Retrato de Zurbarán. Grabado. Museo del Louvre.
Francisco de Zurbarán. Badajoz, Madrid, 1598 – 1664
Contemporáneo y amigo de Velázquez.
Entre Caravaggio y la “Maniera” italiana.
Su pintura es la implacable potencia/dependencia entre la sombra y la luz.
Ciertamente, la sombra es inseparable de la luz; no existiría sin ella, pero Zurbarán, cuando pinta sombra, está creando luz.
Una vez sentada esta evidente premisa ¿resultaría incoherente que definiéramos a Zurbarán como un pintor creador de luz?
El Greco, nacido casi 60 años antes que él, también apoyó un brazo en la maniera, mientras que el otro, lo aseguraba sobre Tiziano, Tintoretto y, ¿cómo olvidarlo?, sobre Miguel Ángel, cuyos “errores” en la Capilla Sixtina, aseguró que él los arreglaría de un “pincelazo”, si previamente se borraba toda aquella admirable obra. Menos mal que no fue escuchado, aunque, por otra parte, nunca sabremos qué hubiera hecho el Greco en aquellas innovadoras alturas.
Bien. Como es sabido, el señor Dominico Griego, creó o supervisó la composición de varios apostolados, los cuales, se han hecho tan familiares -afortunadamente-, que casi se quedan con toda la luz, pero, también por fortuna, no fue así. Hoy vamos a mirar el extraordinario Apostolado de Zurbarán que se conserva en el Museo Nacional de Arte Antiga, ubicado en la sugestiva y evocadora ciudad de Lisboa.
Zurbarán dibujado por Goya
Francisco de Zurbarán, Fuente de Cantos, Badajoz, 1598 - Madrid, 1664
Sus primeros pasos en la pintura los dio en Sevilla, de la mano de Pedro Díaz de Villanueva (1614), y casi podría asegurarse que conoció e hizo amistad con Pacheco y Velázquez.
Se convirtió en un pintor monástico, muy próximo a lo milagroso, pero siempre afrontándolo de un modo sencillo, con geniales matices cotidianos.
A partir de 1628 se estableció en Sevilla donde pintó numerosas obras para conventos, a cuyo efecto, contaba con un gran taller desde el que también se enviaban obras a América.
En 1634 se trasladó a Madrid, posiblemente invitado por Velázquez. Allí debía participar en la decoración del Palacio del Buen Retiro; Sala de Batallas.
La defensa de Cádiz 1634. Zurbarán. Hoy en el Museo del Prado
Volvió a Sevilla con un gran bagaje, conformado por las sucesivas visitas a las Colecciones Reales, así como por los encuentros y charlas con otros grandes artistas, con todo lo cual, inició las series monásticas para la Cartuja de Jerez o para el Monasterio de Guadalupe, que supusieron para él un período de sucesivos éxitos.
A partir de 1645, cuando Murillo empezó a brillar, decayó la valoración de Zurbarán, y los encargos se redujeron drásticamente, lo que le animó a volver a Madrid, en 1658, aunque en esta ocasión, no le acompañó la fortuna, ya que, en Madrid, llevó una vida muy difícil a causa de la falta de ingresos.
Y en Madrid falleció, poco antes de cumplir 66 años.
Dentro de su obra de carácter monástico, mantuvo siempre las técnicas de iluminación que empleaba Caravaggio; efectos de sombra muy contrastados, pero no violentos, y mantuvo la técnica del tenebrismo, hasta que, en sus últimas obras, trató de reflejar la calidez del color de Murillo, sin lograrlo.
Llama fuertemente la atención, dentro de su horizontalidad, la perfección de sus bodegones; precisos y detallados hasta producir valores increíbles, algo que, aparentemente, resultaría frío, dada su absoluta independencia de cualquier entorno, espacial o humano. Pueden ser observados con la misma atención y deleite con que miraríamos un paisaje.
Plato con limones, cesta con naranjas y taza con una rosa. 1633, Museo Norton Simon, Los Ángeles
El Apostolado al que vamos a referirnos, esta fechado en 1633 y se compone de doce pinturas que el autor creó para el Palacio São Vicente de Fora. Hoy se conserva en el Museu Nacional de Arte Antiga de Lisboa. No fue el único que realizó, pero sí el primero.
Es muy posible que entre 1635 y 1637 pintara el segundo, en esta ocasión, incompleto, para la Iglesia Parroquial de San Juan Bautista de Marchena, en Sevilla, aunque, en este caso, se cree con bastante seguridad, que fue más obra del taller.
A partir de 1640 Zurbarán empezó a pintar Apóstoles para iglesias y conventos de América. Es el caso de su tercera colección en este sentido: la que ejecutó para el Convento de Santo Domingo de La Antigua, de Guatemala, que hoy se conserva en el convento de la misma orden en la capital del mismo país.
El cuarto Apostolado tuvo como destino el Convento de San Francisco de Jesús de Lima.
En otros casos representó Zurbarán, sólo excepcionalmente, Apóstoles en diferentes circunstancias o actitudes, como es el caso del Martirio de Santiago que se conserva en el Museo del Prado, pero, no tienen relación con los Apostolados propiamente dichos, tal como se demandaban en aquellos momentos, lo cual no significa, en absoluto, que sean menos interesantes, o tengan menor valor artístico; más bien, al contrario.
Tenemos un ejemplo inestimable, en la imagen del arrepentimiento de San Pedo, que sigue, hoy en paradero desconocido. Aunque, en realidad, no precisa comentarios, añadiremos, que, en este caso no aparecen los habituales símbolos del martirio, ni cualquier otro elemento material descriptivo, sino que se trata de una escena de profundo arrepentimiento, de la más sincera y sencilla debilidad humana; profundamente humana.
Así pues, cerramos la presentación previa del tema del Apostolado, con esta obra de arte sin paliativos; el retrato de San Pedro Penitente, cuyo origen y destino desconocemos, excepto que fue vendido en Sotheby´s.
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El Apostolado de Lisboa
Pedro, Andrés, Santiago el Mayor y Santiago el Menor
Mateo, Simón, Felipe y Bartolomé
Judas, Tomás, Juan y Pablo.
PEDRO
San Pedro es el único lienzo que tiene la firma y la fecha -Fran.co de Zurbaran faciebat, 1633-. Lleva una túnica azul ceñida con algo parecido a un cinturón, del que cuelgan las llaves que definen al personaje. Las manos cruzadas en actitud de oración, pero tensas, complementan el dramatismo del rostro. Posiblemente sea el retrato más cargado de dramatismo de todo el conjunto.
ANDRÉS
Andrés, lleva una amplia túnica y lee atentamente. A su espalda aparece la cruz, o, en realidad un simbólico fragmento de la madera de su cruz.
SANTIAGO el MAYOR
Santiago el Mayor camina con un bastón de peregrino y sobre el hombro, lleva la explícita y representativa concha de vieira.
SANTIAGO MENOR
Santiago el Menor sostiene un pesado libro con las dos manos. Túnica roja y manto blanco parduzco. Está descalzo.
MATEO
SIMÓN APÓSTOL
FELIPE |
es el quinto y último personaje con un libro en las manos.
BARTOLOMÉ
Bartolomé se representa con la herramienta premonitoria del martirio. Túnica de color amarillo-marrón y un gran manto verde con muchos pliegues, que serían como la firma del artista.
JUDAS
Judas Tadeo con una alabarda. Túnica gris -muy iluminada desde la izquierda, creando su correspondiente zona de sombra-, y manto marrón.
TOMÁS
Ya como un anciano.
JUAN EVANGELISTA
Juan Evangelista parece clamar al cielo con la mirada; actitud que confirma el gesto de su mano derecha. La pierna izquierda, girada al frente y un paso atrás de la derecha, parece corroborar en el mismo impulso. Es quizás el retrato que presenta más variedad de colores muy vivos.
PABLO
Pablo. Túnica roja y manto verde. Se apoya en una espada apuntalada en el suelo. Ha quedado ya muy atrás en su vida, aquella cabalgada hacia Damasco.
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Marchena: La segunda colección. 1634-37
Seis Apóstoles: Pedro, Pablo, Santiago el Mayor, Juan, Bartolomé y Andrés.
Iglesia de San Juan Bautista. Museo Zurbarán
Pedro - Pablo - Santiago el Mayor
Juan -. Bartolomé - Andrés
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ANDRÉS1630-1632, Budapest, Museo de Bellas Artes de Budapest / Szépművészeti Múzeum
No podíamos ignorar esta gran obra, aunque no forme parte de las colecciones citadas. En otra ocasión trataremos de buscar análisis cualificados sobre la inverosímil calidad de los tejidos de Zurbarán.
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