viernes, 25 de enero de 2019

TRIUNFO Y CAÍDA DE CICERÓN • AMISTADES Y TRAICIONES A LAS PUERTAS DEL IMPERIO



El pequeño Cicerón leyendo. Vincenzo Foppa de Brescia. c. 1464,
Pintor de la corte milanesa de Francesco Sforza. Wallace Collection.

Cicerón, que, en realidad se llamaba Marcus Tullius, -Cícero, en latín garbanzo, era un apodo referido a una verruga en la nariz, que, al parecer, tenía un antepasado suyo-, nació en Arpinum el 3.1.106 aC. y murió, asesinado, en Gaeta el 7.12.43 aC. –ya del calendario juliano-. 

Arpinum estaba en tierra de Volscos, un pueblo que, durante mucho tiempo, fue de los más temibles adversarios de Roma.

Su padre se llamaba igual que él, y su madre, Helvia.

Aunque era ciudadano romano, no era noble, lo que, en principio, le cerraba el acceso a la alta política, porque, además, al contrario que sus contemporáneos Pompeyo y Julio César, no quiso optar por la carrera militar, aunque, finalmente, llegó al Consulado, gracias a sus excelentes conocimientos de Retórica y Derecho, que le propiciaron los apoyos necesarios para alcanzar la magistratura suprema el año 63 aC.

Su principal éxito, cuando ya la República estaba muy debilitada a causa de la ambición desaforada de algunos de sus principales representantes, fue una serie de discursos -Catilinarias-, con los que frustró la Conjura de Catilina –a finales del año 63 aC-, quien pretendía levantarse contra un Estado en franca decadencia.

Sin embargo, aquel arrollador éxito, fue, acto seguido, la causa de su condena al exilio, en el año 58 aC., por haber ejecutado a algunos de los conjurados, sin proceso. Cuando volvió a Roma, al año siguiente, con Pompeyo y César en el poder, sus posibilidades de ascenso en la carrera política, a pesar de su anterior fama, habían disminuido notablemente.

Cuando en el año 49 aC. estalló la guerra civil, a pesar de sus dudas, se adhirió al partido de Pompeyo; después se alió con César, y finalmente, terminó apoyando a Octavio frente a Antonio, cuya destructiva enemistad, le costaría la vida.

Marco Tulio Cicerón. Copia de un original romano. 
Bertel Thorvaldsen (1799-1800). Thorvaldsens Museum, Copenhague.

Su obra escrita, de la que se ha conservado la mayor parte, se considera un excelente modelo de expresión latina clásica. Escribió, fundamentalmente, durante los períodos de inactividad política, y transmitió a Roma gran parte de las teorías filosóficas griegas. Fue muy valorado durante el Renacimiento, aunque su consideración decreció en el siglo XIX, pues algunos críticos consideraban que le había faltado firmeza en sus principios, actitud que algunos, entonces y después, entendieron como oportunismo o versatilidad, criticable en ambos casos, cuando lo que se plantea y se espera, es un ideal.

Se casó, hacia el año 80, con Terencia -de una influyente familia romana que le facilitó el acceso a la carrera política-, y tuvieron dos hijos: Tullia y Marcus.

Tullia, nacida a mediados de la década de los 70 aC. A pesar de que, al parecer, Cicerón la quería muchísimo, la convirtió en una especie de pieza para la maquinaria de sus ambiciones, prometiéndola, a los 8 años a un miembro de la nobleza, con el que se casaría el año 63. Fallecido aquel marido, volvió a casarla con otro noble de la poderosa familia Dolabella. Tulia murió el año 45, cuando tenía alrededor de 20 años. 

Su segundo hijo, Marcus, nació en el 65, y nunca llegó a experimentar el afecto que su padre había mostrado hacia su hermana, cuya muerte le causó enorme sufrimiento. Cicerón, al parecer, quería que Marcus se convirtiera en su otro yo, a cuyo efecto, intentó facilitarle el camino, en cuanto le fuera posible, enviándole, por ejemplo, a estudiar en Grecia, pero Marcus prefirió la carrera militar.

Poco antes del fallecimiento de su hija Tulia, Cicerón se había divorciado, quedando sus finanzas en graves dificultades, ya que tuvo que devolver la dote de su mujer, y no logró recuperar la de su hija, y ocurrió, justo cuando combatía, a viva fuerza retórica, contra Antonio, por medio de sus celebérrimas Filípicas.

Habiendo estudiado, primero en Roma, y después en Grecia, de acuerdo con Plutarco, Cicerón impresionó a sus propios maestros, en parte, por la calidad helénica de su argumentación y en parte, a causa del perfecto control de su expresión, pues, al igual que un gran actor, mostró un dominio magistral de la entonación precisa para cada situación.

Una vez cumplida la edad legal para acceder a la magistratura -30 años-, Cicerón inició su carrera política siendo elegido questor en Sicilia, lo que le sirvió de acceso al Senado. Allí cosechó un notable éxito en el proceso de corrupción contra Verres, que se vio obligado a exiliarse a Marsella antes de que terminara el proceso.

Este primer éxito, redondeado por la publicación y el éxito de los discursos que no llegó a pronunciar, supuso el principio de su cursus honorum: Edil, en el año 69 y Pretor en el 66. 

Sus planteamientos políticos se debatían entre los intereses de los más conservadores; Optimates y los más reformistas, Populares, entre los que esperaba hallar una vía intermedia. La eclosión de personalidades como César y Catilina entre las filas Populares, llevaron a Cicerón a acercarse discretamente a los Optimates

Así, en el año 63 fue elegido Cónsul frente a Catilina, al lado de los Optimates, que, sin embargo, no vieron con alegría el acceso a sus filas, de un hombre muy ilustre, pero sin nobleza de sangre. Entre las obras públicas promovidas por él durante esta etapa, destaca la reconstrucción de las murallas del puerto de Ostia para prevenir y evitar la piratería.

Cicerón pronunciando uno de sus famosos discursos contra Catilina. César Maccari
Todos abandonaron el banco en el que [Catilina] estaba sentado. Plutarco.

La famosa frase: ¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia?, ha venido a ser la muestra de lo que fue un éxito arrollador, en boca de Cicerón. En el año 63 Catilina había perdido por segunda vez las elecciones, derrota que le decidió a preparar un golpe, del que Cicerón fue informado por algunos arrepentidos. Catilina abandonó Roma, para tratar de continuar su lucha desde Etruria, dejando en la ciudad hombres de su confianza, encargados de ejecutar sus planes. Cicerón se adelantó a todo y a todos, haciendo aprobar leyes de excepción, que permitían actuar contra los rebeldes antes de que incurrieran en ningún delito.

Así, después de pronunciar la Cuarta Catilinaria, y previo su debate en el Senado, Cicerón mandó ejecutar a los que, en aquel momento, no eran sino sospechosos, basándose en delaciones. Para ello logró el voto favorable de Catón, pero actuó en contra de la opinión explícita de Julio César, que propuso prisión como alternativa. Catilina, no obstante, murió muy pronto, en el curso de un breve choque de armas en Pistoia.

Desde aquel momento, Cicerón se consideró como un salvador de la patria; de hecho, fue nombrado Pater patriae, a propuesta de Catón de Útica, un éxito complementado ampliamente por el hecho de que toda Roma, consideró que sus convincentes discursos y sus drásticas medidas, habían convertido el año 63, en un año glorioso.

Cicerón pasó entonces al Senado, que era como decir, la cumbre del éxito, social y económico. Su fortuna no se podía comparar con las de otros senadores, como el famoso Craso, o el mismo Pompeyo, pero en todo caso, ya tenía un asiento entre la aristocracia y empleó enormes sumas en decorar sus residencias con el mayor lujo posible, llegando a endeudarse hasta el punto de bromear con sus amigos, diciendo que, fácilmente podría unirse a una nueva conjura contra el poder, en caso de ser admitido. 

En adelante, sólo pudo ejercer la abogacía de forma gratuita, ya que un senador no podía dedicarse a actividades relacionadas con el comercio o las finanzas –lo que no les impedía hacerlo de forma encubierta-; no obstante, Cicerón lo arregló en parte, declarando a finales del año 44, que había heredado veinte millones de sestercios, de amigos y parientes.

Entre tanto, la República se debatía en manos de representantes ambiciosos y demagogos. El año 60 César, Pompeyo y Craso, sellaron una asociación secreta, que pronto se convertiría en el Primer Triunvirato

El año siguiente, César, como Cónsul, ofreció a Cicerón un cargo en Campania, que este rechazó, y en el 58, finalmente, fue condenado por aquellos procedimientos ilegítimos contra Catilina. Así, el día 11 de marzo abandonaba Roma camino del exilio en Dirraquium. Su residencia del Palatino fue derribada, y la de Túsculum, saqueada. 

Roma se dividió en bandos respecto a su suerte, pero Pompeyo, reuniendo todos los votos a su alcance, hizo aprobar una ley –Lex Cornelia-, por la que se reclamó la vuelta de Cicerón y la restitución de todos los bienes que le habían sido confiscados. Su retorno fue triunfal y Cicerón se dispuso a recuperar sus bienes, no sin grandes dificultades, ya que, entre otras cosas, su mansión del Palatino estaba entonces ocupada por un templo, y se considerada sacrilegio derribarlo.

Desde principios del año 56, Cicerón se propuso volver a la actividad política, empleando sus ya probadas armas de la oratoria, y así, sin atacar directamente a los triunviros, se enfrentó a algunos personajes a los que estos protegían. Entre otros asuntos, tras un discurso en el Senado, logró que a César se le prolongara el proconsulado en la Galia, con el fin de que pudiera continuar la –ya famosa, a través de la obra escrita del propio César-, Guerra de las Galias.

El año 54, apareció su obra, La República, en la que, a decir verdad, el propio autor parece postularse como su único protector y mantenedor posible.

El enfrentamiento entre Optimates y Populares ya era mortal, cuando su amigo Milón, mató a Publio Clodio Pulcro en plena Vía Apia. Cicerón fracasó en su intento de defender al asesino, que abandonó Italia antes de que se hiciese pública su más que probable condena, a pesar de lo cual Cicerón siguió adelante con la publicación de su famoso discurso, Pro Milone.

A pesar de que, en el 53, Cicerón había rechazado la oferta de establecerse en Macedonia, decidió entonces, al parecer, con gran entusiasmo, aceptar un mandato en Cilicia, como Procónsul.

Dice Plutarco que allí gobernó con gran integridad. De hecho, aplicó sus principios filosóficos sobre el gobierno de las provincias, los mismos que aparecen en una de sus cartas a Catón, del año 51. Buscó la paz y la justicia, sin dejar a un lado las obligaciones fiscales de los principales ciudadanos, que con cierta frecuencia solían ignorarlas, y moderó considerablemente el sistema de préstamos a altísimos intereses. 

Tuvo que afrontar los frecuentes ataques de los partos, a los que derrotó tras dos meses de asedio; un éxito que, a pesar de que no tenía gran importancia en sí mismo, hizo que Cicerón fuera invocado por sus soldados como Imperator, a la vez que reclamaban su vuelta a Roma. Al orador, le pareció buena idea, y reclamó su propia vuelta, pero, además, con la celebración de un Triunfo. No parece fácil dilucidar si actuaba por vanidad personal, o porque deseaba la oportunidad de ponerse a la altura de César y Pompeyo, que, para el caso, sería lo mismo. Cuando finalmente volvió, en el año 50, ya había reunido una notable fortuna personal. 

Encontró Roma en un momento muy crítico, a causa del rotundo enfrentamiento de César y Pompeyo, frente al grupo conservador del Senado. Como Cicerón había solicitado la celebración de un Triunfo, había tenido que esperar a que su petición se decidiera, antes de entrar en la urbe; este retraso le impidió asistir a las sesiones del Senado, durante las cuales estalló el conflicto de sus componentes y César, que desembocaría en la invasión de Italia por parte de este último, el año 49.

Cicerón, como muchos de los Senadores, decidió refugiarse en su casa de campo. A través de su correspondencia con Átticus, conocemos su malestar y sus graves dudas sobre la postura que debería tomar frente a tales acontecimientos; consideraba la guerra civil como un desastre, fuera quien fuera el vencedor.

En cuanto a César, que se proponía reunir en torno a sí a los personajes más moderados, fue a visitarle a su casa y le propuso volver a Roma como mediador, pero Cicerón, no sólo se negó a hacerlo, sino que se declaró partidario de Pompeyo, con quien se reunió en Épiro, el año 49.

Según Plutarco, Catón mostró su desacuerdo ante la decisión de Cicerón, considerando que habría sido mucho más útil a la República permaneciendo en Italia. A pesar de todo, el orador no participó en ninguna de las acciones militares coordinadas o dirigidas por Pompeyo.

Tras la famosa victoria de César en Farsalia, ya en el año 48, Cicerón decidió volver a Italia, donde fue bien recibido por aquel, que decidió ignorar sus anteriores negativas. Ante algunos actos de clemencia de César, Cicerón escribió varios discursos en su favor, exhortándole a reformar la República, pero, pasado algún tiempo, al ver que todo aquello no le servía para volver al Senado, escribió a su amigo Varrón, criticando lo que ya consideraba como la dictadura de César.

Te aconsejo que hagas lo mismo que me propongo hacer yo; evitar ser visto, incluso si no podemos evitar que hablen de nosotros... si nuestra voz ya no se escucha ni en el Senado ni en el Forum, sigamos el ejemplo de los antiguos sabios y sirvamos a nuestro país a través de nuestros escritos, concentrándonos en las cuestiones de ética y leyes constitucionales.

Y así, los años 46 a 44 los pasó casi por completo en su residencia de Tusculum, dedicado, efectivamente, a escribir, a traducir autores griegos, y, en ocasiones, a componer algo de poesía. De aquel período proceden algunas de sus obras filosóficas mayores; entre otras, De la Naturaleza de los Dioses; De la Adivinación o De la Vejez.

Su vida privada, en cambio, no fue apacible, ya que se divorció de Terencia en el 46, casándose con Publilia, a la que había adoptado, pero de la que también se divorció tras la muerte de su hija Tulia, considerando que Publilia se había alegrado por aquella muerte.

Entre tanto, se distanció mucho de César, quien, a pesar de que no cumplía propiamente las cualidades del perfecto gobernante, tampoco fue nunca el tirano sanguinario que algunos quisieron ver en él, a pesar de que se había convertido en dueño absoluto de Roma.

Dirigido evidentemente a César, aunque sin nombrarlo, Cicerón redactó el Panegírico de Catón, al que se refería como el último republicano. César respondió con el Anticatón, describiendo con toda claridad, los defectos que achacaba al héroe ciceroniano. El duelo terminó cuando Cicerón celebró a César “de igual a igual” en el terreno literario. En diciembre del año 45, César se invitó a cenar en la villa de Cicerón, aunque –contra lo que este esperaba-, sólo deseaba celebrar una velada de carácter literario.

Ni una palabra sobre asuntos serios -escribió Cicerón a su amigo Ático-; una conversación exclusivamente de carácter literario... una velada que tanto llegó a preocuparme, como sabes, no ha tenido absolutamente nada de carácter desagradable.

Sólo tres meses después, llegaban los fatídicos Idus de Marzo, y con ellos, el asesinato de César, que sorprendió profunda y sinceramente a Cicerón, pues los conjurados lo habían dejado completamente al margen.

Richard Wilson: Cicerón con su amigo Atticus y su hermano Quintus, en su villa de Arpinum. Google Art Project

No mucho tiempo después, Cicerón volvió al Senado y logró aprobar una amnistía general, que rebajó la tensión, hasta que Marco Antonio, cónsul y ejecutor testamentario de César, asumió el poder a pesar de algunas dudas. Mandó celebrar funerales públicos, que se convirtieron en una reclamación contra los asesinos. Cicerón, que se encontraba en Campania, seguía dedicado a sus escritos, aunque recuperó la esperanza, cuando Dolabella, Cónsul con Antonio, prohibió las manifestaciones populares en torno a César, al mismo tiempo que concedía al orador el status de Legado, lo que le permitiría abandonar Italia siempre que quisiera.

Octavio, el heredero de César, llegó a Italia en abril, repartiendo oro, lo que le atrajo las simpatías de los veteranos de César, entonces desmovilizados. Cicerón, siempre preso de las dudas, pensó en irse a Atenas con su hijo, pero se volvió atrás a medio camino, a finales de agosto y a primeros de septiembre del mismo año, 44; empezó sus ataques públicos contra Marco Antonio, a través de las ya citadas Filípicas.

A lo largo del mes de noviembre del 44, Octavio escribió varias veces a Cicerón, terminando por atraerlo a la causa republicana contra Antonio. Ya en diciembre, el orador pronunció la Tercera Filípica ante el Senado, y la Cuarta, ante el pueblo, a la vez que animaba a los gobernadores de las Galias a desligarse, a su vez, de la obediencia a Antonio. Sin embargo, a pesar de su intento, no consiguió que el Senado declarara a Antonio enemigo público.

Desde el año 43, César había reemplazado a los Cónsules Antonio y Dolabella, por Hirtius y Pensa -que habían sido discípulos de Cicerón-, quienes, aliados para entonces con Octavio, atacaron a Antonio cuando asediaba a Décimo Brutus en Módena. Antonio fue rechazado, pero los dos amigos de Cicerón murieron. Cuando este lo supo en Roma, ya en Abril, por medio de su última Filípica cantó el honor de Octavio y obtuvo, por fin, que Antonio fuera declarado enemigo del pueblo romano.

Para sustituir a los Cónsules muertos -escribe Apiano-, Octavio propuso su propia candidatura, junto con Cicerón, pero no tenía ni la edad ni la carrera política indispensable, por lo que fue rechazado. Como consecuencia, la República quedaba sin dirigentes.

Para empeorar sus dudas, Cicerón recibió una carta de Décimo Brutus, en la que le revelaba que alguien cercano a Octavio le había incitado a desconfiar de él. 

A finales de julio, una delegación de soldados obligó al senado a entregar el Consulado a Octavio, acto que fue ratificado por votación popular el 19 de agosto. Acto seguido, Octavio se puso de acuerdo con Marco Antonio y Lépido, y con ellos constituyó un Segundo Triunvirato, que recibió plenos poderes a finales de octubre del 43. 

Entre sus principales objetivos, estaba el de vengar a César de sus asesinos. Nadie pensaba -o quizás sí-, que aquellos aprovecharían una orden tan genérica, para vengarse de sus propios enemigos. El hecho es que Octavio, a pesar de su amistad y alianza con Cicerón, permitió que Marco Antonio lo declarara proscrito, haciendo tristemente reales los rumores que le trasmitiera Décimus Brutus. 

Cicerón era asesinado el 7 de diciembre del año 43, cuando se disponía a abandonar su villa de Gaeta.

El asesinato de Cicerón. Ilustración en: 
De casibus virorum illustrium. Francia, siglo XV.

Su cabeza y sus manos, fueron expuestas en las rostras del Forum, por orden de Marco Antonio, al parecer, ante la estupefacción del pueblo romano.

Quintus, hermano del orador, y su sobrino, fueron igualmente ejecutados poco después, en Arpinum, su ciudad natal. Sólo su hijo salvó la vida, porque en aquellos momentos se encontraba en Macedonia.

Otra representación de la muerte de Cicerón, de François Perrier, siglo XVII. 
Bad Homburg

Al parecer, la descripción de la muerte del orador, no tiene toda la exactitud histórica que sería deseable, y además, algunos relatos se contradicen, quizás pensando en una heroica puesta en escena, pero en todo caso, resulta dictada por la pietas, a la que dio lugar la criminal traición, que, evidentemente, no pudo, ni puede ser disculpada.

De pronto surgieron los asesinos; eran, el Centurión Herennius y el Tribuno Militar Popilius, a los que antaño Cicerón había defendido de una acusación de parricidio. El Tribuno se adelantó con algunos hombres; Cicerón lo vio llegar y ordenó a sus servidores que detuvieran la litera. Después, llevándose la mano izquierda al mentón, en un gesto habitual en él, miró fijamente a los asesinos. Estaba cubierto de polvo, el pelo revuelto y el gesto contraído por la inquietud. Tendió el cuello al asesino asomando la cabeza por la litera, y... siguiendo las órdenes de Antonio, le cortaron la cabeza y las manos... aquellas manos con las que había escrito las Filípicas. 
Plutarco.

En todo caso, siguiendo una conducta dictada por el odio, tanto la cabeza como las manos de Cicerón, fueron expuestas públicamente de forma macabra, como venganza post mortem, absurda y gratuita

Fco, Maura y Fontaner. MNP. (En Sta. Cruz de Tenerife).
La obra representa el momento en que Fulvia, la esposa de Marco Antonio, en presencia de este último, ultrajó la cabeza cercenada del insigne político y orador Marco Tulio Cicerón

Pavel Svedomski (1849–1904) Fulvia con la cabeza de Cicerón

M Tullio Cicer (Cicerón) - Studiolo di Federico da Montefeltro
Justus van Gent y Pedro Berruguete. Galleria Nazionale delle Marche. Urbino

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