domingo, 23 de octubre de 2022

Carlos de Viana

 

Peñafiel, Castilla, 29 V 1421 – Barcelona, 23 IX 1461

La prisión del Príncipe de Viana, de Tomás Muñoz Lucena, 1888. Museo de Bellas Artes de Córdoba.

Su vida contiene todos los ingredientes del drama romántico, entendido este, evidentemente, como una sucesión de hechos dramáticos, en absoluto románticos, tal como podría entenderse este término. 

Sus padres
Hermanas de Carlos de Viana: Blanca II de Trastámara y Evreux. Obra de Moreno Carbonero, en la Universidad de Santiago de Compostela. Y Leonor I de Navarra

Hijo del infante Juan de Aragón, -hermano menor de Alfonso V, que fue coronado rey de Aragón en 1548, con el nombre de Juan II- y de la reina Blanca I de Navarra, fallecida en 1441, cuando don Carlos tenía veinte años. 

Blanca, era hija y heredera de Carlos III el Noble, casado con Leonor de Trastámara, hija del rey de Castilla Enrique II, (1375-1425). Cuando ella murió, su viudo se casó con Juana Enríquez, “Mujer ambiciosa e imperante” -como la definen algunos  historiadores-, hija de Fadrique Enríquez, almirante de Castilla, y de su primera esposa, Marina Fernández de Córdoba, también conocida como Marina de Ayala, que falleció en 1431.

Como causa de la muerte de don Carlos, en Barcelona, el 23 de septiembre de 1461, a los cuarenta años, hubo sospechas de envenenamiento, y se barajó repetidamente el nombre de la madrastra, aunque, al parecer, sin pruebas..

Carlos de Viana se convirtió en Rey titular de Navarra como Carlos IV (1441–1461), pero la Historia, hubo de emplearse en relatar, no un reinado, sino los enfrentamientos del nuevo monarca con su padre, aunque también ha transmitido la actividad del heredero como historiador, escritor y mecenas de la cultura y las artes.

"...si bien se manifestó resuelto y valeroso en defensa de sus derechos en Navarra, generoso y desinteresado en Sicilia, en Cataluña resultó más sumiso y humilde, acaso por hallarse ya gravemente enfermo. Su personalidad no fue la de un político de talla, ni de un hombre de acción, sino la de un humanista que cultivó la música, la poesía y escribió una obra histórica, la Crónica de Navarra"-, escribió sobre él la historiadora Carmen Batlle.

Y también se ha escrito: "Sin ser un santo, era Carlos un hombre deseoso de paz, tímido y sentimental, impresionable, fácil de convencer por los que le rodeaban, pero con una fe absoluta en la justicia de su causa y en la razón que le asistía al defender sus derechos. Con una gran preocupación ética y un elevado concepto del deber, la defensa de estos derechos había de chocar en su conciencia con los deberes de respeto y obediencia que como hijo tenía para con su padre. José María Lacarra.

Carlos nació en la fortaleza castellana de la Villa de Peñafiel.

Fue educado en el Palacio Real de Olite, bajo la atención de su abuelo materno, Carlos III el Noble.

El día 11 de junio de 1422 fue jurado heredero de la Corona de Navarra, como derecho materno, sin que nadie mencionara a su padre, el infante don Juan. El año siguiente, recibió el título de Príncipe de Viana, creado para él, por su abuelo, quien también organizó parte de su formación, alternando el ejercicio físico, con el estudio de humanidades y la administración de un reino.

Su instrucción fue variada y completa; conocía el francés, como se ve por los libros de su biblioteca, en buena parte franceses; durante su estancia en Italia algunas de sus cartas fueron escritas en italiano o en catalán, pero su formación fue esencialmente eclesiástica y medieval; le gustaba la música y aprendió a dibujar. (…) Durante su estancia en Italia entró en contacto con el Renacimiento; es entonces cuando se adentró más en el conocimiento de los clásicos latinos y aún de los griegos, aunque no llegara a conocer esta lengua. Su colección de libros y medallas están dentro de la tradición renacentista.

Su educación militar fue la propia de un caballero de su tiempo. Le gustaban la caza y los caballos. (…) Sabemos también de su afición a los animales salvajes, que ya era una tradición en el palacio de Olite. (…) Al igual que su padre y abuelo le gustaban los trajes lujosos, las joyas y los muebles suntuosos. Pronto se inició en las fiestas, comidas y bailes que volvieron a animar los salones del palacio de Olite.

La educación y formación recibida fue, en suma, muy cuidada desde el punto de vista moral e intelectual y menos en el aspecto político. Buena para épocas de paz, no se acomodaba a los ambientes de intrigas y luchas políticas en que habría de moverse. (José María Lacarra).

Cuando, en 1439 se casó con Inés de Cleves, su padre le concedió el Ducado de Gandía, que implicaba el señorío del Reino de Valencia que él mismo detentaba. De aquel matrimonio, no hubo descendencia, pues Inés murió prematuramente, en 1448 – 26 años- y Carlos no se volvió a casar. 

El 3 de abril de 1441 moría Blanca I de Navarra, su madre, e inmediatamente se produjo la reacción de don Juan, que, en realidad no había sido, sino rey consorte, condición y derecho que ahora desaparecía, ante la declaración de heredero legítimo de su hijo, don Carlos, pues, según los capítulos matrimoniales entre sus padres, don Juan y doña Blanca, de 1420, los derechos a la corona navarra pasarían a la muerte de doña Blanca al hijo que tuvieran ambos, siendo la única alternativa, el hecho de que si ella fallecía antes que su esposo, sin sucesión, don Juan debería abandonar Navarra, pues “como extranjero” no esperaba “la subcesión e herencia del dicho reyno de Navarra” más que en virtud de los derechos de su mujer.

En el testamento de doña Blanca, dictado en Pamplona dos años antes de su muerte, legaba la corona de Navarra a Carlos, pero, para desgracia de este, en el mismo, aparecía un párrafo que sería el objeto de mortal distanciamiento entre él y su padre; una anotación que, queriendo evitar males, no hizo sino crearlos.

“Y aunque el dicho príncipe, nuestro caro y muy amado hijo, pueda, después de nuestra muerte, por causa de herencia y derecho reconocido, intitularse y nombrarse rey de Navarra y duque de Nemours, no obstante, por guardar el honor debido al señor rey su padre, le rogamos, con la mayor ternura que podemos, de no querer tomar estos títulos sin el consentimiento y la bendición del dicho señor padre”. Unas palabras que, incluso podrían parecer formularias, pero cuya interpretación dio lugar a graves situaciones. 

En noviembre del mismo año, seis meses después del fallecimiento de la reina, don Juan y don Carlos se entrevistaron en Santo Domingo de la Calzada, pero “el problema constitucional quedó sin resolver, ya que siendo el príncipe de Viana el verdadero monarca propietario del reino, mal podía su autoridad someterse a la de Juan de Aragón”. (Vicens Vives). 

Sí, recibió poderes de su padre, en diciembre de 1441, pero declaró que no tenía intención de usar, ni de aquella provisión ni de ningún poder emanado de su padre, sino del suyo, y de la autoridad de Dios y la naturaleza, pues su derecho de sucesión y descendencia eran suficientes, por lo que decidió dejar claro que “todas las cosas que así hiciera, era por respeto a la persona del rey mi padre, y no porque le reconociera derecho alguno sobre el reino”. 

Después, mientras don Juan proseguía la guerra contra Castilla, Carlos reinó en Navarra sin intromisiones, pero la guerra terminó en 1445 -con la derrota de don Juan-, que, además, en 1447 se casaba con Juana Enríquez, un acto que, de hecho, dejaba sin efecto cualquier prerrogativa que pudiera detentar en Navarra en virtud del testamento de su esposa.

El conflicto personal entre padre e hijo, se vio reforzado por la lucha contemporánea entre Beaumot -beaumonteses, y Agramunt -agramonteses; don Carlos se acercó a los primeros, mientras que su padre -no podía ser de otra manera-, abrazó la cusa de los agramonteses. 

Juan II de Aragón.

Todo parecía orientado a un enfrentamiento sin tregua, y las distancias se ensancharon cuando don Juan se trasladó con su corte a Olite, donde, a partir del primero de enero de 1450, actuó como si fuera ya rey efectivo de Navarra, a pesar del claro rechazo de los beamonteses, cuya reacción sirvió al rey de Castilla, el otro Trastámara, también llamado Juan II, y a su valido e inseparable Álvaro de Luna, -del que se dice que se convertiría en una obsesión para la madre de Isabel de Castilla, tanto en vida, como después de muerto-, para concertar un plan contra Juan II, aprovechando su ausencia del reino, si bien, todo quedó en nada, cuando padre e hijo se reconciliaron, en mayo de 1451, aunque aquella misma avenencia se convirtió también en una mera anécdota, tras la firma del Tratado de Estella, entre Castilla y Aragón, por el que don Carlos firmaba con el bando opuesto a Juan II. Seguramente, fue a partir de entonces, cuando, cualquier posibilidad de entendimiento entre ellos, aunque las apariencias, en ocasiones, dijeran otra cosa, desapareció definitivamente.

En agosto de 1451 los castellanos lanzaron una gran ofensiva contra el reino de Navarra; tomaron el castillo de Buradón, en la frontera, y sitiaron la villa de Estella. El 23 de octubre de 1451, se produjo la batalla de Aybar, en la que don Carlos fue derrotado, hecho prisionero y encarcelado en una fortaleza de Aragón y las tropas castellanas acabaron retirándose tras haber concertado en Estella una alianza con don Carlos ―firmada en diciembre de 1451― en contra de su padre, que, en aquel momento se encontraba en Zaragoza, buscando refuerzos para enfrentarse a Castilla, con la que Carlos quedaba ligado, al firmar el tratado, quedando anulada cualquier lejana posibilidad de una nueva reconciliación.

Aun así, el heredero se vio forzado a suscribir un nuevo acuerdo, en Zaragoza, el 24 de mayo de 1453, por el que padre e hijo compartirían la gobernación del reino de Navarra, si bien, en cuanto don Carlos abandonó la prisión, renegó de lo firmado en tales circunstancias. Intervino entonces la reina María de Aragón, que, el 7 de diciembre, logró que se firmara, por la llamada Concordia de Valladolid, una tregua de un año entre las Coronas de Castilla, Aragón y Navarra y, por supuesto, entre padre e hijo. 

Durante el plazo de Concordia, murió el rey Juan II de Castilla y ascendió al trono, su hijo, Enrique IV― lo que no produjo ninguna variación positiva entre los contendientes, padre e hijo, y, en cuanto terminó la tregua, se reanudaron los enfrentamientos. Fue entonces cuando don Juan decidió desposeer a su hijo y, de paso, a su hermana, doña Blanca, cediendo los derechos a la otra hermana, Leonor, para entonces, casada con Gastón IV de Foix; todo ello, mediante un acto celebrado el día 3 de diciembre de 1455, en Barcelona.

Enrique IV de Castilla. Miniatura del manuscrito del "Itinerarium", del alemán Georg von Ehingen: Wurtemberg Land. Bibl. Cod.hist.qt.141. S.85. - Gastón IV de Foix (1423-1472).

Con respecto a Gastón de Foix, hay una anécdota que, en cierto modo, refleja la imagen de este caballero. En 1455, Gastón retó a los caballeros de Barcelona, poniendo un pino con manzanas de oro en medio del actual paseo del Born, y publicó que justaría con todo aquel que cogiera una de las manzanas. Siete caballeros lo hicieron y a los siete derrotó, haciéndose llamar, a partir de entonces, “Caballero de las manzanas de oro”. La otra cara de la moneda, es que, para financiar aquellas justas, tuvo que hipotecar las rentas del vizcondado de Castellbó y, finalmente tuvo que vender una cruz del condado de Foix.

Retomando la historia, diremos que Jaume Vicens Vives, consideró que, “don Juan de Aragón no poseía títulos satisfactorios para vulnerar el testamento de doña Blanca, reina propietaria de Navarra”, aun cuando justificara su decisión, con el “reiterado incumplimiento de la palabra dada por el príncipe de Viana” a lo que añadía; “aún en este caso, el odio y la ira son malos consejeros”. Es claro, que tales actitudes tienden a identificar el interés personal con el de todo un pueblo, que, en definitiva, ha de sufrir las consecuencias.

La respuesta beamontesa fue seguir defendiendo los derechos de Carlos a la corona de Navarra, pero, para entonces, los agramonteses recibieron el apoyo material del Conde de Foix, que, dadas las circunstancia, resultó decisivo. 

El fracaso de los beamonteses en su intento de tomar Tudela, convenció a don Carlos de que tenía que conseguir el apoyo del rey de Francia, pero, sobre todo, el de su tío, Alfonso el Magnánimo, que residía con su corte en Nápoles. Allí se dirigió en mayo de 1456, mientras los beamonteses seguían luchando por su causa, y el día 16 de marzo de 1457, le proclamaron rey de Navarra, decisión que los castellanos no apoyaron, pues el nuevo rey castellano, Enrique IV se atuvo a lo establecido en la Concordia de Valladolid y prefirió la paz con Juan II. De hecho, Carlos, desde Nápoles, recriminó a Juan de Beaumont haber procedido a aquella proclamación sin su conocimiento.

Visitó primero al monarca francés, pero fue en vano; Carlos VII, le negó su apoyo.

Carlos VII, de Fouquet. Museo del Louvre

Llegó a Nápoles, el 20 de marzo de 1457 y tres días después, su tío, al que conocemos como el Magnánimo, le ofreció su ayuda, para resolver el conflicto con su padre, a cuyo efecto, envió a Navarra a Lluís Despuig, maestre de la Orden de Montesa, quien, no sólo consiguió que Juan II admitiera el arbitraje de Alfonso, sino que se acordara, en marzo de 1458, una nueva tregua de seis meses entre agramonteses y beamonteses, además de que estos últimos aceptaron revocar la proclamación de Carlos como rey de Navarra. También logró que su padre paralizara el proceso que había iniciado contra su hijo, a la espera del fallo arbitral del propio Magnánimo, que, desgraciadamente, nunca llegó a producirse, a causa de su muerte, en junio de aquel año, 1458.

Alfonso V de Aragón (1416-1458), idealizado. El paisaje del fondo, con ruinas romanas, podría ser el Castel Nuovo de Nápoles, su residencia tras la conquista de Nápoles. Obra de Juan de Juanes, en el Museo de Zaragoza.

“...en la corte humanista del Magnánimo, el príncipe, por su educación y por sus dotes de poeta e historiador, se hallaba en su ambiente y además su tío apoyaba su nombramiento como primogénito y heredero. Mientras, continuaba la guerra civil en Navarra...”. (Carmen Batlle, Historiadora).

Tras su muerte, Carlos se embarcó hacia Sicilia, a donde llegó el 15 de julio de 1458. Allí obtuvo el apoyo del Parlamento siciliano, que acordó requerir a su padre, ahora rey de la Corona de Aragón, tras la muerte de su hermano Alfonso V, para que nombrara a su hijo virrey y lugarteniente general del reino de Sicilia, “con obligación de residir en la isla”, en calidad de “primogénito”, es decir, como heredero de la Corona aragonesa. Pero don Juan, no sólo no aceptó la propuesta; —solo diez días después de haber sido proclamado rey, ya había otorgado a su segundo hijo varón, Fernando, el título de duque de Montblanch, una dignidad tradicionalmente reservada al heredero de la Corona, que no era otro que don Carlos—, sino que ordenó a este que volviera de inmediato. 

A pesar de todo, el hijo obedeció, y el 23 de julio de 1459 se embarcó en Palermo, rumbo a Mallorca, a donde llegó el 20 de agosto. Desde allí envió una embajada a su padre, con propuestas de reconciliación y se dispuso a esperar se respuesta.

En diciembre de 1459 se alcanzó el acuerdo de reconciliación, que, firmado en Barcelona el 26 de enero de 1460, será conocido como Concordia de Barcelona. Carlos se comprometía a devolver a su padre la parte de Navarra que seguía en manos de sus partidarios, y a cambio, recibía el perdón personal y recuperaba el principado de Viana, aunque se le prohibía residir en Navarra ―y en Sicilia― y tampoco se le reconocía la «primogenitura» aragonesa ―”que [en la Corona de Aragón] era un cargo público y no un derecho natural derivado del nacimiento, aunque uno y otro solían ir vinculados”. 

¿Por qué Juan II se negó a reconocer a don Carlos como primogénito? Se ha dicho que prefería al infante Fernando; primer hijo varón nacido de su matrimonio con Juana Enríquez, quien, sin duda, influiría en la decisión, aunque no hay pruebas documentales de tal preferencia, ocurre que hay cosas que no se documentan, por su propia naturaleza, pero suelen certificarse por los hechos. Carme Batlle ha escrito que tal negativa, podría deberse al temor del padre “a perder poder, por desconfiar de su hijo y acaso porque acariciaba la idea de legar la Corona de Aragón al príncipe Fernando”. Esto, evidentemente, parece mucho más lógico. 

A finales de marzo de 1460 Carlos salió de Mallorca hacia el Principado de Cataluña y el 31 le prepararon una entrada triunfal en Barcelona. Su enseña era: primer fill nat, es decir, primer hijo nacido. 

Entrada del Príncipe de Viana en Barcelona. 1885. Ramón Tusquets.

El 14 de mayo, se reunió con su padre en Igualada y allí, don Juan le dijo: “si me haces hechos de buen hijo, te haré hechos de buen padre”; Carlos dedujo que, de aquella manera, se refería a su renuncia. En todo caso, al día siguiente hicieron una entrada conjunta en Barcelona acompañados por la nueva reina, doña Juana Enríquez, el nuevo hijo y medio hermano, don Fernando ―que entonces acababa de cumplir ocho años― y otros dos hijos naturales del rey: don Juan, recién nombrado arzobispo de Zaragoza, y don Alfonso. 

Aquella reconciliación fue aparente, pues no se reconocía la primogenitura de Carlos y, además, su padre prohibió taxativamente que se le tratara de “primogénito” aduciendo que solo así se lograría “reducir sus reinos a una paz universal”.

Fue también por entonces, cuando Carlos concertó con el rey castellano, Enrique IV el establecimiento de una alianza, por la que Carlos se casaría con la infanta Isabel, la futura reina Católica, hermana de Enrique IV, que entonces tenía nueve años. 

Todo fue en vano una vez más, pues, en septiembre de 1460, Juan II convocó las Cortes catalanas en Lérida después de pedir a su hijo Carlos que se reuniera con él, para concretar su boda con la princesa Catalina de Portugal, obviando su pretendido matrimonio con la infanta castellana Isabel, proyecto que él conocía secretamente a través de un enemigo de Enrique IV, que también le dijo que, con aquella boda, y, con ayuda el rey castellano, Carlos pretendía arrebatarle la corona aragonesa. 

De hecho, durante su viaje desde Barcelona, le hablaron algunos enviados del rey Enrique IV, que le informaron de su conformidad sobre una alianza contra Juan II, basada, precisamente, en el matrimonio con la infanta Isabel, que Enrique deseaba “más que cosa en la vida”, aun advirtiendo a Carlos, que no había duda de que su padre, jamás daría el consentimiento para aquel matrimonio “porque lo quería más para el infante [Fernando], su hijo”. 

Al mismo tiempo, miembros del séquito de Carlos, le aseguraban que su padre se proponía arrebatarle, definitivamente, el reino de Navarra para entregárselo también a don Fernando, y, por último, que se proponía envenenarlo, por lo que, lo mejor que podría hacer, era pasar a Castilla y, desde allí, entablar una guerra para alcanzar el reconocimiento de sus derechos a las dos Coronas; no solo, la de Navarra, sino también, la de Aragón. 

Todo aquello lo supo también don Juan, por medio de sus espías y, aunque parece que, al principio se negó a creerlo, finalmente tomó una drástica decisión: ordenó el arresto de don Carlos, que se produjo en Lérida el 2 de diciembre de 1460, junto con su principal consejero, el gran prior de Navarra.

La prisión [arresto] del príncipe de Viana, de Emilio Salas Francés. Museo del Prado. (En otra Institución).

Jaume Vicens Vives, escribió que aquella decisión, no fue sino una “insigne torpeza”, añadiendo que en ella, tuvo un papel determinante la reina Juana Enríquez, quien tras suplicarle que detuviera a don Carlos, mostró al rey dos supuestas cartas incriminatorias contra él, aunque don Juan no pudo comprobarlas, porque en aquellos momentos estaba casi completamente ciego ―tenía 62 años y padecía de cataratas, que, como es sabido, más tarde le operaría -en vivo y con total éxito-, un cirujano judío.

”Extraño al país apenas hacía un año, vinculado por los juristas barceloneses a la defensa del Juscontitucionalismo del Principado apenas hacía tres meses, a mediados de marzo de 1461 se vio fundido sentimentalmente con aquel arrogante pueblo que lo había convertido en bandera de sus reivindicaciones. Las aparatosas escenas de triunfo con que fue solemnizada su entrada en Barcelona el 12 de marzo correspondían más a la exaltación del vencedor en la lucha que al acatamiento tributado al héroe. Porque don Carlos no había sido el caudillo político de una causa, sino el argumento principal que ésta había utilizado para imponerse”. (Vicens Vives).

El príncipe don Carlos de Viana, por José Moreno Carbonero (1881), Museo del Prado.

La detención de Carlos de Viana avivó la guerra civil de Navarra, además de provocar el levantamiento de Cataluña de 1460-1461, previa a la guerra civil catalana de 1462-1472, y el rechazo de la mayor parte de las cortes europeas.  

Sin embargo, su puesta en libertad el 25 de febrero de 1461 y su regreso triunfal a Barcelona el 12 de marzo ―donde fue recibido “no como un hombre, sino como un símbolo”―, no impidió un nuevo levantamiento beamontés ―acompañado de la amenaza de un ejército castellano desde la Rioja― que obligó al rey Juan II de Aragón a trasladarse de Zaragoza a Sangüesa para hacerle frente, mientras su esposa Juana Enríquez negociaba un acuerdo con las instituciones catalanas sublevadas, que conduciría a la firma en junio de la Capitulación de Vilafranca. En ese acuerdo, Carlos de Viana logró introducir un capítulo referente a Navarra, según el cual los castillos de aquel reino pasarían a ser gobernados por nobles catalanes, aragoneses y valencianos; una pretensión que era imposible de cumplir, pues la guerra civil navarra continuaba.

El 24 de junio, en virtud de lo acordado en la Capitulación de Vilafranca y sólo tres días después de su firma, se celebró en la catedral de Barcelona la solemne proclamación de don Carlos de Viana como Lugarteniente General de Cataluña y el 31 de julio fue reconocida su primogenitura. 

Dos meses después, el 23 de septiembre de 1461, moría en Barcelona el Príncipe de Viana.


Muerte del príncipe de Viana, (1887). De Vicente Poveda y Juan. MNAC

Durante los tres meses que había sido lugarteniente, “su poder político efectivo siguió siendo bien escaso". (A. Rubio Vela). En el curso de las negociaciones de Vilafranca había sido relegado también por los dirigentes catalanes, lo que pone de manifiesto que, pese a la apariencia de unidad, sus intereses no eran plenamente coincidentes con los de ellos... Zurita observó que la "mucha desconfianza de los principales barones de Cataluña, fue una de las causas que lo afligieron en los últimos tiempos, cuando se agravaba su enfermedad". Esto también se reflejó en el plano financiero, pues “la penuria económica que arrastraba [el príncipe] desde hacía años, lejos de desaparecer, se incrementó, ya que tropezó con la sistemática negativa de las instituciones catalanas a sus peticiones de dinero”.

En cuanto a su muerte, se dijo que había sido causada por un veneno ordenado por su madrastra, la reina Juana Enríquez. Pero esta acusación, según José María Lacarra, “carece de fundamento”. Y en cuanto a su padre, añade que “está también libre de toda sospecha”. “La realidad —concluye Lacarra— es que la salud del príncipe, siempre precaria, se había resentido durante su estancia en Italia; de Mallorca salió porque los aires no le convenían; las prisiones y las emociones de los últimos meses fueron debilitando su cuerpo... Su muerte hay que atribuirla a un proceso avanzado de tuberculosis, según reveló la autopsia".

A pesar de todo lo que había ocurrido, la noticia de la muerte de Carlos de Viana causó una honda conmoción en Barcelona, que lo convirtió en un mito dotado de poderes milagrosos ―”sant Karles de Catalunya”, en el decir popular―, como se puede comprobar en la forma en que los diputados del General, en palabras del escribano Bartomeu Sellent, expresaron su pesar por el fallecimiento del “primogénito”:


¡Oh, cuánta gloria es para el señor rey haber tenido tal hijo en la tierra y ahora en el cielo celestial! ¡Oh, bienaventurada Cataluña, que ha sido merecedora, por la clemencia y bondad divina, de haber cohabitado entre los catalanes y dejado su cuerpo entre ellos tal señor! ¡Oh, contentísimos ánimos de aquellos que, con una buena y recta intención, han servido a dicho señor primogénito, cuyos méritos y plegarias obtendrán para sus devotos, como indudablemente se cree, gracia y bendición divina en este mundo y gloria perpetua en el otro!".

En su testamento, después de legar 36.000 florines a sus hijos naturales Ana, Felipe y Juan Alfonso, dejó el reino de Navarra a su hermana Blanca, siguiendo lo establecido en el testamento de su madre Blanca I de Navarra. 

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Carlos de Viana había contraído matrimonio en el castillo de Olite con Inés de Clèveris el 30 de septiembre de 1439. Inés era hija del duque Adolfo I de Clèveris y sobrina de Felipe III el Bueno, duque de Borgoña. Murió a los nueve años de casados, el 6 de abril de 1448, sin haber tenido descendencia con Carlos.

El príncipe de Viana no volvió a casarse, aunque hubo varios proyectos, frustrados, de alianzas matrimoniales, uno de ellos con la infanta Isabel, hermana de Enrique IV de Castilla, futura Isabel la Católica. Mas Juan II no vio con buenos ojos aquel matrimonio que daría una fuerza superior a su hijo y procuró por todos los medios deshacer el compromiso, tratando de casarle con Catalina de Portugal, hija del rey Eduardo I de Portugal. Esta alianza no era en cambio del agrado de Enrique IV de Castilla, casado con Juana de Portugal, la hermana de Catalina. Años más tarde, Isabel se casaría con un príncipe un año más joven que ella, Fernando, el hermanastro de Carlos.

En 1451, desposó "por mano" a doña Leonor de Velasco, hija de don Pedro Fernández de Velasco, condestable de Castilla, pero por razones desconocidas, no se consumó el matrimonio y ella más tarde ingresó en el Monasterio de Santa Clara, de Medina de Pomar, donde es mencionada como la "princesa doña Leonor de Velasco".

Es un hecho que don Carlos, vivió “como un monje”, pero, ciertamente, un monje sin votos, pues tuvo varias amantes. A los 30 años se enamoró de María de Armendáriz, doncella de su hermana Leonor con la que prometió casarse si le daba un hijo varón, pero ella tuvo una hija:

Ana (1451–1477), que casaría con Luis de la Cerda y de la Vega, V Conde y I Duque de Medinaceli.

Durante su estancia en Nápoles se enamoró de Brianda de Vega, conocida como «de Vaca», hasta ahora, una hermosa mujer que le acompañaría hasta su muerte. Tuvo con ella un hijo:

Felipe (1456–1488), conde de Beaufort y arzobispo de Palermo, cargo que no ocuparía, a cambio del Maestrazgo de Montesa que le ofreció su tío Fernando, con el que participó en campaña contra Granada, donde murió. Estuvo a punto de casarse con ella, y sus amigos le instaron a que lo hiciese in articulo mortis, para dejar a Felipe como heredero. Sin embargo, Carlos comprendió que la herencia que le iba a dejar sería muy pesada para aquel niño y sólo serviría para continuar las luchas fratricidas. Por ello, prefirió dejar a su hermana Blanca, exesposa con matrimonio anulado eclesiásticamente de Enrique IV de Castilla, como su legítima sucesora.

En Sicilia se enamoró de una doncella que no era de la nobleza, a quien se conoce con el nombre de Cappa, con la que tuvo otro hijo:

Juan (1459–1529), que luego fue abad de San Juan de la Peña y obispo de Huesca.

Juan Alfonso de Navarra, hijo ilegítimo de Carlos de Viana, fue abad del monasterio de San Juan de la Peña.

Otro de los amores del príncipe de Viana fue Guiomar de Sayas.

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Carlos de Viana, tenía el pelo color castaño claro, los ojos grises, la nariz larga y recta, la cara pálida y delgada y una estatura levemente superior a la media. Lucio Marineo Sículo dice de él que “no le faltaba nada para ser un Príncipe perfecto”. Era un hombre culto y amable, aficionado a la música y la literatura.

El capellán del rey de la Corona de Aragón, Alfonso el Magnánimo hace la siguiente descripción de Carlos de Viana:

Fue muy bello, muy sabio, muy agudo, y muy claro de entendimiento; gran trovador, gran y buen músico, danzante y cabalgador, cumplido en todo amor y gracia; con mucha ciencia; todo el tiempo de su vida amó al estudio; fue verdadero y devoto cristiano, con gracia y amor para todas las gentes del mundo.

Por su parte, Gonzalo de Santa María lo describe así:

Era de estatura media o un poco mayor, de cara delgada y aspecto sereno y grave, con una expresión melancólica; tan magnífico y espléndido, según le había educado su madre, que cada día daba a quien quería cinco áureos; se deleitaba mucho con la música, gozaba con la compañía de literatos, y cultivaba toda clase de disciplinas, especialmente la filosofía moral y la teología; con un ingenio muy dispuesto para las artes mecánicas, lo tuvo para la pintura mucho más de lo que pudiera creerse.

Su escudo de armas personal representaba a dos sabuesos o lebreles que reñían entre sí por un hueso, una alusión a la disputa que los reyes de Francia y Castilla mantenían por el control del reino de Navarra, junto al lema «Utrimque roditur», «Por todas partes me roen».

El Príncipe Humanista

La Crónica de los Reyes de Navarra

Después de la batalla de Aibar —donde Carlos fue derrotado por su padre, Juan II de Aragón— el año 1451, fue encarcelado y durante su estancia en prisión, empezó a escribir la Crónica de los Reyes de Navarra, que terminó en 1454. Expone la historia de la monarquía navarra desde sus orígenes en Pamplona hasta la coronación de Carlos III, abuelo del Príncipe. Existen desajustes acerca de las posibles partes que podría haber escrito el Príncipe de Viana. Algunas opiniones sostienen la teoría de que la mayor parte de la crónica escrita por el Príncipe es una copia de la que escribió, a principios del siglo XV, García López de Roncesvalles.

Traducción de la Ética a Nicómaco de Aristóteles

Durante la estancia en la corte de Nápoles, entre los años 1457 y 1458, rodeado de un ambiente intelectual, Carlos II realizó la traducción castellana de la versión en latín de Leonardo Bruni de Arezzo, realizada entre 1416 y 1417, ya que no tenía conocimientos de la lengua griega. La dedicó a su tío Alfonso el Magnánimo y parece que su intención última, era cristianizar la filosofía antigua.

Epístola a los valientes letrados de España

La Epístola a los valientes letrados de España, es un intento de persuasión por parte del Príncipe de Viana a los letrados e intelectuales de la época. En ella se solicita ya claramente, la armonización entre las ideas de la Ética a Nicómaco de Aristóteles y la fe cristiana.

De toda condición de la nobleza, de Plutarco. Una traducción de la versión previa de Angelo de Decembri.

Debates epistolares con Joan Roís de Corella

La relación epistolar que mantuvo con Joan Roís de Corella durante el período comprendido entre agosto de 1459 y junio de 1461, año de su muerte. En estos debates discutían acerca de cuestiones universales, como, por ejemplo, el amor.

El Príncipe Mecenas

Fragmento del retrato de don Carlos, por Moreno Carbonero. Museo del Prado.

Aunque a la figura de Carlos de Viana no se le ha dado demasiada relevancia histórica, su huella artística sí que ha quedado plasmada en lienzos, como el del artista José Moreno Carbonero, de 1881, en el que es retratado en su biblioteca privada. Muestra la figura de un príncipe humanista apasionado por la cultura y el arte, la música, la pintura, la poesía y en general la literatura. Por este hecho, puede considerarse también cómo un promotor del humanismo dentro del reino hispano.

Al parecer, el Príncipe de Viana se centraba más en la lectura de la prosa y los discursos de filósofos como Aristóteles, Séneca, Esopo, las Cartas de Cicerón, etc, que en los textos que se suponen preferidos por todo espíritu renacentista, como Homero, Virgilio y otros poetas clásicos, como afirma Desdevises du Dezert. (1 Nota al final).

Gracias al Inventario de los bienes del Príncipe de Viana, que se ha conservado, se sabe que su biblioteca guardaba una destacada colección de obras filosóficas, que incluía varias copias de la Ética de Aristóteles, comentarios de dicho texto y una gran cantidad de obras de teología (varias Biblias completas, copias del Nuevo Testamento en griego y un alfabeto griego). También contenía obras tanto clásicas como medievales, en latín y en lengua vulgar. Entre ellas, novelas de caballerías: Del sant greal, Tristany de Leonis, Ogier le Danois, etc. y obras clásicas: Orationes Demostenis, Tullius de Officiis, De finibus boborum et malorum, Epistole familiares Tullii, Epistole Senece, Epistole Falaridis et Cratis, Comentariorum Cesaris, Epitoma Titulivii, Cornelius Tacitus y Tragedias Senece, entre otras. Muchas de estas obras influyeron en la breve producción literaria de Carlos de Viana.

Su traducción de la Ética de Aristóteles procede de la traducción al latín de Leonardo Bruni - Arezzo, 1370 - Florencia, 1444, también llamado, Leonardo Aretino, que era un humanista, historiador y político-, porque su versión era la más acorde con los presupuestos del humanismo renacentista. En las glosas que Carlos incluyó, se percibe la influencia de Santo Tomás y de otros textos medievales. El príncipe también cita esta traducción en su Crónica de los reyes de Navarra. con objeto de justificar su posición política a favor de la verdad:

“Pero si miramos en que grado nuestra justicia e verdad nos astringue a la defensión e sostenimiento de aquellas, esta sola razón nos seria asaz suficiente para la prosecución de nuestra presente scriptura, allegándonos ad aquella determinación de Aristóteles scripta en el primero libro de las Ethicas sobre la contienda de Platón su thio e de Socrates, al qual Platón debía onrrar por deudo que tenía con él, e dixo así: “Nam cum ambo sint amici sanctium est honori veritatem prefferre”; aunque los dos sean mis amigos, mas sancta cosa es la verdad a la honor preferir, e esta es la primera razón que nos mueve.” 

No solamente cita a Aristóteles a través de Bruni, sino que además emplea el lenguaje de la traducción latina sobre virtudes y vicios para escribir sus argumentos tanto a favor como en contra de seguir con la Crónica hasta su tiempo, hecho que pone de manifiesto la familiaridad del príncipe con la Ética, antes de 1455, la última fecha de revisión de la Crónica.

Aristóteles, con su ÉTICA, en la insuperable “Escuela de Atenas” de Rafael, en el Vaticano.

Ausías March, hijo del poeta catalán Pere March, nació en Gandía alrededor de 1397. De joven participó en las expediciones que el rey Alfonso V el Magnánimo realizó por el Mediterráneo. Fue Señor de Beniarjó, Pardines y Vernissa, y halconero mayor de Alfonso V el Magnánimo. Y fue armado caballero en 1419. En esta época mantuvo una estrecha relación personal y literaria con el príncipe Carlos de Viana, heredero al trono de Navarra. A partir de los veintisiete años ya no saldría de su tierra; primero en Gandía y después en Valencia, donde tuvo una vida muy movida y desordenada. En 1437, a los cuarenta años se casó con Isabel Martorell, hermana de Joanot Martorell, autor de Tirant lo Blanc. Dos años más tarde Isabel muere y Ausias March contrae segundas nupcias con Joana Escorna, quien murió en 1443. A pesar de carecer de hijos legítimos en sus matrimonios se sabe de la existencia de amantes y 4 hijos naturales. Ausias March murió el 3 de marzo del año 1459 en Valencia. Fue enterrado en la catedral de Valencia, donde aún puede verse su losa sepulcral, cerca de la Porta de la Almoina. (Museo del Prado).

Ausias March lee su poesía al Príncipe de Viana, -con su inseparable galgo-, de Julio Cebrián Mezquita. Museo del Prado

Ausias March (Valencia, 1397 – 1459) ejerció gran influencia en poetas castellanos de la altura de Boscán, Garcilaso, Fernando de Herrera, o Gutierre de Cetina.

La Miniatura del Príncipe de Viana.

El Príncipe D. Carlos de Viana: Miniatura y Estampa, 1480: Madrid, Biblioteca Nacional.

La miniatura, que se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid, representa al Príncipe de Viana, retrato que se considera único en su clase y que se conserva de dicho personaje. Tanto por su fecha, (1480) como por otras circunstancias tiene apariencias de autenticidad completa. 

D. Carlos viste el traje y lleva el tocado que usaban los Señores del siglo XV; 

sus pies se apoyan sobre un lebrel que puede ser símbolo de fidelidad y quizá alusión a la orden de caballería del Levrier blanco, que como la titulada de la Buena Fé creó su abuelo Carlos el Noble, cuyo collar parece reconocerse en el cuello del Príncipe.

Don Carlos sostiene con la mano izquierda un enorme mandoble en el que se enrosca una banda con caracteres góticos. 

De su mano derecha sale una banderola o filacteria en cuyos pliegues se lee: "PACIENTIA OPUS PERPECTIUN HABET."

En otra faja caprichosamente plegada que se ve a la derecha del Príncipe se ve escrito: «Qui se humiliat exaltabitur.» “El que se humilla será exaltado”.

En la parte superior del mismo lado aparece un escudo de armas con las de Navarra, Aragón y Champagne, 

y en el opuesto un arbusto o árbol florido cuya significación se desconoce, y en cuyo tronco se enrosca una banda con la inscripción "Bonne foy". 

Tampoco se comprende lo que representan las dos figuras geométricas y las letras que se ven a ambos lados del Príncipe. 

En la parte inferior hay, a su derecha un arbusto como el ya descrito, y a su izquierda la misma inscripción «Bonne foy» que era la divisa adoptada por Carlos el Noble para la orden de caballería que creó con aquel nombre, divisa que también está esculpida en el sepulcro de ese monarca, en el coro de la Catedral de Pamplona. 

El ropón del Príncipe es pardo, con forro y cenefas de color rosado; el cuello es rojo y la montera o caperuza es rosada también, y el cinturón, guarnecido de oro. 

La figura del Príncipe es conforme con el retrato que de él hacen los historiadores, según los cuales D. Carlos, que tenía 40 años cuando murió, era «de estatura algo más que mediana, su rostro era flaco, su ademán grave y su fisonomía melancólica.» 

Un detalle digno de notarse en esta miniatura, y al que ya nos hemos referido, es el nimbo que rodea la cabeza del Príncipe, y es una prueba más de la opinión de santidad en que se le tuvo después de su muerte. 

Efectivamente: D. Carlos, que era idolatrado en Navarra, Aragón y Cataluña, no solo se había captado las entusiastas simpatías de toda Europa, por su carácter, su talento, su instrucción, sus escritos y, sobre todo, por sus desgracias, sino que su triste y prematuro fin causó un duelo general; su sepulcro de Poblet fue objeto de especial veneración, y el pueblo desde su fallecimiento le tuvo por santo, habiéndose dado muchos años después—según pretende algún autor,—comisión por la Sede Apostólica á D. Pedro de Cardona, Arzobispo de Tarragona, para que recibiese información de la vida y milagros del Príncipe. 

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Veamos ahora la imagen que de Don Carlos tenían algunos personajes sobresalientes de la época. Físicamente, Carlos de Viana, tenía el pelo color castaño claro, los ojos grises, la nariz larga y recta, la cara pálida y delgada y una estatura levemente superior a la media.

Lucio Marineo Sículo -humanista e historiador-, dice de él que "no le faltaba nada para ser un Príncipe perfecto". Era un hombre culto y amable, aficionado a la música y la literatura.

El capellán del rey de la Corona de Aragón, Alfonso el Magnánimo hace la siguiente descripción de Carlos de Viana: 

Fue muy bello, muy sabio, muy agudo, y muy claro de entendimiento; gran trovador, gran y buen músico, danzante y cabalgador, cumplido en todo amor y gracia; con mucha ciencia; todo el tiempo de su vida amó al estudio; fue verdadero y devoto cristiano, con gracia y amor para todas las gentes del mundo.

Por su parte, Gonzalo de Santa María -Obispo-, lo describe así: 

Era de estatura media o un poco mayor, de cara delgada y aspecto sereno y grave, con una expresión melancólica; tan magnífico y espléndido, según le había educado su madre, que cada día daba a quien quería cinco áureos; se deleitaba mucho con la música, gozaba con la compañía de literatos, y cultivaba toda clase de disciplinas, especialmente la filosofía moral y la teología; con un ingenio muy dispuesto para las artes mecánicas, lo tuvo para la pintura mucho más de lo que pudiera creerse.

Su escudo de armas personal representaba a dos sabuesos o lebreles que reñían entre sí por un hueso, una alusión a la disputa que los reyes de Francia y Castilla mantenían por el control del reino de Navarra, junto al lema "Utrimque roditur", "Por todas partes me roen".

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Catálogo de la librería... del célebre D. Carlos, Príncipe de Viana, heredero del trono de Navarra. Este documento forma parte de un inventario hecho desde Setiembre de 1461 (mes y año de la muerte del ilustre Príncipe), á Enero de 1462, y contiene también una extensa lista de joyas y alhajas, armas, tapices históricos y trajes pertenecientes a aquel, anotados en un cuaderno de papel de 33 hojas en 4.º que se conserva en los archivos históricos de Pau. 

El Catálogo de los manuscritos es somero, falto de método y en él aparecen los títulos de algunas de las obras con errores, debidos, sin duda, a la ignorancia de los copistas; pero sin embargo presenta notable interés y hace ver las aficiones de D. Carlos, siendo digno de notarse que su librería se componía casi exclusivamente de autores latinos y algunos franceses.

JUAN ITURRALDE Y SUIT: CATÁLOGO DE LA BIBLIOTECA DEL PRÍNCIPE DE VIANA. LIVRES. (Muy resumido).

Lactantius

Orationes Demostenis

Epitoma Titii Livii

De secreto conflictu curarum; ffrances. Petrarche

Un libre de Boeci en ffrances. 

Los Evangelis en grec. 

Les epistoles de Seneca en paper, no acabades. 

Un volum intitulat lo Plini de naturali istoria. 

Cornelius Tacitus

Ysop en ffrances. 

Josephus de Bello Judayco

Plutarcus

Lo Romanç de la Rosa en pergami. 

Un Alfabet en grec

Un libre de philosophia de Aristotil, en pergami, en metro. 


Relación complementaria:

Primo los probleumes de Aristotil

La secunda deca de Titu Livio en ffrances. 

Lo X libre de la terca deca de Titu Livio

Lo Flors Sanctorum

Biblioteca Virtual del Patrimonio Bibliográfico.

Destacaremos aquí la presencia en la biblioteca del príncipe, del Roman de la Rose, de Guillaume de Lorris y Jean de Meung (1225-1240) por tratarse de una obra de entretenimiento y de autores franceses, menos conocidos que los latinos, aunque de gran trascendencia en una etapa de la historia literaria, lo que motiva su inclusión en este Diario, en fechas próximas.

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NOTA 1 Georges-Nicolas Desdevises du Dezért (Lessay, Manche, Baja Normandía, Francia 21 de mayo de 1854 - Chamalières, Puy-de-Dôme, Auvernia, 15 de abril de 1942), fue un historiador, novelista, poeta, crítico literario e hispanista. Su obra abarca aspectos relacionados con Normandía, Auvernia y España y el mundo hispánico, tanto que su amigo Louis Bréhier dijo de él que "este normando se imbuyó del espíritu de su país de adopción, de manera que puede decirse que, después de España, es Auvernia la que ocupa más lugar en su obra". Su primera tesis doctoral trató sobre la condición femenina y el régimen matrimonial en el Fuero de Navarra; la segunda, en Historia, versó sobre Carlos de Aragón, el príncipe de Viana (1889), una obra muy documentada por medio de becas oficiales francesas que le permitieron sondear el Archivo de la Corona de Aragón y el Archivo General de Navarra entre 1881 y 1886; la edición en 1889 de esta obra se ha hecho clásica.

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