martes, 4 de octubre de 2022

LOUIS XIV • COLBERT Y LE CODE NOIR ● La esposa secreta del rey y un interesante colofón.



Colbert. De Philippe de Champaigne. 1602–1674. Met. NY

Jean-Baptiste Colbert, nacido en Reims, en 1619, falleció en París, en 1683. Entró al servicio del rey de Francia, Luis XIV, tras la muerte de su protector, el cardenal Mazarino y fue ministro; controlador general de finanzas; secretario de Estado de la Maison du Roi y secretario de Estado de la Marina, desde 1669 hasta su fallecimiento en 1683. Su primer objetivo, derrocar a su predecesor, Nicolas Fouquet.

Nicolas Fouquet par Charles Le Brun. Château de Vaux-le-Vicomte. Maincy.

Nicolas Fouquet, París, 1615 - Pignerol, 1680. Vizconde de Melun, y de Vaux, marqués de Belle-Île, todopoderoso superintendente de Finanzas de Luis XIV, y protector mecenas de escritores y artistas. Depuesto en 1661 por el monarca, a instancias de Colbert, fue encerrado en prisión, hasta su muerte, en circunstancias misteriosas.

En mayo de 1661 Fouquet fue acusado. El 6 de julio el Consejo le prohibió presentarse ante el Parlamento de París a pesar de su calidad de antiguo procurador general. El 18 de julio se quiso enfrentar a los testigos, pero hasta el 7 de septiembre la corte no le concedió audiencia, además, el 18 de octubre se decidió que el procedimiento continuaría por escrito.

El presidente designó una lista de informadores. Madame de Maupéou, que representaba a su hijo, haciendo uso de su derecho recusó a dos de ellos, pero Luis XIV rechazó la solicitud, con una base legal "indiscutible"; precisamente, él mismo había elegido a aquellos dos magistrados. El 10 de diciembre, Colbert sustituyó a Lamoignon, considerado demasiado favorable al acusado, por Séguier, del que era y es bien sabido el odio que profesaba al antiguo superintendente.

Finalmente, el 3 de marzo de 1663, la corte aceptó comunicar a Fouquet las partes de su acusación que le fue permitido estudiar. Sus colaboradores también fueron juzgados y condenados; Jean Hérault de Gourville, fue condenado a muerte en rebeldía por el delito de “péculat”, es decir, desvío de fondos públicos, y de “lèse-majesté”; atentado contra el soberano o contra los símbolos de su majestad, ya fueran objetos, decisiones o personas, incluidos sus representantes, etc.

Aunque el rey solicitaba firmemente -aunque no de forma pública-, que Fouquet fuese condenado a muerte, el 21 de diciembre de 1664, la Cámara decidió desterrarlo tras ser declarado culpable de los cargos citados. Un Luis XIV enfurecido, conmutó la sentencia por otra de cadena perpetua en Pignerol, una plaza fuerte real situada en los Alpes. Los financieros amigos de Fouquet, fueron perseguidos hasta 1669, pero no así los nobles que, supuestamente habían colaborado de la misma manera, que no fueron molestados.

Oficialmente, Nicolás Fouquet moriría, pues, en la fortaleza de Pignerol el 3 de abril de 1680, pero nunca apareció su certificado de defunción.

Su amigo Gourville afirmó en sus memorias, que Fouquet, liberado poco antes de su muerte, habría sido envenenado por secuaces de Colbert.

Su alta posición social en el momento de su detención, y, por lo tanto, los numerosos secretos a los que había tenido acceso por su cargo, aumentaron el especial interés del rey por encarcelarle, lo que le llevó, incluso, a ignorar las sentencias judiciales, creando un halo de misterio en torno al caso, que hizo que muchos autores confundiesen la suerte de Fouquet con la del que conocemos como el legendario Hombre de la Máscara de Hierro, también encerrado en Pignerol 

Alejandro Dumas, por ejemplo, en su obra El Vizconde de Bragelonne, se ocupó del personaje histórico de Fouquet, enlazando su historia con la del famoso prisionero de la máscara, al que se atribuía la identidad del hermano gemelo de Luis XIV, encarcelado y obligado a usar la máscara de hierro de por vida, y bajo pena de esta, para ocultar su parecido con el soberano, tras ser acusado de usarlo para intentar sustituir al rey en un complejo golpe de estado secreto. En esta novela, es el mismo Fouquet quien desenmascara el fraude y libera al verdadero Luis XIV de la Bastilla, donde había sido encerrado por los conspiradores, pero el desagradecimiento del rey, o tal vez el deseo de librarse de un testigo, desemboca en la caída y detención de su superintendente, planeada y decidida de antemano con la colaboración imprescindible del nuevo intendente Colbert.

En todo caso, la primera referencia al hermano gemelo de Luis XIV, el "hombre de la máscara de hierro", había sido propuesta por Voltaire -casi cien años antes que Alejandro Dumas- en su magnífica obra "El Siglo de Luis XIV", pero trató el asunto con mucha ambigüedad, para no incurrir en una censura que, sin duda, le costaría persecución o cárcel.

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Colbert fue el inspirador y promotor de una política económica intervencionista y mercantilista, conocida como colbertismo, que promovía el desarrollo del comercio y la industria nacionales mediante la creación de monopolios y fábricas estatales y reales.

Fue Colbert, asimismo, quien preparó la redacción del Código Negro, para la administración del esclavismo y su comercio en las colonias, inspirado, evidentemente, en los escritos de Barthélemy de Laffemas, economista y consejero de Enrique IV; Laffemas había desarrollado en particular el comercio colonial y la industria textil, los dos sectores a los que Colbert prestó más atención, lo que unido a la gestión de las finanzas públicas, le llevó a convertirse a su vez, en la eminencia gris del reino.

Volviendo a sus comienzos, sabemos que fue el primogénito de Nicolas Colbert y Marie Maytorena, cuya familia formaba parte de la banca en la región de Champaña. A pesar de que afirmaban descender de nobles escoceses, no hay ninguna prueba que lo demuestre, pero la invención de antepasados nobles era una práctica corriente entre los que querían serlo.

No se sabe mucho acerca de su juventud, pero es probable que estudiara en un colegio de jesuitas. En 1634 trabajó con el banquero de Lyon, Mascranny, y después, con un notario parisino, padre de Jean Chapelain, que abandonó las leyes, para dedicarse a la poesía, cuando conoció a Ronsard, que era amigo de su madre, pasando al mismo tiempo a enseñar italiano y español.

Posteriormente, entró al servicio de su primo, Jean-Baptiste Colbert de Saint-Pouange, que ya era primer comisionado del departamento de la guerra con Luis XIII. En 1640, a los 21 años, su padre empleó relaciones y fortuna para comprarle el cargo de comisario ordinario de guerra, comisionado del Secretario de Estado de guerra, un cargo que consistía en inspeccionar las tropas, y que le dio una cierta notoriedad.

En 1645, Saint-Pouange le recomendó a Michel Le Tellier, su cuñado, que era secretario de Estado de guerra, quien lo situó, en principio, como secretario privado, hasta que, en 1649 consiguió que lo nombraran consejero del rey. Poco antes, el 13 de diciembre de 1648, se había casado con Marie Charron, hija de un miembro del Consejo Real, que aportó una dote de 100.000 libras. Tuvieron cuatro hijos: Jeanne Marie, Jean-Baptiste, marqués de Seignelay, Jules Armand, marqués de Blainville y Anne Marie.

En 1651, Le Tellier lo presentó al cardenal Mazarino quien le confió la gestión de su fortuna, como es sabido, una de las más importantes del reino.

Una vez encargado de supervisar la gestión de las Finanzas del Estado, fue cuando redactó en octubre de 1659 el memorándum sobre las malversaciones del anterior superintendente de finanzas, Nicolas Fouquet, quien. según Colbert, solamente había entregado al tesoro real, algo menos de la mitad de los impuestos recaudados por él.

Colbert ejerció el nepotismo, situando a sus familiares y amigos en puestos clave. Así, colocó a su hermano Charles y a su primo, Colbert de Terron. De hecho, su clan acabó siendo rival del de Le Tellier y especialmente, del secretario de Estado de guerra, François Michel Le Tellier de Louvois.

En 1657 compró la baronía de Seignelay en la región de Yonne y en 1670, la de Sceaux, en el sur de París, cuyo dominio convirtió en uno de los más bellos y lujosos de Francia, gracias a André Le Nôtre, que diseñó los jardines y a Charles Le Brun, que se encargó de toda la decoración de los edificios y del parque.

Sceaux, 1740

Sceaux, actualidad.

El cardenal Mazarino, antes de morir, el 8 de marzo de 1661 sugirió al rey que tomara a su servicio a Colbert, y ya el día 5 de septiembre de 1661, Colbert consiguió que Fouquet cayera en desgracia; D'Artagnan le detuvo en Nantes, e inmediatamente, Colbert lo sucedió a la cabeza de la administración de las Finanzas, primero como intendente y en 1665 como supervisor general. Su política consistió en dar independencia económica y financiera a Francia; conseguir una balanza de pagos excedentaria y aumentar los impuestos. De hecho, parece ser que pronto terminó con la depredación y liquidó la deuda del Estado.

Colbert protegió las ciencias, las letras y las artes. En 1663 fundó la Academia de las Inscripciones y Bellas Letras y promovió la investigación con la creación de la Academia de Ciencias (1666) y el Observatorio de París (1667) para el que llamó a dos brillantes científicos; Huygens y Cassini. También apoyó el desarrollo de la Academia real de Arquitectura (1671).


Christiaan Huygens. La Haya, 1629 – 1695. Astrónomo, físico, matemático e inventor, que explicó la naturaleza de los anillos de Saturno; fue descubridor de Titán; inventó el reloj de péndulo moderno; explicó la naturaleza ondulatoria de la luz; perfeccionó el telescopio; hizo aportes importantes en la teoría de la probabilidad, y estableció las leyes del choque entre cuerpos elásticos. Fue miembro de la Royal Society.


Giovanni Domenico Cassini. Génova, 1625 - París, 1712. Astrónomo, geógrafo e ingeniero italiano naturalizado francés en 1673. En 1671 Luis XIV le nombró director del Observatorio de París y miembro de la Academia de Ciencias, de la que Cassini fue director el resto de su vida. Tras cuarenta años de observaciones, quedó completamente ciego y murió en 1712. Era contemporáneo de Isaac Newton.

Henri Testelin: Colbert Presenta los Miembros de la Academia Real de Ciencias a Louis XIV en 1667. Château de Versailles.

En 1664 Colbert fue nombrado superintendente de Edificios y Manufacturas reales y decidió acopiar las producciones de los estados limítrofes para poder ser autosuficiente. No dudó en contratar obreros extranjeros; utilizó con frecuencia la adjudicación de monopolios; restableció las manufacturas viejas y creó otras nuevas, en especial de cristales, tapices y zapatos.

También dirigió la producción artística destinada a la reforma de los palacios reales, entre los que destaca el palacio de Versalles. 

En marzo de 1667 nombró lugarteniente de policía a Gabriel Nicolas de la Reynie, quien pasó a ser el primer policía de Francia, imponiendo su autoridad a gendarmerías y somatenes. El mismo año, el propio Colbert fue elegido miembro de la Academia francesa. 

Por su carácter cortante y poco elocuente, siempre vestido de negro, trabajando para el Estado desde las cinco de la madrugada, madame de Sévigné lo apodó “El Norte”.

En 1668 fue nombrado secretario del Estado en la casa del rey. Convencido de la gran importancia que el comercio tiene en la economía, logró que el rey creara un Secretariado de Estado para la Marina en 1669, del que él mismo fue primer titular y construyó una flota de guerra de 276 barcos.

Desarrolló las infraestructuras favoreciendo los intercambios comerciales: canales y rutas reales, entre otros. Plantó el bosque de las Landas para la construcción naval. Ordenó reparar las carreteras, construyó otras nuevas, y comunicó el Mediterráneo con el Atlántico por medio del canal de Languedoc.

Canal de Languedoc
El Canal a su paso por Béziers
Pavimentó e iluminó París; embelleció la ciudad con muelles, plazas públicas, puertas triunfales -Saint-Denis y Saint-Martin-; y ordenó que se hiciera la columnata del Louvre...
...y el jardín de las Tullerías.

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El Rey Sol

Felipe y su hermano Luis XIV

¿Qué queda por decir de Luis XIV? Quizá sólo anécdotas, como sería el hecho de que naciera con dientes -una característica que compartiría con Napoleón-.


Que se hacía retratar junto a su hermano Felipe vestido de niña:

Un joven Rey, Luis XIV con su hermano, el duque de Orléans, atribuido a los hermanos Beaubrun.

O que requería el concurso de cien personas para su despertar, aseo y petit déjeuner.

Sin embargo, cabe destacar dos detalles curiosos en la historia de su reinado y, especialmente, en lo que afecta al acceso de su nieto, Felipe V, al trono de España. 

Siempre se dijo que, durante la ceremonia de presentación de Felipe V como rey de España, en Versalles, el 16 de noviembre de 1700, Luis XIV exclamó: “¡Ya no hay Pirineos!”. Conociendo al monarca francés, tal frase equivaldría a un “España ya es mía”, algo que, como es natural, levantó graves sospechas sobre sus proyectos. Pues bien, parece que la frase se dijo, pero no él, sino, nada más y nada menos, que, el embajador español, marqués de Casteldosrius.

Proclamación de Felipe V como rey de España en el palacio de Versalles el 16 de noviembre de 1700. De François Pascal Simon Gérard (1770-1837).

Por otra parte, Luis XIV se mantuvo durante setenta y dos años, tres meses y dieciocho días en el trono, por lo que le corresponde el récord de permanencia hasta la actualidad, y además, lo hizo, ostentando todos los poderes sin el menor freno por parte de otros poderes, ya fuera abiertamente, o de forma silenciosa. Él era el Estado.

L’Etat c’est moi. De H. Rigaud, 1701

A pesar de la evidencia mostrada por el rey en la práctica, hoy también se duda de que esta frase -El Estado soy yo-, la pronunciara Louis XIV y, menos, quizás, que lo hiciera, refiriéndose a los tres poderes, de los que este se compone, definidos después por Montesquieu, (1689-1755), pero lo cierto es, que se comportó siempre como si lo fuera, a tal punto que su figura serviría de paradigma para definir el “absolutismo”.

Lo que sí es cierto, es que proporcionó un gran apoyo a las artes y los artistas, y en su reinado aparecieron figuras de la calidad de Molière y Racine, en el terreno literario; en el musical, Lully, y en el pictórico, Rigaud.

Molière, de Mignard y Racine, de Santerre. Lully, de Mignard y Rigaud, autorretrato.

Lully, creó un papel para Louis XIV, como “Apolo” en su “Ballet de Nuit”.

Code Noir, edición de 1742.

Habitualmente, cuando se lee que un país -en este caso, un reino-, ha legislado sobre la esclavitud, se suele pensar, a priori, que se trata de legislar a su favor, es decir, contra su explotación y la consideración de los esclavos como seres humanos; contra la libre disposición sobre su vida, etc., pero no es así exactamente, sino que, en ocasiones, como esta, se trata solamente de asegurar y afirmar su comercio para Francia, frente a otras potencias esclavistas. 

El Code Noir - Código Negro, que fue aprobado por Luis XIV, en 1685. Definía las condiciones de la esclavitud en el imperio colonial francés; restringía las actividades de los negros libres, prohibía el ejercicio de cualquier religión que no fuese el catolicismo, y (de paso) ordenaba la salida de todos los judíos en las colonias francesas.

El Code Noir gobernó a muchos negros en una esclavitud a menudo dura, pero no alivió la brutalidad de esta en muchas áreas bajo el control francés, si bien, en algunas resultó en un porcentaje más alto de negros como personas libres, que en el sistema británico (13.2% en Louisiana comparado con 0.8% en Mississippi). En aquellos casos, los liberados fueron sometidos a restricciones, pero en promedio estaban excepcionalmente alfabetizados, y un número significativo de ellos poseía negocios, propiedades e incluso, otros esclavos. Así pues, y a pesar de sus extremadas medidas y castigos, el Code Noir, fue descrito por Tyler Stovall como "uno de los documentos oficiales más extensos sobre raza, esclavitud y libertad jamás elaborado en Europa".

Mis estudios han abarcado desde los suburbios de París hasta los expatriados estadounidenses negros en Francia y el Caribe francés, y estoy particularmente interesado en cuestiones de raza y clase, negritud, historia poscolonial e historia transnacional. T. Stowall. Universidad de California, Santa Cruz. (1954-2021).

Los dos objetivos principales de Colbert, fueron, afirmar la soberanía francesa en sus colonias y asegurar el futuro de la economía basada en la caña de azúcar. El fundamento era el control de la trata de esclavos. El Código se proponía crear un marco legal para la esclavitud, establecer protocolos que rigiesen las condiciones de los habitantes coloniales y poner fin al tráfico ilegal. La moral religiosa que también regía su elaboración; fue en parte el resultado de la afluencia de líderes católicos que llegaron a Martinica entre 1673 y 1685.

El Código fue una de las muchas leyes inspiradas por Jean-Baptiste Colbert, quien comenzó a preparar la primera versión. Después de su muerte en 1683, su hijo, el marqués de Seignelay, completó el documento. Fue ratificado por Louis XIV y adoptado por el consejo soberano de Saint-Domingue, en 1687, después de ser rechazado por el parlamento. Luego se aplicó en las Indias Occidentales en 1687, Guyana, en 1704, Reunión, en 1723 y Luisiana en 1724. La segunda versión fue aprobada por un Louis XV, de 13 años, en 1724.

En Canadá, la esclavitud recibió una base legal con el apoyo del rey, desde 1689-1709. El Código no estaba destinado, ni se aplicó en la colonia canadiense de Nueva Francia. En Canadá, nunca hubo legislación para regular la esclavitud, sin duda debido al pequeño número de esclavos, a pesar de lo cual, el intendente Raudot emitió una ordenanza en 1709 que legalizó allí la esclavitud.

En aquel momento, en el Caribe, los judíos eran muy activos en las colonias holandesas, por lo que su presencia fue vista como una influencia indeseada en la vida colonial francesa, pues la mayoría de la población en las colonias francesas era esclava. Los propietarios de plantaciones gobernaban en gran medida sus tierras y propiedades en ausencia, y los trabajadores subordinados dirigían el funcionamiento diario de las plantaciones. Debido a su enorme población, además de las duras condiciones que sufrían los esclavos -por ejemplo, Saint Domingue ha sido descrita como una de las colonias más brutalmente eficientes de la época-, las revueltas de esclavos a pequeña escala eran comunes. A pesar de algunas disposiciones bien intencionadas, el Code Noir nunca se hizo cumplir de manera efectiva o estricta, en particular, con respecto a la protección de los esclavos y a las limitaciones al castigo corporal.

Código Negro de 1742, Museo de Historia de Nantes

En 60 artículos, de los cuales, el primero, prohíbe que judíos residan en Colonias francesas, se pasa a especificar que:

Los esclavos deben ser bautizados en la Iglesia católica y que cualquier religión que no fuera el catolicismo quedaba prohibida; y los amos que la permitieran o tolerasen entre sus esclavos, también podrían ser castigados.

Si una esclava tiene un hijo con un hombre libre, soltero, este debía casarse con la esclava, liberándola a ella y a sus hijos de la esclavitud. De no hacerlo así, el castigo sería una multa de 2000 libras de azúcar, tanto para el padre como para el amo de la esclava. Pero si el padre es el amo de la esclava, además de la multa, ella y los hijos resultantes serían retirados de su propiedad, aunque no liberados.

Las bodas entre esclavos requieren estrictamente el permiso de los amos, y sus hijos también son esclavos. Los hijos de esclavo y mujer libre, son libres, pero los hijos entre una esclava y un hombre libre serán esclavos.

Los esclavos pertenecientes a diferentes amos no deben reunirse en ningún momento bajo ninguna circunstancia y no pueden vender caña de azúcar, o cualquier otra mercancía, ni aun con permiso de sus amos (art. 18)

Un marido y una esposa esclavos y sus hijos pre púberes, pertenecientes al mismo amo, no se pueden vender por separado (art. 47)

A los esclavos fugitivos, si lo han sido durante un mes, contado desde el día que el amo lo denuncie, se le cortarán las orejas y serán marcados con la flor de Lis en un hombro; si son dos meses, serán castigados cortando sus isquiotibiales -jarretes- y marcados con la flor de lis en el otro hombro; y si han desaparecido durante tres meses, serán castigados con la muerte.

Si un negro libre, da cobijo a un esclavo fugitivo, será golpeado por el dueño y multado con 300 libras de azúcar por día de refugio dado; otras personas libres que albergaran esclavos fugitivos recibirían una multa de 10 libras por día.

Ahora bien, un amo puede encadenar y golpear a los esclavos, pero no torturarlos ni mutilarlos, y si los matan, serán castigados -se supone, si lo hacen como decisión personal, puesto que, como hemos visto, la tortura y la mutilación, son castigos establecidos-.

Los amos de esclavos de 20 años de edad, o 25 años sin permiso de los padres, pueden liberarlos.

Los esclavos declarados legatarios únicos por sus amos, o nombrados como ejecutores de sus testamentos, o tutores de sus hijos, deben ser retenidos y considerados como esclavos liberados, de modo que se convertirán en súbditos franceses.

“Código Negro o Edicto del rey, que servirá de reglamento para el gobierno y la administración de justicia, la policía de las islas francesas de América y disciplina y comercio de los negros y esclavos en dicho país.

Dado en Versalles, en Marzo de 1685. Con el Edicto del mes de agosto de 1685, conteniendo el establecimiento de un consejo soberano y cuatro sedes reales en la costa de la isla de Santo Domingo. 1735”.

Acceso directo al texto.

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Quizá convenga recordar aquí, que Luis XIV se casó con la española, María Teresa de Austria, hija de Felipe IV de España, nacida en El Escorial, en 1638 y que fue consorte hasta su muerte en 1683. Fue este matrimonio el que permitió al monarca francés proponer y prácticamente, imponer, a su nieto, Felipe V, para ocupar el trono de España.

Fallecida María Teresa, salió a la luz la figura de la que hemos dado en llamar, la esposa secreta, del Roi Soleil.

El monarca se enamoró de Madame de Maintenon, 1635-1719, llamada en realidad Françoise d'Aubigné, pero conocida por el título de su primer marido.

María Teresa de Austria, retratada por Nocret, Palacio de Versalles. - Madame de Maintenon, retratada por Mignard, en el mismo Palacio.

Y al final, Luis XIV se casó con ella, contraviniendo sus propias leyes dinásticas, ya que se trataba de un matrimonio morganático, si bien, la boda se hizo en secreto.

Madame de Maintenon conoció al rey, cuando cuidaba de los hijos de la anterior amante de este, Madame de Montespan. De acuerdo con el diario del rey, su relación empezó en 1675.

Madame de Montespan había ido cayendo en desgracia por obra de las lenguas cortesanas, por lo que cuando murió la reina María Teresa, en 1683 -30 de julio-, el rey decidió sancionar su relación de hecho, casándose con Madame de Maintenon, en matrimonio morganático, por una ceremonia secreta, la noche del 9 al 10 de octubre del mismo año.

El enlace se mantuvo en secreto, pero después de un tiempo la corte empezó a murmurar: Ezequiel Spanheim, embajador de Brandeburgo escribía:

... Esta relación [entre el rey y la marquesa], que ha sido durante mucho tiempo atribuida únicamente a la consideración del rey y al espíritu y carácter agradables de la dama, se mostró entonces tan profunda e íntima que se propagó la voz de que el rey se había casado en secreto (...). Esta idea, que al principio fue considerada un mero chisme para ridiculizar dicho vínculo especial del Rey, empezó más tarde a parecer a muchos razonable, aunque nadie se atrevía a hablar de ello explícitamente. Los que están convencidos atribuyen tal relación a ciertas inclinaciones devotas del rey, a su deseo de mortificación de los sentidos y de penitencia por sus amores pecaminosos, y también al comportamiento particular de la dama, que primero logró conquistar plenamente la amistad y la confianza de Su Majestad y, a continuación, inducirlo —por miedo a recaer en debilidades pasadas, o incluso considerando los daños que éstas le habían acarreado— a ser no sólo su confidente, sino también (si las habladurías son ciertas) su esposa legítima.

Se la atribuyó a Mme. de Maintenon una gran influencia sobre el rey y la corte, que perdieron fastuosidad al ser ella tan rigurosa y austera. Se dijo que su influencia fue la causa de la revocación del Edicto de Nantes, de 1685 el cual, provocando el éxodo masivo de los protestantes y su capital, tuvo por efecto la ruina de las finanzas y la economía francesas -más adelante, veremos hasta qué punto esta apreciación resulta exgerada-, además del desencadenamiento de la Guerra de Sucesión Española -Borbón vs. Austria, 1701-1713-.

Edicto de Nantes, de 1598

El Edicto de Nantes, firmado por el rey Enrique IV de Francia -que se había convertido al catolicismo, para poder acceder al trono francés, autorizaba libertad de conciencia y de culto, aunque limitada, a los protestantes calvinistas. Su promulgación puso fin a las sangrientas Guerras de Religión, que agitaron Francia durante el siglo XVI y culminaron con la terrible Matanza de San Bartolomé, de 1572. Durante los siglos XVI y XVII fue conocido como edicto de pacificación.

Su primer artículo, ponía fin a la guerra civil con una amnistía.

Que la memoria de todos los acontecimientos ocurridos entre unos y otros tras el comienzo del mes de marzo de 1585 y durante los convulsos precedentes de los mismos, hasta nuestro advenimiento a la corona, queden disipados y asumidos como cosa no sucedida. No será posible ni estará permitido a nuestros procuradores generales, ni a ninguna otra persona pública o privada, en ningún tiempo, ni lugar, ni ocasión, sea esta la que sea, el hacer mención de ello, ni procesar o perseguir en ninguna corte o jurisdicción a nadie.

A pesar de haber sido acusada de ser el origen de todos los males, y de haber impuesto a la corte un exagerado clima de devoción y rigor, los historiadores todavía se preguntan acerca de su verdadero papel y sobre el peso de su influencia sobre el rey, probablemente, silenciosa, pero notable en el transcurso del tiempo y en las actitudes del monarca.

Recordando sus privaciones juveniles, en 1686, Maintenon fundó en Saint-Cyr, la Maison royale de Saint-Louis, un colegio femenino en el que niñas nobles pero pobres eran educadas con vistas al matrimonio y a su futuro en el mundo, pues así cultivadas y no ignorantes les sería más venturoso. Con la Revolución el colegio fue transformado brevemente en una escuela para hijos de oficiales (1790-1793), después en un hospital militar (hasta 1808), hasta que por fin se convirtió en la renombrada Escuela Militar Especial de Saint-Cyr.

De hecho, Maintenon había nacido en la cárcel de Niort, donde su padre Constant d'Aubigné, hijo del famoso poeta calvinista Théodore Agrippa d'Aubigné. había sido encarcelado por falsificador. 

De Agrippa d’ Aubigné se sabe que, a los seis años dominaba cuatro idiomas; que a los ocho traducía a Platón, a los nueve, su padre lo llevó a ver las cabezas cortadas de sus camaradas de Amboise, clavadas y momificadas sobre lanzas y, a los veinte, escapó milagrosamente a la matanza de San Bartolomé.

Françoise d’Aubigné -Maintenon-, se había trasladado con su familia a Guadalupe, en las Antillas, donde su padre esperaba ser nombrado Gobernador de Marie-Galante. La estancia le valió el apelativo de Belle indienne; pero el padre, defraudado en sus esperanzas, volvió a Francia dejando a la familia en las Antillas.

Ella no volvió a la metrópolis, hasta 1645, con su madre, pero vivieron en la miseria hasta que fue recogida junto a dos de sus hermanos por su tía Madame de la Villette, en Mursay, que era hugonote, y vivió con ella algunos años tranquilos. Probablemente, sin calibrar diferencias teológicas, Maintenon se sintió atraída por el puritanismo hugonote, hasta que la madre de su madrina, Madame de Neuillant, la llevó a su casa como sirvienta, e intentando atraerla de nuevo al catolicismo, la internó en las Ursulinas, primero en Niort, y luego, en París.

Durante los últimos 30 años de su vida, Madame de Maintenon se consagró a la institución que había creado y a la salvación de las almas, especialmente la del rey. Tres días antes de la muerte del soberano, en 1715, ella se retiró a Saint-Cyr, donde permaneció hasta su propio fallecimiento, en 1719.

Françoise d'Aubigné, marquesa de Maintenon (1635-1719), y su sobrina, Françoise d'Aubigné, futura duquesa de Noailles. Retrato de Luis Ferdinando Elle, padre o hijo. Versalles.

Colofón: 

Pedro el Grande visita a Madame de Maintenon en 1717. Obra de Thérèse de Champ-Renaud, (1861-1921), en la Colección del Château de Maintenon. Sobrevivió al rey de Francia, más de tres años.

Pedro I, de Jean Marc Nattier. Arkhangelskoye Palace

¿Quién era Pedro el Grande?

La carta XIX del tomo tercero de las Cartas eruditas y curiosas escritas por el padre Feijoo, dedicada a exaltar la figura del zar Pedro I frente al monarca galo Luis XIV, provocó una áspera reacción en algunos sectores de la sociedad española de mediados del siglo XVIII. 

El erudito fraile muestra y justifica su preferencia por la figura, el comportamiento y la moralidad del “rusiano”, frente al rey Borbón. Considerando que Pedro I era ortodoxo, algunos vieron en su defensa, graves motivos de reproche. Sin embargo, no parece posible más ecuanimidad que la que muestra el jerónimo de Orense en el tratamiento de ambos personajes.

Luis XIV y Pedro El Grande. La opinión de Fr. Benito:

Fr. Benito Feijoo y Montenegro en 1733, a los 57 años. "R. mus P. M. F. BENEDICTUS HIERONYMUS FEIJOÒ, / BENEDICTINUS. / Ætat 57". Biblioteca Nacional de España.

Cartas eruditas, y curiosas / en que, por la mayor parte, se continúa el designio / del Teatro Crítico Universal, / impugnando, o reduciendo a dudosas, varias opiniones comunes. / Escritas por el muy ilustre señor / D. Fr. Benito Jerónimo Feijoo y Montenegro, / Maestro General del Orden de San Benito, del Consejo de S. M. &c.

Carta XIX, T. III-, de Fr. Benito Feijóo y Montenegro. 1774

1. Muy Señor mío: Discurro, que la lectura del Paralelo, que hice de Carlos XII, Rey de Suecia, con Alejandro Magno, movió a Vmd. a solicitar otro semejante de los dos famosos Príncipes, que poco ha reinaron, Luis XIV en la Francia, y Pedro el Primero en la Rusia: en que suponiendo Vmd. que ambos merecieron el epíteto de Grandes, que les da la Fama, duda quien entre los dos se deba reputar mayor, en caso de no ser perfectamente iguales.

2. Ya sobre este punto escribió algo el Espectador Inglés, o Sócrates moderno (uso de la voz Espectador nueva en el Castellano, por no hallar en nuestro idioma otra enteramente equivalente a la Latina Spectator) en el Disc. 1 del Tomo 3. Pero sobre que el Paralelo, que hizo este amenísimo Autor, es demasiadamente ceñido, le hallo algo vicioso, porque no disimula en él el desafecto reinante en su Nación hacia el Monarca Francés. Cuanto a la substancia, convengo con él en la preferencia que da al Moscovita; y aun juzgo, que esta preferencia estriba en unas insignes ventajas.

3. Pedro Alexovitz, Emperador de la Rusia, si se atiende al complejo de calidades, y acciones por donde comúnmente el Mundo califica de Grandes a los Príncipes, fue no sólo uno de los mayores, que tuvo el Mundo, pero tan sobresaliente aun en esta misma elevada clase, que apenas se hallará otro, que se le deba preferir. Con advertencia he ceñido el mérito del elogio al dictamen común del Mundo; porque supongo, que no se puede decir absolutamente Príncipe excelente el que no posee todas aquellas Virtudes Morales, que exige un imperio razonable. A uno, que en presencia de Agesilao, Rey de Esparta, ponderaba el gran poder del Rey de Persia, replicó con generosa indignación Agesilao: No es mayor Rey que yo, quien no es más justo que yo. Más oportuno fuera el apotegma, si la magnificencia, con que el otro hablaba del Rey de Persia, fuese relativa a otra grandeza, que a la de su vasto imperio. Pero no es ésta la regla de que usa el Mundo para medir la estatura de los Reyes. Sea un Alejandro, lascivo, intemperante, ebrio, cruel a tiempos, y siempre usurpador; como posea en un grado eminente las Virtudes Militares, y en sus empresas corresponda su fortuna a su valor, será de todos los siglos apellidado Alejandro el Grande.

4. Es verdad, que aun de aquellos que no son muy escrupulosos en la definición del Heroísmo, son muchos los que no reconocen por Héroes a los que poseen aquellas virtudes, si están manchados con tantos vicios. Si hablásemos con toda propriedad, no concediéramos la alta prerrogativa de Héroe a quien habitualmente padezca algún grave defecto Moral. Pero el Idioma de los políticos moderados, y aun de plumas bastantemente religiosas, no pide tanto; antes están regularmente convenidos en practicar con los Príncipes ilustres un género de condescendencia benigna, en orden a algunos vicios, especialmente el de la ambición, y otro hacia quien es muy resbalizada la libertad de los Soberanos, como se contengan dentro de ciertas márgenes.

5. Bien necesitan de esta Indulgencia los dos Príncipes, cuya preferencia se cuestiona, porque ninguno de ellos fue Santo. Uno, y otro tuvieron no leves vicios. La ambición, y la incontinencia fueron comunes a entrambos, y la ambición en entrambos acompañada de la mala fe. Explicóla, el Moscovita en la invasión de la Livonia, violando con frívolos pretextos los tratados, que habían, desde que la había conquistado Gustavo Adolfo asegurado aquel País a la Suecia, y engañando con promesas de Paz por medio de su Embajador en Estocolmo, al mismo tiempo que estaba disponiendo la guerra. El Monarca Francés, dicen muchos Autores, pecó tanto en esta materia, que la relación de sus infracciones de tratados con los Príncipes vecinos, coloreadas con falaces apariencias, casi vendría a ser una historia completa de su vida política. Pero debo añadir, que aunque lo publicaron así en España, Italia, Inglaterra, y Alemania, lo publicaron cuando eran enemigas de la Francia; y así, hasta saber si hay Autores Franceses verídicos, que convengan en ello, suspenderé el asenso.

6. La incontinencia en Luis XIV, sobre escandalosa por pública, casi fue un pecado de por vida. Y en ella fue de especialísima nota la monstruosa torpeza de despojar al Conde de Montespan de su legítima esposa, para que sirviese muchos años a su lascivia. No hallo en las Historias, que leí del Zar Pedro, que sus desórdenes en esta materia pasasen de la juventud; y aun se dice, que en los diez años, que mediaron desde el repudio de la primera mujer, hasta su casamiento con la segunda, no tuvo comercio con mujer alguna. Pero a toda su vida transcendió la mancha de repudiar, y cerrar en un Monasterio a su mujer la Princesa Eudoxia, y casarse con otra, viviendo ella, sin que precediese de parte de esta otra culpa, que quejarse de las infidelidades del Zar: pues aunque no falta Autor, que la creyó indiciada de adulterio, fue rebatido por otros mejor informados; y como dice el Anónimo Escritor de la vida del Zar, impresa en Amsterdam el año de 1742, toda la Rusia está plenamente persuadida de su inocencia.

7. Demás de estos vicios, comunes a los dos Monarcas, otros tres se atribuyen al Rusiano, de que no adoleció el Francés. El primero, la intemperancia en orden al vino, y licores fuertes. El segundo, dejarse arrebatar de la ira, tal vez por levísimas causas. El tercero, la crueldad.

8. Los dos primeros capítulos son ciertos. Pero se rebaja mucho de su fealdad con dos consideraciones: La primera, que esos vicios eran en gran parte influidos por la bárbara educación que tuvo: La segunda, que hacía no leves esfuerzos por vencer una, y otra pasión, especialmente la de la ira; y aun se lastimaba amargamente de la gran dificultad, que hallaba en reprimirla; de modo que, según el Autor poco ha citado, muchas veces al revenir de sus raptos se le oyó prorrumpir en esta, u otras semejantes exclamaciones: Yo reformo a mis Vasallos, y no puedo reformarme a mí mismo: maldito temperamento, funesta educación, que no puedo vencer por más reflexiones, y propósitos que hago.

9. Lo de los conatos del Zar, para vencer su pasión por el vino, y licores fuertes, afirma el Historiador Inglés Burnet, que trató al Zar en Londres. Pero es más probable, que nunca la venció.

10. El capítulo de crueldad es el en que yo no puedo convenir absolutamente. Es verdad, que Pedro ejecutó muchos, y severísimos castigos, pero muy merecidos de repetidas sediciones, cuyo asunto era despojarle, no sólo de la corona, mas también de la vida. A que se añadió, que los Rusianos, gente entonces bárbara, feroz, y dura, sólo podían ser contenidos, proporcionando el rigor a su ferocidad.

11. Fuera de esto, hallo en la Historia de este Príncipe muchos actos de singular clemencia. A su hermana la Princesa Sofía, que fue autora de las repetidas conspiraciones contra la vida del Zar, no dio más castigo que clausura de un Monasterio. Y al Príncipe Galicin, instrumento principal de aquella Princesa, no más que el destierro a la Siberia. A los Cosacos rebeldes, que haciéndose del partido del Rey de Suecia, tomaron las armas contra él, sólo castigó desarmándolos. En la batalla de Fraustadt el General Sueco Renschid, Capitán insigne, pero cruel, hizo degollar a sangre fría a seis mil Rusianos rendidos. Podía el Zar, por el derecho de represalia, ejecutar lo proprio con muchos prisioneros Suecos que tenía, y a todos dejó con la vida.

12. En general con los prisioneros de guerra era, no sólo benigno, y dulce, más aun noblemente generoso. Esto mostró en varias ocasiones. A los prisioneros de la batalla de Pultava, en que fue enteramente derrotado el Rey de Suecia, después de concederles graciosamente unas condiciones, mucho más ventajosas, que las que en la infeliz situación, en que se hallaban, podían esperar, trató con la mayor humanidad del Mundo. Para cuya demostración copiaré aquí las palabras del Autor de las Memorias del Reinado de Pedro el Grande, (B. Yyvan Nestesuranoi) impresas en Amsterdam el año de 1740.

13. «La suerte de tantos infelices le hizo (al Zar) una impresión muy sensible, y más de una vez desaprobó la conducta de un Príncipe, (el Rey de Suecia) que de esta manera sacrificaba a su ambición tantos fieles Vasallos, de quienes debía ser Padre, y Conservador. Concedió generosamente la libertad a todos los Generales, y Oficiales; y por dar a los Soldados rasos señales sensibles de su compasión, hizo distribuir a estos miserables más de quince mil ducados. El día siguiente convidó a su mesa a todos los Generales Suecos; y habiéndose informado con aquella afabilidad, que le era tan natural, de el Felt-Mariscal Renschild, a qué número llegaba el Ejército Sueco antes de la batalla; y sabido de él, que contendrían diez y nueve mil Suecos, y de diez a once mil Cosacos, le dijo: ¿Cómo es posible, que un Príncipe tan prudente como el Rey de Suecia, se haya aventurado con un puñado de gente en un País incógnito, y tan desdichado como éste? Habiéndole respondido Renschild, que ellos no habían sido consultados siempre para las operaciones, sí sólo que como fieles Vasallos habían servido siempre sin contradicción a su Rey: Esta fidelidad agradó tanto a su Majestad Zarina, que quitándose la espada, que tenía a la cinta, se la dio al Conde Renschild, pidiéndole que la conservase, como prenda de la estimación que hacía de su persona, por ser tan fiel a su Rey. No mostró menos bondad con el Conde Piper; y para que todos los prisioneros clásicos fuesen asistidos de todo lo necesario, los distribuyó por huéspedes a sus Generales. El Conde Renschild tocó al Conde Scheremereff; el Conde Piper al Conde de Coloiukin; el Príncipe de Wirtemberg al Príncipe Menzikoff; el General Stakelberg al General Rone, y así de los demás.”

14. Es verdad, que no fue después consiguiente en este proceder humano con los prisioneros de Pultava, los cuales relegó a la Siberia: y de los dos primeros Generales Renschild, y Lovenhaut, el segundo vivió misérrimamente aprisionado en Moscovia, donde últimamente murió: infelicidad que comprehendió también al Conde Piper, primer Ministro del Sueco. Acaso esos dos Próceres le darían después algún motivo especial de resentimiento, Renschild fue canjeado.

15. Al Comandante de la Flota Sueca Erenschiold, de cuyo valor fue testigo en la batalla de Alandt, luego que le hizo prisionero, regaló con un vestido rico; y después de elogiarle altamente delante de todos sus Oficiales, le ofreció su amistad para siempre.

16. El proceder que tuvo en la toma de Nerva fue digno del más noble Héroe. Obstinado el Sueco Gobernador en no rendirse, entraron los Rusianos la Plaza por asalto. Ordenó al punto el Zar a sus Oficiales, que impidiesen toda violencia sobre los habitadores; mas no pudiendo éstos contener a los Soldados, que furiosos robaban, violaban, y mataban cuanto veían, acudió el Zar por sí mismo al remedio; y corriendo de calle en calle, arrancaba las mujeres, y los niños de las manos de los Rusianos, amenazaba a éstos con los más severos castigos para que se detuviesen, ayudando al imperio de su voz el terror de su espada, pues con ella mató más de cincuenta de los que halló más obstinados en proseguir las violencias. En fin, atajado el desorden, haciendo juntar en la casa de Ayuntamiento los principales Ciudadanos, entró él; y poniendo su espada toda bañada en sangre sobre una mesa, les dijo estas palabras: No es sangre de los Ciudadanos de Nerva la de que está teñido este acero, sino la de muchos Rusianos, que he sacrificado a vuestra conservación. Depositada está hoy la espada en aquel sitio, ostentándose como monumento precioso de la humanidad de aquel Monarca; y sería justo, que en las paredes de todos los Edificios públicos de Nerva, se escribiese con caracteres de oro todo el hecho.

17. He expuesto a Vmd. los vicios de los dos Monarcas, en que no siendo grande la desigualdad, se hallará menor, o ninguna, si se atiende a dos circunstancias, que disculpan en parte los del Moscovita, y gravan los del Francés: la educación, y la Religión.

18. La educación del Moscovita, como ya se insinuó, fue perversa; y nadie ignora cuánto la calidad de la educación influye en todo el resto de la vida. Toda Religión llena de errores, cual es la que profesaba el Zar, turba mucho la vista intelectual en orden a la mortalidad. Ni una, ni otra disculpa se puede alegar a favor de Luis XIV. Su educación fue bella debajo del gobierno del Marqués de Villeroy, hombre bueno, y hábil, y a la vista de su Madre Ana de Austria, de quien dice el Historiador Mr. Larrey, que todos los Escritores concuerdan en darla el bello elogio de la mejor Reina del Mundo. Profesó siempre la Religión Católica Romana, cuyas santas máximas no podían menos de darle continuamente en rostro con sus relajaciones. Así no tenía otro recurso para hacerlas menos intolerables, que el general de todos los viciosos, la fragilidad humana.

19. Pasados ya en revista los vicios, que afean a los dos Monarcas, traslademos la consideración a las acciones, o virtudes que los ilustran. Y aquí es donde yo descubro unas grandes ventajas del Rusiano sobre el Francés.

20. No se puede negar, que Luis XIV fue dotado de muchas buenas cualidades: hombre discreto, de juicio sólido, de espíritu constante, bastantemente aplicado al gobierno, de una entereza Regia, mezclada con afabilidad popular, amante de la justicia, en cuanto no obstaba o a su ambición, o a su deleite, estimador del mérito, humano, liberal, propenso a que en el Reino floreciesen las Artes, Ciencias, y Comercio. Mas si estas partidas bastan para constituir un buen Rey, no son suficientes para constituir un gran Rey. Y aun permitiendo, que sean suficientes para constituir un gran Rey, añadiré, que no lo son para constituir un Rey, tal, que merezca adaptársele por renombre el epíteto de Grande; que es muy distinto lo uno de lo otro. No da idea, pongo por ejemplo, tan magnífica de Alejandro, decir, que fue un gran Príncipe, o un gran Guerrero, como llamarle Alejandro el Grande: no da idea tan magnífica del Santo Pontífice Gregorio el Primero decir fue un gran Papa, como nombrarle, y designarle con el distintivo de el Gran Gregorio. Esto segundo pide una grandeza, no como quiera, sino grandeza heróica: es aclamar la excelencia del sujeto con una gran especie de entusiasmo: significa estatura, no sólo superior a las comunes mas enteramente agigantada.

21. Dejando, pues, bastante campo a los Panegiristas de Luis XIV para que se extiendan en sus alabanzas, me contentaré con decir, que este Príncipe en ninguna manera arribó la grandeza del Heroísmo. Porque pregunto: ¿qué acciones proprias de Héroe ejecutó Luis XIV? Ni una hallo en toda su Historia. Confieso, que hizo algunas cosas utilísimas, cuales fueron, sobre todo, la extinción de los duelos, y el destierro de la herejía. Pero ni éstas, y mucho menos otras inferiores a éstas, pendían, de extraordinarios esfuerzos, o de alcances superiores.

22. La herejía estaba enteramente desnuda de fuerzas, cuando fue la revocación del Edicto de Nantes. Los Duelistas no constituían partido, porque no lo eran por profesión; y aun cuando se uniesen, sería en cortísimo número. Así la ejecución de uno, y otro no le costó a Luis XIV más que quererla, y decretarla. De modo, que en las circunstancias, en que entonces estaba la Francia, otro cualquiera Rey, que se aplicase a ello, haría lo mismo. Lo proprio digo de todo lo demás que quieran aplaudir en este Príncipe. Cuando entró en el gobierno, estaba la Francia enteramente pacificada, los disturbios de la minoridad extinguidos. Por recomendación del Cardenal Mazarini vió luego a sus lados dos insignes Ministros, destinados a diferentes asuntos, Juan Baptista Colbert, y Miguel de Tellier, que partían entre sí todos los cuidados grandes de la Corona de Francia. A Colbert se debió cuanto se adelantó entonces la Francia en el Comercio, en la Marina, en Edificios públicos, en Ciencias, y Artes, de que fue amantísimo, y liberalísimo Protector. A Colbert sucedió el Marqués de Louvoix, gran Ministro también, de vastísima capacidad, y suma aplicación; por lo que pudo cumplir con los muchos, y altos empleos que tuvo. Asistiendo a Luis XIV tales Ministros, no le quedaba que hacer, sino autorizar sus ideas para que se ejecutasen.

23. Por lo que mira a las grandes ventajas, que logró en las guerras con los Príncipes vecinos, aquéllas se debieron a los excelentes Generales que tuvo. Y no hay que decir, que él los formase, o en alguna manera concurriese a hacerlos tales, pues a las mayores de todos ellos el Príncipe de Condé, y el Mariscal de Turena, a quienes justísimamente se puede aplicar lo que dijo Virgilio de los dos Escipiones: Duo fulmina belli, hechos los halló, y con la fama ilustre ya cuando empezó a reinar. Los grandes Generales comúnmente dejan buenos discípulos; y así sucedió en la mayor parte del reinado de Luis XIV. Sobre todo, el Duque de Luxemburgo, que fue quien principalmente, después que faltaron aquellos dos Héroes, mantuvo la gloria Militar de la Francia con ilustres, y repetidas victorias, debajo de la conducta del Príncipe de Condé había aprendido el ministerio de la guerra.

24. De que resulta, que bien considerado todo de las grandes cosas que se hicieron en el reinado de Luis XIV, la única gloria, que sólidamente le queda a este Monarca, es haber conocido los grandes talentos de algunos Vasallos suyos, haberlos empleado, y atendido.

25. ¿Pero qué? Aun dentro de esta misma especie cayó en algunas gravísimas faltas, que verisímilmente hicieron infelices los últimos años de su reinado. Habiendo los dos Príncipes de su sangre, el de Conti, y el Duque de Orleans, dado en algunas funciones, en que se hallaron muestras de un extremado valor, y una acertadísima conducta; por unos celos, o llámense recelos proprios de un corazón pusilánime, los retiró del manejo de las armas, y tuvo ociosos el resto de su vida. Y aun al de Orleans lo poco que le ocupó le tuvo atadas las manos con órdenes opuestas a sus buenas ideas; por lo que verisímilmente se perdió la gran batalla de Turín, en que el Duque quería que el Ejército Francés saliese de las líneas a recibir los imperiales en rasa campaña, que es lo que debía hacerse, según los mejores Maestros del Arte Militar; y el orden de la Corte, que le presentó el Mariscal de Marsin, le obligó, con sumo pesar suyo, que no pudo, o no quiso disimular, a esperarlos dentro de las trincheras. El mismo desaire había padecido cinco años antes el Mariscal de Catinat, a cuya prudente conducta fue preferida la temeridad del de Villeroy, de que se siguió el destrozo que los Franceses padecieron en Chiari.

26. Vamos ya a examinar la conducta de Pedro el Grande. ¡Oh qué grande en todo! ¡Oh qué superior en todo a la del Rey Francés! Hizo el Moscovita en un reinado, de no muy extendida duración, cosas tales, que divididas podrían constituir gloriosos muchos Reyes, y muchos reinados, y en todas se puede decir, que él fue el todo, o por lo menos en todas agente principal, y en muchas agente, e instrumento juntamente. Hizo Pedro el Grande, que en un vastísimo Imperio, lleno todo de la más refinada barbarie, cuyos habitadores rudos, indómitos, y feroces, no sólo ignoraban todas las Artes, pero parecían negados a su enseñanza, todas las Artes floreciesen como en otra cualquiera Nación Europea. De unos hombres, que sólo parecían hombres en la figura, hizo buenos Soldados, hizo hábiles Generales por Mar, y por Tierra, hizo Pilotos, hizo Artífices para todo género de maniobras, hizo excelentes Matemáticos, Filósofos, Humanistas, Historiadores, Políticos, Cortesanos, Discretos, &c. y para todo tuvo que vencer, no sólo la profunda ignorancia de aquella gente, mas también su obstinada resistencia a deponer la barbarie. Añádese haberles hecho renunciar los antiguos usos, que siendo los más absurdos de todo nuestro Continente, eran retenidos con indecible terquedad: haber extinguido los Strelizes, que eran casi toda la fuerza del Imperio, Milicia inobediente, y revoltosa, temida de todos sus predecesores, formando otra nueva, a quien dio Oficiales Extranjeros: haber despojado de la mayor parte de su autoridad al Patriarca, que siendo adorado casi como Deidad de aquella supersticiosísima gente, incomodaba mucho la Soberanía de los Zares, o la dividía con ellos: haber humillado el tiránico orgullo de los nobles, que a sus dependientes trataban como vilísimos esclavos: haber hecho conocer, y practicar a sus Vasallos varias virtudes Políticas, y Morales, de quienes ignoraban aun los nombres.

27. A los ojos se viene, que para hacer todo esto era menester una comprehensión, una capacidad inmensa, una fuerza de espíritu robustísima, un valor en supremo grado heróico, una actividad infatigable, una política artificiosísima, un celo ardiente por la felicidad de aquel dilatadísimo Imperio.

28. Efectos proporcionados a estas, y otras virtudes fueron el establecimiento de una Infantería tan animosa, y reglada, como la de otra cualquiera Nación Europea: una Marina de cuarenta Bajeles de línea, y de doscientas Galeras: Fortificaciones según el estilo moderno de todas las Plazas importantes: una excelente Política en todas las Ciudades principales: una Academia de Marina, adonde todas las Familias Nobles son obligadas a enviar algunos de sus hijos: Colegios en Moscú, en Petersburg, y en Kiof para enseñar las Lenguas, las bellas Letras, y las Matemáticas: Escuelas pequeñas en las Poblaciones menores, donde los paisanos aprehenden a leer, y escribir: Escuelas públicas en Moscú de Medicina, Farmacéutica, y Anatomía: un Observatorio para la Astronomía: Imprentas tan buenas, como las de los Reinos que florecen en policía: una Biblioteca copiosísima, compuesta de tres que compró en Inglaterra, y Alemania, &c.

29. Tantas cosas insignes como las que hasta aquí he referido, y otras que omito, hizo Pedro el Grande en un reinado de veinte y nueve años; (no más que éstos reinó solo por la muerte de su hermano Juan, que ocupaba la mitad del Trono) que si las viésemos ejecutadas en otro gran Imperio por cinco, o seis Reyes en el espacio de siglo, y medio, de modo, que se dividiesen entre ellos las partes de tan magnífica obra; a todos estos cinco, o seis Reyes aclamaría el mundo por unos Príncipes de extremada habilidad.

30. Los medios con que logró tantas, y tan altas empresas, fueron tan extraordinarios como ellas. Supo este Príncipe hallar la mayor elevación en el mayor abatimiento: levantóse sobre todos los Reyes, bajando a igualarse con sus más humildes Vasallos. ¿Cómo hizo Soldados, y buenos Soldados a los Rusianos? Sirviendo él como Soldado desde el ínfimo grado, de donde fue subiendo por los pasos regulares hasta el supremo. Sirvió primero de Tambor, luego de Soldado raso, después de Cabo de Escuadra, de Sargento, de Alférez, &c. Supongo, que ejerciendo estos empleos no exponía su persona en las funciones, como corresponde a cada uno de ellos; pero los ejercía con la diligencia más puntual, y con la más rendida obediencia a sus Jefes. ¡Cuánta influencia tendría esto en todos los Rusianos! ¡Qué noble Moscovita se desdeñaría de servir con el fusil, o con la granada en la mano, viendo a su Príncipe batir el Tambor! He dicho, que supongo que en aquellos empleos no exponía su persona; porque aun cuando su ardimiento le impeliese a ello, le reprimirían sus Jefes, a quienes en todo, y por todo obedecía con la mayor resignación. Sobrábale valor pero sería facinerosa imprudencia arriesgar una vida, de quien pendía la felicidad de la Rusia. Sobrábale valor, como mostraba en varias ocasiones, siendo General de sus Tropas, en cuyo estado no tenía superior que le impidiese, especialmente en dos. La una fue la batalla, que dio al General Leventhaud a la margen del Nieper, donde habiéndose puesto en fuga al primer encuentro la infantería Rusiana, congregada de nuevo, colocó un número crecido de Calmucos, y Cosacos detrás del Ejército, con orden de que hiciesen pedazos a cualquiera que huyese, sin reservar su misma persona, en caso que él cometiese esa vileza. Otra, cuando circundado del Ejército Turco a las orillas del Pruth, y perdido sin remedio, eligió perecer con las armas en la mano, antes que rendirse; aunque de uno, y otro riesgo le libró su esposa la célebre Emperatriz Catalina, sobornando con todas sus preciosas joyas al avaro Visir, que mandaba el Ejército enemigo.

31. El mismo ejemplo que a las Tropas de Tierra dio a las de Mar, subiendo por todos los oficios, desde el de Grumete, hasta el de Almirante; no siendo esto mera denominación, sino empleo real, y verdadero; pues cuando Grumete, servía al Capitán de Navío en todas aquellas humildes ocupaciones en que los demás Grumetes a los suyos y en una ocasión, que imprudentemente el Capitán, corriendo un viento fuerte, le mandó, o permitió subir a la gabia, intrépidamente lo ejecutó, aunque luego que el Capitán le vió arriba, conociendo el peligro le mandó bajar.

32. Raro espectáculo fue para el Mundo, y lo será siempre puesto en la Historia un Emperador de la Rusia haciendo el oficio de Tambor en la Tierra, y el de Grumete en el Mar. Pero otro espectáculo más raro voy a proponer. Pásmense todos los Príncipes existentes, y venideros, de que ese mismo Emperador de la Rusia, por aprehender la construcción de los Navíos, y enseñarla a sus Vasallos, excitándoles juntamente para que se aplicasen a ella con su ejemplo, dos años estuviese ejerciendo el empleo de Oficial de Carpintería en Amsterdam, con todas las circunstancias, y condiciones de tal, vestido como los demás Oficiales, sustentándose de su paga diaria como los demás; pero excediéndolos a todos en el afán del trabajo. No los triunfos de Camilo, de Marcelo, de Mario, de César, de Pompeyo embelesaron tanto a los Romanos, como Pedro el Grande, incógnito debajo del nombre de Pedro Micaelof, y al mismo tiempo conocido de todos por lo que era; madrugando muy de mañana al astillero en hábito humilde con la hacha debajo del brazo, y ocupando todo el día en aquella tarea con tanto ardor, como si pendiese de ella su vida.

33. Esta fue una especie de heroísmo incógnito hasta entonces al Mundo; pero heroísmo de orden superior a cuantos el Mundo celebró hasta entonces. Fue un voluntario eclipse de la Majestad, que descubrió todo el esplendor de la virtud. Cuando se propone un fin tan noble como el bien de los Vasallos, es grandeza más que Regia despojarse enteramente de la pompa. Aquellas almas vulgares que sólo adoran en los Príncipes la exterior magnificencia, notarían, y aun despreciarían, como indigna de la soberanía, aquella aparente bajeza; y al mismo tiempo el Zar, con una celsitud de ánimo, propria de su gran corazón, despreciaba como irracional ese mismo desprecio. Y aun puede ser (porque no ignoraba enteramente la Sagrada Escritura) tuviese presente lo que pasó entre David, y Michol en caso muy semejante.

34. Aquel gran Rey, y gran Santo, cuando en procesión solemnísima se redujo el Arca del Testamento de la Casa de Abinadab a Jerusalén, en obsequio de la Divinidad, que en ella se representaba, ceñido con una zona, o cubierto con un sobrevestido de lino, (que la voz de Ephod, de que usa la Escritura, un medio entre uno, y otro significa) iba danzando con cuanta fuerza, y agilidad podía delante del Arca: Saltabat totis viribus ante Dominum. Viólo su Esposa Michol desde una ventana, cuando ya el Arca entraba por la Ciudad; y considerando a David envilecido con el humilde oficio de Danzarín, a que se añadía la humildad del traje, dice la Escritura, que le despreció en su corazón: Despexit eum in corde suo. Y aun añade, que con una irrisoria ironía le insultó luego sobre el hecho: Quam gloriosus fuit hodie Rex Israel, &c. ¿Y qué le respondió David? Que haría lo mismo, y aún más, interviniendo el proprio motivo: y en esa aparente vileza fundaría su mayor gloria: Et ludam, & vilior fiam plus, quam factus sum... & gloriosior apparebo. El mismo bajo concepto, que de David hizo la imprudente Princesa, viéndole en humilde traje, y humilde oficio, harían del Zar, viéndole en humildes oficios, y traje muchos de no mejor juicio, que Michol. ¿Mas qué tenemos con eso? Esa vil exterioridad constituye para los hombres de entendimiento la mayor gloria del Zar, como también la de David: Gloriosior apparebo.

35. Tanto hizo por el bien de sus Reinos Pedro el Grande, y tanta gloria le resulta de lo que hizo. Príncipe verdaderamente incomparable, a quien justísimamente se puede adaptar, aunque no por el mismo título, lo que la Escritura dice de Josías: Similis illi non fuit ante eum Rex. (4. Reg. cap. 25.) Nadie hizo lo que él hizo. 

Digan, pues cuanto quieran en su alabanza los Panegiristas de Luis XIV. Concederé, que fue un excelente Rey, que mereció el epíteto de Grande. Pero dudo, que en la conservación de este epíteto, hacia la posteridad, logre la dicha de su antecesor el glorioso Carlo Magno, en quien la expresión de la grandeza se unió con tanta estrechez al nombre, que vino a hacerse parte del nombre la expresión de la grandeza. Adularon mucho sus Vasallos, y aun no pocos forasteros a Luis XIV. Creo que hubiera sido mucho mejor Rey, si no le hubieran adulado tanto. No faltó sino consagrar sus mismos vicios, dándoles el nombre de virtudes; y en parte, ni aun esto faltó. De aquellos pomposos Panegíricos, de que se llenó su Reino, y aun los extraños durante su vida, quedaron sonoros ecos después de su muerte, como olor de los inciensos, que tan largamente le habían tributado. Pero noto ya en algunos Escritores Franceses, que tomaron la pluma posteriormente a su fallecimiento, una tal languidez en sus elogios, que temo, que pasado un siglo ya el eco de los Panegíricos no suene, y el humo de los Inciensos se disipe.

36. Ciertamente no sucederá esto a Pedro el Grande porque a la grandeza de sus acciones sobra mucha magnitud para llenar la extensión de treinta, o cuarenta siglos.

37. Sólo le faltó a este grande hombre una hazaña superior a todas las que logró, que fue plantar la verdadera Religión en sus Reinos. Era sin duda capaz de hacerlo; y aun me atrevo a decir, que le sobraban fuerzas para ello, cuando ya tenía a todos sus súbditos enteramente rendidos a su arbitrio. Mas para ejecutarlo era menester, que primero la Divina Gracia le desterrase del entendimiento su errada creencia, con aquella iluminación, que sólo puede venir del Padre de las Luces. Aun para las previas disposiciones, que se pueden poner acá abajo, o por hablar más teológicamente, para la remoción de los estorbos; había infinito que vencer, porque es grande la resistencia del error envejecido. ¡Cosa lamentable! que la senectud, que todo lo debilita, y quita el vigor a los animales, a las plantas, y aun a las piedras, aumenta las fuerzas al error.

38. Con todo aun en esta materia hizo algo, y no muy poco Pedro el Grande; porque desterró algunas de aquellas más crasas supersticiones, que con una firmísima adherencia estaban radicadas en la ceguera de sus Rusianos.

39. Ultimamente, para complemento de éste, ya más Panegírico, que Paralelo, añadiré aquí a Vmd. otra maravilla de este grande hombre, que se me haría increíble, si no lo viese asegurado por varios Autores: y es, que sin embargo de los máximos negocios, que siempre le ocuparon, se instruyó en varias Ciencias, y Artes, de modo, que fue Matemático, Filósofo, excelente General de las Tropas de Tierra, habilísimo Almirante para las de Mar, Político insigne, Historiador, Piloto, Arquitecto Naval, &c. ¡Raro genio! ¡Portentosa capacidad! Nuestro Señor guarde a Vmd. muchos años.

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