miércoles, 2 de enero de 2019

Isla de Pascua. González de Ahedo y los primeros mapas. 1/3.



En 1770, el capitán Felipe González de Ahedo, navega al mando de dos naves españolas que vigilan la aproximación ilegal de embarcaciones holandesas o inglesas en torno a la costa occidental de Chile, cuando reciben la orden de internarse en la Océano Pacífico en busca de la llamada Micronesia.

Obedeciendo las instrucciones recibidas, avistan una isla desconocida, en la que se observan enormes monolitos de piedra, en los que muy pronto verán talladas figuras de apariencia humana.

La isla, cuyos moradores llaman Rapa Nui, está llena de enigmas para los españoles. Se trata de una especie de fortaleza natural, que parece levantada por y para gigantes en la superficie, pero que, además dispone de numerosas y enormes grutas.

Ni Ahedo, ni sus compañeros saben que la isla ya había sido visitada en 1722 por el holandés Jakob Roggeveen, que, al parecer, no llegó a crear lazos de ninguna clase con sus pobladores, así que, la abandonó pronto, no sin antes, darle el nombre de Isla de Pascua, por haber coincidido su llegada con esta celebración.

Ahedo, sin embargo, invitó a los que parecían ser los jefes a subir a su nave, donde les obsequió con algunas prendas de uniforme, que como se sabe, eran de llamativo colorido, especialmente, rojo y azul, estableciendo con ellos, lo que podríamos llamar, lazos amistosos -algo que quizás no todos los navegantes sabían hacer-, tras algunos encuentros que. al parecer, se desarrollaron muy cordialmente, sin necesidad de palabras.

A González Ahedo, además del hecho de que su presencia no creara desconfianza entre los nativos, le sorprendieron otras dos observaciones: la primera de ellas, evidentemente, era la presencia y el significado de aquellas enormes tallas de aspecto humano, y la otra, extrañísima, el hecho comprobado, de que allí no había ancianos.

No existen retratos, propiamente dichos, de González Ahedo

Más tarde se supo que la falta de personas de edad, se debía a una necesidad de supervivencia en un espacio tan limitado: cada vez que un niño nacía, un anciano debía morir. ¿Serían, quizás, las grandes tallas un homenaje a aquel sacrificio de sus mayores?

Los hombres de Ahedo, pronto elaboraron un pequeño diccionario rapanui-español que contenía 88 palabras y varios números, y que hoy se muestra en el Museo Naval, en Madrid. 

En pocos días, aquellos a los que, en realidad, podríamos llamar exploradores, procedieron a cartografiar la isla, ya que Ahedo, además de marino, era cartógrafo, coronando su visita con la colocación de tres cruces de madera en la cima de un volcán extinguido, el Poiké, junto con la bandera. 

Ahedo, decidió llamar a la isla San Carlos, en honor al monarca reinante, Carlos III de Borbón; un nombre que, por alguna razón, no llegó a popularizarse. Como sabemos, el cartógrafo ignoraba que aquel pequeño territorio ya tenía uno, por el que sigue siendo conocida, si bien, actualmente, se conoce también por el original; de Rapanui.

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Felipe González Ahedo, había nacido en Santoña -Santander/Cantabria-, el 13 de mayo de 1714. Su padre, sus dos hermanos, y sus hijos varones, también fueron marinos, como lo fue también el marido de su hija.

Navegó junto a su padre desde los 13 años, si bien sólo en recorridos cortos, como el de Santander a la Coruña, pero ya en 1728 inició su propia carrera, como ayudante de piloto; embarcado en el San francisco Javier, realizó su primera travesía larga, hasta La Habana. A este seguirían otros en los años siguientes, en especial, a Cartagena de Indias.

Así, en marzo de 1733, antes de cumplir los 20, ya era segundo piloto, por lo que dos meses después, fue destinado al paquebote San Diego, con destino a la campaña de Nápoles, volviendo a Cádiz el año siguiente, ya con experiencia de combate y el nombramiento de Primer Piloto.

Entre 1736 y 1738 navegó a Veracruz, Puerto Rico y La Habana, hasta que este último año fue destinado al navío Dragón, que se dirigía a Cartagena de Indias, donde debía participar en la Guerra del Asiento, que le valió el ascenso a Alférez de Navío.

Ataque a Cartagena de Indias por Inglaterra, en 1741

González de Ahedo luchó en la defensa de Cartagena de Indias a las órdenes del famoso almirante Blas de Lezo

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En octubre de 1739 Inglaterra declaró la guerra a España (contra la opinión de su Primer Ministro) tras el suceso conocido allí como la Oreja de Jenkins, al que, en breve dedicaremos más espacio, en el contexto de la Guerra del Asiento.

En noviembre de 1739 el almirante Sir Edward Vernon, atacó, redujo y saqueó la plaza española de Portobelo y en 1741 navegó desde Jamaica, al mando de una flota de 186 naves con 27.600 hombres y el objetivo de apoderarse del gran puerto comercial español en el Virreinato de Nueva Granada, Cartagena de Indias, que protegían 3000 soldados y marinos españoles, 600 arqueros indios y 6 buques. -

Es evidente que no se trataba aquí de ninguna cuestión de principios, sino de comercio-. Para impedir el acceso al puerto, Lezo levantó una especie de barrera, formada por seis naves hundidas y situó a los hombres en defensas terrestres. González de Ahedo fue designado para comandar la defensa del Fuerte de San Pedro, desde donde rechazó el intento de asalto al castillo de San Lázaro, que fue lo que le valió el ascenso a Alférez de Navío.

La batalla, iniciada el 13 de marzo, siguió hasta el 23 de mayo de 1741; más de dos meses de durísimos enfrentamientos en condiciones extremas para ambas partes, en especial, a causa de una epidemia de fiebre amarilla. Finalmente, Vernon ordenó la retirada ante la evidencia de las cuantiosas bajas producidas entre sus hombres, sin resultados positivos.

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La Expedición de González de Ahedo a la Isla de Pascua

1770. Mapa de la Isla de Pascua o San Carlos, elaborado sobre las observaciones cartográficas y medidas de la expedición de Ahedo.

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A finales de la década de 1760, empezaron a llegar noticias de avistamientos de naves extranjeras –quasi sinónimo de enemigas-, en mares de dominio español, así como se supo de la recalada -en este caso por motivos de necesidad-, en las costas de Perú, del buque francés Saint-Jean Baptiste, que llevaron al Virrey de Perú, Manuel de Amat y Juniet, a organizar una expedición, con objeto de encontrar y explorar las islas de Davis y la de Madre de Dios, y comprobar si eran ciertos los rumores de presencia extranjera -militar o civil-, tanto en el entorno marítimo de Perú, como en el de Chile. 

Así, la expedición mandada por González Ahedo salió del Puerto de Callao el 10 de octubre de 1770 a bordo del San Lorenzo (70 cañones), seguido por la fragata Santa Rosalía (26 cañones) mandada por Antonio Domonte, a bordo de las cuales navegaban más de 500 hombres.

Fragatas de la época, similares a la empleada en la expedición Ahedo.

Así, el 15 de noviembre de 1770 llegaron a la isla de Pascua, aunque ellos, creyeron que se trataba de la de Davis, por lo tanto, tardaron un tiempo en saber: primero, que no se trataba de la isla que ellos creían y después, que ellos no eran los primeros en poner el pie en Pascua, ya que hacía casi 50 años que había sido visitada por el holandés Jakob Roggeveen, quien, precisamente, fue quien bautizó aquella isla como Pascua, por coincidir esta celebración con su visita.

Jakob Roggeveen (1659 – 1729)

Grabado de Bayalus y Descartes, realizado durante la expedición de Jacob Roggeveen,  en 1722

Emplearon cinco días, bordeando la isla en lanchas. para cartografiar la costa, a la vez que adjudicaban un nombre a los accidentes geográficos más importantes -de ellos se conserva el de Punta Rosalía-.

Si aquella no fue la primera ocasión en que un europeo visitaba Pascua, si fue la primera en que se crearon mapas de la misma; en los que, también por vez primera, aparecían los moais.

Aquellos planos y mapas, posteriormente fueron de inestimable utilidad para otros famosos navegantes, como James Cook, en 1774, y Jean-François de La Pérouse, en 1786.

J. Cook (1728 – 1779). Jean-François de La Pérouse (1741-1788)

En el transcurso de su trabajo, Ahedo y sus hombres se propusieron intentar comprender y hacerse comprender por los isleños, lo que, al parecer, lograron con buen efecto, e incluso, cordialmente, de modo que pudieron informarse con cierta exactitud acerca de sus costumbres, sus cultivos, y de la fauna isleña.

El 20 de noviembre de 1770, el Contador de la expedición, Antonio Romero, levantó acta del Acuerdo de Anexión de la isla a la Corona de España, que desde entonces quedaba registrada como tal, con el nombre de Isla de San Carlos, en honor, como hemos dicho, del monarca reinante en España, Carlos III de Borbón. 

Acto seguido y, en el transcurso de una sencilla ceremonia, fue cuando se colocaron las tres cruces en la parte más elevada del volcán Poike. Finalmente, se dispararon 21 cañonazos desde cada una delas naves españolas.

Primer documento rongo rongo conocido, en el aparece la firma de los jefes rapanui, en el acta de anexión de la Isla de Pascua.
Publicación de la Sociedad de Estudios Antropológicos de Londres, 1874.

Tras abandonar Pascua, o San Carlos, como la expedición no halló por la zona nada más que fuera digno de notar, reembarcaron rumbo a Chile, donde tampoco hallaron tierras inexploradas, ni marinos intrusos, volviendo finalmente a Callao sin más novedad.

Y así, tras recorrer 23.400 km. o 4.177 leguas, el día 29 de marzo de 1771, los expedicionarios informaban en Perú de su hallazgo, refiriéndose a unas enormes y enigmáticas estatuas de piedra.

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El año siguiente, Ahedo volvió a España, desde donde participó en numerosas acciones, fundamentalmente relacionadas con el intento de erradicar la piratería, tanto en el Atlántico como en el Pacífico.

Felipe González Ahedo, falleció a los 88 años, en Cádiz, el 25 de octubre de 1802. Su testamento se conserva en el Archivo Histórico Provincial de esta ciudad.

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La expedición de Haedo se extendió desde el 10 de octubre de 1770 hasta el 29 de marzo de 1771 y la exploración se llevó a cabo entre los días 15 y 21 de noviembre de 1770. 

Para entonces, Haedo ya era veterano de la Campaña de Nápoles y de la Guerra del Asiento, en la que se distinguió especialmente en la batalla de Cartagena de Indias.

Cuando aún se hallaban a una legua de la isla de Rapa Nui, los vigías informaron de la existencia de varias columnas de humo que no eran de carácter volcánico, por lo que, posiblemente revelaban presencia humana, como así fue; al aproximarse, hacia las dos de la tarde, pudieron contar un grupo compuesto por 28 personas que se dirigían a un alto próximo a la costa. 

Las ropas de los nativos, de colores llamativos, hicieron pensar en un primer momento, que podría tratarse de uniformes militares, pero pronto se dieron cuenta de que no era así, porque, además, pronto se hizo evidente que no llevaban armas de ninguna clase, mostrando, además, con ello, que se trataba de gente pacífica y confiada.

Haedo envió dos botes, uno de cada una de las naves, en busca de un lugar apropiado para las mismas. Pronto hallaron una ensenada protegida del viento y sin rocas; el lugar fue denominado Ensenada González, hoy Hanga Ho’onu, es decir, Bahía de la Tortuga, que se constituyó como punto de partida para llevar a cabo las observaciones pertinentes y cartografiar el perímetro de la isla.

Dos nativos, al ver las grandes embarcaciones, no dudaron en acercarse a ellas, siendo invitados por la tribulación y ayudados a subir a bordo, a lo que accedieron con gran curiosidad y sin recelos, de forma que, a pesar de la falta de comunicación oral, parece ser que aquel primer encuentro se desarrolló dentro de los términos más cordiales que se podían esperar. 

Al ponerse el sol, cuando los nativos dieron señales de volverse, los soldados les regalaron algunas prendas de uniforme, que al parecer, les causaron gran alegría por su vivo colorido. Al día siguiente se formó una fila de unos doscientos hombres que esperaban un regalo similar. 

Por su parte, aquellos hombres completamente tatuados, ofrecían bonitos collares y curiosas caracolas, además de plátanos y gallinas, siempre que se acercaban a las naves a bordo de sus curiosas canoas -cinco pedazos de tablas mui angostas (por no tener en la tierra palos gruesos), como de una cuarta, y por eso son tan zelosas que tienen su contrapeso para no volcarse; y estas creo son las únicas que hay en toda la isla: en lugar de clavos les ponen tarugos de palo-, según el informe del piloto Juan Hervé.

Canoa Cuhane e Ilustración de Blondla, sobre datos de Jean Francois Laperouse.

Entre otros muchos detalles interesantes, los españoles, anclados en la rada llamada Vinapu, observaron que, por la noche, los nativos extraían tierra de una cueva, que utilizaban como tinte para colorearse el cuerpo. 

Al día siguiente los marineros fueron invitados a visitar otras cuevas y una construcción que creyeron entender que servía como una especie de templo. Por el camino observaron platanares, cultivos de caña de azúcar, calabazas, etc. Los hombres llevaban prendas de abrigo parecidas al poncho y se agujereaban las orejas para ponerse aros muy gruesos, fabricados con hojas de caña seca.


Las ventanas de Ana Kakenga, desde el interior de la cueva

Al parecer, la variada tripulación intentó comunicarse con los nativos en 26 idiomas, nada menos, sin que les fuera posible hacerse entender por ninguno de ellos; la comunicación sólo se hizo por medio de gestos y dibujos, pero, sin embargo, al final, los visitantes llegaron a componer un pequeño diccionario formado por 88 palabras y diez cifras.

Ydolos de piedra, tan elevados y corpulentos que parecen columnas muy gruesas...
Francisco Agüera, Piloto del “Rosalía”.

No cabe duda alguna de que, lo que más impresionó a los viajeros, fueron aquellas numerosas estatuas de piedra, que al principio, y desde lejos, confundieron con gruesos árboles. 

…Y según después averigué, examiné y tomé su dimensión, son de una pieza todo el cuerpo, y el canasto es de otra

El “canasto” que algunas figuras mostraban sobre la cabeza –como la penúltima que aparece en la fotografía-, contenían osarios.

Sin embargo, por grande que fuera la sorpresa de los viajeros, no hizo sino aumentar, cuando, al observar las tallas de cerca, intentaron, en vano, deducir cómo habían llegado a los lugares que ocupaban, y cómo se mantenían en equilibrio, ya que: el diámetro del canasto es mucho mayor que el de la cabeza en que asienta, y su circunferencia baja, sobresale mucho de la frente de la estatua, causando admiración esta postura sin desplomarse. 

De hecho les resultó imposible poder informarse acerca de las técnicas empleadas, de modo que cada una de las figuras, aumentó su carácter de elemento misterioso; alguna medía casi 15 metros.

Los últimos trabajos de cartografiado, fueron realizados mediante las observaciones de un ejército de hombres dirigidos por el teniente de navío Alberto Oloando, cuyo apellido fue otorgado a un cerro de la isla.

De hecho se realizaron dos mapas o planos; uno de la isla completa y otro de la ensenada en la que fondeaban las dos naves españolas. Más adelante, en 1785, La Pérousse, llamó a la ensenada Baie des Espagnols.

Finalmente, la expedición de Ahedo, llegaba de vuelta a Perú el 29 de marzo de 1771. Tras informar de los resultados positivos del viaje, el capitán hizo entrega de mapas, planos y diarios de navegación, llenos de interesantes observaciones, al virrey Manuel de Amat. 

La historia conocida de la Isla de Pascua, o de San Carlos, o de Rapa Nui, apenas había empezado.
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3/3. Isla de Pascua. Los Moais

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2 comentarios:

  1. Falta más información de calidad como esta sobre Isla de Pascua. ¿Eres de Isla de Pascua? ¿Te animarías a venir y alojarte en una de nuestras cabañas a cambio de documentarlo en tu blog? Te dejo aquí el enlace para ver las cabañas de Isla de Pascua: https://cabañasenisladepascua.com/

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    1. Agradezco infinitamente tu comentario, y no menos, tu amable invitación. Ahora mismo, como sabes, estamos más alejados que nunca, y no sólo geográficamente. De todas formas, quiero decirte que el tema sobre la Isla de Pascua está sin terminar, pues no he podido confirmar algunos datos en fuentes seguras, pero cualquier día, lo consigo. Un saludo muy cordial y, de nuevo gracias por tu amabilidad. He visitado la dirección que me recomendabas y el lugar me parece extraordinariamente agradable. ¡Ah!, y me encantan los nombres. Clara.

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