miércoles, 22 de octubre de 2014

La “Conjura” de Andalucía contra Felipe IV


Andalucía, 1641. Una crisis de todo, ya evidenciada el año anterior, constituye el momento más crítico del crítico reinado de Felipe IV durante el cual, este caso se produce junto a otros movimientos similares, al menos en su origen, en Aragón, Cataluña y Portugal. Protagonistas: el IX Duque de Medina Sidonia y el VI marqués de Ayamonte.

¿Conjura nobiliaria? ¿Tentativa secesionista o independentista? ¿hasta qué punto participó el pueblo en el supuesto intento de sublevar Andalucía contra el rey para instaurar en ella una monarquía en la persona del citado Duque? -Esto no es creíble-. Los planes de ambos nobles quedaron al descubierto por delación, y fueron abortados. Sin embargo, todo el asunto está envuelto en sombras de duda. 

Gaspar Pérez de Guzmán y Sandoval, IX Duque de Medina Sidonia toma posesión de una ciudad del Algarbe. Anónimo. 
Palacio de Medina Sidonia, Sanlúcar de Barrameda.

Gaspar Pérez de Guzmán y Gómez de Sandoval y Rojas, IX Duque de Medina Sidonia, era entonces el jefe de la casa de Medina-Sidonia, depositaria de uno de los Ducados más antiguos de la Corona de Castilla, con enormes señoríos en Sevilla y parte de Granada, y poseedor, además, de la mayor fortuna de Andalucía y una de las mayores del Reino, que eran pocas, pero inmensas; en esto enraizaba buena parte del gravísimo problema de la Hacienda Real.

A la muerte de su padre en 1636, don Gaspar, que tenía 33 años y estaba casado con su tía doña Ana de Guzmán, heredó el Ducado de Medina Sidonia y el título y funciones de Capitán General de la Mar Océana y Costas de Andalucía, –que procedía, como se sabe, de haber mandado el VII Duque la armada que iba a invadir Inglaterra, con su conocido fracaso –en el que estuvieron implicados, además, Felipe II y su sobrino Alejandro Farnesio–, pero del que más tarde fueron responsabilizados los elementos atmosféricos– y, en parte, el propio Duque, aunque, hasta el mismo momento de embarcarse, no había tenido nada que ver con los reales proyectos sobre Inglaterra.

El nuevo Duque, que hasta entonces había vivido en Madrid, envuelto en lujo, derroche y poder de casta, heredaba el mando sobre un territorio que se extendía desde la desembocadura del Guadiana hasta el estrecho de Gibraltar, así como una fortuna ya mermada, en parte, por él mismo; en parte por el millonario agasajo con el que se empeñó su padre –obligatoriamente– para festejar a Felipe IV, cuando este quiso hacer patria visitando Andalucía en 1624 y se detuvo en el famoso Coto de Doñana, y, en fin, por muchos más, grandes y numerosos préstamos pendientes de devolución y avalados por hipotecas igualmente onerosas.

Por otra parte, en virtud de su alta consideración social –si es que se puede emplear este término en la época–, doña Luisa de Guzmán, la hermana del nuevo Duque, había contraído matrimonio con el portugués Duque de Bragança, después, Juan IV de Portugal –protagonista colateral del drama–, en 1632.

Rainha D. Luísa, de José de Avelar Rebelo. Museo Nacional de Carruajes. Lisboa.
El Duque de Bragança, Juan IV de Portugal.

En cuanto al VI Marqués de Ayamonte, Francisco Manuel Silvestre de Guzmán y Zúñiga, procedía de una rama menor de la propia Casa de Medina–Sidonia. Sabemos que su fortuna, algo menor que la de la casa principal, se hallaba igualmente hipotecada a causa de los grandes gastos personales del Marqués, hasta el punto de que en 1636, el propio Consejo de Castilla, hubo de hacerse cargo de su administración.

El Marqués de Ayamonte. ¿Antonio Pacheco? Col. Familiar del Marquesado.

Tanto el de Medina como el de Ayamonte; cosas de territorio, nobleza, proximidad y bodas calculadas; eran Guzmanes y estaban, por tanto, emparentados con don Gaspar de Guzmán, el Conde–Duque de Olivares.

La aventura de Andalucía, está igualmente emparentada con la de Portugal, que se produjo en 1640, siendo descubierta y evitada la primera, en el verano del año siguiente. Al parecer –habida cuenta de que esta cuestión acumula un número de ilimitado de sospechas y medias verdades–, el Duque de Ayamonte avisó a Juan IV de Bragança, de que Felipe IV, o más bien Olivares, se disponía a recuperar el reino vecino, a lo que el portugués respondería, enviando ayuda, muy menguada, dada su propia situación, a los rebeldes andaluces.

La Corona, representada por Olivares necesitaba encontrar traidores a quienes achacar la absoluta decadencia, del reino, no menos que para incautarse de sus bienes e intentar contener la ruina moral y económica, al menos, temporalmente.

Por otra parte, cuando en Portugal empezó la rebelión, en agosto de 1637, su pacificación fue encomendada precisamente a Medina Sidonia y Ayamonte, bajo las órdenes de Margarita de Saboya, Virreina de Portugal desde 1635 –hija de Carlos Manuel de Saboya y de Catalina Micaela, la hija de Felipe II, casada con Francisco IV Gonzaga–.

Margarita de Saboya. Duquesa de Mantua y Monferrato. Frans Pourbus El Joven, 1608. Hermitage.

El cargo de Margarita ya había nacido forzado por la intervención de Diego Soares, del Consejo de Portugal en la Corte de Madrid, amigo de Olivares y pariente del secretario de Estado Miguel de Vasconcelos, que murió asesinado al principio de la rebelión. Impotente ante el pueblo amotinado en Lisboa, a la Virreina, despojada de toda autoridad, se le facilitaron los medios para abandonar el reino. Acto seguido fue coronado en Évora, como Juan IV, el Duque de Bragança, con su esposa, doña Luisa de Guzmán.

Juan IV fue compositor y un gran mecenas. Reunió una de las bibliotecas más completas del mundo, que, desgraciadamente, se perdió en el terremoto de Lisboa de 1755. Murió el 6 de noviembre de 1656 en Lisboa. Durante su reinado, el imperio portugués alcanzó su máxima extensión.

En diciembre del mismo año, Olivares y el rey se proponían recuperar el reino vecino, a cuyo efecto, ordenaron a Medina Sidonia que reuniera un ejército de 10.000 hombres, tarea que aquel emprendió con poco interés y muchas carencias y reclamaciones: …en este ejército faltan diversas cosas para formarse que se han de proveer de Madrid -escribió-, lo que hizo deducir en la Corte, que un traidor estaba tratando de proteger a otro, que además era su cuñado, y que seguramente estaba pensando en hacer en Andalucía lo mismo que el de Bragança en Portugal, a cuyo efecto, contaban con el apoyo de Francia y Holanda.

En tales circunstancias –verano de 1641–, Antonio de Isasi, enviado desde la Corte, descubrió una carta escrita por el de Ayamonte al de Medina en la que se describía la conspiración con tal exactitud que no dejaba lugar a dudas, aunque de haber existido estas, hubieran sido anuladas por las declaraciones de fray Nicolás de Velasco, fray Luis de las Llagas y Francisco Sánchez Márquez, Contador Mayor, que estando preso en Portugal, oyó una conversación entre fray Nicolás –espía–, y un albañil, según la cual, el de Bragança se aprestaba a invadir Cádiz.

Con aquellas pruebas, Medina–Sidonia y Ayamonte, fueron llamados a la Corte, a la vez que don Luis de Haro era enviado a Andalucía para investigar in situ y arrestar al de Medina que, al parecer se hacía el enfermo, pero que, al saber que Haro iba a arrestarlo, decidió no esperar más y salió hacia Madrid, adelantándose a la acción del ministro. 

En el Archivo Histórico Nacional se conserva una carta anónima, de la que también se desconoce el destinatario, según la cual, los tres delatores recibieron grandes recompensas en dinero, cargos de cierta importancia y Hábitos de Órdenes Militares.

Una vez en la corte, decidió el de Medina confiarse a Olivares, contándoselo todo, aunque hizo recaer toda la responsabilidad sobre el de Ayamonte, ratificándolo posteriormente ante el Notario Mayor. En consecuencia, el Marqués de Ayamonte fue arrestado en los reales Alcázares de Sevilla, para ser conducido posteriormente a Illescas, Santorcaz y Pinto, donde fue sucesivamente interrogado, siendo encerrado, finalmente, en el Alcázar de Segovia, más fuerte y seguro. Admitió su parte de responsabilidad, pero culpó al Duque, a quien según su declaración, él mismo frenó en sus aspiraciones. 

El proceso se prolongó mucho tiempo y, durante su prisión, el Duque mandaba dinero al Marqués para su mantenimiento. 

Había oído al Duque –declaró el Marqués de Ayamonte-, y a Luis del Castillo que si le quitaban al Duque Gibraltar metería otra vez a los moros en Castilla y que su ánimo fue de que Andalucía se conservase sin dueño para restituirla a Su Majestad o al Príncipe nuestro Señor cuando cesasen los tributos o hubiese oportunidad para ello... y que el motivo que tuvo este declarante fue el ver que estaban perjudicadas las provincias y que amenazaban riesgo de perderse las demás y acabarse esta Monarquía.

…entiende que toda su confianza la hacía en el descontento universal con que todos se hayan y en parecerle que tenía muchas personas y en particular capitanes y soldados obligados, y que todos le acudirían deseando la libertad y verse libre de tributos...y que la aclamación que se había de usar era: Viva el Rey y muera el mal gobierno, porque su ánimo no era maquinar contra la persona ni corona de Su Majestad, sino procurar el descanso de la Andalucía y que la causa de no haberse ejecutado lo que estaba tratado fue la porfía de los cabos de la armada insistiendo en que habían de tener el puerto de Sanlúcar o por lo menos intentar a Cádiz...y este declarante lo resistía por no tener la guerra en Casa, y que porque al tiempo que se pretendía el alivio de la Andalucía, no parecía conveniente exponerla a los trabajos y miserias de la guerra… y por parecer que si los franceses y portugueses metieran el pie en tierra podrían apoderar de todo y que no estaría en su mano deshacerse de ellos cuando quisiese, que también querrían correr y saquear la tierra lo cual era contrario a su designio y podrían intentar a Sevilla y hacer otros daños.

Pero el Fiscal debió oír otra declaración que no coincide con la que reflejó el escribiente, y escribió:

El intento de dicho Marques era que las armadas de Francia, Holanda y de Portugal viniesen como en efecto vinieron a tratar de quemar la de España que estaba en la Bahía de Cádiz, y que luego se apoderasen de dicha ciudad, de la de Sevilla, y de toda la Andalucía reduciéndola a República Libre… quitar los tributos… restituir el brazo de la nobleza…

Cometió delito de Lesa majestad en su intento de hacer República libre de Andalucía para sublevarla de los muchos tributos y cargas que tenía y otras cosas semejantes.

Por tanto a Vuestra Alteza pido y suplico mande condenar y condene a dicho Marques de Ayamonte en las mayores y más graves penas corporales y pecuniarias en que conforme a derecho y a las leyes del Reino ha incurrido ejecutándole en su persona y bienes, para que a él sea castigo y a otros ejemplo.

Manuscrito Nº.722 de la Biblioteca Nacional.

El de Ayamonte, a pesar de que el fiscal no había podido probar el cuerpo del delito fue condenado a pena de muerte y confiscación. 

Durante cierto tiempo, escuchado el dictamen de uno de los jueces de la causa, se consideró la conmutación de la pena de muerte por prisión perpetua y, parece que el rey estaba dispuesto a concederla, pero cuando don Luis de Haro, descubrió una nueva conspiración, esta vez, por parte del Duque de Híjar, en Aragón, se decidió aplicar la pena de inmediato, para no sentar un precedente de inoportuna clemencia. 

El Duque de Ayamonte fue ejecutado en el Alcázar de Segovia el 12 de diciembre de 1648. Aunque, en última instancia solicitó ser absuelto, como lo había sido el Duque, acusado de los mismos delitos, no fue escuchado. Tenía 42 años.

Siendo, al parecer, muy religioso, aceptó su negra suerte y declaró: Acepto y olvido que en nombre del Rey me fue prometida la vida a cambio de mi confesión. Esta la ofrezco a mi Dios y Creador.

Ruinas del Palacio del Marqués de Ayamonte

El de Medina–Sidonia, tras humillarse pidiendo clemencia mientras besaba los zapatos del monarca, para mejor probar su inocencia, tuvo la brillante idea de intentar demostrar su animadversión hacia el de Bragança, su cuñado, retándolo a un duelo singular, a cuyo efecto le citó cerca de Valencia de Alcántara, a donde se desplazó y donde le esperó, durante más de dos meses y medio, lógicamente, sin que el nuevo monarca tuviera la más lejana idea de comparecer.

El Duque arrepentido de lo que había intentado se postró ante S.M. el día 21 de septiembre de 1641 con sollozos demostraciones de gran sentimiento, y besándole sus reales manos le pidió perdón y entregó confesando su adhesión de la Casa de Braganza y el proyecto de sublevar las Andalucías no por titularse Rey de ellas sino por libertarlas de sus muchos y tributos, apartar a S.M. del Conde Duque de Olivares y restablecer las Cortes y fueros de la Nobleza. –Archivo Medina-Sidonia-.

Se le perdonó la vida mediante el pago de 200.000 ducados de donativo, que tanto necesitaba el rey, pero fue desterrado de sus dominios y despojado de todos los cargos, que pasaron al Duque de Medinaceli, prohibiéndosele asimismo, la entrada en la corte, orden de la que hizo caso omiso, por lo que se ganó la prisión en el Castillo de Coca.

Dado que la supuesta conspiración, revuelta, o traición contra el Rey, fue descubierta antes de que se pudiera poner en ejecución, no se conocen con exactitud y seguridad los planes de los inculpados, ni si estaban solos u otros los apoyaban, ni hasta qué punto, el pueblo conocía o no, y apoyaba o no la acción, que, en todo caso, puede considerarse como una frustrada revuelta o proyecto frustrado de revuelta nobiliaria. 

En medio de la decadencia general, con las derrotas acumuladas entre la Península y los Países Bajos, junto con la ruina de la Hacienda, más un Conde–Duque que dirigía la voluntad de un rey que se dejaba hacer, pero que intentaba instaurar una orden más equitativo en las aportaciones de la nobleza a la Corona, el que más y el que menos, se sintió atacado en sus derechos y privilegios; entre la nobleza, claro está, no entre el pueblo, que no tenía nada de lo que ser despojado, excepto de la vida.

Podría ser cierto asimismo, que Olivares, convirtió un grano de arena en una pirámide; él no era excesivamente codicioso, pero sí era déspota y vengativo con todo aquel que no estuviera de su parte. Parece que algunas de las medidas que intentó para regenerar el reino, podían haber funcionado, pero no dice mucho sobre la grandeza de su espíritu, el hecho de que se dedicara a espiar a sus posibles enemigos, por agujeros practicados en las paredes.

En todo caso, lo que sorprende más en todo este asunto, es el hecho de que nadie responsabilizó nunca al rey de nada, cuando en realidad, debería ser al contrario, empezando por el hecho de permitir el desmedido poder de Olivares, a quien entregó todo el mando, las obligaciones y las responsabilidades. Finalmente, el Duque pagaría por haber hecho el trabajo limpio y sucio del rey, mientras este se entretenía en otras cosas, por ejemplo, en tener decenas de hijos naturales.

En realidad, en el archivo de la Casa de Medina Sidonia, donde se conservan numerosas cartas de Felipe IV y sus secretarios, durante 1640 y 41, no aparece la menor mención al suceso o su sospecha. La historia presenta otros casos en los que las conjuras son montadas por el que las va a reprimir, a base de delaciones y confesiones forzadas mediante premios o amenazas. La realidad, en este caso, es que en Andalucía no pasó nada, excepto un proyecto de rebelión contra el exceso de impuestos, cuya suma se esfumaba tan rápidamente, que no se veían los frutos, pero como hemos dicho al principio, hacían falta traidores y dinero para explicar la situación que nadie había sido capaz de sanear, y esto podía ser relativamente fácil de fabricar con un rey como Felipe IV y un reino que se debatía en el caos de guerras interminables, que unidas a la desastrosa administración, ya muy anterior a su reinado, habían devorado la mayor parte de los recursos del reino.

El encadenamiento de guerras: de los Treinta Años, de los Países Bajos –Ochenta Años–, Inglaterra y Francia en el exterior, junto con las rebeliones de Cataluña, Aragón, Portugal y Andalucía, ya no dejaban margen de acción a Felipe IV, que a los cuarenta años decía sentirse viejo y de poco provecho.

Todas sus acciones y ocupaciones son siempre las mismas y marcha con paso tan igual que, día por día, sabe lo que hará toda su vida. Así, las semanas, los meses y los años y todas las partes del día no traen cambio alguno a su régimen de vida, ni le hacen ver nada nuevo; pues al levantarse, según el día que es, sabe qué asuntos tratar y qué placeres gustar. Tiene sus horas para la audiencia extranjera y del país, y para firmar cuanto concierne al despacho de sus asuntos y al empleo de su dinero, para oír misa y para tomar sus comidas, y me han asegurado que, ocurra lo que ocurra, permanece fijo en este modo de obrar. Usa de tanta gravedad, que anda y se conduce con el aire de una estatua animada. Los que se le acercan aseguran que, cuando le han hablado, no le han visto jamás cambiar de asiento o de postura; que los recibía, los escuchaba y les respondía con el mismo semblante, no habiendo en su cuerpo nada movible salvo los labios y la lengua.
Antoine de Brunel. Viajero francés, en 1655.

Felipe IV a los 52 años. Velázquez, 1657. 69 x 56. Museo del Prado

Era Felipe IV amante del arte y a él debemos las creaciones de Velázquez –quien precisamente le fue presentado por Olivares–, además de una inmensa colección de pintura, de la que gran parte constituye la base de los fondos del Museo del Prado. Sin embargo, de la mayor parte de la información que se conserva sobre él, se deduce que, sobre toda ocupación, prefería la caza, los toros y las mujeres. 

Reinó durante cuarenta y cuatro años y medio, pero con su hijo y heredero Carlos II, único legítimo que le sobrevivió, se agotó la dinastía Habsburgo, o Casa de Austria, en España.

Olivares, que era un gran teórico de la necesaria regeneración, quizás no reflexionó sobre el hecho de que las cabezas cortadas no regeneran nada, sino más bien al contrario. Sin que pasara mucho tiempo, fue la suya la que cayó, aunque en sentido figurado, pero de forma terriblemente dramática, ya que el cambio producido en la actitud del monarca con respecto a él, fue radical y, hasta diríamos que carente de las buenas formas que solía mostrar el Rey Planeta. El Valido quedó de tal forma consternado ante aquella transformación, que, al principio, no tuvo capacidad para reaccionar, y después ya no pudo.

Todo el malestar provocado por la ignorancia del rey, que él mismo había mantenido día a día con grandes esfuerzos, cayó sobre su cabeza. Su vano proyecto de racionalizar y unificar la legislación y repartir las cargas fiscales de forma más equitativa, llevó a Olivares al desastre. Después de sufrir graves e inesperados desaires por parte del rey, el día 23 de enero de 1643 recibió la orden de destierro.

El Conde Duque se refugió en Loeches, un lugar que a sus detractores les pareció todavía demasiado próximo a la Corte, por lo que tuvo de retirarse a Toro, en Zamora, sumido en una profunda depresión, mientras la Inquisición iniciaba una proceso contra él en 1644, que no llegó a sustanciarse porque murió antes de ser preso.

El Conde Duque de Olivares. Velázquez. Hermitage.

Tuvo Olivares enemigos implacables en los que encendió un odio mortal a causa de aquella actitud despótica que desligaba sus determinaciones de la razón, aunque, en ocasiones la tuviera.

  …Como siempre el Conde-Duque, y yo –escribió Quevedo–, anduvimos en acecho cada uno de las acciones del otro, él para dar castigo a las mías, y yo para repetir reprensiones á las suyas; no dejé de anticipar los renglones á su caída, esperándola siempre.

No puedo, ni quiero negar lo mucho que he escrito contra este Señor; pero tampoco se me podrá contradecir lo mas que se ha vengando de mi persona. Yo declamaba porque obrase bien; y el me encerraba porque no lo predicase. Aquello era digno de agradecimiento en otro ánimo, y esto capaz, de acobardar a otro espíritu.

Siempre triunfé, porque nunca me rendí. Hoy salía de una prisión, y mañana reprendía en mis escritos una acción de quien por igual causa me había enviado a ella, y podía remitirme a otra más rigurosa por esta osadía nueva, que en realidad era caridad; porque guiar a un ciego, o advertirle el peligro para que no dé en él, jamás dejó de ser acción muy cristiana.

La privanza del Conde-Duque de Olivares, que se había continuado por veinte y dos años; tenía sus raíces tan profundas y firmes en el corazón del Rey Don Felipe IV, que la juzgaron todos como un fuerte y antiguo Roble.

Fomentaba este concepto el natural amor (o fuese inclinación forzada) que desde su mocedad tuvo el Rey al Conde-Duque, y el exquisito modo con que este se manejó, para sosegar en su altura sin sospecha desconfiada, y permanecer en aquel lugar sin sustos anticipados y no sabiendo discernir con propiedad si esta inclinación del Rey era amor o reverencia, afecto o veneración; porque el efecto que mostraba en todos los accidentes, inducía un amor singular, y un cierto temor de no hacer cosa alguna, que no fuese totalmente ajustada al gusto del Conde-Duque.

Los primeros y generales motivos de esta caída han sido los infelices sucesos de esta Monarquía debajo de su gobierno; de los cuales se atribuía la ocasión no al entendimiento del Conde-Duque, que parecía destinado a la dirección del Imperio de todo el mundo; sino a su malicia y ambición; tan grande, que tenía eficacia para perder no uno, sino mil mundos, si estuvieran sujetos a su desdichada autoridad, dolor sin duda notable.

Fue la ambición del Conde-Duque causa principal de que el Rey perdiese en Oriente los reinos de Ormuz, Hora, y Fernambuco, y todos los que están en aquella amplísima costa , además del Brasil, las Islas Terceras, el reino de Portugal, el Principado de Rosellón; todo el Ducado de Borgoña, fuera de Dolo, Tiranizan, y Estil, Arras de Flandes; muchas plazas en el Ducado de Lucemburg, y Brusvik en la Alsacia; y poco menos de haber extraído los reinos de Nápoles y Sicilia, y el Ducado de Milán, con la pérdida del de Mantua. 

El de haber perdido más de doscientos y ochenta navíos en el mar Océano, y en el Mediterráneo. El haber sacado de las entrañas de la tierra, y del corazón de los vasallos con nuevos derechos y donativos por él impuestos, como son la media anata; el papel sellado, alcabalas, y otras cosas innumerables: ciento y diez y seis millones de doblones de oro; parte de los cuales se gastaron inútilmente en ejércitos deshechos, y en armadas perdidas y parte se distribuyó entre Virreyes, Gobernadores, Capitanes Generales, y otros Ministros, todos hechuras suyas, ya por sangre, o ya por servil dependencia, y parte que entró en el tesoro del Conde-Duque, y bolsillos de sus criados para fines incontinentes.

Todas estas cosas juntas, han hecho desear á todos ver de una vez redificarse con su ruina el resarcimiento de tantos años; con su caída el levantamiento de la Monarquía; y con su descrédito la estimación del Rey.

Quevedo. Probable copia de un original de Velázquez, realizada por Van der Hamen. Instituto Valencia de Don Juan. Madrid.

La primera entre las causas segundas –añadía Quevedo-, fue la Reyna Doña Isabel de Borbon la qual desde el principio ha sido tan desestimada del Conde-Duque, y de la Condesa, su muger, Camarera mayor suya, y tenida en tanta sujecion, que solo en la presencia era Reyna, experimentando en todo lo demas las desdichas de una miserable esclava.

Inspiró esta heroína de fama inmortal en la mente del Rey su marido la tiranía del Conde-Duque; haciendole presente al mismo tiempo la maldad que encerraba la proposicion que la habia hecho muchas veces, y era: Que las Monjas se habían de estimar solo para rezar, y las mugeres propias únicamente, para parir.

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2 comentarios:

  1. clara !guay! soy tu mayor forofa,!!!!!VALE¡!!!!!!!! chiqui, no perdona soy,CHIQUI

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    1. Bieeeeen! Cómo me alegra que te guste. Aquí tienes mucho para leer, que me consta tu afición. Gracias, forofa. No, perdona, FOROFA!

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