miércoles, 22 de junio de 2022

Jerónima de la Fuente ● El primer retrato pintado por Velázquez


Hidalga de Toledo, Clarisa Fundadora en Filipinas

Velázquez: La venerable madre Jerónima de la Fuente. 1620. Ó/l., 160 x 110 cm. MNP

Sor Jerónima de la Fuente Yáñez, de familia hidalga toledana, era monja franciscana en el convento de Santa Isabel de Toledo. En 1620, a los sesenta y seis años, se desplazó a Sevilla para embarcar con destino a Filipinas y el proyecto de fundar un convento, que se llamaría “Santa Clara de la Concepción”, en Manila. Así lo hizo, no sin contratiempos; fue su primera abadesa, y allí falleció en 1630.

En el retrato, de cuerpo entero, sostiene -aparentemente con gran energía-, un crucifijo, y un libro de oraciones -o quizás la regla de la orden- en la mano izquierda. Fue, sin duda, realizado durante la estancia de la religiosa en Sevilla, en el mes de junio de 1620, mientras esperaba embarcar para la larga travesía hacia Filipinas. El hecho de que Velázquez la retratara, sugiere claramente, que la religiosa, iba precedida por la fama, antes de llevar a cabo las fundaciones filipinas.

Por otra parte, la imponente imagen es una valiosa muestra de la actividad de Velázquez antes de afincarse en Madrid; todavía inmerso en el tenebrismo originado por Caravaggio, que ofrece una fortísima caracterización bajo una cruda luz que subraya todos los accidentes del rostro y las manos, sin omitir detalle. 

La energía de la monja queda maravillosamente expresada, tanto en el rostro, de mirada intensa y escrutadora, como en el modo de empuñar el crucifijo, fuertemente sostenido, casi como un arma, como tantas veces se ha dicho. El retrato responde al deseo de las monjas de conservar la imagen de la madre en su ausencia, tal como atestigua la existencia de, al menos, dos ejemplares más del retrato, de calidad similar. 

Uno de cuerpo entero, como el anterior, procedente también del convento de Santa Isabel, de Toledo, hoy en la colección Fernández Araoz, que difiere sólo en la posición del crucifijo. 

Un tercero, de medio cuerpo, hoy en la colección Apelles de Santiago de Chile, muestra el crucifijo en la misma posición que el del Prado, aunque presenta una técnica algo más seca y dura. La prioridad entre ellos no está clara, pero quizás el de medio cuerpo sea anterior a los otros dos, que muestran más levedad de pincel. 

El largo letrero biográfico que muestran tanto el del Prado como el de Fernández Araoz, es, claramente un añadido, pero la filacteria que aparece en este último con la inscripción: Satiabor dum gloria... ficatus fverit/verit, que aparece también en el del Prado, es rigurosamente auténtica y confiere al retrato una apariencia de imagen sagrada, pues las virtudes de sor Jerónima eran ya conocidas y divulgadas en su tiempo, pues entre las hermanas de claustro y orden tenía tal fama de santidad, que incluso se planteó su canonización en cuanto murió. 

Velázquez concibe una imagen rebosante de franqueza. El retrato, que estaba en el convento, y era atribuido a Luis Tristán, fue descubierto con ocasión de la exposición franciscana de 1926, cuando, al restaurarlo, apareció la firma con la fecha.

(Texto extractado de Pérez Sánchez, A. E. en: El retrato español. Del Greco a Picasso, Museo Nacional del Prado, 2004, pp. 342-343). (MNP)

Velázquez, 1620. Colección Fernández Araoz. Madrid

Este es verdadero Re/trato de la Madre/Doña Jerónima de la Fuente, /Relixiosa del Con/ vento de Sancta ysabel de/los Reyes de T./ Fundadora y primera Ab/badesa del Convento S./Clara de la Concepción/de la primera regla de la Ciu/dad de Manila en filipin/nas. Salio a esta fundación de/edad de 66 años martes/veinte y ocho de Abril de /1620 años. Salieron de/este convento en su compa/ñía la madre Ana de/Christo y la madre Leo/nor de sanct francisco. /Relixiosas y la herma/na Iuan de sanct Antonio/novicia. Todas personas/ de mucha importancia/Para tan alta obra.

El primer ejemplar del Museo del Prado, como se ha dicho, se atribuyó a Luis Tristán, hasta que, en 1926, apareció la firma: “diego Velazquez. f. 1620”. Tenía, pues, el artista, 21 años.

El segundo ejemplar, diferente en la posición del crucifijo que sostiene la monja -de frente, en el del Prado y ladeado en el de colección privada-, fue descubierto poco después en el mismo convento por el restaurador del Museo del Prado, Jerónimo Seisdedos. En una limpieza posterior de este ejemplar apareció una firma idéntica a la del primer ejemplar, pero era apócrifa, de acuerdo con el estudio técnico efectuado en el Museo del Prado.


En ambos casos, aparecía una filacteria a la altura de la boca de la monja, que fue borrada en el ejemplar del Prado, poco después de su recepción, por considerarla un añadido posterior, lo que se ha demostrado erróneo, pero no se ha podido recuperar. En el ejemplar de la colección Fernández de Araoz, que aún la conserva, se puede leer la inscripción: “SATIABOR DVM GLORI...FICATVS F/VERIT”, “En su gloria está mi verdadera satisfacción”. 

En la parte superior, otra inscripción horizontal, paralela al borde del lienzo, dice: “BONVM EST PRESTOLARI CVM SILENTIO SALVTARE DEI” -·”Bueno es esperar en silencio la salvación de Dios”. Y en la base, a ambos lados de la monja, una tercera inscripción, esta sí, indudablemente posterior, pues alude a la fundación que aún no había emprendido en el momento en que fue retratada por Velázquez, ofrece datos sobre la religiosa y declara las razones por las que se encontraba en Sevilla, en junio de 1620, donde permaneció alrededor de tres semanas —momento exacto del retrato-, mientras esperaba embarcarse hacia Filipinas, donde no llegaría hasta agosto de 1621.

Por último, se observa que, aunque la base sea oscura, Velázquez, no pintó un suelo propiamente dicho, pero logró que ni siquiera se nos plantee la existencia o no, del mismo. Como es sabido -sólo hay que pensar el “Las Meninas”-, Velázquez, ya en época tan temprana, sabía “jugar” con una especie de geometría espacial, si vale la expresión.

Diego Velázquez: Madre Jerónima de la Fuente, 1620. 81 x 69.7 cm. O/c. Col. Apeles, Santiago de Chile.

La tercera versión, de medio cuerpo, con el crucifijo en la posición del ejemplar del Museo del Prado, fue dada a conocer por August L. Mayer y se conserva en la Colección Apeles de Chile.

Pudo haber sido adquirida en Madrid o en Sevilla por lord St. Helens, embajador británico en España entre 1791 y 1794. Su autografía ha sido defendida por Zahira Véliz, conservadora de la colección, quien la presentó como la primera versión tomada del natural, dado su menor tamaño, aunque ha sido fuertemente discutida por Enriqueta Harris y Jonathan Brown, para quienes se trataría de una copia poco sutil, y quizá, de mano de Tristán.

La monja aparece en pie, llenando con su presencia un espacio desnudo, sin más notas de color que el matiz de los labios, pero, sobre todo, el rojo del filo de las hojas del breviario cerrado que lleva en la mano izquierda. Viste el hábito marrón de las clarisas apenas diferenciado del fondo, en tonos sombríos, que hacen dirigir la vista al rostro de la monja, de gesto duro, con una mirada escrutadora, que evidencia la fortaleza de carácter de quien, a edad avanzada iba a emprender un viaje a tierras remotas, de las que muy probablemente, no volvería. 

La luz, dirigida con técnica todavía propia del tenebrismo, resalta la dureza y las arrugas de manos y rostro. La visión elevada del suelo parece indicar que Velázquez desconoce el modo de resolver la perspectiva lineal, o que conociéndola ha decidido no usarla. Velázquez muestra ya su aptitud para los detalles, como las arrugas de la toca y la cinta que, sobre esta, sujeta el manto, resuelta con algunos trazos sencillísimos, que terminan antes de alcanzar la hebilla, demostrando que el todavía joven pintor ya había percibido que la captación, en la pintura, no está en la meticulosa imitación de la naturaleza de las cosas, sino en su realidad óptica, es decir, en la percepción de la realidad, más que en la realidad misma.

Tanto la versión del Prado como la de colección han sido estudiadas en el laboratorio del museo, confirmando la atribución de los dos ejemplares. El de colección Araoz muestra una técnica más rápida, con el pincel menos cargado de pintura, pero con pinceladas muy similares al otro. El crucifijo se pintó ya en su actual estado, sin haber sufrido retoques, al contrario que en el óleo del Prado en el que Velázquez hizo ligeros reajustes posicionales en la mano que lo sostiene.

La firma, en el de colección Araoz —que no se indicó en la primera limpieza— se ha demostrado apócrifa, al contrario que la filacteria del Prado, que nunca debió eliminarse, pues se ha probado su existencia desde su creación.

Poco después, Velázquez acudió a la Corte de Madrid, en compañía de su suegro, y con el objetivo de encontrar un patronazgo real, que, en aquella ocasión, no alcanzó, sin embargo, el viaje no fue en vano, pues el artista realizó entonces el retrato de Góngora, que hoy se expone en el Museo de Bellas Artes de Boston, en el que, al igual que la religiosa, el insigne poeta, muestra un ceño tan adusto, que casi parece enfadado. ¿Serían así estos personajes, o el gesto era sólo resultado de la obligada pose? Quizás nos sorprendiéramos mucho más, si uno de los dos, o ambos, mostraran una sonrisa; algo completamente inusual, cuya apariencia, posiblemente, se consideraba que les restaría autoridad.

Velázquez: Retrato de Luis de Góngora y Argote. 1622. BBAA Boston

Jerónima Yáñez de la Fuente. Detalle

Jerónima Yáñez de la Fuente fundó el convento de Santa Clara de la Concepción de Manila, el primer convento femenino en Extremo Oriente.

Nacida en una familia acomodada toledana, formada por el licenciado Pedro García Yáñez y Catalina de la Fuente, el 15 de agosto de 1570 ingresó en el convento de Santa Isabel de los Reyes de Toledo, de monjas clarisas de la primera regla, tomando el nombre de Jerónima de la Asunción. En agosto de 1571, tras el año de noviciado, hizo profesión en el mismo monasterio, del que ya eran monjas profesas dos tías paternas suyas.

Durante cuarenta y ocho años (1571.1619) vivió en el convento, entregada, según sus biógrafos a la oración y la penitencia, y ocupada sucesivamente en tareas de enfermera, encargada del gallinero, sacristana, vicaria de coro, provisora y, finalmente maestra de novicias.

Desde 1598, empezó a gestionar la autorización para fundar en Filipinas, pero tuvo que afrontar innumerables retrasos a causa de los inconvenientes y dificultades que oponía el Consejo de Indias, alegando problemas de hacienda y patrocinio.

Superadas aquellas dificultades, y con la protección de Felipe III, por fin, a los sesenta y cinco años, el 28 de abril de 1620, salió del convento de Toledo, y en el mes de junio se encontraba ya en Sevilla, donde la retrató el joven Velázquez. 

El 5 de julio salía de Cádiz con destino a México, a donde llegó a finales de septiembre. De allí viajó a Acapulco, punto de partida de la travesía hacia las islas Filipinas, donde llegó el 24 de julio de 1621, desembarcando en el puerto de Bolinao. Tras más de quince meses de viaje, el 5 de agosto de 1621 llegaba a Manila en compañía de ocho religiosas franciscanas con las que iba a fundar el convento de Santa Clara. 

Aunque en un primer momento fueron bien recibidas por las autoridades civiles y eclesiásticas, no tardaron en surgir desavenencias, tanto por el alojamiento apalabrado como por el ingreso en el convento de jóvenes casaderas, pues en menos de dos meses, veinte doncellas “sacrificaron su virginidad al Soberano Esposo Jesús”— lo que anulaba las posibilidades de contraer matrimonio a los descendientes de los conquistadores, entre los que escaseaban las mujeres.

Pero, tal vez influyó más, el empeño de sor Jerónima por mantener en todo su rigor la pureza de la regla, por la que las aspirantes debían renunciar a las dotes y a las siervas o criadas en el convento, así como su decisión de que fueran admitidas mestizas o indígenas, porque ambas decisiones, la enfrentaron incluso a los rectores de su propia orden, que en 1623 le retiraron el cargo de abadesa.

A pesar de las múltiples contrariedades, murió con fama de santidad el 22 de octubre de 1630 y su entierro fue motivo de extraordinarias muestras de duelo brindadas por los cabildos eclesiástico y secular.

Sor Jerónima escribió poesía mística, como la Carta de marear en el mar del mundo, en más de sesenta pliegos, dedicada a la Inmaculada Concepción, que conocemos solo por referencias, y su Vida, dictada a sor Ana de Cristo, una de las hermanas que participaron con ella en la fundación. Estas notas fueron parcialmente recogidas en la biografía que le dedicó su confesor, fray Ginés de Quesada, mártir en Japón en 1636, cuyo manuscrito, fechado en 1634, quedó sin publicar hasta 1717 cuando lo hizo fray Agustín de Madrid, procurador general de la causa de beatificación, con el título de Exemplo de todas las virtudes, y vida milagrosa de la venerable madre Gerónima de la Assumpción... 

Antes de terminar el siglo el también Franciscano Bartolomé de Letona le dedicó otra biografía, publicada en Puebla en 1662; Perfecta religiosa, resumida por el padre Domingo Martínez, en siete capítulos de su Compendio histórico de la apostólica provincia de San Gregorio de Philipinas, en 1756.

Santa Isabel de los Reyes, de G. A. Bécquer

Santa Isabel de los Reyes de Toledo, fue fundado en 1477 por la noble María de Toledo, más conocida por el sobrenombre de María la Pobre. Además de otras donaciones, el mismo año, los Reyes Católicos -con los que la monja tenía parentesco-, cedieron unas casas que habían pertenecido a Juana Enríquez, la segunda esposa de Juan II de Aragón, desde 1447, y madre de Fernando el Católico, con la condición de que organizara en ellas un convento consagrado a Santa Isabel de Hungría, con el epíteto “de los Reyes” como reconocimiento de su patronato. 

El proyecto de la que sería fundadora, parece relacionado con un encuentro casual con fray Diego de Soria, dominico y misionero en Filipinas que sería obispo de Nueva Segovia. En 1598 o 1599, fray Diego pasó por Toledo, camino de Roma y visitó el Monasterio de Santa Isabel para saludar a una prima suya clarisa, a la que habló -en presencia de Jerónima-, de la idea de fundar un monasterio en Filipinas. Sor Jerónima se ofreció de inmediato para poner en marcha tal proyecto.

Su creación, solicitada por los españoles residentes en Manila, se vio retrasada ante la negativa del propio Rey y del presidente del Consejo de Indias, a que la madre Jerónima, en quien se delegó el peso de la fundación, saliera de España.

El 27 de agosto de 1612, Pedro de Chaves, maese de campo de Manila, y su esposa Ana de Vera, otorgaron una escritura de donación de tres casas de su propiedad para que se estableciera un convento de clarisas que debía ser fundado precisamente por la madre Jerónima y destinado a recibir a “personas siervas de Dios y hijas de conquistadores que no tienen con qué casarse conforme a su calidad”. En 10 de julio de 1617 se otorgó otra escritura de donación de unas estancias de ganado mayor, para asegurar el sustento de las monjas. A partir de entonces, las dificultades opuestas a la fundación se allanaron y las gestiones de Hernando de los Ríos Coronel, procurador de Manila, obtuvieron las necesarias licencias.

En 5 de julio de 1620 la madre Jerónima embarcó en Cádiz con destino a México, donde llegó a finales del mes de septiembre. En 24 de julio del siguiente año llegaba a Filipinas; al puerto de Bolinao, en la provincia de Pangasinán. Desde allí, haciendo el trayecto por tierra, la fundadora y ocho compañeras cruzaron las actuales provincias de Tarlac, Pampanga y Bulacán, hasta entrar en Manila el 5 de agosto, donde fueron objeto de un recibimiento extraordinario. 


Y allí transcurrieron los últimos nueve años de la vida de la madre Jerónima, consagrados a una fundación que quiso mantener siempre, y a pesar de grandes dificultades, dentro de la primera regla de Santa Clara, aprobada por Inocencio IV en 1253 y muy estricta en cuanto al voto de pobreza.

Manila, fundada por Legazpi cincuenta años atrás, era por entonces, una ciudad con una intensa actividad mercantil, sostenida pese a la amenaza constante de corsarios ingleses y holandeses, de piratas musulmanes, de alzamientos de nativos o sublevaciones de la población china. A esto se sumaban los desastres naturales: tifones y terremotos, peligros que gravitaban sobre la colonia, creando una sensación permanente de amenaza y acoso. Cuando la madre Jerónima llegó a Manila, los españoles eran aproximadamente tres mil, pero muy pronto su número fue descendiendo hasta llegar a cifras alarmantes, al promediar la centuria.

Las primeras dificultades a que tuvo que hacer frente la madre Jerónima tenían su origen en la inexistencia de un edificio adecuado para convento y en la inhibición de su patrocinadora, Ana de Vera, quien parecía haberse desentendido del asunto. En 13 de septiembre de 1621, el Oidor de la Audiencia Jerónimo de Legazpi ordenaba el traslado de las religiosas a la casa de doña Ana, que previamente había desalojado. Aquí se estableció el que fue llamado Monasterio de la Purísima Concepción de monjas descalzas de Santa Clara. El 31 de octubre tomaban el hábito en él las tres primeras jóvenes de la sociedad de Manila; pronto les siguieron otras hasta alcanzar la veintena, menos de dos meses después del establecimiento de este convento.

El deseo de la madre Jerónima era que el monasterio viviera en estricta pobreza sin poseer bienes de ningún tipo y abierto a la profesión de doncellas de todas las razas y condiciones sociales, ya que no se exigiría dote para ingresar en él. Los problemas se presentaron rápidamente: el provisor de la diócesis declaró nula la toma de hábitos de las tres primeras profesas y excomulgó a la madre Jerónima. A esto se añadió la oposición de las clases económicamente más poderosas de las islas que veían con desagrado el ingreso “masivo” de jóvenes de buena posición en el convento, lo que reducía las posibilidades de matrimonios convenientes (habida cuenta de la escasez de mujeres casaderas españolas). Aliados al gobernador, intentaron imponer una limitación al número de novicias, lo que terminarían por conseguir pese a la oposición de la fundadora. Tampoco veían con buenos ojos la admisión de jóvenes mestizas e indias y en este punto, y muy a su pesar, la madre Jerónima hubo de transigir. A estas dificultades se sumaron las derivadas del empeño de vivir en su radicalismo la regla de Santa Clara, renunciando a disfrutar de propiedades, a la exigencia de dotes y a la presencia de esclavas o criadas en el convento. De este modo, el apoyo con el que había contado la fundación en sus inicios, se debilitó y tuvo que hacer frente a la incomprensión, incluso dentro de la propia Orden de San Francisco. 

En 10 de mayo de 1623, la madre Jerónima fue privada de la dirección de la comunidad y relegada al oficio de maestra de novicias. Más tarde recuperaría su condición de abadesa, pero los enfrentamientos con los superiores de la provincia de San Gregorio no finalizaron hasta la llegada a las islas del gobernador Juan Niño de Tavora (1626).

Siempre se mantuvo firme ante cualquier intento de modificar el carisma de la fundación y esta determinación no fue comprendida, tachándola de obstinada. En el momento de su muerte, su desasimiento de todo lo material fue aún más evidente: pidió que hicieran en el suelo una cruz de ceniza y que la pusieran sobre ella y le leyeran las siete palabras que Jesús pronunció en la cruz. 

El 22 de octubre de 1630 su muerte, acaecida a las 4 de la tarde, daba paso a unas multitudinarias honras fúnebres. La fama de su santidad fue aumentada por los milagros atribuidos a su intercesión y en 1633 la ciudad de Manila pedía al Rey que se realizaran las gestiones para su canonización. El intento contó con el apoyo de la Corona, pero diversas causas, entre las que los autores señalan motivos económicos, retrasaron su tramitación.

La biografía de sor Jerónima, escrita por Letona, ofrece numerosos y más que sorprendentes datos, de los cuales, trascribimos algunos, resumiendo y actualizando la ortografía del texto, publicado en México, en 1662 y accesible en línea, gracias a la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.

Con más de sesenta y cinco años de edad y pocas menos enfermedades anduvo por mar y tierras más de cinco mil leguas -más de veinte mil kilómetros-.

Nació Jerónima en Toledo, día de la Traslación de San Jerónimo, a nueve de mayo el año 1555, era rey de las Españas y de las Indias el Emperador Carlos V. 

Sus padres fueron, el Licenciado Pedro García Yáñez, gran jurisconsulto y doña Catalina de la Fuente su mujer, virtuosos ricos y muy nobles, vecinos de la calle de los Letrados, junto a San Marcos.

Habían ya tenido en su matrimonio dos hijas, y su padre deseaba con demasiado extremo, que le naciese un hijo, con que fue muy destemplado el sentimiento y enojo que recibió, cuando nació Jerónima y supo que era hija, y entrándose en la sala donde estaba su mujer, turbado y colérico, dio tan desmedidas voces, que la comadre y criadas se salieron huyendo, arrojando a Jerónima al duro suelo, donde estuvo algunas horas, desamparada de criaturas, y expuesta a las puertas de la divina providencia que la amparó. Porque, entrando en el aposento acaso, su abuela Paterna, viendo a la niña tiritando de frío sobre el duro suelo, y herida en la cabeza, se enterneció sumamente, y la abrigó entre sus brazos, y pronosticó que había de ser la honra de su linaje y muy gran sierva de Dios.

Su padre era tan caritativo, que la mayor parte de su hacienda (que era mucha) la gastaba en limosna de pobres, hospitales y obras pías. Todos los días iba a Misa, y tenía, indispensables, dos horas de oración mental, de rodillas, sin que jamás dejase esta tarea.

Doña Catalina de la Fuente, madre de Jerónima, fue mujer de singular virtud y las tenía todas en heroico grado... cuyo fruto fue la gran Jerónima, que (si así se puede decir), fue hija de su madre, más en el espíritu que en la carne. El cuerpo de esta matrona, después de haber estado muchos años debajo de la tierra, se halló entero e incorrupto.

Tuvo Jerónima tres hermanas, dos mayores que ella, y una menor. María, Mariana y Petronila, todas de raro espíritu y singular virtud. María y Mariana, siendo niñas de menos de siete años, un Viernes Santo, encerrándose juntas en una celda de Santa Isabel la real, se desollaron a azotes, y se dio cada una (según su cuenta) más de cinco mil. Ambas murieron doncellas y después de diecisiete años de enterradas, abriendo acaso la sepultura de Mariana, hallaron su cuerpo entero, con toda su cabellera el rostro hermoso y los ojos vivos, y la sentaban y ponían de pie como si estuviera viva, y casi todo Toledo concurrió a ver esta maravilla. Petronila fue casada. Parecida en todo a sus hermanas y con solo referir sus virtudes, se podía hacer un tratado grande de la perfecta casada.

Dos tías tuvo Gerónima, hermanas de su padre, religiosas de Santa Isabel, llamadas, Francisca de Belén, abadesa, e Inés de Santa Ana, maestra de novicias.

Santa Isabel, Palacio Mudéjar y Templo Gótico. Toledo. Mantiene la estructura mudéjar de los siglos XIV y XV.

Desde esta [temprana] edad empezó Jerónima a darse a la oración, a los ayunos... a darse con un canto en los pechos hasta sacar sangre, como su patrón San Jerónimo, ...también comenzó desde la edad de cuatro a cinco años, a frecuentar los Sacramentos.

Acabada de destetar solía de ordinario llorar diciendo que no quería se niña por poder ser Sacerdote, y disponerse para decir Misa cada día.

La primera vocación que Jerónima tuvo de ser Religiosa, fue en el año de 1559, siendo de cuatro años, siendo de cuatro años, por haber leído la vida de Nuestra Madre Santa Clara.

Después tuvo otra vocación el año de 1569, en que la gran M. S. Teresa fundó su Monasterio en Toledo, donde deseó sumamente ser su discípula.

Amábanla sus padres en extremo, y por no privarse de su presencia no daban oídos a las repetidas ansias con que les decía que deseaba dejar el mundo.

Pero el Señor, que eficaz y suavemente dispone los medios para sus altísimos fines dio a Jerónima una peligrosa enfermedad en que llegó a estar desahuciada de todos los médicos de Toledo. Pareciole buena ocasión esta para lograr sus deseos, y dijo a sus padres que, pues ya la veían que se moría, prometiesen a Dios de entrarla religiosa, luego prometieron de hacer lo que su hija les pedía, y desde ese punto empezó a mejorar.

Convaleció, pero de la enfermedad quedó ciega, e hizo voto a la Virgen de la Estrella y a Santa Lucía, de llevarles a cada una unos ojos de plata, si la vista se le restituyese, y luego empezó a ver algo y dentro de pocos días, veía perfectamente. Dio prisa a sus padres, para que la llevase a Santa Isabel, y que esto había de ser el día de la Asunción de la Virgen.

El insigne y religiosísimo y Real Monasterio de Santa Isabel de Toledo de la Orden de N.M.S. Clara se fundó a expensas de la Reina Católica doña Isabel, en 1477.

A quince de Agosto, jueves, día muy señalado y muy solemne de la Asunción de la Virgen, del año 1570, a hora de Vísperas entró en este Monasterio Real Doña Jerónima Yáñez de la Fuente, donde luego recibió el hábito de nuestra M.S. Clara, llamándose Jerónima de la Asunción. Cuando entró por la puerta reglar, se dijo a sí misma: ... Toda tu vida has de ser tan obediente, como aquel monje, que no acabó la O, cuando le llamó el Prelado.

A su grande espíritu le pareció poca aspereza la de la Religión, y así, tuvo una tentacioncilla de pasar a otra.

Llegóse el día de la Profesión, que fue el 17 de Agosto del año 1571. 

De tal suerte encarceló su lengua, que si no era preguntada y en cosa forzosa, no respondía, y si podía responder por señas, excusaba las palabras. Para no descuidarse en esta virtud, solía traer unas piedrecillas menudas en la boca, y aconsejaba a otras las llevaran, diciendo que, para saber bien hablar, era necesario saber bien callar. Y si se descuidaba en hablar alguna palabra no necesaria, se ponía una mordaza.

De su Viaje a Filipinas.

El agente principal de los deseos de la Madre Jerónima, fue el Padre Fray José de Santa María, el cual sacó todas las Cédulas reales necesarias para el viaje y para la fundación.

Notificó en forma al Real Convento de Santa Isabel, y a su prelada Doña Estefanía Manrique y a la M. Jerónima el día alegre y celebérrimo el Domingo de Resurrección de 1620. Leyéronse en Comunidad las Patentes con muchos llantos, desmedidas voces, sollozos y lágrimas de todas las religiosas que sentían con extremo perder la santa y admirable compañía de la madre Jerónima. La ciudad de Toledo, con todas sus Religiones y Comunidades hizo los mismos sentimientos. Eran increíbles los clamores de innumerables pobres, a quien solía socorrer Jerónima, que hundían a llantos la portería de Santa Isabel. Era grandísimo el concurso de los Señores y Señoras de títulos y de otros grandes personajes de Toledo que hubo en Santa Isabel nueve días continuos, que se dilató la salida de la M. Jerónima.

De Sevilla a México

A veintidós de Junio salieron de Sevilla. A cinco de Julio se embarcaron en la flota y el día de S. Clara llegaron a la Isla de Guadalupe. Por Septiembre llegaron a Veracruz y de allí al tercer día salieron para México, a donde llegaron a fines de Septiembre y fueron recibidas por los Virreyes y fueron llevadas al Monasterio de S. Clara, donde estuvieron hasta la Cuaresma del año siguiente, de 1621. El Miércoles de Ceniza de 1621 hicieron su viaje al Puerto de Acapulco, donde estuvieron diez días.


En este puerto, el más célebre del mar del sur, se embarcaron a primero de Abril de este año, el mismo día en que el gran Monarca Philipo IIII, empezó a gobernar su dilatada monarquía.

A veinticuatro de Julio llegaron a Filipinas y desembarcaron en el puerto de Bolinao, de donde, por tierra, hicieron su viaje a Manila. Con que, a cinco de Agosto, desembarcaron en Manila en la Puerta de los Almacenes, habiendo gastado en todo su viaje desde Toledo a Manila, un año, tres meses y nueve días.

Víspera de Todos Santos recibieron el hábito tres novicias, todas doncellas principales y El año 1652 habían ya profesado ochenta en Manila y otras tantas en Macan.

El primero y más principal fundamento que la Madre Jerónima echó en el edificio de esta fundación, fue el que la santa pobreza, que ordena la primera Regla, que profesó, y no admite rentas. Por lo cual, devolvió a la Patrona una hacienda grande que en sus escrituras de patronazgo había hecho donación a las monjas, y asentó que las novicias se recibiesen sin dotes y que en la clausura no hubiese criada alguna, sino que las Monjas, por semanas hiciesen todo lo necesario al servicio de la Comunidad. Y sobre estos puntos padeció increíbles trabajos, ocasiones del dictamen humanamente prudente de un Provincial recién electo, que quería que hubiese rentas, dotes, y criadas.

No se acabó de sosegar tan presto el artículo de la pobreza total, que la M. Jerónima deseaba y pretendía entablar en su fundación, que con razones de humana prudencia, fortísimamente se la contradecían, diciéndola que sería bien que las monjas entrasen con dotes.

Pero la valentísima Jerónima, con una entereza y fortaleza más que humana, se opuso a todo, resistiendo a sus contrarios e insistiendo en que se había de guardar con toda puntualidad la primera Regla de N.M.S. Clara.

Replicóle uno, diciendo que los Prelados que habían aceptado aquellas limosnas perpetuas eran muy santos.  

-Yo no lo dudo, -respondió Jerónima-, pero yo no vine solo a imitar a los Santos de Manila, sino a nuestro P.S. Francisco, y a nuestra M. Santa Clara, que son santos de Asís, con ellos me entiendo, y lo que ellos no hicieron, no he de hacer yo, y sobre el caso iré a Roma, a pedir justicia al Papa.

Jerónima solía decir que no quisiera haber hecho el convento en Manila, sino en una peña en medio del mar, donde fiaba de la providencia divina, que la acudiría con todo lo necesario.

Otra persecución más grande de la Ciudad padeció la M. Jerónima en esta su fundación, diciéndola que no recibiese a la Religión a las doncellas más principales, más hermosas y nobles (como las que iba recibiendo) porque no quedarían mujeres de calidad, con quien casarse los hombres de porte.

El Provisor del Arzobispado, con pretexto de un decreto del Concilio Tridentino, notificó una excomunión a la M. Jerónima, la cual volvió las espaldas al empezar la notificación, con que el provisor dejó fijada la excomunión en las mismas puertas del Convento.

Por otra parte, se consideraba muy encerrada en una muy estrecha clausura, y que era recién venida de Castilla a tierras tan remotas, donde no hallaba criatura alguna a quien volver los ojos.

Después de esta se le siguió otra persecución harto terrible, porque decían que hacía mal en recibir a la Religión, mujeres que no fuesen nobles, por ser (decían) cosa de menos valer, donde había mujeres tan principales, se recibiesen otras no tan nobles. 

También padeció algo sobre si habían de profesar sus novicias de diez y ocho o diez y seis años de edad. En todas estas borrascas y tormentas estaba sosegada la nave del corazón de Jerónima.

Pareciole al Provincial, que para sus intentos era bueno quitar su oficio de Abadesa a la M. Jerónima, con pretexto de un decreto Apostólico, que ordena que el oficio de Abadesa dure solo tres años, y haberlos desde que la M. Jerónima, salió de Toledo, haciendo este oficio.

Por su defensa tan justificada padeció otros baldones, tratándola de ambiciosa y desobediente, nombres indignísimos para una mujer, que con plena deliberación (a lo que parece) jamás pecó.

En fín a diez de mayo del año 1623, nombró el Provincial por abadesa a la M. Leonor de San Francisco, Novicia que había sido en Toledo, de la M. Jerónima y que era muy hija de su espíritu, con que conservó religiosamente todo lo que había establecido su maestra. Y a la Madre Jerónima hizo Maestra de Novicias, y lo fue santísimamente tres años después de los cuales le fue restituido el oficio de Abadesa y le tuvo mientras vivió.

Rogáronla una vez sus hijas que diese algún sueño y descanso a su fatigado cuerpo, que le traía muy aperreado. A que respondió: “Tanto pierdes de vivir, cuanto te echas a dormir”.

A lo último de su vida pidieron una vez sus hijas que no las privase del consuelo de oírla. A que respondió: “Es mejor hablar con Dios que hablar de Dios”. Y diciendo y haciendo puso el dedo en la boca.

Nos dejó escrito de su mano un libro de más de sesenta pliegos, intitulado: “Carta de Marear en el mar del mundo” (al modo que santa Teresa escribió el “Camino de Perfección”).

Toda la vida de Jerónima fue una continua preparación para una buena muerte. Aunque los últimos treinta años de su vida, vivió continuamente enferma, a los principios de septiembre de 1630 se le agravaron todos sus achaques extraordinariamente, y conoció que se le iba acabando la vida a toda prisa, con que era incomparable el gozo que sentía en su alma, porque desde el mar de esta vida, miraba ya cerca del puerto del Cielo, y aunque sus hijas rogaban que no las dejase, respondió: “Dios no necesita para sus obras de criatura tan ruin como yo... yo no deseo vivir ni morir...”

A veinte de Octubre, que fue Domingo, a las tres de la tarde bajó a la portería a aguardar al Provincial, que había de entrar a tener Capítulo, y estando allí, alzó los ojos al Cielo y dijo: “Señor, ya es hora; vamos ya, Señor”. Y se quedó suspensa. Después del Capítulo, se sintió tan fatigada que hubieron de ayudarla a subir al Dormitorio. Se acostó en su camilla, que era una pobre tarima cubierta con una esterilla vieja, y su almohada un madero, que fue su cama toda su vida.

Pasó toda la noche en gravísimos dolores, pero en muy regalaos coloquios con su Esposo y con sus hijas.

El lunes veintiuno de Octubre bajó a comulgar en ajenos brazos y dijo a quien la llevaba, que aquella sería la última vez. 

Cuando la llevaron a su pobre lecho dijo. “Ya es llegada mi hora”. Toda la noche pasó en divinos y amorosos coloquios, y a las tres de la mañana, pidió con mucha instancia que trajesen ceniza, y en el suelo hiciesen con ella una cruz y que la pusiesen sobre ella.

Entregó su alma a las cuatro de la mañana, a 22 de Octubre del año 1630, siendo de edad de setenta y cinco años, cinco meses y trece días.

Quedó su rostro gracioso y hermoso, y su cuerpo tan compuesto, que excusó a sus hijas del trabajo de componerle.

Por toda la Ciudad de Manila se divulgó luego la dichosa muerte, en todas sus calles, plazas y barrios, no se oía otra cosa, sino “Ya murió la Santa”.

Todo aquel día fue tan grande el concurso de la gente que hubo en la iglesia, que otro tal fin no se había visto en Manila, y aunque se pusieron dos guardias, no fueron bastante a impedir a la multitud venerar el cuerpo y besar sus pies y quitarle reliquias.

Sacáronse allí algunos retratos suyos, que después se repartieron, no solo en Manila, sino también en México y en La Puebla; y uno de ellos está en la suntuosa Iglesia de N.M. Santa Clara de la Puebla de los Ángeles.

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Firma de Sor Jerónima en una carta dirigida a Felipe IV en 1623. Archivo de Indias, Sevilla (Fuente: H.Glez. Zymla, UCM).

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