EL RETORNO DE PEDRO EL GRANDE
Real Monasterio de Santes Creus / Reial Monestir de Santa Maria de Santes Creus
Valencia, 1240 - Villafranca del Penedés 2.11.1285
Renacido en Barcelona en 2010
Jaime I, de Manuel Aguirre y Monsalbe/ Miniatura de Violante de Hungría (Todocolección).
Hijo de Jaime I de Aragón el Conquistador y de su segunda esposa, Violante o Yolande de Hungría, que tuvieron nueve hijos, de los que destacaremos, al propio Pedro, el mayor y heredero; Jaime II de Aragón; Violante, que fue esposa de Alfonso X El Sabio; Constanza, casada con don Manuel, hermano del anterior, e Isabel, esposa de Felipe III de Francia, El Atrevido –Le Hardy-, hijo de San Luis.
Pedro III de Aragón, de Manuel Aguirre y Monsalbe, 1851-1854.
Pedro El Grande fue rey de Aragón y Valencia, heredando después, Baleares, Rosellón y Cerdeña (1241). En 1262 se casaba, en la catedral de Montpellier, con Constanza de Hohenstaufen, hija y heredera de Manfredo I Hohenstaufen de Sicilia. Con ocasión de su coronación en Zaragoza, Pedro anunció que daba por concluido el vasallaje que su abuelo había rendido al pontífice romano, decisión a la que este respondió entregando la corona de Sicilia a Carlos, duque de Anjou.
En febrero de 1266, Manfredo I Hohenstaufen, se enfrentó con su ejército siciliano a las tropas francesas del duque de Anjou, siendo derrotado y muerto el primero en la batalla de Benevento. Tras su victoria, Carlos de Anjou mandó sacar los ojos a los tres hijos de Manfredo y dos años después, cuando Corradino, el único nieto de aquel, cayó en su poder, ordenó su decapitación. Así pues, sólo quedaba con vida Constanza, la esposa del rey Pedro, a la que se consideraba legítima heredera de la corona de Sicilia. Pedro reclamó sus derechos sobre la isla en razón de su matrimonio, ofreciendo asilo en Aragón a los derrotados partidarios de los Hohenstaufen; los Lanza, Lauria y Prócida.
Continuando su política mediterránea, en 1281 Pedro III se propuso recuperar la soberanía de Túnez, para lo cual armó una flota y solicitó del papa –Martín IV- la bula de cruzada, lo que al pontífice –francés y angevino- le negó absolutamente.
Se produjeron entonces las llamadas Vísperas Sicilianas, que se saldaron con una matanza de franceses y la caída del duque de Anjou, tras la cual, los sicilianos ofrecieron la corona a D. Pedro de Aragón, quien, abandonando su proyecto sobre Túnez, se dirigió a Sicilia, donde sería coronado en Palermo en agosto de 1282. Carlos de Anjou, perseguido por la flota de Roger de Lauria, se refugió en Nápoles.
Ver en este blog: Las Vísperas Sicilianas:
http://atenas-diariodeabordo.blogspot.com.es/2012/02/visperas-sicilianas-i-vespri-siciliani.html
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Martín V respondió de nuevo, en esta ocasión, excomulgando a Pedro (1282) y retirándole el derecho a seguir ostentando la corona de Aragón, que otorgó poco después a Carlos de Valois, hijo del rey de Francia, a quien, en este caso, sí concedió la cruzada para que le hiciera la guerra a don Pedro, el cual tuvo que enfrentarse simultáneamente, a la guerra con Francia y a la atención y los grandes gastos del gobierno de Sicilia.
Pedro Intentó entonces ganarse a sus súbditos aragoneses y catalanes, concediendo ciertos privilegios a la nobleza y a las cortes de uno y otro reino, sucesivamente en 1283 y 84.
El año siguiente, el monarca francés tomó la ciudad de Gerona pero se vio obligado a retirarse con sus tropas -diezmadas por la peste, de la que él mismo moriría-, ante la noticia la llegada de la flota aragonesa que volvía de Sicilia, al mando de Roger de Lauria. Francia resultó finalmente derrotada; por mar, en las islas Formigues –cerca de Palamós- y por tierra en el barranco de las Panizas.
Pedro III el Grande en el collado de las Panizas.
Óleo sobre lienzo de Mariano Barbasán. 1889.
Óleo sobre lienzo de Mariano Barbasán. 1889.
Apenas estabilizada su posición, Pedro vuelve las armas, por un lado, contra su hermano Jaime -que le reclamaba algunos territorios y además se había aliado con el monarca francés-, enfrentándose, por otro, a su sobrino, Sancho IV de Castilla, que, ante el avance del ejército francés le había negado el apoyo prometido. Sin embargo, todo quedó en tablas, cuando, prematura e inesperadamente, fallecía Pedro El Grande en noviembre de 1285. Las Crónicas y otros documentos no aportan datos sobre las circunstancias en que se produjo su muerte.
Su hijo, Alfonso III heredó los reinos de Aragón, Cataluña y Valencia, cuya corona ostentó hasta 1291, fecha en la que murió, dando lugar a que su hermano Jaime, que había heredado Sicilia, asumiera el resto de la herencia, pasando a reinar como Jaime II El Justo, hasta 1337.
Pedro III había expresado en su testamento el deseo de ser enterrado en el Monasterio Cisterciense de Santes Creus, como se hizo, por decisión de su hijo, diecisiete años después de su enterramiento provisional, en el curso de una solemnísima ceremonia, tras la cual, el monarca recibió sepultura dentro una bañera romana de pórfido rojo que Roger de Lauria o, quizás el propio Jaime II, había traído de Sicilia.
Jaime II El Justo, se encargó de hacer construir el monumento funerario de su padre, así como el suyo y el de su esposa, Blanca de Nápoles, en el mismo estilo, quedando todos bajo una misma decoración de baldaquinos labrados en mármol blanco. El monumento de Pedro III quedó terminado en 1307, tras dieciséis años de trabajos. La urna superior fue labrada con figuras policromadas de santos.
Durante las Guerras Carlistas, tropas de ambos bandos se alojaron en el Monasterio y procedieron al destrozo, saqueo y violación de las tumbas reales, quemando unos restos y dispersando otros, excepto los de Pedro III, que no fueron tocados a causa del enorme peso de la urna que los cubría, gracias a la cual se han preservado hasta la actualidad.
Pues bien, a finales de 2009 se dispuso la rehabilitación de estos enterramientos reales por el Museo de Historia de Cataluña y, tras un primer estudio se observó que, efectivamente, la tumba de Pedro III, nunca había sido profanada a pesar de hallarse distintas señales de haberlo intentado. Acto seguido, un equipo de arqueólogos y forenses, mediante complejas y avanzadas técnicas de investigación, obtuvieron multitud de detalles sobre su complexión, aspecto, color del cabello, dieta alimenticia, fecha de la muerte, etc. pero, sobre todo, se reconstruyó su cabeza, obteniéndose un resultado verdaderamente impresionante, al ofrecer un rostro, sin duda, muy parecido, si no igual, al que el monarca tendría cuando murió.
Reconstrucción facial de Pedro III El Grande
Se deduce de los estudios, por ejemplo, una estatura notable para la época, entre 1,75 y 1,80 cm., y el cabello castaño claro.
En este enlace http://www.tv3.cat/videos/3089930/Anatomia-dun-rei puede verse el sugestivo documental de TV3 Anatomia d’un rei, que muestra algunos detalles de la enorme complejidad de la investigación llevada a cabo, así como algunos de sus más interesantes resultados.
En primer lugar, se confirmó que no había sido enterrado con vestimentas propias de la realeza, sino con hábito monacal, tal como escribiera en su crónica Bernat Desclot; Banyaren lo; e adobaren lo; e vestiren lo axi com a monxe.
Posteriormente se deduce que Pedro El Grande era un hombre sano en general, que, al parecer contrajo, quizás sin llegar a saberlo, una enfermedad pulmonar que le causaría la muerte a los 45 años, puesto que no se hallaron en sus huesos heridas relevantes de carácter mortal.
Pedro era, sin duda, como hombre de guerra, un tipo atlético que, además, practicaba deportes. Como ejemplo, se lee en la Crónica del franciscano Salimbene, que alrededor de 1280 formó parte del equipo que efectuó la primera ascensión al Canigó -2.784 metros- entonces considerada una cima sagrada, en el Rosellón; el franciscano escribió que el monarca había alcanzado la cumbre y que allí había visto un dragón que salía de un lago.
Sin embargo, este monarca ha pasado a la historia como Pedro El Grande, a causa de otras loables características de su personalidad –amén de guerrero y deportista–; Bernat Desclot lo describió como lo segon Alexandre per cavaleria e per conquista, fue, además un excelente trovador. Ramón Muntaner, por su parte, llegando algo más lejos, consideraba que don Pedro era el hombre que había nacido con más gracias después de Jesucristo.
Dante también se refirió a él con bellas palabras: De todo valor estuvo ceñido su corazón.
Dante también se refirió a él con bellas palabras: De todo valor estuvo ceñido su corazón.
El claustro de Santes Creus
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