Chejov pintado por su hermano Nikolai
Ningún otro escritor ruso, excepto Pushkin y Tolstoi, ha sido llorado con tanta congoja y dolor como lo ha sido Antón Pavlovich Chejov-Антон Павлович Чехов. Fue no sólo un escritor genial, sino además una persona muy querida. Él sabía por dónde pasaba el camino hacia la grandeza del alma, hacia la dignidad y la felicidad del hombre, y supo dejarnos todas las señales de ese camino.
Konstantin Paustovski. –Nominado al Premio Nobel de Literaturaa, en 1965-.
Antón Chejov fue el tercero de los seis hijos que tuvieron Pavel Chejov Yegorovich y su esposa Yevgeniya Yakovlevna:
Alexander, escritor y periodista; Nikolái, pintor; Iván, pedagogo; María, maestra y también pintora, y Mijaíl, el pequeño, cuyo libro titulado En torno a Chéjov - Вокруг Чехова, obtuvo un enorme éxito por su gran valor biográfico y literario.
Fachada de la casa, alquilada desde 1859 hasta 1861, donde nació Antón Chejov.
Nacido el 17 de enero Juliano, o bien, el 29 Gregoriano, en 1860, bajo el reinado del Zar Alejandro II, cuando la familia vivía en Taganrog – Таганрог, un puerto en el Mar de Azov en el sur de Rusia, donde su padre tenía una tienda.
Fachada de la tienda del padre de Chejov y casa donde vivieron desde 1869 a 1874.
A pesar de ser especialmente discreto en lo relativo a su persona, a través de la lectura de sus cartas –que no fueron publicadas hasta 1951–, se puede obtener información muy valiosa: No tuve infancia. El despotismo y las mentiras deformaron nuestra niñez a tal grado que me repugna y horroriza pensar en ella. Cuando era niño, fui tratado con tan poca benevolencia que ésta me parece algo extraordinario. Me gustaría ser bondadoso con la gente, pero no sé cómo.
Su padre dominante, severo, cruel y con cierta inclinación al fanatismo religioso, obligaba a los niños a levantarse muy temprano para asistir a misa y cantar en el coro que él mismo había organizado, mientras él los acompañaba al violín. Ensayaban de 10 a 12 de la noche, todos los días, luego rezaban de rodillas con la cabeza rozando el suelo y al día siguiente, acudían temprano al colegio. Al recordar mi infancia se me presenta profundamente sombría y la ortodoxia ya no existe para mí. Todo el mundo nos miraba con emoción y envidiaba a nuestros padres, pero en ese momento nosotros nos sentíamos como pequeños convictos.
Catedral de la Asunción en Taganrog, donde el 10 de Febrero de 1860, fue bautizado. No existe en la actualidad.
Cuando sus hermanos mayores –Alexander y Nikolái- llegaron a la adolescencia, se dedicaron a beber, jugar y evitar cualquier obligación, por lo que fue Antón quien debió asumir todas las responsabilidades familiares. Trabajaba todos los días desde las 8 de la mañana en la tienda familiar y, posteriormente, a lo largo de toda su vida, protegió y sostuvo económicamente a toda su familia.
Años después, Antón reprocharía a su hermano mayor la forma en que trataba a su esposa y sus hijos, recordándole el comportamiento de su padre: Quiero recordarte el despotismo y la mentira de nuestra juventud; despotismo que destruyó a nuestra madre, y mentira que mutiló nuestra infancia Eso es repugnante y aterrador. Piensa en ello. Recuerda el horror y repugnancia que sentimos aquel día en que el padre montó en cólera en la cena por el exceso de sal en la sopa y llamó estúpida a la madre.
Foto de familia de los Chejov. Taganrog, 1874.
Arriba, de pie: Iván, Antón, Nikolaï, Alexandre y Mitrofan –su tío-.
Sentados: Mikhaïl, Maria, Pavel Egorovich -el padre-, Evguenia Yakovlevna -la madre-; Ludmilla Pavlovnan -esposa de Mitrofan-, y Gueorgui -su hijo-.
Museo Chekov de Badenweiler. Foto: S. Isakovich
De acuerdo con el relato de su hermano Mijaíl, a los trece años asistió por primera vez al teatro en compañía de su madre. Ella se sentó en el patio de butacas, mientras que ellos fueron a gallinero. Antón era el más ruidoso. Al final de cada acto gritaba y silbaba, pero no a los actores, sino a los aristócratas griegos sentados en la platea. Era tal el ruido que armaba que muchas veces los griegos abandonaban la sala antes de que terminara el espectáculo.
Componía pequeñas obras para representar en casa de sus amigos, y después las rompía. También componía pequeños poemas para las amigas de su hermana María, de las que solía enamorarse. Más tarde, declaró que la poesía no era su fuerte ni tampoco le atraía mucho su lectura, exceptuando la de Pushkin.
Los negocios del padre empezaron a ir mal, hasta que las deudas le obligaron a abandonar la ciudad en 1876, llevándose a sus dos hijos mayores. Las penurias económicas se agravaron, y la madre envió a los más pequeños a vivir con su abuelo. Con ella quedaron Antón y su hermana. Finalmente, en Moscú, empezaron una nueva vida llena de dificultades que, al parecer, minaron en buena parte la resistencia de la madre.
El escritor permaneció en Taganrog, ocupándose de liquidar las propiedades de la familia, algo que consiguió dos años después, un período durante el cual vivió y se costeó los estudios dando clases privadas al hijo del vecino que le había acogido y, curiosamente, cazando jilgueros, que después vendía, a la vez que enviaba algunos artículos a los periódicos, con todo lo cual, aún alcanzaba a aportar algunos fondos que servían de ayuda a su familia en Moscú. Durante el mismo período, también dedicó todo el tiempo posible a la lectura; entre sus autores preferidos, figuraba en primer lugar, Cervantes, aunque, sobre todo leía a los más importantes autores rusos, como Iván Turgueniev, o Goncharov. Según sus cartas, durante aquellos años de soledad, pasaba horas en la biblioteca estudiando y solo regresaba a la casa para cenar y dormir.
El Gymnasium de Taganrog. donde Chejov estudió hasta 1879
A pesar de que el colegio de Taganrog era como una especial división de prisioneros, donde a los presos se les cambiaba el garrote y el palo por el griego y el latín, cuantos conocieron a Chejov durante su época de estudiante, resaltan su excelente trato, su alegría contagiosa y su fina ironía y, a pesar de muchas dificultades, nunca perdió la alegría, que se evidenciaba en los cuentos que enviaba a su hermano Alexander, quien trabajaba en periódicos cómicos de Moscú y consiguió que algunos de sus cuentos fueran publicados, lo que significó el ingreso de algunos rublos más para la supervivencia familiar.
Muy centrado en la familia, Chejov no tenía muchos amigos, a pesar de ser muy apreciado. La soledad de los años pasados en Taganrog, marcaron su carácter de hombre solitario, reservado y discreto, si bien se hizo con el respeto y el afecto de la gente sencilla que diariamente se cruzaba con él; hombres y mujeres de pueblo.
Al terminar los estudios secundarios, él mismo pudo trasladarse finalmente a Moscú, donde se matriculó en la Facultad de Medicina, y donde, además de proseguir sus estudios, se convirtió en responsable de toda la familia, a la que logró sacar adelante, escribiendo numerosos artículos para diferentes periódicos.
Había obtenido una beca de 25 rublos otorgada por la Municipalidad de Taganrog, a cambio de que dos estudiantes se alojaran en su casa, mediante un modestísimo alquiler. Los hermanos mayores -Alexander y Nikolay- ya no vivían en la casa y los demás, sobrevivían en un sótano desde cuya ventana solo se podían ver los pies de los transeúntes. Y así se convirtió en el principal soporte económico y moral de la familia, vendiendo a los periódicos, pequeños artículos, de carácter cómico y social, con el apoyo de Alexander, a la vez que adelantaba en sus estudios.
Empleaba varios seudónimos: Hermano de mi hermano; Médico sin pacientes; G. El tonto; El hombre que rápidamente se enfurece; y el más conocido, Antosha Chejonté. Se dice que escribió su primer cuento con la finalidad de obtener dinero para comprarle a su madre una tarta de cumpleaños.
Dos años después fue contratado en el Novoye Vremya -Nuevos Tiempos-, un popular periódico de San Petersburgo, propiedad de su buen amigo Alexei Suvorin, tal vez el mejor amigo de su vida, que era, además un magnate de la prensa. Chejov vio mejorar notablemente sus ingresos, llegando a proponerse, finalmente, el objetivo de buscar una casa mejor para la familia.
Por entonces, recibió un gran halago y un claro reproche del escritor Dmitry Grigorovich, quien, tras la lectura de su cuento El Cazador, calificó al autor de verdadero talento, a la vez que le decía que debía escribir menos y cuidar más la calidad de sus escritos. Chejov se sintió herido ante aquella crítica, ya que, desde sus primeras publicaciones, era evidente que cuidaba en extremo la calidad de su obra, que solía revisar una y otra vez, antes de sentirse satisfecho. El propio Grigorovich aplaudió después su colección de cuentos titulada En el Crepúsculo, que, en 1887 obtuvo el célebre Premio Pushkin.
Chejov, a la derecha, con tres de sus hermanos
En el mismo año de la obtención de aquel premio, su salud sufrió un claro tropiezo que le decidió a emprender un viaje a Ucrania a través del cual recuperó el concepto de la belleza de la estepa, que reflejó en la novela del mismo título. La Estepa es un largo viaje contemplado por los ojos de un niño, en el que Chejov aportó una gran sensibilidad personal y una ya indudable y madura calidad literaria.
Siguió Ivanov, una obra cuyo éxito sorprendió al propio autor. Para entonces, Chejov había reconocido y definido su técnica con claridad. De acuerdo con su concepto, en la narrativa sólo deben intervenir los elementos estrictamente necesarios, descartando todo lo demás. Es decir, que si en el primer capítulo se habla de una escopeta colgada en la pared, debe ser porque va a ser necesario hablar de la misma dos o tres capítulos después; de no ser así, la escopeta no debe aparecer.
Con el tiempo, supo que la observación de la vida en sus aspectos más auténticos, constituiría la base de su creación literaria. Tres meses antes de su fallecimiento escribiría: Si me encuentro bien de salud, en julio o agosto viajaré al Extremo Oriente, pero no en calidad de corresponsal, sino como médico. Me parece que un médico ve mucho más que un corresponsal. Solía bromear diciendo que la medicina era su legítima esposa, y la literatura, su amante.
Las historias que escribía eran muy breves, reducidas al espacio que le imponían los periódicos, pero a la vez, una circunstancia que redundaría en una magistral economía de recursos literarios que al final, revolucionó la técnica del cuento.
–La brevedad es hermana del talento. El lenguaje debe ser sencillo y elegante. El arte de escribir consiste menos en escribir bien que en tachar lo que está mal escrito–.
Antón Chejov. Osip Braz
A través del humor y la sátira, Chejov se burla de la ordinariez, de la vanidad, de la vulgaridad y de la estupidez humana, en unos artículos que le van abriendo camino, a pesar de que las condiciones de su entorno familiar y de trabajo pesan exclusivamente sobre él, aun en el nuevo domicilio.
Escribo en pésimas condiciones, rodeado de huéspedes, niños, música y lecturas de la Biblia. En el cuarto de al lado llora el hijo de un paciente ...Mi cama está ocupada por un familiar que vino de visita y a cada rato viene a hablarme de medicina. El niño sigue aullando. Acabo de tomar la firme determinación de nunca ser padre. Pienso que los franceses tienen pocos hijos porque son un pueblo literario. Aun así, el mundo literario de Chejov iba tomando forma.
A los 24 años -1884- obtiene el título de Médico y publica su primer libro, Leyendas de Melpómene- Сказки Мельпомены, sin éxito, y dos años después termina Cuentos Estrepitosos- Пёстрые рассказы, que no llega a ser editado. Entre tanto, escribe casi 130 cuentos, de los que elige 16 para su edición en 1887: En el Crepúsculo-В сумерках, para ser leídos cuando se pone el sol, e inesperadamente, recibe el Premio Pushkin de Literatura, de la Academia de Ciencias.
Antiguo dibujo de la casa de Moscú, donde Chejov vivió con su familia, desde 1886 a 1890. La casa era conocida como Korneyev.
Con el premio, había aparecido el éxito, que se tradujo en doce ediciones en solo dos años. Chejov se planteó durante cierto tiempo la posibilidad de abandonar la medicina, pero finalmente, optó por seguir adelante.
En 1892, Chejov compró una pequeña casa de Campo en Mélikhovo, al sur de Moscú, donde vivió con su familia hasta 1899. Instalado allí, trabajó como médico de forma desinteresada y con una entrega absoluta. Durante la epidemia de cólera que se produjo en Rusia, se le encargó organizar una especie de unidad sanitaria preventiva en su casa y Chejov no sólo cumplió su cometido, sino que creó otras unidades a sus expensas, en solitario y, frecuentemente, enfermo. Desde el primer día que se instaló en Mélikhovo, los enfermos empezaron a llegar desde veinte kilómetros a la redonda; acudían a pie o en carretas, pero frecuentemente, era él mismo quien se desplazaba para visitarlos. A veces, desde antes de amanecer ya le esperaban mujeres campesinas con sus niños delante de su puerta.
Chejov con amigos en Milikhovo.
Chejov atendía a los enfermos, iba de una aldea a otra, daba charlas sobre cómo luchar contra el cólera y escribía a sus amigos diciéndoles que le era imposible escribir, a pesar de lo cual, nunca abandonó la tarea del todo, compatibilizando su necesidad de escribir, con la atención a los pacientes, especialmente, a los menos favorecidos, ya que, en su opinión, el bien público, era, o debía ser, una necesidad del alma y una condición de la felicidad personal.
Por entonces conoció a Piotr Ilich Tchaikovsky- Пётр Ильи́ч Чайко́вский, a quien dedicó varias obras, e incluso se propusieron escribir el libreto y la música sobre una obra de Lermontov, que no llegaron a hacer realidad. A Chejov le gustaba la música de Glinka, Chopin y Beethoven, pero sobre todos ellos, Tchaikovsky y, muy especialmente, su ópera Eugenio Onieguin.
En 1889 fallecía su hermano Nicolai a causa de la tuberculosis, convirtiéndose, en cierto modo en figura moral de su novela, Una Historia Lúgubre, sobre un hombre que se aproxima al final de su vida, consciente de que nunca ha tenido un objetivo. De acuerdo con la biografía de su hermano Mijail, Chejov, que trabajaba en una especie de tesis sobre el estado de las prisiones de su época, con vistas a la regeneración del sistema carcelario, tras la depresión que le causó la muerte de Nicolai, convirtió su proyecto en una especie de obsesión.
El año siguiente emprendió un largo y complicado viaje hasta la isla de Sajalín, al norte de Japón, con el fin de visitar su trágicamente famosa colonia penal, en la que pasó tres meses entrevistando a presos para elaborar un estudio, que afrontó conmocionado y enfurecido por lo que observó: además de la evidente malversación de suministros, castigos corporales y mujeres forzadas a la prostitución, constituyendo su límite el estado de los niños que vivían en la Colonia junto a sus padres presos; en el vapor de Sajalín, viajó con un hombre que, tras haber asesinado a su mujer, llevaba grilletes en los pies e iba acompañado de su hija de seis años. Por la noche descansaban sin separación, presos, soldados, niños y viajeros.
Hubo momentos en que sentí que me hallaba ante los límites extremos de la degradación humana.
Tras sus observaciones, Chejov concluyó que cualquier intento de mejorar la terrible situaación, por caritativo que fuera, sería inútil, si el gobierno no asumía la obligación de proteger la integridad de los reclusos a los que debía custodiar.
Sus conclusiones fueron publicadas entre 1893 y 1894 bajo el título Ostrov Sakhalin - La isla de Sajalín, más como el resultado de una investigación de carácter social, que como una obra literaria, aspecto en el que incidiría posteriormente, redactando la historia titulada El Asesinato, en la que hablaba del Infierno de Sajalín, que a su vez constituyó el asunto de un poema de Seamus Heaney -autor galardonado con el Premio Nobel-, titulado, Chejov en Sajalin.
Chejov en Mélikhovo, 1897
En 1894, Chejov empezó a escribir La Gaviota en su casa de Melikhovo, en la que, para entonces había una huerta productiva y muchos árboles nuevos, que según Mijaíl, Antón cuidaba como si fueran sus hijos. La Gaviota constituyó un fracaso en su estreno en San Petersburgo, siendo abucheada por el público, pero encontró el éxito al año siguiente, cuando Constantin Stanislavski se encargó de su preparación.
La catástrofe del estreno de La Gaviota le afectó enormemente, y la alegría de algunos autores contemporáneos suyos frente al fracaso, es un hecho reconocido. Además, y esto fue para mí otra sorpresa, Chejov le tenía antipatía a Stanislavski como director. El método era, y sigue siendo, el mejor modo de asesinar la comedia, y para Chejov La Gaviota era definitivamente una comedia. Arthur Miller (1915–2005) -Diario La Nación, de Buenos Aires, 1997
En marzo de 1897, Chejov sufrió una grave recaída, que hizo recomendable un cambio radical en su vida. El año siguiente murió su padre, y se decidió a adquirir un terreno en las afueras de Yalta, donde se hizo construir una pequeña villa a la que se trasladó con su madre y su hermana. Allí plantó también árboles y flores y allí recibió la visita de dos grandes de la literatura rusa: León Tolstoi y Maxim Gorki.
Chejov en su despacho, en Yalta.
Fachada de la casa de Yalta
Con Tolstoi
Con Gorki
El 25 de mayo de 1901, Chejov se casó, casi en secreto, con Olga Knipper, a la que conoció en los ensayos de La Gaviota, pero, dado su rechazo al matrimonio, decidió poner sus condiciones, que fueron aceptadas por la actriz. Me casaré con usted si así lo desea, pero con la condición de que todo debe continuar como es hasta ahora; es decir, que vivirá en Moscú, donde yo iré a visitarla. Me comprometo a ser un excelente marido, siempre que mi esposa, como la luna, no aparezca en mi cielo todos los días.
1902. Con Olga Knipper.
Sobre tales acuerdos, Anton y Olga repartieron su vida entre Yalta y Moscú, donde ella continuó desarrollando su carrera como actriz. En sus cartas aparecen frecuentemente ideas sobre el Método de Dirección de Stanislavski, y consejos del propio Chejov a Olga acerca de la realización de sus obras.
Para mayo de 1904, la enfermedad de Chejov ya era evidente para todos, aunque nadie hablaba de ello al autor, ya que en opinión de sus mejores amigos, cuando más cerca estaba del final, más lejana le parecía a él su posibilidad.
El 3 de junio, acudió con Olga a un balneario alemán en el Selva Negra, desde donde escribió cartas aparentemente alegres a su hermana, asegurándole a ella y a su madre, que estaba mejorando.
Pero no era así. Años después, en 1908, Olga describió los últimos momentos de su marido: Anton se sentó inusualmente erguido y dijo en voz alta y con claridad –aunque no sabía casi nada de alemán–: Ich sterbe -Me muero-. El doctor lo calmó con una inyección y pidió Champagne. Anton tomó un vaso lleno, lo miró, me sonrió y dijo: Hacía mucho tiempo que no bebía champán. Terminó la copa y se apoyó tranquilamente en su lado izquierdo. Me acerqué y le llamé, pero había dejado de respirar y dormía pacífico como un niño.
Ocurrió en Badenweiler, Baden-Wurtemberg –del Imperio Alemán- el 15 de julio 1904.
El cuerpo de Chejov fue llevado a Moscú en un vagón de ferrocarril refrigerado y enterrado junto a su padre en el cementerio Novodevichy.
Son conocidas las dramáticas circunstancias de su fallecimiento lejos de su país, en el hotel de Badenweiler.
Las cartas que Olga Knipper-Chéjova, su esposa, envía a su hermano y a la madre de Chéjov –encontradas no hace mucho tiempo- testimonian el clima de angustia vivido en los últimos días junto a su marido. Son terriblemente dramáticas.
12 de junio. Paramos en un hotel grande y Antón expresó el deseo de quedarse aquí ya que la comida es excelente. Fuimos a almorzar al comedor principal, pero fue por última vez, al día siguiente nos mudamos. Imagínate: ese mismo día, casi en seguida del almuerzo, viene a verme el doctor Shverer, quien ya había estado con nosotros, y, muy sutil y suavemente, me transmite que el director del hotel le comentó que muchos de sus huéspedes se habían quejado porque, habían conocido la enfermedad del escritor, y no querían permanecer junto a él. ¡Fue espantoso escuchar esto! Al doctor no le fue nada fácil decírmelo. No pude soportarlo y prorrumpí en llanto. En otras palabras: nos echan. ¡No podemos permanecer como prisioneros en la habitación! Fue horrible. Esa misma tarde quise marcharme definitivamente y por eso fui a ver al doctor. Él me tranquilizó.
Encontré una buena habitación, soleada. Por supuesto, la comida es la corriente, alemana. No te haces una idea cuán duros han sido para mí estos días. Es desesperante, espantosa la sociedad de aquí; por donde mires, pura masa pequeño burguesa. Y esta gente ha tenido el valor de mirar a Antón como si fuera un apestado. El, por supuesto, no sabe nada de esto, le dije que el hotel era demasiado ruidoso.
20 de junio. Mañana nos mudamos a un nuevo hotel. Antón no soporta la insípida comida de aquí, todo le repugna. Ahora en todas partes habrá de sentirse mal, se da cuenta de que no se recupera. Fiebre alta y constante, tos, insomnio, es el segundo día que tiene 38,1 de fiebre. No sé qué hacer. Al fin y al cabo, quizás lo mejor sea viajar a Yalta y alimentarlo como lo hicimos en mayo en Moscú. Se queja del frío y de la humedad del lugar. Veremos qué pasa. Es muy duro verlo así, terrible.
El 21 de junio se trasladaron al Hotel Sommer.
En la noche del 14 al 15 de julio la salud de Chejov empeora. El mismo manda llamar a su doctor Schôwher. Le falta el aire, se ahoga. Cuando su mujer Olga le coloca sobre el pecho una bolsa de hielo para aliviar los estertores de su agonía, Chejov le pregunta, saliendo momentáneamente del delirio, -¿para qué poner hielo sobre un corazón vacío?-. Rechazó el oxígeno que le ofrecieron y, acto seguido, tras beber una copa de champagne, dice clara y serenamente las dos palabras en alemán: Ich sterbe -Me muero.
***
Siempre modesto, Chejov nunca imaginó la magnitud de su fama póstuma; de hecho, había comentado al escritor Iván Bunin, que apenas duraría lo mismo que su vida, pero el enorme éxito de El jardín de los cerezos, el mismo año de su muerte, llegó a tiempo para mostrarle cómo había aumentado el afecto del público ruso. Para entonces, sólo Tolstoi era más célebre que él. Después, su fama se extendió mucho más lejos, alcanzando la admiración de escritores como James Joyce, Virginia Woolf, Katherine Mansfield, o George Bernard Shaw.
Retrato de Chejov, por Valentin Sierov
Los cuentos de Chejov son tan interesantes hoy, como cuando aparecieron por primera vez, y de ello es prueba la constante reedición de la mayor parte de sus títulos.
Vladimir Nabokov, aseguraba que La dama del Perrito es una de las más grandes historias que se han escrito, a pesar de su sexismo aparente y la problemática relación entre los personajes.
Virginia Woolf, reflexionó sobre la calidad única de Chejov en The Common Reader, First Series: The Russian Point of view, de 1925.
Leyendo a Chejov encontramos repetida la palabra alma una y otra vez por todas sus páginas. Incluso viejos borrachos la usan libremente. Es el personaje principal en la ficción rusa, delicada y sutil en Chejov, pero que es, a veces, antipática en otros autores.
Aparte de Shakespeare, no hay lectura más excitante. Abrimos una puerta y nos encontramos en una habitación… y muchas personas muy diferentes están hablando a gritos de sus asuntos más privados. Nadie piensa en dar explicaciones. Son almas, torturadas, almas infelices, cuya única ocupación es hablar, revelar, confesar…
Los hombres son al mismo tiempo santos y villanos y sus acciones, a la vez, bella y viles. Los amamos y odiamos a la vez. No existe esa precisa división entre el bien y el mal, tal como suele ser considerada. A veces, aquellos por los que sentimos más afecto, son los peores criminales, y los más abyectos pecadores nos provocan una poderosa admiración parecida al amor.
Pero, ¿en qué acaba todo esto? Tenemos más bien la sensación de que hemos superado nuestros propios límites; como si una melodía se hubiera cortado sin los acordes esperados para cerrarla. Estas historias no son concluyentes, nos decimos, y formulamos una crítica basada en la suposición de que las historias deben concluir de una manera reconocible. Pero, de este modo se plantea la cuestión de nuestra propia aptitud como lectores, enfocada para la mayoría, en la ficción victoriana. Con Chejov, necesitamos un sentido muy audaz y una atención literaria que nos permita escuchar la melodía, y en particular las últimas notas que completan la armonía.
Alan Twigg, Editor Jefe y Editor de BC Bookworld en Vancouver, Canadá.
Se puede argumentar que Anton Chejov es el segundo escritor más popular en el planeta. Sólo Shakespeare supera a Chejov en términos de adaptaciones cinematográficas de su trabajo. En todo caso y, en general, sabemos menos aún sobre Chejov de lo que sabemos del misterioso Shakespeare.
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Como sabemos, cuatro obras de teatro de Chejov, ocupan un lugar destacado en el Olimpo de las Letras:
La gaviota –Чайка, 1896
Tío Vania –Дядя Ваня, 1899-1900
Tres hermanas –Три сестры, 1901
El jardín de los cerezos –Вишнёвый сад, 1904
Portada de la primera edición de Tres Hermanas con los retratos de las actrices que estrenaron la obra en 1901.
Además del Viaje a Sajalín – Остров Сахалин, de 1895, aparecieron casi 250 cuentos y relatos, escritos entre 1885 y 1899, entre ellos, la célebre Dama del Perrito, de 1899, avalan la calidad literaria de este escritor, grande, por encima de su propia obra.
Cuando un reportero de la revista Siever quiso escribir su biografía, Chejov le escribió: En 1891 hice una gira por Europa, donde bebí vino espléndido y comí ostras. Descubrí los secretos del amor a los 13 años. Mantengo excelentes relaciones con mis amigos, tanto médicos como escritores. Estoy soltero. No obstante, todo esto no vale nada. Escriba lo que le parezca. Si no hay hechos, sustitúyalos por un comentario lírico.
La falta de datos autobiográficos, acrecentó el misterio y avivó la fantasía de muchos biógrafos y lectores. Aún hoy, su vida sigue despertando gran interés. Se trata de un gran hombre y un escritor genial, que cambió los modelos de la dramaturgia, dando nacimiento a una nueva literatura, la de la sensibilidad.
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Chejov medía cerca de 1,80 de estatura, tenía el rostro alargado, el cabello castaño y una cicatriz en la frente. En cuanto al color de sus ojos, se diría que cada uno los veía de un modo diferente. Gorki dijo que eran grises, tristes y dulces, en los que a veces brillaba una sonrisa. Pero que, a veces, su mirada se tornaba fría, viva y ruda. Y que la sombra de una tristeza profunda velaba sus ojos bondadosos, rodeados de pequeñas arrugas.
Tenía la frente amplia, blanca, impecable, perfecta en su forma. Orejas grandes. Su apretón de manos era fuerte, pero al mismo tiempo reservado, discreto, como si ocultase algo,- declaró Kuprín, añadiendo que había en él algo de simple y modesto, algo extraordinariamente ruso, popular: en la cara, en el acento y en el habla, incluso había, en apariencia, cierta negligencia en sus maneras propia del estudiante moscovita. Yo vi a un Chejov cuyo rostro nadie ha podido captar en una fotografía y que, lamentablemente, no supo comprender y ni sentir en profundidad ni uno solo de los artistas que pintaron su retrato. Yo vi el más hermoso, fino e inspirado rostro humano que me haya tocado apreciar en mi vida. Nunca he visto una sonrisa tan seductora como la de Chejov.
A Bunin lo cautivó no sólo la inteligencia y el talento de Chejov, sino su voz recia y su sonrisa infantil y para Nemiróvich-Dánchenko también tenía una sonrisa muy particular. Surgía de improviso, - dice - tan rápido como desaparecía. Amplia, abierta, a pleno rostro, franca, aunque breve. Como si de repente cayera en la cuenta que, quizás, el motivo no mereciese reír más de lo debido. En Chejov fue así toda la vida. Era un rasgo familiar. Su madre tenía el mismo modo de sonreír, también la hermana, y, en especial, su hermano Iván.
El escritor Korolenko describe así el rostro de Chejov: Había algo singular en ese rostro que uno no pude determinar de inmediato. Mi esposa lo señaló de manera muy acertada: a pesar de su insoslayable intelectualidad, notaba ciertos pliegues que hacían pensar en un sencillo muchacho del campo. Lo cual lo hacía especialmente atractivo. Incluso los ojos de Chejov, azules, luminosos y profundos, alumbraban a un mismo tiempo con inteligencia y una casi infantil espontaneidad. Su sencillez de movimientos, modales y manera de hablar eran factores dominantes tanto en su persona como en su escritura. En general, la impresión que tuve de Chejov en nuestro primer encuentro fue la de un hombre profundamente jovial, amante de la vida.
Sin embargo, el escritor y dramaturgo Lazarev-Gruzinski, amigo de Chejov, discrepa con Korolenko. Mi impresión personal de Chejov fue la de un estudiante culto y de infinita simpatía. Las cartas de Chejov dan la idea de un ser audaz, lo cual era natural en él, salvo en los aciagos días de su enfermedad, pero los retratos no reflejan esa audacia, sino bondad y cordialidad.
Nemiróvich-Dánchenko: De él podría decirse que era bien parecido, de buena estatura, de agradable cabellera castaña y ondulada, peinada hacia atrás, barba rala y bigotes. Porte modesto, pero sin excesiva timidez; de actitud reservada. Tenía voz de bajo; dicción auténticamente rusa, con tonalidades dialectales netamente rusas; la entonación era flexible, semejante a un canto ligero, pero sin nada sentimental y sin sombra de artificialidad.
Iván Novikov,-Chejov, hablaba tal como escribía, con frases cortas, meditadas, un tanto parco y muy preciso; igual de parcos y expresivos eran sus gestos apenas esbozados, y, al mismo tiempo plenamente definidos.
El escritor Potapenko, también amigo de Chejov recuerda: Lo miré de arriba abajo, esperando ver algo singular en él. Pero no era de esos que gustan impresionar. Todo lo contrario, trataba de hacerse notar lo menos posible.
Alexander Kuprín recuerda también que Chejov, en su casa de Yalta, podía pasar más de una hora sentado en un banco detrás de la casa, inmóvil, en silencio, con las manos apoyadas en las rodillas y mirando el mar.
A Chejov le gustaba ironizar sobre su persona. En carta al músico Tchaikovsky –16 de marzo de 1890- establece una especie de rangos jerárquicos entre los maestros de la cultura rusa de su tiempo. En primer lugar coloca a León Tolstói; en segundo lugar, al propio Tchaikovsky, y en tercer lugar, al extraordinario pintor Ilya Repin. Personalmente, se situaba en el número 98.
Le gustaba más escuchar que hablar y prefería la buena compañía de algunos amigos a las fiestas y veladas artísticas.
Olga Knipper-Chéjova recuerda por su parte: Antón Pávlovich escuchaba con suma atención y muy serio cada uno de los saludos y brindis en su honor, pero a veces levantaba la cabeza en un gesto que lo caracterizaba y era como si todo lo que estaba ocurriendo en ese instante él lo observase desde las alturas, a vuelo de pájaro, como si él no tuviese nada que ver con todo aquello, ajeno; entonces el rostro se le iluminaba con una ligera y radiante sonrisa, y le aparecían las típicas arrugas en la comisura de sus labios: con toda seguridad había escuchado algo gracioso que luego recordaría y le haría reír, invariablemente, con risa infantil.
Chejov daba largos paseos por el bosque, cogía setas y pensaba en los temas de sus obras. No le gustaba mucho Crimea, especialmente Yalta, pero sí amaba el norte: Moscú y San Petersburgo. Tampoco le gustaba hablar de su enfermedad y se molestaba cuando le preguntaban. Prefirió luchar solo contra ella, en silencio; apenas hace alusión a ella en su correspondencia.
El empeño que ponía en todo lo que hacía, siempre daba sus frutos. Cuando sus hermanos vieron el terreno que había comprado para construir la casa de Yalta, pensaron que Antón había sufrido una estafa, porque se trataba de un erial, pero cuando volvieron a verlo, transformado en un oasis, apenas podían dar crédito a sus ojos.
La modestia de Chejov era proverbial. Enemigo de cualquier elogio a su persona -asombrosa modestia, la de los grandes hombres, - como dijo Stanislavsky, en los ensayos nunca se sentaba junto al director, sino en las últimas filas, sin que nadie pudiera convencerlo de hacer otra cosa. Tampoco le gustaba hablar de su obra y era casi imposible sacarle algún comentario o consejo: Ahí está todo escrito –decía-, no soy director; soy médico.
No perteneció a ningún partido político ni tampoco fue muy radical en sus ideas. No soy un liberal, ni conservador, ni monje, ni indiferente. Mi santuario es el cuerpo humano, la salud, la inteligencia, el talento, la inspiración y el amor.
Sus códigos de conducta y de ética intelectual eran intachables. Cuando su amigo Gorki, fue expulsado como miembro de la Academia de Ciencias de Moscú, por motivos políticos y por expresa decisión del zar, Chejov, en señal de protesta y secundado por el escritor Korolenko, renunció a su puesto en la sección de Literatura de la misma Academia.
1894
Desde 1879 hasta 1904, Chejov mantuvo una intensa correspondencia con escritores, familiares y amigos. Se calcula que escribió cerca de cuatro mil cartas, de las cuales se han publicado hasta hoy unas tres mil quinientas, que constituyen un documento fundamental sobre su propia obra y una profunda y originalísima reflexión teórica sobre el cuento, el teatro y la creación literaria en general.
Volviendo de la isla de Sajalín, en el Vapor Petersburgo. 1890
Chejov y el guardiamarina Glinka llevan sendas mangostas. Es un cruce entre rata y cocodrilo, o tigre y mono. Cartas Humorísticas de Chejov. 1890. Foto Shcherbaka.
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