DEFENSA: Llamamos a declarar al rey don Carlos I. [Carlos I va al estrado].
Carlos I (Tiziano)
JUEZ: Majestad ¿Juráis decir la verdad?
CARLOS: Lo juro.
JUEZ: Recuerde Su Majestad, que este juramento será válido durante todo el juicio. Podéis tomar asiento si así lo deseáis [A la Defensa] Proceda.
DEFENSA: Decid vuestro nombre completo, filiación y cargo.
CARLOS: Carlos de Habsburgo. Hijo del Archiduque don Felipe de Austria y de la reina doña Juana I de Castilla. Fui rey de España y emperador de Alemania.
DEFENSA: Don Carlos: ¿Durante los años que vuestra madre estuvo ausente de Flandes, recordabais su imagen?
CARLOS: La recordaba muy bien.
DEFENSA: Cuando la visitasteis con vuestra hermana Leonor en Tordesillas por primera vez tras la muerte de don Felipe, ¿pudisteis reconocerla?
CARLOS: Desgraciadamente, no. La mujer que encontré en Tordesillas, no tenía nada que ver con la madre que yo recordaba.
DEFENSA: ¿Podríais explicar por qué?
CARLOS: Estaba muy envejecida para su edad. Vestía ropas negras muy gastadas y llevaba el pelo cubierto como una anciana.
DEFENSA: ¿Tenía aspecto de abandono?
CARLOS: Sí, lo mismo que mi hermana menor, doña Catalina, a quien conocí entonces.
DEFENSA: ¿Qué sensación os causó aquel encuentro?
CARLOS: Fue muy deprimente. No fui capaz de decir más que las frases que llevaba aprendidas.
DEFENSA: ¿Qué os dijo ella?
CARLOS: Dijo que habíamos crecido mucho y nos aconsejó que fuéramos a descansar. DEFENSA: ¿Diríais que vuestra madre parecía la reina que era?
CARLOS: No. Más bien parecía una mendiga.
DEFENSA: ¿Parecía o se comportaba como loca?
ACUSACIÓN: ¡Potesto! La defensa está pidiendo una opinión.
JUEZ: Se acepta. [A la defensa] Continúe.
DEFENSA: ¿Es cierto que a causa de la terrible impresión que os produjeron las condiciones de vida de madre e hija, de acuerdo con vuestra hermana mayor, decidisteis sacar de allí a doña Catalina a espaldas de vuestra madre?
CARLOS: Ciertamente. Nos pareció terrible la idea de que jamás hubiera salido de aquellos muros.
DEFENSA: Señoría, seguiremos interrogando al testigo después de oír a la acusación.
JUEZ: Puede actuar la Acusación. [Se retira la Defensa y se adelanta la Acusación]
ACUSACIÓN: ¿Hasta ese extremo os preocuparon las deplorables condiciones en que vivía la pobre niña?
CARLOS: Efectivamente.
ACUSACIÓN: Decid, Majestad ¿no os preocupó en cambio que vuestra madre estuviera pasando por el mismo calvario?
CARLOS: [Dudando] No... no podía hacer nada respecto a ella.
ACUSACIÓN: ¿Por qué?
CARLOS: [Entre nervioso y furioso] Porque no podía, eso es todo.
ACUSACIÓN: [Al Jurado] Señoras y Señores: no podía, eso es todo. Al todopoderoso rey de España, le dolía el encierro de su hermana, pero incomprensiblemente, ignoraba el de su madre. [A Carlos] Señor, ¿Le hablasteis a doña Catalina de vuestro proyecto?
CARLOS: Desde luego.
ACUSACIÓN: Y ¿qué dijo ella?
CARLOS: Que deseaba mucho abandonar el castillo, pero que no quería hacer sufrir más a nuestra madre. Desde que doña Juana fue trasladada allí, ella había sido su única compañía.
ACUSACIÓN: Doña Catalina amaba mucho a su madre.
CARLOS: Sí.
ACUSACIÓN: Luego la decisión de separarlas, no fue porque creyerais que la niña estaba siendo objeto de malos tratos o actitudes irracionales por parte de la madre. A pesar de eso, hicisteis que la sacaran de allí en secreto, por la noche y a través de un boquete en el muro.
CARLOS: En efecto.
ACUSACIÓN: ¿Qué ocurrió entonces?
CARLOS: Al parecer, cuando mi madre descubrió su ausencia, estuvo a punto de volverse loc....perdón. Dijeron que pasó varios días llorando y gritando el nombre de mi hermana.
ACUSACIÓN. Y ¿no os conmovió su pena?
CARLOS: A mi hermana, sí. Quería mucho a su madre... a nuestra madre. Nos había hecho prometer que si doña Juana sufría, la dejaríamos volver a su lado. Y así se hizo.
ACUSACIÓN: ¿Cómo definiríais el estado de vuestra madre: parecía una reina o una prisionera?
CARLOS: [Dudando] No sabría decirlo. Era casi un niño y aquello me impresionó mucho.
ACUSACIÓN: El Jurado habrá tomado nota de que las condiciones de vida a que estaban sometidas la reina y la infanta, eran inhumanas y que don Carlos pudo comprobarlo personalmente, de lo cual quedó muy impresionado, pero no creyó conveniente mejorarlas para su madre. Bien al contrario, con su acción no consiguió sino agravar la situación de la reina, arrebatándole la niña a traición, secuestrándola, en una palabra.
Pero, prosigamos. Majestad: Antes de viajar a España, habíais sido convenientemente informado de lo que ibais a encontrar aquí. Sabías que doña Juana era la reina, pero que no le permitían gobernar.
CARLOS: Me habían dicho que no podía gobernar, no que no se le permitiera hacerlo.
ACUSACIÓN: A pesar de que os gustaba más montar a caballo que estudiar, habías recibido una excelente formación y en realidad ya no erais un niño. Decid pues ¿Nunca os preguntasteis por las causas que originaron su encierro?
CARLOS: Sabía que lo había ordenado mi abuelo don Fernando, porque no estaba capacitada para reinar.
ACUSACIÓN: ¿Advertisteis en ella los rasgos de esa incapacidad, entonces o después? ¿Era agresiva vuestra madre?
CARLOS: No. Pero me dijeron que a menudo se negaba a comer o a asearse y que a veces se empeñaba en dormir en el suelo.
ACUSACIÓN: ¿Os dijeron que cuando se negaba a comer, era para lograr que sus guardianes le permitieran moverse libremente por el castillo o pasear por los corredores que daban al río?
CARLOS: Su enfermedad era aceptada por todo el mundo. No indagué sobre ello.
ACUSACIÓN:¿Queréis decir que creísteis sin más que estaba loca -a pesar del testimonio en contrario de doña Catalina -, y que por eso merecía estar incomunicada?
CARLOS: [Empezando a moverse incómodo]. Lo que ella mereciera o no, no fue decisión mía.
ACUSACIÓN: [Al Jurado con ironía] Como acaban de oír ustedes y seguirán oyendo a lo largo de este juicio, nunca nadie decidía nada con respecto a doña Juana. [Se dirige de nuevo a don Carlos]: Pero sí decidisteis ocupar su trono, sin más. ¿No es cierto que os convenía creer lo que quisieran deciros y aceptar los hechos consumados, porque de lo contrario tendrías que asumir que ella, y solo ella, era la reina de Castilla?
CARLOS: Las cosas eran así; yo no tenía razones para contrariar las decisiones de mi abuelo y sus consejeros.
ACUSACIÓN: ¿Aunque se tratara de vuestra propia madre? Decid, Majestad y recordad que estáis bajo juramento: ¿De verdad, de verdad, nunca os preguntasteis por las verdaderas razones de su encierro?
CARLOS: [Cada vez más inquieto] No.
ACUSACIÓN: Tendremos que creerlo. Es de suponer que jamás se os pasó por la imaginación preguntárselo a ella, pero ¿nunca os informaron de las declaraciones que hizo a los Capitanes de las Comunidades de Castilla?
CARLOS: Ciertamente, nunca me han merecido respeto alguno las opiniones de aquellos rebeldes que no pretendían sino utilizar a mi madre para sus fines subversivos.
ACUSACIÓN: No esperaba menos de vos. Sin embargo, vuestra madre los recibió y llegó a hacer algunos proyectos con ellos.
CARLOS: [Levantando la voz] Señor abogado. Cuando el Capitán Padilla y sus Comuneros entraron en el castillo, mi madre no tenía la menor idea de quienes eran ni de lo que representaban; recordad que llevaba ya varios años incomunicada. Era fácil hacerse pasar por sus liberadores.
ACUSACIÓN: Luego entonces, sí erais consciente de su aislamiento...Pero decid, ¿tampoco creéis en la buena fe de los habitantes de Tordesillas, que acusaron al marqués de Denia, su cuidador, de malos tratos y exigieron que fuera expulsado de la ciudad?
CARLOS: No se trata de que creyera o no en ellos; es que actuaban al calor de la rebelión y hallaron en ella la posibilidad de librarse de su gobernador.
ACUSACIÓN: Observo que a pesar de vuestra juventud, tenías ideas muy precisas sobre los Comuneros. Sin embargo, insistís en que nunca las tuvisteis acerca de vuestra madre.
DEFENSA: Señoría, he de protestar de nuevo. El abogado está juzgando la actitud de don Carlos.
JUEZ: Se acepta la protesta. [Hacia el público] El Jurado debe ignorar lo que acaba de oír. [A la Acusación] : Abogado ¿Ha terminado?
ACUSACIÓN: No, Señoría, quisiera hacer una pregunta más.
JUEZ: Adelante.
ACUSACIÓN: Don Carlos, ¿en qué año murió vuestra madre?
CARLOS: Como todo el mundo sabe, murió en 1555.
ACUSACIÓN: ¿Y vos?
CARLOS: [Poniendo cara de perplejidad] ¿Yo? No se qué tiene que ver...
ACUSACIÓN: Tiene mucho que ver, señor; si no queréis decirlo, consta en los documentos.
CARLOS: Está bien, en 1558.
ACUSACIÓN: Señoría, Señores del Jurado, don Carlos sobrevivió a su madre ¡sólo tres años! Lo que significa, que convivió con el hecho de su reclusión, ¡casi toda su vida! Quiero destacar esto y quiero destacar también que, de acuerdo con su declaración, mantuvo encerrada a una mujer que además de ser su madre, era la reina legítima, sin preguntarse nunca por qué lo hacía. No haré más preguntas. [Se retira]
CARLOS: Efectivamente.
ACUSACIÓN: Decid, Majestad ¿no os preocupó en cambio que vuestra madre estuviera pasando por el mismo calvario?
CARLOS: [Dudando] No... no podía hacer nada respecto a ella.
ACUSACIÓN: ¿Por qué?
CARLOS: [Entre nervioso y furioso] Porque no podía, eso es todo.
ACUSACIÓN: [Al Jurado] Señoras y Señores: no podía, eso es todo. Al todopoderoso rey de España, le dolía el encierro de su hermana, pero incomprensiblemente, ignoraba el de su madre. [A Carlos] Señor, ¿Le hablasteis a doña Catalina de vuestro proyecto?
CARLOS: Desde luego.
ACUSACIÓN: Y ¿qué dijo ella?
CARLOS: Que deseaba mucho abandonar el castillo, pero que no quería hacer sufrir más a nuestra madre. Desde que doña Juana fue trasladada allí, ella había sido su única compañía.
ACUSACIÓN: Doña Catalina amaba mucho a su madre.
CARLOS: Sí.
ACUSACIÓN: Luego la decisión de separarlas, no fue porque creyerais que la niña estaba siendo objeto de malos tratos o actitudes irracionales por parte de la madre. A pesar de eso, hicisteis que la sacaran de allí en secreto, por la noche y a través de un boquete en el muro.
CARLOS: En efecto.
ACUSACIÓN: ¿Qué ocurrió entonces?
CARLOS: Al parecer, cuando mi madre descubrió su ausencia, estuvo a punto de volverse loc....perdón. Dijeron que pasó varios días llorando y gritando el nombre de mi hermana.
ACUSACIÓN. Y ¿no os conmovió su pena?
CARLOS: A mi hermana, sí. Quería mucho a su madre... a nuestra madre. Nos había hecho prometer que si doña Juana sufría, la dejaríamos volver a su lado. Y así se hizo.
ACUSACIÓN: ¿Cómo definiríais el estado de vuestra madre: parecía una reina o una prisionera?
CARLOS: [Dudando] No sabría decirlo. Era casi un niño y aquello me impresionó mucho.
ACUSACIÓN: El Jurado habrá tomado nota de que las condiciones de vida a que estaban sometidas la reina y la infanta, eran inhumanas y que don Carlos pudo comprobarlo personalmente, de lo cual quedó muy impresionado, pero no creyó conveniente mejorarlas para su madre. Bien al contrario, con su acción no consiguió sino agravar la situación de la reina, arrebatándole la niña a traición, secuestrándola, en una palabra.
Pero, prosigamos. Majestad: Antes de viajar a España, habíais sido convenientemente informado de lo que ibais a encontrar aquí. Sabías que doña Juana era la reina, pero que no le permitían gobernar.
CARLOS: Me habían dicho que no podía gobernar, no que no se le permitiera hacerlo.
ACUSACIÓN: A pesar de que os gustaba más montar a caballo que estudiar, habías recibido una excelente formación y en realidad ya no erais un niño. Decid pues ¿Nunca os preguntasteis por las causas que originaron su encierro?
CARLOS: Sabía que lo había ordenado mi abuelo don Fernando, porque no estaba capacitada para reinar.
ACUSACIÓN: ¿Advertisteis en ella los rasgos de esa incapacidad, entonces o después? ¿Era agresiva vuestra madre?
CARLOS: No. Pero me dijeron que a menudo se negaba a comer o a asearse y que a veces se empeñaba en dormir en el suelo.
ACUSACIÓN: ¿Os dijeron que cuando se negaba a comer, era para lograr que sus guardianes le permitieran moverse libremente por el castillo o pasear por los corredores que daban al río?
CARLOS: Su enfermedad era aceptada por todo el mundo. No indagué sobre ello.
ACUSACIÓN:¿Queréis decir que creísteis sin más que estaba loca -a pesar del testimonio en contrario de doña Catalina -, y que por eso merecía estar incomunicada?
CARLOS: [Empezando a moverse incómodo]. Lo que ella mereciera o no, no fue decisión mía.
ACUSACIÓN: [Al Jurado con ironía] Como acaban de oír ustedes y seguirán oyendo a lo largo de este juicio, nunca nadie decidía nada con respecto a doña Juana. [Se dirige de nuevo a don Carlos]: Pero sí decidisteis ocupar su trono, sin más. ¿No es cierto que os convenía creer lo que quisieran deciros y aceptar los hechos consumados, porque de lo contrario tendrías que asumir que ella, y solo ella, era la reina de Castilla?
CARLOS: Las cosas eran así; yo no tenía razones para contrariar las decisiones de mi abuelo y sus consejeros.
ACUSACIÓN: ¿Aunque se tratara de vuestra propia madre? Decid, Majestad y recordad que estáis bajo juramento: ¿De verdad, de verdad, nunca os preguntasteis por las verdaderas razones de su encierro?
CARLOS: [Cada vez más inquieto] No.
ACUSACIÓN: Tendremos que creerlo. Es de suponer que jamás se os pasó por la imaginación preguntárselo a ella, pero ¿nunca os informaron de las declaraciones que hizo a los Capitanes de las Comunidades de Castilla?
CARLOS: Ciertamente, nunca me han merecido respeto alguno las opiniones de aquellos rebeldes que no pretendían sino utilizar a mi madre para sus fines subversivos.
ACUSACIÓN: No esperaba menos de vos. Sin embargo, vuestra madre los recibió y llegó a hacer algunos proyectos con ellos.
CARLOS: [Levantando la voz] Señor abogado. Cuando el Capitán Padilla y sus Comuneros entraron en el castillo, mi madre no tenía la menor idea de quienes eran ni de lo que representaban; recordad que llevaba ya varios años incomunicada. Era fácil hacerse pasar por sus liberadores.
ACUSACIÓN: Luego entonces, sí erais consciente de su aislamiento...Pero decid, ¿tampoco creéis en la buena fe de los habitantes de Tordesillas, que acusaron al marqués de Denia, su cuidador, de malos tratos y exigieron que fuera expulsado de la ciudad?
CARLOS: No se trata de que creyera o no en ellos; es que actuaban al calor de la rebelión y hallaron en ella la posibilidad de librarse de su gobernador.
ACUSACIÓN: Observo que a pesar de vuestra juventud, tenías ideas muy precisas sobre los Comuneros. Sin embargo, insistís en que nunca las tuvisteis acerca de vuestra madre.
DEFENSA: Señoría, he de protestar de nuevo. El abogado está juzgando la actitud de don Carlos.
JUEZ: Se acepta la protesta. [Hacia el público] El Jurado debe ignorar lo que acaba de oír. [A la Acusación] : Abogado ¿Ha terminado?
ACUSACIÓN: No, Señoría, quisiera hacer una pregunta más.
JUEZ: Adelante.
ACUSACIÓN: Don Carlos, ¿en qué año murió vuestra madre?
CARLOS: Como todo el mundo sabe, murió en 1555.
ACUSACIÓN: ¿Y vos?
CARLOS: [Poniendo cara de perplejidad] ¿Yo? No se qué tiene que ver...
ACUSACIÓN: Tiene mucho que ver, señor; si no queréis decirlo, consta en los documentos.
CARLOS: Está bien, en 1558.
ACUSACIÓN: Señoría, Señores del Jurado, don Carlos sobrevivió a su madre ¡sólo tres años! Lo que significa, que convivió con el hecho de su reclusión, ¡casi toda su vida! Quiero destacar esto y quiero destacar también que, de acuerdo con su declaración, mantuvo encerrada a una mujer que además de ser su madre, era la reina legítima, sin preguntarse nunca por qué lo hacía. No haré más preguntas. [Se retira]
JUEZ: El testigo puede retirarse.
[Se levanta el Defensa]
DEFENSA: Señoría, llamamos a declarar a don Felipe II de Austria.
Felipe II (Sofonisba Anguissola)
JUEZ: Su Majestad el rey don Felipe II, le ruego que se acerque al estrado.
[Felipe se acerca y se sienta] ¿Juráis decir la verdad?
FELIPE: Lo juro.
JUEZ: Recuerde S.M., que este juramento será válido durante todo el juicio. [A la Defensa] Proceda Su Señoría.
DEFENSA: Decid vuestro nombre completo, filiación y cargo.
FELIPE: Felipe II de España. Hijo de don Carlos I y de doña Isabel de Portugal. Fui Rey de España por abdicación de mi padre.
DEFENSA: ¿Sois nieto de doña Juana I de Castilla?
ISABEL: Sí. La Reina doña Juana era la madre de mi padre.
DEFENSA: ¿La conocisteis personalmente?
FELIPE: Sí, pero muy poco. Para mi siempre fue una persona extraña.
DEFENSA: ¿Tuvisteis ocasión de observar en ella algo que demostrara que padecía desórdenes mentales?
FELIPE: No, solo sabía lo que me habían contado. La verdad es que nunca hablé con ella.
DEFENSA: ¿Teníais conciencia de que era vuestra abuela?
FELIPE: Lo tenía en consideración, pero, como he dicho, nunca tuvimos trato familiar.
DEFENSA: ¿Sabíais por qué estaba recluida?
FELIPE: Sabía que mis antecesores tuvieron razones suficientes para tomar esa decisión.
DEFENSA: ¿Os ocupasteis de que fuera debidamente atendida durante los años que vivió bajo vuestra regencia?
FELIPE: Sí, al menos de acuerdo con mi conciencia.
DEFENSA: No haré más preguntas. [Se levanta la Acusación].
ACUSACIÓN: Veamos, Majestad: Doña Juana ya era una anciana cuando vuestro padre empezó a dejaros a cargo del reino ¿no es así?
FELIPE: Así es.
ACUSACIÓN: A diferencia de la vuestro padre, don Carlos, que se educó en Flandes, vos recibisteis una intensa y exhaustiva formación que podríamos llamar "española", es decir, que antes de subir al trono, conocíais a fondo la historia de los reinos que heredabais ¿Cierto?
FELIPE: Muy cierto. Fui un buen estudiante.
ACUSACIÓN: Luego sabíais bien la extraña fórmula por la cual, vuestro padre fue jurado rey conjuntamente con su madre, que era la reina efectiva.
FELIPE: Naturalmente. He visto docenas de documentos en los que figuraba esa fórmula.
ACUSACIÓN: Como debíais saber igualmente que doña Isabel, vuestra madre, por respeto a doña Juana, jamás aceptó ser llamada Reina de Castilla, razón por la cual, siempre fue titulada Emperatriz.
FELIPE: ¿Cómo no iba a saberlo? Creo que hacéis preguntas cuyas respuestas parecen evidentes.
ACUSACIÓN: Decís bien, Majestad: "Parecen evidentes", pero creemos que no lo son. ¿Era normal para vos, que la reina legítima según los documentos, viviera recluida?
FELIPE: Heredé su reclusión como heredé otros problemas.
ACUSACIÓN: [Al Juez y al Jurado] Señoría, Señores del Jurado, les ruego que tomen nota de que S.M. don Felipe II de España, famoso por retrasar el despacho de los documentos oficiales, porque necesitaba leerlos todos personalmente de principio a fin, es uno más de los personajes relacionados con doña Juana, que nunca se preguntó nada sobre ella. Pero prosigamos: Don Felipe: Habéis dicho que, de acuerdo con vuestra conciencia, os ocupasteis de que doña Juana fuera debidamente atendida durante los años que vivió bajo vuestra regencia. ¿Estáis seguro de esta declaración?
FELIPE: Sin duda.
DEFENSA: ¿Sabíais que durante esos años, ella estaba muy enferma, que toda su piel era una herida abierta, que tenía una pierna gangrenada y que no permitía que se le hicieran las curas necesarias?
FELIPE: [Inquieto] Sí, lo sabía.
DEFENSA: ¿Estáis seguro entonces, de haber ordenado las medidas apropiadas para su cuidado, tal como aseguráis?
FELIPE: [Nervioso] Era muy anciana y nadie la entendía. Ordené que fuera debidamente atendida, pero ella no lo permitía.
DEFENSA: ¿Queréis decir que teniendo más de setenta años, edad muy superior a la normal, era capaz de imponer su voluntad a vos, a los médicos, a los cuidadores, a todo el mundo?
FELIPE: Dada su actitud, consideré que mi deber fundamental, era procurar la salvación de su alma.
DEFENSA: ¿Queréis explicar cómo, Señor, si ella no obedecía a nadie y había abandonado las prácticas religiosas desde hacía mucho tiempo?
FELIPE: Enviaba a clérigos de mi confianza y de probada reputación para que intentaran poner en paz su alma antes de morir.
DEFENSA: ¿Y cómo se supone que debían poner en paz su alma?
FELIPE: Por medio de la confesión.
DEFENSA: Y ¿lo conseguisteis?
FELIPE: Creo que no; preguntaba frecuentemente a sus confesores y siempre decían que no.
DEFENSA: Después de más de cuarenta años de encierro y soledad, cuando su cuerpo era una llaga, cuando sabíais que ya ni siquiera podía comer, [levanta la voz con tono acusador] todo lo que preguntabais era si había confesado?
FELIPE: [Furioso] ¡Tal vez vos sois un descreído, o un hereje, o algo peor, y por eso nunca podréis comprenderme: para mí era mucho más importante la salud de su alma, que la de su cuerpo!
DEFENSA: Os ruego que os tranquilicéis. Yo no soy el Jurado y mis creencias nada tienen que ver aquí. Responded a esto: [Levantando la voz progresivamente] ¿No será quizás que en el fondo lo que temíais era que confesara algo en concreto?
ACUSACIÓN: ¡Protesto, Señoría! [El Juez, que estaba tranquilo, se sobresalta] !la Defensa habla de intenciones!
JUEZ: Abogada: A los hechos.
ACUSACIÓN: [Con un gesto de resignación]. Lo que acabamos de oír, Señoría, es un hecho. Decid, don Felipe. ¿Dirías que el mejor medio de silenciar a una persona, es encerrarla de por vida?
FELIPE: No comprendo a donde queréis llegar. Yo no encerré a mi abuela, estaba recluida cuando nací.
DEFENSA: No me refiero ya a la persona de doña Juana, Señor. [Levanta la voz] Me refiero a la de vuestro propio hijo, el Príncipe don Carlos.
DEFENSA: [Se levanta de golpe] ¡Protesto, Señoría, no se está juzgando a don Felipe.
JUEZ: [A la Acusación] Abogado: ¿Qué razones motivan la mención del Príncipe Carlos en un caso que nada tiene que ver con él?
ACUSACIÓN: Señoría, tal como demostraremos, con la venia, existe una increíble relación entre lo ocurrido con el Príncipe y con la Reina doña Juana. Puesto que este juicio extratemporal, intenta juzgar más las conciencias que los hechos, debemos hablar del príncipe Carlos, para mejor ilustrar el carácter y los principios por los que se regía S.M. don Felipe.
JUEZ: Puede continuar, pero sepa que intervendré si observo que las preguntas no guardan estricta relación con nuestro caso.
ACUSACIÓN: Don Felipe, ¿es cierto que, de modo muy parecido a lo que se hizo con doña Juana, ordenasteis el encierro de vuestro hijo de por vida y que incluso mandasteis clavar maderas en las ventanas para que el Príncipe no pudiera comunicarse con el exterior y nadie pudiera ver lo que ocurría tras ellas?
FELIPE: Cierto.
ACUSACIÓN: ¿Y lo declaráis así, sin pestañear?
FELIPE: Hice lo que tenía que hacer de acuerdo con mi conciencia.
ACUSACIÓN: ¿Y vuestra conciencia estaba de acuerdo con la justicia?
FELIPE: En mis reinos, la justicia se regía por mis principios.
ACUSACIÓN: Desconocemos los motivos que os indujeron a tomar tan terrible decisión, porque os cuidasteis de destruir cualquier documento que pudiera llegar hasta nosotros ¿Por qué? Tal vez esos documentos hubieran podido demostrar a la historia que actuabais de acuerdo con las normas generales de la justicia.
FELIPE: Actuaba de buena fe y no tenía obligación de dar explicaciones.
DEFENSA: Quizás no entonces, señor, pero ahora sí. Habéis jurado decir la verdad.
FELIPE: La única verdad es que tuve razones suficientes para hacerlo.
DEFENSA: Señor, hoy sabemos más de vos de lo que sabían vuestros propios súbditos y estamos en mejores condiciones que ellos para investigar vuestros actos, porque además gozamos de la ventaja de no estar sometidos a vuestra silenciosa justicia. Decid, ¿no es verdad que don Carlos pidió muchas veces hablar con vos y que le hicisteis saber que jamás lo haríais?
FELIPE: Cierto.
DEFENSA: [Va subiendo el tono de voz] ¿Y no es cierto también que cuando se convenció de que nunca sería escuchado, cuando vio las ventanas clavadas, cuando tuvo conciencia de que jamás permitiríais que saliera de allí con vida, perdida toda esperanza, inició lo que hoy llamarímos una huelga de hambre con objeto de acelerar su muerte?
FELIPE: [Sonríe con ironía] De todas formas era un glotón y la huelga de hambre mejoró su salud.
ACUSACIÓN: Lo sabemos y no es esa la respuesta que esperábamos. También sabemos que a la vista de los resultados, decidió ponerse a comer hasta... -podríamos decir, hasta reventar-, tal como sucedió.
FELIPE: Lo había condenado, y no fue a la ligera; tuve motivos fundados para hacerlo. En beneficio del Estado no podía dejarme ablandar por la pena.
ACUSCIÓN: [Irónico también] Ya sabemos que nunca hacíais nada a la ligera; aunque algunos os llamaron Felipe II el Prudente, otros prefirieron apodaros, Felipe II el Lento.
DEFENSA: ¡Protesto!
JUEZ: Se acepta.
ACUSACIÓN: ¿Llegasteis a sentir pena alguna vez?
DEFENSA: ¡Protesto!
JUEZ: Se acepta.
ACUSACIÓN: Don Felipe, habéis dicho: "En beneficio del Estado", [Al Jurado] De nuevo: Razón de Estado, Razón de Dios. Señores: Si el rey estaba tan seguro, ¿por qué no sometió a Don Carlos a la acción de la Justicia legalmente establecida y aprobada por él mismo? Habréis advertido el paralelo en los procedimientos actuados contra doña Juana y contra el príncipe don Carlos. Las preguntas hechas a don Felipe intentaban sobre todo definir su conducta y demostrar que no puede ser un testigo válido en este caso. De acuerdo con su conciencia, la razón de estado, también lo justifica absolutamente todo. ¿Cómo iba a sentir compasión por su abuela, a quien prácticamente no conocía, si jamás la sintió por la prematura muerte de su hijo, que sucedió de manera paulatina, ante sus propios ojos? Para él todas las acciones de los reyes se justifican a sí mismas. Por lo tanto, es un hecho que nunca puso en tela de juicio la prisión de doña Juana. [Al Juez]. Señoría, no haremos más preguntas al testigo.
JUEZ: Don Felipe, puede retirarse.
ACUSACIÓN: Llamamos a declarar a la reina doña Juana I de Castilla.[Juana se acerca al estrado].
Juana I de Castilla
(Meister den Magdelenlegende)
JUEZ: Su Alteza doña Juana de Castilla, le ruego que se acerque al estrado. [Juana se acerca] ¿Juráis decir la verdad?(Meister den Magdelenlegende)
JUANA: Lo juro.
JUEZ: Recuerde S.M., que este juramento será válido durante todo el juicio. Podéis tomar asiento. [A la Defensa] Proceda la Acusación. [Se acerca la Acusación]
ACUSACIÓN: Decid vuestro nombre completo, filiación y cargo.
JUANA: Juana I de Castilla. Hija de doña Isabel de Castilla y don Fernando de Aragón. Fui Reina de Castilla a la muerte de mi madre y tras el fallecimiento de mis dos hermanos mayores.
DEFENSA: Señora. ¿O debo decir, Majestad?
JUANA: Los reyes de Castilla siempre fuimos Alteza e incluso, simplemente Señores. Los flamencos impusieron el nuevo protocolo. Pero llamadme como queráis.
ACUSACIÓN: Está bien, entonces actuaremos como castellanos. Señora: La historia os conoce como doña Juana "La Loca" y acepta que perdisteis el juicio a causa de los violentos celos que os provocaba vuestro esposo, ¿estáis de acuerdo?
JUANA: ¿Con qué debo estar de acuerdo? ¿Con el hecho de que estaba loca? ¿Con el de qué tenía celos? ¿O con el de que fue mi marido el causante de mi supuesta locura?
ACUSACIÓN: Demostráis gran agudeza.
JUANA: Es un simple razonamiento. Pero os responderé. El hecho de que la historia acepte que perdí el juicio, se debe a que así se ha hecho creer, pero no significa necesariamente que sea cierto y mucho menos que haya que presuponerlo en este juicio. Si no me equivoco es precisamente eso lo que se trata de esclarecer. En cuanto a los celos, tampoco estoy de acuerdo: como esposa, ante Dios y ante los hombres, tenía derecho a exigir la fidelidad de mi marido. Para lograrlo tuve que recurrir a ciertas acciones que pueden parecer deplorables en todo caso, pero no por eso estarían fuera de razón.
ACUSACIÓN: Vuestra madre ha declarado que actuasteis fuera de razón cuando os retuvieron en el castillo de la Mota.
JUANA: [Gesto de exageración] Vos no habéis conocido a mi madre. Me comporté de forma escandalosa porque era la única arma de que disponía. Mi madre temía el escándalo más que nada en el mundo. Pensé que cedería, precisamente para evitarlo.
ACUSACIÓN: ¿Por qué creéis que no conocemos a vuestra madre?.
JUANA: Porque... hasta mi padre le tenía miedo. [Se vuelve hacia Isabel] Perdonadme, madre; no tengo intención de ofenderos.
JUEZ: La testigo debe limitarse contestar a las preguntas del abogado.
JUANA: Está bien, se lo diré al abogado: No deseo ofender a mi madre, pero cuando mi madre tomaba una determinación no había ser humano capaz de cambiarla. Mi padre, como todo el mundo, temía su cólera, solo que... aprendió a esquivarla con... astucia. Quiero decir, sin que ella se diera cuenta. Cuando mi madre ordenó que me retuvieran en La Mota en contra de mi voluntad, me puse furiosa, no solo al pensar en lo que estaría haciendo mi marido, sino porque sabía que aunque yo sufriera, ella no me permitiría salir de allí para reunirme con él. Como así fue; a pesar del escándalo no me permitió viajar a Flandes hasta pasados varios meses. Cuando llegué, comprendí que mis temores no habían sido infundados. Mi marido se había acostumbrado demasiado a la libertad.
ACUSACIÓN: ¿Y no habéis pensado que ella podía tener razón y que, como heredera debíais haber pensado en el reino antes que en vuestro marido, sin mencionar al niño que iba a nacer? ¿No diríais que sufríais una obsesión?
JUANA: Eso es lo que hacía ella, yo pensaba de otra manera. Tal vez soy más egoísta, pero si por obsesión queréis decir, locura, os equivocáis. Los hechos demostraron que tenía razón. Después de tan larga separación, mi marido empezó a desear que yo desapareciera de su vista. De pronto pareció soportar muy mal mi presencia. Creo que mi madre tuvo la culpa por anteponer mi herencia a mi felicidad. A mi no me importaba la herencia, si por cuidarla tenía que alejarme de don Felipe.
ACUSACIÓN: Tal como doña Isabel ha declarado que dijísteis entonces, ¿creéis de verdad que esa faceta de vuestro carácter que para entendernos, llamaremos celos, la habríais heredado de ella?
JUANA: No puedo asegurarlo. Solo se que, como ella, yo también tenía mucho carácter.
ACUSACIÓN: ¿Diríais entonces que vuestro odio a la infidelidad pudo originarse por el hecho de que vuestro padre también fuera infiel?
JUANA: Tal vez, pero sólo porque veía sufrir a mi madre. En cuanto a mi padre, a mi me parecía bien todo lo que él hacía.
ACUSACIÓN: ¿Hemos de entender que tuvisteis una infancia feliz?
DEFENSA: Señoría: Creo que el Abogado Defensor está dando rodeos innecesarios. La infancia de la reina nada tiene que ver con su reclusión en Tordesillas.
ACUSACIÓN: Señoría: Hoy sabemos que las condiciones en que se desarrolla la infancia, puede condicionar radicalmente la conducta de los adultos.
JUEZ: Continúe.
ACUSACIÓN: Gracias. De todos modos, hemos de pasar ya a los hechos que se intentan esclarecer. [A Juana] Doña Juana: ¿amabais mucho a don Felipe?
JUANA: Ciegamente.
ACUSACIÓN: "Ciegamente" ¿no se parece mucho a "irracionalmente".
JUANA: ¿No se alaba normalmente a las esposas que aman así a sus maridos?
JUEZ: Señora, os repito que no debéis hacer preguntas, sino responderlas.
JUANA: Mi [Hace énfasis en la palabra]"ceguera" no quiere decir que lo amara incondicionalmente. Cuando sabía que estaba con otras mujeres, me enfurecía, pero no dejaba de amarle. Además hasta entonces, siempre había vuelto conmigo.
ACUSACIÓN: Doña Juana: ¿sois consciente de lo que se juzga aquí?
JUANA: He creído entender que se trata de mi capacidad mental y, en su caso, de la responsabilidad que cabría a los que me mantuvieron encerrada en Tordesillas.
ACUSACIÓN. ¿Haríais responsable a alguno de los testigos aquí presentes?
JUANA: ¿Me estáis pidiendo una opinión?
DEFENSA: Señoría, la testigo tiene razón; no está aquí para opinar.
ACUSACIÓN: [Levantando una mano] Está bien. Está Bien. Retiro la pregunta. [A doña Juana]: Señora, observamos que sois una testigo difícil.
JUANA: He jurado decir la verdad y, la verdad, a veces resulta difícil.
ACUSACIÓN: ¿Podríais explicar al Jurado las circunstancias en que se produjo el nacimiento de vuestro hijo don Carlos, el futuro emperador, aquí presente?
JUANA: Es... un poco ridículo. No quisiera que eso afectara a su imagen.
JUEZ: Señora, por favor, contestad a la pregunta que se os ha hecho.
JUANA: Bien. Con la excusa de mi embarazo, hacía meses que mi esposo no se acercaba a mi habitación, así que supuse que habría alguna ... mmmm, alguna... mujer que lo consolaba. Ese día hubo una fiesta y el baile se prolongó hasta la madrugada. Estaba muy cansada, pero no quería perder de vista a don Felipe. De pronto sentí una gran necesidad de... acudir al... reservado. Una vez allí, me di cuenta de que no se trataba de... una necesidad fisiológica; había llegado la hora del parto y mi hijo nació allí mismo.
ACUSACIÓN: Señora, no quisiera ofender vuestra dignidad, pero para que el jurado lo comprenda, ¿podemos decir que don Carlos nació en lo que ahora llamaríamos "cuarto de baño"?
JUANA: Más o menos.
ACUSACIÓN: ¿Permitisteis que eso ocurriera solo por el afán de vigilar a vuestro esposo?
JUANA: Sí.
ACUSACIÓN: ¿Y mantenéis que esa no es una actitud obsesiva?
JUANA: Llamadlo como queráis.
ACUSACIÓN: ¿Alguna vez dejasteis de amar a don Felipe?
JUANA: Pude odiarlo, pero jamás dejé de amarle.
ACUSACIÓN: Esta bien, explicad entonces cuando y cómo empezó ese odio.
JUANA: Cuando se permitió ponerme la mano encima ante la servidumbre. Como princesa Trastámara, heredera del trono de Castilla, su ofensa fue imperdonable y gravísima.
ACUSACIÓN: ¿Podéis darnos más detalles?
JUANA: Sorprendí a una dama leyendo una nota que escondió inmediatamente. Su actitud me hizo sospechar que era de mi marido y le exigí que me la entregara.
ACUSACIÓN: ¿Obedeció?
JUANA: No. Se la tragó. Su cinismo me irritó. Vi unas tijeras, las cogí y empecé a cortarle el pelo. La insulté y creo que le hice algunas heridas en la cara. Alguien salió a avisar a mi marido y cuando llegó, vino directamente hacia mi, me agarró violentamente por el brazo para detenerme. Le grité que me soltara y que la culpable era su amiga. Entonces me sujetó más fuerte con la mano izquierda y con la derecha empezó a abofetearme.
ACUSACIÓN: Habéis dicho que entonces empezasteis a odiarlo y sin embargo más tarde volvisteis a quedar embarazada. Luego el odio no supuso una separación.
JUANA: A pesar de todo, nunca fui capaz de negarme cuando venía a mis habitaciones.
ACUSACIÓN: Pero si iba a vuestras habitaciones, como decís, es que él también os seguía amando.
JUANA: No. Estaba harto de mi. Creo que él me odiaba a mi mucho antes que yo a él. Lo hacía por el trono, por mi herencia. Mi último embarazo se produjo en el intento de arrancarme la promesa de que le cedería el gobierno de mis reinos.
ACUSACIÓN. Evidentemente no lo consiguió.
JUANA: Me dejé querer porque lo deseaba, pero el trono era intocable.
ACUSACIÓN. ¿Por qué? Vos no deseabais reinar.
JUANA: No. No tenía interés en hacerlo, pero aún estaba mi padre. El testamento de mi madre era muy explícito. Su heredera era yo sola, no mi marido. Ella me conocía bien y dejó establecido que si yo no podía o no quería reinar, mi padre, don Fernando, lo haría en mi nombre hasta que mi hijo, don Carlos, tuviera veinte años. Eso nunca lo aceptó mi esposo, pero jamás cedí en un solo punto. Ni siquiera por su eventual presencia en mis habitaciones.
ACUSACIÓN: ¿Sois consciente que estáis arruinando la romántica leyenda que se creó en torno a vuestra persona?
JUANA: Nadie me comprendió en vida y no espero que nadie me comprenda ahora.
ACUSACIÓN: ¿Qué actitud tomó don Felipe entonces?
JUANA: Puso a casi toda la nobleza en contra de mi padre prometiéndoles toda clase de cargos y mercedes para cuando reinara. A mi me mantenía encerrada y no me permitió ver a mi padre.
ACUSACIÓN: ¿Qué ocurrió entonces?
JUANA: Supe que mi padre había decidido casarse de nuevo y que finalmente iba a abandonar el reino, pero sobre todo, me dejaba sola a merced de don Felipe. Entonces le envié un mensaje a través de mi secretario. Le rogaba que cumpliera el testamento de mi madre y se hiciera cargo del gobierno hasta que yo estuviera en condiciones de hacerlo.
ACUSACIÓN: ¿Y lo hizo?
JUANA: No. Además de aislarme, mi esposo me tenía rodeada de espías; uno de ellos interceptó al correo y a fuerza de torturas consiguieron que les repitiera el mensaje. Después lo encerraron en prisión con algunos huesos rotos.
ACUSACIÓN: ¿Y qué hicisteis entonces?
JUANA: A mi también me encerró en mis habitaciones. Públicamente aparecíamos juntos, pero después me tenía bajo vigilancia. Nunca me dirigía la palabra excepto para amenazarme.
ACUSACIÓN. ¿En qué consistían esas amenazas?
JUANA. Repetía que jamás iba a permitir que le arrebatara el trono al que tenía derecho y por el que había esperado tanto tiempo y que si me seguía negando a aceptarlo, jamás recuperaría la libertad.
ACUSACIÓN: ¿Llegasteis a temer por vuestra vida?
JUANA: Al principio no. Él sabía que si me pasaba algo, él no podría subir al trono de ninguna manera. Después, como estaba mucho tiempo sola, no dejaba de pensar en todas las posibilidades y cuando se fue mi padre, el único a quien él temía, pensé que tal vez intentara provocar algún... accidente en el que yo pudiera perecer. Después ya buscaría él la fórmula para hacerse con la regencia hasta la mayor edad de mi hijo.
ACUSACIÓN: ¿Y aún mantenéis que seguíais enamorada de él?
JUANA. Tal como yo lo entiendo, sí.
ACUSACIÓN. ¿Entonces, por qué no pensasteis siquiera en ceder a sus exigencias?
JUANA: Aprendí de mi madre que el trono era inalienable. Jamás me hubiera perdonado a mi misma si por satisfacer mis deseos, Castilla se convirtiera en una especie de feudo de Flandes. Don Felipe podía disponer de mi voluntad en todo, excepto en eso.
ACUSACIÓN: ¿Podríais explicar al Jurado lo que pasó por vuestra mente cuando murió?
JUANA: Podría, pero no pasó nada.
ACUSACION: ¿Nada?
JUANA: Tal vez mi mente se quedó en blanco por algún tiempo.
ACUSACIÓN: ¿Esa es la razón por la que no derramasteis una sola lágrima, ni durante su agonía, ni después de su fallecimiento?
JUANA. Tal vez.
ACUSACIÓN: ¿No podéis dar una explicación más concreta?
JUANA. No.
ACUSACIÓN: ¿Vuestra mente seguía en blanco cuando acompañabais el féretro de un sitio a otro, sin perderlo jamás de vista?
JUANA: Seguramente.
ACUSACIÓN: No permitíais que ninguna mujer se acercara a él, aunque fuera monja ¿no implica esa actitud unos celos morbosos?
JUANA: No lo creo.
ACUSACIÓN: Efectivamente. Señora, nosotros creemos que aquella obsesión contra las mujeres con la excusa de los celos, unida al hecho de que jamás lo perdíais de vista, era solo la forma de encubrir vuestra verdadera intención, la de que nadie se acercara al féretro, ¿por qué?
DEFENSA: ¡Señoría! La Acusación presupone de nuevo intenciones.
JUEZ: Se acepta.
ACUSACIÓN: Volveremos a su debido tiempo sobre este asunto. [A Juana] Señora ¿qué pensasteis cuando vuestro padre os hizo encerrar en Tordesillas?
JUANA. No me encerró. A causa de la peste tuve que permanecer en Arcos algún tiempo. Considerando que allí no podía ser protegida convenientemente, mi padre me propuso trasladarme voluntariamente al castillo de Tordesillas. Allí podría dotarme de una guardia apropiada.
ACUSACIÓN. Sin embargo, os prohibió salir o recibir visitas.
JUANA: El reino estaba muy revuelto y temía por mi seguridad.
ACUSACIÓN. Él mismo ha admitido que ordenó que os ocultaran su muerte ¿por qué creéis que lo hizo?
JUANA: No lo se, me causó gran dolor cuando lo supe y hubiera querido saberlo cuando sucedió.
ACUSACIÓN: ¿Cómo aceptasteis el hecho de que os declarara incapaz?
JUANA: Como él ha dicho, y estoy de acuerdo, era la única forma de oponerse a mi marido. Además yo misma le había pedido que se ocupara del gobierno.
ACUSACIÓN: Para terminar, Señora, y aunque no parecéis muy dispuesta a colaborar, contestad a una última pregunta: ¿A lo largo de 48 años, nunca os preguntasteis cual era la causa por la que os mantenían encerrada?
JUANA: Con el tiempo fui perdiendo interés por todo.
ACUSACIÓN: Señoría, Señores del Jurado, observen que esta respuesta no afirma ni niega; doña Juana no contesta. Estamos ante un caso en el que curiosamente a todos los testigos les pasa lo mismo: Nunca nadie, ni siquiera la propia víctima, se preguntó por qué había sido recluida y por qué lo fue a lo largo de tanto tiempo. Esto nos lleva a una conclusión: Señores: si una persona que se declara inocente, soporta casi cincuenta años de reclusión sin protestas, una de dos, o está verdaderamente loca, o no es inocente. Recuérdenlo y ténganlo en consideración. [Al Juez] Señoría: No haré más preguntas a la testigo por el momento. En vista de la actitud de doña Juana, que bien podemos calificar, por lo menos de incoherente, hemos de reclamar la presencia de otros testigos que puedan contribuir a esclarecer los hechos en cuestión. Tenemos motivos fundados para creer que sus declaraciones pueden contradecir las de la reina.
JUEZ: Si la Defensa no tiene nada que objetar, podréis pasar a presentar a esos testigos.
DEFENSA: No hay objeción, con la reserva de que nosotros también podamos interrogarlos.
ACUSACIÓN: Estamos de acuerdo. Gracias, Señoría.
JUEZ: Señores, haremos un descanso. Se suspende la sesión durante una hora. Recuerdo a los testigos y al Jurado que no deben comentar entre sí las incidencias de esta causa, hasta que se hayan presentado las conclusiones.
¡Se levanta la sesión! [Da un golpe con el mazo y se cierra el telón].
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CONTINÚA:
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