La Astucia, Πονηριά – Poniriá, como arma fundamental en la Guerra de Troya
Busto de mármol de Homero. Copia romana de un original helenístico perdido, del siglo II. aC. Procedente de Bayas, el latino Baiae, en Campania, Italia, cuyo original, quizás se creó para la gran Biblioteca de Pérgamo.
Dejando a un lado, por indiscutible, el valor literario y documental que tiene en sí mismo, el hecho de que Homero pusiera por escrito, la historia de la Guerra de Troya a través de la Ilíada y la Odisea, nos adentramos ahora en las características de algunos de sus personajes, quienes, frecuentemente, aparecen sólo como malvados, mentirosos y capaces de recurrir a cualquier engaño, o furibundos hasta la muerte, con tal de alzarse con la victoria. Tal es el caso del “astuto” Ulises, o del “colérico” Aquiles, protagonistas de estas obras, pero ¿eran estas las únicas características personales de los mitológicos héroes?
La Astucia es la habilidad para comprender las cosas y obtener provecho o beneficio mediante engaño o evitándolo. (RAE). Esta es la principal habilidad atribuida a Ulises, quien, por astucia, mentía y engañaba con extrema facilidad. Después veremos como se denominaba y entendía esta “habilidad” en griego clásico.
Antes de pasar a los eventos narrados en ambas obras, es necesario recordar algo que había sucedido durante la boda de Peleo -el padre de Aquiles-, con Tetis, que narra Ovidio, en el Libro XI de sus “Metamorfosis”
Júpiter y Neptuno, es decir, Zeus y Poseidón- ofrecen a Peleo, como pago por sus servicios, la mano de la bella nereida Tetis. Esta no acepta la unión y recurre a diversas transformaciones personales para eludir el compromiso; árbol, serpiente, pájaro, tigre, etc., pero, al final, con la ayuda del centauro Quirón, consiguen devolverle su verdadera figura y Peleo puede tomarla.
Peleo levanta a Tetis, tomándola por la cintura -a pesar del ataque de esta como tigre-. Medallón de copa de la Fase IV. Cabinet des Médailles de la Biblioteca Nacional de Francia.
A esta boda fueron invitados todos los dioses del panteón helénico, pero se olvidaron de Eris, precisamente, la diosa de la Discordia, que, profundamente ofendida, se presentó en la fiesta y arrojó sobre la mesa una manzana de oro con la leyenda "τῇ καλλίστῃ/ti kalistí = para la más bella".
Tres diosas se disputaron la manzana, pues las tres se consideraban “la más hermosa”; Hera, la propia esposa del dios supremo, Zeus; Atenea, diosa de la sabiduría, la guerra, las artes, y Afrodita, diosa de la belleza, el amor y el deseo.
Ante la duda, Zeus pidió al humano Paris, hijo de Príamo, rey de Troya, que decidiera a quién entregar la manzana. Naturalmente, las tres divinas quisieron obtener el voto, y, para sobornar a Paris, cada una le ofreció lo que consideraba más deseable, en un absurdo intento (sería otro elemento a considerar) por ser declarada la más bella, cuando, cada una de ellas, ya era la más en todo, dentro de su cometido.
Hera le daría todo el poder, e incluso el título de Emperador de Asia. Pero no.
Atenea le ofreció la sabiduría y triunfar en todas las guerras en las que participara. Pero no.
Afrodita le ofreció el amor de la mujer más hermosa del mundo. Acertó.
François Xavier Fabre. El juicio de Paris. 1808. Afrodita recibe la Manzana de Paris. Museo de Bellas Artes de Virginia.
La decisión de Paris tuvo muy graves consecuencias para su pueblo. La manzana se la entregó, pues, a Afrodita, que le concedió el amor de Elena, esposa de Menelao, rey de Esparta, considerada por todos la más hermosa, pero como su esposo se negó a entregarla, Paris la raptó y la llevó consigo a Troya.
A partir de aquel momento -relata Homero-, las ciudades estado griegas aliadas, se reunieron bajo la dirección de Agamenón -hermano de Menelao- para atacar Troya, recuperar a Elena y lavar así la afrenta infligida por Paris.
El sitio de Troya se mantuvo durante diez años, sin resultados positivos para los asaltantes, pero terminó con la famosa estrategia de los griegos, consistente en aparentar abandonar el sitio de la ciudad y dejar como regalo y homenaje a la resistencia de los troyanos un inmenso caballo de madera, que pasó a la historia con el nombre de Caballo de Troya. En su interior se encontraba, armado y preparado, lo mejor del ejército griego.
Después de esto, tal como estaba previsto, los asediadores, simularon retirarse, y, los troyanos, al ver libre de griegos las murallas, y solo aquel enorme caballo de madera, lo introdujeron en la ciudad.
Después lo celebraron, consumiendo enormes cantidades de vino, hasta caer dormidos. Fue entonces cuando los pacientes griegos, salieron de las entrañas del caballo; pasaron a espada a todos sus habitantes y, después de proceder a su saqueo, incluido el secuestro de muchas mujeres, prendieron fuego la ciudad, para que no quedara ni rastro de ella.
Menelao por su parte, al ver nuevamente a su hermosa esposa, la perdonó y la llevó consigo a Esparta.
Menelao, rey de Esparta y esposo de Elena
Agamenón. Hermano de Menelao, ambos, hijos de Atreo, rey de Micenas. Supuesta Máscara de Agamenón, descubierta por Schliemann en Micenas.
Elena, esposa de Menelao. Detalle de una Crátera ática de figuras rojas; 450-440 aC. Museo del Louvre, París.
Paris, hijo de Príamo, rey de Troya, piensa a qué diosa entregará la Manzana de la Discordia. Fragmento de Rubens, 1636. Nat. Gal. Londres.
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Pues bien, una vez que se conoció la noticia del secuestro de Elena, y cuando Menelao convocó a todos los reyes aliados, para recuperarla mediante la guerra, Ulises, que no deseaba tal guerra, fingió estar loco, y cuando Menelao y Palamedes fueron a Ítaca en su busca, se puso a arar la tierra ante ellos, sembrándola de sal. Palamedes, que no se lo creyó, tomó a Telémaco, el hijo de Ulises, y lo puso delante del arado; Ulises, al verlo, lo esquivó hábilmente, dejando al descubierto que su locura era fingida.
Palamedes de Argos, hijo de Nauplio. De Antonio Canova. Villa Carlotta in Tremezzo, Lago di Como.
Pero entre las virtudes de Ulises, no estaba la de olvidar. Posteriormente, ya durante el largo asedio de Troya, se vengó de Palamedes, al que acusó de colaborar con los troyanos, después de depositar en su tienda una bolsa con monedas de oro, con lo que consiguió que los griegos lo lapidaran.
En venganza, Nauplio, el padre de Palamedes, encendería una hoguera que desorientó durante la noche a los barcos griegos, cuando volvían de Troya, logrando que naufragaran una buena parte de ellos.
Así lo resume Apolodoro -con alguna variante- en su Biblioteca Mitológica:
Epítome III, 6. Cuando Menelao se dio cuenta del secuestro, fue a Micenas, a casa de su hermano Agamenón, y le pidió que reuniera una armada de toda Grecia, para marchar contra Troya. Agamenón despachó mensajeros a cada uno de los reyes, recordándoles su antiguo juramento de alianza, y exhortado a cada uno a combatir por la seguridad de su propia esposa, pues la afrenta afectaba a toda Grecia. La mayoría de ellos se mostró favorable a la guerra. Fueron también a Ítaca, donde residía Ulises.
III, 7. Pero Ulises no tenía ninguna intención de participar en la guerra y se fingió loco. Palamedes, el hijo de Navplio, comprendiendo que los estaba engañando, decidió confundirlo. Le siguió, y bruscamente, arrancó de los brazos de Penélope a su hijito Telémaco, sacando la espada, como si fuera a matarlo. Temiendo por su hijo, Ulises confesó su juego y participó en la guerra.
III, 8. Ulises capturó a un frigio y le obligó a escribir una carta falsa, como si hubiera sido enviada por Príamo (rey de Troya) a Palamedes, en la que se revelaba la traición de este último. Inmediatamente, escondió oro en la tienda de Palamedes; lo que revelaría el pago de la traición, y, finalmente, dejó caer la carta en medio del campo. Agamenón la leyó; encontró el oro y entregó a Palamedes a los aliados, para que fuera lapidado como traidor.
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Por otra parte, Ulises no era el único que no quería ir a aquella guerra. Agamenón le encargó que, a su vez, reclutara a Aquiles, cuya madre, Tetis, lo había disfrazado de mujer para ocultarlo en la corte del rey Licómenes. Ulises se disfrazó a su vez, de comerciante de telas, y en tal condición pudo entrar en las habitaciones de las doncellas, que inmediatamente se interesaron por las telas, pero al perspicaz Ulises no le pasó inadvertido que, una de ellas, ocultaba una espada; naturalmente, dedujo que era Aquiles, quien, de inmediato, fue reclutado sin excusas.
Mosaico de Aquiles en la corte de Licómedes. Sobre las figuras, se aprecian los nombres en griego de las hijas y parte de la corte, Didamia, Aquileia, Eufimia, Tiofos, Dialmia, Aquiles. De época romana tardía (siglos IV o V). Museo de Arte de Dallas.
Detalle de Aquiles disfrazado
Rubens, que realizó una serie de pinturas para tapices, relativos a la figura de su admirado Aquiles, nos presenta otra versión, según la cual, al escuchar un toque que llamaba a las armas, Aquiles, sin pensarlo, tomó su casco para acudir de inmediato, tal como esperaba Ulises, que había propuesto la estratagema y que, en la pintura, aparece a la derecha de Aquiles, haciendo un gesto, con el que, aparentemente, pide silencio.
La misma escena de Aquiles, interpretada por Rubens
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El asedio de Troya duró diez años y, como hemos visto, los sitiadores aqueos simularan una retirada, dejando un gran caballo de madera en las puertas de la ciudad, como si fuera un regalo, y así lo entendieron los troyanos.
Fue la falta de sospechas sobre tan extraño regalo, lo que marcó el fatídico destino de la ciudad de Troya, y de este modo, tal engaño —una acción desesperada llevada a cabo cuando todo esfuerzo bélico se había mostrado infructuoso— pasó a ser celebrado como la más colosal estratagema de la literatura mitológica de guerra. Con la colaboración de los dioses, dicho sea de paso.
Laocoonte, sacerdote de Apolo, en Troya, sí fue consciente de la estratagema, e intentó advertirles, pero pagó el intento con su vida y la de sus hijos. Aunque no lo menciona Homero, la historia de Laocoonte, fue el tema de una tragedia, hoy perdida, de Sófocles, pero el relato más conocido del terrible suceso, aparece, sin embargo, en la Eneida de Virgilio, donde Laocoonte muere junto con sus hijos después de intentar demostrar el engaño del Caballo, arrojándole una lanza.
Laocoonte advirtió: Timeo Danaos et dona ferentes- Temo/desconfío de los dánaos -griegos- incluso cuando ofrecen regalos, alertando a los troyanos de que podría ser una trampa, y que dentro del caballo podía haber tropas aqueas, por lo que aconsejó quemarlo, pero los troyanos no le hicieron caso. En su intento, lanzó palos ardiendo, para tratar de quemarlo él mismo, pero entonces, dos grandes serpientes enviadas por Atenea; Caribea y Porce, emergieron de las aguas y devoraron a sus hijos. Angustiado, Laocoonte, trató de luchar contra ellas, pero también fue devorado.
Así pues, Laocoonte, pagó de forma inmerecida, -no solo con su vida, sino teniendo que ver previamente, cómo de la misma manera morían sus hijos-, la nobleza de intentar salvar a Troya de la destrucción, sabiendo que los dánaos -griegos-, estaban ya agotados de tan largo e infructuoso asedio.
Detalles del grupo de Laocoonte y sus hijos, realizado por los escultores Atenodoro, Polidoro y Agesandro, de la escuela de Rodas. Museos Vaticanos. Copia de un original helenístico de alrededor del 200 aC, encontrado en los “Baños de Trajano” en 1506.
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Según Virgilio: Laocoon, ductus Neptuno sorte sacerdos (2.101); dos serpientes fueron enviadas a Troya cruzando el mar desde la isla de Ténedos, donde los griegos habían acampado temporalmente. Eneida, 2. 199–227: Recuerda la advertencia de Laocoonte: desconfío de los dánaos incluso cuando son portadores de obsequios. Y añade:
Y si, a pesar de los designios de los dioses y de la ceguera de nuestros espíritus, él nos hubiera decidido a alancear los flancos del caballo. Tú, Troya, ahora estarías en pie y subsistirías, altiva ciudadela de Príamo.
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Muerte de Laocoonte. Ilustración del texto de la Eneida: II, 191-198. Folio 18v de Virgilio. Vaticano, Biblioteca Apostólica, Cod. Vat. lat. 3225.
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Desde el comienzo de la Ilíada, tanto Zeus como Agamenón, caudillo de las fuerzas griegas, nunca dudan en recurrir a la mentira.
Tras casi nueve años de infructuoso combate, el héroe Aquiles se retiró de la contienda al ser ofendido por Agamenón, y pidió a Zeus que le vengara. Zeus planea entonces, llevar al desastre al ejército griego y con este propósito induce a Agamenón un sueño por el que le empuja a entrar en combate: los dioses están de tu parte —miente el dios— y “ha llegado el momento de tomar la ciudad de los troyanos”.
Aunque la falacia de Zeus obtiene el efecto deseado, resulta que, estando Aquiles ausente, la idea de lanzar un ataque les parece suicida, por lo que Agamenón recurre de nuevo a la mentira con la intención de obtener la aceptación de los futuros combatientes:
“Zeus nos ordena la vuelta; vergonzoso será que los hombres venideros sepan que nuestro ejército se retiró sin siquiera vislumbrar el fin de Troya”. A pesar de todo, es incapaz de evitar el deseo de los griegos de volver a sus tierras y hogares, y es entonces, ya como instancia desesperada, cuando la estratagema [*] del caballo, del astuto Ulises, evita el reconocimiento del fracaso con la retirada inmediata.
[*] Del lat. strategēma, y este del gr. στρατήγημα-stratḗgēma, derivada de στρατηγός-stratēgós 'general de un ejército'. 1ª acepción: f. Ardid de guerra. RAE.
A diferencia de la mayoría de los héroes, cuyas principales virtudes son guerreras, Ulises es siempre destacado por otras cualidades, entre las que destaca su Metis -Μήτις “sagacidad” o “inteligencia práctica”-, motivo por el cual es el hombre indicado para llevar a cabo encargos especiales, como embajadas, tareas de espionaje o emboscadas. Tal es la razón por la que, cuando el sentimiento de fracaso se extiende por el campamento griego, es a él a quien encomiendan la tarea de traer a Aquiles de vuelta.
Ya en presencia del colérico héroe, Ulises despliega con destreza una serie de argumentos que, uno tras otro, se estrellan contra la voluntad inquebrantable de Aquiles, y es entonces cuando recurre a la mentira; asegurándole que el troyano Héctor, proclama orgullosamente que no existe griego capaz de igualarse a él en el combate.
La respuesta de Aquiles es tan franca como su determinación de no volver, al mismo tiempo que demuestra la despectiva opinión que tiene de Ulises con estas palabras: “Aquel que esconde una cosa en sus entrañas, pero dice otra, me resulta tan aborrecible como las puertas del Hades”. La mentira, la ocultación y el engaño no forman parte del código del héroe que Aquiles representa, a pesar de que su empleo será la fórmula para acabar con la resistente Troya, y aunque, para entonces, Aquiles ya no fuera más que una sombra en el Hades que tanto aborrecía.
La mitología griega ofrece, a veces, aparentes contradicciones, como, verdad = fracaso, contrapuesta a astucia = victoria, lo que convierte a Ulises, no en un personaje heroico, sino solo, astuto, pero triunfador. Sin embargo, en la épica homérica, la ambigüedad y sagacidad de sus acciones aparecen amparadas por la aquiescencia de los dioses, de lo que podríamos deducir, que los olímpicos, no son, sino representaciones, o animaciones de tales características en la mente humana, aunque los héroes del mito lo entienden justamente, al contrario; los humanos son instrumentos en manos de aquellos.
Tenemos el ejemplo de Hermes, el dios cuyas primeras palabras al nacer fueron: “Padre Zeus, te seré franco, ya que no sé mentir”, cuando con aquellas palabras, ya lo estaba haciendo.
En cuanto a la sabia Atenea, que celebra, aprueba y declara compartir con Ulises sus recursos mentales, cuando el héroe se presenta a ella fingiendo ser otro, le reprocha: “Embaucador y maestro de engaños. ¿Es que no puedes prescindir de las mentiras que te son tan queridas? Ambos sabemos muchas argucias. Tú entre los humanos eres el mejor en ingenio y palabras, y yo entre los dioses tengo fama por mi astucia y mis mañas”. Declaración que podríamos completar de forma más castiza: -¿A mí me la vas a dar?
El último truco de Ulises: presentarse en su hogar, disfrazado, para sorprender desprevenidos a los pretendientes de su esposa, que están arruinando su hacienda. Así, mantiene el tipo ante su anciana niñera, que lo reconoce por una cicatriz infantil, y ante su pobre perro Argos, que solo esperaba volver a verlo para morir, como así fue, pero sin que el héroe pudiera ofrecerle la menor muestra de reconocimiento, para no desvelar su presencia.
Ulises reconocido por su perro Argos, Jean Joseph Espercieux, 1757.
Terracota hallada en Milo 450 aC.: Ulises, haciéndose pasar por mendigo se presenta ante su esposa Penélope. Louvre.
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A pesar de todo lo que antecede, es importante reconsiderar, que, en primer lugar, Ulises nunca se mostró partidario de la guerra. De acuerdo con otras fuentes antiguas, antes de que zarpara la flota aliada, él mismo se ofreció a viajar a Troya, en compañía de Menelao, con el objetivo de conseguir la devolución pacífica de Elena. También se ofreció para luchar individualmente contra Héctor -hijo de Príamo, rey de Troya-, algo que tampoco fue aceptado. Más adelante, intentaría serenar las ansias de venganza de Aquiles tras la muerte de Patroclo, sin lograr contener su cólera. Y, por último, recordar que la invención del caballo de madera, no es una atribución segura a la imaginación de Ulises.
Ulises en la Isla de Calipso. Detlev Conrad Blunck. 1798-1853. Museumsberg Flensburg, Alemania.
En definitiva, podríamos decir que Ulises sólo puso en juego sus ardides, una vez que se vio envuelto en una guerra que no deseaba, porque, a partir de entonces, su objetivo fue proteger su vida y la de sus aliados hasta donde fuera posible, y en ello, perdió veinte años. Su venganza contra Palamedes, causante de su asistencia a la guerra, respondería, precisamente, al hecho de que aquel fue el responsable de cuanto le ocurrió a partir del momento en que, cruelmente, es decir, amenazándole con acabar con la vida de su hijo, aquel lo arrastró a la indeseada guerra.
Con todo, una vez de vuelta en Ítaca, las cosas no fueron fáciles, ni volvieron a serlo, hasta el último día de su vida, literalmente; hasta su malhadada muerte.
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Los humanos homéricos, como queda dicho, acostumbran a exculparse, adjudicando a los divinos el origen y la razón de sus decisiones, lo cual parece cierto, cuando vemos que las acciones de los olímpicos, a veces se vuelven contra los mismos a los que, aparentemente habían ayudado. Tal sería el caso, precisamente, del mismísimo Ulises; el supuesto astuto inventor del caballo de madera, con el acuerdo de Atenea, que supuso tan resonante triunfo a los griegos, cuando ya todo parecía perdido.
A pesar de todo. Ulises moriría de forma violenta, casi estúpida, e inesperada, especialmente, por llegarle de manos que nunca hubiera imaginado.
En una de las paradas de su viaje de vuelta, Ulises había tenido un hijo con Circe, al que llamaron Telégono- Τηλέγονος - Telégonos. Pues bien, pasados unos años, cuando Ulises ya se hallaba de nuevo en su reino de Ítaca, Telégono supo que él era su padre y se propuso ir a conocerlo. Cuando llegó a la isla, no la reconoció y, creyendo que era Kérkyra -hoy, Corfú-, comenzó a saquearla. Ulises salió a recriminar al hombre que, para él, no era sino alguien que disponía de su ganado, como si se hallara en tierra conquistada, y Telégono le arrojó su lanza, con tal acierto, que lo mató al instante, sin saber quién era.
Pero aquí no termina la truculencia del relato. Cuando Telégono supo que se trataba de su padre, decidió llevarlo a enterrar a su propia isla en la que aún vivía su madre. Decidió asimismo llevar consigo a Telémaco y a Penélope, a cuyo efecto, previamente se casó con ella. Del mismo modo que, poco después, el mismísimo Telémaco, decidió casarse, también él, con Circe, resultando así el extraño embrollo, por el cual, dos hijos de Ulises se casarían, cada uno con la madre del otro. Tal fue la herencia que los dioses otorgaron al héroe.
¿Eligió Ulises su destino?
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Esa es la historia narrada en la Telegonía, una obra de la antigua épica griega que se conserva resumida, pero que fue atribuida a Eugamón de Cirene y escrita como secuela de la Odisea.
En las obras de poetas posteriores aparecen variantes, quizás, peores todavía: por ejemplo, en una tragedia de Sófocles, Odysseus Akanthoplex, que tampoco se conserva, Ulises sabe por un oráculo que está condenado a morir a manos de su hijo. Asume entonces que se trata de Telémaco, a quien por ello destierra a una isla cercana. Cuando Telégono llega a Ítaca y se acerca a la casa de Odiseo, los guardias no le permiten ver a su padre; se produce un alboroto y Ulises, creyendo que se trata de Telémaco, se precipita y le ataca, muriendo a manos de Telégono en la lucha.
En la mitología romana, Telégono es considerado el fundador de Tusculum, una ciudad al sureste de Roma; los poetas romanos antiguos usaban regularmente expresiones como "los muros de Telégono"; por ejemplo, Propercio II.32, o "muros circeos" para referirse a Tusculum, y a veces también de Praeneste, otra ciudad de la misma región; actual Palestrina.
Entre los autores que, después de Homero, hablan de Telégono, tenemos:
-Pseudo-Apolodoro: Epítome VI.36-37, VII.16).
VII, 16. Pero Euríloco fue testigo de la escena y fue a contárselo todo a Ulises, que se dirigió a la isla de Circe, llevando el moly [*] que Hermes le había dado. Lo mezcló con la bebida, y sólo él evitó sucumbir al encantamiento. Entonces desenvainó la espada y quiso matar a Circe, pero ella calmó su cólera al devolver a sus compañeros su aspecto humano (los había convertido en cerdos). Ulises le hizo jurar que no les haría ningún daño, después se enamoró de ella y tuvieron un hijo, Telégono.
-Hesíodo: Teogonía v.1014
Circe, hija del Hiperiónida Helios, en abrazo con el intrépido Odiseo, concibió a Agrio y al intachable y poderoso Latino; también parió a Telégono por mediación de la dorada Afrodita. Éstos, muy lejos, al fondo de las islas sagradas, reinaban sobre los célebres Tirrenos.
-Eugamón de Cirene: Telegonía
-Higino: Fábulas - Fabulae.
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[*] El Moly
Moly, en latín, Galanthus Nivalis, “Campanilla de invierno”.
Canto X de la Odisea:
Ya llegaba al gran palacio de la maga Circe, cuando en mi camino, se presentó Mercurio, con el cetro de oro, bajo los rasgos de un joven en la flor de la edad y reluciente de gracia y frescura. El dios me tomó la mano y me dijo:
-Infeliz ¿Por qué asciendes tú sólo por estas montañas, si no conoces la tierra? Todos tus compañeros, retenidos por Circe, están, como viles rebaños encerrados en establos; ¿vienes para liberarlos? En ese caso, temo que tú mismo no podrás volver y que te quedarás allí como ellos. Pero, escucha: quiero preservarte de esos males y salvarte. Toma esta planta salutífera, que alejará de ti el día siniestro, y ve al palacio de Circe. Y ahora voy a explicarte los perniciosos designios de la diosa.
Circe te preparará primero un brebaje en el que echará funestos encantamientos, que serán impotentes, pues esta planta salutífera te preservará de todo mal. Pero escucha algo más; cuando Circe te toque con su larga varita, saca tu espada y levántala sobre ella como si fueras a matarla. Circe, temblorosa, deseará unirse a ti. Entonces no te niegues a compartir su lecho para que libere a tus amigos y te acoja favorablemente. Haz que te jure, con palabra de diosa, que no tramará ningún engaño en tu contra, para después de desarmarte, y robarte a la vez, las fuerzas y el valor.
Después me dio una planta que acababa de arrancar de la tierra y me explicó su naturaleza; la raíz era negra, pero su color era blanco como la leche y los dioses la llaman moly. Los hombres no pueden arrancarla, pero todo es posible a los inmortales. Después, Mercurio abandonó la isla sombreada de árboles y dirigió sus pasos hacia el Olimpo.
Yo me dirigí a la morada de la diosa, con mil pensamientos agitando mi alma.
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Homero y su guía. W. Adolphe Bouguereau (1825-1905). Milwaukee Art Museum. Autor -aunque basado en la tradición, probablemente único, de la Ilíada y la Odisea-.
La inspiración de Virgilio. Autor de La Eneida. Fragmento. N. Poussin. Louvre
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Una vez repasada, a grandes rasgos, la personalidad de Ulises, el protagonista de la Odisea, pronto podremos disfrutar igualmente de la oportunidad de conocer al colérico Aquiles, protagonista de la Ilíada, en esta ocasión, visualmente, y de la privilegiada mano de Rubens; un admirador confeso del héroe.
Sir Peter Paul Rubens – Retrato del artista. Royal Collection. RU.
Nacido en Siegen, del Sacro Imperio Romano Germánico, actual Alemania, el 28 de junio de 1577, moriría en Amberes, Ducado de Brabante, todavía Países Bajos Españoles, y actual Bélgica, el 30 de mayo de 1640, poco antes de cumplir 63 años.
Sus principales influencias procedían del arte de la Antigua Grecia, de la Antigua Roma y de la pintura renacentista, en especial de Leonardo da Vinci, de Miguel Ángel, del que admiraba su representación de la anatomía, y, sobre todo, de Tiziano, al que siempre consideró su maestro y del que afirmó “con él, la pintura ha encontrado su esencia”.
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