Autorretrato, c. 1512. Sanguina/Papel, 33,3 x 21,3 cm. Biblioteca Reale, Turin
Los cielos suelen derramar sus más ricos dones sobre los seres humanos -muchas veces naturalmente, y acaso sobrenaturalmente-, pero, con pródiga abundancia, suelen otorgar a un solo individuo belleza, gracia e ingenio, de suerte que, haga lo que haga, toda acción suya es tan divina, que deja atrás a las de los demás hombres, lo cual demuestra claramente que obra por un don de Dios y no por adquisición de arte humano. Los hombres vieron esto en Leonardo da Vinci, cuya belleza física no puede celebrarse bastante, cuyos movimientos tenían gracia infinita y cuyas facultades eran tan extraordinarias que podía resolver cualquier problema difícil que su ánimo se planteara. Poseía gran fuerza personal, combinada con la destreza, y un espíritu y valor invariablemente regios y magnánimos. Y la fama de su nombre se propagó a tal punto, que no sólo fue celebrado en su tiempo, sino que su gloria aumentó considerablemente después de su muerte.
Le vite de’ piú eccellenti pittori, scultori ed architetti. Giorgio Vasari
La casa de la infancia de Leonardo en Anchiano.
Leonardo da Vinci es uno de los más grandes genios del Renacimiento, como artista, inventor y científico.
Nació en 1452 en Vinci; hijo ilegítimo de un notario florentino. Pasó sus primeros años en Florencia y aprendió pintura en el taller de Verrocchio; donde se encontraba en 1476, como consta en una denuncia contra él.
A los 20 años, siendo ya maestro, no abandonó del todo el taller de Verrochio hasta que más tarde se trasladó a Florencia, donde se dedicó a la investigación con el objetivo de hallar nuevas posibilidades técnicas en el óleo. Para entonces, su fama ya era grande y recibía numerosos encargos.
En 1482 se trasladó a Milán, ofreciendo sus servicios a Ludovico Sforza, Duque de Milán; que se encontraba allí entonces, como embajador de Florencia, y donde, siguiendo la práctica de los Medici, empleó el arte como instrumento de propaganda política.
En Milán pasó Leonardo 17 años, trabajando en distintos proyectos, tanto artísticos como científicos, en los que el deseo de experimentar fue su principal objetivo, sin dejar de realizar encargos ocasionales de señores florentinos, que, frecuentemente dejaba sin terminar.
Cuando Francia invadió Milán, Leonardo volvió a Florencia, donde recibió el encargo de decorar una sala de la Cámara del Consejo, proyecto que tampoco terminó. En 1506 regresó a Milán y al año siguiente entró al servicio de Luis XIII de Francia, para quien trabajó como pintor a la vez que siguió desarrollando su faceta de inventor e ingeniero de armamento.
Entre 1513 y 1516 estuvo en Roma, pero dada la insuperable competencia con Miguel Ángel, aceptó la invitación de Francisco I de Francia y se trasladó allí, hasta su fallecimiento en el castillo de Cloux, cerca de Amboise, el 2 de mayo de 1519.
Castillo de Clos-Lucé. Última residencia de Leonardo da Vinci.
Su obra destaca por el personalísimo empleo que hacía del claroscuro y el sfumato, técnica con la que difuminaba los contornos, consiguiendo una verdadera sensación de atmósfera, como en el paisaje de la Gioconda. Su faceta como dibujante también es transcendental y se conservan numerosos apuntes.
Aunque al final de su vida sufrió una paralización del brazo derecho que le impedía pintar, no dejó de dibujar ni de enseñar –tenía gran dominio de la izquierda-, si bien, ninguno de sus alumnos alcanzó la celebridad. Entre sus colaboradores, conocemos a Francesco Melzi, Boltraffio, Lorenzo de Credi, Ambrogio, Evangelista de Predis, etc.
Leonardo abandonó los modelos universales del Quattrocento y se opuso a la idealización de la belleza, como contraria a la naturaleza, de la que consideró atentamente lo feo y lo grotesco, como muestran sus dibujos de personajes deformes o deformados por él, considerados por la Historia del Arte como una especie de precedente de la caricatura.
Su dominio del color y la atmósfera lo muestra como un artista capaz de pintar el aire. La perspectiva aérea, es característica inconfundible de su obra, y aparece especialmente en sus paisajes. Leonardo fue el primero en considerar algo que hoy parece sencillo; que la distancia es aire y que el aire hace que los objetos lejanos pierdan nitidez y se vean azulados.
Vivió en una época en la que el humanismo y el estudio de los clásicos estaban de plena vigencia; pero parece que tuvo dificultades para aprender latín y griego, los idiomas cultos y, con ello, el acceso a la cultura filosófica neoplatónica que primaba en Italia y en buena parte de Europa. Así pues, redactó la mayor parte de su obra en toscano; el dialecto florentino, que él escribía al revés, como si mirara el papel en un espejo, algo que, como veremos, probablemente, no era una simple excentricidad.
Su obra pictórica es poca y muy discutida su atribución. Tenía la costumbre de dejar sin terminar los encargos que se le hacían, aun cuando se tomaran toda clase de medidas legales para impedirlo, por parte de sus contratadores. Él mismo no se consideraba pintor, sino ingeniero, arquitecto, e incluso, escultor.
Leonardo era un solitario por elección; no se casó y tampoco se sabe que hubiera tenido hijos. Su prestigio en vida alcanzó dimensiones prácticamente desconocidas. En Roma fue alojado en el palacio del Belvedere, la residencia de verano del Papa. El rey de Francia le invitó al final de su vida y trató de acaparar sus escasas obras. Isabella d'Este, una de las mujeres más importantes de su época, le persiguió durante años para conseguir que terminara su retrato, del que sólo ha quedado un dibujo en muy mal estado.
Tras su fallecimiento, se convirtió en el paradigma de Hombre del Renacimiento, dedicado a múltiples investigaciones científicas y artísticas. Sus obras determinaron la evolución del arte en los siglos posteriores, independientemente de que se tratara de obras realmente suyas o imitaciones, colaboraciones, o trabajo de sus aprendices.
Su auténtica biografía es en gran parte un misterio. Se sabe que era estrictamente vegetariano, por cartas y escritos sobre anatomía, en los que llama a los omnívoros devoradores de cadáveres. También parece que fue investigado por homosexualidad. A punto de hacerse cargo la Inquisición de su caso, Leonardo logró eludir un proceso con la ayuda de sus protectores, que siempre alegaron la inexistencia de testimonios fidedignos –habida cuenta de que fue denunciado de forma anónima –nada raro, sin duda, porque tales denuncias se admitían así habitualmente–, lo que no impedía que el denunciado pudiera terminar en la hoguera.
El proyecto, también inacabado, que Leonardo realizó para un Tratado de la Pintura, fue heredado por su alumno y compañero Francesco de Melzi, que ni lo ordenó correctamente, ni lo supo conservar. Años después se realizó una edición provisional, desordenada e incoherente, que después se trató de corregir en un intento de presentar en orden las ideas del genio sobre pintura, arquitectura, anatomía, botánica, etc.
Posiblemente el pintor más influido por Leonardo haya sido Durero; que también quiso investigar y mostrar el carácter científico de la pintura; las proporciones del cuerpo humano, de los caballos o de la arquitectura. Durero también se planteó redactar un Tratado sobre pintura y proporciones que tampoco llegó a publicar.
Fue tan generoso que dio de comer a todos sus amigos, ricos o pobres .... A través de su nacimiento Florencia recibió un regalo muy grande y por su muerte sufrió una pérdida incalculable. Vasari
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Cuatro Retratos
El tamaño de las imágenes, ordenadas cronológicamente, es proporcional al de las pinturas originales.
Ginevra de' Benci.
1474-78. Óleo madera, 38,8 x 36,7 cm. National Gallery of Art, Washington
Cecilia Gallerani -Dama del Armiño.
1483-90. Óleo madera, 55 x 40 cm. Czartoryski Museum, Cracow
La belle Ferronière.
c. 1490. Óleo tabla, 63 x 45 cm. Musée du Louvre, Paris
Mona Lisa -La Gioconda.
c. 1503-5. Óleo tabla, 77 x 53 cm. Musée du Louvre, Paris
Leonardo da Vinci, Ginevra de' Benci, 1474-78. Temple/óleo s. tabla de álamo, 30,8 x 36,7 cm. Galería Nacional de Arte, Washington D.C.
Este Retrato de mujer; o Ginebra de Benci es atribuido a Leonardo Da Vinci. Fue adquirido por la National Gallery of Art de Washington en 1967 por cinco millones de dólares a la Casa Real de Liechtenstein.
Se cree que es un retrato de Ginevra de' Benci, lo que explicaría la representación del enebro como fondo, lo que hace que, en ocasiones, entre a formar parte del título de la obra: Retrato de mujer joven ante un enebro. Se trata de una aristócrata florentina de reconocida inteligencia, que ha pasado a la historia, precisamente por este retrato, aparentemente recortado por la parte inferior.
En todo caso, se considera que procede de la misma mano que La dama del armiño del Museo Czartoryski, y que esa mano, era la de Leonardo, aunque hay discrepancias al respecto.
Si la obra es de 1474 pudo haber sido realizada con motivo de la boda de Ginevra, y si es posterior, pudo haber sido un encargo del embajador veneciano Bernardo Bembo, que la amaba platónicamente. Hay críticos que sitúan su realización alrededor de 1504, es decir, cuando ella tenía unos treinta años.
El retrato, casi a contraluz, muestra una llamativa luminosidad en la perfección del rostro de la modelo, que posando con gesto serio, no parece que intente, ni ella ni el artista, resaltar solamente su belleza, sino la seguridad y equilibrio que hay en su mirada.
En general, los rasgos fueron difuminados con los dedos, de los que, al parecer, pueden advertirse las huellas con cierta claridad.
En la parte de atrás de la tabla, aparece una especie de corona formada por una rama de laurel y otra de palma, unidas por una leyenda que, a su vez, envuelve una rama de enebro: Virtutem forma decorat –La virtud embellece la imagen.
Ginevra era hija de Amerigo di Giovanni Benci, un amigo de Leonardo da Vinci, lo que abonaría la atribución a este último, puesto que además, el retrato contiene características de los pocos retratos femeninos que el artista llegó a terminar. En este caso, faltarían las manos, siempre expresivas en Leonardo y que, quizás podrían corresponderse con unas parecidas a las de su Estudio de manos.
Estudio de Manos. c. 1474, 214 x 150 mm. Royal Library, Windsor.
Al parecer, un elemento importante para su atribución a Leonardo, fue, lo que llamaríamos, la pista botánica. En este caso, el enebro que, además de su relación con el nombre de la modelo, era un elemento de la heráldica de la familia Bembo.
Ginevra se casó en 1474 –a los 17 años– con Luigi Bernardini di Lapo Nicolini, pero el matrimonio fracasó, en parte, a causa de los constantes problemas económicos de Luigi y, en parte, debido a la salud de Ginevra, que empezó a deteriorarse seis años después de la boda. Se dice que, más adelante, tuvo una relación con el embajador veneciano en Florencia, Bernardo Bembo, que no pasó del terreno platónico. Bernardo fue el padre del cardenal Pietro Bembo y su divisa coincide con la imagen de la parte de atrás del retrato, aunque en este caso, la guirnalda, no alude a la virtud en la belleza, sino en el honor.
Hans Memling. Ritratto d'uomo con una medaglia romana. 29 x 22 .
Posiblemente Bernardo Bembo, 1433–1519, Royal Museum of Fines Arts Antwerp.
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La dama del armiño -La dama con l'ermellino- Óleo sobre tabla, 54,8 x 40,3. c. 1488-1490. Museo Czartoryski de Cracovia, Polonia.
Casi todas las opiniones coinciden en considerar que este retrato es obra del mismo autor del Retrato de Ginebra de Benci y, en general, se atribuyen ambos a Leonardo. La historia de este cuadro puede ser reconstruida en parte, desde finales del siglo XVIII, precisamente gracias a su atribución a Leonardo, si bien, la inscripción en la esquina superior izquierda de la pintura, LA BELE FERONIERE. LEONARD D'AWINCI, fue probablemente añadida por un restaurador poco después de su adquisición y llegada a Polonia.
Tras haber permanecido oculta en los subterráneos de un castillo, la obra fue encontrada en 1939. Había sido requisada durante la invasión alemana de Polonia. Fue enviada al museo del Kaiser Friedrich en Berlín, y en 1940, el gobernador general alemán de Polonia, pidió que la pintura fuera devuelta a Cracovia, y allí la mantuvo, colgada en sus oficinas. Al final de la segunda guerra mundial, las tropas aliadas la encontraron en la residencia de aquel gobernador en Baviera; mostraba en un ángulo la huella de un tacón. Fue devuelta a Polonia y actualmente se expone en el Museo Czartoryski de Cracovia.
Se cree que la obra representa a Cecilia Gallerani, amante de Ludovico Sforza, el Moro, duque de Milán. Se trata, cronológicamente, del segundo de los cuatro retratos de mujer pintados por Leonardo. Aunque sufrió ciertos daños – algunos de ellos, recibidos durante la Segunda Guerra Mundial–, fue restaurado y mantiene sus extraordinarias cualidades.
Ludovico Sforza, El Moro. Mecenas de Leonardo da Vinci. Zanetto Bugatto
Leonardo conoció a Cecilia Gallerani en Milán en 1484 cuando ambos vivían en el Castillo Sforza, el palacio de Ludovico el Moro. Cecilia, bella y joven -tenía 17 años-, interpretaba música y escribía poesía, siendo su inteligencia y talento artístico, virtudes muy notables y apreciadas en su entorno. Tuvieron un hijo, Cesare, en 1491, que fue Abad de San Nazaro Maggiore.
Leonardo en la Corte de Ludovico Il Moro en Milano.
Cecilia tiene en brazos y acaricia un pequeño animal que siempre se ha considerado un armiño, al que se han dado diversas interpretaciones, pero que puede muy bien entenderse como una referencia a Ludovico, quien adoptó el armiño como emblema personal desde 1488, cuando fue admitido en la Orden del Armiño, que otorgaban los Duques de Bretaña.
El retrato en tres cuartos, de perfil fue una de las innovaciones de Leonardo. Se diría que tanto la modelo como el armiño miran hacia algo o alguien que ha llamado su atención de forma imprevista; hasta tal punto, la pintura refleja la vitalidad de una instantánea fotográfica. El análisis por rayos X demuestra que hubo una ventana en el fondo.
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Retrato de una mujer desconocida o Retrato de dama o La belle ferronière. Óleo sobre panel, 63 x 45. 1490–95, Museo del Louvre.
Es posible que se trate de la misma modelo que representa la Dama del Armiño, aunque este se considera superior, a pesar de que anteriormente fue atribuido a Bernardino de Conti y a Boltraffio.
En este caso, Ferronière podría hacer referencia a la profesión de su esposo y se trataría de una de las amantes de Francisco I de Francia, aunque no hay nada documentado, pero se dice que su marido contrajo voluntariamente una enfermedad venérea para contagiársela y que ella se la transmitió al rey de Francia, en cuya consecuencia, Francisco nunca pudo curarse, aunque conservó la vida, mientras que la dama, moriría casi inmediatamente. Pero, en realidad, nadie sabe aún de quién se trata exactamente, aunque se le han adjudicado diversas personalidades, como Isabel o Beatriz D’Este; Isabel Gonzaga; alguna de las amantes de Ludovico El Moro, como Lucrezia Crivelli o la citada Cecilia Gallerani.
Beatrice d’Este, esposa de Ludovico el Moro, obra de Giovanni Ambrogio de Predis y Leonardo da Vinci.
El único dato preciso y documentado, es que el retrato aparece citado en las colecciones reales francesas, en Fontainebleau, en 1642, lo que indicaría que pudo ser adquirido durante los reinados de Luis XII o de Francisco I.
En todo caso, la obra fue realizada durante la estancia de Leonardo en Milán, cuando el artista había hecho grandes avances en óptica y en el empleo del juego de luces y sombras. Los rayos X muestran que, en principio, el pelo dejaba al descubierto buena parte de la oreja izquierda del modelo y podríamos, por otra parte, deducir, que también posaba con las manos entrelazadas.
El hecho de no haber aplicado la extraordinaria técnica del sfumatto, hace que este retrato sea considerado inferior en calidad al de Gioconda.
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Mona Lisa -La Gioconda-. c. 1503-5/6. Oil on panel, 77 x 53 cm.
Musée du Louvre, Paris
Por encargo de Francesco del Giocondo, Leonardo emprendió el retrato de Mona Lisa, su mujer, y lo dejó sin terminar después de haber trabajado en él cuatro años. Esta obra está ahora en poder del rey Francisco de Francia, en Fontainebleau.
Aquella cabeza muestra hasta qué punto el arte puede imitar la naturaleza, pues allí se encuentran representados todos los detalles con gran sutileza. Los ojos poseen ese brillo húmedo que se ve constantemente en los seres vivos, y en torno de ellos están esos rosados lívidos y el vello que sólo pueden hacerse mediante la máxima delicadeza. Las cejas no pueden ser más naturales. Por la manera como salen los pelos de la piel, aquí tupidos y allí ralos, encorvándose según los poros de la carne. La nariz parece viva, con sus finas y delicadas cavidades rojizas. La boca entreabierta, con sus comisuras rojas, y el encarnado de las mejillas no parecen pintados sino de carne verdadera. Y quien contemplaba con atención la depresión del cuello, veía latir las venas.
En verdad, se puede decir que fue pintada de una manera que hace temblar y desespera al artista más audaz. Mona Lisa era muy hermosa, y mientras el artista estaba haciendo su retrato empleó el recurso de hacerle escuchar músicas y cantos, y proporcionarle bufones para que la regocijaran, con el objeto de evitar esa melancolía que la pintura suele dar a los retratos que se hacen. La figura de Leonardo tiene una sonrisa tan agradable, que más bien parece divina que humana, y fue considerada maravillosa, por no diferir en nada del original.
Le vite de’ piú eccellenti pittori, scultori ed architetti. Giorgio Vasari
Podría tratarse de la florentina Lisa Gherardini, casada con Francesco del Giocondo. Adquirida por Francisco I de Francia en su día, está hoy expuesta en el Louvre. Conocido como La Gioconda es uno de los rarísimos cuadros atribuidos a Leonardo con más certeza.
El interés por este retrato a través de los siglos, lo ha convertido, si no en el más famoso del mundo, en uno de los pocos que componen el Olimpo del arte pictórico, alcanzando en el siglo XXI una afluencia diaria media de veinte mil visitantes.
Uno de los motivos que más han despertado el interés por este retrato, es la atmósfera de misterio que lo envuelve; los artistas románticos franceses, fascinados por el supuesto enigma que rodea, tanto a la imagen, como la identidad de la mujer representada, contribuyó a crear un auténtico mito en torno a esta tabla.
Leonardo nunca quiso deshacerse de ella mientras vivió y la llevó consigo a Amboise, cuando Francisco I le invitó a residir y trabajar en su Château. Se cree que tras la muerte de Leonardo, en 1519, pasaría a ser propiedad de Salai, un alumno y modelo de Leonardo, a quien también pudo comprárselo el rey de Francia, si no lo había adquirido antes del propio autor; su presencia está documentada en 1646, figurando en el cabinet doré de las habitaciones de Ana de Austria en Fontainebleau, hasta que Luis XIV lo llevó a París para colgarlo en el Louvre –convertido en Museo durante la Revolución–, de donde pasaría, primero, en 1565, a la Galería de Embajadores del Palacio de las Tullerías, y después a la Galería del Rey en el Castillo de Versalles entre 1690 y 95.
En 1911 la pintura fue robada del Museo del Louvre
–Ver:
Mientras La Gioconda estuvo ausente, su espacio fue ocupado por el extraordinario retrato de Baldassare Castiglione, de Raffaello Sanzio. 1514–15.
Gioconda: Paisaje –izquierda y derecha del espectador- como fondo del retrato.
El paisaje de fondo de la Gioconda, ejemplifica la idea de la llamada perspectiva atmosférica, que representa el paso progresivo de las tonalidades verde oscuro a las del verde azulado, que, finalmente, se mezclan con los tonos del cielo, técnica que dota al paisaje de una increíble profundidad.
En 2013, Rosetta Borchia et Olivia Nesci –especialistas, en geomorfología y pintora-fotógrafa respectivamente, presentaron en la Universidad de Urbino, su Códice illustrato del reale paesaggio della Gioconda, en el que sugieren que existe una clara correspondencia entre los paisajes de La Gioconda y los de Montefeltro, entre las provincias de Pésaro, Urbino y Rímini.
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En 2012 se restauró una copia de La Gioconda, del Museo del Prado. Tras retirar la capa oscura que cubría el fondo, apareció el paisaje original. El análisis químico y de rayos X demostraron que se trataba de una copia estrictamente contemporánea del original del Louvre, que presenta incluso los mismos pentimentos, debiéndose las escasas diferencias al hecho de que el aprendiz debió terminar su versión después de abandonar el taller. Su composición se atribuye a Salai o a Melzi, los dos alumnos favoritos de Leonardo y se cree que fue pintada siguiendo exactamente los pasos del maestro, corrigiendo sobre la marcha, cuando él corregía.
La Gioconda del Museo del Prado, antes y después de su restauración y limpieza.
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