jueves, 1 de noviembre de 2012

PROCESO A JUANA I DE CASTILLA. CONCLUSIÓN



[Todos los testigos están sentados en el escenario frente al Juez]

DEFENSA: Llamamos a declarar a doña Beatriz de Bobadilla.


Beatriz de Bobadilla. Amiga de Isabel La Católica

JUEZ: ¡Doña Isabel de Bobadilla! Le ruego que se acerque al estrado [Se levanta y va al estrado] ¡Juráis decir la verdad?.
BOBADILLA: Lo juro.
JUEZ: Recordad que este juramento será válido para todas vuestras declaraciones. Puede actuar la Acusación.
ACUSACIÓN: Señora Bobadilla, ¿cuál era vuestro cometido en la Corte de doña Juana?
BOBADILLA: Era Dama de Honor y persona de su confianza.
ACUSACIÓN: ¿Podríamos decir que erais amiga de la reina?
BOBADILLA: Podéis decirlo, con toda certeza.
ACUSACIÓN: ¿Cómo llegasteis a gozar de esa confianza?
BOBADILLA: Mi madre fue servidora y amiga de la reina doña Isabel, creo que la única que tuvo. Había vivido a su lado desde pequeña en Arévalo junto a la reina madre. Más tarde yo también me eduqué en la Corte al lado a doña Juana. Juntas jugábamos y estudiábamos.
ACUSACIÓN. ¿La acompañasteis en su viaje a Flandes para la boda?
BOBADILLA: Entonces y siempre.
ACUSACIÓN: ¿Incluso cuando su esposo don Felipe expulsó a todos los españoles de la Corte Flamenca?
BOBADILLA: Incluso entonces. Don Felipe no se atrevió a expulsarme por temor a doña Isabel.
ACUSACIÓN: Así pues, siempre habéis estado a su lado. Por lo tanto la acompañasteis en los dos viajes que realizó por mar, de Flandes a Castilla.
BOBADILLA: Así es. En el primero para ser proclamada heredera y en el segundo para la Coronación.
ACUSACIÓN: En ambas ocasiones, se produjeron graves tempestades, ¿no es cierto?
BOBADILLA: Así es; estuvimos todos a punto de morir ahogados.
ACUSACIÓN: Explicad, por favor, como reaccionaron los reyes en aquellas circunstancias.
BOBADILLA: En el primer viaje, la tempestad fue más peligrosa que en el segundo. Creímos que nadie saldría con vida y todos rezábamos, más o menos, como podíamos.
ACUSACIÓN: ¿También el rey y doña Juana?
BOBADILLA: Don Felipe se lamentaba, lloraba por sus hijos y clamaba a Dios por su vida.
ACUSACIÓN: ¿Doña Juana también?
BOBADILLA: No.
ACUSACIÓN: Prosiga, por favor.
BOBADILLA. Don Felipe ordenó que le ataran por todo el cuerpo calabazas y planchas de corcho. También le ataron un cartel a la espalda.
ACUSACIÓN: ¿Qué ponía en el cartel?
BOBADILLA: "Soy el Rey".
ACUSACIÓN: ¿Con qué finalidad?
BOBADILLA: Pensó que si naufragábamos, así podría ser reconocido.
ACUSACIÓN: Evidentemente estaba muy asustado. ¿Qué hacía doña Juana mientras ocurría todo esto?
BOBADILLA: Estaba tranquila. Se puso su mejor traje y algunas joyas.
ACUSACIÓN: Puesto que todos temían por su vida, ¿no definiríais esa actitud, por lo menos  de inconsciente?
BOBADILLA: No era inconsciente. Además de que era muy valerosa, doña Juana tenía una gran seguridad en sí misma.
ACUSACIÓN: ¿Cómo podía estar segura cuando la nave que la conducía estaba a punto de naufragar?
BOBADILLA: Dijo que jamás se había oído decir que una reina muriera ahogada en alta mar, como así era.
DEFENSA: Señoría, no vemos la relación de este incidente con el caso.
ACUSACIÓN: Señoría, si se me permite proseguir, puedo asegurar que la relación quedará perfectamente clara. La imagen que se nos ha transmitido de doña Juana, es la de una mujer enamorada y pasiva; nuestro deber es demostrar que era todo lo contrario y que su carácter va a incidir directamente sobre los hechos que seguirán.
JUEZ: La protesta no ha lugar. Siga. Pero le advierto que si no logra demostrar nada y hace perder el tiempo a esta Corte, tomaré medidas restrictivas en las sucesivas actuaciones.
ACUSACIÓN: Gracias, Señoría. Señora Bobadilla: Explique a esta sala lo que vio y oyó en el segundo viaje.
BOBADILLA: También hubo una gran tormenta, la nave estaba muy inclinada y a punto de volcar; los capitanes dijeron que si no se arrojaba lastre al mar, todos nos hundiríamos con ella. Le reina dio su consentimiento y los hombres tiraron por la borda toda la carga.
ACUSACIÓN: ¿Qué ocurrió entonces?
BOBADILLA: La situación no mejoró. Entonces, algunos señores confesaron que, en la bodega viajaban más de cuarenta mujeres que ellos habían embarcado a espaldas de la reina. Pensaban que Dios los estaba castigando y propusieron arrojarlas al mar también a ellas.
ACUSACIÓN: Continuad.
BOBADILLA: Doña Juana se negó rotundamente.
ACUSACIÓN: ¿Por qué razón, si ella nunca quería mujeres a su alrededor?
BOBADILLA: Dijo que si había que arrojar a alguien al mar, se empezara primero por los caballeros, que eran los que las habían llevado a bordo y que no exceptuaba a su esposo quien, sin duda, también tenía mucho de qué arrepentirse.
ACUSACIÓN: Señoría, Señores, les ruego que tomen en consideración que el testimonio de doña Isabel de Bobadilla, describe a una mujer de gran personalidad y carácter y de una valentía próxima a la temeridad. Sin embargo, doña Juana no siempre actuó así. Señora Bobadilla, después del desembarco, durante el viaje a Valladolid, la reina se comportó de bien distinta manera. Explicad cómo actuó y por qué.
BOBADILLA: Don Felipe aparentaba tratarla y respetarla como reina en público, pero en privado apenas le hablaba si no era para amenazarla con encerrarla para siempre. De hecho la tenía bajo guardia y rodeada de espías.
ACUSACIÓN: ¿Y ella se resignaba?
BOBADILLA: Nunca. Enviaba cartas a su padre para que asumiera el gobierno y le pedía que ordenara la detención de su esposo. Los espías interceptaron una de esas cartas y don Felipe se presentó en las habitaciones de doña Juana fuera de sí. Con una mano la sujetaba por el brazo, y con la otra le mostraba la carta; él sí que parecía un loco.


DEFENSA: ¡Protesto!
JUEZ: La testigo debe abstenerse de hacer valoraciones. Prosiga.


BOBADILLA: Gritaba que antes acabaría él con ella que ella con él. Dijo que estaba harto de aguantar sus locuras y de verse obligado a mostrarse públicamente amable con ella, pero que en pocos días, después de la coronación, las cosas iban a cambiar y que más le valía guardar silencio ya que ni su propio padre iba a escucharla, después de haber declarado su incapacidad.
ACUSACIÓN: ¿Cree que eso causó algún temor a la reina?
BOBADILLA: Sí, pero sabía que estaría segura mientras tuviera que aparecer en público, así que decidió asumir una actitud de reto frente don Felipe.
ACUSACIÓN: ¿Cómo expresaba ella esa actitud?
BOBADILLA: Pues, por ejemplo, al día siguiente, cuando el séquito se puso en marcha, ella mandó parar. Ordenó que se retirara el estandarte de don Felipe y mandó salir de la formación a todos los que llevaban en los uniformes los símbolos de Flandes. Dijo que en Castilla, en su reino y en su presencia, no habría más estandarte ni símbolos que los suyos.
ACUSACIÓN: ¿Cómo reaccionó don Felipe?
BOBADILLA: Se tuvo que aguantar con lo del estandarte, pero ordenó a la guardia que impidiera, incluso con las armas, que nadie se acercara a la reina. En adelante siempre cabalgaba rodeada de un círculo de hombres armados.
ACUSACIÓN: Explique, por favor, qué ocurrió al final de esa jornada.
BOBADILLA: A causa del retraso, empezó a anochecer antes de que llegáramos al lugar preparado para pasar la noche y la comitiva tuvo que acelerar el paso para llegar a algún sitio habitado. Cuando ya era noche cerrada, atravesábamos un descampado y advertimos los fuegos de una fortaleza. Don Felipe envió a algunos hombres por delante para que prepararan alojamiento.
ACUSACIÓN: ¿Qué ocurrió entonces?
BOBADILLA: La reina mandó a un hombre para que comunicara a don Felipe que ella nunca entraría en aquel lugar. Temía que él cumpliera sus amenazas y la dejara allí encerrada alegando una enfermedad o cualquier excusa.
ACUSACIÓN: ¿A pesar de la valentía de la que habéis hablado, diríais que estaba asustada?
BOBADILLA: Mucho. Estaba prácticamente aislada, no tenía a quien acudir: Estaba rodeada de flamencos amigos de don Felipe, y veía un enemigo en cada uno de ellos.
ACUSACIÓN: ¿Cómo resolvió la situación?
BOBADILLA: De la única forma que pudo; permaneció toda la noche montaba a caballo, al raso.
ACUSACIÓN: ¿Diríais que esa fue una más de las excentricidades de que la acusaba su esposo?
BOBADILLA: No. Si en ese momento hubiera pedido ayuda, no había nadie que pudiera prestársela. Estaba sola, como he dicho, y no solo por temor al encierro; estoy segura de que temía por su vida.


ACUSACIÓN: Señoría, Señores del Jurado; es aquí a donde queríamos llegar. Aquella mujer, valiente en las más terribles tempestades, pasó la noche entera sobre su montura. ¿Por qué? Porque ahora sí, señores, ahora doña Juana temía por su vida. No haré más preguntas.


JUEZ: La testigo puede retirarse. [Bobadilla vuelve a su sitio]


ACUSACIÓN: Llamamos a declarar al Almirante de Castilla don Fadrique Enríquez.

D. Fadrique Enríquez (Foto: La Voz de Rioseco)

JUEZ: ¡Señor Almirante don Fadrique Enríquez! Le ruego que se acerque al estrado. [Se levanta y va al estrado] ¿Juráis decir la verdad?.
ALMIRANTE: Lo juro.
JUEZ: Debéis tener en cuenta que este juramento será válido para todas las sesiones en que hayáis de intervenir. Proceda la Acusación.


ACUSACIÓN: Señor Almirante: ¿Es verdad que desde el gobierno del reino se os solicitó que firmarais la incapacidad de doña Juana, por cierto, sobrina vuestra?
ALMIRANTE: Así es.
ACUSACIÓN: Y ¿qué hicisteis vos?
ALMIRANTE: Me negué a hacerlo, en tanto no se me permitiera entrevistarme con ella, para poder juzgar por mi mismo y así lo declaré públicamente.
ACUSACIÓN: ¿Se os dio esa oportunidad?
ALMIRANTE: En efecto.
ACUSACIÓN: Y ¿qué ocurrió?
ALMIRANTE: Hablamos largamente con doña Juana y llegamos a la conclusión de que estaba en su sano juicio y era perfectamente capaz de reinar.
ACUSACIÓN :¿Informasteis de ello a Su Alteza?
ALMIRANTE: Sí, así lo hicimos.
ACUSACIÓN: ¿También lo declarasteis públicamente?
ALMIRANTE: Así es.
ACUSACIÓN: Sin embargo, doña Juana no salió de Tordesillas. Vuestra postura, que os honra, no parece haber servido de nada.
ALMIRANTE: Cierto.
ACUSACIÓN: ¿Por qué no reclamasteis de nuevo?
ALMIRANTE: Bueno, se me hizo saber que ella no tenía interés en gobernar.
ACUSACIÓN: Se os dijo; luego no os lo dijo ella personalmente.
ALMIRANTE: No.
ALMIRANTE: Pero probablemente sí hubiera estado dispuesta, al menos a salir de su confinamiento. ¿Intentasteis ayudarla? Puesto que estaba encerrada a causa de la locura, una enfermedad que, en vuestra opinión no existía, ¿no era lo más lógico que fuera puesta en libertad?
ALMIRANTE: No se a lo que hubiera estado dispuesta la Reina.
ACUSACIÓN: Pero habíais hablado con ella largamente, de modo que deberíais saberlo. Os mostrasteis dispuesto a defender su causa y, después de declarar que estaba sana, permitisteis que siguiera encerrada. ¿Por qué, Señor Almirante? ¿Qué es lo que os hizo cambiar de opinión y abandonar a la reina? ¿Es que acaso ella os dijo algo que os ordenaron ocultar?

DEFENSA: ¡Protesto! La Acusación está haciendo suposiciones.
JUEZ: Se admite. [A la Acusación] Puede continuar.

ACUSACIÓN: Está bien, Señoría; no haremos suposiciones. Señor Almirante: ¿No es verdad que después de esto, en un momento en que el rey don Carlos, solo tenía flamencos en la Corte, sorprendentemente os permitió gobernar a vos mismo?
ALMIRANTE: Así es.
ACUSACIÓN: ¿Por qué creéis que lo hizo?
ALMIRANTE: Porque las Cortes habían reclamado repetidamente que hubiera castellanos en el gobierno.
ACUSACIÓN: Pero don Carlos había hecho caso omiso de esa reclamación hasta entonces ¿por qué de pronto os nombró a vos?
ALMIRANTE: Porque así lo creyó conveniente Su Majestad.
ACUSACIÓN: ¿Conveniente, decís? ¿Conveniente, para él mismo? ¿No sería que con ello os pagaba el favor de vuestro silencio con respecto a doña Juana? [El Almirante se levanta furioso, pero el otro abogado lo interrumpe].


DEFENSA: ¡Protesto, Señoría, la Acusación sigue especulando, además de poner en duda la sinceridad, la  capacidad y la lealtad del Almirante.
JUEZ: Se acepta. [A la Acusación] Abogado, le ordeno que se atenga a los hechos que aquí se juzgan.


ACUSACIÓN: Pido disculpas, Señoría. Sr. Almirante: ¿Acompañabais a don Felipe en Burgos cuando se conocieron los primeros síntomas de la enfermedad de la que creemos que murió?
ALMIRANTE: Sí, lo acompañaba habitualmente.
ACUSACIÓN: ¿Podéis contar su desarrollo con el mayor detalle posible?
ALMIRANTE: Cuando pidió que avisaran a los médicos flamencos de su séquito, al parecer ya hacía tres días que se encontraba mal, pero dijo que había guardado silencio porque no creyó que tuviera nada de importancia.
ACUSACIÓN: ¿Qué dijeron los médicos?
ALMIRANTE: Le preguntaron por las actividades que había realizado antes de sentirse enfermo. Él dijo que llevaba algunos días durmiendo muy poco tiempo por asistir a las fiestas de la coronación. Añadió que tres días antes había jugado un partido de frontón tras una comida muy copiosa, que después había ingerido gran cantidad de agua fría y que empezó a sentirse mal unas horas más tarde. Los médicos dijeron que era probable que se hubiera sentado a descansar en algún lugar frío, estando aún muy sudoroso por el partido. Él jugaba muy bien y presumía de tener más resistencia que ningunos de sus caballeros.
ACUSACIÓN: ¿Qué aconsejaron los médicos?
ALMIRANTE: Dijeron que debía guardar cama y prescribieron ciertos alimentos y alguna medicinas. Pero su estado empeoró y entonces decidieron consultar a los médicos españoles.
ACUSACIÓN: ¿Y qué dijeron los médicos españoles?
ALMIRANTE: Aseguraron a la reina que las medicinas que habían prescrito los flamencos,  no solo no estaban indicadas, sino que podían ser nocivas para el enfermo.
ACUSACIÓN: ¿La reina estaba siempre presente junto al lecho de don Felipe?
ALMIRANTE: Día y noche. Jamás se movió de su lado.
ACUSACIÓN: ¿Era ella quien le daba los preparados?
ALMIRANTE: Sí; no permitía que nadie más lo hiciera.
ACUSACIÓN: ¿Oísteis personalmente la recomendación de los médicos españoles?
ALMIRANTE: Así es.
ACUSACIÓN: ¿Qué ocurrió entonces?
ALMIRANTE: Don Felipe apenas podía hablar, así que solo oíamos un susurro, pero pudimos ver que se negaba a tomar las medicinas, así que la reina, como se hace con los niños, las probaba ella primero y después le hacía tomarlas a él.
ACUSACIÓN:  ¿Y no desaconsejaron los médicos aquella práctica, sabiendo que la reina se encontraba embarazada?
ALMIRANTE: Sí, pero ella no escuchaba a nadie.
ACUSACIÓN: ¿Es cierto que desde que se conoció la enfermedad del rey y durante su agonía, la reina no derramó una sola lágrima?
ALMIRANTE: Es cierto. Conociendo sus reacciones cuando se trataba de don Felipe y a pesar de que por entonces apenas se veían, a todos nos sorprendió su actitud.
ACUSACIÓN: La actitud de la que habláis, era de resignación?
ALMIRANTE: Más bien diría que era de frialdad. Sólo ella atendía al rey, pero no dejaba de dar órdenes continuamente.
ACUSACIÓN: ¿Y qué pensabais de ello?
ALMIRANTE: No sabría decirlo. Estábamos sorprendidos, pero nos preocupaba más el hecho de que el rey parecía empeorar de hora en hora, a pesar de que al principio no se había dado gran importancia a su mal.
ACUSACIÓN: ¿Qué hizo doña Juana cuando murió don Felipe?
ALMIRANTE: No cambió de actitud, ni lloró en ningún momento. Dio órdenes muy precisas acerca del modo de embalsamar y vestir al rey para ser velado y sobre los funerales.
ACUSACIÓN: Así pues, no definiríais su estado de ánimo como tristeza, dolor o desesperación.
ALMIRANTE: Desde luego que no.
ACUSACIÓN: [Al Juez] Señoría, no haremos más preguntas por el momento.

JUEZ: Almirante Enríquez, podéis retiraros. [El Almirante vuelve con los demás testigos].


ACUSACIÓN: Señoría, la Acusación desea interrogar de nuevo a doña Juana.

Doña Juana I de Castilla. Fco. Pradilla, Museo del Prado

JUEZ: Llamamos al estrado a la Reina doña Juana de Castilla. [Juana acude al estrado] Recordad que estáis bajo juramento. Podéis sentaros.

ACUSACIÓN: Señora: Todos sabemos ya a estas alturas que durante vuestra estancia en Flandes, abandonasteis paulatinamente las devociones que habíais practicado desde la infancia, pero sobre todo dejasteis la confesión ¿Queréis decirnos cual fue la causa?
JUANA. Observé que los confesores flamencos eran muy comprensivos con respecto a ciertos pecados de los caballeros.
ACUSACIÓN: ¿Os referís a la libertad en su relaciones amorosas?
JUANA: Sí.
ACUSACIÓN: Sin embargo vuestra madre os envió confesores de su confianza y tampoco quisisteis recibirlos.
JUANA: Porque más que confesores, eran espías. Mi madre quería estar informada de todo lo que pasaba en mi vida matrimonial.
ACUSACIÓN: Y a partir de entonces, ya no volvisteis a confesar nunca más.
JUANA: Mi vida era cada vez más complicada y ni siquiera me acordaba de eso.
ACUSACIÓN: Tal como don Felipe ha declarado, tampoco lo hicisteis en Tordesillas.
JUANA: En la época a la que se ha referido el rey, mi nieto, yo ya tenía más bien poco que confesar.
ACUSACIÓN: ¿Pero sí anteriormente?
JUANA: Anteriormente... confesé una vez.... fue más bien un interrogatorio.
ACUSACIÓN: ¿Quién os interrogó?
JUANA: Fray Francisco.

ACUSACIÓN: [Al Jurado] El Jurado debe saber que Fray Francisco era el Cardenal Cisneros. [A Juana] Doña Juana, ¿fue una confesión o, como decís, un interrogatorio?
JUANA: Creo que las dos cosas.
ACUSACIÓN: Debéis intentar explicaros con más claridad; si se trató de una confesión, el Cardenal, estaría obligado al secreto con respecto a todo lo que dijerais.
JUANA: No lo sé. Fray Francisco era muy autoritario, incluso mi madre se sometía a todo lo que él dijera.  Yo no pedí confesar con él ni con nadie.
ACUSACIÓN: ¿Podríais declarar aquí sobre lo que hablasteis con él?
JUANA: Sobre la situación creada tras la muerte de mi marido. Él siempre estuvo claramente en contra de que yo reinara, pero no tenía más remedio que consultarme, al fin y al cabo yo era la reina.
ACUSACIÓN: ¿Y eso era asunto para una confesión?
JUANA: Ya he dicho que no estoy segura de si fue o no confesión; depende de que así lo creyera él.
ACUSACIÓN: Parece que él sí consideró aquella conversación como confesión puesto que, aparentemente al menos, guardó secreto sobre su contenido. Vos misma, nunca hablasteis de ello.
JUANA: Yo no, pero él si habló con mi padre.
ACUSACIÓN: ¿Cómo la sabéis?
JUANA: Mi padre así me lo dio a entender.
ACUSACIÓN: Don Fernando jamás hablaba por hablar. ¿Por qué os comentó éso?
JUANA: Quería que le explicara exactamente, todo lo que había hablado con Fray Francisco. Nunca se llevaron bien a pesar de que Cisneros seguía compartiendo el gobierno con él.
ACUSACIÓN: ¿Por qué tendría vuestro padre tanto interés en conocer aquella conversación?
JUANA: Tal vez debáis preguntárselo a él mismo.
ACUSACIÓN: Lo haremos, sin duda. [Al Juez] Señoría, es evidente que la testigo no desea ser más específica sobre este asunto, por lo que más tarde llamaremos de nuevo a don Fernando y tal vez, se haga preciso someter a ambos testigos a un careo.

JUEZ: Veremos esa posibilidad cuando la Acusación la plantee formalmente.

ACUSACIÓN: Doña Juana. ¿Es cierto que, como ha declarado el Almirante Enríquez, durante la enfermedad de don Felipe, no permitíais que nadie se aproximara a él?
JUANA. Es cierto. No necesitaba la ayuda de nadie.
ACUSACIÓN: Sin embargo, hasta cuatro días antes, él y vos jamás os dirigíais la palabra.
JUANA: Entonces estaba sano.
ACUSACIÓN: ¿Podríamos decir que con motivo de la enfermedad hicisteis las paces?
JUANA: No hubo tiempo, porque casi no podía hablar, pero podríamos decir que sí.
ACUSACIÓN: ¿Erais consciente de que se moría?
JUANA: Supongo que sí.
ACUSACIÓN: ¿Por qué probabais las medicinas antes de dárselas?
JUANA: Porque no quería tomarlas.
ACUSACIÓN: ¿Por qué?
JUANA: No lo sé.
ACUSACIÓN: ¿Qué os hizo suponer que las aceptaría después de que vos las probarais?
JUANA: Se me ocurrió intentarlo.
ACUSACIÓN: ¿No parece un poco absurdo?
JUANA: Tal vez.
ACUSACIÓN: ¿Por qué hicisteis embalsamar el cadáver en contra de las costumbres de Castilla?
JUANA: En su testamento, mi esposo ordenó que  su corazón fuera llevado a Flandes. Después había que trasladar los restos a Granada.
ACUSACIÓN: ¿No había ninguna otra razón?
JUANA: Ya he dicho que no.
ACUSACIÓN: Cuando, por la causa que fuera, el cadáver pasaba algún tiempo lejos de vuestra vigilancia, hacíais abrir la caja, ¿Para qué? ¿para ver si seguía allí?
JUANA: Vuestra ironía está fuera de lugar. Había hecho que le pusieran el Toisón de Oro y alguna de sus mejores joyas.
ACUSACIÓN: Señora, no es ironía, es una pregunta seria. Y resulta difícil y absurdo creer que, dadas las circunstancias, fuerais capaz de hacer abrir una caja de madera y otra de plomo, solo por las joyas. Nadie haría eso sin alguna buena razón, pero ya veo que no estáis dispuesta a aclarar nada. [Al Juez] Señoría, si la Defensa no tiene nada que objetar, creemos que es el momento de llamar a don Fernando al estrado.

JUEZ: Acérquense aquí, la Defensa y la Acusación. [Cuchichean unos segundos y después cada cual vuelve a su sitio. El Juez se dirige a Juana] Doña Juana, os ruego que permanezcáis en el estrado. [Hacia la Sala] Llamamos de nuevo a don Fernando de Aragón. [Se adelanta Fernando y se acerca a Juana que se levanta y le hace una ligera reverencia. El Juez prosigue] Os recuerdo que estáis bajo juramento y que ya solo Dios podrá demandaros si incurrís en falsedad, ¿estáis dispuesto a declarar?
FERNANDO: Estoy dispuesto. 


El Cardenal Cisneros

ACUSACIÓN: ¿Os llevabais bien con el Cardenal Cisneros?
FERNANDO: No. Me llevaba muy mal.
ACUSACIÓN: ¿Por qué?
FERNANDO: Porque intervenía continuamente en la conciencia de mi esposa y en asuntos que sólo nos concernían a ella y a mi.
ACUSACIÓN: ¿Sólo por eso?
FERNANDO: Bueno, creo que además era muy ambicioso. El hecho de que un fraile llegara, no solo a ser Cardenal de Toledo sino también regente de Castilla, ya lo demuestra.
ACUSACIÓN: Un hombre como vos, no podía sufrir eso sin reservas.
FERNANDO: No podía sufrirlo de ninguna manera, pero doña Isabel me lo impuso.
ACUSACIÓN: Sin embargo, cuando doña Isabel ya había muerto, compartisteis con él la regencia ¿por qué?
FERNANDO: No tuve más remedio.
ACUSACIÓN: ¿Es cierto que el Cardenal se oponía a casi todas vuestras decisiones?
FERNANDO: Cierto. Se negó a que mi nieto Fernando permaneciera en Castilla y a que mi ... hijo, el obispo de Zaragoza, ocupara la sede de Toledo.
ACUSACIÓN:  Dada vuestra larga y evidente enemistad ¿por qué lo admitisteis a vuestro lado?
FERNANDO: Ya he dicho que, dadas las circunstancias, no tenía otra salida.
ACUSACIÓN: Señor, eso no es una explicación. Decid, ¿No es más cierto que él estaba en condiciones de imponer su presencia y sus deseos?
FERNANDO: Bueno, si lo queréis decir así.
ACUSACIÓN: ¿Estaba en condiciones, o no?
FERNANDO: Sí. Lo estaba.
ACUSACIÓN: ¿Por qué?
FERNANDO: Parecéis saberlo mejor que yo.
ACUSACIÓN: Tal vez sea así, sin embargo es imprescindible vuestra declaración. Habréis de reconocer que si él era autoritario, vos lo erais más. Y que no había muchas voluntades capaces de torcer la vuestra.
FERNANDO: Es cierto.
ACUSACIÓN: Luego ¿no es cierto que tenía que haber una razón de mucho peso, para que os conformarais con sus decisiones, siendo tan contrarias a vuestros deseos? Decid, don Fernando; ¿no es cierto que lo aceptasteis efectivamente porque no teníais otra salida y que no la teníais porque os sometió a una especie de chantaje?


DEFENSA: ¡Protesto! La Acusación involucra al Cardenal en un delito del que no ha sido acusado.

JUEZ: Se acepta. El Jurado debe ignorar el pretendido chantaje del Cardenal Cisneros. Sr. Abogado, es la última vez que le repito que se atenga a los hechos. Don Fernando ¿responderéis a la primera parte de la pregunta?


FERNANDO. Yo bien quisiera contestar como es debido, pero la Acusación parece empeñada en contestarse a sí misma.
ACUSACIÓN: Ciertamente, pero sólo lo parece; sólo intentamos que vos mismo convirtáis en certeza nuestra teoría: Don Fernando, cuando visitasteis a doña Juana en Arcos, le dijisteis que por su propia seguridad debía trasladarse a Tordesillas ¿es así?
FERNANDO: Así es.
ACUSACIÓN:  Ella aceptó y después, os fuisteis a Andalucía en compañía de vuestro nieto don Fernando, que hasta entonces había vivido con su madre y su hermana menor. ¿Es así?
FERNANDO: Sí. Mi nieto ya tenía edad de separarse de su madre. Me acompañó a Andalucía y se ocupó de la intendencia.
ACUSACIÓN: ¿Y como tomó doña Juana aquella separación?
FERNANDO: Mal, pero la aceptó. Mi nieto no podía seguir viviendo con ella para siempre.
ACUSACIÓN: En Andalucía os esperaban algunos problemas que requerían toda vuestra atención.
FERNANDO: Algunos nobles se rebelaron contra la corona al calor del desorden tras la muerte de don Felipe.
ACUSACIÓN: Allí recibisteis una carta del Cardenal Cisneros que os hizo tomar la decisión de volver a Castilla para encontraros con él.
FERNANDO: No se como podéis saberlo.
ACUSACIÓN: El hecho es que lo sabemos y vuestra reacción demuestra que es cierto.
FERNANDO: [Nervioso] Bien. ¿Y qué significa éso?

JUEZ: Don Fernando, os ruego que seáis más respetuoso  y que no hagáis preguntas.

ACUSACIÓN: Don Fernando ¿Qué fue lo que os dijo el Cardenal Cisneros, que os hizo olvidar inmediatamente vuestros intereses en Andalucía?
FERNANDO: Dijo que... que mi hija, la reina, se encontraba en muy mal estado y que había que tomar medidas con respecto a ella.
ACUSACIÓN: ¿Y qué hicisteis?
FERNANDO: Envié un mensaje a doña Juana, pidiéndole que me esperara en Tórtoles.
ACUSACIÓN: [A Juana] Doña Juana, ¿dónde estabais entonces?
JUANA: Había llegado a Hornillos acompañando el féretro de mi esposo,
ACUSACIÓN: ¿Y optasteis por acudir a Tórtoles, a pesar de que nadie, ni la peste, os había hecho desistir de la idea de llevar a Granada los restos de vuestro esposo?
JUANA: Siempre obedecía a mi padre.
ACUSACIÓN: ¿Y como consecuencia de aquel encuentro, de repente olvidasteis vuestro empeño de ir a Granada y aceptasteis ser encerrada en Tordesillas, todo ello sin rechistar? [Juana y Fernando se miran en silencio].

JUEZ: Ruego a la testigo que responda a la pregunta que se le ha formulado.


JUANA: [Titubeando] Sí, lo acepté.
ACUSACIÓN: ¿Por qué? ¿Qué fue lo que os provocó un cambio de actitud tan radical?
JUANA: [Mirando a Fernando, como atemorizada] Temí... que me separaran de mi hija.
ACUSACIÓN: ¿Vuestro padre amenazó con hacerlo?
JUANA: Me dijo que si no obedecía, tendría que tomar ciertas medidas.
ACUSACIÓN: [A don Fernando] Don Fernando, ¿qué motivo os llevó a recluir a doña Juana y a amenazarla con quitarle a la niña si no obedecía? Y no digáis ahora que fue por la locura; os recuerdo que habéis declarado antes que no había tal locura. ¿Vuestras razones estaban relacionadas con lo que os dijo el Cardenal Cisneros?
FERNANDO: ¿Qué importa eso ahora? Mi hija estaba capacitada para reinar, pero no estaba dispuesta a hacerlo.
ACUSACIÓN: Si como decís renunciaba voluntariamente al gobierno de sus reinos ¿Por qué tuvisteis que encerrarla?
FERNANDO: [Nerviosísimo] Porque no era aconsejable que hablara con nadie.
ACUSACIÓN: En nombre de Dios, don Fernando, ¿de qué no debía hablar con nadie?
FERNANDO: [Enfadado] ¡No debía hablar con nadie, de nada!

JUEZ: [Da un mazazo] ¡Orden! Don Fernando, no quiero condenaros por desacato, pero sí puedo declarar vuestra inmoralidad si persistís en negaros a contestar; en este caso vuestro silencio podría ser interpretado como un reconocimiento implícito de cierta culpabilidad, cuando no del hecho de que mentís.
FERNANDO: ¡Yo no miento nunca! ¿Cómo ibais a demostrarlo?
JUEZ: No con las armas, como tal vez os gustaría, pero vuestra imagen quedaría muy dañada en todo caso. Una cosa es engañar a vuestros enemigos y otra a un Juez y a un Jurado. Estáis obligado por un juramento.
FERNANDO: Siempre actué en beneficio del reino.
JUEZ: Razón de más para que sigáis haciéndolo en beneficio de la historia. Si actuasteis con rectitud, ¿qué necesidad tenéis de ocultar vuestras razones?
FERNANDO: Está bien. 


JUEZ: Podemos continuar entonces.

ACUSACIÓN: Os haré la pregunta de otra manera: ¿Qué razones os llevaron a ordenar la reclusión de doña Juana, cuando poco antes, permitíais que residiera tranquilamente en Arcos y en libertad?
FERNANDO: Juré a mi hija que si ella callaba, yo también lo haría.
ACUSACIÓN: Empezáis a evadiros de nuevo. Os pedimos una respuesta y os repito: ¿qué es lo que ambos jurasteis callar?
FERNANDO: [Vuelve a mirar a Juana] Lo siento, hija mía. [A la Acusación] Fue... por lo que me dijo... Cisneros. ¡Ojalá nunca lo hubiera hecho! Todos hubiéramos vivido más tranquilos, incluida ella. [Juana se tapa los ojos, como si se echara a llorar]. Yo quería a mi hija, siempre la quise y ella lo sabía; se parecía mucho a mi madre y yo adoraba a mi madre. [También se pasa las manos por los ojos, como si intentara disimular las lágrimas].

JUEZ: [A Fernando] Si lo deseáis, podemos hacer un descanso.

FERNANDO: [Reponiéndose] Nadie debía saberlo nunca. Cisneros dijo que... que tenía razones fundadas para sospechar que doña Juana, que mi hija, había... contribuido a la muerte de don Felipe. [Murmullos].

JUEZ: [Mazazo] ¡Silencio! Señores, se ha introducido un elemento nuevo, que puede cambiar totalmente los motivos por los que han sido convocados. A partir de ahora el caso debe ser orientado de modo diferente. Se suspenden las sesiones hasta que los abogados preparen las nuevas conclusiones. Ambos se reunirán conmigo ahora.


[Se apagan todas las luces durante unos segundos. Al encenderse, todos están en sus sitios.]

JUEZ: ¡Se reanuda la vista! [Mazazo] Llamamos a declarar a doña Juana de Castilla. [Juana se acerca] Doña Juana, seguís bajo juramento, ¿estáis dispuesta a declarar?
JUANA: [Ahora con aspecto de haberse rendido] Estoy dispuesta.


JUEZ: De acuerdo con la declaración de don Fernando, en esta vista ya no se trata de analizar las causas de la reclusión de la Reina doña Juana, que parecen haber quedado claras. Ahora se trata de su presunta culpabilidad. Los abogados podrán preguntar a la testigo indistintamente hasta que se establezca si más adelante, debe ser acusada o no, de haber contribuido a la muerte de don Felipe. Pueden proceder.


ACUSACIÓN: Doña Juana ¿qué fue lo que confesasteis ante el Cardenal Cisneros?
JUANA: Que había matado a mi marido.
ACUSACIÓN: ¿Lo hicisteis?
JUANA: Creo que sí.
ACUSACIÓN: ¿Por qué sólo lo creéis?
JUANA: Tal vez hubiera muerto de todos modos.
ACUSACIÓN: Entonces ¿qué significan las palabras de vuestro padre?
JUANA: Pues que, aunque podía haber muerto, también podía haber sobrevivido, si yo... si yo no  hubiera... intervenido.
ACUSACIÓN: Doña Juana ¿qué razones pudieron llevaros a cometer ese crimen?
JUANA: En aquellos momentos estaba convencida de que él quería matarme a mi.
ACUSACIÓN: ¿Alegaríais que fue en defensa propia?
JUANA: Tenía miedo, pero sobre todo, me guiaba la idea de que nunca más pudiera volver a mentirme. Me había hecho sufrir más de lo que podéis imaginar.
ACUSACIÓN: Si pudiera confirmarse que sin vuestra intervención don Felipe hubiera muerto a pesar de todo, ¿os sentiríais menos culpable?
JUANA: Nadie podría confirmarlo. Los médicos no estaban seguros de lo que estaba haciendo, porque yo les aseguraba que le daba otros preparados. Se sorprendieron por el rápido empeoramiento, pero como no sabían a qué se debía, pensaron en la peste. Fue la única forma de salvar su desconocimiento. De todos modos, yo sería culpable, porque mi intención fue que muriera; desde el momento en que se me ocurrió esa idea, ya no pude pensar en otra cosa.
ACUSACIÓN: ¿Fue eso lo que confesasteis al Cardenal Cisneros?
JUANA: Más o menos. No se lo dije con toda claridad, pero le di bastantes... indicios.
ACUSACIÓN: Si nadie tenía la menor idea de lo que habíais hecho, ¿por qué decidisteis contárselo?
JUANA: No es cierto que nadie tuviera idea. Hubo muchos que no se creyeron lo del partido de pelota y hablaron de veneno, aunque creo que no se referían a mi; mi esposo hizo muchos enemigos en muy poco tiempo. Pero Cisneros sí sospechaba y yo se lo dije en un momento de rabia; no podía soportar su actitud; él nunca me gustó porque siempre creí que ocultaba una gran ambición.
ACUSACIÓN: De acuerdo con eso, después de escucharos, él también se hacía culpable al encubriros.
JUANA: El Cardenal también cedía a la razón de Estado. Creo que utilizó mi confesión para chantajear a mi padre.
ACUSACIÓN: ¿En qué sentido?
JUANA: Mi padre podría gobernar en mi nombre si se me declaraba incapaz, pero seguramente, no habría podido hacerlo, si se demostraba mi... culpabilidad y era separada del trono.
ACUSACIÓN: ¿Por eso aceptó a Cisneros en el gobierno y por eso acató sus decisiones, a pesar de no estar de acuerdo con ellas?
JUANA. Supongo que sí.
ACUSACIÓN: ¿Qué fue lo que os dijo don Fernando en Tórtoles, para que aceptarais el encierro en Tordesillas?
JUANA: Me hizo jurar que guardaría silencio. Me dijo que si confesaba a cualquier persona que había intentado envenenar a mi marido, él me desmentiría, demostrando que estaba completamente loca y que me quitarían a mi hija.
ACUSACIÓN: ¿Por qué endureció vuestro encierro un año después?
JUANA: Yo había perdido las ganas de vivir y pensé que lo único que podía hacer era dejarme morir de hambre, así que me negué a comer y a dormir y a cambiarme de ropa. Pero si yo moría, como os he dicho, él no tendría ya ninguna excusa para seguir gobernando en mi nombre; al menos nadie se lo habría permitido, así que ordenó que me hicieran comer a la fuerza, aunque tuvieran que atarme. Eso me enfureció y le amenacé con contarlo todo. Entonces prohibió terminantemente que nadie hablara conmigo.


ACUSACIÓN: [Al Juez] Señoría, quisiera recalcar el hecho de que la autoinculpación de doña Juana, no exime a su padre de responsabilidad. Don Fernando ocultó la verdad en su propio beneficio. Creemos también, y por las mismas razones, que el Cardenal Cisneros también sería culpable por ocultar los hechos y aún más, por utilizarlos para chantajear a don Fernando.


DEFENSA: Señoría, sin contradecir en este punto a la Acusación, querríamos hacer constar igualmente, que el posible delito de doña Juana, pudiera ser objeto de varios atenuantes, entre ellos y fundamentalmente, el de defensa propia, puesto que ella creía que don Felipe quería deshacerse de ella y tal vez lo hubiera hecho de no caer enfermo. Recordad que había dicho a la Reina que acabaría con ella, antes que ella con él.


ACUSACIÓN: Señoría: no sabemos por qué la defensa insiste en hablar de posible delito, en nuestra opinión, la declaración de doña Juana es suficiente para inculparla.


DEFENSA: Nos basamos en el hecho que se desprende de esa misma declaración: que tal vez don Felipe hubiera muerto de todos modos.


JUEZ: Eso ya nunca lo sabremos. Doña Juana es su único testigo y ella misma ignora el alcance de su acción. De todos modos, no podemos perder de vista su intención. La intención de doña Juana, era la de acabar con la vida de su marido, y eso la inculpa moralmente. En definitiva, este es el único aspecto que podemos considerar en esta vista extra temporal, no lo olviden los abogados. Aclarado esto, ruego a ambos que, si han terminado de interrogar a la testigo, procedan a exponer sus conclusiones.



DEFENSA: Señoría, con la venia. [Al público] Señoras, Señores: Es posible, que doña Juana de Castilla sea culpable, es posible, repito. Pero para demostrarlo, debió ser juzgada legalmente, con asistencia de una defensa cualificada y demostrada su culpa sin dudas razonables; algo que no ocurrió.
Ahora bien, supongamos que ahora se demostrara su culpabilidad. En ese caso, ¿no habría que juzgar también a todos los que por una causa u otra la encubrieron? ¿No habría que juzgar también a todos los que, por una causa u otra la encerraron? Ninguno de ellos, señoras y señores, ninguno de sus parientes más cercanos, guardó silencio para protegerla, sino para protegerse a sí mismos de las consecuencias que se hubieran desprendido de tal declaración y casi siempre, para mantenerse en el poder. Tal es el caso de su padre, don Fernando, pero también el del Cardenal Cisneros y el del Almirante. En cuanto a don Carlos y don Felipe, como mínimo serían culpables moralmente, de no indagar sobre las causas del encierro de la reina. Y así, todas las personas que tuvieron relación diecta con ella, con una única probable excepción, la de los Capitanes de las Comunidades, a pesar de la profunda y mortal antipatía del Emperador hacia ellos.
Creemos pues, que si doña Juana es culpable –algo que no ha sido demostrado- lo son, si no de complicidad, al menos de encubrimiento, casi todos los que la rodearon, que como se dijo al principio, además eran sus familiares y además eran reyes.


En todo caso y, para terminar, destaquemos el hecho de que, ante la historia, doña Juana habría pagado cumplidamente la pena por su delito, ya que, de hecho sufrió lo que hoy llamaríamos Cadena Perpetua, pues estuvo encerrada hasta su muerte. Por lo tanto, creemos que ha quedado libre de todo cargo.


ACUSACIÓN: Nada que objetar a las conclusiones de la Defensa. Pero sí algo que añadir. Nosotros acusaríamos más que a nadie a Don Felipe I que, en definitiva fue quien originó, con sus traiciones y amenazas los hechos aquí declarados.

Y una pregunta, ¿Habría cambiado la Historia si doña Juana hubiera reinado? Señoras, Señores, es fácil y difícil a la vez discurrir por el terreno de lo que hubiera podido ser, pero el hecho es que las cosas fueron tal como las hemos expuesto. Al menos, somos conscientes de haberlos arrastrado al terreno de las dudas; a ustedes corresponde ahora intentar resolverlas.

JUEZ: Señoras, Señores. He meditado sobre las declaraciones que aquí se han oído. De acuerdo con ellas, mi decisión es que se archiven las actuaciones. La documentación empleada por la acusación y por la defensa para argumentar a favor o en contra de los testigos, debe volver a sus archivos de origen, donde permanecerán para siempre a disposición de todos ustedes. En ellos podrán consultarlos siempre que lo deseen y extraer sus propias conclusiones. El caso queda cerrado. [mazazo]

TELÓN
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