La Alegría del sabio consiste en amar la vida y disfrutarla en plenitud: Es de una perfección absoluta y por así decirlo, divina, saber disfrutar lealmente del propio ser.
Todo hombre contiene en sí la forma entera de la condición humana.
Retrato de Michel de Montaigne según un grabado de Lamessin realizado en 1682. Biblioteca Nacional de París.
Sólo aquel que tiene que vivir en su alma estremecida una época que, con la guerra, la violencia y las ideologías tiránicas, amenaza la vida del individuo y, en esta vida, su más preciosa esencia, la libertad individual, sabe cuánto coraje, cuánta honradez y decisión se requiere para permanecer fiel a su yo más íntimo.
J. Bayod Brau. Prólogo de: Montaigne de Stefan Zweig
Retrato supuesto de Montaigne, de autor anónimo, atribuido a Dumonstier. Recuperado por Thomas de Leu para la edición de los Essais de 1608. Adquirido por el duque de Aumale en 1882, y hoy llamado de Chantilly, está en el Museo Condé. Las ropas y condecoraciones son las de un titular de la Orden de Saint-Michel que le fue concedida en 1577. Es su retrato más conocido.
Michel Eyquem, Señor de Montaigne (13.9.1592) nacido en Saint-Michel-de-Montaigne, en Dordogne, el 22 de febrero de 1533, es, sobre todo, un hombre del Renacimiento y un filósofo independiente. Sus Essais - Ensayos (1580-1592) sirvieron de punto de partida a algunos de los más grandes autores de Francia y Europa, desde Pascal hasta Heidegger.
El proyecto de describirse a sí mismo en su obra, fue una idea original y exclusiva suya: No tengo otro objetivo que describirme a mí mismo. Son mis actos los que describo; soy yo, es mi esencia. Otros autores que se definieron a sí mismos, perseguían diversos objetivos, así, San Agustín en las Confesiones describió una transformación espiritual; Rousseau intentaba justificar su propia vida; Stendhal atendía, casi exclusivamente a ensalzar su personalidad, etc., pero Montaigne no se persiguió otra finalidad que darse a conocer a sus amigos y parientes, con la mayor sencillez posible.
Incluso –escribió-, si su obra no sirviera para nada, porque nada tenía que ver con los tratados morales aprobados por entonces, consideraba que siempre habría alguien que pudiera sacar provecho de su experiencia. Así, esa especie de sabiduría experimental de los Essais, fue ya bien apreciada en su tiempo, porque rompía los límites del dogmatismo reinante.
El castillo de Montaigne quedó casi completamente destruido por un incendio en 1885, pero la torre en la que se encontraba su biblioteca se libró del fuego y se conserva igual desde el siglo XVI.
La familia de Montaigne, los Eyquem, eran acaudalados comerciantes bordeleses. En 1477, su tatarabuelo, Ramón Eyquem, adquirió, en Perigord, el pequeño señorío de Montaigne, compuesto por algunas tierras y un pequeño señorío. Esta adquisición fue el primer paso de su acceso a la nobleza. Su abuelo, Grimon Eyquem, siguió siendo mercader y continuó haciendo prosperar sus negocios en Burdeos.
Su padre, Pierre, el primero de la familia que ya nació en el castillo de Montaigne, en 1495, abandonó el comercio y eligió la carrera de las armas, participando en las campañas de Italia. En 1519 juró homenaje a Jean de Foix, arzobispo de Burdeos, pero pronto volvió al mundo de los negocios.
En 1529 se casó con Antoinette de Louppes de Villeneuve –López de Villanueva–, hija y sobrina de mercaderes de Toulouse y Burdeos, enriquecidos con la fabricación de pasteles. La familia de Antoinette era de origen español, descendiente, quizás, de judíos conversos, perfectamente integrada en la sociedad francesa cristiana. Los Louppes de Villeneuve tenían una fortuna similar a la de los Eyquem; cuando ascendieron a la nobleza abandonaron el apellidos Louppes, conservando el de Villeneuve, como los Montaigne mantuvieron el de Eyquem.
Los dos primeros hijos del matrimonio, murieron muy pequeños, por lo que Michel se convirtió en el mayor de siete hermanos y hermanas.
Pierre de Montaigne, junto con su esposa, ambos bien preparados para el mundo de los negocios, aumentaron sus posesiones paulatinamente, siendo reconocidas las cualidades del padre del escritor por sus conciudadanos, hasta su elección como alcalde de Burdeos. Sin embargo, por razones que desconocemos, Michel habla de su padre y reconoce sus valores, pero nunca cita a su madre.
El buen padre que Dios me dio, me envió desde la cuna, para que fuese educado en un pobre pueblo de los que dependían de él y así me mantuvo todo el tiempo que pasé allí con una nodriza y algo más, acostumbrándome a la más humilde y más sencilla manera de vivir. –Escribió Montaigne, quien añadió: El planteamiento de mi padre perseguía otra finalidad, acercarme a la gente que necesita nuestra ayuda; estimaba que debía obligarme a mirar antes hacia los que me tienden los brazos, que hacia aquellos que me dan la espalda. Su proyecto no salió mal de todo: me confieso más voluntariamente inclinado hacia los más pequeños.
Castillo de Montaigne en Saint-Michel-de-Montaigne. Dordogne, France.
Pierre Eyquem, procuró a su hijo, una educación humanista y sin presiones, inspirada en los principios de Erasmo; llegó incluso a hacer que se le despertara cada mañana con el sonido de la espineta. Aprendió latín en la niñez, entonces, lengua empleada oficialmente por la élite europea cultivada, a cuyo efecto se le asignó como preceptor un médico alemán, que debía hablar con el niño exclusivamente en latín, lo mismo que estaban obligados a hacer cuantos trataran con él.
Era una regla inviolable que ni mi padre, ni mi madre, ni valet, ni camarera, emplearan, cuando hablaban en mi compañía, otra cosa que palabras latinas, que habían aprendido para hablar conmigo. Sin libro, sin gramática, sin látigo y sin lágrimas, aprendí latín, un latín tan puro, que mi maestro de escuela así lo reconoció. Pero –añade Montaigne–, tenía yo más de seis años y aún no entendía más de francés o de perigordino, que de árabe.
Desde los siete a los trece años, Montaigne fue enviado a seguir un curso de gramática y de retórica en el Colegio de Guyenne en Burdeos, el más reconocido del humanismo en la región, dirigido por un portugués muy reconocido, aunque conservó un mal recuerdo del centro: El colegio es una verdadera cárcel para una juventud cautiva, a la que se corrompe, y se castiga por corrupta, antes de que lo sea.
Techo de la biblioteca de Montaigne en Saint-Michel-de-Montaigne.
A pesar de que el colegio se empleaba el látigo, el aprendizaje de Montaigne fue sólido y además, desarrolló un gran interés por la lectura; se familiarizó con Ovidio, Virgilio, Terencio y Plauto. Participó asimismo en la representación de tragedias en latín y en justas retóricas; tan aconsejadas por Erasmo para la formación de la inteligencia.
No se sabe apenas nada de su vida desde los 14 a los 22 años, es decir, entre 1547 y 1555, pero reaparece hacia 1556, como Consejero en la Cour des Aides del Périgueux. Sus biógrafos deducen que había estudiado Derecho en Toulouse o en París, aunque no hay pruebas documentales de que lo hiciera, teniendo en cuenta, además, que en la época, los primogénitos de familias como la suya, solían dedicarse a las armas, a la Diplomacia, o al servicio de la Casa Real, pero, al contrario que su padre, Michel carecía de dotes e interés por el ejercicio físico, lo que quizás provocó su orientación hacia la magistratura.
Montaigne fue educado en un catolicismo riguroso que practicó hasta su muerte. Sus contemporáneos nunca pusieron en duda la sinceridad de su actitud, pero podría parecer que sus convicciones no encajaban estrictamente con una religión, que era la más practicada en su país y, sobre todo, la que se correspondía con su medio ambiente: Somos cristianos con el mismo título que somos del Perigord o alemanes. No es por la reflexión o por nuestra inteligencia por lo que recibimos la religión, sino por vía de autoridad o por un orden extraño. Las interpretaciones a este respecto son contradictorias; se ha querido ver en él a un incrédulo –Saint-Beuve y Gide-; un católico sincero –Villey-; un espíritu favorable a la reforma –Nakam-; o un cristiano nuevo obligado a callar los orígenes judíos de su familia.
Los Essais, en todo caso, fueron recibidos positivamente en Roma, donde viajó en 1581, y donde el Santo Oficio le recomendó sólo que corrigiera lo que él mismo considerara de mal gusto. Sin embargo, en 1676, y a petición de Bossuet, fueron incluidos en el Índice.
Desde los 22 a los 37 años, 1555-70, Montaigne formó parte de la Magistratura, primero en Périgueux, y a partir de 1557, en el Parlamento de Burdeos, en el que debían registrarse los edictos reales, como paso previo e imprescindible para que entraran en vigor.
En períodos de especial violencia –el de las Guerras de Religión empezó en 1562 y duró 30 años-, colaboró con el gobernador de la ciudad nombrado por el rey y con el Ayuntamiento elegido por la municipalidad para mantener el orden público y para levar tropas. El cargo de un Consejero del Parlamento comportaba también misiones políticas; se habla de una decena de encargos de Montaigne en las Cortes de Henri II, François II y Charles IX, pero aunque le atraía el ambiente de la corte, Montaigne, era demasiado independiente para convertirse en un cortesano.
Pero el acontecimiento más notable de este período de su vida, fue su encuentro, a los 25 años, con Étienne de La Boétie, quien tenía entonces 28 años y que murió cuatro años después.
Huérfano desde la infancia, casado, y encargado de ciertas misiones de confianza -como la Pacificación de la Guyenne durante las revueltas de 1561-, era más maduro que Montaigne. Fue un Jurista erudito, con una notable cultura humanista, que le permitió escribir poesías latinas y tratados políticos. Montaigne quiso incluir en los Essais su obra más conocida, el Discurso de la Servidumbre Voluntaria, pero abandonó la idea cuando los protestantes reclamaron que la obra de La Boétie era un ataque contra el Rey.
La amistad de Montaigne y de La Boétie se hizo legendaria. Montaigne escribió en la primera edición de los Essais: Si me obligan a decir por qué le amaba, siento que no puedo expresarlo, pero en la edición póstuma de 1595, llamada el Ejemplar de Burdeos, se leen las célebres frases: Porque él era él y Porque yo era yo, añadido en el margen de su ejemplar personal de los Essais –edición de 1588, aunque en distintas páginas.
Montaigne, que era muy sociable y tuvo muchos amigos, consideró excepcional esta amistad: Nuestras almas han caminado tan fuertemente unidas […] que no solamente yo conocía la suya como la mía, sino que ciertamente me fiaría más de él que de mí mismo […] es un milagro tan grande como duplicarse.
El Ejemplar de Burdeos de 1588, sobre el cual el autor corrigió y añadió hasta su muerte cuatro años después. Se considera como su última voluntad literaria.
No cabe duda de que aquella amistad se cimentaba en profundas afinidades, intelectuales, culturales e ideológicas, en un momento en que Francia sufría las terribles guerras, originadas en los odios religiosos. Desgraciadamente para Montaigne, La Boétie murió demasiado pronto, seguramente de peste, en 1563, después de pasar tres días de agonía, con una energía anímica que admiró a Montaigne, y que describió, primero, en una carta al padre de su amigo y después publicó, en 1571, en un Discours que sirvió de epílogo a la edición de la obra del fallecido.
No hay acción o pensamiento en que no lo eche de menos –escribió Montaigne-; yo estaba ya tan hecho y habituado a ser su segundo para todo, que me parece que ya sólo existo a medias.
A partir de entonces, parece que Montaigne quiso calmar la pena por la pérdida de su amigo, con diversas aventuras amorosas. Su pasión por las mujeres, patente desde su juventud, continuó a lo largo de toda su vida, si bien él mismo la entendía más en su aspecto sensual: Encuentro después de todo que el amor no es otra cosa que la sed de gozar de un objeto deseado y que Venus no es otra cosa más que el placer de descargar los vasos, que se vuelven viciosos, tanto por falta de moderación, como de discernimiento. No sé qué ha hecho a los hombres el acto genital, tan natural, tan necesario y tan legítimo, para que no nos atrevamos a hablar de ello sin vergüenza.
Tres capítulos de los Essais –De la fuerza de la imaginación-, -Los tres comercios-, y –Sobre unos versos de Virgilio-, hablan de sus experiencias en este sentido. Pero no se le conoce ninguna pasión profunda ni duradera; –Este enamorado de las mujeres, ¿no habría amado, a fin de cuentas, más que a un solo hombre?- se pregunta Jean Lacouture en su famoso estudio Montaigne à cheval.
Pero todo aquello terminó en 1565 cuando el escritor se casó, a los 33 años, con Françoise de la Chassaigne, que tenía 20 años, y pertenecía a una familia de parlamentarios. Lo hizo, evidentemente, para complacer a sus padres, pero se ignora si el matrimonio fue feliz en el pleno sentido de la palabra, aunque sí se sabe que consideraba el matrimonio como una institución útil a la sociedad.
A la muerte de su padre en 1568 recibió una considerable fortuna que le permitió renunciar a su cargo de magistrado, y aunque en 1569 –teniendo 36 años-, solicitó su admisión en la Gran Cámara, le fue denegada, lo que le decidió a retirarse definitivamente, en julio de 1570.
A partir de entonces, Montaigne cambió de vida, retirándose a sus tierras, con el objeto de disfrutar de su fortuna, estudiar y reflexionar, no obstante lo cual, cuando el rey se lo pedía, acudía a la guerra; incluso aceptó la alcaldía de Burdeos cuando fue elegido, si bien, no buscaba honores, ni permitía que se pusieran límites a su gran sentimiento de libertad.
En 1571, fue admitido como caballero de la Orden de Saint-Michel por el rey, Charles IX, quien le nombró Gentilhombre Ordinario de su Cámara en 1573, un cargo honorífico pero muy deseado en general. Henri de Navarre, el jefe del partido protestante, futuro Henri IV, hizo lo mismo en 1577 y le concedió asimismo el Collar de la Orden del Saint-Esprit, aunque se ignora qué méritos objetivos le hicieron acreedor de tales distinciones.
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La forma de mi biblioteca es circular y sólo tiene recto lo que necesito para la mesa y la silla; me ofrece en su curva, de un solo vistazo, todos mis libros, ordenados en cinco filas todo alrededor.
Montaigne adornó las vigas de su biblioteca con máximas de autores antiguos en latín y en griego, añadiendo sólo una en francés: Que sais-je? – Sé algo?
Y en la viga más próxima a su escritorio, hizo grabar el adagio latino de Terencio: Hombre soy y nada humano me es ajeno.
Homo sum humani a me nihil alienum puto.
Montaigne se creó en su castillo un refugio para su libertad, tranquilidad y descanso: Paso en mi biblioteca la mayor parte de los días de mi vida y la mayor parte de las horas del día. Estoy en la entrada y veo a mis pies, mi jardín, mi patio y la mayor parte de las zonas de la casa. Allí hojeo uno u otro libro sin orden y sin propósito; lo mismo imagino, que anoto o dicto, paseando, las ensoñaciones que luego os describo.
Allí emprendió la redacción de los Essais a principios de 1572, a los 39 años y la prosiguió hasta su muerte en 1592, es decir, unos veinte años de trabajo, cuando su vida política, militar, diplomática y sus viajes le dejaron tiempo.
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Los primeros Essais –escritos entre 1572-73, son, en cierto modo algo parecido a un compendio impersonal de todo lo que Montaigne mismo había aprendido: Entre mis primeros Essais, algunos suenan un poco extraños – escribió, pero en la edición de 1588, intercaló algunos fragmentos en los que expresaba sus propias vivencias y, ya hacia 1579, parece que ya tenía la idea definitiva de lo que quería hacer, fue a partir de entonces, cuando verdaderamente se retrató, dotando su obra de un toque personal que acrecienta considerablemente el interés de su lectura. Si lo extraño y la novedad no me salvan, nunca saldré de esta estúpida empresa, pero es tan fantástica y tiene un aire tan alejado del uso común que esto podría darle un camino.
Encontrándome enteramente desprovisto y vacío de toda otra materia, me ofrecí a mí mismo como tema. Es el único libro en el mundo de su especie: su diseño es osado y extravagante. No hay nada en este trabajo que sea digno de ser notado, sino esta osadía.
Quiero que se me vea en mi forma de ser, sencilla, natural y habitual, sin rebuscamientos ni artificio, puesto que soy yo mismo el que me retrato. Mis defectos se podrán leer ahí en vivo, así como mi natural manera de ser, tanto como el respeto humano me lo ha permitido. Así, lector, yo mismo soy la materia de mi libro y no es razonable que emplees tu tiempo libre en un asunto tan frívolo. ¿Adiós, pues? En Montaigne, el 1º de marzo de 1580.
La primera edición, ya corregida y aumentada, de los dos primeros libros, se publicó en Burdeos en 1580 y el libro III, que contiene verdaderamente un reflejo de su pensamiento más íntimo, salió de la imprenta en París, en 1588.
Digo la verdad, no hasta el infinito, sino tanto cuanto me atrevo a decir, y cada vez me atrevo menos según envejezco.
Con su proyecto perfectamente definido; No pienso en el ser, pinto el paso, no de una edad a otra, sino el del día a día, de minuto a minuto; intenta llevar al lector a intentar una exploración de sí mismo, similar a la suya. Si alguien se lamenta porque hablo demasiado de mí mismo, yo me lamento de que ellos no piensen ni siquiera en sí mismos.
Estaba preparando una nueva versión; el llamado Ejemplar de Burdeos, cuando falleció en 1592.
Montaigne
Es muy posible que, llamado por el rey como Gentilhombre, tomara parte en las guerras que se desencadenaron entre 1573 y 1577; entre sus 40 y 44 años. Los Essais, no dicen en qué ocasiones participó y los historiadores tampoco lo aclaran, pero algunas alusiones parecen probar que fue soldado, además de que dedicó cierta atención a temas relacionados con el armamento y algunos problemas de estrategia en los que demuestra conocimiento de causa, a pesar de lo cual, no duda en condenar, tanto la guerra civil –mucho menos si se justifica por motivos de religión-, como la guerra de conquista, admitiendo únicamente, la defensiva. Podía, con un esfuerzo, persuadirme [de la justificación de las guerras que vivió, entre católicos y protestantes] antes de haber visto que existían almas tan monstruosas, como para inventar torturas inusitadas y nuevas formas de matar, sin enemistad y con el único provecho y finalidad de disfrutar con el divertido espectáculo de los gestos y movimientos penosos, gemidos y palabras lamentables, de un hombre muriendo en medio del dolor.
En cuanto a su papel de mediador, aunque siempre guardó la mayor discreción al respecto, se sabe que se encargó de las negociaciones entre Henri de Navarre –protestante- y Henri de Guise –católico-, posiblemente en 1572, y que en 1588, tras intermediar en otros asuntos de menor transcendencia, se encargó de una nueva mediación entre el rey de Francia y el de Navarra, aunque se desconocen los asuntos concretos que hubo de tratar.
Así explicó su cometido, en lo poco que tuve que negociar entre nuestros príncipes: Los que se dedican a este oficio son lo más disimulado que se puede y se presentan como hombres muy moderados y más próximos a las opiniones que aquellos que las representan. Yo me presento con mis opiniones más vivas y bajo mi forma más personal: negociador joven y novato, prefiero fracasar en mi misión que fracasar ante mí mismo. No obstante, mi trabajo ha sido hasta la fecha, tan logrado –seguramente el azar tiene en ello una parte importante–, que pocos hombres han entrado en relación, primero con una parte y luego con la otra, levantando menos sospechas, y obteniendo más favor y más familiaridad.
Los viajes también constituyeron una parte importante de su proyecto de vida: Viajar me parece un ejercicio provechoso. La inteligencia mantiene una actividad continua para notar las cosas desconocidas y nuevas, y no conozco mejor escuela para formarse en la vida, que poner continuamente ante nosotros la diversidad de tantas vidas, costumbres y opiniones distintas.
En 1580, cuando los dos primeros Libros de los Essais ya estaban publicados, emprendió un gran viaje de alrededor de 17 meses por Suiza, Alemania e Italia. En parte, a causa de su salud; necesitaba baños termales, y en otras ocasiones, sencillamente, para descansar: estando ausente, me olvido de todo pensamiento de este tipo, tanto, que me afectaría menos del derrumbamiento de una torre, que la caída de una teja. Pero fundamentalmente se alejaba del odioso espectáculo de la guerra civil: En mi entorno, estamos ahora mismo incrustados en una forma de Estado tan insensato, que a la verdad, es milagro que pueda subsistir. Observo formas de conducirse, que se han vuelto habituales y admitidas, tan monstruosas, particularmente en tal falta de humanidad y de deslealtad, que no puedo ni pensar en ello sin sentir horror.
Su Journal de Voyage –Diario de Viaje- es una sencilla colección de notas en las que, entre reflexiones sobre su salud, ofrece diversas curiosidades de los sitios que visita, pero sin el objetivo de escribir un nuevo libro. La primera parte, está escrita por un secretario, pero él escribió la segunda y lo hizo en italiano; siempre de forma muy sencilla.
En la época, los viajes eran arriesgados, difíciles y costosos económicamente; Los viajes sólo me afectan en el gasto, que es grande y excede mis medios. Generalmente llevaba mucho equipaje y acompañamiento: su hermano más joven, su cuñado, un secretario, criados y mulas para el equipaje. Charles d’Estissac, el hijo de un amigo, que se unió a él y compartió los gastos, iba escoltado por un gentilhombre; un ayuda de cámara; un mulero y dos lacayos. Además, a Montaigne le gustaban los alojamientos confortables, por lo que gastó una pequeña fortuna por los caminos de Europa.
Si no hace bueno a la derecha, tomo la izquierda; si me siento poco apto para montar a caballo, me detengo. ¿He dejado algo por ver a mi espalda? Vuelvo atrás y ese es mi camino. No trazo de antemano ninguna línea determinada, ni derecha, ni curva. Tengo una constitución física que se pliega a todo y un gusto que lo acepta todo, como hombre de mundo. La diferencia de costumbres de un pueblo a otro no me afecta sino por el placer de la variedad. Cada costumbre tiene su razón de ser.
Montaigne solía visitar a las autoridades de los lugares que visitaba, y le gustaba conocer a los tenidos por más sabios, así como a aquellos que sostenían posiciones religiosas diferentes, pero resulta evidente que el paisaje y el arte no le interesaban mucho.
En septiembre de 1581, se encontraba en los baños de Lucca, cuando recibió la noticia de que había sido elegido alcalde de Burdeos. Para entonces eran suficientemente conocidas sus dotes de negociador, su moderación, honestidad e imparcialidad, todo lo cual, unido a su buena relación con Enrique III y Henri de Navarre, pudieron convertirle en el hombre adecuado para aquel puesto.
Los señores de Burdeos me eligieron alcalde de su ciudad cuando estaba lejos de Francia y aún más lejos de tal pensamiento. Rehusé, pero me dijeron que me equivocaba y que el rey había intervenido en el asunto.
Al llegar a su castillo, Montaigne encontró una carta de Henri III felicitándole y mandándole que asumiera el cargo sin dilación: Haréis así algo que me será agradable y lo contrario me disgustará grandemente.
A mi llegada, expliqué de manera fiel y consciente mi carácter, tal exactamente, como siento que es; sin memoria, sin vigilancia, sin experiencia y sin vigor; sin odio, pero también, sin ambición, sin avidez y sin violencia, para que fueran informados e instruidos de lo que podían esperar de mi servicio.
Montaigne se empleó a fondo durante su mandato para mantener la ciudad en paz ante los incesantes desórdenes entre católicos y protestantes. El Parlamento estaba dividido entre católicos de la Ligue, y moderados, y la situación política era entonces muy tensa entre el rey de Francia y el de Navarra. Montaigne fue reelegido en 1583 a pesar de la radical oposición de la Ligue.
Un mes y medio antes de que expirara su segundo mandato -31 de julio de 1585-, se declaró la peste en Burdeos, causando alrededor de 14.000 víctimas entre junio y diciembre. Montaigne, que estaba ausente, no asistió a la toma de posesión de su sucesor, y volvió a su castillo, después de declarar en una carta, que temía el contagio. Esto se le reprocho siglos después. Volvió entonces a trabajar en los Essais, y empezó el Libro III, en el que se advierte a primera vista un enriquecedor cambio de sensibilidad.
La guerra se aproximaba; el monarca, Henri III se alió con Henri de Guise, el jefe de la Liga Católica, contra Henri de Navarre, el protestante, y estalló la VIII Guerra llamada de Religión. En julio de 1586, el ejército real se hallaba muy cerca del castillo de Montaigne: Tenía, por una parte, los enemigos en mi puerta y por otra los merodeadores, enemigos mucho peores. El escritor se negó a combatir con el rey y esto lo convirtió en un sospechoso.
Cuando se declaró la peste, Montaigne abandonó el castillo con su familia; madre, esposa e hija. Durante seis meses erró de un lado a otro, rechazado por amigos que le negaron refugio en sus tierras, teniendo que cambiar de residencia en cuanto a alguno del grupo le dolía la punta de un dedo. No pudo volver a su residencia hasta marzo de 1587, y entonces encontró todo destruido por la guerra y por la peste. Aquel derrumbe me estimuló más de lo que me asustó. Me resigné, un poco demasiado fácilmente a las desgracias que me golpearon personalmente, y no contaba tanto lo que había perdido, como lo que pude conservar.
En enero de 1588, entonces con 55 años, Montaigne viajó a París, acompañado de su hijo mayor, con el objeto de hacer imprimir su libro, y, al mismo tiempo, para cumplir el encargo del rey de Navarra de llevar a cabo negociaciones secretas con el rey de Francia. Durante el viaje fue asaltado y secuestrado por un grupo de protestantes, que tuvieron que liberarlo tras la intervención del Príncipe de Condé, también protestante. Cuando llegó a París, el 18 de febrero los embajadores católicos, ingleses y españoles le sometieron a vigilancia, sospechando de su relación con el rey de Navarra. Finalmente, encontrándose aún en París, pendiente de la edición de su libro, se produjo la Journée des Barricades, -Jornada de las Barricadas-. Ante la entrada triunfal del católico Henri de Guise, el rey, Henri III, huyó de la capital y Montaigne le siguió, pero al volver a París, en julio, los jefes de la Ligue ordenaron su encierro en La Bastille. En este caso, fue la intervención de la reina madre, Catalina de Médicis, la que consiguió su libertad ante el Duque de Guise.
La Bastilla, demolida en julio de 1789. Fachada oriental.
Nota de Montaigne sobre su arresto en la Bastille, el 10 de julio de 1588.
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Fue en París donde conoció a su célebre hija Marie de Gournay (1565-1645), una muchacha de 22 años, que le admiraba profundamente, y que le propuso convertirse en su fille d’alliance, -una expresión clara y compleja a la vez, porque no tiene equivalente exacto, pero que podemos entender como un acuerdo de filiación; reconocerse mutuamente como padre e hija-, alianza que, casi seguramente se registró en un documento privado-, ya que tras la muerte de Montaigne, Marie de Gournay pudo disponer de la obra del autor, a la que dedicó su vida y su fortuna, llegando a producir once ediciones póstumas de los Essais.
Marie Le Jars de Gournay
En octubre o noviembre de 1588, hasta el verano de 1590 Montaigne estuvo en Blois, donde debían reunirse los Estados Generales, pero no se sabe si estaba allí todavía cuando se produjo el asesinato de los Guise, el 23 de diciembre de 1588.
Volvió a Burdeos para ayudar a mantener la ciudad en la fidelidad al nuevo rey Henri IV, a quien Henri III, asesinado el 1º de agosto de 1589 por un monje de la Ligue, había designado públicamente como sucesor-.
Más tarde, hasta su muerte en 1592, volvió a su castillo, donde se dedicó a perfeccionar y completar los Essais, de los que preparaba la sexta edición: ¿Quién no ve que he tomado un camino por el cual, sin cesar y sin pena, seguiré mientras haya tinta y papel en el mundo?
Un ventanal en la habitación de Montaigne en la Torre de su Castillo.
Las ideas de Montaigne sobre la muerte evolucionaron desde 1572 cuando llegó, como estoico, a la conclusión de que el gran objetivo del hombre es prepararse para bien morir. Al final, escribió: Tememos la vida por el cuidado de la muerte. Nunca he visto a un campesino de mi vecindario reflexionar para saber en qué actitud y con qué seguridad pasaría su última hora. La Naturaleza le enseña a no pensar en la muerte hasta que llega su hora. La muerte es algo demasiado momentáneo. Un cuarto de hora de sufrimiento pasivo sin consecuencias, sin daño, no requiere preceptos particulares. La muerte es el final, no el fin de la vida; la vida debe ser para sí misma, su objetivo y su proyecto.
Los Essais terminan con una invitación a la alegría de vivir: Es una perfección absoluta y por así decirlo, divina, el saber disfrutar del propio ser. Buscamos otras formas de ser porque no comprendemos el alcance de las nuestras, y salimos fuera de nosotros mismos porque no sabemos qué tiempo hace. Por lo mismo, es para nosotros inútil caminar con zancos, porque aun con zancos, tenemos que caminar sobre nuestras piernas. Y sobre el trono más elevado del mundo, sólo estaremos sentados sobre nuestro trasero.
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Montaigne murió en su castillo el día 13 de septiembre de 1592, los 59 años. No hay ningún testimonio directo de su muerte, excepto tres cartas de amigos, aunque no asistieron personalmente a sus últimos momentos: Tras haber vivido felizmente, felizmente murió. Hay también una carta de Étienne Pasquier escrita 27 años después, según el cual, Montaigne llamó a su habitación a su mujer y a algunos gentilhombres del vecindario y falleció mientras se celebraba una misa en su presencia.
De acuerdo con su deseo, su viuda, Antoinette, hizo trasladar los restos mortales a Burdeos, a la iglesia de los Feuillants, donde fueron inhumados. Su corazón se conservó en la iglesia de St.-Michel de Montaigne. Tras la demolición del convento de los Feuillants, y después de diversos traslados, las cenizas del escritor, mezcladas con las de los Dominicos de los Feuillants, desaparecieron en el subsuelo del Museo de Aquitania.
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Montaigne decidió escribir en francés, en un época en que las obras filosóficas o científicas se escribían en latín, quedando el francés como lengua administrativa desde 1539, aunque estaba evolucionando y asentándose en aquellos años. Escribí mi libro para pocos hombres y para pocos años. Si esto hubiera sido una materia destinada a durar, la tendría que haber escrito en una lengua más estable. Después de las continuas variaciones que han acompañado hasta aquí a la nuestra hasta la hora actual ¿quién puede esperar que su forma actual estará en uso dentro de cincuenta años? Desde que yo vivo, ha cambiado al menos la mitad.
En todo caso, Montaigne encontró un estilo muy personal, escribiendo como hablaba. La lengua que amo, es una lengua simple y natural, tanto en el papel como hablando.
Edición de1588
Me pierdo, pero más bien por licencia que por inadvertencia. Mis ideas se siguen, pero a veces de lejos, y se miran, pero de forma oblicua… Los nombres de mis capítulos no siempre se refieren a la misma materia. Mi estilo y mi espíritu vagabundean, el uno como el otro. Hay que poner algo de locura para no caer en la tontería.
Partiendo, no obstante, de aquella deseada sencillez, Montaigne llega a ser muy intenso y expresivo y logra describir sus ideas con perfección y matizar con exactitud sus impresiones. El Ejemplar de Burdeos, que quedó en su mesa de trabajo tras su fallecimiento, demuestra que era muy riguroso en sus revisiones.
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La filosofía es la ciencia que nos enseña a vivir, escribió, entendiendo por filosofía, el pensamiento, cuando afronta lo esencial de uno mismo: muerte, amistad, educación, soledad, experiencia. Filosofar es vivir felizmente, o lo más felizmente posible… no hay nada más satisfactorio y alegre y, me falta poco para decir que divertido.
Montaigne emplea numerosísimas citas latinas, que entonces eran muy del gusto de los lectores. He concedido a la opinión pública estos ornamentos; pero no quiero que me tapen y me escondan […] si no me convienen a mí, como yo lo creo, poco importa; pueden ser útiles a cualquier otro.
De Séneca, asumió que la percepción del bien y del mal depende de la idea que tengamos de ambos extremos. Pero es Plutarco, con más de 400 citas de sus Vidas Paralelas, uno de los autores que más influyeron en su obra y fueron Platón y Jenofonte los caminos por los que llegó a Sócrates, su gran maestro, cuya personalidad domina el Libro III, en el que Montaigne ya se muestra muy próximo a la gran filosofía de la que se sentía tan cercano y que convirtió en una lectura muy accesible para los lectores de su siglo y de la actualidad.
Firma de Montaigne
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