1788, traducción de García Malo, dedicada al Conde de Floridablanca:
No habiendo casi Reyno alguno de los cultos de Europa en que no se hayan hecho muchas traducciones de los Poëmas de Homero en sus respectivos idiomas; no teniendo nosotros en el nuestro sino la Ulisea traducida en verso suelto por Gonzalo Perez; y viendo que entre tantos como escriben al presente, ninguno emprendia la traduccion de la Iliada; me determiné yo á executarla, en verso endecasílabo Castellano.
La Ilíada -en griego antiguo Ἰλιάς/Iliás y en griego moderno, Ιλιάδα/Iliáda-, es una epopeya griega, atribuida tradicionalmente al gran rapsoda ciego, Homero, compuesta en hexámetros dactílicos -o hexápodos, formados por 6 pies, de los cuales, cada uno es un dáctilo, es decir, la combinación de una sílaba larga y dos breves-. Contiene 15.693 versos, repartidos en veinticuatro Cantos o Rapsodias. Narra las causas y consecuencias de la cólera μῆνις/mênis, de Aquiles a lo largo de 51 días, ya durante el décimo y último año de la Guerra de Troya. El título de la obra procede del nombre griego de Troya, Ιlión.
La Odisea traducida por Gonzalo Pérez. 1550
La Odisea, Ὀδύσσεια/Odýsseia, también contiene veinticuatro cantos, y es igualmente atribuida a Homero, quien, por otra parte, pudo ser un compilador de tradiciones -lo que no le restaría mérito alguno-. No sabemos exactamente la fecha de composición de estas obras, aunque suelen datarse a partir de la segunda mitad del siglo VIII aC. Del mismo modo, resulta complejo deducir, cuál de las dos fue la primera, pero, dado que la Odisea narra el fin de la guerra y el retorno de los griegos a sus reinos de origen, parece que hay que entenderla como segunda parte y final del relato.
Placa de arcilla encontrada en Olimpia, en el Peloponeso. Podría ser la inscripción más antigua que se conserva de "La Odisea" de Homero, según el Ministerio de Cultura Griego.
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Rubens visualizó la historia de Aquiles, a partir del noveno año del asedio de Troya, inspirándose, en primer lugar, en las claras descripciones de Homero en la Ilíada, aunque por algunos detalles incluidos en sus bocetos, parece que también se sirvió de los relatos de otros autores, con carácter complementario.
Sir Peter Paul Rubens – Retrato del artista. Royal Collections. RU.
Pedro Pablo Rubens es, sin duda, uno de los artistas más importantes de la Historia del Arte, cuyo virtuosismo sigue siendo comprendido y admirado, casi cuatro siglos después de su muerte.
Nacido en Siegen, del Sacro Imperio Romano Germánico, actual Alemania, el 28 de junio de 1577, moriría en Amberes, Ducado de Brabante, entonces, todavía Países Bajos Españoles, y actual Bélgica, el 30 de mayo de 1640, poco antes de cumplir 63 años.
Sus principales influencias procedían del arte de la Antigua Grecia, de la Antigua Roma y de la pintura renacentista, en especial de Leonardo da Vinci; Miguel Ángel, del que admiraba su representación de la anatomía, y, sobre todo, de Tiziano, al que siempre consideró su maestro y del que afirmó "con él, la pintura ha encontrado su esencia".
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De acuerdo con el mito homérico, Aquiles, era nieto de Éaco, e hijo de Peleo y Tetis, por lo que será llamado, Eácida o más generalmente, Pelida, aunque también es denominado y conocido como, El de los pies ligeros.
Como sabemos, casi recién nacido, su madre lo sumergió en las aguas del Estigia, con el objetivo de crear una especie de escudo invisible sobre su piel, que impediría que recibiera heridas. Pero la fatalidad hizo que Tetis no se percatara de que, para sumergirlo de cabeza, lo había sujetado por un talón, que no recibió el agua, y quedó como su único punto vulnerable.
Después encargó su formación al Centauro Quirón, que lo educó junto a Patroclo, creándose así entre los dos niños, una amistad incondicional.
Cuando llegó la hora de ser reclutado para la invasión de Troya, su madre -advertida de que, si lo hacía, no volvería con vida-, trató de ocultarlo en casa de Licomedes, disfrazado de doncella, entre las hijas de este, pero no contaba con la sagacidad de Ulises, que lo descubrió y le obligó a acudir a la guerra.
Pues bien, ya en plena guerra, Agamenón, el general de los aqueos, dánaos, o argivos -que tales son los nombres que reciben los griegos en la obra de Homero-, secuestra a Criseida, hija del sacerdote troyano, Crises, quien logra que una peste se extienda por el campamento griego, que no cesará, hasta que Agamenón devuelva a la joven. Así, cuando este se ve obligado, la devuelve, pero, para resarcirse, se apropia de Briseida, que era trofeo de Aquiles.
Este no pudo negarse, pero, ofendido, se encerró en su tienda y abandonó el combate; una decisión fatal para los griegos, pues Aquiles era uno de sus mejores guerreros, si no el mejor.
Andando el tiempo, Patroclo, convencido de que debía colaborar en la batalla, le pide a Aquiles que le preste su escudo y así armado se une a los atacantes de Troya.
Pero Patroclo muere a manos de Héctor, hijo de Príamo, el monarca troyano, y el dolor y la ira, sacan a Aquiles de la tienda, para volver, a su vez, a la lucha. Reaparece así, y empieza matando a tantos, que Escamandro, se enfada, porque los cadáveres que el pelida deja a su paso, obstruyen el curso del río como una presa. Cuando Aquiles descubre a Héctor, lo persigue durante tres días en torno a la muralla, hasta que consigue matarlo, y para completar su venganza, ata el cadáver a su carro, y lo arrastra, siempre en torno a las murallas, durante nueve días más.
Finalmente, Príamo, consigue, entre llantos y ruegos, que le sea devuelto el cadáver de su hijo, y la Ilíada termina con la celebración de sus funerales.
Pero la historia continúa, porque las venganzas se suceden hasta el final, así, Paris, hermano menor de Héctor, será el elegido por los dioses, para arrojar una flecha envenenada, que irá a clavarse, certera, en el talón de Aquiles, quien, naturalmente, muere.
Posteriormente, Filoctetes, de Tesalia, armado con un arco que pertenece a Herakles, e imprescindible para alcanzar la victoria, matará a su vez, a Paris.
Ayax Telamonio–Τελαμώνιος/Telamốnios, hijo de Telamón, rey de Salamina, y primo de Aquiles -también educado por Quirón-, recupera el cadáver de Aquiles, y lucha, por recuperar igualmente, el famoso escudo del muerto. Siendo de carácter testarudo, Ayax se obsesiona, hasta tal punto que, con quijotesca locura, se dedica a matar corderos, creyendo que son soldados, a los que ve por todas partes. Finalmente, será Ulises quien se quede con el escudo.
Áyax porta el cadáver de Aquiles, protegido por Hermes y Atenea. Ánfora ática de figuras negras, ca. 520-510 a. C. Louvre.
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La historia de Aquiles, de Rubens, es una serie de ocho tapices que representan diversos momentos significativos, de la vida del héroe de Tesalia. Se supone que el artista trabajó por encargo, pero hasta la fecha, se ignora quién pudo hacérselo, aunque se habla de la posibilidad de que fuera el rey de España Felipe IV, o el de Inglaterra, Carlos I, pero no existe ninguna base documental en este sentido.
La mayor parte de las pinturas de esta serie se conservan en el Museo Nacional del Prado y en el Museum Boijmans Van Beuningen de Róterdam, en los Países Bajos.
Rubens empezó pintando ocho bocetos al óleo, sobre tabla, bocetos que están catalogados entre lo mejor de su obra. Posteriormente, y ya con la colaboración del taller, se confeccionarían los grandes modelos que debían servir de base para la elaboración de los cartones, a partir de los cuales se tejieron los tapices. De la observación del resultado, es evidente que Rubens conocía muy bien la Ilíada de Homero.
Entre una y otra escena, podemos admirar episodios de la vida del colérico pelida:
1- Tetis, su madre sumerge al héroe en las aguas del Estigia,
2- La educación de Aquiles, por parte del centauro Quirón.
3- Aquiles descubierto entre las hijas de Licomedes.
4- La cólera de Aquiles contra Agamenón, cuando este le arrebata a Briseida, que constituía su botín.
5- La devolución de Briseida.
6- Tetis recibe las armas que Vulcano había fabricado para Aquiles.
7- La muerte del troyano Héctor a manos de Aquiles.
8- La muerte del héroe.
Aseguraba el gran artista Delacroix, que Rubens había devuelto a Aquiles la valentía y el honor transformando su capacidad para el amor, en un sentimiento beneficioso, algo que lo elevaba a un ideal digno de admiración en la Europa del Siglo XVII.
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1- Tetis introduce a Aquiles en el río Estigia. Rubens. óleo sobre tabla, 44,1 x 38,4 cm. h. 1635. Boceto. Róterdam, Museo Boijmans Van Beuninge.
Al lado de la diosa, aparece una anciana que levanta una antorcha para alumbrar la profunda oscuridad del Inframundo; se trata de Láquesis, una de las Tres Parcas, es decir, las hermanas que vivían en el Hades y tejían el destino de los hombres a lo largo de su existencia terrenal.
En los laterales, con forma de columna, aparecen los reyes del Inframundo: Hades y Perséfone, y en la parte inferior, vemos a Cerbero, el can guardián de tres cabezas, de las cuales, una duerme, otra vigila, y la tercera, ladra.
Finalmente, al fondo, en el centro, el barquero Caronte, transporta a los muertos en la barca, con la que eternamente cruza de una orilla a otra.
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2- La educación de Aquiles. 1630 - 1635. Óleo sobre tabla, 109 x 88,9 cm. MNP. No expuesto.
El Centauro Quirón educó a Aquiles a petición de la madre de este. El Centauro, mitad hombre, mitad caballo, fue, en la mitología clásica, maestro de varios héroes y dioses. Los atributos que aparecen en el boceto al óleo, como la lira, la flecha y cuernos de caza, se refieren a sus lecciones de música, poesía y caza.
También le dio lecciones de equitación y de medicina, esta última, simbolizada por el dios Esculapio, representado a la izquierda. En la Ilíada (IX, 631) se hace referencia a los conocimientos médicos de Aquiles.
El termes femenino que sostiene una lira, a la derecha, es una de las nueve Musas, tal vez, Calíope, Musa de la Poesía Épica. La lira que cuelga del árbol es otra referencia a la educación musical de Aquiles. El primer plano, integrado por diversos instrumentos cinegéticos, entre ellos un arco, varias flechas y dos cuernos de caza, alude a esta actividad.
Para su aprendizaje de equitación, Rubens se basó principalmente en la descripción de un cuadro que aparece en las Imágenes de Filóstrato: Quirón enseña a Aquiles a montar, obligándole a utilizar el cuerpo de su maestro como si de un verdadero caballo se tratase. La postura de Aquiles y Quirón coincide en gran parte con la escultura clásica, El centauro atormentado por Cupido -actualmente en París, Musée National du Louvre-, encontrada en una excavación en Roma, poco antes de la llegada de Rubens a esta ciudad. El artista realizó varios dibujos de esa estatua desde varios puntos de vista mientras se hallaba en la colección de Scipione Borghese.
El Centauro atormentado por Cupido. El Dios del amor ha atado las manos del Centauro para que no pueda pelear. Escultura de mármol del siglo II después de JC., según un original griego del siglo II antes de JC. Musée du Louvre.
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3-Aquiles descubierto entre las hijas de Licomedes.
Rubens. Aquiles descubierto entre las hijas de Licomedes 1635. MNP. No expuesto.
La sorpresa del perrito.
Para evitar que su hijo Aquiles se viera obligado a acompañar a los griegos a Troya, Tetis lo llevó a la isla de Esciros. Vestido de doncella, convivió con las hijas del rey Licomedes. Los griegos, sin embargo, descubrieron su escondite y enviaron a la isla a Ulises y a Diomedes, quienes, disfrazados de mercaderes, obsequiaron a las hijas del monarca con objetos considerados típicamente femeninos. Pro, entre ellos, Ulises había introducido una serie de armas con el fin de despertar la atención de Aquiles, que se traicionó a sí mismo interesándose de inmediato por el armamento. Según algunos autores clásicos, Ulises se hizo acompañar incluso de un trompetista para azuzar aún más los deseos marciales de Aquiles. Según estas fuentes, el héroe griego, al oír el sonido de la trompeta, se rasgó las vestimentas femeninas, cambiándolas por la armadura.
Durante su estancia en Esciros, Aquiles se había enamorado de Deidamia, la hija más hermosa de Licomedes, y como resultado de ese amor la princesa había quedado embarazada; después nacería Neoptolemus.
Como es habitual, los dos termes están directamente relacionados con la escena representada. En el de la izquierda, que representa el engaño, un zorro simboliza la astucia, en tanto que la diosa Minerva/Atenea, acompañada de un pequeño búho, personifica la sabiduría.
Este modelo se diferencia del boceto en numerosos detalles, aunque en un primer momento ambas obras seguramente serían prácticamente idénticas. La mayoría de las modificaciones se introdujeron en una segunda fase.
En este cuadro, el reparto de las tareas entre Rubens y los miembros de su taller se realiza de forma diferente a la que se aprecia en La educación de Aquiles. Como sucede en otros casos, lo más seguro es que los termes, los elementos arquitectónicos y la cartela fueran realizados por un colaborador, en tanto que el principal grupo de personajes, integrado por Deidamia y sus hermanas, serían obra exclusiva de Rubens.
Los tres hombres y el perrito también son en gran parte atribuibles al propio maestro, pues, a diferencia de lo que ocurre con otros modelos de la serie, en este caso, Rubens no retocó figuras realizadas por un miembro de su taller, sino que el ayudante pintó primero los elementos arquitectónicos del fondo, dejando reservado un hueco sin pintar para que el maestro lo rellenase con las figuras. Mientras que en otros modelos se reservan al maestro algunos espacios para detalles secundarios como las cornucopias o los bodegones del primer plano, en este caso, se reserva el espacio que ocupan las figuras principales.
(Texto extractado de Lammertse, F.; Vergara, A.: Pedro Pablo Rubens. La historia de Aquiles, Museum Boijmans Van Beuningen-Museo Nacional del Prado, 2003, pp. 85-92).
Aquiles en la Corte del rey Licomedes. 240 dC. Fragmento. Colección Borghese, Museo del Louvre.
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4-La cólera de Aquiles contra Agamenón, cuando este le arrebata a Briseida.
RUBENS. La cólera de Aquiles
“Mientras revolvía estas dudas en la mente y en el ánimo y sacaba de la vaina la gran espada, llegó Atenea del cielo... Se detuvo detrás y cogió de la rubia cabellera al Pelida, apareciéndose a él solo. De los demás nadie la veía.” Ilíada, Canto I.
El referente de esta pintura constituye el argumento de la Ilíada. Aquiles se rebela contra Agamenón cuando este, tras verse obligado a devolver a Criseida, hija del sacerdote Crises, decide apropiarse de Briseida; trofeo que pertenecía a Aquiles, que, inmediatamente, monta en cólera. La sucesión de los hechos empieza ya en los primeros versos del:
CANTO I
Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles.
Agamenón ha secuestrado a Criseida, cuyo padre, el sacrdote Crises, no duda en presentarse ante las naves aqueas, cargado de regalos, para rescatar a su hija. Los aqueos aprobaron unánimes respetar al sacerdote y aceptar el espléndido rescate, pero aquello no complacía al Atrida Agamenón, que alejó al sacerdote de mala manera, diciéndole:
-Viejo, que no te encuentre yo junto a las cóncavas naves, bien porque ahora te demores o porque vuelvas más tarde, no sea que no te socorran el cetro ni las ínfulas del dios. No la pienso soltar; antes le va a sobrevenir la vejez en mi casa, en Argos, lejos de la patria, aplicándose al telar y compartiendo mi lecho. Vete, no me provoques y así podrás regresar sano y salvo.
El anciano sintió miedo, acató sus palabras y marchó en silencio a lo largo de la ribera del fragoroso mar y, yéndose luego lejos, dirigió muchas súplicas el anciano al soberano Apolo:
-¡Óyeme, oh tú, que proteges Crisa. Si alguna vez he techado tu amable templo o si alguna vez he sacrificado en tu honor, cúmpleme ahora este deseo: que paguen los dánaos mis lágrimas con tus dardos.
Y Febo Apolo le escuchó y descendió de las cumbres del Olimpo, airado en su corazón, con el arco en los hombros y la aljaba, e iba, semejante a la noche, oscurecido por la ira.
Luego se sentó lejos de las naves y arrojó con tino una saeta; y un terrible chasquido salió del argénteo arco. Primero apuntaba contra las acémilas y los ágiles perros; mas luego disparaba contra ellos su dardo y acertaba; y sin pausa ardían densas las piras de cadáveres.
Nueve días sobrevolaron el ejército los venablos del dios, y al décimo Aquiles convocó a la hueste a una asamblea: se lo infundió en su mente Hera, la diosa, pues estaba inquieta por los dánaos, porque los veía muriendo. Cuando se reunieron y estuvieron congregados, levantóse y dijo entre ellos Aquiles, el de los pies ligeros:
-A algún adivino preguntemos o a un sacerdote o interprete de sueños -que también el sueño procede de Zeus- que nos diga por qué se ha enojado tanto Febo Apolo, bien si es una plegaria lo que echa de menos o una hecatombe.
Tras hablar así, se sentó; y entre ellos se levantó el Testórida Calcante, de los agoreros, con mucho, el mejor, que conocía lo que es. lo que iba a ser y lo que había sido, y había guiado a los aqueos can sus naves hasta Ilión gracias a la adivinación que le había procurado Febo Apolo. Lleno de buenos sentimientos hacia ellos. tomó la palabra y dijo:
-Aquiles: Me mandas declarar la causa de la cólera de Apolo. Pues bien, te lo diré. Mas tú comprométete conmigo, y júrame que con resolución me defenderás de palabra y de obra, pues creo que voy a irritar a quien gran poder sobre todos los argivos ejerce y a quien obedecen los aqueos. Tú explícame si tienes intención de salvarme.
En respuesta le dijo Aquiles, el de los pies ligeros:
-Recobra el buen ánimo y declara el vaticinio que sabes. Pues juro por Apolo, que mientras yo viva y tenga los ojos abiertos sobre la tierra, nadie pondrá sobre ti sus manos de entre todos los aqueos, ni aunque menciones a Agamenón, que ahora se jacta de ser con mucho el mejor de los aqueos. Y entonces ya cobró ánimo y dijo el intachable adivino:
-Ni es una plegaria lo que echa de menos ni una hecatombe, sino que es por el sacerdote, a quien ha deshonrado Agamenón, que no ha liberado a su hija ni ha aceptado el rescate, por lo que el flechador ha dado dolores, y aún dará más. Y no apartara de los dánaos la odiosa peste, hasta que sea devuelta a su padre la muchacha de vivaces ojos sin precio y sin rescate, y se conduzca una sacra hecatombe a Crisa; sólo entonces, propiciándolo, podríamos convencerlo.
Tras hablar así, entre ellos se levantó el héroe Atrida, Agamenón, señor de anchos dominios; sus ojos parecían refulgente fuego. Primero se dirigió a Calcante con maligna mirada:
-iOh adivino de males! Jamás me has dicho nada grato: hasta ahora ni has dicho ni cumplido una buena palabra. Y dices ante los dánaos el vaticinio de que Apolo les está produciendo dolores, porque yo el espléndido rescate de la joven Criseida no he querido aceptar; pero es mi firme voluntad tenerla en casa; pues además la prefiero antes que a Clitemnestra, mi legítima esposa, porque no es inferior a ella ni en figura ni en talla, ni en juicio ni en habilidad. Pero, aun así, consiento en devolverla, si eso es lo mejor. Yo quiero que la hueste esté sana y salva, no que perezca. Mas disponedme en seguida otro botín; que no sea el único de los argivos sin recompensa, porque tampoco eso está bien. Pues todos lo veis: lo que era mi botín se va a otra parte.
Entonces le contestó Aquiles:
-iOh gloriosísirno Atrida, el más codicioso de todos! ¿Pues cómo te van a dar un botín los magnánimos aqueos? Ni conocemos sitio donde haya atesorados muchos bienes comunes, sino que lo que hemos saqueado de las ciudades está repartido, ni tampoco procede que las huestes los reúnan y junten de nuevo. Mas tú ahora entrega esta joven al dios, y los aqueos con el triple o el cuádruple te pagaremos, si alguna vez Zeus nos concede saquear la bien amurallada ciudad de Troya.
-A pesar de tu valía, Aquiles igual a los dioses -dijo Agamenón-, no trates de robármela; con esa excusa; no me vas a engañar ni convencer. ¿Es que quieres que mientras tú sigues con tu botín, yo me quede sentado sin él, y por eso me exhortas a devolverla? Sí, pero sólo si me dan un botín los magnánimos aqueos seleccionándolo conforme a mi deseo, para que sea equivalente; pero si no me lo dan, yo mismo puede que coja el tuyo o el de Ayante, o el de Ulises. Y se irritará aquel a quien yo me llegue. Pero esto ya lo deliberaremos más tarde. Ahora, ea, una negra nave botemos al límpido mar, reunamos remeros a propósito, metamos en ella una hecatombe, y a la propia Criseida, de bellas mejillas, embarquemos; sea su único jefe uno de los consejeros, Ayante o Idomeneo o Ulises, o tú, oh Pelida, el más terrorífico de todos los hombres, para que nos propicies al Protector, ofrendando sacrificios.
Mirándolo con torva faz, replicó Aquiles, de pies ligeros:
-¡Ay! ¡Imbuido de desvergüenza, codicioso! No he venido yo por culpa de los troyanos lanceadores a luchar aquí; porque para mí no son responsables de nada: nunca hasta ahora se han llevado ni mis vacas ni mis caballos; a ti, gran sinvergüenza, cara de perro hemos acompañado para tenerte alegre por ganar honra para Menelao recuperando a Helena de los troyanos.
Me amenazas con quitarme tu mismo el botín por el que mucho pené y que me dieron los hijos de los aqueos. Nunca tengo un botín igual al tuyo, cada vez que los aqueos saquean una bien habitada ciudadela de los troyanos. Sin embargo, la mayor parte de la impetuosa batalla son mis manos las que la soportan. Mas si llega el reparto, tu botín es mucho mayor, y yo, con un lote menudo. aunque grato, me voy a las naves, después de haberme agotado de combatir.
Ahora me marcho a Ftía, porque realmente es mucho mejor irme a casa con las corvas naves, y no tengo la intención de procurarte riquezas y ganancia estando aquí deshonrado.
-Huye en buena hora -le respondió entonces Agamenón-, si ése es el impulso de tu ánimo; no te suplico yo que te quedes por mí. A mi lado hay otros que me honrarán, y sobre todo el providente Zeus. Eres para mí el más odioso de los criados por Zeus, porque siempre te gustan la disputa, las riñas y las luchas. Vete a casa con tus naves y con tus compañeros, y reina entre los mirmidones; no me preocupo de ti, ni me inquieta tu rencor. Pero te voy a hacer esta amenaza: igual que Febo Apolo me quita a Criseida, y yo con mi nave y con mis compañeros la voy a enviar, puede que me lleve a Briseida, de bellas mejillas, tu botín, yendo en persona a tu tienda, para que sepas bien cuanto más poderoso soy que tú, y aborrezca también otro, pretender ser igual a mí y compararse conmigo.
La aflicción invadió al Pelida, y su corazón dentro del pecho vacilaba entre dos decisiones: o desenvainar la aguda espada que pendía a lo largo del muslo y hacer levantarse a los demás y despojar al Atrida, o apaciguar su cólera y contener su furor.
Mientras revolvía estas dudas en la mente y en el ánimo y sacaba de la vaina la gran espada, llegó Atenea del cielo; por delante la había enviado Hera, la diosa de blancos brazos, que en su ánimo amaba y se cuidaba de ambos por igual. Se detuvo detrás y cogió de la rubia cabellera al Pelida, a él solo apareciéndose. De los demás nadie la veía. Quedó estupefacto Aquiles, giró y al punto reconoció a Palas Atenea; terribles sus ojos refulgían. Y dirigiéndose a ella, pronunció estas aladas palabras:
-¿A qué vienes ahora. vástago de Zeus, portador de la égida? ¿Acaso a ver el ultraje del Atrida Agamenón? Mas te voy a decir algo, y eso espero que se cumplirá: por sus agravios pronto va a perder la vida.
Díjole, a su vez, Atenea, la ojizarca diosa:
-Para apaciguar tu furia, si obedeces, he venido del cielo, y por delante me ha enviado Hera. que en su ánimo ama y se cuida de ambos por igual. Ea, cesa la disputa y no desenvaines la espada con tu brazo. Mas sí, injúrialo de palabra e indícale lo que sucederá. Pues lo siguiente te voy a decir, y eso quedará cumplido: un día te ofrecerá el triple de tantos espléndidos regalos a causa de este ultraje: tú domínate y haznos caso.
-Preciso es, oh diosa -dijo Aquiles-, observar la palabra de vosotras dos, aunque estoy muy irritado en mi ánimo, pero así es mejor. Al que les obedece, los dioses le oyen de buen grado.
Dijo, y en la vaina empujó de nuevo la enorme espada y no desacató la palabra de Atenea. Y ésta marchó al Olimpo, pero el Pelida, de nuevo con dañinas voces habló al Atrida y no depuso aún la ira:
-¡Ebrio, que tienes mirada de perro y corazón de ciervo! Nunca tu ánimo ha osado armarse para el combate con la hueste ni ir a una emboscada con los paladines de los aqueos: eso te parece que es la propia muerte. Es mucho más cómodo en el vasto campamento de los aqueos quitar los regalos al que hable en contra de ti. ¡Rey devorador del pueblo, porque reinas entre nulidades! Esta de ahora habría sido tu última afrenta, pero te voy a decir algo y prestaré además solemne juramento: añoranza de Aquiles llegará un día a los hijos de los aqueos sin excepción, y entonces no podrás, aunque te aflijas, socorrerlos, cuando muchos bajo el homicida Héctor sucumban y mueran. Y en tu interior te desgarrarás el ánimo de ira por no haber dado satisfacción al mejor de los aqueos.
Después. tiró al suelo el cetro, y se sentó. Y el Atrida al otro lado ardía de cólera. Entre ellos Néstor, de meliflua voz, se levantó. De su lengua fluía la palabra, más dulce que la miel, y dijo:
-¡Ay! ¡Gran pena ha llegado a Ia tierra aquea! Realmente, estarían alegres Príamo y los hijos de Príamo, y los demás troyanos enorme regocijo tendrían en su ánimo, si se enteraran de todo esto por lo que os batís los dos que sobresalís sobre los dánaos en el consejo y en la lucha. Mas hacedme caso; ambos sois más jóvenes que yo, pero ya en otro tiempo con varones aún más bravos que vosotros tuve trato, y ellos nunca me menospreciaron. Y atendían mis consejos y hacían caso a mis palabras. Mas hacedme caso también vosotros, pues obedecer es mejor. Ni tú, aun siendo valeroso, quites a este la muchacha; déjasela, pues se la dieron como botín los hijos de los aqueos, ni tú. oh Pelida, pretendas disputar con el rey frente a frente, pues si tú eres más fuerte y la madre que te alumbró es una diosa [Tetis], sin embargo, él es superior, porque reina sobre un número mayor. iAtrida, apacigua tu furia! Soy yo ahora quien te suplica que depongas la ira contra Aquiles, que es para todos los aqueos alto bastión que defiende del maligno combate.
-Si que es, oh anciano, oportuno cuanto has dicho, respondió Agamenón. Pero este hombre quiere estar por encima de todos los demás, a todos quiere dominar. sobre todos reinar, y en todos mandar; si buen lanceador lo han hecho los sempiternos dioses, ¿por eso le estimulan a proferir injurias?
Le interrumpió y respondió Aquiles:
-Verdaderamente, cobarde y nulidad se me podría llamar, si cediera ante ti en todo lo que digas. A otros manda eso, pero no me lo ordenes a mí, que yo ya no pienso obedecerte. Y otra cosa te voy a decir, y métela en tu entendimiento: con las manos yo no pienso luchar por la muchacha ni contigo ni con otro, pues me quitáis lo que me disteis. Pero de lo demás que tengo junto a la veloz nave negra, no podrías quitarme nada ni llevártelo contra mi voluntad. Y si no, inténtalo, y se enterarán también éstos: al punto tu oscura sangre manara alrededor de mi lanza.
Tras enfrentarse así con tan opuestas razones, ambos se levantaron y dieron fin a la asamblea junto a las naves de los aqueos.
Desde entonces, Aquiles de pies ligeros, dejó de asistir a la asamblea y al combate, sino que iba consumiendo su corazón a solas.
Versión muy resumida, basada en la traducción de E. Crespo Güemes, Gredos 1996.
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5-La devolución de Briseida.
Rubens: Briseida devuelta a Aquiles por Néstor, 1630 - 1635. Óleo sobre tabla, 107,5 x 163 cm. No expuesto. Modelo para el tapiz del mismo tema.
Cuando Aquiles supo que su amigo Patroclo había muerto a manos de Héctor, decidió vengarle. Venció su ira hacia Agamenón y se mostró dispuesto a volver a luchar con los griegos. Tan pronto como Agamenón se enteró de esta noticia, mandó buscar los obsequios que había prometido entregar a Aquiles en caso de que éste volviera a empuñar su espada. El gesto más importante de Agamenón fue la devolución de la hermosa Briseida, que había arrebatado a Aquiles. Rubens se mantuvo bastante fiel a esta descripción, aunque redujo considerablemente la lista de obsequios mencionados por el poeta.
Aquiles se abalanza hacia Briseida, la de hermosas mejillas. El viejo Néstor, que se encuentra detrás de la muchacha, parece empujarla hacia delante. La figura que levanta la mano detrás de Briseida ha sido identificada como Ulises, pero consideramos más plausible la hipótesis de que se trate de Agamenón, quien jura no haber compartido nunca el lecho con la doncella cautiva.
Al fondo se ve una tienda con el cadáver de Patroclo. Junto al cuerpo presente aparecen dos mujeres enlutadas lamentándose, tal y como relata Homero (XIX, 300-301).
Los dos termes representan a Mercurio, el mensajero de la paz, y a la Concordia. Mercurio luce un tocado de plumas y lleva su caduceo, una varita con dos serpientes enrolladas que simboliza la paz. Rubens volvió a representar el caduceo en primer plano.
La Concordia va ataviada con una corona de laureles y en su parte inferior se aprecia una corona con dos manos enlazadas. En primer plano, junto al caduceo ya mencionado, se observa una palma, emblema de la paz, y dos cornucopias repletas de frutos. El conjunto de la escena simboliza el regreso de la paz y la concordia al campo griego tras la decisión de Aquiles de volver a la batalla.
El modelo sigue bastante fielmente al boceto. Como en todos los modelos de la serie, los elementos arquitectónicos están mucho más elaborados que en el boceto. Los amorcillos de la parte superior tienen mayor tamaño, y se ha modificado la posición de la cabeza de los dos amorcillos del lado izquierdo. En la radiografía se observa que la cabeza original del erote de la derecha se correspondía con el boceto y que posteriormente fue modificada por Rubens para hacer que dirigiese su mirada a la escena que se desarrolla debajo de él.
Todo hace suponer que en un principio la composición del boceto se trasladase al modelo con fidelidad. Probablemente los contornos de toda la escena los trazó un colaborador al pincel con un tono oscuro. Una vez preparados los contornos por un miembro del taller, este mismo, u otro colaborador, comenzó a pintar. No cabe duda de que se hizo cargo de los termes y los demás elementos arquitectónicos. Seguramente realizara asimismo los caballos -sin duda el que asoma su cabeza por encima del caballo blanco es obra de un colaborador de Rubens, y no del maestro-, y el muchacho que sujeta las riendas del caballo marrón en primer plano. Las demás figuras, incluidos los amorcillos, deben ser atribuidas a Rubens.
Pedro Pablo Rubens. La historia de Aquiles, Rotterdam-Madrid,
Museum Boijmans Van Beuningen; Museo Nacional del Prado, 2003, p.106-113
Aquiles le entrega Briseida a Agamenón. Casa del Poeta Trágico, en Pompeya. Fresco, siglo I d.C., Museo Arqueológico Nacional, Nápoles
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6-Tetis recibe las armas que Vulcano había fabricado para Aquiles.
Tetis recibe las armas de Aquiles, de manos de Vulcano. Boijmans van Beuningen
En este boceto al óleo, Rubens representa el momento en que el héroe griego Aquiles había perdido su armadura, que le prestó a su amigo Patroclo, pero había decidido participar nuevamente en la Guerra de Troya. Su madre Tetis le pidió ayuda a Vulcano, el dios del fuego. Inmediatamente se puso a trabajar para forjar una nueva armadura. En este boceto al óleo, el quinto de la serie de Rubens.
…”Fabricó (Hephaistos) en primerísimo lugar un alto y compacto escudo... Hizo figurar en él la tierra, el cielo y el mar, El infatigable sol y la luna llena, así como todos los astros que coronan el firmamento: las Pléyades, las Híades y el poderío de Orión, y la Osa, que también denominan con el nombre de Carro, que gira allí mismo y acecha a Orión, y que es la única que no participa de los baños en el Océano.
Realizó también dos ciudades de míseras gentes. En una había bodas y convites, y novias a las que a la luz de las antorchas conducían por la ciudad desde cámaras nupciales... Los hombres estaban reunidos en el mercado. Allí se había entablado una contienda, y dos hombres pleiteaban por la pena debida a una causa de asesinato: uno insistía en que había pagado todo en su testimonio público, y el otro negaba haber recibido nada, y ambos reclamaban el recurso a un árbitro para el veredicto. Las gentes aclamaban a ambos, en defensa de uno o de otro, y los heraldos intentaban contener al gentío. Los ancianos estaban sentados sobre pulidas piedras en un círculo sagrado y tenían en las manos los cetros de los claros heraldos, con los que se iban levantando para dar su dictamen por turno. En medio de ellos había dos talentos de oro en el suelo, para regalárselos al que pronunciara la sentencia más recta.
La otra ciudad estaba asediada por dos ejércitos de tropas que brillaban por sus armas. Las queridas esposas y los infantiles hijos defendían el muro. De pie sobre él, los varones a los que la vejez incapacitaba. Los demás salían y al frente iban Ares y Palas Atenea, ambos de oro y vestidos con áureas ropas, bellos y esbeltos con sus armas, como corresponde a dos dioses.
En cuanto llegaron a donde les pareció bien tender la emboscada – un río donde había un abrevadero para todos los ganados – se apostaron allí, recubiertos de un rutilante bronce dos vigías. Pronto aparecieron: dos pastores recreándose con sus zampoñas sin prever en absoluto la celada. Al verlos, los agredieron por sorpresa y en seguida interceptaron la manada de vacas y los bellos rebaños de blancas ovejas y mataron a los que las apacentaban. Nada más percibir el gran clamor ...se entabló la lucha en las riberas del río, y unos a otros se arrojaban las picas, guarnecidas de bronce. Todos intervenían y luchaban igual que mortales vivos y arrastraban los cadáveres de los muertos de ambos bandos.
También representó una fértil campiña, que daba tres vueltas de ancho. En él muchos agricultores, haciendo surcos, ansiosos de llegar al término del profundo barbecho, que tras sus pasos ennegrecía y parecía tierra arada a pesar de ser oro, ¡singular maravilla de artificio!
Representó también un dominio real. En él había jornaleros que segaban con afiladas hoces en las manos. Entre ellos el rey se erguía silencioso sobre un surco con el cetro, feliz en su corazón. Los heraldos se afanaban en el banquete bajo una encina y se ocupaban del gran buey sacrificado; y las mujeres espolvoreaban copiosa harina blanca para la comida de los jornaleros. Representó también una viña muy cargada de uvas, bella, áurea, de la que pendían negros. Alrededor trazó un foso de esmalte y un vallado de estaño; un solo sendero guiaba hasta ella, por donde regresaban los porteadores tras la vendimia. Doncellas y mozos, llenos de joviales sentimientos, transportaban el fruto, dulce como miel, y, en medio de ellos un muchacho con una sonora siringa tañía deliciosos sones y cantaba una bella canción de cosecha con tenue voz. Los demás, marcando el compás al unísono, le acompañaban con bailes y gritos al ritmo de sus brincos. Representó también una manada de vacas, fabricadas de oro y estaño y se precipitaban entre mugidos desde el establo al pasto por un estruendoso río que atravesaba un cimbreante cañaveral. Iban en hilera junto con las vacas cuatro áureos pastores, y nueve perros, de ágiles patas. El muy ilustre cojo (Hephaistos) realizó también un pastizal enorme para las blancas ovejas en una hermosa cañada, establos, chozas cubiertas y apriscos. Talló una pista de baile semejante a aquella que una vez en la vasta Creta el arte de Dédalo fabricó para Ariadna, la de bellos bucles. Allí zagales y doncellas, que ganan bueyes gracias a la dote, bailaban con las manos cogidas entre sí por las muñecas. Ellas llevaban delicadas sayas, y ellos vestían túnicas bien hiladas, que tenían el suave lustre del aceite. Además, ellas sujetaban bellas guirnaldas, y ellos llevaban dagas áureas, suspendidas de argénteos tahalíes. Una nutrida multitud rodeaba la deliciosa pista de baile, recreándose, y dos acróbatas a través de ellos, como preludio de la fiesta, hacían volteretas en medio. Representó también el gran poderío del río Océano a lo largo del borde más extremo del sólido escudo.
Después le hizo una coraza que lucía más que el fuego y también unas grebas de maleable estaño. Tras terminar toda la armadura, el ilustre cojo la levantó y la presentó delante de la madre de Aquiles, que, cual gavilán, descendió de un salto del nevado Olimpo, llevando las chispeantes armas de parte de Hefesto”. (Versión muy resumida. Basada en la traducción de E. Crespo Güemes, Gredos 1996.)
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Tenemos una extraordinaria descripción del Escudo de Aquiles, nada menos que, en el Libro de Alexandre, del siglo XII (cc.989-1001).
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7-La muerte del troyano Héctor a manos de Aquiles.
La muerte de Héctor
Tapiz, 1630-35
Durante la noche, los troyanos se reúnen en junta. Polidamante, amigo y lugarteniente de Héctor, aconseja volver a la ciudad para protegerse de la ira y la embestida de Aquiles. Sin embargo, Héctor desoye el consejo, ordena mantenerse en el campamento y se muestra decidido a enfrentarse a Aquiles:
Mañana, al apuntar la aurora, vestiremos la armadura y suscitaremos un reñido combate junto a las cóncavas naves. Y si verdaderamente el divino Aquileo se propone salir del campamento, le pesará tanto más, cuanto más se arriesgue, porque me propongo no huir de él, sino afrontarle en batalla horrísona; y alcanzará una gran victoria, o seré yo quien la consiga. Que Ares es a todos común y suele causar la muerte del que deseaba matar.
Homero, Ilíada, XVIII.
Al día siguiente, Aquiles y los griegos avanzan empujando a los troyanos hacia la ciudad. Héctor se asusta y se mezcla entre las tropas por consejo del dios Apolo. Pero tras dar muerte Aquiles a Polidoro, hermano de Héctor, este deja de esconderse y acude al enfrentamiento. Nuevamente, Apolo ayuda a Héctor, retirándolo del combate.
En la retirada a la ciudad de las tropas troyanas, Héctor queda fuera de las puertas y es perseguido por Aquiles. Dan tres vueltas a las murallas hasta que Atenea, en la forma de Deífobo, incita a Héctor a plantar cara a Aquiles. Héctor pide a Aquiles que se honre el cadáver, pero el griego rechaza cualquier trato. Finalmente, Aquiles mata a Héctor, clavándole la lanza en la base del cuello, el único lugar desprotegido por su armadura.
Devolución del cuerpo de Héctor a Troya. Bajorrelieve en mármol de un sarcófago romano. Louvre.
Una vez muerto, el cuerpo de Héctor es lacerado por los aqueos, y posteriormente atado por los tobillos al carro de Aquiles, que lo arrastra extramuros. Durante doce días, el cuerpo permanece expuesto al sol y los animales, pero el dios Apolo lo protege y lo conserva. Finalmente, el rey Príamo, con la ayuda de Hermes, se aventura hasta la tienda de Aquiles y le suplica que le devuelva el cuerpo. Aquiles se apiada y, a cambio de un rescate, entrega el cadáver de Héctor a su padre, que ya en Troya celebra los funerales. (Ilíada, XXIV)
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Sus huesos fueron mezclados con los de Patroclo, y se celebraron juegos funerarios. En la Etiópida de Arctino de Mileto, se decía que fue llevado por Tetis a la isla de Leuce -Blanca-. Allí los aqueos erigieron un túmulo en su honor y celebraron juegos funerarios.
Como ya adelantamos, la armadura de Aquiles fue objeto de una disputa entre Ulises y Áyax el Grande (primo de Aquiles). Ambos compitieron por ella dando discursos para demostrar que eran los más valerosos después de Aquiles y los más merecedores del mismo. Ulises ganó y fue entonces cuando Áyax se volvió loco de dolor y angustia, y jurando que mataría a sus compañeros; empezó a matar los rebaños, creyendo en su locura que eran soldados griegos. Cuando recobró la cordura se suicidó dejándose caer sobre la espada que anteriormente le había otorgado su enemigo favorito: el príncipe troyano Héctor.
La muerte de Aquiles a manos de Paris, hermano de Héctor, quien dispara la flecha que se clava en el talón indefenso del héroe.
Aquiles fue muerto por Paris, el hijo del rey troyano Príamo, cuando esperaba la llegada de Polixena, la hija de Príamo, en el templo de Apolo Timeo. Mientras Aquiles hacía un sacrificio en honor a su próximo matrimonio con Polixena, París le disparó una flecha, que dirigida por Apolo, fue a clavarse en su único punto vulnerable, el talón.
El boceto muestra a París a la izquierda junto a Apolo, que ha disparado la flecha. El moribundo Aquiles es sujetado por un hombre identificado como Automedon o Ulises. El sacerdote mira a Aquiles con desesperación, una tercera figura, Antíloco, se aleja con miedo hacia París y Apolo. Es el último de la serie de ocho bocetos al óleo que muestran escenas de la vida del héroe. Boijmans van Beuningen.
Más tarde, Filoctetes mataría a Paris usando el enorme arco de Heracles.
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