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La guerra de la Oreja de Jenkins, desencadenante y nombre dado por Gran Bretaña a la que en España se conoce como Guerra del Asiento, se produce, sobre todo, en el Caribe, entre 1739 y 1748, entre ambos reinos. Fue especialmente desastrosa para Gran Bretaña, que la inició, y, después de provocar enormes pérdidas humanas y materiales, no cambio en nada el statu quo, anterior a su desarrollo.
Apenas empezada, coincidió, a partir de 1740 con la Guerra de Sucesión en Austria, que también se extendió hasta 1748, año en que terminó mediante el Tratado de Aix-la-Chapelle. La causa: el emperador Carlos VI legó a su hija, María Teresa de Austria, todos los Estados hereditarios de la Casa de Habsburgo, en contra de la Ley Sálica, suscrita por los demás pretendientes.
Charles VI, 1685-1740. (Anteriormente pretendió también la Corona de España), de Martin van Meytens.
María Teresa de Austria en 1759, con el cetro y la Corona de San Esteban.
Martin van Meytens. Académie des Beaux-Arts de Vienne.
En aquella ocasión, María Teresa terminó siendo confirmada como archiduquesa de Austria y reina de Hungría, pero el descontento de Austria, pronto desencadenaría un nuevo y terrible enfrentamiento, que será conocido como la Guerra de los Siete Años; 1756-1763, y así sucesivamente…
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Por una parte, a partir de la firma del Tratado de Utrecht, que, a su vez, había sido propuesto para terminar con otra guerra -en esta ocasión, la de Sucesión Española, (1713-15)-, España concedió a Gran Bretaña el llamado Derecho de Asiento; es decir, la trata de esclavos africanos, durante treinta años.
Por otra parte, la exportación de productos británicos a las colonias españolas, estaba muy restringida; España permitía el Navío de Permiso; consistente en un cargamento de mercaderías -500 toneladas-, una vez al año, lo que provocó un auge inmenso del contrabando por parte de Inglaterra.
Para intentar evitarlo, se acordó, en Sevilla, en 1729, que cualquier nave española, ya fuera perteneciente a la Corona, o de propiedad privada, podía actuar como guardacostas, e inspeccionar cualquier nave británica que navegara por aguas españolas. Esta actividad, se denominaba, Derecho de Visita, y permitía a cualquier capitán confiscar la carga de las naves británicas; una acción que fue calificada, precisamente, como piratería por Inglaterra, que, en aquel momento álgido de la revolución industrial, necesitaba urgentemente, abrir mercado a sus productos.
En estas circunstancias, y por estas causas, en 1731, el Rebecca, un navío británico de contrabando, fue capturado en aguas españolas. El capitán español, Julio León Fandiño, arrestó al capitán inglés, Robert Jenkins y, después de cortarle una oreja sin más preámbulos, se la puso en la mano y le dijo:
-¡Llévasela a tu rey, y dile que lo mismo le haré, si a lo mismo se atreve!
-Jenkins sería requerido posteriormente por el Parlamento, en el que relataría su querella, llevando la oreja en un frasco-. El hecho fue calificado de abuso y percibido como una ofensa inadmisible contra la Corona inglesa y contra un pueblo sobre el que la prensa ejerció sus primeras prácticas de convicción como “Cuarto poder” con notable éxito y profusión de caricaturas acerca de la calidad del enemigo a batir.
Escribió Voltaire -en su obra sobre el siglo de Luis XV-, que, si bien Inglaterra, aseguraba mostrarse preocupada por hallar un equilibrio de fuerzas entre reinos europeos, su verdadero objetivo, no era otro que lograr que España compartiera el comercio con el Nuevo Mundo.
Durante algún tiempo, los ministros, Patiño, en España, y Walpole, en Gran Bretaña, contribuyeron firmemente a contener las iras bélicas desatadas.
Felipe V de España, de Miguel Jacinto Meléndez. MNP., y
José Patiño Rosales (1666-1736). Intendente General de la Armada; Secretario de Marina e Indias, Guerra y Hacienda, durante el reinado de Felipe V de Borbón.
Copia realizada por Rafael Tejeo 1828, de un original de Jean Ranc.
De acuerdo con Martín Fernández de Navarrete, Patiño: economizó la Real Hacienda y libró a los pueblos de los tributos extraordinarios que exigían antes las urgencias ocurrentes; la casa Real estuvo pagada; el ejército, provisto; las rentas de la Corona se pusieron corrientes; y el Erario Público adquirió la reputación que, como decía Richelieu, es su principal riqueza.
Pero Patiño, aquel hombre íntegro, que, a lo largo de diez años, sin ambición ni avaricia, tan bien había ejercido al lado de Felipe V un papel moderador, falleció en 1736.
En 1738, un nuevo intento de resolución del problema, cada día más emponzoñado, fracasó, en la llamada Conferencia del Prado.
Un año después, y cuando ya habían pasado ocho, desde el incidente de Jenkins, el partido tory, partidario de la guerra inmediata contra España, con el objetivo de apoderarse de parte de las colonias, se propuso derribar al ministro whig, Robert Walpole, defensor de la vía pacífica, a cuyo efecto, aprovechó la oportunidad para hacer comparecer a Jenkins ante la Cámara de los Comunes.
Tras escuchar su relato y ver la oreja conservada en el frasco, los parlamentarios presentes estallaron en cólera, considerando el acto como casus belli, y exigiendo la creación de una armada, que inmediatamente procediera a vengar la afrenta, sufrida, no por un navegante contrabandista, sino por toda la nación. Walpole, no tuvo más salida que aceptar la declaración de guerra, que se produjo el 30 de octubre de 1739.
Jorge II de GB. y Robert Walpole, primer ministro británico cuando se declaró la guerra. J. B. van Loo. Houghton Hall, Norfolk. 1740
Grabado satírico de 1738: el Primer Ministro Walpole se desmaya cuando Jenkins le enseña su oreja cortada.
Edward Vernon ataca Porto Bello
Edward Vernon (1684-1757), apodado “Old Grog”, de Thomas Gainsborough. NPG, Londres.
En 1740 Vernon ordenó que las tripulaciones bebieran el agua mezclada con ron, lo que se conoce como un “grog”; por el apodo de Vernon, “Old Grog”, debido a una especie de tejido impermeable con que hacía confeccionar su ropa. La medida, fue implantada en todos los buques de la Royal Navy y estuvo en vigor hasta 1970, aunque hoy mantiene el mismo nombre.
El primer objetivo británico fue Porto Bello, en Nueva Granada –hoy, Panamá-, evitando La Habana, de mucha más envergadura en cuanto al comercio de metales preciosos, pero que se hallaba fuertemente defendida.
El 1 de diciembre de 1739, seis navíos de línea, al mando del almirante Edward Vernon, arrasaron el burgo, mal defendido y atacado de improviso, para proceder, de inmediato a su saqueo.
Bombardeo del fuerte de Porto Bello por la flota de Vernon, el 22 noviembre 1739. El navío de Vernon, el “Burford” cañonea el Castillo de Todofierro.
Samuel Scott, (1702-1772). National Maritime Museum, London.
The Capture of Puerto Bello, 21 November 1739. Pintado por George Chambers, Senior, en 1838, del National Maritime Museum, London, Greenwich Hospital Collection.
Esta versión de la batalla, realizada un siglo después de los hechos, ya durante el Romanticismo, ofrece una versión del Burford, en primer plano, con un anacronismo: la bandera desplegada es la de la “Union Jack”, que no fue aprobada hasta 1801. Tras el buque insignia, (70 cañones), el Strafford, (60 cañones) y el Worcester de la misma clase y armamento. Al fondo, el Hampton Court, (70 cañones) mandado por el Commodoro Brown.
El ataque fue considerado como un éxito de la nueva fórmula de combate por cañoneo previo, y así, celebrado con grandes fiestas en Gran Bretaña, que, acto seguido, cambió el nombre de la ciudad por el de Portobello Road.
Unos dicen que la celebración de esta victoria fue la ocasión en la que se cantó por primera vez, el famoso Rule Britannia:
Rule, Britannia! Britannia, rule the waves!
Britons never, never, never shall be slaves.
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¡Domina Britannia! Britannia, domina las olas!
Los británicos nunca, nunca, nunca serán esclavos.
En tanto que otros, aseguran que el himno estrenado fue, el God save the King, si bien, es más probable que este último himno se “estrenara” poco después, en 1745. En todo caso, se cantó en presencia del rey, George II, quien organizó un importante banquete en honor de Vernon.
En aquellos momentos, la conquista de las colonias españolas, parecía una promesa que sólo requería tiempo para hacerse realidad. Al menos, así lo aseguraba la naciente prensa citada, hallando un amplio e indiscutible eco en todo el territorio británico.
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Inmediatamente, España alertó a todas sus guarniciones coloniales y reforzó la defensa de sus puertos, al tiempo que cambiaba sus métodos comerciales, procediendo al envío de mercancías, por medio de numerosos navíos pequeños, desde también pequeños puertos, en lugar de los inmensos galeones, que, hasta entonces, partían desde los grandes puertos, como Veracruz, Cartagena o La Habana.
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La vuelta al mundo de George Anson
Tras el rápido éxito obtenido en Porto Bello, Gran Bretaña se propuso repetirlo en las colonias del Pacífico, incluyendo en sus planes la captura del Galeón de Manila.
Galeón español de la época. Grabado de Durero
El Galeón de Manila, era el nombre genérico de los navíos españoles que atravesaban, una o dos veces al año, el Océano Pacífico, entre Manila y Acapulco, el puerto principal del Pacífico, en Nueva España. Este recorrido se había inaugurado en 1565, cuando el cosmógrafo español, Andrés de Urdaneta, descubrió la nueva ruta marítima y despareció cuando la Guerra de Independencia de México, acabó con el tránsito comercial por su territorio.
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La empresa fue confiada al Comodoro George Anson, un aristócrata que se había mostrado anteriormente como hábil marino, y que se puso al mando de una flota capitaneada por el navío HMS Centurion, con 60 cañones y 400 tripulantes, mas cuatro fragatas, una corbeta y dos navíos de intendencia, que también cargaban mercaderías para su intercambio.
Lord George Anson. Atribuido a Thomas Hudson. Royal Museums Greenwich
La flota de Anson así compuesta, levó anclas en septiembre de 1740, al parecer, demasiado tarde con respecto al período estacional, pues debía doblar el Cabo de Hornos durante el verano austral, por lo que hubo de afrontar varias tempestades de fuerza terrible, cuyos efectos, muy pronto obligaron a dos de las fragatas a abandonar la empresa y volver a Gran Bretaña.
Más adelante, en los llamados “cuarenta rugientes” –paralelo 40 del hemisferio Sur-, se produjeron vientos especialmente violentos, siendo también temido y conocido el paralelo 50, como los “cincuenta aullantes”-; entre los rugidos y los aullidos, la fragata Desafiante, de 28 cañones, fue arrojada contra la costa de Chile. Tras el motín y la huida de la marinería, sus oficiales fueron capturados por los españoles.
Después, una tempestad dispersó el resto de las naves, que, en junio de 1741, llegaban a las islas de Juan Fernández en estado muy penoso; sólo quedaban 335 de los 1900 hombres embarcados en septiembre de 1740, fundamentalmente, a causa del escorbuto.
Los supervivientes, reunieron sus fuerzas y tras llevar a cabo diversas reparaciones, emprendieron una marcha a pie para recolectar víveres frescos, pescar y cazar cabras y otros animales.
Después abandonaron Juan Fernández y, muy pronto entre el 14 y el 15 de noviembre de 1741, atacaron y saquearon la pequeña ciudad costera de Paita –cerca de la actual frontera entre Perú y Ecuador. Finalmente, se dirigieron a Acapulco a esperar el paso del famoso Galeón de Manila, que, en aquella ocasión, no se produjo, porque, en prevención, no llegó a salir del puerto.
Más adelante, se vieron obligados a abandonar otras naves a causa de su mal estado, hasta el punto que, al final, sólo el Centurion, atravesó el Pacífico; a punto de naufragar, a causa de una gran vía de agua y con la tripulación diezmada por el escorbuto, logró llegar a las Marianas.
Hechas las reparaciones necesarias y tras un breve descanso de la tripulación, el Centurión reanudó su marcha, anunciando que volvía a Europa, pero se dirigió a Filipinas, a esperar el paso del Galeón de Manila.
Pero encontraron al Nuestra Señora de Covadonga, que se rindió tras un enfrentamiento breve, pero mortal, el 20 de junio de 1743. Anson evitó el abordaje –que era el ataque que esperaban los españoles-, en favor de un cañoneo de gran precisión.
Captura del galeón Nuestra Señora de Covadonga por el HMS Centurión de Anson. Samuel Scott (1702-1772).
Con el botín obtenido, Anson se dirigió a Macao, donde pudo prepararse para un nuevo recorrido, a costa de la venta del galeón y su cargamento, aunque conservó el millonario botín obtenido en moneda, iniciando el retorno lo más rápido posible, para poder abandonar la zona antes de que la noticia de la toma del galeón español llegara a las cortes Borbón de Francia y España. Así, dobló el Cabo de Buena Esperanza el 11 de marzo de 1744, remontó el Atlántico, logrando evitar encuentros indeseados, y llegó a Gran Bretaña el 15 de junio.
El grandioso botín obtenido, fue mostrado triunfalmente, a la vez que se celebraba la circunnavegación completada por Anson, que fue cubierto de honores, recibido por el rey Jorge II, y alabado por la prensa, que lo comparaba con Drake.
Lo cierto, es que se ocultaron las cuantiosas pérdidas humanas y materiales que se había cobrado aquella empresa: más de 1700 bajas, equivalentes al 90% de la tripulación; y siete naves, de ocho.
También se produjeron violentas disputas por el reparto del botín, que llegaron a los tribunales. Al final se acordó la entrega de 300 Libras a cada tripulante. Anson recibió 91.000; un verdadero capital que le sirvió para reconstruir su castillo familiar; y hacerse elegir como diputado. Posteriormente, tras su victoria en Finisterre, fue nombrado Par, y finalmente, Primer Lord del Almirantazgo, entre 1752 y 1762, período durante el cual reorganizó y reforzó la Royal Navy, logrando que Gran Bretaña se convirtiera en la primera potencia marítima. Pero, a partir de entonces, se intensificó la actividad de los corsarios franceses y españoles, que, desde ambos lados del Atlántico, hicieron sentir su presencia al creciente comercio británico.
Dejando a un lado, sin embargo, el hecho de que, en aquella ocasión, la guerra sirvió a Anson para que el deseado asalto y saqueo de un buque fuera llamado botín de guerra y no acto de piratería, es un hecho, que, dio la vuelta al mundo y lo hizo en condiciones extremas, lo que demuestra su gran capacidad.
En 1748 aparecía: Un viaje alrededor del mundo - A voyage around the world; escrito por el capellán Richard Walter; una obra que se considera generalmente, sobria, precisa y objetiva y que causó un gran impacto en el ambiente relacionado con la navegación, ya que proponía numerosas nociones nuevas, ofrecía también nuevos mapas y confirmaba las teorías de Edmond Halley sobre la declinación magnética.
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España pidió entonces ayuda a Francia invocando el Pacto de Familia, de 1733 y el cardenal de Fleury, ya en 1740, envió al Caribe una escuadra formada `por 22 navíos de guerra, al mando del almirante marqués d’Antin. Sin embargo, sus tripulaciones, diezmadas por enfermedades tropicales y por la falta de provisiones, tuvieron que permanecer anclados en Santo Domingo, cerca de Jamaica. Las órdenes recibidas por d’Antin, no consistían en pelear contra la armada inglesa, sino en ayudar a los españoles, un objetivo que el almirante cumplió, a pesar de que en aquel momento las relaciones entre Francia y Gran Bretaña, también eran muy tensas; de hecho, una corveta francesa fue incautada en Santo Domingo, y otros bajeles, atacados, aunque sin éxito, por los británicos, que se disculparon diciendo haberlas confundido con naves españolas. De hecho, la ruptura definitiva entre Francia y Gran Bretaña, no se produciría hasta 1744, a causa de la Guerra de Sucesión Austríaca.
América del Norte:
Las operaciones en Bloody Marsh y Gully Hole Creek
Españoles y británicos se enfrentaron también en la frontera de Florida –entonces colonia española-, y en la de Georgia –colonia británica, así llamada por el rey Jorge-. Allí se produjeron algunas escaramuzas, siempre indecisas, en las que también participaron nativos y colonos.
Ocuparon San Agustín, y rechazaron el contraataque español en la Batalla de Bloody Marsh (Pantano sangriento), en 1742.
Florida cambió de mano varias veces, hasta que fue cambiada por los españoles, por La Habana y Manila, que los ingleses ocuparon al final de la Guerra de los Siete Años, si bien, dejó de ser británica entre los años 1763 y 1781, período en que los españoles la recuperaron en el transcurso de la guerra de Independencia americana.
El asedio de Cartagena de Indias
Ataque y defensa de Cartagena de Indias por la escuadra de Blas de Lezo, por Luis Fernández Gordillo
Cartagena, hoy parte de Colombia, era, con Veracruz y La Habana, uno de los tres grandes puertos desde los que se exportaban los metales preciosos, especias y otros valiosos productos hacia España.
Gran Bretaña se propuso dar el gran golpe en marzo de 1741, tomando la ciudad para convertirla en un puerto británico. Para ello dispuso una numerosa fuerza humana y material, que debía salir de Jamaica: cerca de 190 naves, con más de 2.600 cañones y más de 32.000 hombres.
Sabiendo que la ciudad estaba protegida por 6 bajeles y 3.300 hombres –incluyendo arqueros nativos y esclavos negros, cortadores de caña, cuya arma era el mismo machete que empleaban en las plantaciones-, la suerte parecía echada de antemano.
Sin embargo, la expedición británica, sufría dos importantes carencias; la logística, ya que era muy difícil mantener y aprovisionar en la distancia, una armada tan grande, sin puertos de apoyo, ni recursos terrestres. La segunda dificultad, podía en cualquier momento convertirse en la primera: la flota tenía dos mandos enemigos entre sí; el Almirante Vernon, que era el comandante de la flota, y Wentworth, que mandaba las fuerzas de invasión.
Después de un bombardeo intensivo de dos semanas sobre Cartagena, el 5 de abril de 1741, los ingleses iniciaron el asalto: centenares de chalupas desembocaron en Boca Chica, defendida por los seis bajeles españoles, que finalmente tuvieron que retroceder combatiendo, paso a paso.
Pero el primer intento resultó fallido. Los ingleses reembarcaron para reagruparse antes de volver a intentarlo.
El segundo, completado con ataques de diversión en zonas aledañas, también fracasó, y los ingleses perdieron 600 hombres.
Blas de Lezo. Obra de Salvador Amaya, en la Plaza de Colón, Madrid
La defensa, dispuesta por el comandante español, Blas de Lezo, resultó muy eficaz. Se había propuesto prolongar la lucha hasta que llegara la estación de las lluvias, en abril, que sería fatídica para la armada inglesa.
Lezo, cuya estrategia y tenacidad habían sido ampliamente demostradas –a pesar de haber perdido un ojo, un brazo y una pierna-, supo sacar partido de todas las condiciones existentes. Por ejemplo, el terreno: arena fina, pantanos, y cañaverales, y la laguna, poco profunda, frenarían el despliegue de la artillería y los movimientos de la infantería británica, así como la aproximación de las naves enemigas.
Lezo previó que los británicos sufrirían rápidamente insuperables dificultades para abastecer a sus tropas y tripulantes, así como para proceder al entretenimiento de sus naves. Sabía que, una vez que llegaran las lluvias tropicales, el calor, la humedad que saturaría el ambiente; los mosquitos, y la insalubridad de un terreno inundado por avenidas de agua, más el barro resultante, impedirían el avance, tanto de la artillería, como de los propios infantes británicos, que llevaban equipos muy pesados. Consecuentemente, sabía de la evidente posibilidad de que se produjeran epidemias y enfermedades tropicales, que serían sus mejores aliados.
Y la realidad fue que, frente a una guarnición española, bien defendida tras sus almenas, recientemente reforzadas; habituada al clima y absolutamente fiel a su mando, tanto por la disciplina, como por el interés común, el cuerpo expedicionario británico no tardó en ofrecer un espectáculo penoso, quedando sus bajeles sin mantenimiento o abandonados por falta de personal.
Tropas hambrientas, enfermas y desmoralizadas –se producían alrededor de 300 bajas diarias-; el mando dividido y enfrentado entre sí, y, por tanto, unas tropas carentes de unidad –desde los highlanders hasta los esclavos negros-; equipamientos, tan inadaptados al clima como las propias tropas, etc. De hecho, de los 3000 colonos procedentes de Vermont y Virginia, casi todos murieron de enfermedad, si bien, se sabe que uno de sus mandos, Lawrence Washington, medio hermano de George Washington, sobrevivió al asedio y participó en episodios posteriores, como el desembarco en Cuba y los combates en Georgia.
Se considera, con todo, que la falta de coordinación en el mando, debida al conflicto entre Vernon y Wentworth, fue un condicionante fundamental.
Curiosamente, como veremos al final, algo parecido le ocurrió, precisamente a Blas de Lezo con respecto al Virrey de Nueva Granada, su superior.
Así, cuando Wentworth quiso lanzar un asalto general, Vernon se negó a apoyarlo con sus navíos y cañones, alegando que no podría acercarse lo suficiente a las murallas para asegurar la precisión de los disparos.
Un asalto lanzado durante la noche del 14 de abril de 1741, fracasó porque las escalas eran demasiado cortas -al parecer, Lezo había hecho excavar hondos fosos al pie de las mismas-. Los asediados acabaron con ellos sin gran dificultad y los asaltantes supervivientes, fueron masacrados.
Cuando se intensificaron las lluvias, y el campo se convirtió en un lodazal, los británicos decidieron replegarse a sus naves, donde la promiscuidad, y la falta de higiene, dieron paso a las epidemias.
Finalmente, a mediados de mayo de 1741, después de 67 días, ante la desmoralización general y las enormes pérdidas -18.000 hombres-, más debidas al hambre y las enfermedades, que a la lucha, los británicos completamente indefensos, decidieron abandonar el asedio y volver a Jamaica, no sin antes incendiar y hundir 50 navíos, demasiado ruinosos y faltos de gente para maniobrarlos.
La fragata de Blas de Lezo remolcando al Stanhope, hacia 1710.
Museo Naval de Madrid
Sorprendentemente, cuando los españoles aún resistían en la ciudadela y el Fuerte San Felipe de Barajas, llegaba a Gran Bretaña la noticia de una nueva y aplastante victoria inglesa, igual que en 1739. La Corte lo celebró; se diseñaron y fundieron medallas conmemorativas; la prensa se extendió en halagos y sus grabados mostraron a Blas de Lezo arrodillado ante Lord Vernon. Pero toda aquella algarabía cesó ante el anuncio del desastre. Jorge II prohibió absolutamente, mencionar el nombre de Cartagena.
Vernon no volvió inmediatamente a Gran Bretaña; prefirió esperar a que pasara el desencanto y preparó un informe en el que achacaba toda la responsabilidad del desastre a Wenworth, quien, para recuperar prestigio y dignidad, intento una invasión sobre Cuba, pero su desembarco en Guantánamo, el 18 de julio de 1741, constituyó un nuevo y rotundo fracaso.
Resultado del conflicto
Además de que la noticia del desastre fue ocultada en Gran Bretaña en un primer momento, después se diluyó ante el anuncio del principio de la Guerra de Sucesión en Austria. A partir de 1742, la lucha entre España y Gran Bretaña se desplazó hacia el Este. La Royal Navy, muy debilitada, no pudo asumir un papel en el Mediterráneo hasta mucho después, de modo que 25.000 soldados españoles pudieron así ser transferidos a Italia.
El Caribe siguió siendo español y Gran Bretaña lo sufrió en 1776, durante la Guerra de la Independencia americana, cuando Bernardo de Gálvez, gobernador de Luisiana y fundador de Galveston, apoyándose en las plazas fuertes del Golfo de Méjico, paralizó su actividad bélica en el Sur de América del Norte.
El envío de metales preciosos siguió, y la reputación de los españoles salió engrandecida del conflicto, que para Gran Bretaña no fue sino un desastroso sablazo en el agua.
La vuelta al statu quo anterior a la guerra, se aseguró por medio del Tratado de Aix-la-Chapelle, en 1748. España, incluso mantuvo el asiento y el navío de permiso a Gran Bretaña, aunque esta revendió dos años después, lo que quedaba de sus derechos por 100.000 libras, dentro del Tratado de Madrid, en 1750.
Con todo, Gran Bretaña mantuvo con su tenacidad proverbial la carrera en pro de la supremacía marítima y colonial: la Guerra de los Siete Años (1756-1763), además de apoderarse de numerosas posesiones francesas, le ofreció la ocasión de vengarse de España, aliada de Francia. Finalmente, se apoderaría también de La Habana y Manila, pero ante la imposibilidad de reducir a Cuba y Filipinas, cambió las dos capitales por la posesión de Florida.
Caricatura británica.
España construye castillos en el aire mientras Gran Bretaña navega y combate.
La Royal Navy reconquistó posteriormente su prestigio frente a la flota española, con las victorias navales británicas del Cabo San Vicente y de la bahía de Algeciras, en 1801, del Cabo Finisterre y de Trafalgar, en 1805, antes de la invasión de las colonias españolas de América del Sur (1806-07) que fue el último conflicto entre el Reino Unido y la España Colonial, y también constituyó un fracaso británico.
Esta guerra de la Oreja de Jenkins, lanzada con un pretexto casi absurdo, por el lobby británico formado entre imperio y comercio, que empezó sobre el fondo de la Trata de Negros y el Contrabando, provocó enormes pérdidas materiales y humanas y se saldó, como sabemos, con la vuelta al statu quo anterior al conflicto. Sólo el espectacular periplo de Anson constituyó un éxito, pero si buscamos a los beneficiarios de esta guerra, solo hallaremos a los fabricantes de medallas y a la joven prensa británica, cuyos caricaturistas, grabadores, escritores y panfletarios, hallaron la ocasión de exaltar el nacionalismo británico, si bien, pusieron los fundamentos de un enérgico contrapoder democrático.
Finalmente, fue una especie de broma o malentendido popular quien tuvo la última palabra: al apodar a este conflicto, Guerra de la Oreja de Jenkins, daban a entender que no habían perdido en ella, sino un minúsculo fragmento de cartílago.
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Blas de Lezo: Los últimos días.
Sebastián de Eslava, virrey de Nueva Granada y responsable de la defensa de Cartagena de Indias.
El 4 de abril de 1741, cuando los británicos empezaron a bombardear el castillo de San Luis de Bocachica, una bala de cañón cayó sobre el Galicia, en el que se encontraban reunidos los mandos españoles. Las astillas de una mesa causaron graves heridas a Blas de Lezo, en un muslo y una mano y la infección subsiguiente, le causó la muerte.
Las continuas desavenencias y el nulo entendimiento entre Lezo y el virrey Eslava, jefe de la plaza y responsable de su defensa, se agudizó, incluso, una vez levantado el cerco británico.
Eslava siempre había defendido las medidas ofensivas, mientras que Lezo, mantuvo permanentemente una actitud más prudente y defensiva, que el Virrey quiso interpretar como falta de arranque, valor, e incluso, como desidia.
En adelante, Lezo, cada vez más enfermo, y sin poder llevar a cabo actividad alguna, mantuvo una especie de guerra epistolar con el virrey, defendiendo y justificando su actitud durante el asedio; actividad que llevó a Eslava a solicitar un castigo para el almirante, que, sorprendentemente, obtuvo de mano del rey.
Lezo intentó entonces que se reconocieran sus méritos mediante la obtención de un título nobiliario, a cuyo efecto, buscó el apoyo de José Patiño - Intendente General de la Marina bajo Felipe V-, y de parte de sus compañeros de la Armada, pero el rey aceptó preferentemente los informes del Virrey, optando por rechazar la petición, probablemente sólo por no verse obligado a tocar el sacro concepto de la autoridad frente a un inferior.
Blas de Lezo falleció en Cartagena de Indias de unas calenturas, que en breves días se le declaró tabardillo, el 7 de septiembre de 1741.
Fue el único de los protagonistas del asedio de Cartagena que no obtuvo recompensa alguna por sus acciones. Carlos III recompensaría, sin embargo, a su hijo en nombre del almirante, concediéndole el marquesado de Ovieco, ya en 1760.
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CARTAS PARA ANALIZAR EL FACTOR HUMANO:
EL VIRREY ESLAVA CONTRA LEZO
VERNON Y LEZO
Retrato del Virrey Eslava conservado en Tafalla, Navarra. Fund. Mencos
Apenas una semana después de que las velas de Vernon desaparecieran del horizonte, el Virrey Eslava escribió a Madrid, al secretario de Indias José de la Quintana, acusando a Blas de Lezo de farsante asegurando que, si no recibía una orden, él mismo le obligaría a volver a España.
Archivo General de Indias, Santa Fe, 572. Carta reservada del virrey Eslava a don José de la Quintana, 1 de junio de 1741.
“Lezo es poco veraz, tiene achaques de escritor, está lleno de apariencias como solícito de coloridos para ostentar servicios”, sin valor en el combate, abandonó Bocachica desde que llegaron los ingleses, y mientras yo me acercaba al castillo de San Luis a llevar municiones, Lezo no se atrevía a moverse del barco, bien adentro de la bahía.
La vanagloria de Lezo por haber estado en Bocachica se reduce a haber prestado los cañones de sus barcos para el fuerte, pero nada más, y la famosa herida recibida en combate fue estando yo a su lado, cuando una bala perdida hizo saltar astillas en el puente, pero apenas causó rasguños.
Tenía sus barcos tan mal abastecidos, que, en vez de apoyar al fuerte de San Luis, precisamente tuvieron que sacar municiones del castillo para hacer funcionar los cañones de sus naves.
Lezo sólo quería hundir sus propias naves, para que no cayeran en manos del enemigo y le hicieran a él responsable; tan seguro estaba de la derrota, y tapar con los cascos hundidos los canales por donde Vernon tendría que meter sus barcos. Y aún esto, lo hizo con tanta cobardía que hundieron todos los barcos mal, no sólo los suyos, sino también nueve mercantes que estaban en el puerto, provocando una ruina que no sirvió para nada, porque los que debían desfondarlos los abandonaron antes de tiempo, de modo que no se hundieron donde debían, sino donde el viento les llevó, y ninguno sirvió para estorbar la entrada de Vernon, que llegó hasta la bahía de las Ánimas; el puerto de la ciudad.
Así -decía Eslava-, la flota española fue hundida sin disparar apenas un tiro, y además inútilmente. Y no puede alegarse que los barcos estuvieran desartillados, puesto que, tras la batalla, yo mismo he sacado no menos que noventa cañones de aquellos barcos semihundidos, el Dragón y el Conquistador.
Lezo incluso ordenó hundir su propio buque insignia, el Galicia, pero la mecha que debía hacer estallar la “santa bárbara”, era tan larga -para que les diera tiempo a abandonar la nave antes de que se produjera la explosión-, que a los ingleses también les dio tiempo para subir al barco y apagarla, cobrando así el mejor navío, desde el cual, bombardearon la ciudad, destruyendo buena parte de la techumbre de la catedral y varias casas y conventos.
Finalmente, Lezo no fue capaz ni aun de volar el polvorín del Fuerte de San José antes de que cayera en manos inglesas, pues los que debían volarlo fueron apresados, quedándose aquellos con toda la munición.
Es evidente que todo esto casa mal con la retirada final de los ingleses. Por otra parte, la necesidad de escribir semejante informe a pesar de todo, no demuestra sino el deseo de deshacerse de Lezo por parte del Virrey. Las razones pueden ser múltiples, y todas estarían relacionadas con el factor humano, pero, aunque parezca todo muy claro, lo cierto es que falta información al respecto y resultaría osado emitir un juicio, que tampoco es el objetivo en este caso.
Tras la batalla de Cartagena de Indias, Felipe V premió a Sebastián de Eslava con el ascenso a Capitán General de los Reales Ejércitos, por Real Cédula de octubre de aquel mismo año, 1741.
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CARTAS CRUZADAS ENTRE VERNON Y LEZO (Ortografía corregida).
Vernon a Lezo.
Portobelo 27 de noviembre de 1739.
Señor:
Esta se entrega a V. E. por Don Francisco de Abarca y en alguna manera V. E. puede extrañar que su fecha es de Portovelo. En Justicia al Portador, es preciso asegurar a V. E. que la defensa que se hizo aquí era por el Comandante y por los de debajo de su mando, no pareciendo en los demás ánimo para hacer cualquiera defensa.
Espero que de la manera que he tratado a todos, V. E. quedará convencido de que generosidad a los Enemigos es una virtud nativa de un Inglés, la cual parece más evidente en esta ocasión, por haberlo practicado con los Españoles, con quienes la nación Inglesa tiene una inclinación natural, vivir bien que discurro es el interés mutuo de ambas Naciones.
Habiendo Yo mostrado en esta ocasión tantos favores, y urbanidades, además de lo Capitulado, tengo entera confianza del amable carácter de V. E. (aunque depende de otro) los Factores de la Compañía de la Mar del Sur en Cartagena, estarán remitidos inmediatamente a la Jamaica, a lo cual V. E. bien sabe tienen derecho indubitable por tratados, aun seis meses después de la declaración de la guerra.
El Capitán Pelanco debe dar gracias a Dios de haber caído por Capitulación en nuestras manos, porque si no, su trato vil, e indigno a los Ingleses, habría tenido, de otro, un castigo correspondiente.
Y soy, Señor, de V. E. su más humilde servidor D. Eduardo Vernon Burford
Portovelo— 27 de Noviembre de 1739.
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Lezo a Vernon.
Cartagena 27 Diciembre 1739.
Exmo. Sr. —Muy Sr mío: He recibido la de V. E. de 27 de noviembre que me entregó Don Francisco de Abarca y antecedentemente la que condujo la balandra que trajo a Don Juan de Armendáriz. Y en inteligencia del contenido de ambas diré, que bien instruido V. E. por los factores de Portovelo (como no lo ignoro) del Estado en que se hallaba aquella Plaza, tomó la resolución de irla a atacar con su Escuadra, aprovechándose de la oportuna ocasión de su imposibilidad (de defenderse), para conseguir sus fines, los que si hubiera podido penetrar, y creer que las represalias y hostilidades que V. E. intentaba practicar en esos mares, en satisfacción de las que dicen habían ejecutado los Españoles, hubieran llegado hasta insultar las plazas del Rey mi Amo. Puedo asegurar a V. E. me hubiera hallado en Portovelo para impedírselo, y si las cosas hubieran ido a mi satisfacción, aún para buscarle en otra cualquier parte, persuadiéndome que el ánimo que le faltó a los de Portovelo, me hubiera sobrado para contener su cobardía.
La manera con que dice V. E. ha tratado a sus Enemigos, es muy propia de la generosidad de V. E. pero rara vez experimentada en lo General de la nación, y sin duda la que V. E. ahora ha practicado, sería imitando la que Yo he ejecutado con los vasallos de S.M.B. en el tiempo que me hallo en estas costas (y antes de ahora,) y porque V. E. es sabidor de ellas, no las refiero, porque en todos tiempos he sabido practicar las mismas generosidades, y humanidades con todos los desvalidos; y si V. E. lo dudare podrá preguntárselo al Gobernador de esa Isla, quien enterará a V. E. de todo lo que llevo expresado, y conocerá V. E. que lo que yo he ejecutado en beneficio de la nación Inglesa excede a lo que V. E. por precisión y en virtud de Capitulaciones debía observar.
En cuanto el encargo que me hace V. E. de que sus Paisanos, hallarán en mi la misma correspondencia que los míos han experimentado en esta ocasión y que solicité que los factores del sur sean remitidos a Jamaica, inmediatamente diré, que no dependiendo esta providencia de mi arbitrio, no obstante, practiqué las diligencias convenientes con el gobernador de esta Plaza, a fin de que se restituyesen a esa Isla; pero parece que sin orden del rey no puede practicar esta disposición, respecto de que son Ministros de ambos soberanos, en la comisión que manejan; Y en correspondencia Yo quedo para servir a V. E. con las más segura voluntad, y deseo le guarde Dios muchos años.
A bordo del Conquistador en la Bahía de Cartagena de Indias. 24 de diciembre de 1739.
BLM de V. E. su más atento servidor,
Don Blas de Lezo.
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