domingo, 10 de septiembre de 2023

Invasiones bárbaras, reino visigodo (711)

 Edad Media

Ataúlfo. Vicente Carducho, MNP

En la península ibérica, como en otras provincias, el Imperio cayó gradualmente, con los procesos casi simultáneos de “desromanización” , es decir: debilitación de la autoridad central en los siglos III, IV y V; “romanización” de las tribus germánicas, por ejemplo, mediante la adopción de la ley romana que es evidente en la Lex Gothorum -Ley de los godos-; las conversiones al cristianismo, y la afinidad que algunos reyes tenían por el latín, hasta componer poesía en esta lengua.

Toledo, capital del Reino Visigodo.

A pesar de todo esto, entre los siglos VI y VII y gracias a la idea de Justiniano I el Grande de restablecer el poder del Imperio romano de Occidente hizo que se estableciese en la franja meridional de la península ibérica la provincia de Spania. Este territorio visigodo fue donado al Imperio bizantino al ser llamado en auxilio por una de las partes en la contienda civil del Reino Visigodo que había entre Agila y Atanagildo y había sido asolado por el desaparecido pueblo vándalo. Su capital se estableció en Carthago Spartaria, actual Cartagena.

Agila, de Antº. de Pereda y Salgado

Las invasiones

En el invierno del año 406, aprovechando la congelación del Rin, los vándalos, suevos, y alanos invadieron el imperio con gran pujanza. Al cabo de tres años, cruzaron los Pirineos, llegaron a la península ibérica, y dividieron entre sí las partes occidentales, que correspondían aproximadamente al Portugal moderno y España occidental hasta Madrid. Mientras tanto, los visigodos, que habían tomado Roma hacía dos años, llegaron a la región en el 412, fundando el reino de Tolosa -Toulouse, en el sur de Francia-, y extendieron su influencia gradualmente en la península, desplazando a los vándalos y alanos al norte de África, sin que estos dejasen mucha huella en la cultura ibérica. Luego, tras la conquista de Tolosa por los francos y la pérdida de gran parte de los territorios en lo que hoy es Francia, trasladaron la capital del reino visigodo a Toledo.

Tú eres, oh España, sagrada y madre siempre feliz de príncipes y de pueblos, la más hermosa de todas las tierras que se extienden desde el Occidente hasta la India. Tú, por derecho, eres ahora la reina de todas las provincias, de quien reciben prestadas sus luces no sólo el ocaso, sino también el Oriente. Tú eres el honor y el ornamento del orbe y la más ilustre porción de la tierra, en la cual grandemente se goza y espléndidamente florece la gloriosa fecundidad de la nación goda. Con justicia te enriqueció y fue contigo más indulgente la naturaleza con la abundancia de todas las cosas creadas, tú eres rica en frutos, en uvas copiosa, en cosechas alegre... Tú te hallas situada en la región más grata del mundo, ni te abrasas en el ardor tropical del sol, ni te entumecen rigores glaciares, sino que, ceñida por templada zona del cielo, te nutres de felices y blandos céfiros... Y por ello, con razón, hace tiempo que la áurea Roma, cabeza de las gentes, te deseó y, aunque el mismo poder romano, primero vencedor, te haya poseído, sin embargo, al fin, la floreciente nación de los godos, después de innumerables victorias en todo el orbe, con empeño te conquistó y te amó y hasta ahora te goza segura entre ínfulas regias y copiosísimos tesoros en seguridad y felicidad de imperio. Historia de los Godos, Vándalos y Suevos de San Isidoro de Sevilla, siglos VI y VII. Trad. de Rodríguez Alonso, 1975, León, pp. 169 y 171.

Reino visigodo

No se conoce con exactitud el número de visigodos que migraron a la península pero posiblemente alcanzaron en torno al 5% de la población de la península, lo cual implica que los visigodos básicamente fueron una élite dominante que no supuso nunca una parte importante de la población. Esta es una de las razones por la cual su religión arriana y su lengua visigótica no tuvieron un efecto preponderante sobre la población.

A pesar de que la nobleza visigoda practicaba el arrianismo, este gozó de muy poca popularidad entre la población hispanorromana de la península, fiel en su mayoría a la doctrina católica. Desde la corona visigoda, específicamente en el año 587, el rey Recaredo I, ya convertido al catolicismo, trató de conciliar así mismo a la jerarquía religiosa arriana con la católica, pero con poco éxito. Finalmente, se impuso la opción católica por la fuerza, desposeyendo a la iglesia arriana de sus bienes.

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En 711 los ejércitos musulmanes entran en la península por el Estrecho de Gibraltar y la conquistan en muy pocos años, en comparación con el largo proceso que supuso la Reconquista.

Interior de la mezquita de Córdoba, capital del califato de Al-Ándalus.

La conquista musulmana de España puede resumirse en una cronología breve:

Año 696: la ciudad de Melilla es conquistada por el califato Omeya. Año 709: la ciudad de Ceuta es conquistada por el califato Omeya. Año 711: Tras la muerte del rey Witiza, los nobles y obispos de la península eligen por rey a Roderico,  conocido en la historia por don Rodrigo, duque de la Bética. Pero los famosos hijos de Witiza querían por rey a Aquila, duque de la Tarraconense, y pactan con los árabes a través de Don Julián, conde de Ceuta, contra don Rodrigo, rey electo.

Roderico, que estaba por entonces luchando contra un levantamiento de los vascones, al enterarse de la invasión árabe acude con su ejército. Pierde en la Batalla de Guadalete debido a deslealtad de los witizanos. Con su muerte, y con el grueso del ejército godo derrotado, los árabes se animan a continuar con la lucha y con su avance hacia la penlinsula.

Táriq ibn Ziyad conquistó Toledo y llegó hasta León; Muza ibn Nusair conquistó Sevilla y llegó hasta Mérida (712). Posteriormente unirían sus fuerzas para tomar Zaragoza. El hijo de Muza completará la conquista de la península, a excepción de las zonas montañosas cantábricas y pirenaicas (716), pasando a territorio franco. Carlos Martel detuvo el avance musulmán en Poitiers en 732, por lo que a partir de ahí los musulmanes básicamente se concentrarían en la península ibérica.

En 756, Abderramán I proclamó el emirato de Córdoba, independizando políticamente a la península del resto del Mundo islámico, aunque siguieron los contactos culturales y comerciales. En 929 Abderramán III proclama el Califato de Córdoba, lo que supone la separación definitiva del Califato de Bagdad. En el año 1031 se fragmenta el califato cordobés, formándose numerosos reinos de taifas frecuentemente enemistados entre sí.

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El Reino visigodo de Toledo, conocido en la época como Regnum gothorum y, después,Regnum Hispaniae o Spaniae, fue fundado tras la derrota de los visigodos en la batalla de Vouillé (507) a manos de los francos, lo que los obligó a desplazarse con su población a Hispania, y de la Galia sólo conservaron el extremo occidental de la Narbonense, conocido como Septimania, poniendo fin así al reino visigodo de Tolosa (Toulouse). La nueva capital lfue Toledo y aunque no se tiene constancia del momento exacto, se cree que fue durante el reinado de Atanagildo (555-567).

La conversión del rey Recaredo en el 589 al catolicismo, abandonando la fe cristiana arriana, divide su historia en dos grandes períodos, con el reinado de Recaredo (586-601) como nexo: el Reino visigodo arriano (507-589) y el Reino visigodo católico (589-711). La invasión musulmana de la península ibérica, desencadenada a partir de la batalla de Guadalete, en 711 puso fin al Reino visigodo de Toledo.


El fin del Reino visigodo de Tolosa: la batalla de Vouillé (507)

Reino visigodo de Tolosa a principios del siglo VI, antes de la batalla de Vouillé (507).

A principios del siglo V el pueblo germánico de los visigodos fue asentado por las autoridades del Imperio Romano de Occidente en la provincia de Aquitania Secunda en la costa occidental de las Galias mediante un foedus firmado el año 418. A cambio de las tierras que obtuvieron y de poder vivir según sus propias leyes y jefes, los visigodos como pueblo “federado” al imperio, debían prestar servicios militares, pero no tenían ninguna autoridad sobre los galorromanos. Asimismo conservaron sus propias costumbres y religión, ya que los visigodos, como los vándalos y los ostrogodos, se habían convertido al cristianismo pero en su versión arriana, que era considerada una herejía por la Iglesia romana, cuyos principios doctrinales habían sido establecidos en el Concilio de Nicea. En el año 475, un año antes del fin definitivo del Imperio Romano de Occidente, el rey Eurico se declaró independiente de Roma y promulgó el código que lleva su nombre, un conjunto de leyes germánicas que solo era aplicable a los visigodos. En 506 Alarico II promulgó el Breviarium Alaricianum, el código de derecho romano que se aplicaría a sus súbditos galorromanos e hispanorromanos, puesto que desde finales del siglo V los visigodos habían extendido sus dominios a Hispania. Al año siguiente los visigodos fueron derrotados por los francos en la batalla de Vouillé, cerca de Poitiers, batalla en la que murió el rey Alarico II, viéndose a partir de ese momento obligados a atravesar los Pirineos en dirección a la península ibérica, a Hispania, poniendo fin así al Reino visigodo de Tolosa y en la Galia solo conservaron la provincia de la Narbonense.

La supremacía ostrogoda (507-549)

Alarico II, de Juseppe Leonardo- MNP

Intermedio ostrogodo

Tras la muerte de Alarico II en la batalla de Vouillé, los magnates visigodos eligieron en Narbona como nuevo rey a Gesaleico (507-511), hijo ilegítimo de Alarico II. Gesaleico intentó defender Tolosa, la capital del reino, pero se vio obligado a replegarse hacia Hispania. El desastre visigodo lo evitó el rey ostrogodo Teodorico el Grande al enviar desde Italia un ejército al mando del general Ibba que logró detener el avance franco y recuperar Narbona de manos de los burgundios, aliados de los francos. Sin embargo no pudo impedir que el reino visigodo de la Galia se perdiera para siempre, excepto la Galia Narbonense —también conocida como Septimania—.

Miniatura medieval que representa al rey  ostrogodo Teodorico el Grande que ejerció la regencia sobre el reino visigodo entre 511 y 526 en nombre de su nieto Amalarico.

En 511 por razones desconocidas Gesaleico rompió la alianza con los ostrogodos y se enfrentó a ellos. Resultó derrotado y huyó primero al norte de África, buscando el apoyo del reino de los vándalos —de los que solo obtuvo dinero pero no apoyo militar—, y luego a la Galia, donde consiguió organizar un ejército con el que cruzó los Pirineos, pero fue de nuevo derrotado cerca de Barcino, la actual Barcelona. Gesaleico huyó entonces al reino de los burgundios donde fue capturado y muerto.

Entre el 511 y el 526, año de su muerte, el rey ostrogodo Teodorico el Grande ejerció la regencia sobre el reino visigodo en nombre de Amalarico, un niño hijo legítimo de Alarico II y nieto suyo. Teodorico confió el gobierno de Hispania a dos funcionarios, uno ostrogodo y otro romano que tuvieron que hacer frente a la difícil recuperación tras el desastre de Vouillé. Además eran los encargados de recaudar el impuesto en grano que Teodorico impuso a Hispania y que servía para alimentar Roma, que levantó protestas por los excesos cometidos de los recaudadores –exactores y compulsores-.. Al final de su “regencia” Teodorico, nombró gobernador militar de Hispania a Teudis, un ostrogodo acaudalado por haberse casado con una rica hispanorromana, quien llegó a hacerse casi independiente de Teodorico, ya anciano y que se encontraba muy lejos, en Italia. Tal vez Teudis se apoyó en la nobleza visigoda, descontenta porque los más altos cargos del reino eran ocupados por «extranjeros». Sin embargo, Teudis pagó puntualmente el tributo anual debido al monarca ostrogodo.

Tras la muerte de Teodorico el Grande en 526, ocupó el trono visigodo Amalarico (526-531), quien inmediatamente firmó un tratado con el rey ostrogodo Atalarico, sucesor de Teodorico, por el que el reino visigodo quedaba exento del pago del tributo anual y recuperaba el tesoro real que estaba en manos de los ostrogodos desde que estos ocuparan Carcasona tras la derrota visigoda en la batalla de Vouillé. Asimismo quedó fijada la frontera entre los dos reinos en la desembocadura del río Ródano, por lo que se confirmó que la parte occidental de la provincia Galia Narbonense, también llamada Septimania, pertenecía al reino visigodo, y así permaneció hasta el fin del mismo en 711, a pesar de que los francos intentaron arrebatársela en varias ocasiones.

Del reinado de Amalarico los únicos hechos que conocemos son su matrimonio y su muerte. Amalarico se casó con la princesa franca Clotilde —hija de Clodoveo I y hermana de Childeberto I— a la que intentó convertir al cristianismo arriano, recurriendo a la violencia —“ordenó arrojar estiércol sobre ella cuando iba hacia la iglesia; y al final, se dice, Clotilde envió a su hermano un pañuelo manchado con su sangre para demostrar lo miserable de su vida”, afirma E. A. Thompson— y a la difamación, pero aquella se mantuvo fiel a su fe cristiana católica. 

El rey franco Childeberto I decidió intervenir y en 531 invadió la Septimania, derrotando a Amalarico en una dura batalla en Narbona. El rey visigodo huyó a Barcelona, pero allí fue asesinado en el foro cuando intentaba refugiarse en una iglesia católica. Sin embargo, tras su victoria Childeberto y su hermana no intentaron ocupar Hispania y regresaron a su reino franco de la Galia —“O bien los francos habían ya conseguido su objetivo al rescatar a la ultrajada reina o bien el vigor de la defensa visigoda les asustó”, afirma E. A. Thompson.

Con Amalarico desapareció el último descendiente de Teodorico I, el fundador del reino visigodo de Tolosa. Le sucedió el ostrogodo Teudis (531-548), quien ya había gobernado Hispania durante la regencia de Teodorico el Grande, y que probablemente estuvo detrás del asesinato de Amalarico, ya que cuando se produjo la invasión franca de la Septimania se había rebelado contra él. 

De Teudis se tiene constancia del  único caso de legislación visigoda conocida del período entre Gesaleico y Liuva”: el 24 de noviembre del 546 el rey promulgó en Toledo una ley sobre los costes y gastos de los litigantes en los procesos judiciales de los hispanorromanos o de los galorroamanos, pero no de los godos, por lo que fue incluida en el Breviario de Alarico y no en el Código de Eurico. Existen historiadores que han atribuido que este hecho permite inferir que la capital visigoda estaba en Toledo, como dice Edward Arthur Thompson. Sin embargo, parece que fue una residencia real ocasional ya que la capitalidad de Toledo se estableció en el reinado de Atanagildo.

Durante su reinado, Teudis tuvo que hacer frente a la invasión franca de 541, que esta vez no se dirigió contra la Septimania, sino que atravesó los Pirineos y se adentró en Hispania. Los francos devastaron gran parte de la provincia Tarraconense y sitiaron Zaragoza durante casi dos meses. Según el cronista franco Gregorio de Tours abandonaron el sitio gracias a la acción milagrosa de la túnica de san Vicente Mártir, aunque en realidad se retiraron porque el general visigodo Teudigiselo los derrotó. Solo dejó vivos a unos cuantos francos a cambio de un rescate, al resto los mató. Era la primera vez que los visigodos derrotaban a los francos y durante más de medio siglo estos no volvieron a atacar.

En cambio Teudis no pudo impedir que el Imperio bizantino, después de haber puesto fin al reino de los vándalos del norte de África, se apoderara en el año 534 de Ceuta (Septem), que estaba defendida por una guarnición visigoda —se desconoce el momento en que los visigodos habían tomado esta ciudad situada al otro lado del estrecho de Gibraltar—. Más tarde Teudis intentó recuperar Ceuta pero fue derrotado. Como ha destacado E. A. Thompson, “los visigodos no volvieron a poner los pies en África”.

Teudis fue asesinado en 548. Le sucedió Teudiselo (548-549), el general que había derrotado a los francos siete años antes, pero su reinado fue muy breve porque fue asesinado en Sevilla en diciembre de 549.


La invasión bizantina y la disgregación política del reino (549-572)

Provincia de Spania del Imperio bizantino.

A Teudiselo le sucedió Agila I (549-554), que no pudo impedir que los bizantinos cruzaran el estrecho de Gibraltar y ocuparan parte de la provincia de la Bética y de la Cartaginense, fundando la provincia bizantina de Spania, en el sur y sureste de la península.

La invasión bizantina fue propiciada por las luchas internas entre los propios visigodos que estallaron durante el reinado de Agila. En 550 se inició la primera rebelión que tuvo lugar en Hispania contra “los godos”, con su epicentro en la ciudad de Córdoba, y que consiguió derrotar al ejército de Agila, quien perdió a su hijo y el tesoro real. Mientras Agila se refugiaba en Mérida, Atanagildo, un noble visigodo, se rebelaba también en Sevilla y pedía ayuda a los bizantinos situados al otro lado del estrecho. Así en junio o julio de 552 un ejército bizantino al mando de Liberius desembarcaba en el sur de Hispania, uniendo sus fuerzas a las de Atanagildo. Tres años después, en marzo de 555, Agila era asesinado por sus propios partidarios, quienes proclamaron a Atanagildo como rey para que rompiera su alianza con los bizantinos y los combatiera y expulsara de Hispania.

Atanagildo (555-568) fracasó en su intento de recuperar la zona ocupada por los bizantinos, lo que tampoco consiguieron sus sucesores durante casi tres cuartos de siglo. Se consolidó así la provincia bizantina de Spania, que se convirtió en la posesión más occidental del emperador Justiniano que intentaba recuperar la unidad del antiguo Imperio Romano. Tampoco consiguió dominar a los rebeldes de Córdoba y tuvo que hacer frente a otras revueltas. Casó a sus dos hijas, Brunegilda y Galsuinda, con los reyes francos Sigeberto I de Austrasia y Chilperico I de Neustria, aunque al parecer no lo hizo para fortalecer su frontera norte, sino que la iniciativa partió de los reyes francos merovingios —las dos princesas visigodas se convirtieron al catolicismo, la religión de sus esposos y del reino franco—. Atanagildo dejó el reino arruinado, y el año de su muerte (568), “el reino daba la impresión de que se iba a fragmentar en una serie de reinos independientes”, pero “Atanagildo fue el primer rey visigodo, desde que Eurico murió en su lecho”.

Tras la muerte de Atanagildo, trascurrieron cinco meses sin que se hubiera elegido un nuevo rey —y sin que sepamos las razones—. Los magnates de Septimania eligieron a Liuva I (568-572), pero esto no satisfizo a los magnates de la península, en especial al clan de Atanagildo, lo que produjo un compromiso de elegir a su hermano Leovigildo, y repartirse el poder, mientras Liuva se ocupaba de la defensa de la Septimania, de nuevo amenazada por los francos, Leovigildo quedó encargado de los asuntos de Hispania y contrajo matrimonio con la viuda de Atanagildo. Cuando Liuva murió en 572, Leovigildo quedó como gobernante único del reino. “Iba a ser el más grande de sus reyes”, afirma E. A. Thompson.

El problema de la sucesión

Durante estos años del reino visigodo arriano “nada menos que cuatro reyes sucesivos fueron asesinados: Amalarico, Teudis, Teudigiselo y Agila. Eso es demasiado incluso para el siglo VI. Tras contarnos el asesinato de Teudigiselo, Gregorio de Tours observa que los godos han adoptado la odiosa costumbre de matar con la espada a los reyes que no les satisfacen y hacer rey a cualquiera que les venga en gana. Isidoro de Sevilla parece incluso desaprobar a los asesinos de Agila. De hecho, el principio de la sucesión hereditaria al trono nunca arraigó entre ellos, aunque algunos reyes intentaron implantarlo por todos los medios; la forma de la sucesión constituía todavía un problema sin resolver cuando el reino fue destruido”.

El reinado de Leovigildo (572-586)

El reinado de Leovigildo se conoce con detalle gracias a la extraordinaria crónica escrita por Juan de Biclaro, un monje godo católico de Scallabis -la actual Santarem-, quien a pesar de haber sido desterrado por Leovigildo escribió encendidos elogios de este monarca, quien “de manera sorprendente consiguió restaurar en sus antiguos límites la provincia goda, disminuida hasta entonces por las rebeliones” (Provinciam Gothorum, quae iam pro rebellione diversorum fuerat diminuta, mirabiliter ad pristinos revocat terminos). Isidoro de Sevilla escribió sobre Leovigildo: «que afrontó los problemas con los suevos, los pueblos del norte y los bizantinos, devolviendo la grandeza al reino visigodo».

La misma valoración manifiestan los historiadores actuales, como E. A. Thompson: Leovigildo fue el más notable de los reyes arrianos de España. Restauró el poder de la monarquía, reimplantó el control visigodo sobre las enormes zonas del país que Atanagildo había perdido, y al final de su reinado incorporó a sus dominios el reino suevo de Galicia. Reformó la moneda, restableció el orden después del caos financiero, y mandó acuñar monedas totalmente diferentes de las bizantinas...

Arrio

Arrio; en berebere: Aryus; en griego: Ἄρειος; Libia, 250 o 256-Constantinopla, 336) fue un asceta, presbítero y sacerdote en Alejandría, en la iglesia de Baucalis. Fue un obispo considerado hereje que negaba la naturaleza divina de Jesucristo. Posiblemente tuviera un origen libio.

La restauración del reino

Entre el 570, cuando solo estaba asociado al trono, y el 578, cuando ya llevaba seis años siendo rey, Leovigildo llevó adelante una ambiciosa política de restauración de la autoridad de la monarquía visigoda sobre las zonas de Hispania que Atanagildo había perdido.

Comenzó en 570 con el ataque a la provincia bizantina de Spania, en un momento en que las preocupaciones del emperador estaban centradas en las amenazas que provenían del otro extremo del Imperio. Devastó la región de Bastetania -alrededor de las ciudades de Baza, que cayó en sus manos, y de Málaga-, “pero no tenemos pruebas de que fuera capaz de penetrar en medio de la provincia bizantina y al alcanzar el mar en algún punto entre Málaga y Cartagena”. En la campaña del año siguiente capturó Asidona (Medina Sidonia), que fue entregada por un tal Frumentarios, de “nacionalidad” desconocida, y los soldados de la guarnición bizantina fueron muertos. Leovigildo no pudo tomar ninguna otra ciudad y ya no volvió a combatir contra ellos.

Su siguiente objetivo fue poner fin a la rebelión de Córdoba que había comenzado en tiempos de Agila y que Atanagildo no había conseguido reprimir. Al mismo tiempo tuvo que hacer frente a una revuelta campesina que se desarrolló cerca de allí y que le obligó a someter “muchas ciudades y fortalezas” (Multasque urbes et castella). Años más tarde, en 577, también tuvo que acabar con una segunda revuelta de campesinos (rustici) que se produjo en Orospeda -la parte oriental de Sierra Morena-.

Entre el 573 y el 576 se ocupó del noroeste del reino, fronterizo con el reino de los suevos. Así en 573 sometió la Sabaria, un territorio del que se desconoce su localización exacta. Al año siguiente tomó la ciudad de Amaya, y con ella toda la provincia de Cantabria quedó sometida. En 575 se apoderó de la región de Orense haciendo prisionero a Aspidius, loci senior de aquel territorio. De esta forma recuperó la enorme franja de terreno de la parte visigoda de la frontera con el reino suevo, formada por Orense, Asturias y Cantabria, y que en la práctica eran independientes. En 576 penetró en el reino suevo, pero llegó a firmar la paz con su rey Miro (570-582). Durante esos años también luchó contra los runcones -pueblo independiente entre Salamanca y Extremadura-. También fundó el campamento de Villa Gothorum –actual Toro-, y en el 582 la ciudad de Victoriacum, desde donde controlará los ataques de los vascones.

Así pues Leovigildo “gobernó toda la Península Ibérica, aparte de la provincia bizantina y el reino suevo -a los que había puesto en peligro-, y a los vascones en el norte, a los que los reyes godos nunca consiguieron subyugar. Celebró el final de sus campañas fundando en Celtiberia la ciudad de Recópolis, llamada así -cosa curiosa, en griego-, por el nombre de su hijo menor, Recaredo. Es el único rey germano que fundó una nueva ciudad. Sus ruinas están todavía en la colina del Cerro de la Oliva, mirando al Tajo, al sur del pueblo de Zorita de los Canes”.

El fortalecimiento del poder del rey

Al mismo tiempo que restablecía el dominio territorial de la monarquía visigoda, Leovigildo se ocupó de fortalecer el poder del rey. Para ello, por primera vez en la historia del reino visigodo, se vistió con ropajes que le distinguieran de sus súbditos y adoptó el ceremonial de la corte del emperador bizantino, poniendo fin así también al fácil acceso que tenían los nobles visigodos al rey, como ocurría con los antiguos jefes germánicos. Isidoro de Sevilla dice que llevaba “ropajes regios y estaba sentado en su trono” (regali veste opertus solio resedit). Con la misma finalidad mandó acuñar monedas totalmente diferentes de las bizantinas, que mostraban el busto del rey y su nombre.

Leovigildo también quiso poner fin al eterno problema de la sucesión al trono, intentando conseguir que la monarquía visigoda fuera hereditaria. Para ello, como había hecho su hermano Liuva I con él, en el 573 asoció al trono a sus dos hijos Hermenegildo y Recaredo, con la idea de que le sucedieran a su muerte. Pero su acción tuvo un éxito relativo. Le sucedió su segundo hijo Recaredo —su primer hijo Hermenegildo se rebeló contra él y fue ejecutado— y a este le sucedió su hijo, pero Liuva II fue destronado y asesinado en 603, solo dos años después de haber sido proclamado rey.

Leovigildo llevó a cabo una revisión completa del Código de Eurico por el que se regían los visigodos -los hispanorromanos y los galorromanos de Septimania se regían por un código legal diferente: el Breviarium de Alarico, lo que dio nacimiento a un nuevo código que es conocido como el Código de Leovigildo, pero su título original no ha llegado hasta nosotros ya que no se ha conservado ninguna copia del mismo. Su contenido lo conocemos gracias a que trescientas cuatro de sus leyes fueron incluidas sin cambio alguno en el Código de Recesvinto publicado a mediados del siglo siguiente y en el que aparecen con el nombre de leyes antiquae. Entre las nueve leyes que promulgó —que nunca las justifica recurriendo a argumentos religiosos— destaca una por la que abolió la prohibición de los matrimonios mixtos entre godos e hispano-romanos —en el Breviarium de Alarico estaban castigados con la pena de muerte y la Iglesia católica de Hispania también los había condenado—.

El sentido de esta ley ha sido objeto de debate. Algunos historiadores han defendido que su propósito era convertir a visigodos y a hispano- romanos en un pueblo unido, pero E. A. Thompson afirma rotundamente que «no se trata de eso». Según este historiador británico, «el rey dio sus motivos en el texto de la ley, y no decía nada acerca de un cambio de política de tal alcance en las relaciones entre pueblos. Según sus propias palabras, la antigua ley había perdido su fuerza y la revocaba porque no podía dársela de nuevo. Su acción no formaba parte de un intento sistemático de unir a los dos pueblos de su reino: no tenemos pruebas de que algo así hubiese jamás existido en su mente. De hecho, conocemos varios casos de matrimonios mixtos en el siglo VI, cuando todavía eran ilegales, mientras que, cosa curiosa, sabemos de muy pocos a partir del siglo VII, cuando eran legales. [...] Tampoco tenemos pruebas de que Leovigildo retirase, en ningún aspecto, el trato de favor del que los godos disfrutaban con respecto a sus vecinos hispano- romanos».

En relación con el supuesto propósito de crear un pueblo único fusionando a visigodos e hispano-romanos, Leovigildo ha sido acusado de haber puesto fin a la tolerancia de los reyes visigodos arrianos hacia los católicos de su reino y hacia su Iglesia y haberlos «perseguido». E. A. Thompson rebate esta afirmación destacando que «solo sabemos de cuatro personas concretas que sufrieran penalidades durante su reinado a causa de sus creencias religiosas» y que la política anticatólica solo se produjo como respuesta a la rebelión de Hermenegildo, quien ordenó la persecución de los cristianos arrianos en los territorios que estuvieron bajo su control. Como prueba de que antes de la rebelión no hubo ninguna persecución de los católicos, Thompson aporta una cita de la crónica de Juan de Biclaro, un monje godo católico: Cuando Leovigildo estaba reinando en medio de la paz y la tranquilidad, una lucha interina terminó con la seguridad de sus adversarios. «Difícilmente hubiera podido hablar de paz y de quietud si se estuviera llevando a cabo en el tiempo en cuestión una persecución de los católicos. Y ¿quiénes eran los adversarios del rey sino los mismos católicos? Lo que la revuelta produjo, según Juan de Biclaro, fue la destrucción de la «seguridad» de los católicos». Así pues, «no hay motivos para pensar que la posición de los católicos empeorase en los diez primeros años de su reinado». 

La rebelión de Hermenegildo

En el 579 Hermenegildo se había casado con una princesa franca católica llamada Ingunda, hija de Sigeberto I -rey de Austrasia-. La personalidad de esta chocó con Goswinta -mujer de Leovigildo-, que era arriana. Esto llevó a Leovigildo a mandar a su hijo a Sevilla, encargado del gobierno de la Bética, con una amplia autonomía.

En Sevilla Hermenegildo conoció a Leandro -hermano de Isidoro de Sevilla-, que junto con la influencia de su mujer hicieron que Hermenegildo se convirtiera al catolicismo. Además dio un segundo paso que fue la acuñación de moneda con el título de rey. Se levantó en armas contra su padre y pidió apoyo a los bizantinos en el 582 -Leandro se dirige a Constantinopla para pedir el apoyo de Bizancio-. La primera reacción del padre fue reunir un sínodo arriano en Toledo e intentar negociar con su hijo una salida a la situación, pero no se llegó a un acuerdo, lo que provocó una guerra civil.

En 582 Leovigildo se dirigió con su ejército a Mérida -donde había muchos seguidores de Hermenegildo- y la tomó. En el 583 reunió un gran ejército e impidió que los bizantinos intervinieran en el conflicto. Después atacó Sevilla y venció a un grupo de suevos bajo el rey Miro que había venido a socorrer a Hermenegildo. Tomó y restauró Itálica y se asentó en ella con su ejército hasta que tomó Sevilla al asalto.

Hermenegildo se trasladó a Córdoba donde fue apresado por el ejército de Leovigildo -el hijo y la mujer de Hermenegildo fueron llevados por los bizantinos hasta Constantinopla y la princesa Ingundis murió durante el viaje-. Hermenegildo fue trasladado a Valencia y desde allí a Tarragona, donde fue asesinado probablemente por orden de Leovigildo.

Fue considerado por la Iglesia católica como un mártir, al morir por ser católico y diez siglos después fue canonizado como san Hermenegildo. Los cronistas hispanos y visigodos de la época hablan de él como un «tirano» -san Isidoro dice que provocó una guerra civil innecesaria-, mientras que los escritores «extranjeros» lo tratan de mártir –como Gregorio de Tours-. Por otro lado, según Gregorio de Tours, Leovigildo poco antes de morir se convirtió al catolicismo.

La anexión del reino suevo

Reino suevo (ss. V-VI)

Tras la muerte del rey suevo Miro en 583, le sucedió su hijo Eborico. Pero la derrota ante los visigodos, que quebrantó la fortaleza militar del reino suevo, y el malestar creado entre la aristocracia del reino por la renovación por el nuevo rey de la fidelidad a Leovigildo jurada por su padre, pudieron ser las causas de que al año siguiente Eborico fuera destronado por su cuñado Andeca y obligado a ingresar en un convento. Andeca para fortalecer su posición se casó de inmediato en segundas nupcias con la viuda del rey Miro, Siseguntia. Leovigildo no intervino en seguida porque todavía estaba intentando acabar con la rebelión de Hermenegildo, pero en cuanto consiguió ponerle fin, encabezó un ejército en 585 que penetró en el reino suevo y se apoderó de él. 

El rey Audeca fue recluido en un monasterio y Leovigildo se hizo con el tesoro real. Así dejó de existir el reino suevo que quedó convertido en una provincia del reino visigodo de Toledo. Tras la marcha de Leovigildo, hubo un intento de restauración del reino por parte de un tal Malarico pero fue derrotado por los ejércitos visigodos. Como consecuencia de la conquista, fueron establecidos obispos arrianos en Viseo, Lugo, Tuy y Oporto, aunque «no parece que Leovigildo llevase a cabo ninguna acción violenta contra la Iglesia católica del antiguo reino suevo: los obispos católicos continuaron en sus sedes, incluso allí donde se establecieron arrianos»

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