sábado, 30 de julio de 2022

El final de los MEDICI en el origen de la Galería de los UFFIZI -I-

El legado de Ana María Luisa de Médici  -II-● Visita a la Galería de los Uffizi -III y IV-.

Anna María Luisa de' Medici [y Orleans], 1667-1743. Creadora de la Galería de Arte en los Uffizi. Obra de Antonio Franchi (1638–1709). Palacio Pitti. Florencia. 

La saga de los Médici, tuvo que afrontar su extinción, cuando sus dos últimos representantes varones, Ferdinando y Gian Gastone, hijos de Gastón III y Margarita Luisa de Orleans, murieron sin descendencia. Su hermana, Ana María Luisa, se convirtió así en la única representante de la dinastía, siendo la que “salvó” el patrimonio artístico familiar.

Gracias a su testamento, las obras de Arte hoy conservadas en Los Uffizi, no salieron de Florencia con destino a Austria. De acuerdo con el mismo, la Casa de Lorena no podría "levare fuori della Capitale e dello Stato del GranDucato... Gallerie, Quadri, Statue, Biblioteche, Gioje ed altre cose preziose... della successione del Serenissimo GranDuca, affinché esse rimanessero per ornamento dello Stato, per utilità del Pubblico e per attirare la curiosità dei Forestieri".

..."sacar de la Capital y del Estado del Gran Ducado... Galerías, Pinturas, Estatuas, Bibliotecas, Joyas y otras cosas preciosas... de la sucesión del Serenísimo Gran Duque, a fin de que permanezcan como ornamento del Estado, para utilidad Pública y para atraer la curiosidad de los Extranjeros”.

Giovanni Signorini, Vista de Florencia con el río Arno desde el Ponte Vecchio hacia el Ponte alle Grazie, ca.1850 

Panorámica de Florencia. En el centro, Santa María del Fiore.

Ciertamente, Florencia es un paraíso del arte, en el que se originó, en la segunda mitad del siglo XIV, el Renacimiento, y es, a la vez, cuna mundial de la arquitectura, características que la convierten en una de las ciudades más bellas del mundo, en la que dar un paseo, supone un inmenso e intenso atractivo de carácter artístico, en cuyo transcurso, desfilan ante nuestra mirada:

Santa María del Fiore,

el Ponte Vecchio,

la Basílica de Santa Cruz,

el Palazzo Vecchio

y museos como los Uffizi, el Bargello o la Galería de la Academia, que acoge al David de Miguel Ángel.

Nos centramos hoy en la Galería de los Uffizi, cuyo contenido, la Historia del Arte y Florencia, deben, sin duda, a Ana María Luisa de Médici.

Lungarno degli Archibusieri

Ana María Luisa de Médici. Florencia, 11.8.1667-18.2.1743 (75 a.). Fue la última representante o vástago, de la familia de los Médici. Hija del Gran Duque de Toscana, Cosme III de Médici, y de la princesa Margarita Luisa de Orleans, vivió la infancia en un turbulento entorno familiar, entre las disputas de sus padres y las desordenadas vidas de sus dos hermanos.

Su padre: Cosme III de Médici

Cosme III de Médici, VI gran duque de Toscana

Florencia, 14.8.1642 – Íd. 31,10.1723. Fue el Sexto Gran Duque de Toscana, desde 1670.

Hijo de Fernando II de Médici y de Victoria della Rovere. Su padre, que era un gran aficionado a la ciencia y la literatura, soñaba con dar a su heredero una educación laica y científica, pero se impusieron los principios de su esposa, mujer beata en exceso, de acuerdo con la cual, el hijo recibió una educación religiosa exclusiva y excluyente, que, al final, resultó desastrosa para el joven príncipe y consecuentemente para el estado. Cosme desarrolló, de hecho, un carácter estrechamente beato. Siempre rechazó los pasatiempos y diversiones habituales entre los jóvenes aristócratas, dedicándose solo a las prácticas devocionales, las peregrinaciones y el canto religioso. No obstante, no se cerró del todo a los intereses científicos, que caracterizaron a toda la rama gran ducal de los Médici, pues llegó a interesarse por las ciencias naturales, botánica y zoología, lo que le llevó a patrocinar al gran médico, investigador y poeta Francesco Redi y, en sus villas de las afueras de la ciudad, reunió ejemplares de especies botánicas y animales provenientes de tierras lejanas, aunque sorprendentemente, solo prestando atención a las aberraciones y lo grotesco, lo que le llevó a reunir colecciones de plantas y animales deformes, una parte de las cuales, se encuentra hoy en el Museo Nacional de Antropología y Etnología de Florencia, aunque también quedan trazas pictóricas o arquitectónicas de sus colecciones en las villas mediceas de la Topaia y dell'Ambrogiana.

Francesco Redi. 1626-1697, uno de los más influyentes biólogos de todos los tiempos y “padre” de la Parasitología. Obra de Jacob Ferdinand Voet.- Estatua en los Uffizi y retrato por Pier Dandini, en 1695

A pesar del tiempo transcurrido, es imperativo reconocer las aportaciones científicas realizadas por este insigne investigador, que nació en Arezzo, en 1626, y murió en Pisa, en 1697. Fue médico, naturalista, fisiólogo, y poeta. Redi demostró, entre otras cosas, que los insectos no nacían por generación espontánea, como se daba por supuesto, e investigó sobre el veneno de las víboras, sobre las cuales escribió, Observaciones en torno a las víboras (1664).

Era hijo de un médico de la corte de los Médici, y estudió con los jesuitas en su ciudad natal. En 1647 se tituló en Medicina por la Universidad de Pisa. En 1649 empezó a hacer experimentos con diversos animales, y demostró que la teoría imperante sobre la generación espontánea era errónea. En 1664 explicó cómo el veneno de serpiente estaba relacionado con su mordedura, una idea también opuesta a la creencia establecida, dando origen a la toxicología experimental.

Desde 1654, fue el primer médico de los grandes duques de Toscana Fernando II y Cósimo II, lo que no le impidió convertirse en un buen poeta, y desde 1665, en catedrático de lengua toscana en la Academia Florentina. Entre sus más célebres poesías se encuentra "Verde y gris", famosa desde entonces.

La muerte de Patroclo, de Antoine-Jean Gros

Por otra parte, Redi, que era muy aficionado a la literatura clásica, y un atento lector de Homero, dijo que había iniciado los experimentos que culminaron en su obra, después de leer el Canto XIX de la Ilíada, cuando Thetis, la madre de Aquiles, cubre el cadáver de Patroclo -amigo más querido, de su hijo-, para protegerlo de los gusanos y las moscas que “corrompen los cuerpos de los hombres muertos en batalla”. 

Tetis halla a su hijo Aquiles reclinado sobre el cuerpo de Patroclo, al llevarle las armas fabricadas por Vulcano. La Ilíada (1908) de Homero, ilustración de Flaxman, A. J. Church. Canto XIX.

– Ciertamente, madre, un dios te ha dado estas armas, que no pueden ser obra, sino de inmortales, pues un hombre no podría hacerlas. Me armaré de inmediato. Pero temo que las moscas entren por las heridas del valiente hijo de Menetio, y engendren gusanos, que, profanando este cuerpo en el que la vida se ha extinguido, corrompan todo el cadáver. 

Y la diosa Tetis, la de los pies de plata, le contestó:

-Hijo mío, que esas inquietudes no se apoderen de tu espíritu. Yo misma alejaré esos impuros enjambres de moscas que devoran a los guerreros muertos en combate. Aunque este cadáver permanezca aquí un año, estará limpio e incluso más fresco. Tú, convoca a los héroes aqueos al Ágora y, renunciando a tu cólera contra el príncipe de los pueblos, Agamenón, apresúrate a armarte y recupera tu ánimo. 

Y habiendo hablado así, le infundió vigor y audacia. Después, puso en la nariz de Patroclo, ambrosía y néctar rojo, para que el cuerpo fuera incorruptible.

Redi se preguntó, ¿por qué cubrir el cuerpo si, según Aristóteles, los gusanos y las moscas pueden surgir espontáneamente de la carne en descomposición?

Para despejar la duda, Redi llevó a cabo varios experimentos, los primeros rigurosamente controlados, en la historia de la Biología, con diversas sustancias orgánicas, y concluyó que ni las plantas ni la carne se descomponen si están aisladas de moscas y mosquitos y que, por lo tanto, no generan insectos, sino que proveen un nido para su gestación a partir de huevos u otras simientes. Aunque la idea de la generación espontánea revivió con el descubrimiento de los microorganismos, fue descartada por completo más tarde, por Lazzaro Spallanzani y Luis Pasteur; el trabajo de Redi fue así un brillante descubrimiento científico, inspirado en una obra literaria. (Extr. de: A. Fdez. Mayo).

En 1658 el Gran Duque Fernando II empezó a sondear en las cortes europeas, en busca de una esposa para su hijo Cosme; esperando que el matrimonio suavizara su extremada devoción. Al final, el cardenal Mazarino, que deseaba el apoyo de los Medici para obtener su soñada tiara papal, y Piero Bonsi, un fraile toscano residente en París, eligieron a Margarita Luisa de Orleans, prima del rey de Francia, Luis XIV. 

Su madre: Margarita Luisa de Orleans

Marguerite Louise d'Orléans, Gran Duquesa de Toscana (1645-1721). Palacio de Versalles

El enlace, celebrado en 1661, fue oficiado por el fraile Bonsi, nombrado obispo de Béziers y después cardenal, como recompensa por su colaboración, pero el matrimonio fue un completo fracaso, tanto para Mazarino, que murió aquel mismo año-, como para los contrayentes. No era, de hecho, posible, esperar un buen resultado de la unión entre el beato y misógino Cosme y Margarita Luisa, mujer culta, graciosa, de carácter alegre y acostumbrada al entorno festivo de la corte francesa.

Así pues, se produjeron continuas separaciones de los cónyuges; por una parte, la princesa se retiraba a las villas mediceas de Poggio a Caiano y de Lappeggi, y, por otra, Cosme recorría Europa. No obstante, debió haber breves períodos de reconciliación, porque, finalmente, tuvieron tres hijos: Fernando, en 1663; Ana María Luisa, en 1667, y Juan Gastón, en 1671.

Para evitar los continuos enfrentamientos de la pareja, el Gran Duque Fernando II había aconsejado a Cosme que realizara un largo recorrido por las Cortes europeas, en cuyo transcurso conoció a Rembrandt, a Cristina de Suecia, al rey de España, Carlos II, y visitó las universidades de Oxford y Cambridge, donde le rindieron honores por la protección que su padre había dado a Galileo Galilei. También conoció a Carlos II de Inglaterra y a Samuel Pepys, -colaborador real y autor de un famoso “Diario” que se hizo histórico-; Pepys era considerado "un hombre muy alegre y fascinante”.

Carlos II de España y Carlos II de Inglaterra

Pepys. Su “Imprimatur” en la Mathematica de Newton. NPG.

Por fin, en el viaje de vuelta, visitó a Luis XIV, a su suegra Margherita de Lorena y a su cuñada Elisabetta d'Orléans, que escribió sobre él: "Hablaba muy bien de cualquier tema y estaba familiarizado con la forma de vida de todas las cortes de Europa: en Francia nunca se equivocaba ...me convenció de que estaba equivocada con él ".

Louis XIV, Margarita de Lorena, suegra de Cosme III y Elisabetta d'Orléans, su cuñada.

Después de esta larga temporada de viajes de presentación, el joven Cósimo volvió a Florencia el 1 de noviembre de 1669.


Ferdinando II, padre de Cosme, murió de un derrame cerebral el 23 de mayo de 1670, lo que provocó una amarga lucha entre su esposa, la Gran Duquesa, Margherita Luisa, y su madre, la Gran Duquesa viuda, Vittoria Della Rovere, por la asunción del poder. Cosme, muy fiel a su madre, resolvió la disputa otorgándole toda clase de prerrogativas, en perjuicio de su esposa.

Ferdinando II de' Medici, Gran Duque de Toscana, padre de Cosme III, y Vittoria Della Rovere, la madre. Justus Sustermans

En los primeros años, Cosme III gobernó con atención, promoviendo, por ejemplo, una política de limitación de gastos para evitar la bancarrota, o permitiendo a sus súbditos solicitar un arbitraje en sus disputas, además de su intento de reforma de la administración pública en el Gran Ducado y la restauración del poder judicial.

Sin embargo, su interés por el buen orden, no le duró mucho a Cosme III, y tardó poco en volver a sus prácticas devocionales, dejando sus responsabilidades de estado, en manos de su madre y de un consejo privado.

Como era de esperar, las relaciones entre Vittoria Della Rovere y Margarita Luisa empeoraron, pues Margarita, además de estar alejada de toda influencia política, llevaba muy mal que su suegra se entrometiera en la educación de su hijo, el príncipe Fernando. 

A pesar de esto, tuvo que haber algunas reconciliaciones, puesto que en el primer aniversario de la muerte de Ferdinando II, Margarita dio a luz a su hijo Gian Gastone.

Pese a ello, la paz matrimonial nunca llegó a ser estable, y no hizo falta mucho tiempo, para que las continuas intromisiones de Vittoria Della Rovere, terminaran con la paciencia de Margherita Luisa, que, en enero de 1672, informó a Luis XIV de que estaba enferma. Este le envió a Alliot le Vieux, el médico personal de su madre, Ana de Austria, pero este, debidamente aleccionado sobre el hecho de que debía evitar la separación, rechazó el deseo de Margherita Luisa de volver a Francia, con el objeto de recibir tratamiento, aunque convenció a Cosme III, para que permitiera que su esposa se trasladara a la villa de Pratolino temporalmente.

Cosme aceptó durante un año, transcurrido el cual, ordenó a su esposa que volviera a Florencia, pero ella se negó rotundamente, y logró que se le permitiera residir en la villa de Poggio a Caiano, aunque Cosme, no solo le impuso la presencia de una escolta permanente de cuatro soldados, sino que, además, ordenó cerrar puertas y ventanas para evitar una posible huida.

El 26 de diciembre de 1674, fracasado todo intento de conciliación, Cosme III aceptó el deseo de su esposa de trasladarse al convento de Montmartre, en París, otorgándole la dignidad de alteza y una pensión de 80.000 libras. Así, la Gran Duquesa, casi desconocida por todos, puesto que nunca se le permitió desarrollar un papel público, abandonaba la Toscana en junio de 1675. 

La reacción de Cosme a partir de entonces, fue entregarse a la comida, de forma obsesiva y desaforada.

“Quería que pesaran sus capones engordados, en la mesa, y si un par de ellos no alcanzaban las veinte libras normales, se lo tomaba como si le hubieran infligido una afrenta personal. Sus dulces exóticos eran bañados con licores y enfriados con nieve. Con este régimen, pronto engordó desproporcionadamente y, en consecuencia, enfermó. Para perder peso, le aconsejaron medicamentos que lo pusieron en peor estado, y, además, sus piernas cedían bajo su volumen ".

Con respecto a su glotonería, una leyenda dice que el tiramisú fue creado por algunos pasteleros de Siena con motivo de una visita de Cosme III a su ciudad.

Y así fue como, desde 1675, Margarita Luisa residió en Francia, donde pasaría 46 años, hasta su muerte, en 1721. 

La siguiente etapa de gobierno de Cosme III se caracterizó, de nuevo por tan extremada y excluyente religiosidad, que llevó a la Toscana al borde de la ruina. Entre sus principales iniciativas, consta que ordenó, por ejemplo, retirar de la Iglesia de San Giovannino degli Scolopi la espada y el yelmo de Guglielmino Ubertini, el obispo guerrero de la diócesis de Arezzo, muerto en la batalla de Campaldino, en 1289 -que se encontraban allí desde la batalla-, porque no le parecía apropiado recordar a un obispo dedicado a las armas. También mandó retirar del altar de la catedral de Florencia la escultura de Baccio Bandinelli que representa a Adán y Eva desnudos, porque la consideraba indecente.

Adán y Eva, de Bandinelli. Hoy en el Bargello. Florencia.

En la ciudad de Florencia, que entonces tenía cerca de 72.000 habitantes, más de 10.000 de ellos, eran religiosos, y detentaban gran parte de los cargos públicos.

El gran duque emitió también edictos contra los judíos -que hasta ese momento habían gozado en Toscana y especialmente en Livorno, de una gran tolerancia- prohibiendo cualquier contrato entre católicos y hebreos y ejerciendo presiones para inducir a estos últimos, al bautismo. 

Frente a su piedad, contrastaban sus exorbitantes gastos, financiados con los pesados tributos que gravaban al pueblo -de los que, no obstante, los religiosos estaban exentos-, y el exceso de fasto de la corte con el que se proponía aparentar grandeza frente a los visitantes extranjeros; como ocurrió con ocasión de las memorables y costosísimas celebraciones, organizadas en 1709, en honor del rey de Dinamarca, Federico IV, a su vez, protagonista de una escandalosa vida privada, que nunca le fue reprochada, dada su incondicional protección del clero.

Federico IV, rey de Dinamarca. 

Por otra parte, Cosme III había tenido siempre la ambición de transformar el gran ducado en reino, lo que propició que la mayor parte de los ingresos se agotaran en gastos de representación. La correspondencia de Cosme III con sus embajadores en Madrid, París, Viena y Londres, aparece centrada en su ambición por obtener el llamado "tratamiento regio", que consistía, exclusivamente, en el hecho de que él, ante otros reyes, no tuviera que descubrirse, es decir, quitarse el sombrero.

Tal fue la razón de su contrariedad, cuando a finales del 1600, Víctor Amadeo II de Saboya, que era solo duque, obtuvo aquel derecho. Cosme III sufrió una pataleta e inundó las cortes europeas con cartas de protesta en las cuales afirmaba que, en la jerarquía italiana, el Gran Ducado de Toscana, siempre había estado por delante del Ducado de Saboya. No mucho después, para él, fue como haber vencido en una guerra, cuando desde Viena, se le autorizó a usar la corona real y recibir el tratamiento de "alteza real", a pesar de lo cual, aun tuvo que afrontar varios incidentes diplomáticos con los estados que le negaban este tratamiento. Por otra parte, no dejó de gastar grandes cantidades hasta que obtuvo del papa el título honorífico de "Canonico del Laterano".

Poco después, ya sin la presencia de su esposa, la atención del Gran Duque se centró contra la comunidad judía de Toscana, particularmente grande en Livorno: a pesar de los indudables servicios que los judíos habían aportado a la economía granducal, Cosme III promulgó leyes muy restrictivas contra ellos, con implementación de multas y torturas.

Finalmente, para castigar los delitos que él calificaba, contra la moral pública, creó la denominada Oficina de Decoro Público, un tribunal especial con el poder de imponer sanciones a hombres y mujeres, que iban, desde la flagelación, en casos menos graves, hasta el encarcelamiento de los transgresores no arrepentidos, o la entrada obligatoria en un convento.

Es un hecho, que la hipocondría, unida a la irracional piedad del Gran Duque, le hizo superar sus propios límites, aumentando la influencia del clero mediante el fortalecimiento de los poderes y competencias de los tribunales religiosos, además de que los jesuitas monopolizaron brevemente el sistema educativo. Toda vida cívica, de hecho, "se redujo a una monstruosa parodia de la vida monástica: una vida comunitaria en la que la libertad de acción, pensamiento, opiniones, afectos, hábitos estaba prohibida o regulada por edictos y métodos curiosos".

En 1678 se planteó la sucesión del ducado de Lorena, del que procedía su esposa, y cuyo duque, Carlos V no tenía descendientes. Cosme III aprovechó la oportunidad para afirmar los derechos de sus hijos, derivándolos del hecho de que Margherita Luisa era hija de una princesa de Lorena, que había delegado sus expectativas en el hijo mayor, Ferdinando. Cosme, entonces, trató de patrocinar el reconocimiento internacional de su hijo, pero no obtuvo ningún resultado ya que el emperador Leopoldo I, por temor a que el ducado pudiera quedar sometido a la influencia francesa, se opuso a la sucesión de Fernando. Al año siguiente, Carlos V, ya casado, tuvo un hijo varón, Leopoldo de Lorena, y el asunto quedó zanjado.

Leopoldo I de Lorena

Aunque Margherita Luisa vivía en Francia, su comportamiento seguía siendo una de las principales preocupaciones de su esposo, a quien hacía constantes peticiones de dinero. En enero de 1680, la abadesa de Montmartre le pidió a Cosme III que financiara la construcción de un tanque de agua. Al parecer, la idea procedía del hecho de que Margherita Luisa, solía tener, junto al fuego, una cesta para su perro, que un día se prendió, provocando un incendio. Al parecer, en lugar de llamar a las monjas para extinguirlo, las instó a que se pusieran a salvo. Siendo el hecho, en sí mismo de poca importancia, se hizo más grave, cuando salió a colación el recuerdo de que, al parecer, en alguna ocasión, Margherita Luisa habría expresado su deseo de que ardiera el convento.

Para colmo, en el verano del mismo año, Cosme III recibió la noticia de que la Gran Duquesa había sido vista bañándose desnuda en un río. Enfurecido, Cosme se dirigió a Luis XIV, quien se negó a intervenir y le escribió al gran duque diciéndole que ya no tenía derecho a interferir en la conducta de su esposa, ya que había consentido en que se retirara a Francia. Después de leer la carta, Cosme se sintió enfermo, y sólo la intervención de su médico personal, Francesco Redi, que estrictamente le prohibió, incluso, interesarse por la vida de Marguerite Louise, le permitió recuperarse.

En 1684, el emperador Leopoldo solicitó la participación del Gran Ducado de Toscana en la guerra contra los turcos, obteniendo, después de algunas dudas, una respuesta positiva que resultó en la entrada del Gran Ducado en la Liga Santa y en grandes envíos de municiones y suministros. Aunque la victoria en el asedio supuso un tanto a favor del gran duque, este seguía considerando peor la influencia de los judíos y escribió: "muchos escándalos y disturbios continúan ocurriendo en el asunto de las relaciones carnales entre judíos y mujeres cristianas, ya que permiten que sus hijos sean amamantados por amas cristianas". Cosme impuso que esta práctica solo fuera posible con una autorización específica presentada al gobierno y decidió aumentar el número de ejecuciones públicas hasta seis por día.

Los últimos años del siglo XVII vieron el encadenamiento de negociaciones frenéticas entre Cosme III y los diversos tribunales europeos para organizar bodas políticamente ventajosas para fortalecer el prestigio de la familia.

En primer lugar, negoció un pacto cuyas cláusulas establecían que Ferdinando e Isabella Luisa vivirían en Lisboa; de este modo, si Pedro II de Portugal no dejara herederos, Isabel le sucedería, con Fernando como rey consorte, después de renunciar a las reclamaciones sobre el Gran Ducado de Toscana. Finalmente, si Cosme, Gian Gastone y Francesco Maria murieran sin dejar herederos varones, Toscana quedaría en unión dinástica con Portugal.

Sin embargo, Fernando, con el pleno apoyo de su tío abuelo Luis XIV, rechazó el plan. Cosme III recurrió entonces a Violante Beatriz de Baviera para fortalecer los lazos con Francia, de la cual Baviera era un fiel aliado. La negociación fue compleja porque Ferdinando Maria di Baviera, padre de la novia, había perdido muchos fondos en una inversión fallida que le aconsejó el Gran Duque Ferdinando II, el padre de Cosme III, que, en consecuencia, para compensar el daño, se vio obligado a aceptar una dote miserable.

El siglo XVII no terminó con buenas perspectivas para el Gran Duque, porque no tenía nietos. Francia y España no reconocieron su título de alteza real y el Duque de Lorena se declaró rey de Jerusalén sin ninguna oposición. En mayo de 1700, Cosme III peregrinó a Roma y el Papa Inocencio XII, después de mucha insistencia, le otorgó el título, puramente honorario, de Canónigo de San Giovanni in Laterano. Muy contento, Cosme salió de Roma llevando un fragmento de las entrañas de San Francisco Javier.

El 1 de noviembre de 1700, la muerte sin herederos de Carlos II de España dio lugar a la Guerra de Sucesión, que involucró a todas las potencias europeas divididas en dos grandes coaliciones, una dirigida por Francia y la otra por Austria. Toscana se declaró neutral, y Cosme, al creer la victoria francesa más probable, reconoció a Felipe, duque de Anjou, como rey de España, obteniendo a cambio la investidura del feudo de Siena y, por fin, el reconocimiento del ansiado título de alteza real.

Mientras tanto, Gian Gastone estaba malgastando sus fondos en Bohemia, por lo que su padre, el alarmado Gran Duque, le envió a uno de sus asesores, el Marqués de Rinuccini, quien debía examinar sus deudas, para descubrir, finalmente, que, entre los acreedores de su hijo, aparecían, el arzobispo de Praga y Jan Josef, conde de Breuner. En un intento extremo de alejar al príncipe de su vida disoluta, Rinuccini se propuso forzar a Anna Maria Francesca a instalarse en Florencia, donde Gian Gastone deseaba regresar, pero esta se negó, porque su confesor, con la esperanza de mantenerla en Bohemia, le recordó las sospechosas muertes de Leonora Álvarez de Toledo y de Isabella de Medici. 

Leonora, de Bronzino. Gal. Nal. Praga

Aunque ya se rumoreaba, después de su muerte, surgió un mito que decía que su hijo García, había asesinado a su hermano Juan, a raíz de una disputa en 1562. A su vez, su padre Cosme, furioso, asesinaría a García con su propia espada. Leonor, angustiada, moriría una semana después, a causa de la aflicción. Sin embargo, las exhumaciones modernas no mostraron indicios de violencia en los cuerpos, y se dedujo que ambos murieron de malaria en 1562. 

Isabella, de Allori. Uffizi

Por lo que respecta a Isabella de Medici, al morir Cosme, ya convertido en el I Gran Duque de Toscana, ella perdió la protección paterna, y el apoyo del nuevo Gran Duque, su hermano, Francisco I de Médici.

Su marido, entonces, decidió vengarse personalmente de la deshonra a la que se había visto sometido y asesinó a Isabel, a escondidas, en la villa que tenían en Cerreto Guidi. Pocos días después de que se consumara también el asesinato de Leonor Álvarez de Toledo, por parte de su esposo Pedro de Médici, el hermano de Isabel. 

La crónica popular habló de la asfixia como vendetta, aunque otras fuentes dicen que fue ahogada en el agua mientras se lavaba los cabellos. El marido, alegó en su defensa, que le dio tiempo suficiente para pedir perdón por sus pecados.

Entre tanto, el beneplácito, e incluso, la posible complicidad de Francisco I en las muertes de su hermana y cuñada, dio pie a muchas habladurías, apoyadas por los opositores de la familia Médici. Incluso se llegó a decir que Isabel mantenía una relación incestuosa con su propio padre.

En sus últimos años, la devoción de Cosme III se había vuelto aún más exigente: solía visitar el convento de San Marco todos los días; un contemporáneo escribió al respecto que "el Gran Duque conoce a todos los monjes de San Marco al menos de vista". En 1719 Cosme III afirmó que Dios le había pedido "someter el Gran Ducado al gobierno y el dominio absoluto del más glorioso San José".

En 1705, por la muerte de Leopoldo I, José I ascendió al trono imperial, quien, después del resultado favorable de la batalla de Turín, que cambió el destino de la guerra en el frente italiano a favor de Austria, decidió mandar un enviado a Florencia para recaudar derechos feudales, equivalentes a la suma exorbitante de 300.000 doblones, y para obligar al Cosme III, neutral, a reconocer las reclamaciones de su hermano, el archiduque Carlos, al trono de España. Cosme, incapaz de oponerse a tal reclamación y al mismo tiempo, temeroso de una intervención naval francesa contra él, decidió pagar parte de la suma, pero se negó a reconocer al archiduque Carlos como rey de España, aunque se vio obligado a alojar a las tropas austríacas bajo el mando del príncipe Eugenio de Saboya, cuando se propuso conquistar el Reino de Nápoles.

Entre tanto, la salud del príncipe heredero Fernando, que sufría de sífilis en estado terminal, y ya ni siquiera podía reconocer a su padre. Cosme III, destruido por el dolor y consciente del peligro inminente de extinción de la dinastía, pidió la ayuda del papa Clemente XI para convencer a Ana María Francisca de que se instalara en Florencia con Gian Gastone. El pontífice envió al arzobispo de Praga a conminarla, pero no tuvo éxito, y el Gran Duque, en una carta a su hija, citando su complicado historial de matrimonio, le reprochó que nunca se hubiera molestado en buscar la reconciliación.

Al problema dinástico se agregó un grave riesgo de quiebra, determinado por los desembolsos al emperador José I, documentado en cartas del Gran Duque a su hija: "Puedo decirte ahora, en caso de que no estés informada, que no tenemos dinero en Florencia ". 

En 1708 Gian Gastone regresó a la Toscana, sin su esposa, y el emperador, previendo la imposibilidad de que él y Anna Maria Luisa tuvieran descendencia, empezó a considerar la posibilidad de ocupar la Toscana militarmente.

Entre tanto, Cosme III, en un intento extremo por evitar la extinción de la familia, obligó a su hermano Francesco Maria de 'Medici a abandonar el hábito de cardenal y casarse, a pesar de su edad avanzada y su mala salud, con la joven princesa Eleonora Luisa Gonzaga. Pero fracasó, tanto por la resistencia inicial de la princesa a consumar aquel matrimonio -aunque después cedió, con halagos y amenazas-, como por la repentina muerte de Francesco Maria, que se produjo solo dos años después.

Sin herederos, incapaz de hacer que las otras ramas de la familia lo lograran, Cosme I, el Gran Duque trató desesperadamente de evitar que Toscana cayera en manos extranjeras, a cuyo efecto, pensó en la restauración de la República de Florencia. Sin embargo, por ingenioso que fuera, el proyecto presentaba muchos obstáculos: Florencia era nominalmente un feudo imperial de Carlos V, por lo tanto, habría sido necesario el consentimiento de España y el emperador. Al principio, las cosas parecían ir bien; una embajada del marqués Rinuccini convenció a los gobiernos británico y holandés, temerosos del poder de los Habsburgo, para que dieran su consentimiento al proyecto, pero una condición de Cosme III, según la cual, la república sería aprobada sólo tras la extinción definitiva de los Medici, y la muerte de José I, hicieron que fracasara la negociación, cuando ya estaba a punto de ser aprobada en la conferencia de Geertruidenberg.

Entre tanto, se dirimía la sucesión española después de Carlos II. 

Tras la muerte de su hermano, José I, recayeron sobre Carlos VI el trono de Austria y la Corona imperial de Alemania (1711); al mismo tiempo, la suerte de las armas le era desfavorable en la Península Ibérica, donde los apoyos que tenía en los reinos de la Corona de Aragón no habían sido suficientes para impedir el triunfo de los Borbón. En consecuencia, por el Tratado de Rastatt, en 1714, renunció al trono español que reclamaba desde 1703, obteniendo a cambio, para Austria, importantes concesiones territoriales en Italia y los Países Bajos, que avalaron su victoria en la guerra fuera de la Península.

Entonces, al no tener herederos varones, cambió la legislación sucesoria para asegurar el trono a su hija María Teresa I de Austria -Pragmática Sanción de 1713-, lo que no impidió que, a su muerte, se desencadenara la Guerra de Sucesión austriaca (1740-48).

El 30 de octubre de 1713, murió el Príncipe Heredero Fernando, y el 26 de noviembre, Cosme III presentó un proyecto de ley en el Senado de los Cuarenta y Ocho, legislador nominal de Toscana, para garantizar a su hija el derecho de sucesión, en caso de muerte prematura de Gian. Gastone. La aprobación de la solicitud, por unanimidad, enfureció a Carlos VI, quien respondió que, siendo feudo imperial del Gran Ducado, solo el emperador tenía la prerrogativa de elegir al heredero en caso de extinción completa de la dinastía. Al mismo tiempo, Isabel Farnesio, segunda esposa de Felipe V de España y heredera del ducado de Parma, reclamó el derecho de sucesión a los Medici ya que era nieta de Margarita de Medici.

En mayo de 1716, el emperador aseguró al elector y al gran duque que no había ningún obstáculo insuperable para la sucesión de Anna Maria Luisa, pero añadió que, previamente, Austria y Toscana, debían ponerse de acuerdo en las condiciones previas a su acceso. 

En junio de 1717, Cosme III, con el apoyo imperial, nombró a la Casa d'Este heredera de los Medici, estableciendo que el duque Rinaldo d'Este, aliado y pariente del emperador, sucedería a Anna Maria. Sin embargo, en 1718, se formó una coalición internacional antiespañola, entre Gran Bretaña, Francia y Holanda, a la que después se unió el emperador, y, por medio del Tratado de Londres del 2 de agosto de 1718, conocido como Cuádruple Alianza, acorde con la Casa española, elaboró un "plan de pacificación que toca las sucesiones de Toscana y Parma", a través del cual se estableció que sería Don Carlo di Borbone, hijo mayor de Elisabetta Farnese, quien sucediera a Gian Gastone. 

Felipe V de Borbón, España, ignoraba así los derechos de Anna Maria Luisa, y confirmando el hecho de que la cuestión toscana, solo estaba en manos de las grandes potencias, ni siquiera envió una comunicación oficial a Cosme III sobre lo que se había decidido.

En junio de 1717, Juan Guillermo del Palatinado murió y Anna Maria Luisa volvió a Florencia llevando consigo muchos objetos de valor que, aunque, sólo en parte, aliviaron el estado desastroso de las finanzas del Gran Ducado. Pero Cosme III nombró a Violante Beatriz de Baviera, viuda del príncipe heredero, Fernando, gobernadora de Siena, ignorando ahora a su hija Anna María Isabel. Esto, y otro grave episodio, debido a un accidente de caza en el que el Gran Duque mató al Conde de San Crispino, acabó con la salud del ya anciano Cosme III. 

En 1721, Margherita Luisa también murió. La misión diplomática de Neri Corsini en el Congreso de Cambrai en los años 1720-1722 resultó en un nuevo fracaso. Después de entablar una batalla innecesaria contra el Imperio, Cosme peleó con escritos histórico-jurídicos por la soberanía de Toscana, pero la sucesión de Carlos de Borbón como señor feudal por el emperador, fue confirmada por el Tratado de Viena de 1725.

La cuestión de la sucesión al trono del Gran Ducado de Toscana, se convirtió así, en una cuestión europea, también por el hecho de que buena parte del territorio toscano, como la ex República de Siena y las capitanías de la Lunigiana, eran feudos imperiales.

Fue entonces cuando Cosme III propuso que, a su muerte, fuese restaurada la antigua República de Florencia. El proyecto fue aprobado por el Reino Unido y las Provincias Unidas, sin embargo, el mismo gran duque, por una imprevista marcha atrás, de pronto nombró heredera a su hija Ana María Luisa, en caso de muerte de Juan Gastón. 

Fue el inicio de una desesperada tentativa de Cosme III frente a las potencias europeas que, ciertamente no tomaron en consideración sus propuestas. En 1718, después de muchos intentos, de los cuales fueron excluidos los diplomáticos mediceos, quedó establecido, por el Tratado de Londres, de 1718, que la Toscana pasara al infante de España, don Carlos de Borbón y Farnesio. Al viejo Cosme III le fue negada incluso la pequeña satisfacción de recibir el Estado de los Presidios y el Principado de Piombino, territorios que había pedido como contrapartida para dar su conformidad al Tratado.

Cosme III de Médici, en sus últimos años.

El 22 de septiembre de 1723, el Gran Duque pasó dos horas aquejado de una grave crisis. Junto a su cama se encontraban, el nuncio apostólico y el arzobispo de Pisa, que dijo: "este Príncipe ha pedido poca ayuda para morir bien porque, a lo largo de su larga vida, se ha preparado para para la muerte". El 25 de octubre de 1723, seis días antes de su muerte, Cosme III emitió una proclama afirmando que Toscana permanecería independiente, que Anna María Luisa tendría la sucesión después de su muerte y la de su hermano, y que ella misma tendría el poder de adoptar un sucesor legítimo. Esta proclamación fue completamente ignorada por las potencias europeas y, el 31 de octubre, Cosme III murió, a la edad de 81 años. Fue enterrado en la basílica de San Lorenzo en Florencia.

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Fallida había resultado también, su política ligada al matrimonio de sus hijos varones. En 1689, Cosme III obligó al primogénito, Fernando, a casarse con la princesa Violante Beatriz de Baviera; un matrimonio infeliz que no tuvo descendencia, pues aparte de la hostilidad de Fernando hacia su mujer, padecía una sífilis, que había contraído en una fiesta sexual, en Venecia, y que degeneró en demencia y muerte prematura.

Sin herederos, aunque feliz, fue el matrimonio de la segunda hija, Ana María Luisa, que se casó en 1690 con Juan Guillermo del Palatinado.

Juan Guillermo y Ana María Luisa, de Jan Frans van Douven, en el Corridor Vasari.

En Jülich-Berg, Juan Guillermo dirigió una corte muy pródiga, que dio trabajo a muchos artistas, artesanos y pintores, como muestra, por ejemplo, entre otras cosas, la enorme colección de pinturas de Rubens, que se conserva en la Pinacoteca Antigua de Múnich.

Su viuda, nuestra protagonista, Ana María Luisa, sería la última representante de la Casa de Médicis, la amante de las artes, que legó la gran colección de arte de los Médici -incluyendo el contenido de los palacios, Uffizi, Pitti, y las villas Mediceas, heredadas de su hermano Juan Gastón, en 1737, además de sus tesoros Palatinos-, al estado Toscano, con la condición de que ni una de sus piezas pudiese ser sacada de Florencia. 

Por último, tragicómico y estéril resultó el matrimonio del tercer hijo, Juan Gastón de Médici, del cual eran conocidas sus diferentes tendencias sexuales, con la noble alemana Ana María Francisca de Sajonia-Lauenburg.

Cosme III murió el 31 de octubre de 1723. Le sucedió su tercer hijo Juan Gastón de Médici.

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Continuará.


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