miércoles, 7 de abril de 2021

EL MISTERIO DE LAS FUENTES DEL NILO Y EL VIAJERO ESPAÑOL PEDRO PÁEZ


El río Nilo, el más grande de África, fluye hacia el Norte atravesando diez países y 6.650 km., hasta llegar a su desembocadura en el extremo sureste del mar Mediterráneo, donde forma un gran delta, sobre el que se encuentran las ciudades de El Cairo y Alejandría.

El caudal del gran Nilo procede de dos fuentes principales, conocidas como el Nilo Blanco y el Nilo Azul. El Blanco nace en Ruanda, y fluye desde el lago Victoria, mientras que el Nilo Azul, nace en el lago Tana, mucho más al Norte, en Etiopía. Ambos confluyen sobre el cauce del Nilo cerca de la capital de Sudán; Jartum.


Lugar exacto donde se produce la confluencia de los ríos Blanco y Azul

Cuando se desbordaba cada año, el Nilo, aportaba fertilidad a sus riberas, gracias a lo cual, los egipcios podían cultivar trigo, cebada lino y papiro. Además, ofrecía abundante pescado, posibilitando mantenimiento suficiente para la población. Por otra parte, el curso del río constituyó también una valiosa, útil y cómoda vía de transporte, tanto de mercancías, como de personas. Se consideraba que el faraón, como divinidad, era quien provocaba tan beneficiosas inundaciones.

El historiador griego, Heródoto, escribió que “Egipto era el don del Nilo”, porque, de hecho, proporcionó siempre los elementos que posibilitaron la expansión y el desarrollo de aquella gran civilización a lo largo de tres mil años. 

Pero ¿por qué aquellas crecidas y desbordamientos? Allí había un misterio que, ni griegos ni romanos acertaron a resolver, porque el curso alto del Nilo era desconocido en su mayor parte. Varias expediciones fracasaron en sus intentos por determinar la fuente o fuentes del Nilo. 

Con Ptolomeo II, una expedición militar remontó lo suficientemente el curso del Nilo Azul/Victoria, como para determinar que la causa de las inundaciones veraniegas eran las fuertes lluvias estacionales en el Macizo Etíope; pero parece que ningún europeo de la Antigüedad alcanzó el Lago Tana/Nilo Blanco, de hecho, los exploradores europeos, prácticamente no alcanzaron ninguna certidumbre acerca de las fuentes del Nilo hasta los siglos XV y XVI, cuando viajeros por Etiopía visitaron el lago Tana y la fuente del Nilo Azul en las montañas al Sur del lago. 

James Bruce. Nat. Galleries, Scotland

Se considera al inglés James Bruce, el primer europeo que vio aquella fuente, pero en la actualidad se sabe que el hallazgo corresponde, sin dudas, al viajero jesuita español Pedro Páez (1564-1622), cuyos viajes eran comentados con admiración y reconocimiento, pero el largo y completo informe que escribió acerca de todo lo observado, vivido, e incluso, sufrido en el curso de sus experiencias, nunca se publicó, razón por la cual, en realidad, sus hallazgos permanecieron en la oscuridad durante siglos. 


Está la fuente al poniente de aquel reino, en la cabeza de un pequeño valle que se forma en un campo grande. Y el 21 de abril de 1618, cuando yo llegué a verla, no parecían más que dos ojos redondos de cuatro palmos de ancho. Y confieso que me alegré de ver lo que tanto desearon ver antiguamente el rey Ciro y su hijo Cambises, el gran Alejandro Magno y el famoso Julio César. El agua es clara y muy leve, según mi parecer, que bebí de ella; pero no corre por encima de la tierra, aunque llega al borde de ella. Hice meter una lanza en uno de los ojos, que están al pie de una pequeña riba donde comienza a aparecer esta fuente, y entró once palmos, y parece que topaba abajo con las raíces de los árboles que hay en el borde de la riba." 

Páez, P., Historia de Etiopía. Libro I, pp. 319-320. Ediciones del Viento (A Coruña), 2014

Su descripción de la fuente del Nilo se encontraba, efectivamente, en su Historia de Etiopía, c. 1622, que no fue publicada hasta principios del siglo XX, aunque, como hemos dicho, ya aparece citada en varios escritos contemporáneos a su composición, como la Historia geral da Ethiopia a Alta, de Balthazar Telles, en 1660; Mundus Subterraneus, de Athanasius Kircher, en 1664; o El Estado Actual de Egipto, de Johann Michael Vansleb, en 1678. 

Algunos europeos habían vivido allí desde finales del siglo XV, y es posible que alguno de ellos hubiera explorado la fuente, pero nadie informó de ello por escrito, al menos, que se sepa hasta hoy. El portugués Jerónimo Lobo sí describe la fuente del Nilo Azul, pero la vio poco después que Pedro Páez y su relato también aparece en la obra de Balthazar Telles

Veremos en detalle la figura de este heroico y desconocido explorador español, después de tratar de los detalles geográficos y sucesivos avatares sobre las Fuentes del Nilo.

El Nilo Blanco fue siempre misterioso e incomprendido, pero el lago Victoria fue observado por otros europeos por primera vez en 1858. Los exploradores británicos John Hanning Speke, y Richard Francis Burton, alcanzaron su orilla Sur durante un viaje de exploración por el África central cuyo objetivo era localizar con exactitud los Grandes Lagos. 

Retrato de John Hanning Speke de una fotografía original de Southwell Brothers, aproximadamente, de 1863. Richard Francis Burton en 1864, de Rischgitz

Creyendo haber encontrado la fuente del Nilo al ver por vez primera aquella “gran extensión de aguas abiertas”, Speke le dio el nombre de la reina, Victoria, del Reino Unido, pero Burton, que se recuperaba de una enfermedad algo más al Sur, en las orillas del lago Tanganica, supo con profunda contrariedad, que Speke había dado por demostrado que su descubrimiento era la auténtica fuente del Nilo, cuando Burton lo consideraba aún como algo no suficientemente probado. 

Siguió una gran disputa pública, que originó un intenso debate dentro de la comunidad científica de la época, pero también animó a muchos otros exploradores a confirmar o refutar el supuesto descubrimiento de Speke. 

El famoso explorador y misionero británico David Livingstone, fracasó en su intento de confirmar las afirmaciones de Speke, al desplazarse demasiado al oeste y entrar en la cuenca del Congo. Finalmente fue el explorador galés Henry Morton Stanley quien confirmó la veracidad del descubrimiento de Speke tras rodear el lago Victoria y describir la gran salida de agua de las Cataratas Ripon en su orilla Norte. Fue durante este viaje, el 10 de noviembre de 1871, cuando se supone que Stanley pronunció la famosa frase: “¿El doctor Livingstone, supongo?” al encontrar al misionero escocés en su campamento a la orilla del lago Tanganica.


La zona media del río se extiende desde Jartum hasta Asuán. Es una región seca y árida que atraviesa una meseta desierta, pues solo tiene un afluente; el Atbarah. Este tramo tiene una longitud aproximada de 1800 kilómetros, y se caracteriza por sus seis cataratas. 


El Nilo en las proximidades de Asuán

Cataratas en Etiopía. Tana.

Cataratas del Nilo Azul cerca de la ciudad de Bahar Dar.


El Nilo Azul se conectó con el gran Nilo, hace entre 70.000 y 80.000 años, mientras que la confluencia del lago Victoria, o Blanco, se produjo aproximadamente hace 12.500 años.

Como nota curiosa: la superficie del río Nilo se ha congelado al menos en dos ocasiones, en 829 y en 1010.

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En 1999, la escritora Virginia Morell y el fotógrafo Nevada Wier hicieron el viaje en balsa desde el lago Tana hasta Sudán, después de publicar un documental sobre el viaje. En 2000, el estadounidense y lector de National Geographic, Kenneth Frantz, vio una foto tomada por Nevada Wier para la National Geographic que le animó a fundar la organización sin ánimo de lucro Bridges to Prosperity / Puentes para la Prosperidad. 

El puente colgante New Blue Nile River fue terminado en 2009 por “Bridges to Prosperity” sirviendo a más de 250.000 etíopes. Es el único puente peatonal de cable sobre el Nilo Azul en Etiopía.

Hombres cruzando a través del Nilo Azul por una cuerda antes de que fuera construido el nuevo puente.

Esa foto muestra un puente destruido durante la Segunda Guerra Mundial, con diez hombres a cada lado del tramo desaparecido, sosteniendo la cuerda, a través del peligroso vacío. Este puente histórico había sido construido por el emperador Fasilides de Etiopía, aproximadamente en el año 1660, con la tecnología de los puentes romanos, llevada a Etiopía por los soldados portugueses durante la batalla contra los invasores musulmanes en 1507. 

En los años 2001 y 2009, voluntarios de Bridges to Prosperity viajaron desde EE. UU. a Etiopía para reparar el puente roto a través del Nilo Azul, y luego construir un nuevo cable suspendido, no susceptible a inundaciones. Puentes para la Prosperidad ha construido más de 93 puentes peatonales en 13 países.

El puente colgante Nuevo Nilo Azul, Etiopía.

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El intento de hallar las Fuentes del Nilo, se basaría, fundamentalmente, como hemos visto, en la necesidad de comprender el origen de sus crecidas anuales, que, por otra parte, eran las que proporcionaban el sustento, y, por tanto, la supervivencia de sus habitantes costeros, llegando, como sabemos, a convertir a Egipto en lo que hoy denominaríamos, una “potencia”.

Sin embargo, las crecidas eran muy variables; unas veces proporcionaban poca agua, pero otras, provocaban terribles inundaciones, llegando hasta la base de las pirámides de Giza. 

Giza. Fotografía sin fecha, coloreada.

Giza: La Esfinge y la Pirámide

En el siglo XIX, una vez descubiertas y exploradas las "fuentes del Nilo" no tardó en aparecer una explicación científica. Efectivamente, la causa de la inundación. eran las lluvias monzónicas que caen sobre el Macizo etíope, en Addis Abeba, entre los meses de mayo y agosto. 

La mayor parte del agua, se encauza en los ríos Nilo Azul y Atbara, que aportan el 90% del caudal del Nilo durante unos meses, para después volver a convertirse en cursos menores. 

El caudal que aporta el Nilo Blanco, es más reducido, pero más constante. Sus aguas proceden de la región pantanosa del Sudd y los lagos de África Central; su afluente más septentrional, el río Sobat, es el que le aporta los sedimentos blancos de los que procede su nombre.

Por otra parte, la dependencia creada por la crecida del agua, se impuso en la conformación del calendario, que se dividía así, en tres “estaciones” o períodos, dependientes de la actividad fluvial:

Inundación: Julio a Noviembre.

Surgimiento: Noviembre a Marzo.

Calor: “Cosecha”; de Marzo a Julio.

El problema -tanto de la escasez, como del exceso-, se solucionó en fecha tan avanzada como el año 1959, con la construcción de la Presa de Asuán, capaz de contener excedentes para los años de escasez.

La presa de Asuán. Imagen de satélite, NASA

La formidable presa, que se terminó de construir en 1970 y es una de las más grandes del mundo -111 m. de altura y 3.830 m. de largo, por casi 1.000 m. de ancho-, benefició, sin duda a Egipto, al ofrecer energía e impedir las inundaciones, pero se cobró, no obstante, ciertas contrapartidas, algunas de ellas, de suma importancia. 

Por ejemplo, fue necesario buscar nuevas ubicaciones para algunos sitios arqueológicos.

El Templo de Debod en su lugar de origen, en Nubia, c. 1862. Foto Francis Frith

El Templo de Debod, reubicado en Madrid, en 1968.

Por otra parte, y, paradójicamente, las crecidas aportaban aproximadamente 110 millones de toneladas de limo, que enriquecía las tierras agrícolas, y que se perdieron, puesto que, a partir de la construcción de la presa, este sedimento quedaba retenido detrás de la misma, lo que provocó la necesidad de fertilización artificial, así como ha permitido la entrada de agua salada por la desembocadura.

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Pedro Páez Jaramillo. 

Pedro Páez recorrió los actuales países de Etiopía y Sudán, y fue el primer occidental, que se sepa, que vio y reconoció las fuentes del Nilo Azul; un descubrimiento que quedó inédito, por lo que, ciento cincuenta años después, el explorador escocés James Bruce, pasó a ser celebrado como su descubridor, al dar a conocer inmediata y públicamente, los resultados de su hallazgo.

Páez había nacido en una villa de Madrid, que, entonces, se llamaba Olmeda de las Cebollas, si bien, desde 1953 se renombró como Olmeda de las Fuentes y estudió en Coimbra, Portugal. -Téngase en cuenta que la Casa de Austria española, mantuvo la Corona Portuguesa, desde 1581, con Felipe II, hasta 1640, con Felipe IV-.

En 1582 Páez ingresó en la Compañía de Jesús y fue enviado a Goa, en la India, donde en 1688 recibió el orden sacerdotal. Desde allí realizó su primer viaje a Etiopía, con Antonio de Montserrat, otro sacerdote, también jesuita, que ya había recorrido el sudoeste asiático. Vieron tierras que seguramente, nunca antes había visto ningún occidental, pero, infortunadamente, engañados por un mercader, fueron apresados y vendidos como esclavos a los turcos. Así, Pedro Páez pasó siete largos años cautivo en galeras, hasta que Felipe II ordenó el pago de su rescate. Para entonces, tanto Páez como su compañero Montserrat, se encontraban muy enfermos, falleciendo pronto este último, mientras que Páez, revivió tras una convalecencia de ocho meses.

Parece, sin embargo, que las penurias de la esclavitud no pudieron con el ánimo del misionero explorador, porque la nostalgia de aquellas tierras, le animó a volver, en 1603; esta vez, ataviado como un nativo. Inmediatamente, aprendió el idioma, y observó atentamente los usos y costumbres de aquella tierra que, al parecer, cada vez le resultaba menos ajena.

Con aquel bagaje y su reconocido buen carácter, no solo se hizo amigo de dos emperadores -Za Dengel y Susinios-, sino que los convirtió al cristianismo. 

Además. como Consejero de Susinios, lo acompañaba en sus viajes, y, precisamente, fue en uno de estos, cuando descubrió el nacimiento del Nilo Azul, en 1618; algo que le hizo sentirse justamente orgulloso: “Confieso que me alegré de ver lo que tanto desearon ver el rey Ciro, el gran Alejandro y Julio César”. 

Poseía también grandes conocimientos de arquitectura y la ingeniería, gracias a los cuales, diseñó y dirigió la construcción de un palacio y una iglesia a orillas del lago Tana -la fuente del Nilo Azul-, además de varios puentes.

En aquella ocasión, Páez pasó diecinueve años sin abandonar nunca sus exploraciones. Así, pasó por Yemen, cuya lengua también aprendió sin dificultad, cuando ya dominaba el árabe. 

Poco a poco se convirtió en un experto, probablemente único, en la historia y la cultura etíopes, que reflejó ordenadamente en varias obras, entre las cuales, como sabemos, destaca su gran Historia de Etiopía, curiosamente, escrita en portugués quizás, por ser Portugal un reino eminentemente más viajero-. En esta obra, abandona la anécdota, siempre de carácter más literario, para centrarse en asuntos estrictamente científicos, que, a la vez, eran de carácter empírico; geografía, historia, fauna, flora, costumbres, creencias, arte, etc. Sin embargo, aporta una curiosa anécdota, y es el hecho de que, probablemente, fuera el primer occidental que probó el café. 

Su manuscrito -cuatro tomos-, se conserva en el Archivo Histórico de la Compañía de Jesús, y hasta la fecha, aunque se puedan hacer todas las deducciones posibles, se ignora la razón o la sinrazón, por la que semejante trabajo permaneció inédito hasta 1945, y en portugués, pues su edición en castellano no se produjo hasta que se cumplió el 450 aniversario del nacimiento de nuestro héroe, cuando ya otros viajeros se habían adjudicado hacía tiempo, sus, entonces, inéditos, descubrimientos y observaciones.

Páez murió de malaria en 1622, cuando ya había terminado de redactar su obra. No se sabe dónde fue enterrado exactamente, aunque parece muy probable que fuera en Górgora, una ciudad asentada sobre una colina desde la que se puede ver el Nilo Azul.

Restos de la iglesia de Górgora

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“Voyage en Nubie et en Abyssinie pour découvrir Les Sources du Nil”/Viaje a Nubia y Abisinia para descubrir las fuentes del Nilo”, obra del inglés James Bruce, traducción francesa en 1768, en la que se cita a Pedro Páez, siempre con gran admiración.

Durante el siglo XIX la exploración de las fuentes del Nilo estimuló especialmente  el interés de científicos, geógrafos y exploradores. A pesar de que grandes extensiones de África habían sido ya cartografiadas, permanecía el enigma sobre África Central, zona a la que era muy dificultoso acceder a causa de sus complejas características geográficas, cuyas dificultades crecían con la aparición de diversas enfermedades de carácter grave y el persistente rechazo de los nativos.

El Reino Unido atribuyó el descubrimiento de las fuentes del Nilo al capitán inglés Speke, que viajó desde Zanzíbar, hasta el lago Victoria, para seguir después del curso del gran río desde el Nilo Blanco hasta a Egipto.

Sin embargo, el también célebre explorador James Bruce, en la edición francesa de su Voyage en Nubie et en Abyssinie (1768), no dudó en afirmar que el descubrimiento de las fuentes del Nilo había que atribuírselo a Pedro Páez (1564-1622) alrededor de 1618, añadiendo que, incluso los portugueses que llegaron por primera vez a Abisinia, como fueron, Collivan, Roderigo de Lima, Christophe de Gaina, o el patriarca Alphonso Méndez, jamás dijeron haber visto las Fuentes del Nilo.

“Pedro Páez llegó entonces, bajo el reinado de Za Dhengel, y es a él a quien se le atribuye este honor."

Páez escribió su Historia de Etiopía en 1620, que quedó inédita, como hemos dicho, hasta hace pocos años, en la que describe sus viajes misioneros por Etiopía, a la vez que ofrece una detallada descripción del país y de su historia.

El hecho es, en realidad, que Speke descubrió las fuentes del Nilo Blanco, el que nace en el Lago Victoria, y es el brazo más largo del Nilo, aunque menos caudaloso, mientras que, la mayor parte del caudal que llega a Egipto, procede del Nilo Azul, que es el brazo que nace cerca del lago Tana, en Etiopía, justamente, el que descubrió Pedro Páez, aunque durante mucho tiempo -por desconocimiento-, se pensó que el hallazgo era de Bruce. 

A mediados del siglo XIX los británicos Richard F. Burton y John Speke emprendieron la aventura de buscar el enigmático nacimiento del Nilo, por el que todos se preguntaban desde la época de los faraones, fundamentalmente, para tratar de hallar una explicación a sus crecidas anuales, desde Grecia y Roma. 

En 1857, la Royal Geographical Society (RGS) de Londres financió una expedición al efecto, al frente de la cual irían, Richard Francis Burton (1821-1890) y John Hanning Speke (1827-1864), dos oficiales británicos que, por así decirlo, no eran, precisamente muy amigos.

En esta ocasión, los expedicionarios, no siguieron la ruta tradicional remontando el Nilo desde Egipto, sino que salieron desde la costa oriental de África, frente a la isla de Zanzíbar, siguiendo el itinerario de las caravanas de esclavos árabes. Fue un viaje lento y difícil que duró ocho meses, durante los cuales, los 130 expedicionarios sufrieron enfermedades, deserciones y otros inconvenientes, hasta que llegaron al Lago Tanganika, en febrero de 1858, completamente, exhaustos.

Como ya hemos avanzado, Burton se mostró convencido de que allí nacía el Nilo, pero Speke era más escéptico y propuso bordear el lago en canoa para comprobarlo. No llegaron a hacerlo a causa de su agotamiento físico, por lo que decidieron emprender el viaje de vuelta. 

Ya en la ciudad de Tabora, donde pararon para descansar, Speke tuvo noticia por los indígenas de la existencia de otro gran lago más al norte y partió en su búsqueda en solitario. Al llegar a la parte sur de este nuevo lago, que bautizó Victoria en honor a la reina de Inglaterra, Speke intuyó, en esta ocasión, con acierto, que allí estaba la fuente del Nilo. Más adelante, se embarcó en solitario, y confirmó su tesis. Y así fue como, cuando Burton llegó a Londres, ya hacía quince días que Speke había informado de su hallazgo a la Royal Geographical Society. 

La Royal Geographic Society y el Foreign Office patrocinaron una nueva misión para certificar el hallazgo. En esta ocasión, Speke iría acompañado por James Augustus Grandt (1827-1892), un oficial de su confianza. La ruta fue idéntica a la del primer viaje, pero en Tabora se desviaron hacia el norte en busca del lago Victoria. Allí se entrevistaron con el rey Mutesa I de Buganda, en la actual Uganda, que les confirmó la existencia de un gran río que iniciaba su recorrido en la parte septentrional del lago. 

Finalmente, en un nuevo viaje promovido por la Royal Geographic Society y el Foreign Office el 28 de julio de 1962, John Speke –en esta ocasión, adelantándose a su nuevo colega, Grandt-, localizó la cabecera del Nilo, en una zona que, posteriormente, quedaría sumergida por la construcción de la presa, al elevarse el nivel del lago. 

Al parecer, Burton provocó que en la Royal Geographical Society se produjeran dudas y discrepancias sobre las afirmaciones de Speke, quien, de forma inesperada, y para algunos, incluso, sospechosa, murió en un extraño accidente de caza, poco antes de que se celebrara un debate público con Burton en la sede de la Asociación Británica para el Progreso de la Ciencia.

En todo caso, como sabemos, Stanley, tras encontrar a Livingstone, comprobó y confirmó la tesis del descubrimiento, cuyo honor Speke, nunca pudo recibir en vida, pero que Richard Burton tampoco pudo arrogarse.

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Toda esta historia, no viene, si no a corroborar la hazaña, grandiosa y, prácticamente desconocida de Pedro Páez Jaramillo.


Pedro Páez yace en una tumba ignorada, junto a las monumentales ruinas de un lugar abandonado, sobre una colina que domina la fuente del Nilo Azul. Su olvido es incomprensible.

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Además de políglota, hombre de acción y brillante intelectual, mostró que era también arquitecto, pues levantó un palacio de piedra de dos plantas en las orillas del lago Tana. Como sabemos, escribió, en portugués, un extraordinario libro, jamás traducido al castellano, sobre Etiopía, y que en la época e incluso en nuestros días ofrece un gran valor científico.

En 1622 murió, probablemente de malaria, y fue enterrado junto a la iglesia que él mismo había diseñado en Górgora. Yace en una tumba ignorada, junto a las monumentales ruinas de un lugar, hoy abandonado, sobre una colina que domina la fuente del Nilo Azul.

Entre las docenas de exploradores y aventureros con que cuenta la historia de España, muy pocos pueden compararse con Pedro Páez, ya sea por la universalidad de sus conocimientos, ya sea por la sencillez de su carácter, ya sea por su admirables logros.

En su historia reproduce, por ejemplo, la afectuosa correspondencia entre Felipe II y el emperador etíope, al que pedía que fueran bien tratados los misioneros que habían convertido el reino al cristianismo.

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No se trataba de una simple curiosidad por el origen del río más largo del mundo, sino que se consideraba que quien tuviera el control de la fuente ejercería un dominio sobre las regiones favorecidas por sus aguas. Egipcios, romanos y griegos no llegaron nunca más al sur del punto de unión del Nilo Azul y Blanco. Ptolomeo ya dibujó, con gran precisión, en el año 150 un mapa, y después, muchas sociedades geográficas posteriores a Páez pretendieron identificar el origen y trazar su recorrido, pues sabían que se trataba de un río con dos fuentes distintas y alejadas entre sí, que llegaba a formar un cauce único a partir de Jartúm. Pero sus esfuerzos fracasaban ante dificultades, aparentemente imposibles de superar en aquella época. 

La obra de Páez, es, en este sentido. de un enorme e incalculable valor científico e histórico, pero, como sabemos, no apareció hasta tres siglos después, y en portugués; su traducción al castellano es, por así decirlo de ayer mismo y no es un consuelo, aquello de “más vale tarde”, porque el olvido de este gran hombre, será siempre incomprensible, ya que, como afirma, Alan Moorehead, autor de El Nilo Azul «ni siquiera la cara oculta de la luna ha ejercido tanta fascinación como el misterio de las fuentes del Nilo. Durante años fue el secreto geográfico más grande desde el descubrimiento de América». 

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Las fuentes del Nilo Azul

Pedro Páez y su compañero partieron de Goa hacia la Península Arábiga en 1589, pero fueron apresados por una nave turca a principios de 1590 y vendidos en Yemen como esclavos. En esta condición recorrieron el wadi Hadramaut a pie y vivieron durante algún tiempo en Sanaa y Moca. Las notas que Páez escribió durante los seis años de cautiverio son el primer documento de descripción del Yemen escrito por un occidental que ha llegado hasta nuestros días. 

Una vez liberados, en 1595 ambos regresaron a Goa, donde pronto consideraron que podían intentarlo de nuevo, y, en esta ocasión, el viaje tuvo éxito, y después de sortear el bloqueo turco, en 1603 Páez y otros hermanos de la orden -Antonio de Montserrat había muerto poco después de volver a Goa-, llegaban a la costa etíope, al enclave de Massawa, una vieja colonia portuguesa sometida cada cierto tiempo al bloqueo turco. 

Su primer objetivo fue alcanzar la misión jesuita en Fremona, en el interior, y una vez allí, Páez inició las tareas de reconstrucción y afianzamiento del enclave católico, aunque su situación no era fácil, pues durante muchos años los portugueses habían sido vistos como intrusos, y los misioneros como rivales que pretendían entrometerse en los asuntos religiosos del país, ya que, de hecho, tropas portuguesas habían intervenido en las disputas dinásticas etíopes años antes, y, por entonces, todos los misioneros eran tomados por portugueses, pues entre ellos hablaban esa lengua y bajo esa bandera habían llegado por primera vez a Etiopía. De hecho, la casa madre de Compañía, era Goa, y el avance por territorio africano, lo habían llevado a cabo exploradores portugueses.

A pesar de todo esto, Páez no tardó en hacerse amigo del rey etíope, Za Dengel, venciendo fácilmente las reticencias de la corte, gracias a su diplomacia y al respeto que mostraba por las creencias y costumbres locales. En poco tiempo había aprendido amárico y ge’ez, las principales lenguas de Etiopía, lo que le facilitó mucho el trato con los etíopes y el conocimiento de sus costumbres. Los lazos de amistad con el rey se hicieron tan firmes que el Páez, logró convertir al monarca, aunque al final, las cosas no resultaron como era de esperar, porque el rey se propuso imponer su nueva fe en todo el país, pese a los diplomáticos consejos de Páez, con lo que sólo logró provocar una revuelta que acabó con su vida.

El nuevo gobernante, Susinios Segued III ocupó el trono en 1605 y pronto llamó a Páez a la corte, pues, muy bien impresionado por sus dotes intelectuales decidió otorgar beneficios y tierras a los sacerdotes católicos. Aquellas nuevas tierras estaban en la península de Górgora, en la orilla norte del lago Tana, donde Páez eligió el lugar en el que crearía una misión y donde se dispuso a construir una iglesia de piedra, al tiempo que actuaba de consejero junto al monarca. Escarmentado por las lamentables consecuencias de la conversión de Za Dengel, en esta ocasión, procuró actuar con tiento y prudencia en materia religiosa, y aunque su cometido principal era la evangelización, quiso primero, conocer bien la cultura etíope, acompañando a su señor por todo el país, sin hacer causa especial, en principio, de las diferencias espirituales.

La residencia Jesuíta en Górgora Nova, Amhara Región, Ethiopia. Julio 2018.

Górgora Nova es un yacimiento arqueológico jesuita del siglo XVII, situado a once km. de la ciudad de Górgora, en Etiopía, en la orilla norte del Lago Tana.

Este conjunto arqueológico fue edificado por los jesuitas en el mismo lugar en el que Pedro Páez había edificado un palacio de dos pisos para el rey Susenyos, cuando la obra se encontraba parcialmente en ruinas, pero su estructura sirvió como andamiaje de la nueva iglesia. Hasta hace poco tiempo, las ruinas se identificaron, erróneamente, con la iglesia edificada por Páez para Susenyos, pero esta se levantó originalmente en Górgora Velha, en un paraje no identificado.

En 2011, el profesor de la Universidad Complutense de Madrid, Víctor Manuel Fernández Martínez, inició los primeros trabajos arqueológicos en el lugar, que finalmente, resultaron muy esclarecedores.

El conjunto conserva los restos de la iglesia jesuita de Iyäsus/Jesús; la sacristía y los restos de la residencia. El templo fue construido en 1626 bajo la dirección del clérigo Juan Martínez / João Martins.

De la iglesia hay una sola nave, de 39 metros de largo por 16 de ancho y unos 14 de altura. Se le adosó una capilla mayor abovedada con casetones en su extremo oriental de 11 metros de ancho por 10 de largo, iluminada por dos óculos.

Desde 1995, y en proceso de degradación actualmente, solo se encuentran en pie la parte sur del altar y la parte baja de la pared externa. El estado ruinoso también afecta a los anexos.

El ruinoso estado de la edificación se debe, en parte, a su abandono por parte de los Jesuitas -expulsados por el emperador Fasilides.


Páez anotaba todo lo que visitaba, pero para él, su descubrimiento no tenía gran trascendencia, puesto que era un lugar conocido de sobra por los etíopes, de modo que se redujo a observar atentamente, tomando nota de todo. Sin embargo, ningún europeo había llegado antes a las fuentes del Nilo Azul, o, al menos no lo había contado, pues no hay ninguna noticia al respecto.

Algunos historiadores portugueses informan de que el capitán Joao Gabriel, al frente de un pequeño destacamento portugués, que intervino en las guerras civiles etíopes algún tiempo antes, habría podido alcanzar el lugar donde nace el gran río, pero este militar, amigo de Pedro Páez, tampoco dejó ningún documento escrito al respecto. 

Es en el Libro I de su obra, en el que Páez dice:

“Está la fuente casi al Poniente de este reino, en la cabeza de un vallecito que se forma en un campo grande, y el 21 de abril de 1618 que llegue a verlo, no parecía más que dos ojos redondos de cuatro palmos de largo (...) Y confieso que me alegré de ver lo que tanto desearon ver antiguamente el rey Ciro y su hijo Cambises, el Gran Alejandro y el famoso Julio César”.

Historia de Etiopía, I, Cap, XXVI

Las cataratas del Nilo Azul poco después de salir del lago Tana. Etiopía

Cataratas del Nilo Azul cerca de Bahir Dar, Etiopía.

El misionero jesuita portugués Jerónimo Lobo alcanzó la fuente del Nilo Azul en 1629.

Charles Beke: «Mémoire justificatif en réhabilitation des pères Pierre Paëz et Jérôme Lobo, missionnaires en Abyssinie, en ce qui concerne leurs visites à la source de l'Abaï (le Nil) et à la cataracte d'Alata (II)». Bulletin de la Société géographique, vol. 9,‎ mars 1848, pp. 209-239.

El primer intento posterior de un no-local para explorar esta parte del río se llevó a cabo por el estadounidense W.W. Macmillan en 1902, con la asistencia del explorador noruego B.H. Jenssen; Jenssen procedería río arriba desde Jartum mientras Macmillan navegaría río abajo del lago Tana. Sin embargo, los botes de Jenssen quedaron bloqueados por los rápidos en Famaka poco antes de la frontera entre Sudán y Etiopía, y los barcos de Macmillan fueron destruidos poco después de haber sido botados. 

Macmillan animó a Jenssen a tratar de navegar aguas arriba desde Jartum de nuevo en 1905, pero se vio obligado a detenerse a unas 300 millas del lago Tana. El cónsul Cheesman, que dejó constancia de su sorpresa al llegar a Etiopía, al ver que las aguas superiores de «uno de los ríos más famosos del mundo, y uno cuyo nombre ya era bien conocido por los antiguos» estaba aún en su vida «marcado en el mapa con líneas de puntos», logró trazar el curso superior del Nilo Azul entre 1925-1933, aunque no siguió el río a lo largo de sus orillas y a través de su cañón infranqueable, sino sierra arriba, viajando alrededor de 8.000 km en mula por el campo próximo.

En 1968, a petición del emperador Haile Selassie de Etiopía, un equipo de 60 militares etíopes y británicos y científicos, realizaron el primer descenso del Nilo Azul desde el lago Tana hasta un punto cercano a la frontera con Sudán, dirigida por el eminente explorador y el entonces capitán John Blashford-Snell. El grupo utilizó lanchas de asalto inflables especialmente construidas para la expedición por Avon y modificadas por ingenieros de la Royal Navy para navegar los formidables rápidos. Esta expedición hizo muchos descubrimientos científicos importantes, aunque también tuvieron que rechazar dos ataques de bandidos.

El 28 de abril de 2004, el geólogo Pasquale Scaturro y su socio, el kayakista y documentalista británico, Gordon Brown, se convirtieron en los primeros en navegar el Nilo Azul. Aunque su expedición incluía otros miembros, Brown y Scaturro fueron los únicos que hicieron todo el recorrido. Grabaron su aventura con una cámara de cine y dos cámaras de video portátiles, compartiendo su historia en la película Mystery of the Nile y en un libro del mismo título. A pesar de este intento, el equipo se vio obligado a utilizar motores fuera borda la mayor parte del recorrido.

Hasta el 29 de enero de 2005 nadie logró descender el río con fuerza humana: lo lograron, el canadiense Les Jickling y el neozelandés Mark Tanner,  que llegaron al mar Mediterráneo tras haber remado, por primera vez, río abajo desde la fuente hasta el mar.

National Geographic (NG)

Nilo Azul. NG

Nilo Blanco

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