lunes, 29 de marzo de 2021

En EL QUIJOTE (1605-1615) no hay PATATAS


Y, sin embargo, en España, había patatas desde 1560.


El “Menú” de don Quijote:

Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. 

(I PARTE, CAPÍTULO I. M. Rico. CVC).

El “Menú” de Sancho Panza como Gobernador:

Más variada es la oferta (frustrada) de platos que se le hace a Sancho Panza, en “una real y limpísima mesa” durante su gobierno de la Ínsula Barataria, de los cuales, el doctor Pedro Recio no le permite probar ninguno:

Habla el doctor Pedro Recio de Tirteafuera:

-Frutas: y así mandé quitar el plato de la fruta, por ser demasiadamente húmeda

-Perdices que están allí asadas. Y el médico respondió: ‘Toda hartazga es mala, pero la de las perdices malísima’.

-Conejos: no coma de aquellos conejos guisados que allí están, porque es manjar peliagudo. 

-De aquella ternera, si no fuera asada y en adobo, aun se pudiera probar, pero no hay para qué.

-Olla podrida: —¡Absit! —dijo el médico—. Vaya lejos de nosotros tan mal pensamiento: no hay cosa en el mundo de peor mantenimiento que una olla podrida.

-Mas lo que yo sé que ha de comer el señor gobernador ahora para conservar su salud y corroborarla, es un ciento de -cañutillos de suplicaciones [barquillos de oblea en forma de tubo fino] y unas -tajadicas subtiles de carne de membrillo, que le asienten el estómago y le ayuden a la digestión.

Sancho: -por ahora denme un pedazo de pan y obra de cuatro libras de uvas, que en ellas no podrá venir veneno.

—¿Sería posible —dijo Sancho—, maestresala, que agora que no está aquí el doctor Pedro Recio, que comiese yo alguna cosa de peso y de sustancia, aunque fuese un pedazo de pan y una cebolla? 

(II PARTE, CAPÍTULO XLVII. (M. Rico. CVC).

Moreno Carbonero (1858-1942) Sancho Panza en la Ínsula Barataria, 1891. 

BBAA Sevilla

La patata llegó al continente europeo en 1537 pero se introdujo en España, en 1560, y su uso se fue extendiendo muy despacio, aunque, finalmente, y como es bien sabido, se convirtió en un alimento básico e imprescindible.

También se sabe que ya los Tiahuanacos, los Chavin, los Paraca, los Mochicas y otros pueblos asentados en las actuales Bolivia, Chile y Perú, la valoraban como un remedio fundamental contra el hambre. 

Los primeros europeos sorprendidos por la existencia de tan sencillo y extraordinario alimento, que, además, resultaba muy barato -tanto su cultivo como su recolección-, y que la probaron, al principio, cocida, fueron los soldados que acompañaban al explorador Gonzalo Jiménez de Quesada, en 1537, pero su reconocimiento e implantación, no se produjo hasta 1560, siendo Pedro Cieza de León, como veremos, su introductor.

Así pues, en principio, no se comprende por qué, en las dos partes del Quijote, publicadas en 1605 y 1615 respectivamente, no aparece este extraordinario alimento.

Retrato de Gonzalo Jiménez de Quesada, conquistador español de Colombia.

Gonzalo Jiménez/Ximénez de Quesada y Rivera, pudo nacer en Granada o, quizás, en Córdoba, en 1509 y murió en Mariquita, de la Provincia del mismo nombre, en el Nuevo Reino de Granada, 16 de febrero de 1579. 

Era Abogado, Teniente General y conquistador, justamente, del territorio al que llamó Nuevo Reino de Granada, en la actual República de Colombia. También fundó, entre otras, la ciudad de Santafé de Bogotá, actual capital de Colombia. La última expedición la realizó entre 1569 y 1572 en busca de El Dorado, pero, en esta ocasión, la aventura terminó en un gran desastre.

Pedro Cieza de León. Llerena, Badajoz, 1520 - Sevilla, 2 de julio de 1554.

En cuanto a Cieza de León, aunque también fue conquistador y explorador, destacó para la posteridad, por su labor como cronista e historiador del mundo andino. Escribió una Crónica del Perú en cuatro partes, de las que solo la primera se publicó cuando él aún vivía, quedando inéditas las otras tres hasta los siglos XIX y XX.


El erudito Marcos Jiménez de la Espada, -Cartagena, 1831 - Madrid, 1898-; zoólogo, explorador y escritor, conocido por su participación en la Comisión científica del Pacífico, la más importante realizada por España en América después de la pérdida de la mayor parte de aquellos territorios de Ultramar, que él recorrió, con otros compañeros entre 1862 y 1865, definió a Cieza como “el príncipe de los cronistas españoles”.

Efectivamente, Cieza llevó a cabo muchas expediciones, creando fundaciones y encomiendas, pero es recordado, fundamentalmente, por su completa Crónica; el primer intento formal de escribir una historia del mundo andino.

En realidad, no se sabe mucho más de su biografía, excepto que, de acuerdo con los apuntes consignados en uno de los “asientos de pasajeros” de la antigua Casa de Contratación de Sevilla, era hijo de Lope de León y de Leonor de Cazalla, “vecinos de Llerena”, y que salió de Sevilla el 3 de junio de 1535, rumbo a América. De acuerdo con su propia declaración escrita en el “Proemio” a la Crónica del Perú -Sevilla, 1553-, se embarcó cuando apenas tenía trece años y permaneció en el Nuevo Mundo durante diecisiete años:

... habiendo yo salido de España, donde fui nacido y criado, de tan tierna edad que casi no había enteros trece años, y gastado en las Indias del mar Océano más de diez y siete, muchos de ellos en conquistas y descubrimientos y otros en nuevas poblaciones...

No se sabe a qué lugar de América llegó entonces, pero, por los pocos datos personales que reflejó en su Crónica, se sabe que en 1535 estaba en la gobernación de Cartagena y que, entre 1536 y 1537 participó en la expedición a San Sebastián de Buenavista y a Urute, con Alonso de Cáceres.

En 1537 también formó parte de la expedición del Licenciado Vadillo, buscando oro, pero al no encontrarlo y después de soportar muchas penalidades, llegaron a la ciudad de Cali, en la que era teniente gobernador. Lorenzo de Aldana, enviado en secreto por Francisco Pizarro, gobernador del Perú, con la misión de vigilar a Sebastián de Belalcázar, que amenazaba arrebatarle de su jurisdicción aquellas provincias, pero no lo pudo encontrar. Aldana entonces, con las tropas de Vadillo, decidió intentar nuevas conquistas, tarea que encomendó a Jorge Robledo, bajo cuyas órdenes estuvo Cieza durante dos años, contribuyendo a fundar varias ciudades, entre ellas: Santa Ana de los Caballeros –actual Anserma-, en 1539; Cartago, en 1540; y Antioquia, en 1541; todas en el actual territorio de Colombia.

De Antioquia pasó a Cartagena y después, a Panamá. En 1542 estaba de vuelta en Cali con la gente de Sebastián de Benalcázar/Belalcázar. En recompensa por sus servicios, recibió una encomienda de indios.

Belalcázar, en Cali. Colombia

En 1545 estaba en Cartago, justo cuando en Perú estallaba una guerra civil entre Gonzalo Pizarro y el virrey Blasco Núñez Vela. Los jefes de Cieza se involucraron en la contienda, y uno de ellos, Robledo, murió ajusticiado. Por entonces, llegó a Cartago, el juez pacificador Pedro de la Gasca, a cuyas tropas se unió Cieza, iniciando un viaje hacia tierras peruanas, donde llegó a finales de 1547 o principios del 48. El hecho es, que, para entonces, su obra estaba muy avanzada, pues sin abandonar sus obligaciones militares, tomaba nota de todo lo interesante que veía y oía, pues, como él mismo dice, descansaba escribiendo, cuando sus camaradas dormían. 

En 1548 llegó a la Ciudad de los Reyes, actual Lima, y allí fue cuando, bajo la protección de La Gasca, empezó, en realidad, su carrera como escritor y Cronista Oficial del Nuevo Mundo. Durante los dos años siguientes recorrió Perú recogiendo una interesante información con la que pudo desarrollar su obra sobre costumbres, tradiciones, geografía y sucesos históricos.

En 1551 volvió a España y, en Toledo, presentó al entonces príncipe heredero, Felipe, un manuscrito de su obra. 

Felipe II en 1551, de Tiziano. MNP

El 16 de mayo de 1551 Felipe escribía a María de Hungría: Con esta van los retratos de Ticiano [...] el myo armado se le parece bien, la priesa con que le ha hecho y si hubiera más tiempo yo se le hiziere tornar hazer.

Después, se instaló en Sevilla, donde se casó, con Isabel López y allí publicó, en 1553, la primera parte de su Crónica del Perú. El año siguiente murió, quedando inédito el resto de su obra.

Grabados de la Crónica del Perú

Fecha de la edición

Firma de Cieza de León

En León había cargado una pequeña nao llamada La Galeota con una docena de toneladas de patatas, dos llamas andinas, algunos abalorios y una pequeña cantidad de oro en joyas, todo lo cual, fue estibado sobre una base de sal, para tratar de impedir la descomposición que causaba la humedad ambiental. Intuía que la patata podía convertirse en una solución fácil, barata y de alto rendimiento productivo. Se cree que probablemente en la misma embarcación, incluyó de forma meramente accidental y como algo exótico, unas mazorcas de maíz cónico del Valle de Tehuacán en el actual Estado de Puebla.

Pero, al llegar a Sevilla, concretamente, a la Casa de Contratación, los inspectores rechazaron la utilidad de aquellas dos supuestas alternativas gastronómicas -patata y maíz-. El navegante, entonces, decidió conservar varios kilos de ambos productos para cultivarlos en las tierras de sus padres en Llerena, Badajoz, una idea que, con el tiempo, se convirtió en la garantía de una economía estable para ellos, por medio del trueque y la venta. 

Así, aun tuvo que pasar más de un siglo antes de que se generalizara su consumo, y esto, sucedería porque la realeza -como veremos-, la puso de moda.

Los españoles, en principio, la usaron como último recurso para paliar el hambre en situaciones extremas, aunque, ignorando sus propiedades. 

Cuando llegó a Europa, sus principios no fueron mejores, pues el tubérculo fue considerado como una excentricidad y, más bien, como planta ornamental, para interiores o para los jardines de la aristocracia. Su extensión e implantación como elemento nutritivo tardaría en producirse, exceptuando su uso por los más desfavorecidos, quienes, como hemos dicho, recurrían a ella como solución ante la carencia de cualquier otro alimento.

La patata que trajeron los navegantes españoles era sólo una de las casi 100 variedades existentes, entonces, en el continente americano.

Durante la gran hambruna irlandesa entre 1845-1849, se calcula una mortandad superior al millón de personas, que, sumado a otro millón de emigrados, principalmente a los EEUU, causaron un descenso próximo al 25% de la población. Ante tan dolorosa contingencia, la no intervención de los ingleses, que guardaban en sus graneros de las zonas ricas del este de la isla, cereales suficientes para paliar la terrible situación, según algunos historiadores, podría calificarse de genocidio.

Al llegar la patata a la península, su cultivo, inicialmente, se redujo a zonas minifundistas como cultivo alimentario alternativo al trigo, y su producción fue, al principio, muy reducida, en relación con sus enormes posibilidades.

Lo que se come/comemos, como es sabido, es el tallo subterráneo de la planta y no el fruto; el tubérculo, es abultado, con un contenido de substancias de reserva, incluyendo la corteza, como: abundante vitamina C, potasio, fósforo, magnesio, hierro, calcio y sodio. Si a todo esto le añadimos que es saciante y que contiene un 82% de agua, es evidente que estamos ante un alimento muy completo, que, además, contiene potentes elementos diuréticos, que facilitan su tránsito intestinal.

Los incas las cultivaban junto a los desiertos costeros, lo mismo que en alturas próximas a 4.000 metros, en zonas aparentemente impracticables del área circundante cercana al mágico lago Titicaca.

Por otra parte, no tardaron en descubrirse otras aplicaciones de la patata, como la producción de almidón, harina de fécula y alcoholes, tales como el vodka ruso o los orujos irlandeses.

Cuando Antoine Parmentier, farmacéutico, químico e ingeniero agrónomo, era prisionero de los alemanes en la Guerra Franco-Prusiana, descubrió que aquella modesta “planta”, tenía unas propiedades increíbles y que mejoraba notablemente si se le añadía mantequilla y leche. 

Aparecía así el puré en las mesas de los más pudientes, perdiendo, a la vez la patata, su halo de comida para pobres y, muy pronto, en aquella Francia, inmersa en una terrible escasez, y sumida en una atroz hambruna, a causa del abandono de los campos durante la guerra, las autoridades se percataron de que tan humilde producto, podía sustituir algo tan esencial como el pan, cuando escaseara el trigo.

Antoine Parmentier, por François Dumont. Versalles

Luis XIV y Parmentier. La Pomme de terre / Manzana de Tierra - patata. Grabado del Petit Journal, marzo de 1901.

Las condiciones climatológicas específicas de España, resultaron muy idóneas en este sentido. Desde siempre, el sur y el centro, fueron zonas apropiadas para la agricultura mediterránea, es decir, fundamentalmente, para la proliferación del trigo. Sin embargo, el norte estaba en desventaja pues aquellos cultivos básicos se adaptaban mal a la humedad del clima, como pasaba con el olivo y la vid, y fueron calificados como territorios pobres para los invasores romanos y árabes, quienes, tampoco mostraron interés en ocupar aquella franja norte, donde, por la misma razón, se consolidaron los reinos cristianos. Sin embargo, se crearon fuertes interrelaciones entre los habitantes de la cornisa cantábrica y la meseta, de tal manera que los vascos se integraron sin dificultades ni guerras en la corona de Castilla, de la que recibían los cereales, mientras que ellos aportaban su probada maestría como marinos, abriendo rutas hacia el Canal de la Mancha, la Liga Hanseática, o para exportar a Flandes la bien cotizada lana castellana.

Así, con el tiempo, los cultivos de procedencia transatlántica, cambiaron de forma radical el escenario agrícola y mercantil en la Península. Con la aparición de las patatas y el maíz, el norte solucionaba un problema histórico, dando paso a una importante eclosión demográfica; Galicia en concreto, y el área cantábrica, en general, aumentaron su valor político e industrial.

Podríamos decir, pues, que los virreinatos de la Monarquía Hispánica, aportaron a la civilización occidental un elemento gastronómico revolucionario, que, a pesar de la tardanza de su implantación, dio lugar a un auténtico prodigio agrícola, al que se sumaría después la entrada del maíz enviado por Cieza de León y Cortés a los mercados continentales de aquella Europa hambrienta.

Los navegantes europeos las encontraron sabrosas y acumularon grandes cantidades como provisiones para los viajes de vuelta. Ya en sus países de origen, al principio se consideró la patata como una rareza botánica, que los clérigos y los poderosos españoles cultivaban en macetas, pues eran demasiado preciosas como para destinarlas a la alimentación. Pero el consumo de los frutos de la planta, -no de su raíz-, terminaba a menudo en un dolor de estómago e incluso con envenenamiento, lo que favoreció que florecieran los prejuicios contra esta planta ultramarina.

Hay muchas anécdotas y relatos contradictorios acerca de cómo la patata llegó a los huertos de Europa. Lo único seguro es que se difundió por el continente fundamentalmente a través de dos vías de entrada: una que empezaba en Irlanda, Inglaterra y los Países Bajos, y otra en Portugal, España, Francia e Italia. Los registros son, desgraciadamente, insuficientes, pues los cronistas de la época confundían a menudo el ñame, el tupinambo, la batata y la mandioca, pues tienen algunas similitudes de forma, aunque biológicamente son muy diferentes. De lo que no hay duda, es de que la patata contribuyó de manera vital a la alimentación europea que pasaba por difíciles momentos.

En Irlanda ya se cultivaban patatas a principios del siglo XVII, pues parecía ser el remedio ideal para una isla afectada por la pobreza. Su cultivo y cosecha se realizaba sin herramientas especiales. Los animales silvestres y el ganado tampoco causaban daños a la planta, que además se podía cultivar en suelos pedregosos y laderas empinadas. La mayor ventaja era que se obtenía un 150 % del rendimiento por hectárea de los cultivos de cereales. Por último, la preparación de la patata era mucho más sencilla que la de los cereales: las patatas no tenían que trillarse o molerse, algo imprescindible para hacer pan. Irlanda era entonces una colonia inglesa que debía exportar a la metrópoli ganado y cereal. En estas condiciones, las patatas constituyeron a menudo la única fuente de alimento de los agricultores. La isla de Irlanda estaba tan alejada y aislada de Europa que transcurriría un siglo hasta que los señores y los reyes de Europa trasladaran la rareza botánica de los jardines a los huertos.

La primera vez que se cultivó la patata en Alemania fue en 1647 en Pilgramsreuth, cerca de Rehau, gobernado por la Dinastía Hohenzollern, y en 1649 en el Lustgarten de Berlín. El Lustgarten se encontraba bajo la dirección del alto jardinero de Federico Guillermo I de Brandeburgo, Michael Hanff, en colaboración con el botánico Johann Sigismund Elsholtz, hasta que la Guerra de los Treinta Años destruyó los jardines. Elsholtz llamó en su obra Flora marchica, a la patata, que todavía era considerada únicamente como planta decorativa, denominada popularmente,  “Holländische Tartuffeln”, es decir, trufa holandesa.

En Prusia, Federico II el Grande trató por todos los medios de que se cultivase extensivamente. Su “truco” para la implantación de la patata, es menos conocido que sus actividades bélicas, pero en ambos casos, el ejército prusiano desempeñó un importante papel. Se dice que plantó los primeros patatales de Berlín e hizo que los soldados los cuidasen. Entonces, los campesinos -tal como él esperaba-, probaron subrepticiamente aquella “manzana de tierra” y, en consecuencia, procedieron a cultivarla ellos mismos. Además, Federico II ayudó a su aceptación e implantación, a través de una circular publicada el 24 de marzo de 1756 por la que ordenaba promover su cultivo.

El rey Federico II examinando un cultivo de patatas. Óleo de Robert Warthmüller (1886).

También en Suiza se introdujo, en principio, como planta decorativa exótica y, apenas un siglo después, a principios del XVIII, ya se empezó a cultivar como alimento. Las condiciones de cultivo eran similares a las de Perú, aunque no se cultivó en alturas de cuatro mil metros, sino sólo hasta dos mil metros, en terrenos alejados de los bosques. Se convirtieron rápidamente en un alimento popular, lo que dio lugar, entre otras formas de preparación, al Rösti, originario de la zona germánica.

En el año 1793 Joaquín Fernando Garay llevó patatas desde Galicia al valle de Benasque, concretamente, al pueblo de Villanova, partido de Boltaña lugar donde se realizarían los primeros experimentos de plantaciones extensivas en España.

A partir del inicio de la Revolución Industrial en Inglaterra y más tarde en la Europa Continental, la alimentación de la creciente tasa de población urbana pasó a ser una cuestión capital. En cambio, la población rural basaba la mayor parte de su alimentación en lo que ellos mismos producían. Los habitantes del campo, solían tener, al menos, un pequeño huerto en el que cultivaban sus propias verduras y así se evitaban la necesidad de comprarlas. Sin embargo, para los habitantes de las ciudades, las frutas y las verduras eran prácticamente inasequibles. Las patatas les proporcionarían, además de las calorías necesarias, oligoelementos y vitaminas que ningún otro alimento a su alcance les podían proporcionar.

Cesto con patatas de Vincent van Gogh. Nuenen, 1885. Museo Nal. Van Gogh, Ámsterdam.

Las patatas inspiraron varias pinturas elaboradas por Van Gogh en Nuenen. Así, vemos a los campesinos sembrándolas, recogiéndolas y comiéndolas, formando parte de numerosos bodegones pintados en el mes de septiembre de 1885. En este caso contemplamos un cesto de patatas menudas y arrugadas sobre una mesa. Un fuerte foco de luz ilumina la superficie, creando acentuados contrastes de claroscuro. Un fondo neutro cierra el espacio por la parte posterior, recortándose los elementos sobre él. La cesta de mimbre está ejecutada con maestría, demostrando Vincent su vinculación con los maestros barrocos que le sirven de inspiración. La novedad la encontramos en el empleo de patatas, elementos que artísticamente no son objetos excesivamente bellos como encontramos en los clásicos bodegones

(ArteHistoria).

La edad de oro del cultivo de la patata en Europa, se produjo ya en el siglo XIX. En España hay un total de 102 variedades de patatas genéticamente singulares cultivadas desde el siglo XVI, en las Islas Canarias. Llegan a los mercados con un sello de calidad europeo del que solo disfruta otra variedad, que es la Patata di Bolonia de Italia. En el resto de España, la Patata de Galicia y las Patatas de Prades también están protegidas, con la asignación I.G.P.; Indicación Geográfica Protegida.

Canarias, fue y es un laboratorio natural de los productos que desde el siglo XVI llegaron de América; entre ellos, la patata, que, a diferencia de otros productos que siguieron de largo hacia Europa, se mantuvo y se cultivó a lo largo de 500 años, permitiendo que evolucionara hacia una gran variedad que, además de Suramérica, solo se da en estas Islas, gracias a su orografía, y a las específicas condiciones de su clima y suelo.

Los comedores de patatas de Vincent van Gogh. Óleo, Nuenen, abril de 1885. Museo Nal. Van Gogh, Ámsterdam

A partir del siglo XIX, cuando un pintor quería representar la vida de los más desfavorecidos, como también lo hizo Vincent van Gogh con Los comedores de patatas, o cuando un escritor quería hablar de las condiciones de una familia de campesinos, recurría con frecuencia a la patata, para referirse a un modo de vida sencillo y humilde.

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Su uso gastronómico se expandió a todo el mundo desde el siglo XVIII gracias a los escritos agronómicos del citado francés, Antoine Parmentier y del irlandés, afincado en España, Enrique Doyle (Dublín, c. 1725, - Íd., después de 1799), convirtiéndose en uno de los principales alimentos del ser humano.

Para satisfacer a la Junta de Comercio [Doyle] publicó dos útiles manuales: uno en 1785, con una segunda edición ampliada en 1797, dedicado en su tercera edición (1799) al Duque del Infantado, que ayudó a introducir el cultivo de la patata para alimento humano, no solo como hasta entonces para forraje o jardinería, citando autoridades como Antoine Parmentier, Adam Smith y los doctores Timoteo O'Scanlan y José Vallejo, entre otros. Esta última obra tuvo aún una cuarta edición, ya fallecido su autor, en 1804, corregida y aumentada por otros. Solo se han conservado las ediciones primera, tercera y cuarta. En 1800 fue traducido al portugués y publicado en Lisboa. Como es natural, la publicación fue objeto de lectura y comentarios en las Sociedades Económicas de Amigos del País, en especial en la madrileña y la vascongada, y además fue extractada y reseñada con entusiasmo por el popular Semanario de Agricultura y Artes Destinado a los Párrocos varias veces entre 1799 y 1801.

En cuanto a la primera edición de su tratado sobre la patata, afirma que con motivo de la sequía de 1780 le persuadieron a que trajera del norte simientes de patatas "de las que plantó unas y repartió otras a varias personas explicándoles el modo de sembrarlas y cultivarlas", seguramente los Boutelou; y habiendo tenido óptima cosecha, "hizo una representación al excelentísimo Conde de Floridablanca, expresando las utilidades y ventajas" que para la población en general podría representar tal cultivo. Este se la remitió el 1 de mayo de 1784 al Conde de Campomanes, y el Rey y la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Madrid, dieron su visto bueno para extender este cultivo y que se publicase dicha representación.

En español, la palabra "patata" es un préstamo lingüístico del término quechua patata, que apareció por escrito por primera vez hacia 1540. En 1606 se usaba con el significado de batata y, a partir del siglo XVIII con el significado actual. Así, en la mayor parte de España se llama así, excepto en las Islas Canarias y Andalucía Occidental, donde predomina papa, al igual que en los países hispanohablantes.

En 1832, la “patata”, apareció como tal, por primera vez en la VII edición del Diccionario de la Lengua Castellana, de la RAE. Aunque ya constaba en la IV edición, de 1803, en aquella edición era definida como: “Lo mismo que batata” y “similar a lo que llaman papa”.


Muchos países conocieron, pues, la patata, a través de España, y por esa razón también adoptaron este nombre patata, u otros muy parecidos.

Hoja compuesta de la patata.

Tubérculos de patata.

Inflorescencia en preantesis

Flor de la patata.

S. tuberosum: flor, detalle.

Solanum gourlayi, una especie tuberosa silvestre de patata, integrante del complejo de Solanum brevicaule considerado en la actualidad el ancestro silvestre inmediato de la patata cultivada.

Solanum tuberosum o Patata en flor. Camino de San Isidro, Albatera (Alicante, España).

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La patata es, pues, uno de los cultivos más importantes del mundo. Para el consumo humano solamente es superado por tres cereales: el trigo, el arroz y el maíz. No obstante, los tubérculos de la patata brindan un rendimiento por hectárea varias veces superior al que se obtiene con los granos de los cereales.

Cieza de León la describió como sigue:

De los mantenimientos naturales fuera del maíz, hay otros dos que se tienen por principal bastimento entre los indios: el uno llaman patatas, que es a manera de turmas de tierra, el cual después queda tan tierno por dentro como castaña cocida; no tiene cáscara ni cuesco más que lo que tiene la turma de la tierra; porque también nace debajo de tierra, como ella; produce esta fruta una hierba ni más ni menos que la amapola...

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