sábado, 7 de mayo de 2022

Napoleón I y su relación con las mujeres

 

Jacques-Louis David – El Emperador Napoleón en su estudio de Las Tullerías. 1812. Nat. Gal. Washington.

La historia de Napoleón está contenida en 33 años aproximadamente, en cuyo transcurso, el joven cadete de la Escuela de Artillería, pasará, de ser el asteroide imperial, dispuesto a dominar el mundo -algo que alcanzó, en buena medida-, a ser el hombre aislado en Santa Elena, tras ser despojado de todo. En realidad, vivió 51 años y unos meses.

Ajaccio, Córcega, 15 de agosto de 1769

Santa Elena, Longwood, 5 de mayo de 1821

Del mismo modo, todo parece indicar, que sus aventuras amorosas fueron tan fugaces como las otras, aunque, por lo que podemos leer, él nunca se ufanó, ni se lamentó, al conquistar o perder, unas u otras. 

No parece que mostrara un excesivo interés por las mujeres; de hecho, hablaba muy poco de su vida amorosa y, aunque esto es algo que debería considerarse normal, siempre que no influya en la actividad pública, parece que no fue así. Lo cierto es que se casó dos veces, con resultados, más bien negativos en ambos casos. Por otra parte, el historiador Frédéric Masson, en su libro, Napoléon et les femmes, de 1894. le atribuyó cincuenta y ocho “conquistas”, de las cuales, muy pocas dejarían alguna huella en su vida, si bien –asegura el autor-, esas pocas, serían indisociables en la acción política del emperador y determinarían algunas de sus decisiones más trascendentes, tanto en su faceta de hombre de guerra, como en la de hombre de Estado.

Fue descrito como poco cortés con las mujeres, añadiendo que, a veces, usaba con ellas un lenguaje brutal y que, incluso se mostraba despectivo hacia las que se le entregaban fácilmente.

Tuvo dos esposas -Josefina Beauharnais y María Luisa de Austria-, cuyos matrimonios no terminaron en fracasos, y dos amantes que, al parecer, sí que influyeron en su vida: Éléonore Denuelle de La Plaigne, que le dio su primer hijo, el Conde Leoni –nacimiento que le devolvió la confianza acerca de su temida esterilidad-, y la Condesa Walewska, de la que, al parecer, se enamoró profundamente.

 

Josefina. Retrato de A.-J. Gros. Y María Luisa, de Johann Baptist von Lampi the Elder.

Éléonore Denuelle de La Plaigne. -La Comtesse Marie Walewska, en 1812, de François Gérard. Versalles

La realidad, es que él mismo definió sus amores como algo sin importancia, así, cuando Josefina, en cierta ocasión, se mostró celosa, escribió:

"[Joséphine] siempre teme que me enamore. ¿No sabe que el amor no se hizo para mí? ¿Qué es el amor? Una pasión que deja todo el universo a un lado, para no ver, y no poner en el otro, nada más que el objeto amado."

El historiador Jean Tulard, especialista en Napoleón y su época, habla, anecdóticamente, de su primera historia de amor, ni más, ni menos, que, en 1774, -él había nacido en 1769-, con una niña llamada Giacominetta. También escribiría por entonces, a otra muchachita llamada Emma: “¿Será que eres malvada, o es que no tienes corazón?”. Pero, como es lógico, su primer verdadero amor -aunque, completamente casto-, llegaría unos años después; fue Caroline du Colombier.

Caroline du Colombier, primera relación “amorosa”, del joven Napoleón.

Charlotte Pierre Anne du Colombier, influyó particularmente sobre el joven Subteniente. Recién salido de la Escuela Militar Superior de París, a finales del año 1785 y destinado en un regimiento de guarnición en Valence, Napoleón hizo amistad con la familia de Madame du Colombier. Poco a poco, también se hizo amigo de sus dos hijas, especialmente, de Charlotte Pierre Anne, conocida familiarmente, como Caroline, que tenía entonces 25 años, mientras que Napoleón, apenas tenía 17, aunque parece que esta diferencia no impidió que se frecuentaran y crearan un afecto mutuo muy real y duradero. Cuando ya se encontraba en Santa Elena, Napoleón contó a los fieles que le acompañaban, que se había tratado de una relación casta:

“No se puede ser más inocente de lo que fuimos nosotros –decía-, nos contentábamos con pequeñas citas; aún recuerdo un día, en pleno verano, al amanecer… no lo podréis creer, pero toda nuestra felicidad se redujo a comer cerezas juntos.”

La tierna relación se interrumpió cuando Bonaparte tuvo que desplazarse con su regimiento, a pesar de lo cual, mantuvieron una buena amistad, pues, años después, él regaló a Caroline una magnífica sortija, aunque, para entonces, ya era la señora Bressieux. La sortija representaba la recogida de las cerezas, y, curiosamente, fue subastada en Fontainebleau, con otros objetos relacionados con el emperador, en fecha tan próxima como 2017.

La sortija de "Caroline". “Paris Match”.

Désirée Clary

Désirée Clary, la primera prometida de Napoleón y futura reina consorte de Suecia. François Gérard, 1810. Museo Marmottan, París.

Nacida en Marsella, en 8 de noviembre de 1777, era hija de François Clary, un acaudalado marchante de sedas. Cuando la familia Bonaparte abandonó Córcega, en el verano de 1793, se instalaron en Marsella y, poco a poco, durante aquel difícil período de la Revolución francesa, se fueron acercando a la familia Clary. La asiduidad fue en aumento entre las dos familias, hasta el punto que se pensó en un doble matrimonio; los dos Bonaparte mayores, José y Napoleón, con Juli y Desirée Clary. Julie, la mayor, fue finalmente prometida a José, y se casaron en 1794. En cuanto a Desirée, se comprometió igualmente, con Napoleón, el 21 de abril de 1795, por lo que ostenta el primer título, como tal, en la vida del futuro emperador, quien, sin embargo, tenía planes más perentorios, de continuar su carrera en París, ciudad a la que se dirigió, en solitario.

Una vez asentado en la capital, nuestro protagonista no dejó de asistir a los famosos Salones, en uno de los cuales, se hizo amigo de una viuda criolla, muy conocida y celebrada por su belleza. Se llamaba Joséphine de Beauharnais; ella fue la que pasó a ocupar todo el territorio napoleónico, que parecía destinado a Desirée Clary, quien, al parecer, llevó muy mal el consiguiente alejamiento de su prometido.

En los Archivos Nacionales de Suecia, se conserva una carta que Desirée le enviaría tras la ruptura propiamente dicha: “Me has hecho una desgraciada para el resto de mi vida, pero aún tengo la debilidad de perdonarte... ¿Decías que me amabas? Jamás me casaré, jamás me uniré a ningún otro...”. 

Pero, afortunadamente, el dolor desapareció antes de lo previsto, ya que, no mucho después de escribir esta carta, Desirée conoció a Jean-Baptiste Bernadotte, un joven y atractivo general, que rivalizaba con Bonaparte, y, muy pronto; apenas dos semanas después de conocerse, el 7 de agosto de 1798, Désirée y Jean-Baptiste, contraían matrimonio civil en Sceaux, en Île-de-France, al sur de París, y casi un año después, el día 4 de julio de 1799, nacía su hijo Oscar, que sería rey de Suecia y Noruega, desde 1844, hasta su fallecimiento, el 8 de julio de 1859, en Estocolmo.

Jean-Baptiste-Jules Bernadotte, como teniente del 36º regimiento de línea. Pintura de Louis Félix Amiel, en 1792 y su hijo, Oscar, obra de Joseph Karl Stieler, en 1823. Estocolmo

Durante el Directorio, Bernadotte, era Ministro de la Guerra, pero bajo el mandato de Napoleón, fue elevado al rango de Mariscal del Imperio.

En 1806, Bernadotte se convirtió en soberano de un pequeño Estado italiano, próximo a Nápoles; Pontecorvo, pero en 1810, sucedió al anciano Carlos XIII, en el trono de Suecia y Noruega, pasando a ser reconocido como Carlos XIV; Désirée fue, pues, reina consorte, y Oscar, el hijo de ambos, se convertiría a su vez, en Oscar I.

Bernadotte, ya como Carlos XIV Juan, Príncipe de Suecia, de François Gérard, 1811

Sin embargo, a Désirée, que llegó con su hijo a Estocolmo, el 22 de diciembre de 1810, no le gustó, ni la Corte, ni el clima de veinte grados bajo cero que había en aquel momento, y, en pocos meses, cayó en una profunda depresión, a causa de la cual, decidió volver a París, donde a lo largo de los diez años siguientes, sirvió a la diplomacia napoleónica ante la Corte Sueca, a la que no volvió hasta 1823, para ser coronada. Allí moriría, en 1860, a los 83 años. Désirée se convirtió así en la “madre de la dinastía” sueca, que todavía reina en el país.

Joséphine de Beauharnais

Joséphine en traje de coronación, retratada por Baron François Gérard. Fontainebleau

Marie-Josèphe-Rose de Tascher de la Pagerie, fue la primera esposa de Napoleón y -al parecer, sin lugar a dudas-, su primer verdadero amor, y, además, jugó un papel determinante en las decisiones del mismo como Emperador.

El 23 de junio de 1763, nacía en Martinique, en las Antillas, la mujer a la que conocemos, sencillamente, como Josefina. Era hija de Joseph-Gaspard de Tascher de La Pagerie, teniente de infantería de Marina, y de Rose Claire des Vergers de Sannois, un matrimonio de colonos adinerados, que poseían plantaciones de caña de azúcar. Josefina abandonaría Martinica junto a su padre, para instalarse en Francia, a finales del otoño de 1779. 

Aquel mismo año, en diciembre, cumplidos los dieciséis, Josefina se casaba con el Vizconde Alexandre de Beauharnais, de diecinueve, teniente e hijo de un gobernador de Martinica.

Alexandre de Beauharnais, esposo de Joséphine. Guillotinado en 1794. 

Muy pronto tuvieron a sus dos hijos, Eugène, nacido en 1781, y Hortense, en 1783. Hortense sería, en el futuro, la madre de Napoleón III.

Eugéne, de Appiani, y Hortensia. Retratos de François Gérard, en la Malmaison

Alexandre de Beauharnais, Teniente General del ejército del Rhin durante la Revolución Francesa, fue acusado de haberse rendido ante el asedio de Mayence de 1793, motivo por el que el Comité de Sûreté Générale, lo condenó y ejecutó en la guillotina. Josefina, estuvo muy cerca de compartir su suerte, pero fue encerrada en el monasterio des Carmes, en Paris, pero fue liberada tras la caída de Robespierre, momento en que se convirtió en amante de Paul Barras, por entonces, diputado de Basses-Alpes en la Convention Nationale. Esta relación, permitió el acceso de Josefina a la sociedad más elegante del Directorio.

El Director [del Directorio] Barras. Litografía de François-Séraphin Delpech, sobre un retrato previo realizado por Nicolas-Eustache Maurin, en 1826.

Como hemos dicho, Josefina Beauharnais, aunque apenas disponía de medios económicos, logró introducirse en la alta sociedad y empezó a recibir a los personajes más importantes de la capital francesa, en el hotelito que alquiló en uno de los barrios más “chic” d París. Con sus dos hijos a cargo, Eugéne, ya con trece años y Hortense, de once, logró mantenerse en aquellos ambientes, superándose a sí misma. Sería en el transcurso de una cena mundana, hacia mediados de octubre de 1795, cuando Napoleón la vio por primera vez. 

La presencia del futuro emperador, en aquellos momentos, pudo ser tal como lo describió Stendhal en su “Vida de Napoleón”:

“...el ser más flaco y singular que había encontrado en mi vida. El aspecto del general Bonaparte no estaba hecho para dar seguridad. El redingote que llevaba, estaba tan desgastado, y le daba un aspecto tan miserable, que me costó creer que aquel hombre fuera un general.”

Bonaparte en la Batalla del Puente de Arcole, 1796, en el Hermitage. Tendría probablemente este aspecto, cuando Josefina lo vio por primera vez.

La relación no tardó en afirmarse. Él cayó inmediatamente enamorado, mientras que ella se dejó seducir poco a poco, conociendo las ventajas de convertirse en la compañera de un militar popular, en pleno ascenso; Comandante en jefe de l'Armée de l'Intérieur, Napoleón había tenido la oportunidad de probar su capacidad, especialmente, con ocasión del “13 Vendimiario” -15 de octubre de 1795-, cuando acabó con la rebelión monárquica.

Tras su primer encuentro, los amantes se intercambiaron cartas, en las cuales se detecta una atracción muy particular. El 6 de brumario del año IV; 28 de octubre de 1795, por la noche, Josefina, escribía a Napoleón:

“Ya no venís a ver a una amiga que os ama; la habéis abandonado por completo y os equivocáis, pues ella está tiernamente unida a vos. Venid mañana a comer conmigo. Necesito veros y charlar con vos acerca de vuestros intereses. Buenas noches, mon ami, os beso. Viuda Beauharnais."

A lo que Bonaparte respondió, el mismo día:

"No concibo qué es lo que ha podido dar lugar a vuestra carta. Os ruego que hagáis el favor de creer que nadie desea tanto vuestra amistad como yo, y no está más dispuesto que yo a hacer cualquier cosa que pueda probarlo. Si mis ocupaciones me lo permitieran, yo mismo os hubiera llevado esta carta. Buonaparte".

Y casi inmediatamente, decidieron casarse. La Alcaldía del antiguo segundo distrito de París, acogió la boda civil de Bonaparte y Beauharnais.

Al día siguiente de la boda, Bonaparte abandonó París con sus hombres, como Comandante en Jefe del Ejército de Italia, donde empezaba la primera Campaña; un período durante el cual, en París, Josefina puso la vista en el Capitán Hippolyte Charles, que, inmediatamente, se convirtió en su amante, mientras Napoleón permanecía en Italia.

Joséphine, coronada como Emperatriz de los Franceses el 2 de diciembre de 1804. Jacques-Louis David, 1808. Louvre

Andando el tiempo, Josefina, ya coronada, no lograba ofrecer un heredero para el trono imperial, razón por la cual, Napoleón se propuso buscar otra esposa, que pudiera asegurar su herencia. Se imponía la anulación y, Josefina no tuvo más opción que aceptarlo, de modo que fue conminada casi a solicitarla ella misma.

Original de la carta de Joséphine, de 15 diciembre de 1809, por la que “consiente” la disolución de su matrimonio. Archives Nationales.

Divorcio de la Emperatriz Josefina, el 15 de diciembre de 1809, de Henri-Frédéric Schopin. Wallace Collection, Londres

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“Quiero casarme con un vientre real”, dijo Napoleón. Aquel año, 1809, estaba en el apogeo de su gloria; acababa de derrotar al ejército austríaco, en Eckmühl y en Wagram. Acabó así con la Quinta Coalición formada contra él. Impuso la paz en Viena y selló la alianza con el Zar Alejandro I.

Pero ya tenía 40 años; estaba calvo, había engordado y no recordaba a aquel Bonaparte famélico con mirada de águila hambrienta, con devoradora ambición. Él creía en sus sueños y en su estrella y, en efecto, había alcanzado el poder y la gloria en Europa. Nadie, ni rey, ni mujer, se le resistía durante mucho tiempo. Pero, ¿para qué? ¿para qué aquel poder y dominio? ¿Para qué la construcción de un Imperio semejante al de los Romanos, o al de Carlomagno, si no disponía de un heredero a quien legárselo? Este pensamiento le obsesionaba.

“Busco un vientre”, se repetía, pues el de la emperatriz ya no era fecundo.

Piensa en Josefina. Tiene 46 años. Es su esposa desde 1796, y él mismo ha puesto en su cabeza, el 2 de diciembre de 1804, en Notre Dame, ante los ojos del papa, la corona imperial. Quiere mucho a los dos hijos de Josefina y los ha dotado como a hijos de reyes, pero la sangre Bonaparte no corre por sus venas y él quiere fundar una dinastía e inscribir así su obra en la larga línea francesa que va desde Clovis, hasta Louis XVI.

En un principio creyó que era estéril, puesto que Josefina ya había sido madre en su anterior matrimonio, pero ahora sabía que no lo era; su hijo Léon, había nacido en 1806, de una breve relación. Pero la duda subsistía, porque la madre, Eléonore Denuelle, era voluble. Pero ahora confiaba en Marie Waleska, una noble polaca, a la que “forzó” en Varsovia, acababa de anunciarle, el 26 octubre 1809, que esperaba un hijo suyo. Sería Alexandre.

Napoleón exultaba, pues podía, a los 40 años, ser padre, contrariamente a sus temores, y a lo que, pérfidamente había querido hacerle creer Josefina, quien sabía que aquello de “un vientre real”, significaría el divorcio y la anulación de su matrimonio por la iglesia. Un nuevo matrimonio, por tanto.

Ya Fouché le había advertido de las intenciones de Napoleón y le había sugerido que aceptara el divorcio que dictaba el imperativo político, puesto que solo la continuidad dinástica podía establecer el Imperio, que, sería muy frágil, mientras no existiera un sucesor legítimo.

No se podía esperar más, porque Napoleón sabía que era un hombre amenazado; en España, la insurrección de Madrid, los días dos y tres de mayo de 1808, levantó a todo el país, en el que era considerado como un demonio tramposo, ladrón, asesino y opresor; prácticamente, un Anticristo. Algo similar había descubierto con ocasión de un intento de atentado que sufrió en Schönbrunn.

Cuando, en diciembre de 1809, anunció a Josefina su intención de divorciarse, esta gimió y fungió desvanecerse.

-“Vosotras, hermosas mujeres -le dijo Napoleón-, no conocéis barreras. Todo debe ser como vosotras lo deseáis. Pero yo me declaro el más esclavo de los hombres. Mi amo no tiene entrañas, y este amo, es la propia naturaleza de las cosas.”

En realidad, estaba conmovido, porque se sentía ligado a la viuda de aquel Beauharnais decapitado, amante de Barras y de otros; pero se había casado con ella porque la amaba apasionadamente, pues ella, como experta, le había descubierto la embriaguez de los sentidos.

“Me despierto lleno de ti, le había escrito. Tu imagen y la embriagadora velada de ayer, no han dado descanso a mis sentidos. Espero, mio dolce amore, mil besos, pero no me los des; me queman la sangre...” Y así, durante algunos meses, cada línea, cada carta suya, confirmaban la fuerza de aquello que tanto lo ligaba a ella.

“No he pasado un día sin amarte, ni una noche sin estrecharte entre mis brazos, no he tomado ni una taza de té, sin maldecir la gloria y la ambición que me alejaban del alma de mi vida... Adios, mujer, tormento, alegría, esperanza, alma de mi vida, a quien amo y a quien temo." 

Después llegaron los celos. Josefina, infiel, hace gala de su libertad y sus amantes.

"Mil puñales hieren mi corazón -le escribió, siendo ya General en jefe del Ejército de Italia-. No los hundas más. No soy nada si ti. Apenas concibo como he podido existir sin conocerte... El amor que me inspiraste, me ha hurtado la razón y no volveré a recuperarla; nunca se cura este mal.”

Pero no era así. Él ya se había doblegado ante la naturaleza de las cosas; ya no era el amor lo que le atormentaba. Había consumido con Josefina toda su pasión, aunque ya no quedaban sino breves uniones, que le dejaban harto, decepcionado y amargado. 

“Me pareces contagiada del mal que yo llamo de las mujeres. Porque es cierto que odio a las intrigantes por encima de todo. Ahora estoy habituado a mujeres buenas, dulces y conciliadoras. Estas son las que yo amo. Si ellas me han atraído, no es mi falta, sino la tuya, porque estás llena de celos, mientras que yo estoy encantado...”

Finalmente, Josefina aceptó el divorcio, y la iglesia de Francia -porque Roma no fue consultada-, anuló el matrimonio religioso de 1804, que había celebrado el cardenal Fesch.., tío de Napoleón.

Josefina se retiró a la Malmaison, su residencia próxima a París.

“Me dicen que siempre estás llorando -le escribió Napoleón-, eso no está bien. Espero que hoy hayas podido pasear. Iré a verte cuando me asegures que eres razonable y que has recuperado el ánimo.”

Quería que el dolor de Josefina se calmara, buscando su amistad, porque no deseaba que ningún remordimiento ni guerra íntima deslustrara su nueva unión, ya muy próxima.

Había pedido oficialmente la mano de la hermana menor del Zar, pero Alejandro retrasó el asunto desde el mismo momento en que Metternich, el Ministro de Asuntos Extranjeros austríaco, propuso la mano de la Archiduquesa María Luisa, hija del Emperador Francisco I.

Fouché, el regicida, era hostil a aquel matrimonio austríaco, que podía presentarse como la expiación de la suerte corrida en 1793, por María Antonieta, ya que María Luisa era biznieta de Luis XVI.

Tras algunas dudas, eligió casarse con una descendiente Habsburgo, como medio para ser admitido en la gran familia de los reyes legítimos y no volver a ser menospreciado, como un “Robespierre a caballo”, o un “usurpador”.

“He tratado de conjugar las ideas de mi siglo, con los prejuicios góticos”, diría más adelante a Metternich. Pero estaba fascinado ante un destino que ligaba a un Buonaparte, con una Habsburgo.

El 23 de febrero de 1810, con el contrato de matrimonio ya firmado, escribió su primera carta a María Luisa.

“Prima, las brillantes cualidades que distinguen a vuestra persona, nos han inspirado el deseo de serviros y honraros. Al dirigirnos al Emperador, vuestro padre, para pedirle que nos confiara la felicidad de Vuestra Alteza Imperial, ¿podemos esperar que os complazcan los sentimientos que nos han traído hasta aquí? ¿Podremos halagarnos de que vuestra decisión no estará determinada solamente por el deber de obediencia hacia vuestros padres? Por poco que los sentimientos de Vuestra Alteza Imperial se inclinen hacia nos, los cultivaremos con el mayor cuidado y atenderemos constantemente a la tarea de complaceros en todo lo que pueda ayudar a que os resulte agradable algún día.”

La carta era muy distinta de la escrita catorce años antes, el 15 de Junio de 1796, a Josefina por el General en Jefe victorioso en Italia:

"Mi vida es una pesadilla perpetua. Un funesto presentimiento me impide respirar. Ya no vivo. He perdido más que la vida, más que el honor, más que el descanso y apenas me queda esperanza. Te he enviado un correo; sólo hay cuatro horas hasta París y él me traerá la respuesta. Escríbeme diez hojas y eso me consolará un poco.”

Recordaba aquella pasión, pero en las cartas que enviaba a María Luisa, no podía contentarse con las almidonadas fórmulas de la etiqueta, aunque le satisfacía aquel matrimonio político, ya que, llevaba mucho tiempo tejiendo los hilos entre su familia y las dinastías reinantes. Su hermana Pauline ya era una Borghese, y su hermano Jérôme era rey de Westfalia. Se sentía orgulloso de haberse convertido en “hermano” y “primo” de príncipes y reyes y  su boda coronaría aquella política de ”normalización” de la monarquía.

“Ahora seré el sobrino de Louis XIV, mi pobre tío -se decía-. Uno de los principales medios de los que los ingleses se servían para reanudar la guerra en el continente, era el de dar por supuesto que entre mis intenciones estaba la de destruir las dinastías.”

Ahora se creía aceptado por las cortes europeas. Pero quedaba en él algo de la pasión del joven general transgresor de convenciones y no esperó al matrimonio oficial, para pasar la primera noche con María Luisa, el mismo día que se conocieron, en Compiègne. Aunque algo barrigón, se sintió un glorioso cuarentón, conquistado por aquella princesa; una virgen de diecinueve años, “buena, ingenua y fresca como una rosa”. Y se propuso seducir a la que ya llamaba “mio bene” y “dolce amore”.

Pasó dos días con ella en Compiègne y se hizo servir la comida en la habitación, pero pudo ver la sorpresa, algo sarcástica, en la cara de sus familiares, como, Paulina, a quien dijo:

«Tengo una mujer joven, bella, agradable, ¿no me está permitido mostrar alguna alegría? ¿No puedo, sin incurrir en culpa, consagrarle unos instantes? ¿No me está permitido, a mí también, entregarme a algunos momentos de felicidad?"

De hecho, vivirá veintisiete meses en esta “trampa conyugal”. Abandonará los asuntos de España, aquella herida en el costado del Imperio y aflojará las riendas del poder. El nacimiento de su hijo, el 20 de marzo de 1811, le lanzará a la euforia; será su heredero y el “Rey de Roma”.

Ilusiones. Había olvidado a aquel “amo sin entrañas; la naturaleza de las cosas”. La coalición se reformó y la nieve rusa había devorado a la Grande Armée. Los patriotas se rebelaron en las naciones. Napoleón estaba derrotado. María Luisa le abandona en 1814.

El episodio de los Cien Días -después del confinamiento en Elba-, no cambiaría nada. María Luisa volvió a su mundo, el de Schönbrunn, con su hijo, para entonces, duque de Reichstadt; Napoleón no volvió a verlos.

En 1791, el joven teniente Bonaparte, de guarnición en Auxonne, escribía en un Diálogo sobre el Amor: "El amor es dañino para la sociedad, para la alegría individual de los hombres, es una enfermedad, un delirio".

Napoleón estudiante en la Escuela de Artillería de Auxonne (1788 a 1791). Recreación de François Flameng, de finales del XIX. Getty

En Sainte-Hélène, el emperador, destronado y prisionero, repetía como un eco: “...creo que el amor hace más daño que bien y sería beneficioso que una divinidad protectora se deshiciera de él para liberar a los hombres”.

Max Gallo -de la Academia Francesa-, en “Le Figaro”, en 2008.

Napoleón con Emmanuel de las Cases y el hijo de este en Santa Helena (1815-1821). Getty

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Maria Luisa de Austria

María Luisa de Austria, segunda esposa de Napoleón y Emperatriz de los Franceses, desde 1810 a 1814. Parma

Marie-Louise Léopoldine Françoise Thérèse Josèphe Lucie de Habsbourg-Lorraine, nacida el 12 de diciembre de 1791, en Viena, en el Palacio de Hofbourg, fue la segunda esposa de Napoelón I. 

Primogénita de Francisco II, emperador de los Romanos –Francisco I como Emperador de Austria-, y de María Teresa de Borbón-Sicilia/Nápoles. Era biznieta de la Emperatriz María Teresa de Austria y María Antonieta había sido su abuela.

Su boda con Napoleón no constituyó sino un objetivo político, el de crear una alianza entre Austria y Francia, pues desde que fue ejecutada María Antonieta, el 16 de octubre de 1793, y tras la marcha sobre Viena, de 1805, las relaciones entre Francia y Austria no estaban en su mejor momento. Además, Napoleón había derrotado a los ejércitos austriacos en la batalla de Wagram, el 6 de julio de 1809.

En semejantes circunstancias, la boda de Napoleón con María Luisa, se presentaba, más bien como una necesidad y Francisco I de Austria, deseando acabar con tan graves disensiones, se mostró de acuerdo en entregar a su hija al Emperador. María Luisa tenía entonces, dieciocho años.

A partir de entonces, todo se llevó a cabo con la mayor celeridad. El Mariscal Berthier, que se había distinguido en la Batalla de Wagram, fue encargado de representar al emperador, y viajó a Viena, el 8 de Marzo de 1810, para pedir oficialmente la mano de María Luisa. Tres días después, el once, se celebró la boda civil, aunque los nuevos esposos nunca se habían visto. María Luisa salió de Viena el día 13, para dirigirse a Francia, acompañada por un inmenso cortejo formado por 83 carruajes. Dos semanas después, el 27 de marzo, llegaba a Compiègne, donde Napoleón esperaba impaciente, pero quedó satisfecho a primera vista, ante la belleza de su nueva esposa, e inmediatamente, consumaron el matrimonio.

La ceremonia religiosa se celebró el día 2 de abril de 1810, en el Salon Carré del Louvre, en una capilla montada especialmente para la ocasión. Finalmente, la imperial pareja tuvo su heredero.

Tras un difícil alumbramiento, de más de doce horas, nacía Napoleón François Joseph Charles Bonaparte, Rey de Roma, en las Tullerías, el 20 de marzo de 1811. Se dispararon 101 cañonazos para anunciarlo.

La emperatriz María Luisa y el rey de Roma. Gérard. Versalles

Napoleón II, de Thomas Lawrence (1818-19).

Fue conocido como "El Aguilucho" -l'Aiglon-, un apodo que le dio Víctor Hugo, en un poema en su honor, y que repitió Edmond Rostand –autor de Cirano de Bergerac-, en la obra teatral L'Aiglon.

Durante el reinado de Napoleón, el papel político de María Luisa fue muy débil; se limitaba a asumir su calidad de regente, cuando el Emperador estaba en campaña, fuera del territorio francés.

El aspecto negativo, fue que la alianza entre Austria y Francia se deshizo y volvió la guerra entre ambas potencias. En 1813, Napoleón, a la cabeza de su Gran Armada, fue abatido y tuvo que retirarse, lo que supuso el fracaso de la campaña de Alemania.

A partir de entonces, gradualmente, la coalición logra abatir a los ejércitos napoleónicos, y rusos, austriacos y prusianos, llegaron a las puertas de París, el 8 de febrero de 1814

José Bonaparte avisó a María Luisa que debía abandonar París de inmediato, con su hijo, el rey de Roma, que rápidamente se desplazaron a Blois, a las orillas del Loira.

Tras la derrota, Napoleón fue conminado a abdicar el 4 de abril de 1814, después de lo cual, fue condenado al exilio en la isla de Elba. María Luisa se propuso acompañarlo, pero su padre, Francisco I, la convenció para que volviera a Viena, donde, a pesar de su primera reacción, terminó por olvidarlo, y cuando Napoleón recuperó el poder, en 1815, ya se encontraba unida a otro hombre; Adam Albert de Neipperg, con el que se instaló en el Ducado de Parma, en Italia, del que ella era propietaria, desde el 9 de abril de 1816, dejando a su hijo en Viena, donde se convirtió en duque de Reichstadt.

Tras la muerte de Napoleón en la isla de Santa Elena, el 5 de mayo de 1821, María Luisa, pudo, al fin, casarse, el 8 de agosto del mismo año, con su amante, quien se convirtió en Príncipe Consorte de Parma y Plaisance. Tuvieron cuatro hijos entre 1817 y 1823: Albertine, Guglielmo Alberto, Mathilde y Gustavo de Montenuovo.

Neipperg murió en 1829, a los 53 años y poco después, en 1832, moría también, en el palacio de Schönbrun, con solo 21 años, el primer hijo de María Luisa, habido con Napoleón.

Napoleón II, de Moritz Daffinger (poco antes de 1832)

María Luisa se casaría una tercera vez, en 1834, con el Conde Charles-René de Bombelles, con el que compartió el resto de su vida. Ella falleció en Parma, el 17 de diciembre de 1847; tenía 56 años entonces, y su muerte fue tranquila.

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Por último, nos queda recordar a las numerosas amantes que Napoleón tuvo, tanto en la Corte, como cuando se encontraba en campaña, si bien, entre ellas, hay que destacar a las dos más importantes; Éléonore Denuelle y Marie Walewska.

Éléonore Denuelle de La Plaigne

Éléonore Denuelle de La Plaigne, de François Gérard. Localización desconocida.

Nacida el 13 de septiembre de 1787, en París, vivió desde su infancia como pensionaria, en Saint-Germain-en-Laye, en casa de Madame Campan. Encontrándose en el teatro de la Gaîté, con su madre, conoció a Jean-Honoré-François Revel, con quien se casó el 15 de enero de 1805. Al parecer, Revel fue arrestado y condenado a dos años de prisión, por “falsas escrituras privadas”. Encontrándose ella, casada, pero sola, decidió visitar a su antigua compañera de colegio, Caroline Bonaparte, que, para entonces, era Su Alteza Imperial, la Princesa Caroline Murat; es decir, la hermana menor de Napoleón, quedándose a vivir en su residencia, en calidad de lectora. Poco después, en 1806, se divorció de Revel, quien intentó evitarlo por todos los medios, sin lograrlo. Convertida en dama de palacio, ese mismo año, pasó a ser también amante de Napoleón.

Encontrándose en campaña, en Pultusk, el 30 de diciembre de 1805, Napoleón recibió la noticia de que Éléonore había dado a luz un hijo suyo el día 13. El nacimiento de aquel niño, llamado León, fue el que aseguró a Napoleón acerca de su temida esterilidad, considerando, a partir de entonces, que tal dificultad residía más bien, en su esposa, Josefina. 

A pesar de todo, Napoleón no volvió a ver a Éléonore, ni conoció a su hijo, aunque se ocupó de pensionarlos, además de buscar un marido para la madre, eligiendo a Philippe Augier, que se casó con ella a principios de 1808 en París. Desgraciadamente, el matrimonio fue muy breve, pues Augier, que participaba en la campaña de Rusia, murió en Berézina, a finales de noviembre de1812.

Así pues, Éléonore volvió a casarse, en esta ocasión, con el Conde Charles-Auguste-Louis de Luxembourg, en 1814, y con mejor fortuna, pues el matrimonio duró treinta y cinco años, hasta el fallecimiento del esposo en 1849. La antigua amante de Napoleón sobrevivió veinte años más, hasta 1868, residiendo en una casa del Boulevard Malesherbes, en París, donde fallecería a los 81 años.

Marie Walewska

Marie Walewska en 1812. De François Gérard

María Łączyńska nació el 7 de diciembre de 1786, en Kiernozia, Polonia. 

Tuvo una infancia feliz, aunque algo solitaria. Perdió a su padre a los ocho años a causa de la represión rusa, lo que provocó en ella una profunda desconfianza hacia aquella nación y, a partir de entonces, tuvo como preceptor a Nicolás Chopin, el padre del compositor.

Rubia y con grandes ojos azules, siempre fue tenida por una mujer llamativamente bella. Se casó a los diecisiete años con el Conde Anastazy Walewski, que era ya viudo dos veces y tenía casi setenta años, dándose el hecho de que, el mayor de sus nietos, tenía nueve años más que la propia María. Pero el conde, que había sido chambelán del rey, formaba parte de las familias más poderosos de Polonia y tenía una inmensa fortuna. Casi dos años después, en 1805, tuvieron un hijo, al que llamaron Antoine.

Cuando se formó la coalición europea contra la Francia de Napoleón, este inició la campaña de Polonia. Fue en 1806 y en su transcurso, cuando conoció a María, a la que muy pronto volvió a encontrar en un baile. Una nota en el Diario Oficial, decía. “S. M. El Emperador ha asistido a una baile en casa del Ministro de Relaciones Exteriores, el príncipe Bénévent, en el transcurso del cual, invitó a una contradanza a la esposa del chambelán Anastazy Walewski.”

El día 1 de enero de 1807, Napoleón entraba en Bronie, donde fue acogido por un millón de polacos, que lo veían como un verdadero liberador, y como su gran esperanza, ya que, desde finales del siglo XVIII, Polonia estaba repartida entre Prusia Austria y Rusia.

En tales circunstancias, María fue prácticamente conminada a convertirse en amante del Emperador -incluso con el apoyo de su marido-, ya que, con su ayuda, esperaban salir del dominio ruso.

Finalmente, Napoleón y María llegaron a establecer una firme relación, de la cual nació, el 4 de mayo de 1810, un hijo; Alexandre Colonna Walewski, acontecimiento del que Napoleón fue informado durante una gira triunfal por Bélgica, con su esposa María Luisa de Austria. 

Napoleón ordenó para él una cuantiosa dote, pero ante el evidente temor de que el marido de María, agobiado de deudas, terminara con ella, la condesa, pidió la separación, asumiendo a solas el cuidado y mantenimiento de sus dos hijos, Antoni y Alexandre, algo que solo fue posible con las nuevas normas introducidas por el Código de Napoleón, que facilitaba el divorcio en determinadas circunstancias, si bien, una vez concedido y firmado, María permaneció a su lado, dos años y medio más, hasta que él falleció, ya que, de acuerdo con su formación católica, seguía considerándolo su esposo, mientras este vivió.

En 1813 volvió a París con sus dos hijos, y sus hermanos, Teodor y Antonia, los cuales, gracias a la cuantiosa dotación de Napoleón, vivieron como familia socialmente considerada rica entre la alta sociedad.

Todos ellos, acudirían a visitar a Napoleón durante su exilio en Elba, el 3 de septiembre de 1814. Poco después, siendo ya viuda, aceptó casarse, en Santa Gúdula, Bruselas, el 7 de septiembre de 1816, con el Conde Philippe Antoine d'Ornano, primo lejano de Napoleón, General, del cual, pocos meses después, quedó embarazada, lo que dio ocasión a que se le descubriera una enfermedad, que sería mortal. 

Sabiendo que su final estaba próximo, parece ser que durante el verano, siempre echada sobre una chaise longue, dictó a su secretario unas supuestas “Memorias”, según las cuales, su relación con Napoleón, habría sido “un sacrificio hecho por su país”.

Fallecería a consecuencia del alumbramiento esperado, el once de diciembre de 1817, dejando ordenado en su testamento, que, si bien su corazón debía permanecer en Francia, sus restos fueran llevados a Polonia, y así se cumplió, quedando el corazón en el cementerio Père Lachaise y el cuerpo inhumado en su país.

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El auge y la caída en su expresión pictórica. 

Napoleón cruzando los Alpes, de Jacques- Louis David, 1801.

Bonaparte cruzando los Alpes, de Paul Delaroche, 1850. Walker Art Gallerie. Liverpool. 

“Sic Transit gloria mundi”.

Abdicación en Fontainebleau. Paul Delaroche, 1845. Museum der bildenden Künste. Leipzig

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