lunes, 30 de marzo de 2015

Lepanto en el recuerdo de Cervantes


Retrato atribuido a Juan de Jáuregui, cuyo modelo se ha identificado con Cervantes

Han pasado más de cuarenta años desde que se produjo la batalla de Lepanto. En 1613 Miguel de Cervantes publica las Novelas Ejemplares y su Segunda parte de Don Quijote está casi terminada, cuando, alguien que lo sabe, se adelanta a la impaciencia de los lectores y al trabajo de diez años, haciendo publicar, en 1614, el que llamaremos Quijote de Avellaneda

Quienquiera que lo escribió, sabía que sólo el nombre del popular personaje era suficiente para que el libro obtuviera un éxito absoluto. Mucha gente no vio más que el título, sin percatarse de que el autor no era el mismo de la ya celebérrima Primera Parte y eso era exactamente lo que pretendía aquel desconocido que no osa parecer a campo abierto y al cielo claro, encubriendo su nombre, fingiendo su patria, como si hubiera hecho alguna traición de lesa majestad.

¿Qué había pasado? ¿Qué había hecho Cervantes para merecer semejante venganza? –porque, al Quijote de Avellaneda no se le puede calificar de otra manera–.

Pues bien, parece que todo venía ya desde 1605, cuando apareció la Primera Parte del Ingenioso Hidalgo, con un prólogo, cuyas consecuencias, asegura Cervantes, le quitaron las ganas de hacer otro para sus Novelas.

Quisiera yo, excusarme de escribir este prólogo, porque no me fue tan bien con el que puse en mi Don Quijote, que quedase con gana de segundar con éste. Desto tiene la culpa algún amigo, el cual bien pudiera, como es uso y costumbre, grabarme y esculpirme en la primera hoja deste libro, pues le diera mi retrato el famoso don Juan de Jáuregui, y con esto quedara mi ambición satisfecha, y el deseo de algunos que querrían saber qué rostro y talle tiene quien se atreve a salir con tantas invenciones en la plaza del mundo, a los ojos de las gentes, poniendo debajo del retrato:

Éste que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y ésos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo, ni grande, ni pequeño. Este digo que es el rostro del autor de La Galatea y de Don Quijote de la Mancha, y del que hizo el Viaje del Parnaso, y otras obras que andan por ahí descarriadas y, quizá, sin el nombre de su dueño. Llámase comúnmente Miguel de Cervantes Saavedra. Fue soldado muchos años, y cinco y medio cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades.


Perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros, militando debajo de las vencedoras banderas del hijo del rayo de la guerra, Carlo Quinto, de felice memoria.

En fin, pues ya esta ocasión se pasó, y yo he quedado en blanco y sin figura, será forzoso valerme por mi pico, que, aunque tartamudo, no lo será para decir verdades.

Mi edad no está ya para burlarse con la otra vida, que al cincuenta y cinco de los años gano por nueve más y por la mano.

Madrid, a catorce de julio de mil y seiscientos y trece.
Prólogo de las Novelas Ejemplares

Estamos en 1615; 44 años ya desde Lepanto. Acaba de publicarse la II Parte del Ingenioso Caballero Don Quijote de la Mancha, por Miguel de Cervantes.

En 1615 Don Quijote ya no es Hidalgo, sino Caballero

Durante el tiempo transcurrido entre la publicación de la primera parte –la correspondiente al Hidalgo, en 1605– y la presente, de 1615, un autor o varios, nunca bien identificados: –se ha hablado de Pedro Liñán de Riaza, con la colaboración de Baltasar Elisio de Medinilla y Lope de Vega; de los hermanos Argensola; de Jerónimo de Pasamonte o de Cristóbal Suárez de Figueroa, firmando como Alonso Fernández de Avellaneda–, y aprovechando el renombre de la obra y su personaje –mucho más populares que el propio autor, es decir, Cervantes– escribieron e hicieron publicar una segunda parte fraudulenta del Quijote, con el exclusivo objeto de adelantarse a la verdadera segunda parte, de mano de Cervantes, que estaba a punto de aparecer, y frustrar en lo posible su éxito, su venta y, quizás, el trabajo de diez años –nada fáciles, por cierto–, del genial creador del personaje en cuestión.

En el prólogo del falso Quijote, el falso Alonso Fernández de Avellaneda, lanzaba toda su artillería contra Cervantes:

–Que es Agresor de sus lectores 
-Que sus Novelas [Ejemplares, son] más satíricas que ejemplares. 
-[Que Cervantes escribió] con la copia de fieles relaciones que a su mano llegaron; y digo mano, pues confiesa de sí que tiene sola una.
-Que, como soldado tan viejo en años cuanto mozo en bríos, tiene más lengua que manos. 
-Quéjese de mi trabajo por la ganancia que le quito de su segunda parte, 
-Que, tenemos ambos un fin, que es desterrar la perniciosa lición de los vanos libros de caballerías, si bien en los medios diferenciamos, pues él tomó por tales el ofender a mí, y particularmente a quien tan justamente celebran las naciones más extranjeras y la nuestra debe tanto, por haber entretenido honestísima y fecundamente tantos años los teatros de España con estupendas e innumerables comedias, con el rigor del arte que pide el mundo y con la seguridad y limpieza que de un ministro del Santo Oficio se debe esperar.
-Que Miguel de Cervantes es ya de viejo como el castillo de San Cervantes, y por los años tan mal contentadizo, que todo y todos le enfadan, y por ello está tan falto de amigos.
-[Que se contente] con su Galatea y comedias en prosa, que eso son las más de sus novelas: no nos canse.
-Que disculpan los hierros de su primera parte, el haberse escrito entre los de una cárcel.
-Que tengo opuesto humor al suyo; y en materia de opiniones en cosas de historia.

Cervantes contestó a todo en el Prólogo de la II Parte de su Don Quijote, subrayando, sobre todo, el valor de su participación en la Batalla de Lepanto.

…Debes de estar esperando ahora, lector, este prólogo, creyendo hallar en él venganzas, riñas y vituperios del autor del segundo Don Quijote. Pues en verdad que no te he de dar este contento. Castíguele su pecado.

Lo que no he podido dejar de sentir es que me note de viejo y de manco, como si hubiera sido en mi mano haber detenido el tiempo, o si mi manquedad hubiera nacido en alguna taberna, sino en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros. Si mis heridas no resplandecen en los ojos de quien las mira, son estimadas a lo menos en la estimación de los que saben dónde se cobraron. Si ahora me propusieran y facilitaran un imposible, quisiera antes haberme hallado en aquella facción prodigiosa que sano ahora de mis heridas sin haberme hallado en ella. 

Y hase de advertir que no se escribe con las canas, sino con el entendimiento, el cual suele mejorarse con los años.

He sentido también que me llame envidioso.

No tengo yo de perseguir a ningún sacerdote, y más si tiene por añadidura ser familiar del Santo Oficio; y si él lo dijo por quien parece que lo dijo, engañóse de todo en todo, que del tal adoro el ingenio, admiro las obras y la ocupación continua y virtuosa. 

Pero en efecto le agradezco a este señor autor el decir que mis novelas son más satíricas que ejemplares, pero que son buenas.

Se pueden añadir al texto de Cervantes dos aclaraciones que parecen pertinentes. La primera se refiere a su comentario: No tengo yo de perseguir a ningún sacerdote, y más si tiene por añadidura ser familiar del Santo Oficio; y si él lo dijo por quien parece que lo dijo, engañóse de todo en todo, que del tal adoro el ingenio, admiro las obras y la ocupación continua y virtuosa. 

Buena parte de la crítica se decanta por la conclusión de que la persona a la que se refiere, es Lope de Vega, en quien se cumplen las alusiones: -Sacerdote, que lo fue desde 1614 y Familiar del Santo Oficio, que lo fue, al parecer, a partir de 1608. 

En cuanto a la frase –admiro sus obras-, Cervantes lo había dicho públicamente más de una vez, y respecto a la referencia a una ocupación continua y virtuosa, no parece haber duda con respecto a la posibilidad de que se refiera –irónicamente, claro está–, a la vida amorosa del aludido, que fue públicamente todo lo contrario de virtuosa, relacionándose preferentemente con mujeres casadas, y manteniendo aquellas relaciones después de ser ordenado.

La realidad es que se trataba de personajes con muy diferentes características, tanto, que más bien podría decirse, opuestas, y que tenían concepciones de la vida y de la sociedad, tan diferentes, que se situaban en los antípodas. Por algo escribiría Avellaneda: -Tengo opuesto humor al suyo; y en materia de opiniones en cosas de historia. Recordemos que el concepto de opinión, en la época, más bien debe entenderse como ideología, que en este caso, distanciaba a ambos autores en su concepción o su forma de entender la Historia.

Pues bien, lo que había dicho Cervantes en el Prólogo de la Primera Parte del Quijote, que tanto ofendió al denominado Avellaneda, llevándole a escribir un libro sólo para vengarse, fue lo que sigue:

Había dado a entender claramente, –nada más y nada menos- que los sonetos laudatorios que Lope de Vega –sin citarlo por su nombre–, incluyó en su obra, asegurando que procedían de famosos personajes, los había escrito él mismo; un ataque a su reconocida soberbia que Lope nunca perdonó.

Mi historia -dijo Cervantes-: quisiera dártela monda y desnuda, sin el ornato de prólogo, ni de la innumerabilidad y catálogo de los acostumbrados sonetos, epigramas y elogios que al principio de los libros suelen ponerse… sin acotaciones en las márgenes y sin anotaciones en el fin del libro, como veo que están otros libros, tan llenos de sentencias de Aristóteles, de Platón y de toda la caterva de filósofos, que admiran a los leyentes.

Al oír esto, un amigo al que Cervantes plantea sus dudas, le dice:

—Lo primero en que reparáis de los sonetos, epigramas o elogios que os faltan para el principio, y que sean de personajes graves y de título, se puede remediar en que vos mismo toméis algún trabajo en hacerlos, y después los podéis bautizar y poner el nombre que quisiéredes.

Sin embargo, aunque la lucha entre ambos escritores es del mayor interés, lo que nos importa en este caso, es, que Cervantes destaque en su defensa, sobre cualquier otra característica o cualidad, el hecho de haber participado en la batalla de Lepanto– en la que efectivamente, recibió heridas de arcabuz, que terminaron con la movilidad de su brazo o mano izquierda.

***
Del Interrogatorio presentado por Rodrigo, padre de Cervantes, en Madrid a 17 de Marzo de 1578, ante el alcalde de casa y corte.

Mateo de Santisteban, alférez de la compañía del capitán Alonso de Carlos, en este año de setenta e ocho, responde en 20 de Marzo de aquel año, a la cuarta pregunta del interrogatorio: 

–Sabe y es verdad, que cuando se reconoció el armada del turco, en la dicha batalla naval, el dicho Miguel de Cervantes estaba malo y con calentura, y el dicho su capitán y este testigo e otros muchos amigos suyos le dijeron que pues estaba enfermo y con calentura, que se estuviese quedo, abajo en la cámara de la galera, y el dicho Miguel de Cervantes respondió, que qué dirían dél, y que no hacia lo que debía, y que más quería morir peleando por Dios e por su Rey, que no meterse bajo cubierta… e así vio este testigo que peleó como valiente soldado, con los dichos turcos en la dicha batalla en el lugar del esquife, como su capitán lo mandó y le dio orden con otros soldados...

En su día se publicaron diferentes Relaciones del gran Suceso de Lepanto –sin faltar hinchazón, falsedad, ripio ni cascote –como reza la crítica de Astrana Marín–, pero en ninguna de ellas quedó reflejada la participación de Cervantes, como quedarían anónimas otras tantas hazañas individuales, durante el transcurso de la trascendente batalla naval.


Incluso –sigue reclamando Astrana–, un envidioso, se alegraba criminal y estólidamente de que Cervantes hubieses mancado en Corfú..; mas Lope de Vega -y tiene el gran valor de provenir de él-, entre los desdenes y frialdades de que le hizo blanco, al fin; con ánimo generoso, inmortalizó la gloria y las heridas de Cervantes en estos versos de su Laurel de Apolo:

            …la fortuna envidiosa
            hirió la mano de Miguel Cervantes;
            pero su ingenio, en versos de diamantes,
            los del plomo volvió con tanta gloria,
            que por dulces, sonoros y elegantes,
            dieron eternidad a su memoria,
            porque se diga que una mano herida
            pudo dar a su dueña eterna vida.
***

En primer lugar, conviene resaltar el hecho de que la batalla se produjo en un espacio muy pequeño, en el que se enfrentaron tan enorme número de naves, que al final, el enfrentamiento, se convirtió casi en una lucha cuerpo a cuerpo.

Murallas del puerto de Lepanto

Jamás se vio batalla más confusa; trabadas de galeras una por una y dos o tres, como les tocaba... El aspecto era terrible por los gritos de los turcos, por los tiros, fuego, humo; por los lamentos de los que morían. Espantosa era la confusión, el temor, la esperanza, el furor, la porfía, tesón, coraje, rabia, furia; el lastimoso morir de los amigos, animar, herir, prender, quemar, echar al agua las cabezas, brazos, piernas, cuerpos, hombres miserables, parte sin ánima, parte que exhalaban el espíritu, parte gravemente heridos, rematándolos con tiros los cristianos. A otros que nadando se arrimaban a las galeras para salvar la vida a costa de su libertad, y aferrando los remos, timones, cabos, con lastimosas voces pedían misericordia, de la furia de la victoria arrebatados les cortaban las manos sin piedad, sino pocos en quien tuvo fuerza la codicia, que salvó algunos turcos.
Luis Cabrera de Córdoba

Digamos, como resumen, que la victoria de la Liga Santa contra la flota turca, resultó con las siguientes cifras:

La Liga perdió 14 galeras/galeones, frente a 180 naves turcas.
Perdió 7.000 hombres, frente a unos 25 ó 30.000 turcos.
Fueron liberados 14.000 galeotes cristianos, y tomados 10.000 prisioneros.

Cervantes, por su parte, recuerda y valora la hazaña que dio un giro radical a su existencia, en palabras de don Quijote. 

Veamos si le iguala o hace ventaja el de embestirse dos galeras por las proas en mitad del mar espacioso, las cuales, enclavijadas y trabadas, no le queda al soldado más espacio del que concede dos pies de tabla del espolón; y con todo esto, viendo que tiene delante de sí tantos ministros de la muerte, que le amenazan, cuantos cañones de artillería se asestan de la parte contraria, que no distan de su cuerpo una lanza, y viendo que al primer descuido de los pies iría a visitar los profundos senos de Neptuno, y, con todo esto, con intrépido corazón, llevado de la honra que le incita, se pone a ser blanco de tanta arcabucería, y procura pasar por tan estrecho paso al bajel contrario; y lo que más es de admirar: que apenas uno ha caído donde no se podrá levantar hasta la fin del mundo, cuando otro ocupa su mismo lugar; y si éste también cae en el mar, que como a enemigo le aguarda, otro y otro le sucede, sin dar tiempo, al tiempo de sus muertes valentía y atrevimiento el mayor que se puede hallar en todos los trances de la guerra.


La victoria fue absoluta, y, aunque a largo plazo no constituyó una gran ventaja estratégica, sí supuso un enorme victoria moral, ya que, como declaró nuestro escritor: se desengañó el mundo, y todas las naciones, del error en que estaban, creyendo que los turcos eran invencibles por la mar; en aquel día, digo, donde quedó el orgullo y soberbia otomana quebrantada. 

Su declaración constituye un recordatorio del hecho, cuyo conocimiento, él mismo inmortalizó en su obra, de forma más imborrable, quizás, que un tratado de historia naval.

De esta batalla procede, sin duda, la gran admiración que Cervantes profesó a don Juan de Austria, quien, al parecer, acudió a visitarlo en el hospital, donde tardó tres meses en curar aquellas heridas de las que se mostraba tan justificadamente orgulloso.

No puede sorprender entonces, que se sintiera ofendido por el intento de menosprecio de Lope de Vega, quien, entre otras cosas, refiriéndose a esta Batalla, a la que Cervantes siempre se refiere como La Naval, escribió que se había producido en Corfú; una confusión –voluntaria o no-, que no puede sino causar asombro en el lector.
***

Don Juan de Austria. Pantoja de la Cruz. Museo del Prado

Nota manuscrita de Don Juan de Austria anunciando la Victoria en Lepanto a Felipe II. Petela, 10 de Octubre de 1571

            Viaje del Parnaso:

            tuve, aunque humilde, parte en la vitoria.
            … … …
            Que, en fin, has respondido a ser soldado
            antiguo y valeroso, cual lo muestra
            la mano de que estás estropeado.
            Bien sé que en la naval dura palestra
            perdiste el movimiento de la mano
            izquierda, para gloria de la diestra.

Por supuesto, el hecho de haber participado en la Batalla Naval, constituía un importante apartado en su Hoja de Servicios, como lo reflejaba el Memorial dirigido a Felipe II en 1590, solicitando un empleo en Indias; particularmente en la Batalla Naval, donde le dieron muchas heridas, de las cuales perdió una mano de un arcabuzazo. Heridas, recordemos, que no merecieron más respuesta que la de: Busque por acá en que se le haga merced.

Álvaro de Bazán, Marqués de Santa Cruz.

***
   
Esa noche -afirma el cronista Cabrera de Córdoba-, lloraba el venerable viejo Sebastián Veniero por el alegría y triunfo de todos. Curaron los heridos, descansaron los trabajados, gozaron libertad los esclavos cristianos, quedaron en cadena los turcos: que la fortuna en la guerra tanto puede.

Al día siguiente, 8 de Octubre, don Juan, visitó los heridos, a los que se dirigió personalmente, uno tras otro. Dice Cervantes que, emocionado ante su presencia, no echó de ver si estaba herido. Don Juan mandó que se le mejorase la paga.

Por otra parte, tras la batalla, no hubo más que desacuerdos entre los aliados, que borraron del horizonte la posibilidad de mantener un frente común.

Ninguna vitoria mayor –escribió en este sentido, Cabrera de Córdoba-, más ilustre y clara, abriéndoles camino para una gran fortuna; ninguna más infructuosa, por el mal uso della: así lo entendieron los más expertos de valor y consejo y práctica en los Estados del Turco. Veniero, por repararse y entrar con triunfo en Venecia; el Colona, en Roma; don Juan, por obediente a su hermano y gozar de la gloria en Nápoles, donde deseaba y procuraba aficionadamente pagar bien a las damas su amor, inutilizaron su trabajo. 

Tras las celebraciones, se procedió a trasladar a los heridos a tierra; a Mesina, en concreto, donde se había preparado un hospital, al que llegó Cervantes, cuya recuperación, parece que fue larga. Allí acudió don Juan a visitar a los heridos con relativa frecuencia, encargando su cuidado al médico personal de la Corte de Felipe II. Después recibió órdenes de permanecer en Sicilia, procediendo a alojar a sus tropas entre aquella ciudad y Nápoles.

La pérdida de la movilidad de la mano izquierda por parte del escritor, supuso, sin duda, el final de su posible carrera militar, lo que, con el tiempo, le obligó a encontrar una salida en otros puestos de la Administración del Reino.

Hacia mediados de Abril de 1572, Cervantes abandonaba el hospital de Mesina, aunque posiblemente, no curado del todo, en opinión de Astrana Marín, quien considera que dos años después, cuando se hallaba en la toma de Túnez, aún no estaba completamente sano. Fue entonces destinado al Tercio de Lope de Figueroa, Compañía de Manuel Ponce de León, donde continuaba a principios de 1573.

Don Luis de Requeséns, comendador mayor de Castilla.

Escribía don Juan al Rey en 11 de Noviembre: A mi parescer fuera muy necesario reformar un buen número de capitanes que tienen poca gente y enviarlos a esos reinos a levantar la que de nuevo se ha de hacer; pero el quitarles las compañías tras haber vencido una batalla tan importante, sería darles justa causa de se desdeñar, y a enviarlos a España sin licencia y orden de V. M. no me atrevo, porque no sé cómo se tomará.

El duque de Sessa –que después sería protector de Cervantes-, fue nombrado lugarteniente de don Juan, que proponía una y otra vez, organizar una nueva campaña, a lo que Felipe II se negaba con la misma frecuencia, ordenándole que permaneciera en Mesina, donde asimismo se quedó Cervantes durante los meses de Mayo y Junio... Al año siguiente -de Lepanto- fue a Navarino, y después a Túnez y a la Goleta. 

Halléme el segundo año, que fue el de setenta y dos, en Navarino. Vi y noté la ocasión que allí se perdió de no coger en el puerto toda el armada turquesca; porque todos los leventes y genízaros que en ella venían tuvieron por cierto que les habían de embestir dentro del mismo puerto, y tenían a punto su ropa y pasamaques, que son sus zapatos, para huirse luego por tierra, sin esperar ser combatidos: tanto era el miedo que habían cobrado a nuestra armada. Pero el cielo lo ordenó de otra manera, no por culpa ni descuido del general que a los nuestros regía, sino por los pecados de la cristiandad, y porque quiere y permite Dios que tengamos siempre verdugos que nos castiguen. 
El Cautivo de El Quijote.

Pío V. El Greco

Estas palabras de Cervantes concuerdan con las del Cronista Cabrera de Córdoba, en su tan citada Historia de Felipe II: Si cuando se presentaron a la boca del puerto ejecutaran esto, fuera fácil el efecto; porque los turcos, medrosos, estaban ahorrados aun de zapatos para saltar en tierra. 
   
Don Juan partió para Zante el 7 de Octubre de 1572, aniversario de la victoria de Lepanto y a esta acción parece haber asistido personalmente Cervantes: En este viaje se tomó la galera que se llamaba La Presa, de quien era capitán un hijo de aquel famoso cosario Barbarroja. Tomóla la capitana de Nápoles, llamada La Loba, regida por aquel rayo de la guerra, por el padre de los soldados, por aquel venturoso y jamás vencido capitán don Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz. Y no quiero dejar de decir lo que sucedió en la presa de La Presa. Era tan cruel el hijo de Barbarroja y trataba tan mal a sus cautivos, que así como los que venían al remo vieron que la galera Loba les iba entrando, y que los alcanzaba, soltaron todos a un tiempo los remos y asieron de su capitán, que estaba sobre el estanterol gritando que bogasen aprisa; y pasándole de banco en banco, de popa a proa, le dieron bocados, que, a poco más que pasó del árbol, ya había pasado su ánima al infierno: tal era, como he dicho, la crueldad con que los trataba y el odio que ellos le tenían.

Marco Antonio Colonna. Pulzone. Gal. Colonna, Roma

En 29 de Octubre se separaban las escuadras de la Liga para siempre. Los venecianos invernaron en Corfú, Colonna en Civitavecchia y don Juan volvió a Mesina, a principios de Noviembre, desde donde se embarcó a Nápoles, cumpliendo órdenes de Felipe II. 

Cervantes y su hermano Rodrigo, pasaron desde Mesina a Nápoles; el 11 de Febrero de 1573, se ordenó a los oficiales de la armada que libren a Miguel de Cervantes, soldado de la compañía de don Manuel Ponce de León, diez escudos a buena cuenta de lo que se le debe. 

Don Juan reclamaba fondos con insistencia, especialmente para pagar a las tropas, pero no recibía nada y tampoco contaba con el apoyo del cardenal Granvela, que no parecía compartir la necesidad y urgencia de tales necesidades. A pesar de que se suele insistir en el hecho de que ambos se habían entregado a trabajos amorosos, don Juan, de acuerdo con su correspondencia, nunca ignoró las necesidades de sus tropas, pero el hecho es que el tiempo fue pasando y, entre tanto, Venecia, en pro de la solución de sus propios intereses, firmó un acuerdo con el Turco el día 7 de marzo. Inmediatamente, don Juan mandó arriar el estandarte de la Liga en su nave. La Liga se daba por terminada y Cervantes quedaba sin obligaciones dentro de su guarnición.

Felipe II, con Antonio Pérez, aprobó, finalmente, la idea de don Juan de conquistar Túnez; si bien negándose, en caso de éxito, a entregarlo como reino a don Juan, tal como había solicitado el pontífice, sino para devolverlo a Muley Hamet, destronado por su hermano Muley Hamida, en opinión de Cervantes, el moro más cruel y más valiente que tuvo el mundo, ya que se había sublevado contra su padre, Muley Haascén, a quien sacó los ojos.

En todo caso, Felipe II mandó a don Juan marchar contra Túnez; en caso de victoria, debía entregar el trono a Muley Hamet y, por último, le ordenó que destruyera las fortalezas de la plaza y desmantelara La Goleta.

Por la misma época, y por razones que desconocemos –aunque posiblemente Antonio Pérez tuvo que ver en ello-, Felipe II ordenó, inesperadamente, la retirada del secretario de don Juan, Juan de Soto -al que consideraba inductor de las reclamaciones de su hermano-, poniendo en su lugar a don Juan de Escobedo. Transcurría así el verano de 1572.

En la expedición iba el tercio de Lope de Figueroa; y en la compañía de Manuel Ponce de León, iba Cervantes, aún no del todo restablecido:

            Y al reino tan antiguo y celebrado,
            a do la hermosa Dido fue rendida
            al querer del troyana desterrado,
            también, vertiendo sangre aún la herida
            mayor, con otras dos, quise hallarme,
            por ver ir la morisma de vencida. 
            ¡Dios sabe si quisiera allí quedarme
            con los que allí quedaron esforzados,
            y perderme con ellos o ganarme!
            Pero mis cortos, implacables hados,
            en tan honrosa empresa no quisieron
            que acabase la vida y los cuidados. 

De la Epístola a Mateo Vázquez

El 7 de Octubre, 1583 dos años después de la Naval, la flota salía de Mazzara rumbo al Sudoeste, camino de África. Al anochecer del día 8 avistaban La Goleta – La Goulette. El duque de Sessa llegó el día siguiente.


Sin saber que Túnez se había rendido ante la noticia de su llegada, don Juan desembarcó a la tropa, artillería y municiones, y dispuso el asalto. Había sacado de La Goleta dos mil quinientos veteranos de Alonso Pimentel –que hacían temblar la tierra con sus mosquetes-, según Cabrera de Córdoba, los cuales, puestos en la vanguardia al mando del marqués de Santa Cruz, emprendieron la marcha al amanecer el día 10 hacia Túnez, avanzando por la costa, mientras don Juan se desplegaba en los campos de olivos. Cuando Santa Cruz llegó a la Alcazaba, le estaban esperando, con el alcaide al frente, para ofrecerle las llaves. 

Don Juan, que ya había ordenado la artillería y tomado posiciones, al conocer la rendición, salió a caballo con algunos oficiales y el grueso de las fuerzas para reunirse con Santa Cruz y tomar posesión de la Alcazaba. Una vez que le fueron entregadas las llaves, se las regaló a Santa Cruz, cuyos sucesores las conservaron siempre.

Pero lo que hallaron fue una imagen penosa: allí sólo había ancianos, mujeres y niños. Entró Don Juan, recibió la obediencia, y los soldados entraron a saquear, según costumbre entonces, durante algunas horas; pero con orden expresa, bajo pena de muerte, de no atentar contra las vidas. Encontraron mucha pólvora, cañones, trigo, cebada, aceite, miel y manteca. 

Don Juan, ignorando la orden del rey de desmantelar aquellos fuertes, decisión que compartían el duque de Sessa y Marcelo Doria; decidió construir un fuerte junto al Estaño o Estanque, el célebre puerto de Cartago. Parece que el recuerdo o la idea de emular a su padre, pesó más en su decisión que las órdenes recibidas.

Tras entregar el reino a Muley Hamet, quiso don Juan ocupar Bizerta, para asegurar Túnez. Después dejó el castillo en manos de don Juan de Ávila, con trescientos soldados españoles. Parece que Cervantes tenía intención de permanecer en Túnez, pero su Compañía no fue designada, una decisión que, sin duda, salvó su vida. El tercio de Lope de Figueroa fue llevado a invernar en la isla de Cerdeña, y allí tuvo Cervantes una estancia de seis meses de recreo.

A primeros de Mayo Cervantes estaba en Génova

Dice Cervantes, por medio de Tomás Rodaja, en El Licenciado Vidriera, refiriéndose a la ciudad de Génova: 

Allí conocieron la suavidad del Treviano, el valor del Montefrascón, la fuerza del Asperino, la generosidad de los dos griegos Candia y Soma; la grandeza del de las Cinco Viñas, la dulzura y apacibilidad de la señora Guarnacha, la rusticidad de la Chéntola, sin que entre todos estos señores osase parecer la bajeza del Romanesco. Y habiendo hecho el huésped la reseña de tantos y tan diferente vinos, se ofreció de hacer parecer allí, sin usar de tropelía, ni como pintados en mapa, sino real y verdaderamente, a Madrigal, Coca, Alaejos, y a la Imperial más que Real Ciudad, recámara del dios de la Risa; ofreció a Esquivias, a Alanís, a Cazalla, Guadalcanal y la Membrilla, sin que se le olvidase de Ribadavia y de Descargamaría. Finalmente, más vinos nombró el huésped, y más les dio que pudo tener en sus bodegas el mismo Baco. Admiráronle también al buen Tomás los rubios cabellos de las genovesas y la gentileza y gallarda disposición de los hombres, la admirable belleza de la ciudad, que en aquellas peñas parece que tiene las casas engastadas, como diamantes en oro. 

Vista de la ciudad de Génova.

(Por su enorme curiosidad e interés, alterno imágenes actuales, u obras maestras de la pintura, con las ilustraciones en blanco y negro de la obra de Astrana Marín).


El tiempo parecía haberse detenido a juzgar por la falta de directrices procedentes de la Corte de Madrid. En Génova, por ejemplo, no pasaba nada. 

Escribiendo a don García de Toledo, el 16 de Mayo, le decía don Juan: Yo llegué a este lugar a los 8 del presente. He hallado las cosas de por acá quietas, y de Francia no hay más de lo que vuestra merced verá por los traslados que van con ésta. Yo, señor, soy tan aficionado a las cosas de mi cargo, que holgara harto más andar trabajando en la mar que no estar aquí, no teniendo que hacer más de lo que agora, y creo que no fuera tiempo malgastado, según veo que se va muy flojamente en la preparación de la armada, y lo que convendría que se pusiese en muy buena orden para poner freno a los enemigos: no ha quedado por acordar con tiempo; y aunque yo he cumplido con esto, no basta para dejar de darme infinita pena los inconvenientes que de no haberse hecho podrían suceder. El parecer de vuestra merced sobre lo de Túnez espero con mucho deseo. 

Al mismo tiempo, llegaron noticias de que los otomanos preparaban una gran flota para atacar La Goleta y Túnez. Ante la falta de eco a sus peticiones de socorros, don Juan ordenó a Juan de Cardona que saliese para Túnez y auxiliase a La Goleta. Llegó Cardona a Túnez junto con Bernardino de Velasco, procedente de Nápoles, y hallaron las murallas sin altura, sin parapetos y sin baluartes.

A primero de Julio el cardenal Granvela notificaba a Cerbellón que la armada turca se dirigía desde Constantinopla a aquellas plazas y que defendiese La Goleta.

El puerto de Génova.


Pedro Portocarrero, encerrado en La Goleta, avisó inmediatamente a don Juan de la llegada de los turcos, pidiéndole auxilio urgente. 

Escribió don Juan al duque de Sessa para que pidiese al Cardenal el inmediato envío de gente de socorro, pero este le contestó que eran muchas sus obligaciones en Nápoles y que no podía dividir sus fuerzas; la causa principal, dice Cabrera de Córdoba, era el poco gusto que tenía en acudir a don Juan, envidioso de sus favores de Marte y Venus, y como extranjero, y que sus hermanos conjuraron en la rebelión de Flandes, y termina: No gobiernan bien los eclesiásticos donde hay gente de guerra, de cuyo conocimiento los hace ignorantes el estado.

El 3 de agosto, de nuevo escribía don Juan desde Génova al cardenal Granvela: Por poco soldado tuve siempre a don Pedro Puertocarrero, y así lo he escrito a su Md. más de una vez; pero no pensé jamás que llegara a tal punto esta tacha, para un Alcaide de fuerza tan importante, que dejara tan presto y tan fácilmente avecinar así al enemigo, encerrándose entre sus murallas, y de quien empieza tan encogidamente no sé qué debamos prometernos.

Y el día 7 de Agosto, aún sin fondos, se embarcaba don Juan en La Spezia, con la infantería de García de Mendoza y el Tercio de Lope de Figueroa, del que formaba parte Cervantes.

Giovanni Andrea Doria con il cane Roldano

Inmediatamente se presentó en Nápoles y Palermo para reunir las galeras del Rey y acudir a La Goleta. Cuando llegaron el marqués de Santa Cruz y Marcelo Doria, se pusieron en marcha, pero un furioso temporal los devolvió a Palermo. Otras tormentas les cerraron el paso una segunda vez. Salieron otras cuatro galeras con el intento de introducir en La Goleta algún socorro, pero las borrascas las devolvieron igualmente a Cerdeña, desapareciendo durante dieciocho días.

Finalmente, todo esfuerzo resultó inútil, cuando el 23 de Agosto caía La Goleta, después de una resistencia heroica, en que murió mucha gente. 

Don Juan de Austria, que se aproximaba, también tuvo que refugiarse en Trápani a causa del temporal. Cuando por fin se puso de nuevo en marcha, el 29 de Septiembre, recibía de una nave francesa medio destruida, la terrible noticia del desastre, del que sólo salieron cincuenta hombres vivos: Túnez había caído el 13 de Septiembre de 1574.

El supuesto responsable, Pedro Portocarrero, aquel poco soldado, según Cabrera de Córdoba: Ignoraba que en la expugnación de las plazas fuertes se ha de defender más la campaña que las murallas, pues con ella está todo defendido, y que no sólo una estrada encubierta, mas una estacada, un trincherón, un diamante o galerías suele hacer detener un cerco tiempo muy largo.

Cervantes, que acompañó a don Juan desde Génova a Trápani en aquel inútil intento de socorrer a La Goleta, opinaba de modo distinto que don Juan y que el propio Cabrera de Córdoba. 

Alejandro Farnesio de Sofonisba Anguissola

Perdióse, en fin, La Goleta, perdióse el Fuerte, sobre las cuales plazas hubo de soldados turcos pagados setenta y cinco mil, y de moros y alárabes de toda la África, más de cuatrocientos mil, acompañado este tan gran número de gente con tantas municiones y pertrechos de guerra, y con tantos gastadores, que con las manos y a puñados de tierra pudieran cubrir La Goleta y el Fuerte. Perdióse primero La Goleta, tenida hasta entonces por inexpugnable, y no se perdió por culpa de sus defensores (los cuales hicieron en su defensa todo aquello que debían y podían), sino porque la experiencia mostró la facilidad con que se podían levantar trincheas en aquella desierta arena, porque a dos palmos se hallaba agua, y los turcos no la hallaron a dos varas; y así, con muchos sacos de arena levantaron las trincheas tan altas, que sobrepujaban las murallas de la fuerza; y tirándoles a caballero, ninguno podía parar ni asistir a la defensa.
Fue común opinión que no se habían de encerrar los nuestros en La Goleta, sino esperar en campaña al desembarcadero, y los que esto dicen hablan de lejos y con poca experiencia de casos semejantes; porque si en La Goleta y en el Fuerte apenas había siete mil soldados, ¿cómo podía tan poco número (aunque más esforzados fuesen) salir a la campaña y quedar en las fuerzas, contra tanto como era el de los enemigos? Y ¿cómo es posible dejar de perderse fuerza que no es socorrida, y más cuando la cercan enemigos muchos y porfiados y en su mesma tierra? 

Pero a muchos les pareció, y así me pareció a mí, que fue particular gracia y merced que el cielo hizo a España en permitir que se asolase aquella oficina y capa de maldades, y aquella gomia o esponja y polilla de la infinidad de dineros que allí sin provecho se gastaban, sin servir de otra cosa que de conservar la memoria de haberla ganado la felicísima del invictísimo Carlos Quinto, como si fuera menester para hacerla eterna -como lo es y será- que aquellas piedras la sustentaran.

Desembarco de las tropas de Carlos V en Cartago, cerca de la Goleta. Tapiz de la serie sobre la conquista de Túnez.

Perdióse también el Fuerte –continúa-; pero, fuéronle ganando los turcos palmo a palmo, porque los soldados que lo defendían pelearon tan valerosa y fuertemente, que pasaron de veinte y cinco mil enemigos los que mataron en veinte y dos asaltos generales que les dieron. Ninguno cautivaron sano, de trescientos que quedaron vivos, señal cierta y clara de su esfuerzo y valor, y de lo bien que se habían defendido, y guardado sus plazas. Rindióse a partido un pequeño fuerte o torre que estaba en mitad del Estaño, a cargo de don Juan Zanoguera, caballero valenciano y famoso soldado. Cautivaron a don Pedro Puertocarrero, general de La Goleta, el cual hizo cuanto fue posible por defender su fuerza, y sintió tanto el haberla perdido, que de pesar murió en el camino de Constantinopla, donde le llevaban cautivo. Cautivaron ansimesmo al general del Fuerte, que se llamaba Gabrio Cervellón, caballero milanés, grande ingeniero y valentísimo soldado. Murieron en estas dos fuerzas muchas personas de cuenta, de las cuales fué una Pagán de Oria, caballero del hábito de San Juan, de condición generoso, como lo mostró la summa liberalidad que usó con su hermano el famoso Juan Andrea de Orla; y lo que más hizo lastimosa su muerte fué haber muerto a manos de unos alárabes de quien se fió, viendo ya perdido el Fuerte, que se ofrecieron de llevarle en hábito de moro a Tabarca, que es un portezuelo o casa que en aquellas riberas tienen los ginoveses que se ejercitan en la pesquería del coral; los cuales alárabes le cortaron la cabeza y se la trujeron al general de la armada turquesca, el cual cumplió con ellos nuestro refrán castellano: que aunque la traición aplace, el traidor se aborrece; y así, se dice que mandó el general ahorcar a los que le trujeron el presente. porque no le habían traído vivo.

Don Juan salió de Trápani, profundamente entristecido, hacia Nápoles, el 29 de Septiembre, dejando en Palermo el Tercio de Lope de Figueroa, y los asuntos de la armada en manos del Duque de Sessa. Desde Nápoles volvió a Génova el 29 de Noviembre, lo que significa que Cervantes llegaría también a Palermo, más o menos el día 30 de septiembre. De las adversidades vividas, escribiría dos sonetos - epitafio, el uno a La Goleta y el otro al Fuerte, que aparecen en en el Quijote (I, XL).

Alvise Mocenigo. Tintoretto

Como Soldado Aventajado, Cervantes seguía cobrando sus pagas con insoportables retrasos; don Juan repetía que no disponía de fondos. El contador Sancho Sorroza, en una relación fechada en Palermo el 10 de Septiembre, hacía un cálculo de los caudales, poco más o menos, que se necesitaban para concluir la jornada de aquel año, presuponiendo su duración hasta fin de Noviembre, y en ella se decía: A las catorce compañías de infantería española del tercio del maestre de campo D. Lope de Figueroa, que fueron a invernar a Cerdeña y al presente sirven en esta armada, con las cuatro viejas que se sacaron de La Goleta, se les deberán para el fin del mes de Noviembre que viene cincuenta mil escudos, poco más o menos, quitadas las raciones y lo demás que han rescibido.

La jornada, efectivamente, concluía a finales de Noviembre. Los soldados de Figueroa se acuartelaron entre Sicilia y Nápoles y, así, en Diciembre de 1574, aproximadamente, volvía Cervantes, a Nápoles. Mandaba el tercio de Figueroa, en su ausencia, don Martín de Argote. 

Para entonces, la posible carrera militar de Cervantes, de hecho, había terminado y seguramente empezó a plantearse la posibilidad de volver a España, pero le gustaba Nápoles, ciudad a su parecer y al de todos cuantos la han visto, la mejor de Europa y aun de todo el mundo y allí permaneció hasta el 20 de septiembre de 1575.

***
Don Juan de Austria viajó –sin licencia– a la corte de España en enero de 1575 para informar a Felipe II del estado de los asuntos en Italia, y reclamar sobre la actitud del cardenal Granvela. Solicitó, para moverse con más libertad, el nombramiento de Lugarteniente del Rey en Italia e insistió en el título de Infante de Castilla. Su hermano le concedió lo primero y aplazó sine die lo segundo, reiterándole, como ya le dijera por carta, que no le diese cuidado su persona, pues miraba él por ella y su acrecentamiento, como a quien tanto le tocaba

Trataron entonces de los negocios de Génova y de la necesidad de hacer aprestos contra los turcos, que crecidos por la victoria pasada, no dejarían de inquietar aquel verano. 

Trataron del proyecto pontificio de actuar contra la reina Isabel de Inglaterra y colocar en el trono a María Estuardo, casándola con el duque de Norfolk.

Más detalles sobre este proyecto en: María Estuardo.

La empresa, aunque, en principio podía tener aspectos positivos, fue, sin embargo rechazada. En Abril, don Juan volvió a Italia.

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Casa del Tasso en Sorrento.


Llegó a Génova el 9 de Junio y envió a Cerdeña la gente y las provisiones que el Rey había mandado reunir, y el 18 de Junio entraba de nuevo en Nápoles. Después partió para Sicilia con la intención de preparar una campaña que nunca tuvo lugar. 

Cervantes decidió volver a España. 



Venecia.

Cuando don Juan volvió a Nápoles, el escritor le pidió licencia para volver a España con su hermano Rodrigo. El duque de Sessa, en una certificación firmada en Madrid el 25 de Julio de 1578, a petición de la familia de Cervantes, decía: sabe y le consta haberse hallado Cervantes en la rota de la armada del Turco y que le vio servir en las demás jornadas que hubo en Levante, hasta tanto que por hallarse estropeado en servicio de Su Magestad, pidió licencia al Señor don Juan para venirse en Spaña a pedir se le hiziese merced; y yo entonces le di carta de recomendación para Su Magestad y Ministros. 

Parecería que la circunstancia de hallarse estropeado, significa que se le recomienda para un empleo no militar, sin embargo, el alférez Gabriel de Castañeda, en el interrogatorio de la información de 1578, dice que a Miguel le tienen en mucho rescate en Argel, por haberle hallado cartas de su Alteça el señor don Juan, para su magestad, en que le suplicaba le diese una compañía de las que se hiciesen en España para Italia, pues era hombre de méritos y servicios, porque este testigo las leyó en argel al tiempo que le cautivaron. 

Es probable que Castañeda hubiera oído hablar del ascenso de su amigo, pero parece difícil, si no imposible, que leyera aquellas cartas en Argel, ya que Cervantes asegura le fueron arrebatadas cuando le hicieron prisionero, antes de ser llevado a Argel.

Decidió, en cualquier caso, pedir audiencia a don Juan. Dice Juan de Valcázar, compañero de cautiverio en 1580: queste testigo vido en Italia quel señor don Juan de Austria, que está en gloria, y el duque de Sesar (sic), y los demás cavalleros capitanes, le thenían –a Cervantes– en mucha reputación y por muy buen soldado y principal. 

Sebastián Veniero. Tintoretto

Con la licencia obtenida y su carta para el rey, Cervantes se propuso ir a Palermo o Nápoles para ser recibido por Gonzalo Fernández de Córdoba –nieto del Gran Capitán–, que le conocía de algunos años antes del servicio del rey, aunque no se sabe con qué objeto.

Las galeras de Sancho de Leiva ya estaban preparadas en el puerto. Cervantes volvía después de seis años de ausencia, convertido en un buen conocedor de lo más relevante en Italia, relacionado con arquitectura, paisajes y literatura. Había recorrido buena parte de la península y conocía bastante bien Roma, Nápoles, Génova, Florencia, Palermo, Mesina, Venecia, Milán, Plasencia, Ferrara, Ancona, Bolonia, Luca, Parma y otras ciudades, de algunas de las cuales dejó precisas y bellas descripciones, además de recorrer los mares Mediterráneo, Adriático, Jónico, Tirreno y Ligur, con las costas de Grecia, Albania y África

Garisenda y Asinelli, las dos torres de Bolonia.


Iba rico de observaciones y ahíto de experiencias, que –como escribió– las luengas peregrinaciones hacen a los hombres discretos. En sus experiencias de soldado, había aprendido expresiones como el Aconcha, patrón; pasa acá, marigoldo; venga la macatela, li polastri, e li macarroni. Sonábale bien aquel Ecco li buoni pollastri, picioni, presuto e salcicie, con otros nombres de quien los soldados se acuerdan cuando de aquellas partes vienen a éstas y pasan por la estrecheza e incomodidades de las ventas y mesones de España. No desconocía los francolines de Milán, los faisanes de Roma ni la ternera de Sorrento.

Resaltaba, como puede leerse, la belleza de la ciudad de Nápoles, las holguras de Palermo, la abundancia de Milán, los festines de Lombardía, las espléndidas comidas de las hosterías. Florencia ciudad rica y famosa de Italia en la provincia que llaman Toscana, y le contentó en extremo, así por su agradable asiento como por su limpieza, sumptuosos edificios, fresco río y apacibles calles. 

Luca era pequeña, pero muy bien hecha, y en la que, mejor que en otras partes de Italia, son bien vistos y agasajados los españoles. De Palermo le parecía bien el asiento y belleza; y de Micina, el puerto, y de toda la isla, la abundancia, por quien propiamente y con verdad es llamada granero de Italia.

 
Plaza e iglesia de San Marcos en Venecia.
Canaletto

Hacia el 20 de Septiembre de 1575, él y su hermano Rodrigo se dirigieron al puerto de Nápoles. Allí se encontró Miguel con su compañero Mateo de Santisteban, que le preguntó en qué galera harían el viaje. Cervantes le dijo que, en la galera del Sol, con Carrillo de Quesada

La Sol formaba parte de una flotilla de cuatro galeras de Sancho de Leiva, que venían a España a recoger los fondos que, tan repetidamente había reclamado don Juan, y cuyo envío a Nápoles se había aprobado finalmente. Los Cervantes aprovechaban el transporte para volver a casa.

Nápoles.


Y todo parecía ir conformándose con sus proyectos inmediatos.

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