domingo, 21 de enero de 2018

QUEVEDO publica la poesía de FRAY LUIS DE LEÓN



Fray Luis de León, grabado hacia 1599 por Francisco Pacheco (1564-1644) en su Libro de descripción de verdaderos retratos, ilustres y memorables varones,
Museo Lázaro Galdiano. (Wp)


Fray Luis define su obra poética

Obras Poéticas divididas en tres libros. A don Pedro Portocarrero, Fray Luis de León. (Extracto).

Entre las ocupaciones de mis estudios en mi mocedad, y casi en mi niñez, se me cayeron como de entre las manos estas obrecillas, a las cuales me apliqué más por inclinación de mi estrella que por juicio o voluntad. No porque la poesía no sea digna de cualquier persona y de cualquier nombre, sino porque conocía los juicios errados de nuestras gentes, y su poca inclinación a lo que tiene alguna luz de ingenio o valor, y entendía las artes y mañas de la ambición y del estudio, del interés propio y de la presunción ignorante, que son plantas que nacen siempre y crecen juntas y se enseñorean ahora de nuestros tiempos. Y así, tenía por vanidad excusada, a costa de mi trabajo, ponerme por blanco a los golpes y mil juicios desvariados, y dar materia de hablar a los que no viven de otra cosa.

Señaladamente, siendo yo de mi natural, tan aficionado al vivir encubierto, son tan pocos los que me conocen, que se pueden contar por los dedos.

Son tres partes la de este libro:
En la una van las que yo compuse mías.
En las dos postreras las que yo traduje de otras lenguas, de autores, así profanos, como sagrados. Lo profano va en la segunda parte, y lo sagrado, que son algunos salmos y capítulos de Job, van en la tercera.

De los que yo compuse, juzgará cada uno a su voluntad; de lo que es traducido, el que quisiere ser juez pruebe primero qué cosa es traducir poesías elegantes de una lengua extraña a la suya, sin añadir ni quitar sentencia, y con guardar cuanto es posible las figuras del original y su donaire, y hacer que hablen en castellano, como nacidas en él y naturales. 

No digo que lo he hecho yo, ni soy tan arrogante; más he pretendido hacerlo, y así lo confieso. Me incliné a ello sólo por mostrar que nuestra lengua recibe bien todo lo que se le encomienda, y que no es dura ni pobre, como algunos dicen, sino de cera y abundante para los que la saben tratar. 

Mas esto, caiga como cayere, que yo no me curo mucho de ello, sólo deseo agradar a Vuestra Merced, a quien siempre pretendo servir; y el que no me conociere por mi nombre, conózcame por esto, que es solamente de lo que me precio y lo que, si en mi hay cosa buena, tiene algún lugar.
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Vaya por delante mi agradecimiento permanente a la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes que, desde hace muchos años, facilita enormemente la tarea de todo aficionado a la Literatura.

En este caso, me he servido también del trabajo publicado en 2017 por Lía Schwartz y Samuel Fasquel -Université París-Sorbonne-, sobre la edición de la poesía de Fray Luis encargada por Quevedo, según los cuales, si bien, él mismo no parece haber participado apenas en su preparación, tuvo la brillante idea de hacerla publicar; no sabemos todavía, si por verdadera admiración hacia el viejo poeta –fallecido en 1598-, o por otras causas, puesto que eso es lo que intentamos deducir, ya que, a decir verdad, Quevedo, el genial, se mueve en un mundo de contradicciones, cuyas causas, hasta el presente no me ha sido posible descifrar, a pesar de considerar muy atentamente, todas las opiniones posibles.

Por ejemplo, expresa su más viva adoración hacia una expresión poética que ya estaba superada en general, y en particular, por él mismo. Por otra parte, dedica la edición al Conde-Duque de Olivares, al que también dirigiría aquellos versos geniales, insultantes y casi amenazadores, que empiezan diciendo: 

         No he de callar por más que con el dedo, 
         ya tocando la boca o ya la frente, 
         silencio avises o amenaces miedo.

         ¿No ha de haber un espíritu valiente? 
         ¿Siempre se ha de sentir lo que se dice? 
         ¿Nunca se ha de decir lo que se siente?

Empleando el lenguaje llano que don Francisco dice admirar, pero que no practica, al menos por escrito, cabría aplicarle aquello de: “genio y figura”, porque ambas condiciones las cumple sobradamente, en el arte literario y en sus actitudes personales.

En realidad, creo que sabemos tan poco de Quevedo, como de Cervantes, por ejemplo, -aunque este desconocimiento sea lo único que ambos tendrían en común-.

Ya habíamos apuntado que Quevedo “execraba” de los conversos y sabemos que esa era la procedencia de Fray Luis, del mismo modo que sabemos que maldecía de Olivares, al que sin embargo proclama como buen entendedor, escritor y excelente crítico, cuando no de extraordinario hombre de gobierno… hasta que contrae una deuda con la banca judía, lo que, en opinión de Quevedo, llevaría a la ruina a un reino completamente arruinado.

He tratado, en fin, de aclarar el embrollo y comprender a este genio, del que admiro la obra, pero cuyo verdadero pensamiento creo desconocer casi absolutamente. Puedo adelantar que no lo he logrado. Tal vez algún lector con más ingenio o suerte lo consiga.

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Quevedo prologa la obra poética de Fray Luis

Aunque no se publicó hasta 1631, Parece que Quevedo había redactado su erudito y pesado prólogo-dedicatoria, muy probablemente, en 1625. Teniendo en cuenta que Góngora murió en 1627; vivía cuando Quevedo escribió, pero no cuando su comentario apareció impreso. Así pues, cuando los ataques de este, arrecian contra lo que había dado en ser llamado “culteranismo”, es posible que, en un principio pensara en Góngora, aunque su nombre no aparezca, pero el resultado –que debía ser la presentación de la poética de Fray Luis-, es más bien un ataque general a los seguidores y admiradores del poeta cordobés, que los tenía y siempre los tuvo.

Es sabido asimismo que la denominación “culterano”, que se contrapone a la de “conceptista”, como se llamó al estilo defendido y teóricamente practicado por Quevedo, debería ser lógicamente, “cultista”, pero, pensemos en su tiempo y deduciremos que “culterano” suena muy parecido a “luterano”, y quizás es algo que interesaba resaltar, ante la posibilidad de poner en duda la ortodoxia de los seguidores del nuevo e innovador “culto literario”, en una época en que la Inquisición actúa con las manos libres ante la menor sospecha.

Es un hecho, como veremos; Quevedo utiliza su prólogo para ofrecer una prolija explicación de sus principios literarios, no para hablar de la poesía de Fray Luis, como ya hemos apuntado, pues aquel viejo estilo estaba ya muy lejos de lo que tanto él, como Góngora, escribían.
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Obras propias y traducciones latinas, griegas e italianas... Avtor el doctissimo, y Reuerendissimo Padre Fray Luis de Leon, de la gloriosa Orden del grande Doctor, y Patriarca san Agustin. Sacadas de la librería de don Manuel Sarmiento de Mendoça…

Dalas a la Impression don Francisco de Quebedo Villegas, Cauallero de la Orden de Santiago.

Ilústralas con el nombre y la proteccion del Conde Duque gran Canciller, etc. Olivares.

En la Imprenta del Reyno, año M.DC. XXXI. 
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Dedicatoria de Quevedo al Conde Duque de Olivares.

Quevedo había sufrido sordas represalias, a causa, se dice, de “sus estrechos vínculos” con el duque de Osuna, -quizás sería más exacto decir, complicidades-; sordas, porque nunca hubo una acusación firme que justificara su destierro, la fulminante caída del duque y la prisión de ambos, y complicidades, porque, parece evidente, que en el asunto de Venecia, Quevedo fue parte muy activa en la trama, jamás aclarada o declarada, aunque todo parece indicar, que el delito de ambos, fue el fracaso de sus planes, acaso no muy mal vistos, aunque con disimulo, en la Corte madrileña, convenientemente sobornada por mano del propio Quevedo en calidad de embajador, como demuestra la correspondencia del genial espadachín con Osuna, en tiempos del ínclito Lerma. 

El hecho es que, para entonces, Quevedo, muy acostumbrado a codearse con la Corte, abrigaba la intención de aproximarse ahora a Olivares y, al efecto escribió -como apunta Elliot-, su poema titulado Epístola satírica y censoria contra las costumbres presentes de los castellanos, escrita a Don Gaspar de Guzmán, conde de Olivares, en su valimiento, « alrededor de 1625.

Sin embargo, tres años después (1628) escribe el Memorial en defensa de Santiago, al que seguiría: Su espada por Santiago, obras en las que se oponía radicalmente a la posibilidad de que Santa Teresa compartiera el patronato de España, con Santiago, actitud con la que se enfrentaba al proyecto deseado y patrocinado, tanto por Olivares, como por el rey. 

Acto seguido, fue condenado durante unos meses al destierro, por causas que tampoco son conocidas, en su propiedad de La Torre de Juan Abad, pero en 1629, el vate se hallaba de nuevo en la Corte cimentando su amistad con el Valido. De acuerdo, de nuevo con Elliot, por entonces dedicó al Conde-Duque varias obras, como fueron:

-Fiesta de toros literal y alegórica; romance,
-Cómo ha de ser el privado; comedia, y 
-El chitón de las tarabillas.

Esta última obra, aparentemente escrita en alabanza del Valido, presentaba, en el tono habitual de Quevedo, ciertas críticas, debidas, quizás, al hecho de que su actitud no era sincera, sino que pretendía –y esto no era nuevo en él-, aproximarse al centro del poder, que ahora ostentaba Olivares. Lo cierto es que la supuesta amistad entre el poeta y el mandatario se deterioró paulatina, pero gravemente. La dedicatoria es de 1629, y en 1639, Quevedo estaba preso en San Marcos de León. No olvidemos que, si bien la dedicatoria fue escrita en 1629, no se publicó hasta 1631.

Al parecer, si Quevedo hubiera podido establecer una amistad verdadera con el Valido, la figura y el poder de este, habrían servido para avalar su furibunda postura literaria, contra los seguidores o imitadores de Góngora, a la vez que el Valido tendría lo que podríamos llamar, el apoyo social de aquellos que pensaban igual que Quevedo.

Se suele decir que las diferencias entre ambos poetas, sólo eran de carácter literario y que se proyectaban socialmente de forma muy llamativa y teatral, pero la distancia entre ambos es tal, y tan insuperable, que quizás habría que pensar en notables tendencias de planteamiento, que hoy llamaríamos político. No es posible creer que, en este campo, el sentimiento general del reino en aquel siglo fuera uniforme. 

Si Quevedo hubiera logrado sus proyectos, Olivares se habría convertido en un enemigo del Culteranismo y los Gongoristas, y Quevedo habría alcanzado incluso la posibilidad de anular el discurso de aquellos, que, insistamos, no sólo podía ser de carácter poético literario.

Quevedo también atacaba la nueva tendencia en sus obras:

Discurso de todos los diablos, de 1628, 
La Culta latiniparla, de 1629, y
Aguja de navegar cultos de 1631.

Es posible que se hiciera con el manuscrito de fray Luis, posiblemente, en su viaje a Andalucía en 1624, pero pasaron cinco años antes de que firmara la dedicatoria al Conde-Duque. Probablemente lo pensó mucho, porque no lo necesitaba para producir un fácil alegato contra Góngora y sus seguidores, a los que no menciona ni cita directamente. Aun así, sorprende semejante ataque, cuando la idea era hablar de fray Luis, pero quizá se comprenda mejor si consideramos que no podía atacar una forma de escribir que él mismo empleaba en ocasiones, en tanto que, lo que llamaremos estilo fray Luis, resultaba ya pasado de moda, a pesar de la calidad que garantiza su permanencia. Así pues, si no ataca propiamente el estilo culto, pero tampoco admira sinceramente, el más llano, es que había otra u otras razones y que estas eran de carácter ideológico y, fallecido Góngora, se referían a una manera concreta de pensar. 

En cierto modo, Góngora, se libró en aquella ocasión de la vejatoria lengua de Quevedo, pero sus seguidores, aquellos a los que podríamos denominar su escuela, tan amigos de novedades, y tan firmes defensores del estilo del maestro, no serían sino aquellos que se llaman hoy cultos, siendo temerarios y monstruosos.

Es un hecho que alrededor de 1629 Góngora era un poeta muy admirado; se le imitaba, se hablaba de él y era citado como un clásico. De hecho, ante la antología titulada Homero Español, publicado por López de Vicuña, en 1627, Quevedo no tuvo más remedio que admitir que el indiscutible renombre del poeta griego, convertido en adjetivo laudatorio, era adjudicado a Góngora, y no sólo eso, sino que, probablemente, cierta parte del reconocimiento de aquel, podía deberse, precisamente, a sus continuos ataques. Uno de los poemas de Góngora incluidos en la Antología en cuestión, era, ni más ni menos que el famoso:

         Anacreonte español, no hay quien os tope,
         Que no diga con mucha cortesía,
         Que ya que vuestros pies son de elegía,
         Que vuestras suavidades son de arrope.

         ¿No imitaréis al terenciano Lope,
         Que al de Belerofonte cada día
         Sobre zuecos de cómica poesía
         Se calza espuelas, y le da un galope?

         Con cuidado especial vuestros antojos
         Dicen que quieren traducir al griego,
         No habiéndolo mirado vuestros ojos.

         Prestádselos un rato a mi ojo ciego,
         Porque a luz saque ciertos versos flojos,
         Y entenderéis cualquier gregüesco luego.

Góngora emplea el término “gregüesco” o calzón, que tiene cierta similitud con “griego”, cuando acaba de referirse a su “ojo ciego”.


Además del propio López de Vicuña, Chacón, Salcedo Coronel o Pellicer, también se situaron al lado de Góngora, y alababan y explicaban su obra como ejemplo de calidad, al tiempo que, por las mismas fechas, se preparaba la reimpresión del Polifemo.

Fue en estas circunstancias cuando Quevedo pensó en la poesía de Fray Luis como un antídoto, y se la dedicó a Olivares, con una carga que, de nuevo sólo podemos calificar de política, porque en aquel momento, la supuesta claridad expresiva del lenguaje “llano”, era entendida como sinónimo de patriotismo, frente a aquellos, cuya afición a los extranjerismos y otras “novedades”, nunca fue bien visto desde el conservadurismo reinante, defendido por Quevedo, más como postura social que literaria. 

Es el caso pues que, en Quevedo, sobre el deseo de alabar a fray Luis, primaba la necesidad de criticar a sus adversarios, ya fueran literarios, políticos, o ambas cosas: estas obras grandes en estas palabras doctas y estudiadas, para que sirviesen de antídoto en público a tanta inmensidad de escándalos que se imprimen, donde la ociosidad estudia desenvolturas, cuanto más sabrosas, de más peligro.

«…de buena gana lloro la satisfacción con que se llaman hoy algunos cultos»... «por no decir lo que sin asco ni escrúpulo es lícito, hay algunos que dicen lo que es torpe y abominable» 

A pesar de todo, Quevedo y otros que como él atacaban el proceder de los autores cultos, no hacía sino repetir ideas, que se habían convertido en tópicos. Aunque Quevedo era, y en cierto modo, sigue siendo, más popular que Góngora, sus violentos ataques, no hacen sino demostrar que el nombre de su rival –más que enemigo-, era enormemente respetado y había hecho escuela.

Consecuentemente, y tras aducir docenas de citas, latinas, griegas, y de otros autores renacentistas, a través de los cuales deja bien sentada su postura, más patriótica que literaria, Quevedo procede a la alabanza del estilo de fray Luis, como “antídoto” contra los excesos gongorinos, como castigo autorizado y eficaz que en los que hallare vergüenza dejará enmienda.

Su objetivo primordial no parece haber sido alcanzado. Sin embargo, es importante destacar, que la idea de ordenar e imprimir la poesía de fray Luis, alcanzó otro que seguramente no se había propuesto; que la obra de fray Luis, medio abandonada y mal conservada, haya llegado hasta hoy en buen estado y prácticamente completa, lo que sí constituye un logro que todos hemos de agradecerle. 

Los versos de fray Luis por sí hablan; son el mejor blasón de la habla castellana y además, no tienen «comparación”, constituyéndose en un modelo, una autoridad literaria que oponer a quienes imitan a Góngora.

Insistamos, pues, en el hecho de que, Quevedo, veinte años más joven que Góngora, también lo había imitado; es fácil advertir en su obra la utilización de recursos similares a los de aquel; muy probablemente, aprendidos de su poesía, sin olvidar, además, la influencia ejercida sobre su formación, por aquel estilo expresivo que triunfaba en su juventud. 

Tenemos, pues, que admitir que existen muchos puntos de contacto entre Góngora y Quevedo y admitir en ellos diversas formas de oscuridad que juegan de hecho una indiscutible función estética. (Cristóbal Cuevas García).

En definitiva, es muy probable que cuando comenzaron las críticas al cultismo, Quevedo se hallara aún envuelto en sus avatares políticos italianos, que respondían a una especie de toma de partido dentro de las posibilidades de la época, y que la tensión y el rechazo que le provocaban aquellos culteranos en el momento de la publicación de la obra de fray Luis, tal vez se hubiera agudizado, porque dentro de la lógica poética, o literaria, no es posible que rechazara la obra de Góngora en favor de la de fray Luis, aunque sólo fuera por la época en que le tocó vivir. No sé si sería excesivo pensar que, en realidad, Quevedo admiraba al Góngora poeta, pero una vez alineado en el terreno de juego contrario, no tenía la posibilidad de reconocerlo.

Y considerando esta posible incoherencia, cabría decir que, casi por las mismas razones, lo que tampoco queda claro en absoluto, es la sinceridad de la adhesión de Quevedo al Conde Duque, ni su admiración por Fray Luis

Con respecto al primero, que condenó al escritor a prisión en 1639, por causas aún desconocidas –aunque imaginables-, Quevedo escribió, cuando fue informado de su fallecimiento: Bien memorable día debe ser el de la Magdalena, en que acabaron con la vida del conde de Olivares tantas amenazas y venganzas y odios que se prometían eternidad. Señor don Francisco, ¡secretos de Dios grandes son! Yo que estuve muerto día de San Marcos, viví para ver el fin de un hombre que decía había de ver el mío en cadenas.

En cuanto a Fray Luis de León, cuya obra era, en nuestro idioma el singular ornamento y el mejor blasón de la habla castellana, resulta terriblemente difícil compatibilizar su admiración hacia un descendiente de conversos, con el odio que destiló, dos años después hacia todos ellos, en su virulenta Execración
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Veamos, pues, aunque sea fragmentariamente, algunas de las lindezas expresadas por Quevedo, de cuyo conjunto, sólo cabe una deducción, del todo incoherente con la actitud expresada hacia el fraile agustino, de origen converso, delito que, como sabemos, fue el único probado por la Inquisición contra él. Y no cabe, por cierto, aducir que se trataba de una postura generalizada, que lo era, porque así se predicaba, sin duda, pero, especialmente entre los hombres de letras, había muchos que no pensaban del mismo modo.

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Son los causantes de Todas nuestras calamidades… por la multitud de las fornicaciones de la ramera hermosa y favorecida, y que tiene hechizos, que vende las gentes en sus fornicaciones y las familias en sus hechicerías"… yo reconozco ser esta ramera la nación hebrea.

V.M. es él solamente todo católico monarca, grande por las virtudes, piedad y religión, sumo por el poderío y fuerzas. Amparáis el Santo Tribunal de la Inquisición, mano derecha y sagrada de Vuestra justicia, más precioso rayo de Vuestra corona, fortaleza inexpugnable de Vuestros reinos, tutela soberana de Vuestros vasallos.

Los gloriosos antecesores de V.M. expelieron de todos sus reinos la nación pérfida hebrea.

Las causas que obligaron a los progenitores de V.M. a limpiar de tan mala generación estos reinos se leen en todos los libros que doctísimamente escribieron varones grandes en defensa de los estatutos, iglesias y colegios y órdenes militares. No las callan las historias propias y extranjeras. Vulgar es, y de pocos ignorado, el papel que declara la causa de la postrera expulsión.

… cuenta el doctor Ignacio del Villar Maldonado de otro médico judío que se le averiguó haber muerto más de trescientas personas con medicinas adulteradas y venenosas, y que, todas las veces que entraba en su casa cuando volvió de asesinar los enfermos, le decía su mujer, que era como él judía: "Bien venga el vengador"; a que el judío médico respondía, alzando la mano cerrada del brazo derecho: "Venga y vengará."

Y hoy, Señor, en Madrid son muchos los médicos y oficiales de botica los que hay portugueses de esta maldita y nefanda nación; y son infinitos lo que andan peleando, con achaque de curar, por todos los reinos, y cada día el Santo Oficio los lleva de las mulas al brasero.

Todo esto debieron de reconocer y prevenir los señores reyes de feliz recordación, las leyes, los establecimientos y los sagrados cánones que, para todas estas cosas (fuera de la mercancía), mandaron precediese información de limpieza.

Por todo lo dicho, reconocieron el peligro y el contagio en pequeña participación de sus venas. El vaho de su vecindad inficiona, su sombra atosiga. Una gota de sangre que de los judíos se deriva seduce a motines contra la de Jesucristo

Yendo Colón primero a rogar con el nuevo mundo al rey de Portugal, no se le concedió, y le llevó al rey don Fernando porque le gozase quien desterraba a los judíos y le perdiese quien les acogió.

Ésta, Señor, es gente que produce plagas si los tienen y si no los arrojan.

¿Qué se puede esperar de los que crucificaron al que esperan y de los que, crucificado, le queman y de los que, quemado, condenan a muerte Su Sacra Santa Ley con edictos abominables?

Arrojen de todos Sus reinos esta cizaña descomulgada… detestable, pérfida, endurecida y maldita nación.

Y como yo conozco la grande religión de Vuestro ánimo y la benignidad esclarecida de Vuestro corazón, quiero informar a V.M. de la naturaleza precipitada, del natural dañado e injurioso de esta abatida y vilísima nación hebrea.

Enemigos de la luz, amigos de las tinieblas, inmundos, hediondos, asquerosos, subterráneos.

Sierpes son, Señor, que caminan sin pies, que vuelan sin alas, resbaladizos, que disimulan su estatura anudándola, que se vibran flecha y arco con su lengua en los círculos sinuosos de su cuerpo, que se encogen para alargarse, que pagan en veneno el abrigo que se les da. Fuego son que paga la vecindad en incendios y la acogida en ceniza,

Generación de hierro adúltera y viperina.

Señor, abominemos a los que abominó Dios y, en ellos y en sus hijos

Los judíos hoy son los puros ateístas.

Señor, los judíos es evidente que no creen nada.

Pues, Señor, quien buscare o se persuadiere que entre estos malditos ha de haber uno siquiera que haga bien no perderá sólo el tiempo, sin duda se perderá, pues pierde el respeto al propio Dios.

En tiempo del rey don Juan el Segundo, todos los cristianos viejos, acaudillados del dicho teniente y asistente, quemaron vivos todos los judíos de dicha ciudad y les saquearon sus bienes.

La primera cosa que aprenden es despreciar los dioses y dejar la patria… contra todos los demás tienen odio enemigo… me persuado que sólo permite Dios que dure esta infernal ralea para que, en su perfidia execrable, tenga vientre donde ser concebido el Antecristo.

Sobre los créditos contraídos por la Corona:

Vos con ellos tenéis asientos, ellos dan el oro, Vuestros ojos leen sus blasfemias y sacrilegios, Vuestros oídos están atormentados con sus abominaciones. Romped, Señor, los asientos, que menos es que romper la Ley. No reparéis en que los firmasteis con Vuestra mano.

Quemar y justiciar los judíos solamente será castigo. Quemar y hacer polvo su caudal, romper los asientos, será remedio. 

Señor, se ha de empezar el castigo desde una puerta a otra puerta: esto es decir que en todas las puertas de Vuestros reinos han de hallar muerte y cuchillo.

Lo primero, Señor, como no se llaman vasallos de V.M. las enfermedades de Sus vasallos, así no se pueden llamar vasallos ni pueblo de V.M. los judíos, por ser plagas de Vuestros reinos y enfermedades de Vuestros vasallos. Son esponjas que el turco y todos los herejes empapan en el tesoro de España para exprimirlas en sus Sinagogas contra ella.

Y esta maldita nación, que, en justo castigo de haber crucificado a Jesucristo, en todas las partes del mundo es esclava, vil y abatida, sola en España manda con exaltación y dominio.

Sobre los conversos:

Si dijera que esta ley habla contra los judíos que lo son y no contra los conversos, al que lo dijere le desmienten estos propios conversos, con sus maldades y carteles, tanto peores que los otros cuanto lo prueba no haberse convertido sino para poder hacer lo que hacen.

No ignoro que han de ser admitidos en la Iglesia por la conversión y solicitados para ella, mas no olvido las palabras del obispo don Pablo, arriba citadas, en que aconsejó a don Enrique el Tercero no admitiese en su servicio, ni en su consejo, ni en las cosas de su patrimonio judío converso ninguno.

Se conviertan con la boca sola, guardando su error en el corazón firmemente.

Yo espero de la soberana grandeza, clemencia y justicia de V.M. que, borrando esta mala generación de Vuestros reinos y asolándolos, libraréis Vuestros vasallos.

Estas palabras encaminadas a sólo el servicio de V.M. y gloria de Jesucristo en la total expulsión y desolación de los judíos, siempre malos y cada día peores, ingratos a su Dios y traidores a su rey.

En Villanueva de los Infantes, 20 de Julio de 1633.
Besa los reales pies y mano de V.M.
Don Francisco de Quevedo Villegas
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No queda, ni de lejos agotado el tema, pues sería preciso, por ejemplo, acompañar lo escrito de una revisión histórica de la época de la España Contrarreformista, que tan brillantes figuras literarias produjo, incluyendo a los que se refirieron a Fray Luis en el Prólogo de la edición de Quevedo, que además, coincidió cronológicamente con Felipe II, Felipe III y Felipe IV, pero ello alargaría mucho el presente artículo, además de que, de la etapa histórica referida, nos hemos ocupado aquí, ya en otras ocasiones, a causa de su gran interés, y seguiremos haciéndolo, sin duda.

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Ejemplos de la poética de Fray Luis de León

Poesías. Fray Luis de León; editor literario Javier San José Lera (BVMC).

Tras los citados Preliminares:

-Censura de José de Valdivielso
-Aprobación de Lorenzo Vander Hammen y León
-Dedicatoria de Quevedo a don Manuel Sarmiento de Mendoza, Canónigo Magistral de la Santa Iglesia de Sevilla
-Al Excelentísimo señor Conde Duque, Gran Canciller, mi señor, y la
-Dedicatoria de fray Luis de León a don Pedro Portocarrero,

Aparece el Libro Primero, que contiene las tituladas, Obras Propias, -de Fray Luis de León-, de las que proceden los ejemplos que siguen.

Biblioteca Digital Hispánica, Biblioteca Nacional. BNE

Vida retirada

    ¡Qué descansada vida
la del que huye el mundanal rüido,
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido!

    Que no le enturbia el pecho
de los soberbios grandes el estado,
ni del dorado techo
se admira, fabricado
del sabio moro, en jaspes sustentado.

    No cura si la Fama
canta con voz su nombre pregonera,
ni cura si encarama
la lengua lisonjera
lo que condena la verdad sincera.

    ¿Qué presta a mi contento,
si soy del vano dedo señalado;
si en busca deste viento
ando desalentado
con ansias vivas, con mortal cuidado?
… … …

A Francisco de Salinas

Salinas en los Retratos de Españoles Ilustres (1)


    El aire se serena
y viste de hermosura y luz no usada,
Salinas, cuando suena
la música extremada
por vuestra sabia mano gobernada.

    A cuyo son divino
el alma, que en olvido está sumida,
torna a cobrar el tino
y memoria perdida
de su origen primera esclarecida.

    Y como se conoce,
en suerte y pensamiento se mejora;
el oro desconoce
que el vulgo vil adora,
la belleza caduca engañadora.

    Traspasa el aire todo
hasta llegar a la más alta esfera
y oye allí otro modo
de no perecedera
música, que es la fuente y la primera.

    Ve cómo el gran Maestro,
a aquesta inmensa cítara aplicado,
con movimiento diestro
produce el son sagrado,
con que este eterno templo es sustentado.



    Y como está compuesta
de números concordes, luego envía
consonante respuesta;
y entre ambos a porfía
se mezcla una dulcísima armonía.

    Aquí el alma navega
por un mar de dulzura, y finalmente,
en él ansí se anega,
que ningún accidente
extraño y peregrino oye o siente.

    ¡Oh desmayo dichoso!
¡Oh muerte que das vida! ¡Oh dulce olvido!
¡Durase en tu reposo,
sin ser restituido
jamás a aqueste bajo y vil sentido!

    A este bien os llamo,
gloria del apolíneo sacro coro,
amigos, a quien amo
sobre todo tesoro,
que todo lo visible es triste lloro.

    ¡Oh, suene de contino,
Salinas, vuestro son en mis oídos,
por quien al bien divino
despiertan los sentidos,
quedando a lo demás adormecidos!

▪ ▪ ▪
(1) De acuerdo con los “Retratos de Españoles Ilustres” de 1791, Salinas, que perdió la vista a los 10 u 11 años, buscó en el estudio un consuelo á la falta del sentido que había perdido, y dedicándose á las letras griegas y latinas, á las matemáticas y á la música, fue tan excelente en ellas, que hubo pocos en aquella época que le aventajasen en las primeras, y ninguno arribó al grado que él en el conocimiento teórico y práctico de la última. 

El historiador y Cronista Ambrosio de Morales -añade la Semblanza-, dice haber visto á Salinas dominar de tal modo á sus oyentes ya con los instrumentos, ya con la voz, que los violentaba al llanto, á la alegría y al terror; al modo que se cuenta de los primeros inventores de la armonía.

Murió hacia 1590 y se conserva su Tratado de Música, en latín, pero ninguna composición musical.
▪ ▪ ▪

Contra un juez avaro



    Aunque en ricos montones
levantes el cautivo, inútil oro,
y aunque tus posesiones
mejores con ajeno daño y lloro;

    y aunque, cruel tirano,
oprimas la verdad y tu avaricia,
vestida en nombre vano,
convierta en compra y venta la justicia;

    y aunque engañes los ojos
del mundo, a quien adoras, no por tanto
no nacerán abrojos
agudos en tu alma; ni el espanto

    no velará en tu lecho,
ni huirás la cuita, la agonía
el último despecho,
ni la esperanza buena en compañía

    del gozo, tus umbrales
penetrará jamás; ni la Meguera
con llamas infernales,
con serpentino azote la alta y fiera
y diestra mano armada,

   saldrá de tu aposento sola un hora;
y ni tendrás clavada
la rueda, aunque más puedas, voladora


    del tiempo, hambriento y crudo,
que viene, con la muerte conjurado,
a dejarte desnudo
del oro y cuanto tienes más amado;

    y quedarás sumido
en males no finibles y en olvido.


Al salir de la cárcel


                       Aquí la envidia y mentira
                    me tuvieron encerrado.
                    Dichoso el humilde estado
                    del sabio que se retira
                    de aqueste mundo malvado,
                    y con pobre mesa y casa
                    en el campo deleitoso,
                    con sólo Dios se compasa,
                    y a solas su vida pasa
                    ni envidiado ni envidioso.

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domingo, 14 de enero de 2018

FRAY LUIS DE LEÓN • La libertad del intelectual frente al poder



Fray Luis de León. Bronce de N. Sevilla Sánchez. Universidad de Salamanca

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                  Quisiera rematar mi dulce canto
                  en tal sazon, pastores, con loaros
                  vn ingenio que al mundo pone espanto
                  y que pudiera en estasis robaros.
                  En el cifro y recojo todo quanto
                  he mostrado hasta aqui y he de mostraros:
                  Fray Luis de Leon es el que digo,
                  a quien yo reuerencio, adoro y sigo.

Miguel de Cervantes: La Galatea, Libro VI, Canto de Calíope vv. 665-672

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A juzgar por la estrofa del Canto de Caliope, Cervantes tenía a Fr. Luis de León en mayor estima que a ningún otro de los poetas allí celebrados.
Schevill y Bonilla

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Estamos ante una biografía que, de no mediar ciertas circunstancias, habría sido la de un fraile de vida sencilla y recogida -en ocasiones se habla de su escasa sociabilidad, e incluso de mal carácter-, y a la vez, la de un gran lingüista, erudito y excelente poeta, cuya existencia pudo transcurrir entre libros, papeles, tinteros, docencia y meditación, si no hubiera cometido dos graves trasgresiones que complicaron enormemente su vida.

La primera, proceder de judeoconversos, y la segunda, estar profundamente convencido de la verdad de sus convicciones y ser capaz de defenderlas ante las más graves dificultades, surgidas, sin duda, no de la probada calidad de sus conocimientos, sino de aquella procedencia racial.

Nacido en Belmonte, Cuenca, en 1527 ó 28, era hijo de Lope de León y de Inés Varela; cuyos árboles genealógicos fueron convenientemente expurgados, hasta hallar ascendientes conversos que llegaban hasta una tía abuela suya, que había sido penitenciada.

Su padre, no obstante, era abogado en ejercicio, condición que le llevó a establecerse, primero en Madrid, con su familia, el año 1533, o quizás, el 34, cuando nuestro autor tenía 5 ó 6 años y en 1536, en Valladolid, cuando allí se estableció la Corte.

En 1541, su padre fue nombrado Oidor en la Chancillería de Granada, a donde se desplazó igualmente, pero, en esta ocasión, dejando a su hijo, ya de 14 años, en Salamanca, a cargo de su tío Francisco de León, que era Catedrático en Leyes; ya tenía 14 años y debía empezar sus estudios.

Posiblemente, Luis también estaba destinado al ejercicio de las Leyes, pero, estando en Salamanca, en 1542 optó por ingresar en un convento agustino, donde profesó dos años después, a los 17, momento a partir del cual, decidió orientar su formación al ejercicio de la docencia, estudiando Artes, es decir: Gramática Latina, Lógica, Filosofía Moral y Filosofía Natural, grupo de disciplinas necesarias para acceder a los estudios superiores, que podían ser, Teología, Medicina, Leyes, o Cánones.

Así pues, obtuvo el título de Bachiller en Artes entre los años 1544-46, matriculándose el año siguiente en la Facultad de Teología, en la que estudió hasta 1551.

A partir de entonces, estaba oficialmente capacitado para impartir lecciones a alumnos de su Orden, que después debían acudir a exámenes oficiales, en Soria o Salamanca, y en ocasiones, era seleccionado para hablar en actos públicos de cierta trascendencia, como fue, por ejemplo, el Capítulo de su Orden, en Dueñas, de Palencia, en 1557, donde pronunció un discurso de apertura, en el que no se privó de denunciar públicamente, y al parecer, con gran energía, ciertas actitudes que, en su opinión, la Orden Agustina debía corregir.

Universidad de Salamanca. Claustro de las Escuelas Menores

En Salamanca había sido alumno de Melchor Cano, entre otros maestros suficientemente conocidos, pero parece que el empleo de la Escolástica, siguiendo a Santo Tomás y sus defensores, los conocidos como Tomistas, le parecía menos interesante que el estudio directo de los textos bíblicos, razón por la cual, decidió continuar su formación en la Universidad de Alcalá, donde asistió a las lecciones del dominico fray Mancio del Corpus Christi y del cisterciense Cipriano de Huerga, cuyos planteamientos, despertaron enormemente su interés, dejando una huella imborrable en tan especial alumno.

En 1560 obtuvo la licenciatura y el doctorado en Teología y acto seguido, se presentó a la oposición de Cátedra de Biblia frente a otros pretendientes, como Gaspar de Grajal, que fue quien la ganó en aquella ocasión, a pesar de lo cual -estamos ante espíritus exentos de envidias o rencores-, los dos contrincantes se hicieron buenos amigos, y llegaron a compartir, no sólo opiniones, sino también, la persecución inquisitorial y la prisión, en defensa de sus planteamientos.

Finalmente, fray Luis ganó sucesivamente las Cátedras de Santo Tomás y de Durando, en 1561 y 1565 respectivamente; a los 33 y 37 años, más o menos.
Ejercía la docencia en la de Durando, cuando, en 1572, fue denunciado y consecuentemente preso por la Inquisición, desde entonces, y hasta que concluyó el proceso, es decir, hasta 1576.

Al parecer, el mundillo universitario estaba organizado en parcialidades, y, en ocasiones llegaban a actuar y comportarse de forma violenta entre sí. En el caso que nos ocupa, el enfrentamiento entre agustinos y dominicos era evidente y conocido, siendo los últimos, como es sabido, los encargados de los procesos Inquisitoriales.
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Todo empezó en 1569, cuando una comisión de teólogos, presidida por el futuro inquisidor, Francisco Sancho, recibió el encargo de examinar el texto de la Biblia conocida como Vatablo, con vistas a una posible reimpresión solicitada por su editor, Portonaris, en Salamanca.

La controversia más ruidosa, se produjo entre fray Luis y León de Castro, ambos profesores de griego, pero ambos también con opiniones radicalmente opuestas.

Las versiones aprobadas hasta entonces, sin resquicio para la duda, eran la Vulgata, de San Jerónimo, y la llamada de los Setenta, o Septuaginta. Fray Luis; el catedrático de Biblia Gaspar de Grajal y el de Hebreo, Martín Martínez de Cantalapiedra, plantearon la posibilidad de introducir ciertas correcciones de traducción, proponiendo una revisión, basada en los textos originales hebreos, de los cuales, en buena parte, procedían ambas versiones, que a juicio de los tres ponentes, podían ser mejoradas.

Septuaginta de 1709 y Vulgata, de San Jerónimo, de 1714

El mejor conocimiento de las lenguas en que se han escrito los textos originales permitirá una mejor traducción de los textos bíblicos.

Tan chocante proposición, fue inmediatamente denunciada ante la Inquisición por el citado León de Castro y el dominico Bartolomé de Medina, siendo los tres osados renovadores, casi inmediatamente presos en marzo de 1572, momento a partir del cual, naturalmente, se vieron obligados a abandonar la docencia, en principio, por tiempo indefinido.

El proceso culminó con la absolución de los tres inculpados; fray Luis, en diciembre de 1576 y Cantalapiedra en 1577; pero el de Grajal continuó hasta 1578, a pesar de que había muerto, en prisión, tres años antes.

Diez acusaciones concretas pesaron sobre ellos desde un principio, pero el número creció a lo largo del proceso. Entre otras cosas, además de proponer ciertas posibilidades de mejorar la traducción de la Vulgata, fray Luis había traducido también el Cantar de los Cantares de Salomón, al castellano o romance, a pesar de que estaba vedado -aunque, como veremos, aseguró que lo había hecho sólo con carácter privado-.


En todo caso, como era costumbre, el proceso avanzaba de forma desesperadamente lenta para los inculpados; en opinión de fray Luis, a causa, no sólo de una complejísima burocracia, sino de la falsedad de los acusadores, que, procediendo sólo de la envidia, nunca podrían ser probadas, pese a los incansables intentos de sus promotores: -No me acusa la conciencia, ni de hecho, ni de pecho, que aquesto merezca.

El 7 de diciembre de 1576 llegaba de Madrid la sentencia absolutoria:

El dicho fray Luis de León sea absuelto de la instancia deste juicio y en la sala de la audiencia sea reprendido y advertido que de aquí adelante mire cómo y adonde trata cosas y materias de la cualidad y peligro que las que deste proceso resultan y tenga en ellas mucha moderación y prudencia como conviene para que cese todo escándalo y ocasión de errores, y que se recoja el cuaderno de los Cantares traducido en romance; -efectivamente, terminado en 1561, pero que no se publicó hasta 1798-.

De vuelta en Salamanca en diciembre de 1576, fray Luis se reintegró a la docencia y volvió a presentarse a la Cátedra de Sagrada Escritura, que ganó en 1579, siendo su oponente, un hijo de Garcilaso de la Vega, llamado fray Domingo de Guzmán –apellido de la madre del poeta-, que también era dominico.

Ocupando esta Cátedra el resto de su vida, empleó su tiempo, además de la docencia, en la creación literaria y naturalmente, la traducción.


Su primera obra escrita en castellano, De los Nombres de Cristo, fue publicada en Salamanca, en 1583. Se trata de un diálogo entre tres frailes agustinos, que se considera un hito de la prosa del siglo XVI.

Por la misma época empezó su Exposición del libro de Job, en el que se ocupó hasta sus últimos días, pero que tampoco fue publicado hasta 1779.

En 1582 fue de nuevo acusado a causa de sus opiniones sobre la Justificación y el Libre Albedrío, por lo que hubo de presentarse ante el cardenal Quiroga en Toledo, dos años después, si bien en esta ocasión, quedó libre tras ser amonestado benigna y caritativamente: que de aquí adelante se abstenga de decir ni defender pública y secretamente las proposiciones que parece haber dicho y defendido.

También tuvo que declarar ante el mismísimo monarca, ni más, ni menos, que Felipe II, en un pleito sobre Colegios Mayores, viéndose asimismo inmerso en otras causas, que gradualmente, le fueron alejando de la docencia, pero que, a la vez, le pusieron en contacto con otras personas y personajes, algunos de los cuales alcanzarían una notable celebridad.

Tal es el caso de la Madre Ana de Jesús, sucesora de Teresa de Jesús, que fallecería en 1582, siendo canonizada en 1614. La Madre Ana pidió a fray Luis que ordenara los escritos de Teresa, para poder enviarlos a la imprenta, siendo publicados en 1588. Al parecer, la monja Carmelita Descalza tenía gran confianza en el erudito agustino, a quien animó a terminar su trabajo sobre el Libro de Job, proponiendo asimismo su asistencia al Capítulo de Frailes Carmelitas, que debía celebrarse en 1590.

El año 1591, la enfermedad que terminaría con la vida de fray Luis, empezó a dar señales inequívocas de su progreso; ya en enero, tuvo que justificar ante la Universidad largas ausencias, causadas por la necesidad de recibir atención médica en Madrid, aunque volvió a sus clases en julio, y terminó sus trabajos sobre el Libro de Job.

En agosto, fray Luis debía presidir el Capítulo de su Orden en Madrigal de las Altas Torres, en Ávila, donde el día 14 de agosto fue elegido Provincial, cargo que nunca llegó a ostentar, porque falleció nueve días después de ser nombrado, en el convento agustino de aquella población. El día 24 por la noche, era velado en Salamanca, siendo inhumado en el claustro del convento agustino de San Pedro.

Años después, ante los estragos causados durante la Guerra de la Independencia y los debidos al paso del tiempo, la Universidad y la ciudad de Salamanca se propusieron localizar y recuperar los restos de Fray Luis, a cuyo efecto se creó una comisión, que los halló y exhumó el 13 de marzo de 1856, trasladándolos, el 28 a la capilla de San Jerónimo de la Universidad salmantina.

Sobre el féretro se colocaron sus símbolos académicos, una corona de laurel y un tintero, además del manuscrito de su Exposición del Libro de Job, obra a la que apenas acababa de poner punto final.

En 1869, el 25 de abril y por suscripción pública, se inauguró un mausoleo, así como la bella estatua de bronce que hoy preside el Patio de Escuelas de la Universidad de Salamanca, realizada por Nicasio Sevilla, con un acto literario celebrado al efecto.

Álbum poético en homenaje a Fray Luis de León, con motivo de la inauguración de su estatua. 1869

Fray Luis de León sigue siendo, como su estatua, un símbolo de la libertad del intelectual frente al poder.

Basado en el Apunte biográfico de Javier San José Lera,
publicado en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes 


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Causas, desarrollo y consecuencias del Proceso

Además de que las diferencias personales y de opinión entre los docentes –Dominicos y Agustinos-, que impartían lecciones en la Facultad de Teología de Salamanca, crearon un clima de enfrentamiento en la que los odios y rivalidades personales dejaban frecuentemente al margen los objetivos académicos, los votos de los alumnos eran los que resolvían en las oposiciones y cada maestro procuraba ganárselos; algunos recurriendo a cualquier expediente, por indigno que fuera, como el desprestigio del oponente, generalmente a base de falsedades.

Por otra parte, el Consejo General de la Inquisición, nombraba entre los maestros, Juntas de Teólogos encargados de censurar los libros y crear los Índices. Entre ellos, también primaban Dominicos y Agustinos; los primeros, sujetos a una visión clásica e inamovible, mientras que los agustinos actuaban de forma más avanzada y renovadora; en definitiva, santo Tomás, frente a san Agustín, o aristotélicos frente a platónicos.

Tal enfrentamiento fue el telón de fondo de la decisión de acusar ante el Santo Oficio a tres de los más brillantes maestros de la Universidad salmantina.

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Cuando la traducción bíblica conocida como de Batablo, de 1555, fue incluida en el Index de libros prohibidos por la Inquisición, de 1569, su editor, Gaspar de Portonaris, solicitó una revisión de la misma, con el fin de que, una vez corregidos los errores señalados, pudiera ser reeditada.

Para llevar a cabo dicha revisión, el Consejo, ordenó que se creara una Junta de Teólogos, a cuyo efecto se fueron nombrados diez maestros de Teología.

Francisco Sancho
León de Castro
Juan Gallo
Juan de Guevara
Luis de León
Gaspar Grajal
Martín Martínez de Cantalapiedra
Diego Bravo
García Castillo, y 
Diego Muñoz, a los que poco después se uniría Bartolomé de Medina, una vez obtenido su título.

Biblia de Vatablo. Bayerische StaatsBibliothek digital. BSB

Para analizar y discutir los textos citados como erróneos, se celebraron más de un centenar de reuniones, a lo largo de dos años, durante los cuales se produjeron numerosos enfrentamientos -no siempre, como se ha visto, relativos a asuntos teológicos-, que provocaron insultos, descalificaciones y amenazas permanentes, y al final, desembocaron en una denuncia firme ante la Inquisición, contra tres de los teólogos del Consejo, a los que singularmente denominaban los hebraístas salmantinos: Fray Luis de León, Gaspar Grajal y Martín Martínez de Cantalapiedra, promovida por León de Castro, ya conocido como furibundo enemigo de textos hebreos, de hebraístas y de descendientes de conversos, presuntos o desvelados, quien decidió acusar, casi personalmente, a Fray Luis.

Los tres hebraístas habían recomendado la reimpresión de la versión Batablo, sin necesidad de correcciones, razón por la cual, los dominicos los acusaron de pervertir los textos de la Septuaginta y la Vulgata, avaladas por su práctica exclusividad, garantizada por el Concilio de Trento, a cuyo efecto, no dudaron en el intento de atraerse a algunos estudiantes y otros dominicos, que consideraban a los agustinos como peligrosos innovadores, para que atestiguaran en contra de los tres acusados. Luis de Castro y Bartolomé de Medina tomaron a su cargo la tarea de acabar con la carrera, y acaso, con la vida de los tres hebraístas favorables a la reimpresión sin retoques.

Una vez preparados los testimonios necesarios, Medina redactó diecisiete proposiciones para presentar ante el Tribunal, en las cuales se concentraban los principales delitos cometidos por los tres hebraístas.

-Criticaban la Vulgata, afirmando que contenía errores de traducción.
-Aseguraban que en el Antiguo Testamento no se hallaba promesa de la existencia de una vida eterna.
-Habían traducido el Cantar de los Cantares, de Salomón, al romance; algo expresamente prohibido en Trento.
-Por último, pero ni mucho menos, de menor importancia: los tres frailes acusados, tenían ascendientes judeoconversos probados.

Francisco Sancho, comisario del Santo Oficio -al parecer, con harto malestar, pues era amigo de Fray Luis-, hubo de hacerse cargo de una especie de investigación preliminar, con el fin de averiguar la veracidad de las acusaciones. Sancho terminó su información en 1572 y la remitió a la Inquisición de Valladolid, con la recomendación de que se hiciera otra, más documentada, de los asuntos que allí se planteaban. 

Una vez recibido el informe por Diego González, y ante la evidencia de que los acusados eran de origen converso, la consideró razón suficiente para enviar a la cárcel inquisitorial a los tres denunciados, sin más dilaciones ni averiguaciones acerca del verdadero asunto a investigar, que era, como sabemos, el relativo a las traducciones y comentarios bíblicos.

El primer detenido fue Gaspar Grajal, quien ya conocía la suerte que iba a correr, informado por un alumno al que habían intentado aleccionar en su contra. Cantalapiedra y Fray Luis le siguieron unos días después, tras ser rechazada una oferta de 2000 ducados, ofrecida por un amigo, como fianza para evitar la prisión de este último.

Cuando se produjo el encierro de Grajal, fray Luis, evidentemente preocupado-, se apresuró a enviar copias de sus comentarios sobre la Vulgata a los teólogos más reconocidos de las Universidades de Roma, Lovaina y Sevilla, así como al arzobispo de Granada, quien aprobó inmediatamente sus proposiciones por medio de una carta en la que le ofrecía una declaración firmada al respecto, si fuera necesario, pero sólo habían pasado cinco días entre los arrestos, y la carta llegó cuando fray Luis ya era preso. 

Del mismo modo, los profesores de Salamanca, acordaron enviar una carta al Inquisidor en favor de los tres frailes, al igual que lo hicieron otras Universidades, pero de nada sirvieron apoyos ni testimonios; el temible tribunal no abrigaba el deseo de aceptar ningún testimonio que pudiera favorecer a sus presas. Ante la conocida intransigencia inquisitorial, paulatinamente, los acusados fueron perdiendo simpatías y poyos; era bien sabido que no era fácil salir indemne de semejantes casos.

Fray Luis fue muy pronto trasladado a la cárcel inquisitorial de Valladolid, donde, sorprendentemente, se le permitió disponer de una mesa, una silla, y algunos libros, pero se le prohibió recibir los sacramentos, negándole incluso asistencia médica cuando cayó enfermo.

Dos semanas después de su entrada, fue interrogado por primera vez, de donde resultó una sorprendente acusación formal: ser descendiente de generación de judíos, seguida de otras que, en realidad procedían y eran consecuencia de aquella culpable condición.

Fray Luis, a pesar de contar con ayuda legal, prefirió hacer sus propios alegatos, basándose, fundamentalmente, en la seguridad de que los testigos habían sido aleccionados por enemigos personales, a los que sólo movía la maldad, alimentada de envidia y resentimiento, surgidos de los enfrentamientos académicos, en los que él casi siempre se había alzado con la victoria.

Un año después, ya en la primavera de 1574, fue por fin examinado de algunas de las proposiciones expuestas por él, tanto en latín, como en romance, relacionadas con sus famosas precisiones sobre la traducción de la Vulgata y por la realizada del Cantar de los Cantares

Se le entregaron todas las declaraciones sin firma, pero él reconoció a cada uno de los declarantes, teniendo perfectamente claras las causas que habían movido a cada uno de ellos. 

Durante las sesiones, se reafirmó en su seguridad de que un mismo pasaje de la Biblia puede tener varios sentidos, sin que esto vaya contra el mismo libro ni contra ninguna fe. 

En cuanto a su traducción del Cantar de Salomón, prohibida por el Concilio de Trento, declaró que la había hecho con carácter privado, y exclusivamente, para Isabel Osorio, monja del convento de Sancti Spiritu, que no sabía leer latín, por lo que no era ni se consideraba culpable de que se hubieran hecho copias de la misma.

El hecho es, que la imposibilidad de probar unas acusaciones, evidentemente falsas, así como el inmutable empeño del Tribunal por lograrlo, no hacía sino alargar el absurdo proceso, así como la prisión de los acusados, hasta el punto de que fray Luis llegó a temer la posibilidad de ser condenado a la hoguera, en cualquier caso.

Su inquietud llegó a límites difíciles de soportar, cuando supo que el día 5 de septiembre de 1575, por la noche, había fallecido Gaspar Grajal en prisión, tras una larga enfermedad, y que el suceso había despertado sospechas. En todo caso, el triste suceso no impidió la continuación de la investigación, que se prolongaría hasta 1578.

A mediados de diciembre de 1575, el Tribunal reconocía finalmente, que fray Luis estaba libre de sospechas, a pesar de lo cual, no hizo pública su declaración de inocencia, argumentando que la misma debía ser votada y firmada por todos los componentes del tribunal, y aquello requería tiempo, en realidad, tanto, que un año después, el fiscal encargado de la acusación, todavía teniendo al preso en su poder, llegó a plantear que solo con la tortura sería posible que confesara su culpabilidad. 
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Grabado de: “La antigua Casa de la Inquisición de Valladolid”, 
del artículo de Luis Fernández Martín S.J. de la Real Academia de la Historia.

El arzobispo Carranza y Fray Luis de León ocuparon celdas en el lugar del tercer emplazamiento que tuvo la Inquisición en Valladolid, que sobrevivió desde 1559 hasta 1809 por espacio de dos siglos y medio. Esta tercera y más importante ubicación, tuvo lugar en las casas principales que fueron de Pedro González de León. 

Se sabe por Ambrosio de Morales, que estas casas comenzaron a albergar al Tribunal del Santo Oficio y a las cárceles secretas de la Inquisición desde el año 1559. Pero tratemos de precisar la situación exacta de estas casas de Pedro González de León. Los historiadores que han escrito sobre este asunto sitúan las mencionadas casas, unos “en la calle Real de Burgos”; otros, “en un palacio muy antiguo, próximo a la iglesia parroquial de San Pedro”, “en San Pedro”, cerca de la parroquia de San Pedro. Los autores citados se aproximan pero no aportan documentación contemporánea que fije de manera definitiva la ubicación de la casa de la Inquisición. 

Un documento notarial señala explícitamente la localización de la casa de la Inquisición: “Está en la calle de la Peña de Francia” que solía llamarse también “calle de los Moros”. Sabemos que desde Agosto de 1559 era utilizada la casa de Pedro González de León como lugar de reclusión de presos del Tribunal del Santo Oficio. Pero la propiedad del inmueble no pasó a manos de la Inquisición sino trece años más tarde, en 1572. Ese año el Santo Oficio se decidió a comprar esta casa para instalarse en ella definitivamente. Probablemente para ese año ya había fallecido su dueño Pedro González de León por cuanto la venta la realiza su hija y heredera Doña Mencía de León casada con Don Alvaro de Luna.

Tras dos siglos y medio de pervivencia, las casas de la Inquisición perecieron el año 1809 a causa de un incendio. “Durante tres días en la etapa francesa sin que se llegasen a descubrir los verdaderos responsables del incendio. Este incendio ocurrió al amanecer del 7 de diciembre de 1809 cuando servía de cuartel de soldados alemanes y franceses, y como estaba dada la orden de no tocar las campanas de noche se omitió tocar a fuego hasta el día siguiente a las nueve, tiempo en que ya estaba apoderado. Duró el fuego cuatro días y sólo la fachada y habitación de ésta se pudo conservar”.
Luis Fernández Martín, S.J.
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Es sabido, y, sin duda ya lo era entonces, que, en el tristemente famoso proceso inquisitorial de Valladolid, en 1559, un célebre acusado, incapaz de soportar la tortura, llegó a rogar al tribunal que le dijeran qué era lo que tenía que decir, y que lo diría con tal de que dejaran de causarle tan terribles sufrimientos, sabiendo que al final acabarían con su vida de todos modos. En el caso de fray Luis, el tribunal consideró que no era necesario tal castigo.

Aun así, para el mes de diciembre, y a pesar de que el Cardenal Quiroga, que presidía el Tribunal Supremo inquisitorial, había recomendado rapidez en la conclusión del proceso, optó finalmente por la absolución del preso, que debía ser puesto inmediatamente en libertad, y repuesto en su cátedra, además de ordenar que se le pagaran los sueldos retenidos desde la fecha de su ingreso en la cárcel.

A pesar de su no culpabilidad, es evidente que tampoco se le consideró inocente del todo, pues se le impusieron ciertas condiciones, con la amenaza de ser excomulgado si las incumplía. En primer lugar, se le prohibió terminantemente que hablara con nadie, de nada relacionado con el proceso; que no osara declarar quienes habían sido sus acusadores, ni se le pasara por la imaginación llevar a cabo el menor gesto de represalia contra ellos.

Antes de abandonar Valladolid, fray Luis alegó por escrito, -provocando una nueva queja ante el santo tribunal-: Me han tenido preso sin razón alguna, y no merezco pena sino premio y agradecimiento y si de todo este escándalo que se ha dado y prisiones que se me han hecho queda en los ánimos de vuestras mercedes algún enojo; vuélvanlo no contra mí, que he padecido y padezco sin culpa, si no contra los malos cristianos que engañando a vuestras mercedes, los hicieron verdugos y escandalizaron la iglesia y profanaron la autoridad de este Santo Oficio.

El tercer perseguido, Martínez de Cantalapiedra tuvo que esperar hasta junio del 1577, para recuperar la libertad, siendo asimismo repuesto en su cátedra, si bien, sólo sobrevivió dos años y medio, falleciendo a finales de 1579.

Después de perder casi cinco años de su vida en tan injusta situación -el Tribunal, actuando en secreto, podía permitirse toda clase de arbitrariedades-, fray Luis volvió a Salamanca el 30 de diciembre de 1576, a las 9 de la mañana, siendo recibido por colegas, alumnos y ciudadanos, que ya antes de entrar en la ciudad le esperaban, vitoreándolo y celebrando francamente su liberación.

A pesar de todo, una nueva contrariedad vino a sumarse a su ya largo suplicio, pues su cátedra había sido ocupada por otro maestro, que permaneció en la misma contra toda justicia, debiendo él incorporarse a la de Teología Escolástica, si bien no fue largo su desempeño, ante la queja de un profesor -al que también apoyaron los dominicos-, cuyos alumnos se pasaron en masa al aula de fray Luis, dando lugar a una nueva injusticia: mientras se resolvía la cuestión, fue fray Luis quien se vio obligado a abandonar sus lecciones.

Aula de Fray Luis en las Escuelas Mayores. Salamanca

Ante la situación creada en torno a su persona, y sabiendo que a pesar de la sentencia absolutoria, los recelos nunca terminarían por desparecer, fray Luis decidió presentarse a la cátedra de Filosofía Moral, que ganó en 1578, si bien tratándose de una de las que había que revalidar a los cuatro años, se presentó después a la de Griego, que tenía carácter definitivo, y que obtuvo en 1579, opositando frente a fray Domingo de Guzmán, como ya adelantamos, un hijo de Garcilaso de la Vega.

Pero estaba claro que sus males ya no tendrían fin, una vez que la Inquisición había inficionado su buen nombre. Cuando aprobó la cátedra de griego, se hizo circular el bulo de que hubo fraude en los votos, aunque la idea no prosperó. Poco después, se corrió también la voz de que tenía relaciones amorosas con la priora del Convento de Santa Ana de Madrid, Ana de Jesús. El rencor de la orden enemiga, se mostró infatigable.

Los continuos falsos rumores, se unieron a las dificultades que se le presentaban a la hora de exponer sus lecciones, a causa de las restricciones impuestas, ya que tenía que milimetrar sus palabras, para evitar cualquier posibilidad de ser mal interpretado; una tensión permanente, que fue minando sus energías, por lo que empezó a aceptar encargos fuera de la Universidad, que, a su pesar, le arrebataron paulatinamente el placer que siempre sintió por la docencia.

Todavía en 1584 volvió a ser acusado ante la Inquisición, por una conferencia acerca del libre albedrío pronunciada por su amigo fray Prudencio de Montemayor, a quien acusaron los dominicos. Fray Luis defendió a Montemayor, declarando que no se podían calificar de heréticas cuestiones sobre las cuales se podía opinar. De nuevo fue procesado, si bien, el asunto terminó con una amonestación y la prohibición de volver a hacer las mismas afirmaciones.

A pesar de las sentencias favorables, de los años perdidos injustamente, de la inexistencia de cualquier afirmación que pudiera calificarse de herética, etc. la existencia de fray Luis se había convertido en una tortura permanente, ya que apenas podía hacer o decir nada, sin que a ello se siguieran críticas, bulos o denuncias; algo que cada vez fue más difícil de soportar para aquel hombre, a pesar de su demostrada resistencia, de la gran energía de su carácter y, sobre todo, a pesar de su probada inocencia, todo lo cual, terminó, si no por quebrantar su ánimo si por afectar a su salud.

En el verano de 1591 fue designado para asistir a un Capítulo de la Orden en Madrigal de las Altas Torres, donde, además, fue elegido Provincial de la misma para Castilla. Tenía entonces 64 años, pero no llegó a ejercer su nueva ocupación, pues falleció en aquella localidad, el día 23 de agosto de 1591.

Madrigal

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La poesía de Fray Luis de León y Quevedo

Uno de los capítulos más apasionantes de la historia de la poética del Barroco es el que se refiere a la publicación por parte de Quevedo de la poesía de fray Luis de León. 

Cristóbal Cuevas García. Universidad de Málaga.


Considerando, por una parte, el escrito que Quevedo envió a Felipe IV, en 1633, titulado “Execración contra los judíos” en el cual, afirmaba, como veremos, que las conversiones de aquellos eran siempre falsas y que el único remedio contra la plaga judía era su destrucción, y, sabiendo, por otra parte, que el único delito probado contra fray Luis, fue el de tener ascendientes judeoconversos, ¿por qué, mostraría Quevedo tal predilección por su obra poética, como para hacerse responsable de su publicación en 1631?


¿Había cambiado Quevedo de opinión en dos años con respecto a los descedientes pueblo elegido?

¿Admiraba sinceramente la poesía de Fray Luis, tan diferente a la suya?

¿Hay razones de consideración para comprender semejante actitud en un hombre que, no obstante ser un gran escritor, acostumbraba también a razonar a golpe de espada, cuyo uso dominaba a la perfección, al igual que el lenguaje?

El relato de esta tercera fase de la biografía de Fray Luis de León, constituye un capítulo verdaderamente apasionante, que muy pronto seguirá al presente.

Sirva como pista el soneto que dedicó a don Luis de Góngora, cuando este le dijo que no conocía bien la lengua griega:

                  
                           Con cuidado especial vuestros antojos
                            Dicen que quieren traducir al griego,
                            No habiéndolo mirado vuestros ojos.



SONETO de QUEVEDO en respuesta a LUIS DE GÓNGORA

                  Yo te untaré mis obras con tocino
                  porque no me las muerdas, Gongorilla,
                  perro de los ingenios de Castilla,
                  docto en pullas, cual mozo de camino;

                  apenas hombre, sacerdote indino,
                  que aprendiste sin cristus la cartilla;
                  chocarrero de Córdoba y Sevilla,
                  y en la Corte bufón a lo divino.

                  ¿Por qué censuras tú la lengua griega
                  siendo sólo rabí de la judía,
                  cosa que tu nariz aun no lo niega?

                  No escribas versos más, por vida mía;
                  aunque aquesto de escribas se te pega,
                  por tener de sayón la rebeldía.

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