimas tertulias a las que acudían teólogos, filósofos, matemáticos, historiadores y humanistas en general, casi todos titulados o profesores de la Real y Pontificia Universidad de México; el lugar, en resumen, no podía ser más parecido al ideal soñado por Juana Inés, que allí, siempre al lado de la virreina, completó en buena parte su formación y desarrolló su capacidad literaria, componiendo sonetos, poemas y elegías fúnebres, que siempre fueron muy bien consideradas. 

Sin duda, el testimonio más valioso para nuestro conocimiento de esta parte de su biografía es lo que ella misma escribió, en su Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, que veremos en detalle, y que, por otra parte, es casi el único de que disponemos. 

Fachada de la iglesia de San Jerónimo de la Ciudad de México, donde sor Juana pasó la mayor parte de su vida.

A finales de 1666, el sacerdote Núñez de Miranda, confesor de los virreyes, supo que Juana Inés no deseaba casarse, y le propuso entrar en una orden religiosa. Al efecto, aprendió latín en veinte lecciones impartidas por Martín de Olivas y probablemente pagadas por el mismo Núñez de Miranda. Poco después ingresó en las carmelitas, pero la extrema de la rigidez de la regla, provocó que Juana Inés se pusiera enferma y optara por la Orden de San Jerónimo, en la que la disciplina era más relajada. Allí, efectivamente, pudo disfrutar de una celda de dos pisos, y disponer de sirvientas, además de que podía estudiar, escribir, recibir visitas y organizar tertulias, por lo que decidió quedarse definitivamente; de hecho, hasta el último día de su vida. 

Retrato de sor Juana, por fray Miguel de Herrera. (Copia).

Y en su celda recibía habitualmente la visita de su protectora Leonor de Carreto, que siempre estuvo a su lado. Por otra parte, tuvo allí la posibilidad de “ganarse la vida” componiendo villancicos para la iglesia y loas para la Corte.

En 1674, el virrey de Mancera y su esposa eran relevados de su cargo y durante el trayecto a Veracruz, fallecía Leonor de Carreto, en Tepeaca. Sor Juana le dedicó varias elegías, entre las que destaca “De la beldad de Laura enamorados”, siendo Laura, evidentemente, el seudónimo de la virreina. En este soneto demuestra su conocimiento y dominio de las pautas y tópicos petrarquistas, todavía muy empleados en aquel momento.

En 1680 se produjo la sustitución de fray Payo Enríquez de Rivera por Tomás de la Cerda y Aragón al frente del virreinato. A sor Juana se le encomendó la confección del arco triunfal que adornaría la entrada de los virreyes a la capital, para lo que escribió su famoso Neptuno alegórico. Impresionó gratamente a los virreyes, quienes le ofrecieron su protección y amistad, especialmente la virreina, María Luisa Manrique de Lara y Gonzaga, condesa de Paredes, quien fue muy cercana a ella: la virreina poseía un retrato de la monja y un anillo que esta le había regalado, y a su partida llevó los textos de sor Juana a España para que fueran publicados.

Su confesor, el jesuita Antonio Núñez de Miranda, reprochaba a la monja que se ocupara tanto de temas mundanos, lo que, junto con el frecuente contacto con las más altas personalidades de la época, debido a su gran fama como intelectual, provocó las reconvenciones de este, pero sor Juana, contando con la protección de la marquesa de la Laguna, decidió rechazarlo como confesor.

El gobierno del marqués de la Laguna (1680-1686) coincide con la mejor época de la producción literaria de sor Juana Inés. Escribió versos sacros y profanos, villancicos para festividades religiosas, autos sacramentales, como El divino Narciso, El cetro de José o El mártir del sacramento- y sus dos famosas comedias: Los empeños de una casa y Amor es más laberinto. También sirvió como administradora del convento, con acierto, y llevó a cabo algunos experimentos científicos.

Entre 1690 y 1691 se vio envuelta en una sonada disputa teológica a raíz de una crítica que escribió, con carácter privado, sobre un sermón muy conocido del predicador jesuita Antonio Vieira, publicada, a pesar de su privacidad, por el obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz, con el título de, Carta Atenagórica. Él mismo la prologó con el seudónimo de Sor Filotea, y en ella, finalmente, recomendaba a sor Juana que dejara de dedicarse a las “humanas letras” y se ocupase de las divinas, de las cuales, según él obispo, obtendría mayor provecho. 

Esto provocó una decidida reacción de la poetisa, que expresó por medio de un escrito, titulado: Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, en el que hizo una cumplidísima defensa de su trabajo intelectual, a la vez que reclamaba, una vez más, el derecho de la mujer a la educación. Una respuesta completa, documentada y bien justificada, que contiene, además, diversos toques de agudo ingenio, y que, como hemos dicho, veremos posteriormente en detalle.

Sor Juana (ca. 1680), por Juan de Miranda. UNAM. México

Los años 1692 y 1693 constituyen ya el prólogo del último período de su vida. Sus viejos amigos y protectores habían muerto, entre ellos, el conde de Paredes, Juan de Guevara y diez monjas del Convento de San Jerónimo. Las fechas coinciden también con las primeras rebeliones en el norte del virreinato de Nueva España; la muchedumbre asaltó el Real Palacio y las epidemias diezmaron a la población novohispana.

Hacia 1693, sor Juana dejó de escribir y pareció concentrarse en labores conventuales. No se sabe con precisión el motivo de este cambio de actividad; si bien los críticos piensan en una orientación más mística, fundamentalmente, a partir de la renovación de los votos en 1694. Otros autores, hablan de una posible orden superior, o tal vez, una condena, para que dejara de escribir, dada su condición de mujer. De hecho, cuando se conoció la polémica creada tras la aparición de la Carta Atenagórica, esta actitud frente a su condición, pareció confirmarse. En todo caso, parece ser que fue entonces, cuando, aparentando aceptarlo, firmó en el libro del convento: “yo, la peor del mundo”, que, paradójicamente, se convirtió en una expresión muy celebrada. 

En la misma línea, se ha dicho que, poco antes de su muerte, fue obligada por su confesor, Núñez de Miranda -con quien se había reconciliado-, a deshacerse de su biblioteca y de su colección de instrumentos musicales y científicos. Sin embargo, de acuerdo con el testamento del sacerdote José de Lombeyda, antiguo amigo de sor Juana, fue ella misma quien decidió y le encargó vender los libros, con el objetivo de aportar los fondos obtenidos por ellos, al arzobispo Francisco de Aguiar, para socorro de pobres.

A principios de 1695 se declaró una fatídica epidemia que afectó a toda la capital, y, especialmente al Convento de San Jerónimo. Murieron nueve de cada diez religiosas enfermas. El 17 de febrero falleció Núñez de Miranda y Sor Juana se contagió poco después, cuando cuidaba a las monjas enfermas. A las cuatro de la mañana del 17 de abril, a los cuarenta y seis años, fallecía Juana Inés de Asbaje Ramírez.

Dejaba 180 volúmenes de obras selectas, muebles, una imagen de la Santísima Trinidad y un Niño Jesús, todo lo cual fue entregado a su familia, con excepción de las imágenes, que ella misma había legado al arzobispo. 

Fue enterrada el mismo día, con asistencia del cabildo de la catedral. El funeral fue presidido por el canónigo Francisco de Aguilar, y, en su transcurso, Carlos de Sigüenza y Góngora leyó la Oración Fúnebre escrita por él mismo.

En la lápida se grabó la inscripción: En este recinto que es el coro bajo y entierro de las monjas de San Jerónimo fue sepultada Sor Juana Inés de la Cruz el 17 de abril de 1695.

Retrato de sor Juana Inés de la Cruz realizado en 1772 por Andrés de Islas. Museo de América, Madrid.

Sor Juana escribió varias obras teatrales. Su comedia más famosa, Los empeños de una casa, que, en ciertos pasos, puede recordar a Lope de Vega, mientras que Amor es más laberinto, ha sido muy valorada por su creación de caracteres, como Teseo, el héroe principal.

Tres autos sacramentales, escritos para ser representados en la corte de Madrid, revelan el lado teológico de su pensamiento: El mártir del sacramento —donde mitifica a San Hermenegildo—, El cetro de José y El divino Narciso.

También destaca su lírica, que aproximadamente compone la mitad de su producción; se trata de poemas amorosos en los que la decepción es un recurso muy frecuente, aunque también escribió poemas de temas diversos y algunas composiciones ocasionales en honor a personajes de la época. Otras obras destacadas de Sor Juana son sus Villancicos y el Tocotín, dentro del mismo género, pero que intercala pasajes en lenguas originarias americanas. 

Decía Sor Juana, que casi todo lo que había escrito lo hizo por encargo y que la única obra que redactó por deseo personal, fue el Primero sueño. También escribió —por encargo de la condesa de Paredes— unos poemas que ponían a prueba el ingenio de sus lectores —conocidos como “enigmas”—. Estaban pensadas para un grupo de monjas portuguesas, aficionadas a la lectura y grandes admiradoras de su obra, que intercambiaban cartas y formaban una sociedad a la que dieron el nombre de Casa del placer. Estas monjas hicieron copias manuscritas, que no fueron descubiertas hasta 1968 por Enrique Martínez López, en la Biblioteca de Lisboa.

Segundo tomo de las obras de sóror Juana Inés de la Cruz, monja profesa en el monasterio del señor San Jerónimo de la Ciudad de México, dedicado por la autora a D. Juan de Orúe y Orbieto, caballero de la Orden de Santiago. Sevilla, Tomás López de Haro, 1692.

Su comedia se basa habitualmente en el desarrollo minucioso de una intriga compleja, de un enredo inteligente; ofrece equívocos, malentendidos, y giros en la peripecia que, generalmente, son solucionados con premio a la virtud de los protagonistas. 

Plantea los problemas privados de las familias -Los empeños de una casa-, cuyos antecedentes en el teatro barroco español van desde Guillén de Castro, hasta las comedias de Calderón, como La dama duende, o Casa con dos puertas mala es de guardar, además de otras obras que abordan la misma temática.

Uno de sus grandes asuntos es el análisis del amor verdadero y la integridad del valor y la virtud, como podemos leer en una de sus obras maestras, Amor es más laberinto. También propone -y lo ejemplifican todas sus obras-, el tratamiento de la mujer como personaje fuerte, capaz de manejar la voluntad de los distintos personajes y los hilos del propio destino.

Se observa también, tal como declaró ella misma, el sello de la poesía de Luis de Góngora y de sus Soledades, aunque en una atmósfera distinta de la del llamado Apolo andaluz. El ambiente en Sor Juana siempre es nocturno, onírico, y a veces, bastante complejo. En este sentido, Primero sueño y toda su obra lírica, abordan la mayor parte de las formas de expresión, clásicas e ideales, que, de un modo u otro, aparecen en toda su producción lírica.

En la Carta Atenagórica, Sor Juana rebate, punto por punto, las que consideraba tesis erróneas del jesuita Vieira. Acorde con el espíritu de los pensadores del Siglo de Oro, especialmente Francisco Suárez; emplea silogismos y aplica la casuística, pero con una prosa enérgica y precisa, tan elocuente como el de aquellos primeros clásicos del Siglo de Oro español. 

Ante la recriminación hecha por el obispo de Puebla a raíz de su crítica a Vieira, Sor Juana decidió contestar, redactando la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, en la que queda evidenciada su libertad de criterio, su agudeza y su obsesión por lograr un estilo personal, dinámico y libre de imposiciones.

Podemos decir que su obra se encuadra en el Barroco, pues tenía gran habilidad para introducir alteraciones gramaticales, como el retruécano; verbalización de sustantivos; sustantivación de verbos; acumulación de tres adjetivos sobre un mismo sustantivo y otras libertades, siempre con gran acierto y excelentes resultados. Fue magistral en el empleo del Soneto.

Su lírica es, en definitiva, un dignísimo testigo del final del barroco hispano, mostrando un profundo conocimiento de todos los recursos que los grandes poetas del Siglo de Oro habían empleado, a pesar de que, para dotar de un aspecto novedoso a su poesía, introdujo algunas innovaciones técnicas, que, en todo caso, muestran un aspecto muy personal. Su poesía se basa en tres grandes pilares: la versificación, las alusiones mitológicas y el hipérbaton.

El Retruécano es una contraposición de dos frases formadas por las mismas palabras con el orden invertido en una de ellas, con el fin de que presenten un significado contradictorio o antitético. En su reconocido, “Hombres necios que acusáis”, un bello poema-denuncia contra los dobles parámetros, se lee:

“…la que peca por la paga / o el que paga por pecar?”

En el Hipérbaton se altera la sintaxis habitual de una oración para enfatizar su sentido, conformando la rima.

“Primero sueño”:

y al reposo los miembros convidaba / -el silencio intimando a los vivientes,

Algunos eruditos, entre ellos, fundamentalmente, Tomás Navarro Tomás, ven en Sor Juana un innovador dominio del verso, aun cuando recuerde a Lope de Vega o a Quevedo. 

En el campo de la poesía, Sor Juana también recurrió a la mitología como fuente, igual que muchos poetas renacentistas y barrocos. El conocimiento profundo que poseía la escritora de algunos mitos, hace que algunos de sus poemas ofrezcan numerosas referencias a sus temas. En algunas de sus composiciones más culteranas, se nota más este aspecto, pues la mitología era una de las vías que todo poeta erudito, al estilo de Góngora, solía emplear.

El citado hipérbaton fue un recurso muy empleado en la época, Sor Juana lo aplica a la perfección en El sueño, obra llena de sintaxis forzadas y formulaciones combinatorias. Como característica de la ideología barroca, plantea problemas existenciales con una clara intención aleccionadora, pero también, ciertos tópicos bien conocidos, como el “desengaño” barroco, que emplea elementos como el carpe diem; el triunfo de la razón frente a la hermosura física, o la limitación intelectual del ser humano. Sus obras, prácticamente no recurren a temas del romancero popular.

Primera parte de Inundación Castálida, obras completas de Sor Juana Inés de la Cruz (Madrid, 1689).

En su emulación de los mejores autores del Siglo de Oro, sor Juana llega a presentar a la Virgen María como Don Quijote de la Mancha, siempre ayudando a personas que se encuentran en dificultades. 

Don Quijote y Dorotea -Cap. XXIX, I Parte. Univ. de Sevilla. “—No os responderé palabra, fermosa señora —respondió don Quijote—, ni oiré más cosa de vuestra facienda, fasta que os levantéis de tierra.” “La menesterosa doncella pugnó con mucha porfía por besarle las manos; mas don Quijote, que en todo era comedido y cortés caballero, jamás lo consintió, antes la hizo levantar y la abrazó con mucha cortesía y comedimiento... Sancho descolgó las armas, que, como trofeo, de un árbol estaban pendientes, y, requiriendo las cinchas, en un punto armó a su señor; el cual, viéndose armado, dijo: —Vamos de aquí, en el nombre de Dios, a favorecer esta gran señora.”

Su admiración por Góngora es evidente en la mayoría de sus sonetos y, sobre todo, en Primero sueño.

Y, por último, la enorme influencia de Calderón de la Barca puede resumirse en los títulos de dos de sus conocidísimas obras: Los empeños de una casa, emulación de: Los empeños de un ocaso, y El divino Narciso, título similar a El divino Orfeo de este autor.

Góngora, de Velázquez. Calderón de la Barca.

Su sentido del valor ejemplarizante de la dramaturgia y su defensa del mundo indígena, la llevaron a integrar este asunto en sus autos sacramentales. Empleó temas de la mitología griega; de las leyendas religiosas prehispánicas y de la Biblia, aunque no hay que descartar su clarividente observación de las costumbres contemporáneas, tan presente en obras como Los empeños de una casa.

En su obra destaca la caracterización psicológica de los personajes femeninos, muchas veces protagonistas, siempre inteligentes y, finalmente capaces de conducir su destino, pese a las dificultades con que la condición de la mujer en la estructura de la sociedad barroca frena sus posibilidades de actuación y decisión.

Los autos sacramentales de Sor Juana, como El cetro de José, incluyen gran cantidad de personajes bíblicos —José y sus hermanos— e imaginarios, como personificación de diversas virtudes.

Además de las dos comedias; Los empeños de una casa, y, Amor es más laberinto, escrita en colaboración con Juan de Guevara, algunos autores, no todos, atribuyen a Sor Juana la autoría de un posible final de la comedia de Agustín de Salazar: La segunda Celestina. 

Entre los estudiosos de Sor Juana se ha discutido el presunto feminismo que un sector de la crítica le atribuye, extemporáneamente, a la monja. Cierto que la Respuesta a Sor Filotea y la redondilla, Hombres necios, contienen, o son en sí mismos, auténticos documentos de reivindicación de la mujer, pero parece más probable que se trate de una cuestión de carácter moral, contra la hipocresía de los hombres seductores de la época, tal como se encuentra, por ejemplo, en Juan Ruiz de Alarcón. Prácticamente lo mismo se puede aplicar a la Respuesta a sor Filotea, cuando sor Juana reivindica o exige el derecho a la educación para las mujeres, es decir, que sería, además de una crítica, una reclamación del derecho al aprendizaje y al conocimiento. De acuerdo con la mayoría de los filólogos, sor Juana abogó por la igualdad de derechos; especialmente, en lo relativo al de la mujer a adquirir conocimientos. 

Probablemente, su pensamiento resulte más claro mediante la lectura de sus propias palabras, extremadamente claras, en la Respuesta a Sor Filotea, que veremos -algo extractada-, en la segunda parte de esta entrada. 


Firma de sor Juana

Algunos personajes históricos relacionados con Juana Inés

Antonio Sebastián Álvarez de Toledo, XXV Virrey de Nueva España, II Marqués de Mancera y Grande de España. Museo Nal. Historia. MNH, México

Payo Enríquez de Rivera (1622-1684). Museo Nal. Historia. MNH, México

Tomás de la Cerda, III Marqués de La laguna y Conde de Paredes (1638-1692), MNH Méx

Juan Urzúa

Juan Ignacio María de Castorena Ursúa y Goyeneche. Zacatecas, Nueva España, 31 de julio de 1668 - Mérida, Capitanía General de Yucatán, 13 de julio de 1733. Era un sacerdote católico novohispano, al que se considera como el primer periodista de Hispanoamérica, por haber fundado la Gaceta de México. Fue canónigo, chantre, inquisidor ordinario, capellán, predicador real y abad de San Pedro. 

Como amigo de Sor Juana Inés de la Cruz, editó algunas de sus obras y defendió su derecho a dedicarse a la literatura. En respuesta a este apoyo, ella le dedicó una décima:

Favores que son tan llenos,

no sabré servir jamás

pues debo estimarlos más

cuanto los merezco menos.

Cuando Urzúa supo de la muerte de Sor Juana, publicó Fama y Obras Póstumas del Fénix de México, en 1700, cuyo Prólogo escribió él mismo.

En 1721 fundó en su ciudad natal el colegio de niñas Los Mil Ángeles Custodios de María Santísima, que instaló en su casa paterna.

A partir de enero de 1722 publicó la citada Gazeta de México y noticias de Nueva España; con ocho hojas y de periodicidad mensual, que, a partir del cuarto número cambió su nombre por el de: Gazeta de México y florilogio historial de las noticias de Nueva España

Desde el 6 de julio de 1729, fue obispo de Yucatán, diócesis que ocupó hasta su fallecimiento, en Mérida, el día 13 de julio de 1733, a los 65 años.

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