lunes, 16 de mayo de 2022

Johann Joachim Winckelmann ● El gran Neoclásico ● Pompeya y Herculano

Winckelmann. De Rafael Mengs, después de 1755. MET-NY

Stendal, Sajonia-Anhalt 9.12.1717-Trieste, 8.6.1768.

Se trata de un arqueólogo e historiador del arte, al que se considera como fundador de la Historia del Arte y de la Arqueología como disciplinas modernas. Recuperó la imagen de una sociedad helénica, fundada en la estética, a partir del ideal de la educación en la belleza y en la virtud, como referencia para la teoría que configuró el punto de partida del renovador espíritu neoclásico.

Desde finales de 1734 hasta 1738 estudió cultura griega en el Instituto Salzwedel de Brandeburgo, a partir de los textos de Johann Mathias Gessner (1691-1761), contenidos en la Chrestomathie, es decir, una colección de extractos de obras de Jenofonte, Platón, Teofrasto, Hesíodo y Aristóteles. La Crestomatía o “Aprendizaje de lo útil” ya se empleaba en la antigüedad clásica, pero, a partir del siglo XVI, se difundió su aplicación con fines didácticos, es decir, como como una antología de los mejores modelos literarios.

Jenofonte, Platón, Teofrasto, Hesíodo? y Aristóteles.

Después, en 1738, Winckelmann se matriculó en Teología, en la Universidad de Halle, donde permaneció dos años, gracias a una beca de la Fundación Schönbeck. Desde el principio, estudió Mitología Griega y trabajó con las obras de Epícteto, Teofrasto, Plutarco y Hesíodo

En Halle fue alumno de Joachim Lange (1670-1744), uno de los grandes representantes del pietismo, que fue tan trascendente en la formación de filósofos y escritores de la calidad de Immanuel Kant, Gotthold Ephraim Lessing, o Friedrich Hölderlin

En la primavera de 1741, después de haber trabajado durante un año, como instructor de niños de familias nobles, en Osterburg, se trasladó a Jena, donde estudió un año más, volviendo a su trabajo de preceptor particular en Hadmersleben, en 1742.

El año siguiente desempeñó una plaza de maestro en la escuela de Seehausen, en la que permaneció hasta 1748, es decir, cinco años, durante los cuales no abandonó su propia formación, de forma independiente. De este período sabemos que Homero se convirtió en su autor preferido, aunque no por ello se desatendió el estudio de la obra de Heródoto, Sófocles, Jenofonte o Platón

De 1748 a 1755 fue bibliotecario en el palacio de Nöthnitz, en Dresde, organizando la biblioteca de Heinrich von Bünau, que contenía 42.139 volúmenes, cifra que la coloca entre las más completas colecciones privadas alemanas del siglo XVIII.

Retrato de Winckelmann, por Angelica Kauffmann (1764). Kunsthaus, Zurich.

Por fin, en 1755 publicó Gedanken über die Nachahmung der griechischen Werke in der Malerei und Bildhauerkuns, es decir: Reflexiones sobre la imitación de las obras griegas en la pintura y la escultura, ilustrado por su amigo Adam Friedrich Oeser. El estudio, alcanzó un reconocimiento internacional, pero de su edición solo se conserva un ejemplar en la Biblioteca Nacional de Sajonia. 

Sin dar mayor trascendencia al asunto, decidió hacerse católico, y en tal condición marchó a Roma con el proyecto de estudiar las ruinas de la antigüedad in situ. Allí también trabajó como bibliotecario y conservador, en esta ocasión, de las colecciones del cardenal Albani, hasta que en 1763 fue nombrado presidente inspector de las Antigüedades de Roma.

Desde el primer momento, publicó estudios y reflexiones que ejercieron una notoria influencia sobre las teorías estéticas de la época. Por ejemplo, rechazaba el Barroco y el Rococó, en todos sus aspectos, porque concebía el ideal de la belleza, sobre todo, artística, como una realidad objetiva, es decir, como la que presentan las grandes obras de la Antigüedad; fundamentalmente, las griegas, que llegó a conocer muy a fondo, al igual que las romanas, durante el tiempo que trabajó en la Ciudad del Vaticano; estudios y observaciones que completó y “recreó” a través de sus visitas a las excavaciones de Herculano, Pompeya, y el Museo Real de Portici.

Villa Elboeuf, en Portici, hoy imagen de nostalgia y silencio.

Conviene destacar aquí, el hecho de que fue Carlos III de Borbón, como rey de Nápoles y Sicilia, antes de ser coronado rey de España, quien ordenó comenzar la excavación sistemática de las poblaciones sepultadas por la erupción del Vesubio del año 79: las citadas Pompeya, Herculano, así como Oplontis y las Villas Stabianas

Carlos III, como Rey de Nápoles y Sicilia; Dos Sicilias, por Giuseppe Bonito, Madrid, Museo del Prado. (Dep. en otra Inst.)

Pero no fue Winckelmann -también es necesario recordarlo-, el descubridor, sino el, sistematizador de aquellos descubrimientos, en el desarrollo de un trabajo que, justo es decirlo, sorprendió primero y entusiasmó después, al mundo entero. 

Lo cierto es, que todo partió de inesperado descubrimiento de Roque Joaquín de Alcubierre, director de obras del Rey Carlos VII de Nápoles, el que después sería Carlos III de España, gracias al cual muchos de los objetos descubiertos en las excavaciones pudieron ser estudiados y sistematizados por Johann Winckelmann (1717-1768), cuyos análisis permitieron las primeras periodizaciones de los estilos escultóricos y arquitectónicos de Grecia y Roma. Todo ello, más el estudio comparado y exhaustivo de otros factores, como, por ejemplo, condiciones climáticas, alimentación, vivienda, vestido, etc. permitirían, a partir de entonces, a Winckelmann y a otros investigadores, la realización de estudios completísimos, asociando el arte con formas de vida y costumbres en la antigüedad, mediante su comparación con lo escrito por los autores más representativos. 

ROQUE JOAQUÍN DE ALCUBIERRE (1702-1780).

Nació en Zaragoza, probablemente un 16 de agosto de 1702, donde cursó sus primeros estudios, antes de ingresar, como voluntario, en el ejército, pasando a formar parte del Real Cuerpo de Ingenieros Militares, recientemente creado. Allí, con el apoyo del Conde de Bureta, obtuvo destinos importantes entre 1731 y 1733, como “encargado de las obras que se ejecutaron en ella, así sobre aquellos ríos, baluarte de Santa María y otras fortificaciones”; en Gerona, Barcelona, Madrid, y, como delineante, en Balsaín, bajo las órdenes del Ingeniero Jefe, Andrés de los Cobos. En 1738 marchó a Italia, como capitán y en 1777 ya figura como Mariscal de Campo

Alcubierre murió en Nápoles el 14 de marzo de 1780, y fue enterrado en el Panteón de los Castellanos de la capilla del Castillo-Torreón del Carmen, adosado a la muralla aragonesa de Nápoles, en las inmediaciones de la Plaza del Mercado, hoy desaparecido, del que era Gobernador.

El Príncipe de Conti dijo de él, que, “A pesar de sus errores imputables a la falta de experiencia y de formación arqueológica, sus méritos eran inmensos”.

Casa de los Vettii, en Pompeya; uno de los descubrimientos de Alcubierre.

En 1738, en el curso de los trabajos de prospección para la edificación del Palacio de Portici, por encargo del rey de Nápoles, Carlos de Borbón, halló los restos de la ciudad romana de Herculano. Desde ese momento solicitó, con insistencia, al rey, el permiso para seguir adelante con excavaciones a gran escala, lo que le fue otorgado el mismo año, aunque fue dotado con escasos medios humanos y materiales, de modo que no fue, sino con enormes dificultades y grandísimo esfuerzo, como descubrió el teatro de la antigua Herculano, al que siguieron las increíbles pinturas murales. 

A partir de entonces, los hallazgos se multiplicaron.

Trabajos en los Templos de Pompeya en el siglo XVIII. De Pietro Fabris (1740-1792).

En 1748 inició las prospecciones de la ciudad antigua de Pompeya, que ofreció, como valor definitivo, el hecho haber encontrado escenas de la vida romana tal y como fue, puesto que sus habitantes fueron sorprendidos, como en una instantánea fotográfica, y así quedaron sepultados entre lava y ceniza del Vesubio. Una terrible tragedia, se convertía así, en fuente inestimable de conocimiento.

Estos hallazgos; documentos de la vida diaria, provocaron un cambio radical en el concepto de las excavaciones arqueológicas, en las que, hasta entonces, no se miraba más allá de la posibilidad de recuperar obras artísticas y objetos lujosos para destinarlos a colecciones, exclusivamente, privadas o reales.

Alcubierre excavaría posteriormente las villas de Asinio Pollio, en Sorrento, y otros restos en Capri, Pozzuoli y Cumas.

Philipp Jakob Hackert, Puerta de Herculano en Pompeya. 1794. Künste de Leipzig.

Sin embargo, a partir de 1750 empezaron a surgir disensiones entre Alcubierre y algunos de los estudiosos que trabajaban bajo sus órdenes,- fundamentalmente, con Karl Jakob Weber-, asunto que terminó con la pérdida de la responsabilidad del aragonés, al frente de las excavaciones. Fue, asimismo, criticado por el propio Winckelmann, todo lo cual, contribuyó a hacer caer en el olvido los innegables méritos de Alcubierre, quien, posiblemente estuviera más habituado a la disciplina militar, que no admite réplica, que a la de un investigador arqueólogo propiamente dicho, acostumbrado a actuar en equipo.

“Alcubierre era un hombre autoritario, más ambicioso que interesado en las excavaciones, que solo contemplaba como medio para satisfacer los caprichos coleccionistas del Rey de Nápoles. Toda la correspondencia que mantuvo con el Monarca deja entrever su empeño a la hora de conseguir medios para iniciar y continuar las excavaciones en Herculano y Pompeya, recordando siempre a sus valedores las fatigas y los trabajos realizados en las mismas:

 (…) “Habiendo muchos años que puedo asegurar no haber tenido casi un día de reposo, pensión del empleo mío y, sobre todo, que es lo que ahora más contribuye, el que atado con una cuerda he bajado más de 200 veces por un pozo a las excavaciones, exponiendo salud y vida por el gusto que conocía tenían S.M y V.E. de lo que se iba encontrando”. Carta dirigida al Rey de Nápoles.

(…) Habiéndome encontrado en las nuevas grutas donde se ha empezado a excavar, vecino al Vico del Mar de Resina, una figura muy sana y muy curiosa de metal, la cual parece estaba situada en algún ángulo, la paso a manos de V.E. a fin que V.E. pueda presentarla a Su Majestad. También paso a manos de V.E. el lugar donde se han encontrado inscripciones, estatuas, columnas, metales y otras piedras halladas en estas excavaciones. (…). Carta dirigida al Marqués de Salas.

Pronto fue objeto de críticas por parte de sus colaboradores como es el caso del suizo Carlos Weber (ingeniero asignado como su subalterno en 1750), quien falleció en 1764, siendo sustituido por el ingeniero romano-español Francesco de la Vega, también muy crítico con Alcubierre. Las mayores críticas vinieron de Winckelmann, quien “escribió una carta al Conde de Brühl, hijo del Ministro de Sajonia, que contenía una enérgica protesta por los métodos empleados y en la que acusaba a la Corte de Nápoles de no facilitar el conocimiento del yacimiento a visitantes y eruditos”, con lo que consiguió apartarlo de sus responsabilidades al frente de las excavaciones. 

Algunos le consideran uno de los primeros arqueólogos por el trabajo sistemático realizado en Pompeya y Herculano, pero entonces fue acusado de simple “anticuario” para abastecer el museo del rey, más que como arqueólogo. Se podía decir que se desentiende del contexto.”

Antes que Alcubierre, también el arquitecto Fontana había hallado un yacimiento a mediados del siglo XVI, pero no le dio la importancia, porque creyó que no se podía excavar; ¿quién iba a imaginar que se trataba de las ruinas de Herculano?

Plinio el Joven dice que la catástrofe de Pompeya, Herculano y Estabia se produjo en agosto, pero las más recientes investigaciones sitúan la erupción ya en otoño. En cualquier caso, Herculano quedó sepultada bajo un aluvión de ceniza y lava, que, en algunos puntos, alcanzó veintiséis metros de espesor, y Pompeya y Estabia quedaron bajo escombros de ceniza, lapilli y fragmentos de piedra pómez. Los vapores de azufre asfixiaron a muchos de los que no pudieron escapar, quedando petrificados tal como fallecieron, muy probablemente, “dormidos”. Fueron pocos los que lograron ponerse a salvo. Durante siglos, las tres ciudades cayeron en el olvido, creyendo que no había quedado ni rastro de ellas.

Y así permanecieron hasta la llegada de Alcubierre. “para la inmensa mayoría de mi gremio y del de restauradores, el padre de la Arqueología, ya que fue el primero en desenterrar una ciudad antigua”, escribió Corrado Donati, Arqueólogo del Museo Arqueológico Nacional de Nápoles.

Los primeros trabajos de Alcubierre tuvieron lugar en Cataluña y Madrid. Después se desplazó al Sur de Italia para realizar prospecciones en una finca de la localidad de Portici, cercana a Nápoles, también propiedad del, entonces, futuro rey Carlos III, que entonces, como sabemos, lo era de Nápoles y Sicilia.

“Fue precisamente en esos momentos cuando el ingeniero zaragozano pidió permiso al rey para que se le dejase investigar, junto a un par de compañeros, la zona del pozo Nocerino, donde con anterioridad se habían hallado esculturas. Es más, tuvo que insistir fervientemente para poder llevar a cabo una excavación a gran escala, dada la escasez de herramientas y de personal disponible”. Declaró Michael Longstreem, Comisario de Arte Antiguo en el Metropolitan Museum de Nueva York.

Hasta entonces, ese tipo de búsquedas solo tenían como objetivo hallar objetos de lujo de civilizaciones anteriores. “Es en ese momento cuando la información del pasado se antepone a los hallazgos lujosos”, concluye Longstreem.

La pista para proceder con la excavación a gran escala fue el descubrimiento, el 11 de diciembre de 1738, de una inscripción epigráfica que permitió identificar la ciudad que se hallaba bajo sus pies: Herculano.

Las excavaciones fueron muy dificultosas, como se puede deducir, pues la ciudad estaba sepultada bajo una capa solidificada de lava volcánica que, en algunos puntos, tenía 26 metros de espesor, como se ha dicho. Pese a ello, lograron sacar a la luz el teatro y diversas pinturas murales de algunas viviendas.

En 1748 empezaron los trabajos en un lugar cercano, del que se recuperaron centenares de piezas, pero no fue hasta 1763 cuando se dedujo que se trataba de Pompeya, gracias a una inscripción hallada, en la que figuraba el nombre oficial de la ciudad, Res Publica Pompeianorum. Habían pasado ya catorce años de intensos trabajos, según el citado Donati.

A partir de entonces, los hallazgos se multiplicaron, lo que llevó a Alcubierre a convencer al rey para que ampliara el área de excavación. En 1748 empezaron los trabajos en una zona cercana que, a diferencia de Herculano, no estaba cubierta de lava sino de ceniza solidificada y pequeñas piedras volcánicas. Aun sin conocer de qué ciudad se trataba, en 1756 ya habían sido recuperadas 800 frescos, 350 estatuas, un número indeterminado de cabezas y bustos, 1.000 vasos, 40 candelabros y más de 800 manuscritos antiguos.

Carlos III, c. 1765. De Antón Rafael Mengs. Museo del Prado

Bajo la dirección de Alcubierre se recuperaron, el Anfiteatro, la Vía de los Sepulcros, los restos de la Villa de Cicerón, la Finca de Julia Félix, la Villa de Diomedes y el Templo de Isis; primer santuario egipcio que se pudo contemplar en Europa, entre otras joyas de la Historia que, poco a poco, empezaron a llamar la atención de estudiosos y de algunos visitantes que acudían a contemplar los edificios y esculturas, así como los primeros frescos que, como algo portentoso, aparecieron a la vista. 

Es preciso reincidir en la idea de que, en realidad, la ciudad había sido ya descubierta en 1550, por el arquitecto Fontana, cuando intentaba encauzar en un nuevo curso el río Sarno. El problema fue que, en aquel momento, no se dio la debida importancia a los restos hallados, suponiendo que, tanto Pompeya como Herculano eran irrecuperables, de modo que ambas ciudades esperaron 150 años más, hasta que la loable insistencia de Alcubierre, consiguió que Carlos III apoyara los trabajos necesarios para sacarlas de la oscuridad y el olvido.

Mosaico del siglo I hallado en Pompeya que representa a la Academia de Platón.

Alcubierre trabajó también en el área de Gragnano, y descubrió, en 1740 la tercera ciudad destruida por el Vesubio, Estabia, la más pequeña. En esta ocasión, se antepuso el estudio del mundo antiguo y la arqueología, a la búsqueda de tesoros. Incluso para los viajeros de la época, empezó a resultar sumamente atractivo conocer la vida cotidiana de los romanos mediante los frescos y otros muchos detalles que fueron apareciendo, a través de los cuales hemos podido saber de su arquitectura, urbanismo, formas de ocio, espacios religiosos, mobiliario e incluso, de la alimentación de la época, con todo lo cual se produjo un salto cualitativo con respecto a los conocimientos que se disponía hasta entonces.

Tras el fallecimiento de Roque Joaquín de Alcubierre y la partida a España de Carlos III, el íntimo colaborador del primero, Francisco de la Vega, se ocupó de continuar con las excavaciones. Techó construcciones con objeto de preservar pinturas y mosaicos y trasladó algunos objetos y frescos al museo que, al efecto, se creó en el palacio de la localidad de Portici.

Fue de la Vega, quien, con el apoyo de la Archiduquesa austríaca María Carolina, posteriormente, reina consorte y gobernante de hecho, de Nápoles y Sicilia, trasladó al papel los planos de la muralla de Pompeya y de las calles más importantes de la antigua urbe, junto a su Foro.

Teatro Grande Pompeya. F. Fdez. Murga: “Carlos III y el descubrimiento de Herculano, Pompeya y Estabia”. Salamanca, 1989

Los Borbón hicieron publicar las primeras guías de la ciudad, con planimetrías y dibujos, entre las que destaca la obra de François Mazois: Les ruines de Pompéi. 

Durante las siguientes décadas, otras ruinas fueron apareciendo, como la famosa Casa del Fauno, con su mosaico de la Batalla de Issos, entre Alejandro Magno y Darío, así como la llamada Casa del Poeta Trágico, de la que conocemos bien el mosaico que representa un perro encadenado, con el aviso, Cave Canem -Cuidado con el perro-, que se convirtió en una especie de icono de Pompeya. (Fuente: La Vanguardia, 2021).

Alejandro. Casa del Fauno. Copia romana del original Helenístico de Philoxenos de Eretria.

Casa del Poeta Trágico. ¡Cuidado con el Perro!


Diferentes luces sobre el Forum de Pompeya

Con objeto de amenizar la lectura de carácter estrictamente arqueológico, recordaremos la tradición, según la cual, el descubrimiento de Herculano y Pompeya, fue consecuencia de un acontecimiento fortuito. 

Los reyes de Nápoles; Carlos VII, III de España, y María Amalia de Sajonia salieron a pescar un día, en mayo de 1737 y, sorprendidos por una tormenta, se refugiaron en el puerto del Granatello, al sureste de Nápoles. Encantados por la belleza del lugar decidieron construir un palacio allí; el Palacio Real de Portici; sería en el transcurso de su construcción, cuando el ingeniero Roque Joaquín de Alcubierre, descubrió Herculano en 1738 y Pompeya en 1748.

Andando el tiempo, Portici sería elegido de forma entusiasta, por el pintor Mariano Fortuny, como objeto de varias de sus obras -en este caso, dos paisajes-, uno de las cuales, se encuentra en el Museo del Prado, y el otro, en el Meadows, de Dallas, desde principios de 2018.

Mariano Fortuny Marsal, retratado por Federico Madrazo y Kuntz. 1867. MNAC

M. Fortuny Marsal: Paisaje de Portici. 1874. Acuarela, Aguada de pigmentos opacos [gouache, témpera] sobre papel, 460 x 320 mm. MNP. No expuesto. -Playa de Portici, su última obra. 1874. Meadows, Dallas. USA.

Admirado por tamaño descubrimiento, el rey fomentó las primeras excavaciones “arqueológicas” y en 1758 fundó un museo en el propio palacio, el Museo Ercolanense, que alcanzaría tal fama y sería tan esencial para la difusión del gusto neoclásico en toda Europa, que Goethe lo calificó de “Alfa y Omega de todas las colecciones de antigüedades”. Sin embargo, pese a la fama, el estudio y la difusión de las fabulosas antigüedades, con frecuencia, el trabajo de investigación, tuvo que hacerse “a pesar de” Carlos VII; su hijo Fernando IV; el director Alcubierre y toda una retahíla de “conservadores” y funcionarios palatinos.”

En primer lugar, no hay que olvidar que, en realidad, los yacimientos habían sido descubiertos, sin saberlo, por el príncipe de Elboeuf a principios del mismo siglo, también durante la construcción de su villa de recreo, la Villa d’Elboeuf. Pero no siendo un erudito, el príncipe se había dedicado a decorar su casa con las antigüedades encontradas y a regalarlas a importantes personalidades de la época como el príncipe Eugenio de Saboya o el rey Luis XV de Francia.

Asimismo, pese a su celebridad, Pompeya y Herculano, no son “testigos exclusivos”, pues se inscriben en una larga lista de colecciones de antigüedades y descubrimientos que también fueron esenciales en la configuración del gusto neoclásico, algo que ejemplifican, el Palacio Imperial de Diocleciano en Spalato, el Museo Pío-Clementino o la colección de la Villa Borghese

Palacio Imperial de Diocleciano en Spalato

Palacio Imperial de Diocleciano en Spalato. Templo de Júpiter

Museo Pío Clementino: Niños jugando con nueces. Sarcófago del siglo III. Chiaramonti. Vaticano

Domenico Montelatici: Villa Borghese fuori de Porta Pinciana, Roma 1700

Villa Borghese. Jardín del lago, con el Templo de Asclepio.

Los descubrimientos en las afueras de Nápoles tuvieron siempre dos características únicas: la cantidad de piezas que se hallaron, y el magnífico estado de conservación en el que se encontraban las pinturas.

Sin embargo, como ya hemos dicho, el acceso a las colecciones del palacio de Portici siempre fue, cuando menos, problemático. En 1739, apenas un año después del descubrimiento, un viajero destacaba que le enseñaron la colección personas “malhumoradas y hurañas”. El célebre Winckelmann, por su parte, pudo inspeccionar con calma la colección solo después de un extenuante papeleo. Goethe, en su visita de 1787, recibió la prohibición expresa de dibujar cualquier pieza, aunque años antes, en 1775 se había empezado a tolerar que los visitantes pudieran tomar notas bajo la estricta vigilancia de un ujier. Así, la difusión de todas esas piezas tuvo que hacerse “a pesar de” sus dueños y muchos viajeros publicaron grabados de las mismas hechos de memoria, como Cochin en sus Lettres sur les peintures d’Herculanum (1751) o el Marqués de Caylus con su Recueil d’antiquités - Compendio de AntigÜedades, (1752). Evidentemente, estos recopilatorios atendían más a los valores artísticos en sí mismos, que a los testimonios arqueológicos que representaban

Anne-Claude-Philippe de Tubières-Grimoard Levieux de Pestels de Lévis, conde de Caylus, que además era marqués d’Esternay y barón de Bransac (1692-1765), fue un anticuario, proto-arqueólogo, hombre de letras y miembro de la Académie Royale de Peinture et de Sculpture, así como de la des Inscriptions

Entre sus obras dedicadas a las antigüedades destaca el Compendio: “Recueil d’antiquités égyptiennes, étrusques, grècques, romaines et gauloises” profusamente ilustrado (6 vols., París, 1752-1755), que se convirtió en la fuente del conocimiento del arte neoclásico durante el resto del siglo. 

Caylus, retratado por Alexander Roslin. Museo Nal. Varsovia

Caylus fue un excelente grabador y copió muchas pinturas de los grandes maestros. En 1757 publicó “Tableaux tirés de l’Iliade, de l’Odyssée, et de l’Enéide” – Cuadros sacados de la Ilíada, La Odisea y La Eneida.

En su obra, Historia del Arte de la Antigüedad, de 1764, distingue cuatro fases en el arte griego: el estilo antiguo, el estilo elevado, el estilo bello y la época de los imitadores, que tienen siempre validez, pero que vienen a representar los estilos: Arcaico; Primer Clasicismo del siglo V a. C.; Segundo Clasicismo del siglo IV a. C., y, finalmente, estilo Helenístico.

Villa de los Misterios/ Villa dei Misteri. Frescos.

Tras la fundación del museo en 1758, Carlos VII tomó la iniciativa de difundir las piezas, pero a su manera. Lo hacía a cuentagotas y no quería que nadie lo hiciera por él, mostrando un notorio recelo al respecto, en pleno siglo de la Ilustración. La publicación en 1750 del estudio, Admiranda Antiquitatum Herculanensium, de Antonio Francesco Gori, un erudito florentino, enfadó al monarca, “que no quería que se estudiase en Florencia lo que él deseaba que permaneciese oculto”. 

Por otra parte, con ocasión de la fundación del museo, el rey patrocinó la edición de una “guía oficial” del mismo; ocho enormes y lujosos volúmenes con detallados grabados que se publicaron entre 1757 y 1792. Pero dichos volúmenes de Antichità di Ercolano esposte, no llegaron al público; el rey se reservó el derecho de regalarlos en exclusiva, a quien considerara oportuno, en consecuencia, a eruditos y personalidades varias, interesadas en la Arqueología, no les quedó otra opción, que pelearse por ellos.

La Calle de la Abundancia, en Pompeya, presenta gruesos bloques sobre el nivel del suelo, preparados para poder atravesarla, a pesar de la lluvia.

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Todo este bagaje sirvió finalmente a la misión que Winkelmann se había propuesto: re-formar el gusto de la intelectualidad de Occidente, con la fórmula que encontró para caracterizar lo esencial del arte griego, "noble simplicidad y serena grandeza", que, a su vez, inspiró a artistas como Jacques-Louis David, Benjamin West y Antonio Canova.

Jacques Louis David, París, 1748-Bruselas, 1825. Autor de obras como esta: Muerte de Sócrates. MET. NY

Benjamin West - The Artist and His Son Raphael. Yale Center Brittish Art. -Su obra, Cicero Discovering the Tomb of Archimede - 1963.49 - Yale University Art Gallery

Antonio Canova y sus Tres Gracias. Hermitage. S. Petersburgo

De mismo modo, su trabajo ejerció una beneficiosa influencia en teóricos del arte y escritores alemanes como Lessing, Goethe y Schiller.

G. E. Lessing, J.W. Goethe y F. Schiller

La fecha de nacimiento de Winckelmann, 9 de diciembre de 1717, es para muchos arqueólogos del mundo clásico, así como algunos Institutos de arqueología, “El día de Winckelmann”.

El Neoclasicismo, pues, que se extendió por Europa durante el siglo XVIII y parte del XIX, debe mucho a este autor, cuya idea principal era, que el arte clásico, griego y romano, había conseguido la perfección, y como tal debía ser recuperado literalmente, porque según él: ”La única manera de llegar a ser grandes, si es posible, es con la imitación de los griegos.”

Su obra maestra, la Geschichte der Kunst des Altertums -Historia del arte de la Antigüedad, publicada en Dresde en diciembre de 1764, con fecha de 1763, pronto fue reconocida como una importantísima contribución para el estudio de las obras de arte de la Antigüedad. En este trabajo, el arte antiguo es considerado como el producto de ciertos círculos políticos, sociales e intelectuales que fueron la base de la actividad creativa y el resultado de una sucesiva evolución. De este modo, funda su partición cronológica, desde el origen del arte griego al Imperio romano, en un análisis estilístico; un trabajo exhaustivo, denso y muy documentado, en el que, lógicamente, dado el escaso o nulo conocimiento del asunto en su época, se hallan algunos errores considerables -pero no muchos-.

Historia del Arte Antiguo. Dresde, 1764

Un error, por ejemplo, en el que Winckelmann incurre, del que ya hemos hablado, -y que hasta cierto punto, persiste-, en su veneración por la escultura griega, es su valoración de la blancura del mármol como uno de sus mayores encantos. Pero desde finales del siglo XIX se sabe, sin sombra de duda, que las estatuas de mármol griego, al igual que los templos, estaban completamente cubiertos de color -sobre todo rojo, negro y blanco-. Al tratarse de sustancias naturales; tierras, tintes vegetales y animales-, eran inestables y solubles, por lo que desaparecieron debido al paso del tiempo y a la acción del clima, dejando, como mucho, algunas trazas, prácticamente invisibles, como ocurre con las esculturas del mismísimo Partenón de la Acrópolis de Atenas.

Dionisos, de Fidias, de un frontón del Partenón, que hoy sigue en el Museo Británico.

Winckelmann idealizaba la figura humana desnuda, preferentemente masculina; lo perfecto para él, era un desnudo de Fidias del Partenón; las esculturas que siguen el Canon de Policleto; los atletas de Lisipo y, ¿cómo no? los modelos de Praxíteles. En Reflexiones sobre el arte griego en la pintura y la escultura, imagina la «belleza ideal» capturada en las blancas estatuas, cuyos cuerpos correspondían a «verdaderos» atletas de la época, lo que habría sido el resultado de la práctica de un ejercicio físico intenso. Imagina al «espartano» como un hombre excepcional, “que en su infancia fue siempre libre; a la edad de siete años dormía en la tierra desnuda, educado en la lucha y la natación”. Así, los cuerpos espartanos, habrían conseguido su aspecto mediante el ejercicio y fueron los ideales masculinos que los escultores reprodujeron en las estatuas.

Reflexiones sobre la imitación de las obras griegas en la Pintura y la Escultura. 1885

La idea fundamental de su teoría es que la finalidad del arte es la belleza pura, y que este objetivo solo puede lograrse cuando los elementos individuales y los comunes son estrictamente dependientes de la visión global del artista. El verdadero artista selecciona los fenómenos de la naturaleza adaptándolos a través de la imaginación, con la creación de un tipo ideal de belleza masculina, que se caracteriza por “edle Einfalt und stille Größe” -noble simplicidad y serena grandeza-, un ideal sobre estereotipo masculino, por supuesto, en el que se mantienen las proporciones naturales y normales de elementos tales como los músculos y las venas, sin romper la armonía del conjunto. Para forjar estas teorías estéticas, además de las obras de arte que él había estudiado -en gran parte copias romanas que erróneamente consideraba originales-, se basó en la información dispersa que sobre el tema se podía encontrar en las fuentes antiguas. Su amplio conocimiento y activa imaginación, le permitieron ofrecer sugerencias, basadas, a veces, en deducciones, que resultaron útiles para los períodos de los que entonces se tenía poca información directa.

Muchas de aquellas conclusiones, como se ha advertido, se basaron en el estudio y la observación de copias romanas de originales griegos, aspectos que han sido superados en gran parte; pero el verdadero entusiasmo por las obras, su estilo literario, en general agradable y sus vívidas y entusiastas descripciones, hacen su lectura útil e interesante. Sus contemporáneos percibieron el trabajo de Winckelmann como una revelación y ejerció una profunda influencia en las mentes más brillantes de la época; Lessing, halló en las primeras obras de Winckelmann la inspiración para su estudio sobre el grupo escultórico de Laocoonte de la Eneida de Virgilio, inmerso en la tragedia previa a la caída y destrucción de Troya.

Groupe du Laocoon, œuvre des Rhodiens, Agésandre, Athénodore et Polydore. IIe ou Ier siècle, av. J.-C.,musée Pio-Clementino, Vatican

Los principios de crítica literaria y estética de Lessing, quedaron expuestos en numerosas obras, entre las cuales, la más famosa es su Laocoonte, de 1766, cuyo objetivo era determinar los límites entre las artes plásticas y la poesía. Lessing asegura que la primera ley del arte, es la belleza y que la característica particular de la poesía, es la acción. Testigo de su aserto, el grupo al que nos referimos, descubierto en Roma, en 1506, aun cuando se dice que está lejos de ser una traducción fiel de la escena descrita en La Eneida. El poeta, dice Lessing, trabaja para la imaginación y el escultor, para el ojo, que no puede imitar la realidad, sino faltando a las leyes de lo bello, en tanto que el poeta, desarrolla la acción completa.

No podemos olvidar, que el mismo asunto había sido abordado por El Greco, en una obra, en este caso, al parecer, inspirada sólo en el arte, o, tal vez, no sólo... en 1610.

Greco, 1610-14. Laocoonte. NGA, Washington

Winckelmann aseguraba que, para muchas obras de arte relacionadas con la historia de Roma, la primera fuente de inspiración se encontraba en Homero.

Parece demostrado que la mejor biografía de Winckelmann, es, o sigue siendo, la de Carl Justi: Winckelmann und seine Zeitgenossen - Winckelmann y sus contemporáneos.

Winckelmann en el Círculo de Eruditos de la Biblioteca del Castillo Nöthnitz. De Theobald von Oer. Biblioteca Estatal y Universitaria de Sajonia, Dresde. 1874

Winckelmann, basándose en los trabajos del arriba citado Conde de Caylus, contribuyó de forma trascendente, a establecer el verdadero concepto de la Arqueología como ciencia, ya que la misma, por entonces, no era sino un pozo sin fondo, destinado a ofrecer sus dones a coleccionistas con capacidad económica para adquirirlos.

Johann Joachim Winckelmann, de Ferdinand, Hartmann, a partir del retrato de Angelika Kauffmann. 1794. Gleimhaus in Halberstadt; Old Literary Museum, Germany.

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