Retrato anónimo de Félix Lope de Vega y Carpio. Procede de las colecciones del pintor Valentín Carderera, de quién pasó al general Romualdo Nogués, aunque entre ambos o quizá antes de que perteneciera a Carderera, fue del poeta Manuel José Quintana, y adquirido por José Lázaro Galdiano antes de 1902.
De acuerdo con las investigaciones llevadas a cabo por el autor de cuyo estudio procede este resumen, Lope de Vega tuvo quince hijos –documentados- entre legítimos e ilegítimos, al menos, con once mujeres, aunque no se conocen todos los datos concernientes a ellas.
1.- María de Aragón; Marfisa en su obra literaria. Era hija de un panadero flamenco, llamado Jácome de Amberes, establecido en Madrid. María de Aragón se casaría también con un flamenco, en 1592. Falleció el 6 de septiembre de 1608.
1 Su hija, Manuela, seguramente la primogénita de Lope, fue bautizada el 2 de enero de 1581, pero falleció el 11 de agosto de 1585.
2.- Isabel Ampuero de Alderete Díaz de Rojas y Urbina, -Alderete, de soltera, y Urbina de casada-, fue la primera que se casó con Lope, en una ceremonia por poderes, el 10 de mayo de 1588. Ambos simularon que este la raptaba del hogar paterno, para asegurar la boda.
2 Antonia, nacida probablemente en 1589 y fallecida en 1594, al parecer poco antes que su madre.
3 Teodora, nacida en noviembre de 1594, fallecida en la infancia entre 1595 o 1596.
Isabel de Urbina murió en el parto de esta segunda hija, en noviembre de 1594.
3.- Juana de Guardo. Fue la segunda esposa de Lope, desde el 25 de abril de 1598. Era hija de Antonio de Guardo, un adinerado tratante de carne y pescado de Madrid, lo que convirtió este enlace en un matrimonio de conveniencia, por parte de Lope.
4 Jacinta. Bautizada en Madrid el 26 de julio de 1599, y posiblemente fallecida en la infancia pues no hay más noticias de ella.
En una carta escrita a un amigo, fechada el 14 de agosto de 1604, Lope anuncia que su mujer va a dar a luz y, en su testamento de 1627, nombra una hija, Juana, difunta, que quizás sea esta.
5 Carlos Félix. Bautizado el 28 de marzo de 1606, aunque se cree que nació el año anterior. Fue el hijo predilecto del escritor, pero y falleció el 1 de junio de 1612, tras una enfermedad que duró varios meses. Un dolorido Lope le dedicó la elegía en las Rimas Sacras.
6 Feliciana. Nacida el 4 de agosto de 1613, fue la única que sobrevivió a la infancia. Se casaría con Luis de Usátegui, un oficial de la Secretaría del Real Consejo de las Indias de la provincia del Pirú, el 18 de diciembre de 1633. Lope se comprometió a dotarla con ropas y dineros por valor de 5000 ducados, de la herencia de sus abuelos maternos.
Juana de Guardo murió nueve días después de dar a luz a esta niña, el 13 de agosto de 1613, de sobreparto. Lope ya no volvió a casarse.
A principios de marzo de 1614, Lope recibió órdenes menores en Madrid, y el día 12 del mismo mes, se fue a Toledo, donde se hospedó en casa de la actriz:
4.- Jerónima de Burgos, con la que también tuvo un romance.
En Toledo, recibe Lope el grado de clérigo de Epístola y luego el de Evangelio. El 25 de mayo, en Madrid, recibió el último grado de su ordenación sacerdotal. El 29 de mayo celebró su primera misa en la iglesia del Carmen Descalzo, en Madrid.
5.- Micaela de Luján -Camila Luscinda-, para entonces, ya estaba casada, con el actor Diego Díaz, que en aquel momento se hallaba en Perú, donde moriría, pero, además, aún vivía Juana de Guardo. Micaela tuvo 9 hijos, de los cuales, al menos cinco, pudieron ser de Lope, a lo largo de una relación que duró casi quince años, aunque fue compartida también con otras relaciones más breves.
7 Ángela.
8 Mariana.
9 Félix, bautizado el 19 de octubre de 1603.
10 Marcela. Bautizada el 8 de mayo de 1605. El 2 de febrero de 1621 profesó en el Convento de Trinitarias Descalzas, con el nombre de sor Marcela de San Félix. Lope describe la ceremonia en la Epístola a don Francisco de Herrera Maldonado.
Sor Marcela de San Félix, hija de Lope de Vega. Obra anónima del siglo XVII.
Casa-Museo de Lope de Vega, Madrid.
11 Lope Félix. Nacido el 28 de enero de 1607, parece que era de naturaleza muy turbulenta, motivo por el que Lope lo internó en el asilo de Nuestra Señora de los Desamparados, en 1617. Con inclinaciones literarias como su padre, al final se hizo militar. Murió en 1634 en un naufragio en la costa de Venezuela, adonde había ido en una expedición para pescar perlas. Lope le dedicó una Égloga piscatoria.
6.- Marta Nevares. -Marcia Leonarda en las novelas, y Amarilis en la poesía y la correspondencia de Lope-. Nacida hacia 1591, fue casada, contra su voluntad, el 8 de agosto de 1604, con Roque Hernández de Ayala; un comerciante del que pronto se separó. Aficionada a la poesía, escribía versos y prosa, cantaba, tañía, bailaba, tenía buena conversación, y talento como actriz, e incluso representó una comedia de Lope en su casa. La relación empezó alrededor de septiembre de 1616, y tuvieron una hija:
12 Antonia Clara. Literariamente, Clarilis, nació el 12 de agosto de 1617. Fue la hija más pequeña y Lope la adoraba, pero el 17 de agosto de 1634 se fugó con Cristóbal Tenorio, un caballero de la Orden de Santiago, protegido del conde-duque de Olivares y ayuda de Cámara de Felipe IV. Al parecer, Lope nunca se recuperó de aquel disgusto.
Marta de Nevares quedó ciega en 1622, y después, perdió la razón. Falleció hallándose al cuidado de Lope, en su casa, el 7 de abril de 1632. Tenía 41 años. Fue la última relación significativa en la vida del escritor, aunque, es muy probable, que no dejara de tener otras más fugaces, pues parece que tuvo dos hijos más.
7.-Anónima
13 Fernando Pellicer, que se convertiría en Fray Vicente. Sólo se sabe que su madre fue una mujer de Valencia.
8.-Anónima
14 Fray Luis de la Madre de Dios, cuya madre es completamente desconocida.
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Seguimos, pues, el estudio realizado por José F. Acedo Castilla, del Boletín de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras: Minervae Baeticae, publicado por Universidad de La Rioja y que se titula: La Vida Amorosa de Lope de Vega.
Nació Lope en Madrid, poco antes convertida en capital y corte del reino, a finales de 1562, en una casa de la Puerta de Guadalajara, frente al torreón de los Lujanes, donde Francisco I, había vivido, siendo prisionero de Carlos V, tras la Batalla de Pavía.
Su padre era maestro bordador en Valladolid, donde dejó a su mujer, para instalarse con otra señora en la nueva capital. Sin embargo, su mujer no dudó en seguirle, llegando a Madrid, donde se reconciliaron y trajeron al mundo al poeta.
En una época en que la limpieza de sangre era un timbre de gloria, así como era deshonor lo contrario, Lope presumía de proceder de Bernardo del Carpio, lo cual sólo era real en su fantasía, lo que le costó muchas burlas, que él despreciaba, porque su obsesión por la nobleza no le permitía ver con claridad más allá de sus deseos.
Estudió en el Colegio Imperial de la Compañía de Jesús de Madrid donde le conoció Jerónimo Manrique de Lara, Vicario general Castrense, que había estado en Lepanto y que después fue Obispo e Inquisidor General. Parece ser que este, entrevió un futuro brillante a Lope, motivo que le llevó a facilitarle el ingreso en la Universidad de Alcalá.
Ya fallecido su padre, Lope escapó de Alcalá en compañía de su amigo Hernando Muñoz, con quien llegó hasta Segovia. Allí fueron descubiertos, intentando vender una joya familiar, y detenidos. El juez, tras interrogarlos, parece ser que consideró la hazaña de ambos, como algo infantil, de modo que tras escucharlos, los dejó de nuevo en libertad y mandó a un alguacil que les trujese a Madrid y los entregasen a sus padres.
De nuevo estudiante en Alcalá, Lope empezó pronto a dar sus primeros pasos en el terreno de la conquista amorosa.
Su primera pasión, fue una prima suya a quién en La Dorotea, disfraza bajo el nombre de Marfisa, pero que en el mundo real -según Entrambasaguas, se llamaba María de Aragón, y era hija de Jácome de Amberes y María de Aragón, panaderos de corte al servicio de la Emperatriz María, la viuda de Maximiliano II.
Tendría con ella una niña llamada Manuela, que fue bautizada en San Ginés el 2 de Enero de 1581, como hija de Lope de Vega y de Doña María de Aragón, pero que seguramente, murió el 11 de Agosto de 1585. Casaron después a María con Hans Uquer, pero el matrimonio resultó un desastre, por lo que ella siguió viéndose con Lope.
Después de muchas peripecias y reconciliaciones, María/Marfisa, ya viuda, se casó por segunda vez con un Magistrado que le llevó a vivir al extranjero. Pero un tercer marido, en este caso, militar, la asesinó, por celos, cuando aún vivía fuera de España.
Entretanto, el todavía estudiante, Lope, derivaba hacia la bohemia, llevando una vida irregular y absolutamente desordenada, hasta que decidió dedicarse al teatro.
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Desde que se representó el Misterio de los Reyes Magos , en la Catedral de Toledo, en los últimos años del siglo XII, o en los primeros del XIIl-, se habían sucedido los dramas litúrgicos durante toda la Edad Media, aunque pronto surgieron los Juegos de Escarnio -que las Partidas condenaban como farsas indignas y de inspiración albigense-; las Danzas de la Muerte y Los Diálogos del Alma y del Cuerpo, casi todo, traducido o inspirado en obras francesas.
La Celestina, aquel espejo de lengua castellana, en palabras de Menéndez y Pelayo, que vino a echar el telón de la Edad Media, a pesar de su carácter singular y admirable, no influyó mucho en la escena, ni en el panorama literario, precisamente, a causa de su perfección y porque era muy compleja para ser representada.
Siguieron autores de la altura de Juan de la Encina, Lucas Fernández, y Torres Naharro, el creador de las comedias de capa y espada, y sus discípulos, entre los cuales se contaba Lope de Rueda, buscaban modernizar la tragedia, pero empleando todavía asuntos de historia o bíblicos.
Portada de la Égloga de Plácida y Vitoriano. Juan de la Encina y de
Farsas y Églogas, de Lucas Fernández
Lope de Rueda; Comedias Eufemia y Armelina, 1576
El teatro, sin embargo, sólo llegó a ser un débil eco de la poesía italiana y de la tragedia grecolatina, pues permanecía encerrado en los límites de una absurda interpretación de la Poética de Aristóteles; que cerraba el paso al libre desenvolvimiento de la creación dramática.
En contra de estos principios, el sevillano Juan de la Cueva -aunque vacilante y dudoso-, dio el primer paso hacia la renovación, con su comedia La muerte del Rey Don Sancho, en la que el público vio desarrollarse por primera vez, ante sus ojos, los famosos sucesos acaecidos durante el Cerco de Zamora, así como otras hazañas y personajes, más cercanos a su tradición, que los Ayax, Virgilios o Scevolas.
Juan de la Cueva y portada de su Comedia De la Muerte del Rey don Sancho...
De la Cueva, no fue un innovador propiamente dicho, pero marcó el camino a Lope de Vega, por ejemplo, para conjugar romanticismo y realismo, en una nueva vía, que abrió las puertas para que entrasen en el teatro unos sentimientos más específicos de sus contemporáneos.
Romances y crónicas medievales serán las principales fuentes de inspiración de Lope; la triste suerte de Don Rodrigo, la glorificación del Cid, la justicia y amores de los reyes; lances infortunados como los del caballero gala de Medina, la flor de Olmedo, o la venganza colectiva contra los desmanes de tiranos ensoberbecidos, etc. Todo lo llevará Lope a la escena, como dice Menéndez Pelayo, a un teatro todo acción, lleno de fuerza y de inventiva, aunque, más extenso que profundo y con más carácter nacional que humano.
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El arte de Lope para hacer comedias apasionaría al público, y los empresarios se disputaron sus obras. Uno de ellos, el toledano Jerónimo Velázquez, era padre de la célebre comedianta Elena Ossorio -como sabemos, casada, por entonces, con el cómico Cristóbal Calderón-, cuyos favores pronto conquistaría Lope, convirtiéndola literariamente, en Filis o Zaida.
Elena era, al parecer, muy despierta e inteligente, y gran aficionada a la poesía y al cultivo de las letras. Gracias a su consejo, reanudó Lope sus estudios y desde 1585 asistió, en la Academia Real de Madrid, a clases de matemáticas y topografía.
Tres años después, Lope se cansó de Elena, y decidió alistarse como voluntario para la campaña naval en las Azores, donde el Prior de Crato pretendiente al trono portugués, con la ayuda de Francia, se había levantado contra Felipe II. La escuadra española al mando de Álvaro de Bazán, Marqués de Santa Cruz, obtendría la rendición de los franco portugueses en la Isla Terceira, acción que evocará Lope en La Corona Trágica de María Stuardo.
Durante aquella campaña, Lope conoció a Francisco Perrenot de Granvela, sobrino del Cardenal Granvela y, en el transcurso de largas conversaciones sobre teatro, política y mujeres, parece que Lope, habló tanto y tan bien de Elena, que el joven Perrenot se enamoró de ella sin conocerla.
Así, más adelante, una vez que supo por doña Inés, la madre de la actriz, que las estrecheces económicas de Lope, no permitían lujos a la actriz, la ascensión de Perrenot al puesto destacado junto a la Elena, no tardó en producirse.
Sólo entonces, Lope se da cuenta de que su amor aún estaba vivo y, para poder quedarse en Madrid, renunció incluso a su empleo como Secretario del Marqués de Las Navas, que le obligaba a residir en Alcántara.
Por entonces conoció a Isabel de Urbina, hija del conocido escultor Diego Ampuero y Urbina y hermana de Diego Urbina Alderete y Cortinas, Rey de Armas de Felipe II, que había sido Regidor en Madrid. Sin embargo, la nueva amada no tenía bastante peso como para evitar que Lope se dedicara a ofender a Elena y a su padre, de forma, en ocasiones soez, y tan ofensiva, que denunciado, fue inmediatamente detenido durante una representación teatral en el Corral de la Cruz y conducido a la cárcel, donde pasó cuarenta días.
Aun en prisión, Lope siguió amenazando a Elena con enviarle a su marido una carta escrita por ella, al parecer, muy comprometedora. Sin embargo, tras un registro llevado a cabo en la celda de Lope, la carta no apareció, aunque sí se hallaron 37 cartas de amor, firmadas por 16 mujeres diferentes.
Finalmente, Lope fue condenado por libelista a dos años de destierro de Castilla, y a cuatro de la Corte, so pena de muerte en caso de infracción de la primera orden, y de galeras si de la segunda. Antes de salir al cumplimiento del destierro, el contumaz mujeriego y provocador Lope, raptó a Isabel de Urbina.
Ante la necesidad de marcharse, por una parte, y por otra, la de hacer algún mérito, decidió Lope volver al ejército, y se encaminó a Lisboa para alistarse en la Gran Armada que se preparaba contra Inglaterra.
Isabel de Urbina, no sólo no puso obstáculos a su decisión, sino que accedió a casarse con Lope por poderes, en la parroquia de San Ginés de Madrid, el 10 de Mayo de 1588, momento en que, sin duda, no podía intuir que su amado poeta se hallaba en un burdel de Lisboa, y que posiblemente, por esa causa, ni siquiera llegó a embarcarse, cuando al Armada abandonó definitivamente Galicia.
Lope se instalaría posteriormente en Valencia con su mujer legítima, para cumplir allí su destierro. Escribía sin cesar romances y comedias, consolidando su renombre literario e influyendo en la escuela dramática regional de Tárraga y Guillén de Castro, hasta que transcurrido el período del destierro de Castilla, entró, como secretario, al servicio del V Duque de Alba, Don Antonio Álvarez de Toledo y Beaumont, pasando a residir en Alba de Tormes, cabeza de los Estados de su nuevo protector.
Adscritos a aquella pequeña corte, figuraron con Lope, el cómico Luis de Vargas, el sevillano Pedro de Medina y el excelente músico aragonés Juan Blas de Castro.
Es posible que en la casa de Alba conociera a Góngora, aunque, -dice Entrambasaguas-, desde el primer momento se repelieron mutuamente. Góngora, procedente de la aristocracia, formado en un refinado ambiente humanístico, y que desde la adolescencia hablaba y escribía con elegancia la lengua latina, leía a los clásicos, se adentraba en los griegos y conocía la preceptiva aristotélica y sus principales comentaristas, vería en Lope al hombre de clase inferior que intenta ocultar su origen y al poeta que casi ignora las más puras esencias de la cultura del Renacimiento, aunque finja lo contrario.
La mayor parte del tiempo que duró su secretaría, la pasó el Duque lejos de sus tierras, porque Felipe II le envió preso al castillo de la Mota desde mediados de 1590 hasta 1593, por haber roto su compromiso con Doña Catalina de Rivera, hija del Duque de Alcalá, habiéndose casado, sin permiso real, con Doña Mencía de Mendoza hija del Infantado.
Lope alegorizó aquel conflicto bajo nombres pastoriles en La Arcadia, en la que el Duque, se denomina Anfriso, es hijo de Júpiter y su madre, la Duquesa, Brasinda; Lope es Belardo; Pedro Medina, el Pastor del Betis, y Arsino, el otro Secretario del Duque.
La Arcadia se retocó e imprimió, cuando Lope ya había dejado el servicio de la Casa de Alba, y además, estaba resentido con el Duque, hasta el punto que dedicó la obra al rival de este, el Duque de Osuna, a quien podrían achacarse -como apunta Astrana, y corrobora Rodríguez Marín-, muchas de las aventuras y alabanzas de Anfriso, que se parecen mucho a las travesuras de D. Pedro Téllez Girón.
Casi un año después, falleció Isabel de Urbina -tantas veces cantada como Belisa-, de sobreparto de una niña que se llamaría Teodora.
Su muerte coincidió con el hecho de que Jerónimo Velázquez perdonara a Lope de todas las acusaciones que había formulado contra él, y de que la justicia, ante ello, levantara su destierro.
Cuando el viudo Lope vuelve a Madrid, tiene 33 años y es Secretario del Marqués de Malpica, pero aparece envuelto en un nuevo escándalo. En esta ocasión, se le acusa de público amancebamiento con Antonia Trillo, viuda y rica, dueña de una casa de juegos en la Plaza de Matute.
La Sala de Alcaldes de Casa y Corte incoa contra Lope causa criminal por este delito. Sin embargo, aunque la causa aparece reseñada en el índice del Libro de Causas, no han aparecido las actuaciones, ni hay papel alguno relativo a las mismas, ni cuál fue la sentencia que le puso fin.
En aquellos casos solía imponerse pena de azotes o galeras, pero en esta ocasión todo se ignora y, poco después, Lope reaparecía en Toledo, como Ayuda de Cámara del Marqués de Sarriá, que iba a ser Virrey de Nápoles y se convirtió en protector de Cervantes.
Por su medio obtuvo Lope la mano de Juana Guardo, con la que se casaría en la Iglesia de Santa Cruz de Madrid el 25 de Abril de 1598.
Juana era bastante adinerada, como hija del carnicero Antonio Guardo, abastecedor de carnes, tocino y pescado de la villa y palacio, pero tal enlace contradecía claramente las presunciones de nobleza del poeta y con sus elegantes relaciones sociales.
Al poco tiempo de casado, publicó La Arcadia, novela pastoril de la mejor tradición, inserta en Sannázaro, y La Dragontea, poema épico consagrado a narrar las odiadas hazañas del pirata Drake.
En aquellos libros se le ocurrió a Lope poner el escudo de Carpio en la portada, ostentando el inoportuno escudo, 19 torres de Blasón, con la leyenda: De Bernardo es el blasón y las desdichas mías son.
Góngora, viendo que Lope seguía con la farsa de su hidalguía, se levantó como un vendaval, con uno de los más formidables sonetos que existen en la sátira española, que empieza así:
Por tu vida Lopillo que me borres
Las diecinueve torres del escudo
Porque aunque todas son de viento, dudo
Que tengas viento para tantas torres.
Y termina, aconsejándole:
No fabrique más torres sobre arena,
Si no es que ya, segunda vez casado,
Nos quiere hacer torres los torreznos.
El escudo con los diecinueve torres, aparece bajo la leyenda:
De Bernardo es el blasón…
Tras la publicación del poema devoto, Vida del Bienaventurado Isidro, Labrador y Patrón de Madrid, que los críticos suelen comparar por su realismo religioso con los cuadros de Murillo y el que según Azorín, no tiene más equivalente en el teatro que el Peribáñez -pues al realismo detallista, familiar, doméstico, se junta un idealismo que a veces hace presentir la estética romántica-, su señor, el Marques de Sarriá, lo llevó consigo a Valencia para asistir al doble matrimonio del nuevo Rey Felipe III con Doña Margarita de Austria y al de la Infanta Isabel Clara Eugenia con el Archiduque Alberto.
Lope se hizo notar en aquellas fiestas muy directamente. Figuró en las cabalgatas, recitó romances, hizo representar su Auto Sacramental Bodas del alma con el amor divino, y en su calidad de cronista mundano, describió los suntuosos festejos en octavas reales.
Pero además, de aquella estancia en Valencia, tuvo un hijo con una dama casada e aquella tierra, que se llamaría Fernando Pellicer y que siendo muy joven fue fraile en el convento franciscano de Monte Sión.
Pero para entonces ya se había enamorado Lope en Toledo, en esta ocasión, de Micaela Luján a la que literariamente, denominará Camila Lucinda. Era primera dama en una compañía y estaba casada con el actor Diego Díaz, que en el año 1596, había marchado a las Indias, dejando a Micaela sola con sus dos hijas: Agustina y Dionisia. Cuando Diego murió en el Perú, siete años después, no sabía que era padre titular de cinco hijos más: Ángela, Jacinta, Mariana, Juan y Félix, ni, por supuesto, que nacerían dos más todavía -de Lope, claro está-: Marcela y Lopito.
Lope acompañaba a Micaela en sus giras artísticas, y escribía dramas, no solo para su compañía, sino para algunas más, con la fecundidad más desatada. De vez en cuando volvía a Madrid y reaparecía momentáneamente en el domicilio conyugal.
En 1601 estando la Corte en Valladolid, por decisión del Duque de Lerma, obtuvo Lope la licencia para publicar La Hermosura de Angélica, cuyo modelo había sido el Orlando de Ariosto, donde hace muchas confidencias sobre su relación con Micaela, entonces en su máxima exaltación. Micaela es la rubia Angélica y Lope el moreno Medoro.
En la obra, entre diversas rimas, figura un soneto en honor de Quevedo:
Vos, de Pisuerga nuevamente Anfriso,
vivís, claro Francisco, las riberas,
las plantas atrayendo, que ligeras
huyeron de él, con vuestro dulce aviso.
Quevedo, como es sabido, detestaba el culteranismo, más aún que Lope y llamaba a sus defensores hipócritas del nominativo, poetas motilones, fontanos y floridos, etc..
Estando Lope con Micaela Luján en Sevilla -donde ya no se alojaba en casa de su tío el Inquisidor, don Miguel del Carpio, sino en Triana, junto a su amigo, el escritor picaresco Mateo Alemán-, publicó El Peregrino en su Patria, en el que, entre el relato de aventuras, apariciones de almas en pena, milagros de la Virgen, frailes que fueron caballeros enamorados, personajes que vienen a morir ante las puertas del convento, iluminados por la luz de la luna, se intercalan deliciosos versos pastoriles, sentidas poesías devotas y petrarquismo, labrados como todo lo de Lope, con trozos de su propia vida.
Como es natural el elogio más entusiasta era para la idolatrada Camila Lucinda. El libro también lleva un soneto preliminar compuesto por Quevedo, dirigido contra los enemigos de la gloria de Lope, y en la portada sobre el famoso escudo de las diecinueve Torres de Carpio, aparece una estatua de la Envidia, en actitud de querer atravesar con su daga, un pecho sobre un pedestal, con una leyenda en latín que venía a decir: Envidia, Lope es único o excepcional, lo que produjo mucho ruido y movió contra él los ánimos de sus enemigos literarios. Incluso a Cervantes, espíritu no levantisco ni envidioso, le sentó mal aquella ocurrencia, a la que se referiría años después, en los preliminares del Quijote.
Velis nolis Invidia… Aut unicus aut Peregrinus
Lo quieras o no, Envidia... [Lope] es, o único, o excepcional
Lo quieras o no, Envidia... [Lope] es, o único, o excepcional
Reinstalada definitivamente la Corte en Madrid, en 1606, Lope se establece en ella para continuar con su monopolio de la producción dramática. Abusando de sus enormes facultades, trabaja a toda prisa, como un periodista acongojado del mundo moderno, hasta catorce y dieciséis horas diarias.
A estas alturas, llevaba escritas más de 400 comedias y tiene un nuevo protector en D. Luis Fernández de Córdoba Cardona y Aragón, Duque de Sesa y Baena y nieto del Gran Capitán, que le acepta, no sólo como Secretario, sino también como confidente y redactor de sus cartas de amor. Le proporcionaba vestidos, víveres y alfombras; le prestaba su coche y sus vajillas de plata labrada, y apadrinaba a sus hijos, ya fueran legítimos o bastardos.
Lope, por su parte, le redactaba la correspondencia oficial, pero sobre todo, la amatoria, a la vez que celebraba a su patrón escribiendo sobre las hazañas de sus antepasados, en comedias como Las Cuentas del Gran Capitán y otras.
En Madrid asistía Lope a las academias o tertulias literarias que se habían formado a estilo de Italia y en las que alternaban próceres y escritores. En la que presidía el Conde de Saldaña -quien le patrocinó la Jerusalén Conquistada-, Lope se reunía con los Duques de Pastrana y Feria y con Quevedo, mientras que en la del Parnaso, trataba con Vicente Espinel, Luis Vélez de Guevara y Miguel de Cervantes.
Sin embargo, la contradicción entre lo aprendido, dentro las normas clásicas, en el Arte Nuevo de hacer comedias, -lamentable palinodia a juicio de Menéndez Pelayo-, llama bárbaro de mil modos al pueblo que teniendo razón contra él, se obstina en aplaudirle y hace como que se ruboriza de sus triunfos, por contemplación a los doctos, refinados y discretos; se disculpa con la dura ley de la necesidad como si hubiera prostituído el arte a los caprichos del vulgo, y hace alardes pedantescos de tener en la uña la poética de Aristóteles y sus comentadores. Triste y lamentable espectáculo, - añade D. Marcelino-, del mejor poeta que España ha producido!
Y así, en medio de sus triunfos mundanos y teatrales, comienza una crisis de regeneración moral, que Lope anuncia en obras como La Buena Guarda, fechada el 16 de Abril de 1610, comedia mística, rebosante de piedad y unción, cuyo argumento reprodujo Zorrilla en la leyenda Margarita la Tornera.
Aquel mismo año ingresó Lope en la Congregación del Oratorio y en el siguiente se hace Terciario Franciscano, además de escribir Los Pastores de Belén, una novela bucólica a lo divino que contiene alguna de sus más bellas inspiraciones líricas.
Y así llegaba a los 50 años, fatigado y canoso. En marzo de aquel año, cayó gravemente enfermo y estuvo a punto de morir, pero fue su hijo preferido, Carlitos, el que murió, seguido, el verano siguiente, por su mujer, Juana Guardo.
En la casa quedaba una hija legítima, Feliciana, y dos de Micaela Luján; Lopito y Marcela. Empezó, por entonces Lope, a pensar en ordenarse, proyecto que haría realidad en Toledo, el 24 de Mayo de 1614, celebrando su primera misa en el Carmen Descalzo de Madrid.
Durante el año y medio siguiente a su ordenación, todo fue bien, aunque en sus escapadas de Madrid se alojaba en casa de Jerónima de Burgos, que había sido amante suya fugazmente y para la que escribió, entre otras cosas, La dama boba, en las cartas que escribe al Duque de Sessa por entonces, dice que guarda la continencia propia de su estado.
Se ocupó Lope, de forma muy activa, de la organización de las fiestas por la beatificación de Santa Teresa, de las que fue mantenedor. Pero su perseverancia tenía los días contados.
En el verano de 1616, dos años después de haberse ordenado, viajó a toda prisa a Valencia para recibir a su antiguo protector el Conde de Lemos, que volvía de su virreinato de Italia. En la comitiva de Lemos venía la compañía de cómicos de Hernán Sánchez de Vargas y, con ella, su primera actriz, Lucía Salcedo, apodada La Loca de Nápoles, que - según Sainz de Robles- podría haber nacido en Sevilla, como hija que sería, del cómico Nicolás Salcedo, que tuvo en esta capital un teatro.
Tenía Lucía Salcedo un atractivo, al parecer, irresistible, con el que destruyó radicalmente las supuestas defensas de Lope de Vega. A través de sus comentarios, bebidos tal vez en momentos pasionales, Lope, sin haber pisado jamás Nápoles, llegó a conocerlo a maravilla y a amarlo tal como ella lo había amado: cálidamente, sensualmente. De aquí que el Nápoles lopesco, sea un Nápoles ardiente, vivo, placentero y erótico, donde las mujeres besan y apuñalan el alma…
De vuelta a Madrid, en sus andanzas, ya de enamorado tardío, se dirigía públicamente a Lucía; le hablaba por las rejas de su ventana; le dedicaba los nueve apasionados sonetos que se encuentran en la colección de sus poesías, y para mayor mengua de su sotana, la llevaba con grave escándalo, a las fiestas de la Plaza Mayor.
Lucía Salcedo, no fue, sin embargo, el último de los sacrílegos devaneos del poeta, pues apareció entonces Marta de Nevares, madrileña de 26 años, que tañía la vihuela y cantaba bien.
Casada desde los 13 años con el tratante Roque Hernández de Ayala, un hombre bastante mayor que ella y muy grosero, tenía un salón donde recibía a músicos y literatos y allí la conoció Lope, enamorándose de inmediato, no sin problemas sobre la incoherencia de su estado, si hay que creer lo que decía en sus cartas: Yo estoy perdido y Dios sabe con qué sentimiento mío –escribió al Duque-; no he cerrado los ojos en toda la noche; con tanta desesperación, he pedido a Dios me quitase la vida –continuaba-; ¡Malaya amor que se opone al cielo!.
Marta de Nevares cayó en brazos del incorregible Lope, mitad capellán y mitad cómico, y ambas partes en lucha aparente. Así, en 1617, les nació una hija destinada a ser el consuelo y la expiación de la ancianidad del poeta, a la que llamaron Antonia Clara, que fue registrada como hija legítima del marido de Marta, Roque Hernández, siendo apadrinada por el hijo del Duque de Sessa - desaprensivo en materias amorosas, pero tímido para el caso-; el Conde de Cabra.
Cuando el marido de Marta Nevares volvió a Madrid y supo lo sucedido, la maltrató, y ella, inmediatamente pidió la separación. Pero Hernández murió, a causa de un error médico, antes de que se resolviera la causa, llegando Lope al descaro de felicitarse públicamente por ello, en la dedicatoria que hizo a Marta Nevares en la comedia La Viuda Valenciana.
Después que supe que V.m. había enviudado en tan pocos años, que aunque las partes y gracias de su marido la obligaran a sentimiento, la poca edad la excusa…
En 1622 –se calcula que para entonces había escrito Lope 927 comedias y Autos-, dirigió el Certamen poético por la canonización de San Isidro y el evento se convirtió en su apoteosis como cantor nacional, alcanzando así su consagración solemne.
En el colegio de la Compañía de Jesús, rodeado de los Jueces, del Príncipe de Esquilache y los Marqueses de Cerralbo y Velada, Lope de Vega fue aclamado como el primer poeta de España. Más tarde, en la Plaza de Palacio, ante Felipe IV, se representaron dos comedias suyas, que obtuvieron grandísimos aplausos.
Góngora escribió por entonces:
Dicho me han por una carta
que es tu cómica persona
sobre los manteles mona
y entre las sábanas Marta.
Agudeza tiene harta
lo que me advierten después
que tu nombre del revés
siendo Lope de la faz
en faz del mundo y en paz
pelo de esta Marta es.
Lope decidió entonces arremeter furiosamente contra los culteranos y sus amigos, y el que hasta hacía poco tiempo declaraba paladinamente que hacía sus obras en la forma que las hacía, porque, como las paga el vulgo, es justo hablarle en necio para darle gusto, proclamará ahora, que: los grandes ingenios y los poetas príncipes, no están sujetos a preceptos poéticos algunos.
Sin embargo, la estrella del monstruo ya se extinguía. Marta quedó ciega, y tras la ceguera, perdió la razón, que sólo recuperó poco antes de morir, momento en que agradeció a Lope los cuidados que le había prodigado durante tan larga y terrible enfermedad.
Lope le dedicaría entonces uno de los sonetos más bellos del siglo:
Resuelta en polvo ya, mas siempre hermosa
sin dejarme vivir, vive serena
aquella luz, que fue mi gloria y pena
y me hace guerra cuando en paz reposa.
Tan vivo está el jazmín, la pura rosa,
que, blandamente ardiendo en azucena,
me abrasa el alma de memorias llena,
ceniza de su fénix amorosa.
¡Oh memoria cruel de mis enojos!
¿Qué honor te puede dar mi sentimiento,
en polvo convertidos tus despojos?
Permíteme callar sólo un momento:
pues ya no tienen lágrimas mis ojos,
ni conceptos de amor mi pensamiento.
A pesar de la terrible enfermedad de Marta Nevares, Lope había seguido escribiendo sin descanso; en 1627 publicaba La Corona Trágica, un poema sobre la vida y la muerte de la desgraciada reina María Estuardo.
Aparece también la Égloga a Claudia, llena de datos autobiográficos, en la que relata el rapto de su hija Antonia Clara por su prometido, un galán palatino, del que durante mucho tiempo se creyó que era hijo bastardo del Conde-Duque de Olivares, hasta que en 1934, González de Amezúa descubrió que, de quien se trataba era de Don Cristóbal Tenorio y Azofaijo de Villarta, hijo de una familia de hidalgos pobres de Morón, que, al igual que los demás facinerosos de la camarilla de Olivares, que retrata Quevedo en la Isla de Monopantos, de humildísimo paje del ayo del príncipe, ascendió a ayuda de Cámara del Rey y caballero de Santiago, con cuyos títulos y una falsa promesa de matrimonio, le fue fácil seducir y engañar a la hija de Lope.
Poco después, tras la publicación de una serie de poemas como El Laurel de Apolo, y de comedias como La noche de San Juan, aparece La Dorotea en 1632, el mismo año en que moría Marta Nevares.
Caía el telón sobre la vida amorosa del Fénix; una vida, dedicaba, sobre todo, al amor.
El 25 de Agosto de 1635 Lope acudía al Seminario de los Escoceses para escuchar una conferencia sobre filosofía natural, de su amigo, el médico y pensador portugués, Fernando Isaac Cardoso, cuando sufrió un desmayo, a causa del cual volvieron a llevarlo a su casa en silla de mano.
El Médico del Rey, Dr. Negrete y el Licenciado Vergara, fueron a visitarle, concluyendo inmediatamente, que nada podían hacer por él.
Tras recibir el Viático, y acompañado por su hija Feliciana, a quien bendijo; por el Duque de Sessa, por el poeta místico Valdivieso; el Comendador de Malta y varios sacerdotes y religiosos, Lope de Vega fallecía el lunes, 27 de agosto de 1635, a las cinco y cuarto de la tarde, cuando le faltaban tres meses para cumplir 73 años.
Sor Marcela de San Félix viendo pasar el entierro de su padre, Lope de Vega.
Ignacio Suárez Llanos. 1862. Museo del Prado, Madrid.
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23.01.2018
La Biblioteca Nacional de España ha adquirido un epistolario compuesto por 117 cartas manuscritas dirigidas por Lope de Vega al Duque de Sessa fechadas a principios del siglo XVII, de las cuales 96 están escritas por el puño y letra del poeta y dramaturgo.
Este epistolario, que ya se puede consultar en la Biblioteca Digital Hispánica, se suma a otros escritos originales de Lope de Vega que ya custodia la Biblioteca Nacional, como el Códice Daza o el manuscrito de La dama boba, y aporta una información fundamental para el estudio de la vida personal y la obra del autor.
Los 117 documentos -copias de cartas que escribió el dramaturgo-, revelan la estrecha relación entre Lope de Vega y el VI Duque de Sessa, Luis Fernández de Córdoba y Aragón. Se conocen en 1605 y desde 1607, el poeta trabajará como secretario para la casa de Sessa. Lope, veinte años mayor que el Duque, ya había trabajado antes como secretario de un aristócrata y de hecho este oficio, junto a la venta de comedias, constituyeron sus principales fuentes de ingresos. La amistad durará hasta la muerte de Lope, cuyo entierro será costeado por el noble.
La lectura de estas epístolas muestra al Lope de Vega más desconocido y ofrece una imagen del escritor muy distinta a la que se aprecia en sus obras: el autor informa a su señor de las cartas que ha podido despachar y de las que no, utilizando muy a menudo la excusa de su mala salud como motivo para no cumplir con todas sus obligaciones; Lope le habla al Duque sobre los viajes que realiza, las corridas de toros y fiestas a las que asiste…
Carlos Peña, experto en el epistolario de Lope de Vega:
"Sabremos entender sus caprichos, sus vicios, su enorme celopatía. Hay testimonios obscenos y jocosos, que tanto debían gustar al duque (...) y también están sus reacciones ante la muerte de Margarita de Austria, de Enrique IV de Inglaterra, ante su propio intento de asesinato en 1614, o de su ordenación como sacerdote".
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