sábado, 7 de septiembre de 2013

QUEVEDO Y LOS VENGADORES DE LA LENGUA

Quevedo, Van der Hammen o Velázquez (Taller). 
Instituto Valencia de Don Juan, Madrid.

Francisco de Quevedo y Villegas escribió en 1626, el titulado Cuento de Cuentos en el que ironiza sobre el gran número de frases hechas, modismos y tópicos que se empleaban comúnmente en la conversación en su época.

En 1629, un tal Don Juan Alonso Laureles le dedicó un opúsculo titulado La Venganza de la Lengua, a pesar de que él mismo consideraba una temeridad guerrear sobre cuestión de palabras con el autor al que se proponía reprender.

Las críticas, o los comentarios jocosos de Quevedo, se refieren a expresiones que posiblemente él mismo usaba, por lo que no parece estar componiendo un verdadero ataque hacia esas frases, sino al exceso de su empleo, que empobrece la lengua, puesto que contribuye a ignorar o eludir términos que seguramente serían más apropiados y precisos. También criticaría, sin duda, el empleo de las mismas expresiones, cuando ni siquiera venían a propósito, sino que entraban como coletillas de relleno en el uso vulgar de un lenguaje, que, visto desde hoy, era en muchos aspectos, envidiable.

En todo caso, en lo que se refiere a la réplica que le dedica el Licenciado Laureles, da la sensación de que la crítica hecha por Quevedo, no fue sino una excusa para entrar en el asunto que verdaderamente le interesaba, es decir, la actitud burlona del autor hacia ciertos religiosos y religiosas; algo que sí constituiría una cuestión verdaderamente seria para el autor de la Venganza, pero que, en todo caso, no tenía relación con este Cuento de Cuentos que no pasaba de ser una broma sin transcendencia, si bien, es sabido que Quevedo era un hábil provocador.

Por otra parte, en el Cuento hay un gran porcentaje de expresiones que seguimos empleando hoy, lo que después de cuatro siglos parece darles cierto peso, aunque sigamos cometiendo el mismo pecado que entonces: su excesiva repetición:

De pe a pa
Erre que erre
En un santiamén
Zas!
Estar en un tris de…

Tras la presentación del tema que va a tratar, Quevedo crea un diálogo absurdo, concebido sólo para demostrar su tesis sobre el empleo de esas frases hechas y palabras comodín, en lugar de otras correctas, que las había; como siempre las hubo y como las sigue habiendo. 

Manos a la obra
quítame allá esas pajas
sin más ni más
como quien no quiere la cosa
a tontas y a locas
andar con pies de plomo
mequetrefe
a pie juntillas
eran uña y carne
a diestro y siniestro
el oro y el moro
estar en sus trece
pagar el pato
de hito en hito
no dar el brazo a torcer
de bóbilis bóbilis
la/el … de marras
hacer de tripas corazón
importar un bledo
ahí me las den todas
saber donde le aprieta a uno el zapato
como oro en paño
entre dos aguas
hacer carantoñas
no dar pie con bola
estar de capa caída
dejarse algo en el tintero
templar gaitas
hablar “ad Efesios” –de donde: adefesio.

En definitiva, Quevedo no se refiere a nadie en concreto y a todo el mundo en general, de una manera jocosa, mientras que, por su parte, el señor Laureles parece reflejar un amargo estado de ánimo. La pregunta sería, si la actitud del autor de la réplica, era generalizada, o sólo representaba a algún que otro rival literario que, realmente, intentaba vengarse. De hecho, en lo que respecta al lenguaje, Laureles se reduce, por una parte, a explicar el significado de los dichos de los que Quevedo hace reproche, como si este no lo conociera, en lo cual, es evidente que el Caballero Laureles se equivoca; por otra parte, con demasiada frecuencia insiste el vengador en las dificultades físicas de Quevedo, que esgrime a modo de insulto, lo que dice poco en favor de su persona y de la calidad de su ingenio.

Se ha adjudicado la autoría de la Venganza al mismísimo Avellaneda -el que le pisó a Cervantes la segunda parte del "Quijote"-, siendo a su vez, el dominico Fray Luis de Aliaga, el confesor de Felipe III, quien utilizaría el pseudónimo de Avellaneda, o al menos sería fautor, cómplice y protector del impalpable licenciado (Avellaneda)- como afirman Fernando Navarrete y Aureliano Fernández-Guerra. 

Asimismo, el literato Sr. Calabari y Pazos, afirmó categóricamente que el Fernández de Avellaneda no era otro que el escritor Fray Luis de Aliaga. Apoyose para su aseveración en la semblanza de estilo, expresiones o modismos aragoneses que se notan en el libro de referencia a los que se observan en la titulada Venganza de la Lengua española contra el autor de Cuento de cuentos, por D. Juan Alonso Laureles, caballero de hábito y peón de costumbres, aragonés liso y castellano revuelto, producción debida a la pluma de nuestro paisano Aliaga y dirigida a mortificar al insigne Quevedo. (Cita tomada de: A. Sánchez Portero).

El "Quijote" de Avellaneda. 1614

Dejamos para otro día y para otro contexto, el saber quién fue fray Luis Aliaga y, en su caso, las posibles causas de su inquina contra Cervantes y Quevedo; por el momento, basta recordar, que antes de ser confesor de Felipe III, lo fue del duque de Lerma, quien se lo recomendó al monarca; que fue Consejero Real e Inquisidor General; que contribuyó a la caída de su antiguo protector, y que tras la muerte de Felipe III fue cesado de su cargo y procesado él mismo por causas penales –se le acusó de favorecer el asesinato del Conde de Villamediana–, y por la Inquisición, aunque falleció en el exilio antes de que se sustanciara el proceso que inspiró a su vez unos versos del Conde de Villamediana en los que se refería a él como el Inquisidor inquirido y el Confesor confesado.

Ahora bien, a pesar de coincidencias lingüísticas, temporales y de cualquier tipo que sean, conviene siempre mantener como punto de partida, la idea de que una atribución, seguirá siéndolo en tanto no aparezcan pruebas irrefutables que la conviertan en certeza.

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Centrándonos sobre todo en las expresiones criticadas por Quevedo, que siguen en uso, transcribo el prólogo del Cuento de Cuentos -el Cuento en sí mismo es prescindible en esta ocasión- y, acto seguido, la Venganza del Caballero Laureles, al que recorto algunos fragmentos, farragosos o poco transcendentes para este caso, y añado, en ambas obras, algunos comentarios sobre el significado de ciertas expresiones ya perdidas. 

Imagen, Cervantes Virtual

CUENTO DE CUENTOS,

donde se leen juntas todas las vulgaridades rústicas, que aún duran en nuestra habla, barridas de la conversación. Francisco de Quevedo.
A Don Alonso Messía de Leyva.

La habla que llamamos Castellana, y Romance, tiene por Dueños todas las Naciones, los Árabes, los Hebreos, los Griegos. Los Romanos naturalizaron con la vitoria tantas voces en nuestro Idioma, que la sucede lo que a la capa del pobre, que son tántos los remiendos, que su principio se equivoca con ellos.

En el origen della han hablado algunos linajudos de vocablos, que desentierran los huesos a las voces; cosa más entretenida que demostrada; y dicen, que averiguan lo que inventan. También se ha hecho tesoro de la lengua Española, donde el papel es más que la razón; obra grande, y de erudición desaliñada. Ninguno ha escrito Gramática, y hablamos la costumbre, no la verdad, con solecismos, el alma decimos: y supuesto que el alma bueno, no se puede decir; el que es artículo masculino, ha de ser la, y pronunciar la alma.

No quiero nada, peca en lo de las dos negaciones, y debe decirse: Quiero nada.

Bien considerable es el entremetimiento desta palabra, mente, que se anda enfadando las cláusulas, y paseándose por las voces, eternamente, ricamente, gloriosamente, altamente, santamente, y esta porfía sin fin. ¿Hay necedad tan repetida de todos igualmente, Cosa, que algún Letor se me quiera escusar de no haberla dicho?

Malhablado llaman al que habla mal, habiéndole de llamar, mal hablador.

Mire lo que le digo, decimos todos, por óigame; pues no se parecen los ojos, y las orejas. Aqueste, por este; agora, por ahora: son infinitas las voces, que pudiendo escoger, usamos lo peor. ¿Hay cosa como veer a un graduado, con más barbas, que textos, decir enfurecido: Voto a Dios, que se lo dije de pe a pa? ¿Qué es pe a pa, Licenciado? Y para emendarlo, dice, que se está erre a erre todo el día. ¿Qué será, no dar a uno una sed de agua, que tan frecuente se oye en las quejas de los amigos, y de los criados? Y hacer bailar el agua delante, ¿es a propósito?

Encarece uno su verdad, y dice: Yo le dije dos por tres. Y decir dos por tres; ¿quién negará, que no es decir una cosa por otra? Había de decir: Yo le dije dos por dos.

¡Pues uno, que encareciendo su diligencia, dice, que vino en un santiamén!, deben de tener los santiamenes gran paso. ¿Y los que para encarecer su prudencia, dicen, que lo escogieron a mozo de candil? ¡Miren qué juicio tendrá un mozo de candil, para escoger!

Un enojado, que dice a otro, que le trae sobre el ojo, es, con perdón, llamarle nalgas. Que para decir que le atiende, lo propio era traer los ojos sobre él. Y el blasón tan presumido de tener sangre en el ojo, más denota almorranas, que honra. Y pierdo doblado, si lo juzgan los pujos; hablen cartas, y callen barbas, sin haber quien haya oído decir a las barbas, esta boca es mía, aun cuando las caldean, y las rapan; ¡qué de hombres se hacen mojigatos, y nadie sabe qué son estos gatos moji!

Verse, y desearse, no pasó de Narciso. (Me las veo y me las deseo). Poner pies en pared, (Estoy que me subo por las paredes) no sirve de nada, y yo lo he probado, viéndome en trabajos, ¡como oía decir: no hay sino poner pies en pared!, y sólo sirve de trepar, o dar de cogote. Andar la barba sobre el hombro, quien lo tuviere por buen consejo, lo pruebe, y andará hecho corderito de Agnus Dei.

Diome un remoquete, es dádiva de catarro. (Puñetazo en el rostro, o quizás, apodo. RAE, aunque, el juego de palabras, en este caso, hace relación al “moquete” provocado por el catarro).

Llevar la soga arrastrando, dicen que es la mayor desdicha. Yo he llevado arrastrando sogas, y hallo que es peor que la soga lleve arrastrando al hombre. Para decir, que uno es muy malo, dicen, que ni teme, ni debe, ¿puede ser mayor necedad? ¿Pues sólo es bueno el que ni teme, ni debe? Habían de decir: que ni teme, ni paga. Y esto pregúntenselo a los mercaderes, y a todos los que fían. No me lo harán creer cuantos aran, y cavan.

¡Considere vuesa merced, qué Letrados, o Teólogos, buscó, sino Gañanes! ¿Vuesa merced ha visto algún bazo cagado? Que yo no sé por dónde entran a proveerse en un bazo. ¿Hay cosa tan mortal como zas? Más han muerto de zas, que de otra enfermedad. No se cuenta pendencia, que no digan: y llega, y zas, pistas, y cayó luego. 

No es el mundo tan grande como tris. Todo está en un tris. Y no hay dos trises. Estaban en un tris. Estuvo toda la Ciudad en un tris. Todo el Reino estuvo en un tris. ¿Y espantaranse de que la Fénix sea una, siendo el tris uno siempre? ¿Y aquellos majaderos músicos, que se van cantando las tres ánades madre, que no cantarán las dos, si los queman, ni la cuarta?

Considere vuesa merced el buen talle destas voces, que se nos hacen reacias en la lengua, y no las podemos escupir: Zurriburri, a cada triquete, traque barraque, zis, zas, zipizape, a barrisco, irse a chitos, chichota, con sus once de oveja, trochimoche, y cochite hervite.

Es decir, que no tienen desvergüenza para deslizarse en una historia, y entremeterse en un Sermón; y están ya tan halladas, que pocas plumas las desdeñan.

Y para veer a cuál mendiguez está reducida la lengua Española: considere vuesa merced que si Dios, por su infinita misericordia no nos hubiera dado estas dos voces; ahora bien, nadie se pudiera ir, ni se despidiera de una conversación. Todos dicen: Ahora bien, ya es hora. Ahora bien, ya es tarde. Ahora bien, ya vuesas mercedes querrán cenar. Y hay hombre, que por no acordarse dellas, se detiene, hasta que enfada, y mata; y en topando con su ahora bien, se va.

Yo, por no andar rascando mi lenguaje todo el día, he querido espulgarle de una vez en esta jornada,  donde yo sólo no tengo que hacer. Y en este cuento he sacado a la vergüenza todo el asco de nuestra conversación; que si no tuviere donaire, ni mereciere alabanza no carece de estimación el trabajo, en recoger tan estraños desatinos. Ahora va este papel haciendo lugar a obra más de veras, en que trataré (ni sé si tan docto como desvergonzado) que ni sabemos deletrear nuestra cartilla, ni razonar con la pluma. En tanto vuesa merced, que hace buena acogida a mis borrones, se divierta, y tenga larga vida, con buena salud.

Monzón 17 de Marzo de 1626.
Don Francisco de Quevedo Villegas.

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VENGANZA DE LA LENGUA Española, contra el Autor del Cuento de Cuentos.

Por Don Juan Alonso Laureles, Caballero de Hábito, y peón de costumbre, Aragonés liso, y Castellano revuelto.

Temerario acometimiento promete el argumento de la obra; pues querer guerrear sobre cuestión de palabras con el Autor del Cuento de Cuentos, es despertar contra mí más enemigos, que ranas en Egipto: que a la defensa salgan atronando orejas, y lastimando juicios. Porque como este Autor es sin causa celebrado por momo de este siglo; (Momo: Hijo de Hipnos y Nix o Eris; siempre burlón, fue protector de escritores y poetas pero corregía con mucho sarcasmo a hombres y a dioses; Poseidón, Hefesto, Atenea, etc. por lo que fue expulsado del Olimpo.) sacrificio creerá haber hecho al Dios Apolo, el que saliere a defender sus yerros. Mas yo que no me espanto de dobles ojos, ni de pies pirriquios (Los ojos dobles, es evidente, se refiere a las famosas lentes que llevaba Quevedo y el pie métrico llamado pirriquio pasa aquí también a hacer referencia a su cojera, debida a una malformación), oso emprender no guerra, si disputa caritativa con él: porque me duele su tentada flaqueza, desatendada lengua, y papeles hechos a tiento de Pintor; (Tiento: Palo fino, pulido y rígido del que los pintores se sirven, apoyando la punta envuelta en tela suave, sobre el lienzo o, sencillamente en el borde del bastidor, para mejorar el pulso –tiento– de la mano que maneja el pincel).

Sofonisba Anguissola pintando con ayuda del tiento.

que todo es caña vacía, inútil, y engañoso arrimo. Lástima tengo de verle toda la vida andar de pie quebrado, y que con la experiencia ya mediana no mude pelo, y no mejore de ojos: para que dejando su condición burlona, nos diga algo con veras razonado, y no hablado solamente para provocar a risa al vulgo indocto, e indócil, que como le oye ensartar sinrazones con donaire, ríese de lo que él quiere que se ría, debiendo reírse de quien así lo dijo. (De nuevo, con la referencia al pié quebrado, evidentemente, Laureles no se refiere a la forma de versificar así llamada; la misma actitud malévola se mantiene al hablar de los ojos aludiendo a la miopía de Quevedo).

¿Qué mala estrella fue, la que influyó un humor tan mordicante en su decir?, ¿si le parió Canícula, o si las Cabritillas siete retozaron sobre él al punto infausto de su natividad, imprimiendo este impulso juguetón, con que brinca, retoza, y se menea: burlándose del mundo, hasta dar con su pluma en el infierno, sin temer de sacarla chamuscada por atrevida, en tratar tan de burlas cosas que son temidas tan de veras; no advirtiendo que hizo un infierno de burlas, y dio ocasión, a que las haga el infiel, si llegare a leer su infernal libro? Y aunque me puede responder, con el título, que son sueños, mas no satisfacerme, que aun para soñado, es mucho soñar tantas burlas en infierno, y esos sueños son de aquellos, que se deben castigar con pesar en la vigilia, y con vergüenza de haber soñado tan mal. (El Sueño del Infierno: el tercero de los Sueños, que Quevedo escribió en 1608. Publicado en 1627 en Sueños y Discursos, reeditado en 1631, muy expurgado, bajo el título de Las Zahúrdas de Plutón, dentro del conjunto de los célebres Juguetes de la niñez.)


Los Sueños, de Quevedo. Ediciones de 1627 y 1679

Créame amigo, que le amo mucho por unidad de regla, no se desvele para soñar tan mal, y pésele de lo que así ha soñado. Pero ya que dio en soñar, ¿por qué no prosiguía entreteniendo el mundo, y no meterse en cuentos, que en esto le cogerán por arte (como la sabe poca) y en aquello se podía salir, con que así lo ha soñado, como dice? No ha dado (Caballero carísimo) en este cuento buena cuenta de sí, mire, y lea. El habla pues, que llamamos Castellana, y Romance, no tiene por dueños a todas las naciones, ni a ninguna fuera de la Española; y si no diga si el Árabe, el Griego, o Romano sabe hablar nuestro idioma, o si el suyo es diferente del nuestro; porque como la diferencia sea respectiva, tan diferente lenguaje es el Griego del nuestro, como el nuestro del Griego. Ni el haber quedado algunos vocablos naturalizados de otras naciones, hace nuestra habla común: porque esos no se pronuncian con el accento estraño, ni con la terminación peregrina, sino con la Española, que los hace proprios. Pero ¿qué lenguaje, o idioma vulgar me dará que no tenga parentesco, y comunicación con otros muchos?, señálelo a la margen si lo sabe, que yo responderé con diligencia para instruir con claridad su ánimo.

Sin razón injuria al Autor del Tesoro de la lengua Española: porque, ni le sobra papel, ni le falta razón; la que puede haber en imposición, o institución de voces que es la corriente frasi, el uso entre los Doctos, el origen, y propiedad que tiene. ¿Qué más desea para la castidad, y pureza de un vocablo? ¿Que haya sido inventor instituyente su labio casto, y su boca siempre pura? ¡Ay pobre Caballero, y en qué ha dado! Cuando los insignes Latinos dudan de la elegancia de algún término, ¿no lo averiguan con buscarle en los primeros Maestros de la elocuencia Latina, y si en ellos se halla se da por bueno, sin mayor examen? Pues ¿qué pretende con decir, que no sabemos hablar, si hablamos como nuestros Maestros han hablado? ¿sabe que me parece desta su tentación?: Que después de haber dicho mal de todas las cosas, dice mal de la lengua, con que las dijo. (Quevedo no dice mal de la lengua, sino de la lengua mal empleada). Penitencia milagrosa, aunque infructuosa, por falta de su intención; pues no maldice su lengua: porque maldijo, sino por decir mal della. Y así la que pudiera ser pena, es culpa nueva en que ha caído. Dios le levante señor de Juan Abad, y no vuelva a caer, que temo esotro pie. (El autor insiste en la cojera de la que el mismo Quevedo se burlaba: «soy entre cojo y reverencias, un cojo de apuestas, si es cojo o no es cojo»).

Advertir solecismos Castellanos es curioso reparo, pero no justo en el alma: porque no es solecismo, sino hermosa figura del lenguaje. Aunque el, es artículo masculino puede, y debe juntarse con los nombres femininos, que comienzan por A, como el Alma, el Alba, el arpa, el agua: porque si pusiéramos con estos nombres el artículo feminino, que es, La, fuera dura la pronunciación por el encuentro de las dos vocales: y así para suavizar el lenguaje, se usa de esa figura, que es preciosa, y como tal estimada de todos los escritores Castellanos. Dejemos los prosistas ordinarios, no saquemos a plaza los Poetas, que según le veo determinado a este buen Caballero, hará burla de todos ellos juntos: propongamos sólo dos personas tan graves que no se les atreva. El Maestro Luis de León, que abrió camino para escribir en nuestra vulgar lengua cosas altas, y graves, con gravedad y alteza, número y proporción: el alma dice. El Maestro Juan Márquez, escribe el alma muchas veces.

Bien considerable es la corrección de los adverbios Castellanos, porque se terminan con la dición, mente: ¿no dije yo, que este Caballero habiendo dicho mal de todo el mundo, se enoja consigo mismo? Léase a sí en su Política (librito de veras pero pocas, que en este Autor son mayores sus sueños, que sus vigilias, y muchas más sus burlas, que sus veras) y dé en borrar esos adverbios, que dejará su libro iluminado. En la 3 hoja dice ásperamente, imperiosamente, últimamente: en la 25 porfiadamente: en la 26 solamente: en la 49 derechamente: en la 51 particularmente, personalmente: en la 64 elegantísimamente; consecutivamente: en la 69 fácilmente: en la 70 miserablemente. Y cierto que miserablemente condenó estos adverbios que los usan los mejores Maestros de la elocuencia Española, y hasta hoy no se saben otros. Pero ya que los adverbios hasta hoy conocidos le descontentan porque tienen mente, compónganos los suyos, que curiosos los espero: pues habiendo de ser todos sin mente, vendrán a ser adverbios mentecatos. (— Ahora yo te digo, Sancho —dijo don Quijote—, que eres un mentecato; y perdóname, y basta.)

Bien dicho está, mire lo que le digo, por óigame, que mirar no supone por sola acción de los ojos, sino por la atención del Alma, necesaria en toda acción vital de los sentidos: decir una cosa de pe a pa, es declarársela deletreándola, y desmenuzándole la dificultad. Para encarecer la verdad, mejor está dicho, aunque no quiera: yo se lo dije, dos por tres, que dos por dos; dos por dos no es decir nada, pues no declara cosa, y dos por tres significa que con la facilidad que se cuentan dos números inmediatos, cuales son esos, le dio a entender su verdad. Si se acordara nuestro Autor de las categorías del Filósofo, no le pareciera mal, decir, que vino en un santiamén, si fue buena diligencia: porque aunque los santiamenes no tienen paso grande, ni chico, como bien se burla, aunque sin para qué, tienen su duración, se consume tiempo, aunque breve; y por serlo está bien ponderado, el diligente caminar del otro: diciendo, que lo hizo en un santiamén, es lo mismo que en el tiempo que fuera menester para decirlo.

Enfademe cuando leí en este cuento a su Autor censurar al enfadado: porque dice, que trae al otro sobre ojo. Parécele que con perdón es llamarle nalgas, no le perdono tan sucio parecer como el vocablo, no vale la razón con que se ayuda diciendo que lo propio era decir, que trae los ojos sobre él: porque esto puede ser sin pena, y el primero dicho, manifiesta, que le da grande pena, en cuanto hace como si le llevara travesado en un ojo, que es valiente hipérbole. ¿Cuántos se habrán reído de leer cómo murmura del blasón de tener sangre en el ojo, diciendo, que denota almorranas, más que honra? ¡Oh impúdico Autor!, ¡oh escribiente cular!, dado me ha enojo, y no sin sangre de enojo, que el enojo hace saltar la sangre del corazón, donde el fervor comienza hasta la cara, y en los ojos se presenta mejor que en otra parte; así se difinió materialmente la ira, fervor sanguinis circa cor: que debiera considerar nuestro maldiciente de a caballo, para que no cayera de su asno con vergüenza.

¡Qué material, y terminista tiene la inteligencia, cuando afirma, que poner pies en pared sólo sirve de trepar, y dar de cogote!, ésta sí; que fue calabazada; pues no entendiendo el alma de ese dicho, sólo le supo asir por la materia y cuerpo: grave yerro, que con él hará burla mañana de todas las metáforas, sin mirar que de éstas, y otras semejantes usan, no sólo las humanas, pero aun las Divinas letras (como lo probaré, si no se enmienda con esta corrección) poner pies en pared, pues sólo denota firmeza, y tenacidad en la resolución. 

Mas no puedo escusar el señalar cómo este tempestuoso juicio, y borrascosa lengua, sin saber lo que hace en este Cuento hace burla, y llama asco al modo de hablar metafórico de la Escritura sagrada; pues entre los desatinos que él dice, que lo son, entra el dicho común del que empieza a enojarse, que se le va subiendo el humo a las narices, pues para que otra vez hable más con aviso: Lea a Isaías, en el capit. 20 últ. vers. 22, Quiescite ergo ab homine, cuius spiritus in naribus eius est. Que es decir: Guardaos de un hombre a quien se le ha subido el humo a las narices, y más claro en proprios términos. En el 2 de los Reyes, cap. 2, vers. 2 , Ascendit fumus de naribus eius: bien está, que es discreto, y esto bastará.

¿Qué malo le parece el ahora bien, para despedirse? Si es por ser continuo, y siempre repetido, mas lo es de Cicerón aquel su, vale, con que concluye todas sus Epístolas.  Menos mal es andar hecho corderito de Agnus Dei, con la barba sobre el hombro, que con ella caída sobre el pecho, buey puesto en la coyunda, y uncido al arado: y mucho me maravillo, no le parezca así el consejo bueno como el dicho; pues andar la barba sobre el hombro, no es otra cosa que mirar hacia tras, y todos lados, que viviendo tan llenos de enemigos, no lo tengo por malo, si ya no es, que fíe tan poco del gobierno de sus pies, que no pueda apartar dellos sus ojos. Aquello de no me lo harán creer cuantos aran, ni cavan, se fundó en la simplicidad de semejante gente, donde anda más desnuda la verdad, que la malicia suele hacer más sospechosa entre los más Letrados.

¿Qué general solemnidad se habrá hecho a aquella su pregunta, si se ha visto algún bazo cagado?, yo diría que sin haberlo visto lo está el suyo todo entero: porque este estilo de hablar tan cagativo, no puede ser efecto de otra cosa en su persona, sino de opilación de su cagado bazo, que despide humores tan biliosos, y fétidos por su boca, que él parece que caga, y ella culo. Que no ha de ser limpio en sus días, señor de Juan Abad, que mal parece en un tal cortesano.

No puedo disimular en este paso, aquel inmundo discurso (que todo parecía cámara) de las excelencias, y desgracias del culo, (Gracias y desgracias del ojo del culo. Dirigidas a Juana Montón de Carne, mujer gorda por arrobas. Escribiolos Juan Lamas, el del camisón cagado. Francisco de Quevedo,  1620-1626) que comunicó en papeles a los del mundo sin temor de ser condenado como merecía a llevar el culo a ojo; digna retribución de su trabajo. Aunque no puedo dejar de estimar el recato con que le ha detenido entre borrones, sin darlo a la impresión, que no le tuvo cuando imprimió aquel simple gaticidio, discurso femenil, pueril asumpto, que han de vengar los gatos mismos aun después de muertos, impelidos de alguna mano sabia. ¿Fue esa obra hecha en vigilia, o sueño? Y por no ser prolijo dejo otros proverbios que pudiera escusar más fácilmente. No quiero calificar otros vocablos que trae en este cuento, como son zurriburri, y triquetraque, con los demás deste color: porque no son voces de que use Escritor grave alguno, ni Predicador advertido; son vocablos bodegoniles los más dellos; otros corrientes sólo en arrabales; otros escarramanes (Escarramán, personaje rufianesco creado por Quevedo); otros viciosos; y al fin todos tales que ninguna pluma honesta, y discreta hizo borrón con ellos. 

No se intitule cruel consigo mismo, menos docto que desvergonzado, para la obra más de veras que previene: porque con ese título anticipado, ha puesto en armas mucha gente docta, que a poca costa le pondrán en retiro tanto orgullo, la pluma en cárcel, y la persona en cuerda: y si los más vecinos no se atreven porque le temen, yo porque le amo, no le temo, y aunque distante, y lejos me compadezco del absurdo en que ha dado en este Cuento de componerle personas tales, que no debiera sacar a plaza, cuando saca el asco, según dice, de nuestra conversación a la vergüenza: téngala grande amigo, de haber hecho interlocutores destos desatinos, a una Abadesa, a un Vicario, y a un Guardián. ¿Parece que son estados éstos para con ellos entretener al vulgo malicioso? ofende gravemente el estado Religioso, la santa honestidad que profesan las Religiosas. Y da motivo al precipitado Pueblo seglar, a que imagine, que aquellos devaneos, libertades, y vanidades que pinta son comunes, y  que con aprobación se hacen, pues con licencia se imprimen. Grave es el daño que hace con perder el respecto en sus escritos al estado Eclesiástico, y Religioso, pues haciendo donaire viene a quedar en la común estimación del mundo, el Clérigo, y el Fraile, y aun la Monja, que es más de lastimar, porque es mujer, tenidos en poco, respetados menos, hechos burla común, risa ordinaria, jocoso rato, y entremés cuotidiano de los seglares, que estudiando arte para ser agudos, la aprenden de su lengua, recitando sus dichos y donaires. 

Doy este aviso, porque no querría, ni Dios permita tal, que estos principios sirviesen en España para los fines lastimosos, que sirvieron en Francia, que se precipitó de paso en paso en una extrema miseria de herejía, de un principio casi ridiculoso (porque reírse del estado Eclesiástico, amargo llanto promete) Rey era Francisco primero, cuando un hombre de bajo quilate, de menguada suerte: así en los bienes de la naturaleza, como de la fortuna, llamado Francisco Rabelés, amaneció para hacer noche del todo la  poca luz de la Fe: era éste de ingenio picante, prompto, despeñado, inclinado a mal, y de lengua maldiciente, licenciosa, y donairosa, que así se llama ahora la mala lengua: había pasado los primeros tercios de su vida, por bodegones, y casas de vicio, entre charlatanes, y chocarreros, gente de mucha alma, y poca conciencia, pues viven como si no tuvieran a ésta que los reprehenda, y como si tuvieran de aquélla, para guardar, y perder. Recogió menos curioso que libre, con deseo de hacer famoso su nombre, y célebre su ingenio, un montón de cuentos, novelas, y donaires, y ordenándolos a su modo, imprimió un libro concertado de desconciertos, en que fisga, y hace baldón, y burla de los Clérigos, y Religiosos, y de la honestidad de las Monjas; a la traza que entre los Italianos el Bocacio, aunque más humilde de estilo, más altivo, y atrevido: los libros pues deste Rabelés, con otros, dispusieron los ánimos para que se introdujera la común herejía, originada deste principio, al parecer liviano que no lo es.

No pudiera quietarme del escrúpulo, si con mi lene espíritu, y amoroso no le advirtiera de esta ignorancia, que no creo haya podido ser en él malicia, no se me enoje, ni se me irrite para sacar respuesta crimimosa contra esta caridad, que yo le hago que no me debe poco si lo mira, y lo verá cuando ya esté sin ojos: advierta, que soy mejor para amigo, que todo el mundo; pues cuando todo él le lisonjea, y desvanece, yo le prevengo de que así le engaña. 

Y no me toque los estados santos, cuando compone de chacota, y burla, que no le faltan a la Corte pícaros, ni al mundo secular dos mil bellacos: deje estar a la Monja en su clausura, que no hace poco de vivir en ella, al Fraile en su celda, y al Clérigo en su coro: imite al cisne Lope, que en sus versos jamás ofende semejante estado; humanamente trata de lo humano, y divinamente de lo divino, no se haga singular: mire que es Religioso, y debe ser sacro lego; pero no sacrílego. Perdóneme le ruego la tardanza del aviso, que tanto he tardado en ver su Cuento, como de dar en la cuenta de que debía avisarle: no desee curioso saber quién soy, que no sé si me hallará, encomiéndeme a Dios, que me le guarde señor de Juan Abad, seamos amigos, y si no mano a la pluma, que sin dorar palabras Dios me dará razones de defensa, si ofender me quisiere: no lo haga, así el Señor lo libre del pie de la soberbia, porque no le trabuque vanamente.

FIN.
Año M.DC.XXIX.

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