Magnífico Señor, mi señor:
Hace mucho tiempo que no he escrito a Vuestra Magnificencia, y no ha sido por otra cosa, ni por nada, salvo no haberme ocurrido cosa digna de memoria. Y la presente sirve para daros nueva, cómo hace un mes aproximadamente, que vine de las regiones de la India por la vía del mar Océano, a salvo con la gracia de Dios a esta ciudad de Sevilla: y porque creo que Vuestra Magnificencia tendrá gusto de conocer todo lo sucedido en el viaje, y de las cosas más maravillosas que se me han ofrecido. Y si soy algún tanto prolijo, póngase a leerla cuando esté más desocupado, o como postre, después de levantada la mesa.
V.M. sabrá, cómo por comisión de la Alteza de estos Reyes de España, partí con dos carabelas a 18 de mayo de 1499, para ir a descubrir hacia la parte del noroeste o sea por la vía del mar Océano; y tomé mi camino a lo largo de la costa de África, tanto que navegué a las Islas Afortunadas, que hoy se llaman las Islas de Canarias: y después de haberme abastecido de todas las cosas necesarias, hechas nuestras oraciones y plegarias, nos hicimos a la vela desde una isla, que se llama la Gomera, y dirigimos la proa hacia el lebeche, y navegamos 24 días con viento fresco, sin ver tierra ninguna, y al cabo de 24 días avistamos tierra, y encontramos haber navegado al pie de 1300 leguas desde la ciudad de Cádiz, por el rumbo del lebeche.
Avistada la tierra, dimos gracias a Dios, y echamos al agua los botes, y con 16 hombres, fuimos a tierra, y la encontramos tan llena de árboles, que era cosa maravillosa no sólo su tamaño; sino su verdor, porque nunca pierden las hojas, y por el olor suave que salía de ellos, que son todos aromáticos, daban tanto deleite al olfato, que nos producía gran placer. Y andando con los botes a lo largo de la tierra para ver si encontrábamos disposición para salir a tierra, y como era tierra baja, trabajamos todo el día hasta la noche, y en ninguna ocasión encontramos camino, ni facilidad para entrar tierra adentro, porque no solamente lo impedía la tierra baja, sino la espesura de los árboles; de modo que convinimos en volver a los navíos e ir a probar la tierra en otra parte: y vimos en este mar una cosa maravillosa, y fue que 15 leguas antes de que llegásemos a tierra, encontramos el agua dulce como de río, y sacamos de ella y llenamos todos los barriles vacíos que teníamos. Cuando estuvimos en los navíos, levamos anclas, y nos hicimos a la vela, poniendo proa hacia el mediodía; por que mi intención era ver si podía dar vuelta a un cabo de tierra, que Tolomeo llama el Cabo Cattegara, que está unido con el Gran Golfo, ya que, mi opinión no estaba muy lejos de ello, según los grados de longitud y latitud, como se dará cuenta más abajo.
Navegamos hacia el mediodía y a lo largo de la costa vimos desembocar de la tierra dos grandísimos ríos, y uno venía del poniente y corría hacia levante y tenía cuatro leguas de anchura, que son dieciséis millas, y el otro corría de mediodía hacia septentrión siendo de tres leguas de ancho; y yo creo que estos dos ríos eran la causa de ser dulce el mar, debido a su grandeza. Y visto que la costa de la tierra resultaba ser aún tierra baja, acordamos entrar en uno de estos ríos con los botes y navegar por él hasta encontrar ocasión de saltar a tierra o población de gente; y preparados nuestros botes y aprovisionados para cuatro días con 20 hombres bien armados nos metimos por el río, y a fuerza de remos navegamos por él, en casi dos días, obra de dieciocho leguas, tentando la tierra en muchas partes, y continuamente la encontramos que seguía siendo tierra baja y tan espesa de árboles que apenas un pájaro podía volar por ella; y así navegando por el río, vimos señales ciertísimas de que el interior de la tierra estaba habitado: y porque las carabelas habían quedado en lugar peligroso, cuando el viento saltase de travesía, acordamos al cabo de dos días volvernos a las carabelas, y así lo hicimos.
Lo que aquí vi fue, que vimos una feísima especie de pájaros de distintas formas y colores, y tanto papagayos, y de tan diversas clases, que era maravilla; algunos colorados como grana, otros verdes y colorados, y amarillos limón, y otros totalmente verdes, y otros negros y encarnados, y el canto de los otros pájaros que estaban en los árboles, era cosa tan suave y de tanto melodía que nos ocurrió muchas veces quedarnos suspenso por su dulzura. Sus árboles son de tanta belleza y de tanta suavidad que pensamos estar en el Paraíso terrenal, y ninguno de aquellos árboles, ni sus frutas se parecían a los mismos de esta parte, y por el río vimos a mucha gente pescar y de diversos aspectos. Y una vez que hubimos llegado a los navíos, levamos anclas haciéndonos a la vela, teniendo continuamente la proa hacia el mediodía; y navegando en este rumbo, y estando lejos en el mar al pie de cuarenta leguas, encontramos una corriente marina, que corría del siroco al maestral, que era tan grande y corría con tanta furia, que nos causó gran pavor, y corrimos grandísimo peligro.
La corriente era tal, que la del Estrecho de Gibraltar y la del Faro de Mesina son un estanque en comparación de aquélla, de manera que, como nos tomaba de proa, no podíamos adelantar camino alguno, aunque tuviéramos viento fresco, de modo que, visto el poco camino que hacíamos y el peligro en que estábamos, acordamos volver la proa hacia el maestral y navegar hacia la parte del septentrión. Y porque, si bien me recuerdo, sé que Vuestra Magnificencia entiende bastante de cosmografía, pienso describiros hasta dónde fuimos en nuestra navegación en longitud y latitud: digo que navegamos tanto hacia la parte del mediodía que entramos en la zona tórrida y dentro del círculo de Cáncer: y habéis de tener por cierto que en pocos días, navegando por la zona tórrida hemos visto las cuatro sombras del Sol, por cuanto el sol se hallaba en el cenit a mediodía, digo que estando el Sol en nuestro meridiano, no teníamos sombra ninguna que todo esto sucedió muchas veces mostrarlo a toda la tripulación y tomarla por testigo a causa de la gente ignorante, que no sabe que la esfera del Sol va por su círculo del zodíaco; que una vez veía la sombra al mediodía, y otra al septentrión, y otra al occidente, y otra al oriente, y alguna vez, una hora o dos al día, no teníamos sombra alguna.
Tanto navegamos por la zona tórrida hacia la parte del austro, que nos encontramos bajo la línea equinoccial, y teniendo un polo y el otro a final de nuestro horizonte, y la pasamos por seis grados perdiendo totalmente la estrella tramontana; que apenas se nos mostraban las estrellas de la Osa Menor, o por mejor decir, las guardias que giran alrededor del Firmamento: y deseoso de ser yo el autor que señalara la estrella del Firmamento del otro polo, perdí muchas veces el sueño de noche en contemplar el movimiento de las estrellas del otro polo, para señalar cuantas de ellas tuviesen menor órbita y se hallasen más cerca del Firmamento, y no pude con tantas malas noches que pasé, y con cuantos instrumentos usé, que fueron el cuadrante y astrolabio. No advertí estrella, que tuviese menos de diez grados de movimiento sobre su órbita, de modo que no quedé satisfecho conmigo mismo de nombrar ninguna que señalase el polo sur a causa del gran círculo que hacían alrededor del Firmamento: y mientras que en esto andaba, me acordé de un dicho de nuestro poeta Dante, del cual hace mención en el primer capítulo del Purgatorio, cuando finge salir de este hemisferio, y encontrarse en el otro, y queriendo describir el polo Antártico dice:
Y a la derecha vuelto, alcé la mente al otro Polo, y vide cuatro estrellas que sólo vio la primitiva gente.
¡Qué alegre el cielo de sus chispas bellas! ¡Oh viudo Septentrión que estás privado eternamente de la vista de ellas!
Que según a mí me parece, que el poeta en estos versos quiere describir por las cuatro estrellas el polo del otro Firmamento, y no dudo hasta ahora que aquello que dice no sea verdad: porque yo observé cuatro estrellas formando como una almendra, que tenían poco movimiento, y si Dios me da vida y salud, espero volver pronto a aquel hemisferio, y no regresar sin señalar el polo.
Digo en conclusión, que navegamos tanto hacia la parte del mediodía que nos alejamos por el rumbo de la latitud de la ciudad de Cádiz 60 grados y medio, porque sobre la ciudad de Cádiz alza el polo 35 grados y medio, nosotros nos encontramos que habíamos pasado de la línea equinoccial 6 grados: esto baste en cuanto a la latitud. Habéis de advertir que esta navegación fue en los meses de julio, agosto y septiembre, que como sabéis el Sol reina más continuamente en este nuestro hemisferio y recorre un arco mayor durante el día, y menor el de la noche: y mientras nos hallábamos en la línea equinoccial, o aproximadamente a 4 o 6 grados de ella, que fue durante los meses de julio y agosto, la diferencia del día sobre la noche no se notaba, y casi el día era igual a la noche, y era muy poca la diferencia.
En cuanto a la longitud digo, que para conocerla encontré tanta dificultad que tuve grandísimo trabajo en hallar con seguridad el camino, que había recorrido siguiendo la línea de la longitud, y tanto trabajé que al fin no encontré mejor cosa que observar y ver de noche la posición de un planeta con otro, y el movimiento de la Luna con los otros planetas porque el planeta de la Luna es más rápido en su curso que ningún otro, y lo comprobaba con el Almanaque de Giovanni da Monteregio, que fue compuesto según el meridiano de la ciudad de Ferrara, concordándolo con los cálculos de la Tablas del Rey Don Alfonso: y después de muchas noches que estuve en observación, una noche entre otras, estando a veintitrés de agosto de 1499, en que hubo conjunción de la Luna con Marte, la cual según el Almanaque debía producirse a media noche o media hora antes: hallé que al salir la Luna en nuestro horizonte, que fue una hora y media después de puesto el Sol, el planeta había pasado a la parte de oriente, digo, que la Luna se hallaba más oriental que Marte cerca de un grado y algún minuto más, y a la media noche se hallaba más al oriente 15 grados y medio, poco más o menos, de modo que hecha la proporción, si 24 horas me valen 360 grados, ¿qué me valdrán 5 horas y media?, encuentro que me valen 82 grados y medio, y tan distante me hallaba en longitud del meridiano de la ciudad de Cádiz, que asignando a cada grado 16 leguas, me encontraba 1,366 leguas y dos tercios más al occidente que la ciudad de Cádiz, que son 15,466 millas y dos tercios. La razón por la cual asigno a cada grado 16 leguas y dos tercios es porque según Tolomeo y Alfagrano, la tierra tiene una circunferencia de 24.000 [millas] que valen 6.000 leguas, que, repartiéndolas en 360 grados, corresponden a cada grado 16 leguas y dos tercios, y esta proporción la comprobé muchas veces con el punto de los pilotos, encontrándola verdadera y buena.
Me parece, Magnífico Lorenzo, que la mayor parte de los filósofos queda reprobada con este viaje mío: pues dicen, que dentro de la zona tórrida no se puede habitar a causa del gran calor; y yo he encontrado en este viaje mío ser lo contrario, porque el aire es más fresco y templado en esa región que fuera de ella y que hay tanta gente que habita allí que por su número son mucho más que aquellos que viven fuera de ella, por el motivo que más adelante se dará; que cierto es que más vale la práctica que la teoría.
Hasta aquí he declarado cuanto navegué hacia el mediodía y hacia el occidente, ahora me resta deciros de la disposición de la tierra que encontramos, y de la naturaleza de los habitantes, y de su trato, y de los animales que vimos, y de muchas otras cosas que se me ocurren dignas de memoria.
Digo que después que dirigimos nuestra navegación hacia el septentrión, la primera tierra que encontramos habitada fue una isla, que distaba 10 grados de la línea equinoccial, y cuando estuvimos cerca de ella, vimos mucha gente en la orilla del mar, que nos estaba mirando como cosa de maravilla, y surgimos junto a la tierra obra de una milla, y equipamos los botes, y fuimos a tierra 22 hombres bien armados; y la gente como nos vio saltar a tierra, y conoció que éramos gente diferente de su naturaleza, porque ellos no tienen barba alguna, ni visten ningún ropaje, así los hombres como las mujeres, que van como salieron del vientre de su madre, que no se cubren vergüenza ninguna, y así por la diferencia del color, porque ellos son de color como pardo o leonado y nosotros blanco, de modo que teniendo miedo de nosotros, todos se metieron en el bosque, y con gran trabajo por medio de signos les dimos seguridades y platicamos con ellos; y encontramos que eran de una raza que se dicen caníbales, y que casi la mayor parte de esta generación, o todos, viven de carne humana, y esto téngalo por cierto Vuestra Magnificencia. No se comen entre ellos, sino que navegan en ciertas embarcaciones que tienen, y que se llaman canoas, y van a traer presa de las islas o tierras comarcanas, de una generación enemiga de ellos y de otra generación que no es la suya. No comen mujer alguna salvo que las tengan como extrañas, y de esto tuvimos la certeza en muchas partes donde encontramos tal gente, porque nos sucedió muchas veces ver los huesos y cabezas de algunos que se habían comido, y ellos no lo niegan: y además lo afirmaban así sus enemigos, que están continuamente atemorizados por ellos. Son gente de gentil disposición y de buena estatura: van totalmente desnudos; sus armas son armas de saeta, y llevan éstas, y rodelas, y son gente esforzada y de mucho ánimo.
Son grandísimos flecheros: en conclusión tratamos con ellos y nos llevaron a una población suya, que se hallaba como dos leguas tierra adentro, y nos dieron de almorzar y cualquier cosa que les pedía, en seguida la daban, creo más por miedo que por buena voluntad: y después de haber estado con ellos un día entero, volvimos a los navíos quedando amigos con ellos.
Navegamos a lo largo de la costa de esta isla y vimos otra gran población a la orilla del mar: fuimos a tierra con el batel y encontramos que nos estaban esperando, y todos cargados con alimento: y nos dieron del almorzar muy bien de acuerdo con sus vituallas: y viendo tan buena gente, y tratarnos tan bien, no abusamos nada de lo de ellos, y nos hicimos a la vela y fuimos a meternos en un golfo, que se llamó el golfo de Parias y fuimos a surgir frente a un grandísimo río, que es la causa de ser dulce el agua de este golfo; y vimos una gran población que se hallaba cerca del mar, donde había tanta gente que era maravilla, y todos estaban sin armas, y en son de paz; fuimos a tierra con los botes, y nos recibieron con gran amor, llevándonos a sus casas, donde tenían muy bien aparejadas cosas de comer.
Aquí nos dieron de beber tres clases de vino, no de uvas, sino hecho de frutas como la cerveza, y era muy bueno; aquí comimos muchos mirabolanos frescos, que es una muy regia fruta, y nos dieron muchas otras frutas, todas diferentes de las nuestras, y de muy buen sabor, y todas de sabor y olor aromáticos.
Nos dieron algunas perlas pequeñas y once grandes, y por signos nos dieron a entender que si queríamos esperar algunos días, irían a pescarlas y nos traerían muchas de ellas; no nos preocupamos de llevarnos muchos papagayos de varios colores, y amistosamente nos separamos de ellos.
De esta gente supimos cómo los de la isla antes nombrada eran caníbales, y cómo comían carne humana.
Salimos de este golfo, y fuimos a lo largo de la tierra, y siempre veíamos muchísima gente, y cuando teníamos la oportunidad tratábamos con ellos, y nos daban de lo que tenían y todo lo que les pedíamos. Todos van desnudos como nacieron sin tener ninguna vergüenza, que si yo hubiese de contar cuan poca vergüenza tienen sería entrar en cosas deshonestas, y es mejor callar.
Después de haber navegado al pie de 400 leguas continuamente por la costa, llegamos a la conclusión que esta era tierra firme, como yo digo, y los confines del Asia por la parte de oriente, y el principio por la parte de occidente; porque muchas veces nos sucedió observar diversos animales, como leones, ciervos, cabras, puercos salvajes, conejos y otros animales terrestres, que no se hallan en islas sino en tierra firme.
Caminando un día tierra adentro con veinte hombres, vimos una culebra o serpiente que tendría de largo obra de ocho brazas, y era gruesa como yo en la cintura: tuvimos un gran pavor de ella y por haberla visto volvimos al mar. Me sucedió muchas veces ver animales ferocísimos, y grandes serpientes. Y navegando por la costa, cada día descubríamos infinidad de gente, y distintas lenguas, hasta que después de haber navegado unas 400 leguas por la costa, empezamos a encontrar gente que no quería nuestra amistad, sino que nos estaban esperando con armas, que son arcos y flechas, y con otras armas que tienen: y cuando íbamos a tierra con los botes nos impedían bajar a tierra, de modo que nos veíamos forzados a luchar contra ellos, ya al fin de la batalla quedaban mal librados frente a nosotros, pues como están desnudos siempre hacíamos en ellos grandísima matanza, sucediéndonos muchas veces luchar 16 de nosotros con 2,000 de ellos y al final desbaratarlos, y matar muchos de ellos; y robar sus casas y un día entre ellos vimos muchísima gente, todos puestos en armas para defenderse, e impedirnos bajar a tierra: nos armamos 26 hombres bien armados, y cubrimos los botes para evitar las flechas que nos tiraban; las que herían siempre a algunos de nosotros antes que pudiéramos saltar a tierra. Y después de defender la tierra cuanto pudieron, por fin saltamos a tierra y combatimos con ellos con grandísimo trabajo y la causa por la que tenían más ánimo y mayor esfuerzo contra nosotros era que no sabían qué arma era la espada ni cómo cortaba: y así combatiendo, fue tanta la multitud de gente que cargó contra nosotros, y tan grande el número de flechas que no podíamos resistir, y abandonando casi toda esperanza de vivir, volvimos las espaldas para saltar a los botes.
Y así retirándonos y huyendo un marinero de los nuestros que era portugués, hombre de 55 años de edad que había quedado al cuidado del batel, viendo el peligro en que nos hallábamos saltó del batel a tierra y a grandes voces nos dijo: hijos, dad la cara a las armas enemigas, que Dios os dará la victoria; y se puso de hinojos e hizo oración; y luego hizo una gran arremetida contra los indios, y todos a una nosotros con él así heridos como estábamos; de modo que nos volvieron la espalda y comenzaron a huir, y al fin los desbaratamos, y matamos a 150 de ellos quemándoles 180 casas: y porque estábamos mal heridos y cansados, volvimos a los navíos refugiándonos en un puerto donde estuvimos veinte días únicamente para que el médico nos curase, y nos salvamos todos menos uno que se hallaba herido en la tetilla izquierda.
Y después de sanados volvimos a nuestra navegación y por esa misma costa nos sucedió muchas veces combatir con una infinidad de gente y siempre conseguimos victorias contra ellos. Y navegando así llegamos a una isla, que se halla distante de la tierra firme 15 leguas, y como al llegar no vimos gente y pareciéndonos la isla de buena disposición, acordamos ir a explorarla, y bajamos a tierra 11 hombres; y encontramos un camino y nos pusimos a andar por él dos leguas y media tierra adentro, y hallamos una población obra de 12 casas, en donde no encontramos más que siete mujeres de tan gran estatura que no había ninguna de ellas que no fue más alta que yo un palmo y medio; y como nos vieron tuvieron gran miedo de nosotros, y la principal de ellas, que por cierto era una mujer discreta, con señas nos llevó a una casa y nos hizo dar algo para refrescar; y nosotros, viendo a mujeres tan grandes, convinimos en raptar dos de ellas, que eran jóvenes de quince años, para hacer un regalo a estos Reyes, pues sin duda eran criaturas que excedían la estatura de los hombres comunes: y mientras estábamos en esto, llegaron 36 hombres y entraron en la casa donde nos encontrábamos bebiendo y eran de estatura tan elevada que cada uno de ellos era de rodillas más alto que yo de pie.
En conclusión eran de estatura de gigantes, según el tamaño y proporción del cuerpo, que correspondía con su altura; que cada una de las mujeres parecía un Pentesilea, y los hombres Anteos; y al entrar, algunos de ellos tuvieron tanto miedo que aún hoy no se sienten seguros. Tenían arcos y flechas, y palos grandísimos en forma de espadas, y como nos vieron de estatura pequeña, comenzaron a hablar con nosotros para saber quiénes éramos, y de dónde veníamos, y nosotros manteniéndonos tranquilos en son de paz, contestábamos por señas que éramos gente de paz, y que íbamos a conocer el mundo; en conclusión, resolvimos separarnos de ellos sin querella, y nos fuimos por el mismo camino que habíamos venido, y nos acompañaron hasta el mar, y subimos a los navíos: casi la mayor parte de los árboles de esta isla son de brasil y tan buenos como aquél de levante.
Desde esta isla fuimos a otra isla vecina de aquella a diez leguas, y encontramos una grandísima población que tenía sus casas construidas en mar como Venecia, con mucho arte; y maravillados de tal cosa, acordamos ir a verlas, y al llegar a sus casa, quisieron impedir que entrásemos en ellas. Probaron como cortaban las espadas y se conformaron con dejarnos entrar, y encontramos que tenían colmadas las casas con finísimo algodón, y las vigas de sus casas eran también de brasil, y les quitamos mucho algodón y brasil, volviendo luego a nuestros navíos.
Habéis de saber que en todas partes donde saltamos tierra, encontramos siempre gran cantidad de algodón, y los campos llenos de plantas de él, tanto que en esos lugares se podrían cargar cuantas carabelas y navíos hay en el mundo, con algodón y brasil. Por último navegamos otras 300 leguas por la costa, encontrando continuamente gente bravía, e infinidad de veces combatimos con ellas y apresamos como a veinte de aquellos entre las cuales se distinguían siete lenguas, que no se entendían la una con la otra; se dice que en el mundo no hay más que 77 lenguas, y yo digo que son más de 1,000, porque sólo aquéllas que yo he oído son más de 40.
Después de haber navegado por esta tierra 700 leguas o más, sin contar infinitas islas que hemos visto, estando los navíos muy gastados y que hacían mucha agua que apenas podíamos achicarla con dos bombas, y la gente muy fatigada y trabajada, y faltándonos las provisiones como nos hallábamos según el punto de los pilotos, cerca de una isla que se llama la Española, que es aquélla que descubrió el Almirante Colón hace seis años, a 120 leguas, resolvimos ir a ella, porque está habitada por cristianos, componer nuestros navíos y descansar la gente, y abastecernos de provisiones, porque desde esta isla hasta Castilla hay 1,300 leguas de golfo sin ninguna tierra; y en siete días estuvimos en ella, donde nos quedamos obra de dos meses, y reparamos los navíos y nos abastecimos; y resolvimos dirigirnos hacia el norte donde encontramos muchísima gente, y descubrimos más de 1,000 islas, la mayor parte habitadas y siempre gente desnuda, y toda era gente muy miedosa y de poco valor, y hacíamos de ella lo que queríamos.
Esta última parte que descubrimos fue muy peligrosa para nuestra navegación debido a los bajíos y mar bajo que encontramos en ella, que muchas veces corrimos el riesgo de naufragar. Navegamos por este mar 200 leguas, derecho al septentrión, y como ya la gente estaba cansada y fatigada, por haber estado en el mar cerca de un año, comiendo seis onzas de pan por día y bebiendo tres medidas pequeñas de agua, y hallándose los navíos en condiciones peligrosas para mantenerse en el mar, reclamó la tripulación diciendo que querían volver a Castilla a sus casas, y que no querían ya tentar el mar, y la fortuna; por lo que acordamos apresar esclavos, cargar con ellos los navíos y tornarnos de vuelta a España; y fuimos a ciertas islas, y tomamos por la fuerza 232 almas, y las cargamos, y tomamos la vuelta de Castilla, y en 67 días atravesamos el golfo, y llegamos a las islas Azores, que son del Rey del Portugal y distan de Cádiz 300 leguas, y después de abastecernos, navegamos hacia Castilla, pero por sernos contrarios los vientos, por fuerza tuvimos que ir a las Islas Canarias, y de las Canarias a la Isla de Madera y de Madera a Cádiz, empleando en este viaje trece meses corriendo inmensos peligros, y descubriendo muchísima tierra de Asia, gran número de islas, la mayor parte habitadas; que muchas veces hice cálculos con el compás, que hemos navegado al pie de 5,000 leguas.
En conclusión, pasamos de la línea equinoccial 6 grados y medio, y luego volvimos hacia la parte del septentrión; tanto que la estrella tramontana se elevaba 35 grados y medio sobre nuestro horizonte y hacia la parte de occidente navegamos 84 grados lejos del meridiano de la ciudad y puerto de Cádiz. Descubrimos infinita tierra, vimos infinitas gentes, y varias lenguas y todos desnudos.
En la tierra vimos muchos animales salvajes y varias clases de pájaros, y de árboles muchísima copia y todos aromáticos: trajimos perlas, y oro nativo en grano: trajimos dos piedras, una de color de esmeralda y la otra de amatista, durísimas, de una media cuarta de largo y gruesas como tres dedos. Estos Reyes las tienen en gran estima, y las han guardado entre sus joyas. Trajimos un gran trozo de cristal, que algunos joyeros afirman que es berilo, y según nos decían los indios, tenían gran copia de ello. Trajimos 14 perlas encarnadas, que contentaron mucho a la Reina, y muchas otras cosas de pedrería, que nos parecieron bellas; y de todas estas cosas no trajimos cantidades porque no parábamos en ningún lugar, sino navegando continuamente.
Cuando llegamos a Cádiz, vendimos muchos esclavos, de los cuales teníamos 200 porque los restantes hasta 232 habían muerto en el golfo; y después de pagar los gastos de la navegación, nos quedaron obra de 500 ducados que repartimos en 55 partes siendo así poco lo que nos tocó a cada uno, con todo quedamos muy satisfechos con haber salvado la vida y dimos gracias a Dios porque durante el viaje, de 57 hombres cristianos que éramos, murieron únicamente dos que mataron los indios.
Yo, desde que llegué, tengo dos cuartanas, pero tengo la esperanza en Dios de poder sanar pronto porque me duran poco y sin calofríos. Omito muchas cosas dignas de memorias para no ser más prolijo de lo que soy y que reservo en la pluma y la memoria.
Aquí me arman tres navíos para que nuevamente vaya a descubrir, y creo que estarán listos a mediados de septiembre. Plazca a Nuestro Señor concederme salud y buen viaje que a la vuelta espero traer grandes nuevas y descubrir la Isla Taprobana, que se halla entre el mar Índico y el mar Gangético, y después es mi propósito repatriarme, y descansar los días de mi vejez.
Por la presente no me excederé en más razones, porque muchas cosas se dejan de escribir por no acordarse del todo y para no ser más prolijo de lo que he sido.
He resuelto, Magnífico Lorenzo, que así como os he dado cuenta por carta de lo que me ha ocurrido, enviaros dos figuras con la descripción del mundo hechas y preparadas con mis propias manos y saber. Y serán un mapa de figura plana y un Mapamundi de cuerpo esférico, que pienso enviaros por la vía del mar por medio de un tal Francisco Lotti, florentino, que se encuentra aquí. Creo que os gustarán y especialmente el cuerpo esférico, que hace poco tiempo hice otro para la alteza de los Reyes y lo estiman mucho. Era mi propósito llevarlos personalmente, pero la nueva determinación de ir otra vez a descubrir no me da lugar, ni tiempo. No falta en esa ciudad quien entienda la figura del mundo y que quizá enmiende en ella alguna cosa; sin embargo, el que quisiera hacer alguna enmienda que espere mi llegada, porque pudiera suceder que me justifique.
Creo que V. M. habrá sabido las nuevas traídas por la flota que hace dos años envió el Rey de Portugal a descubrir por la parte de Ghinta. Un viaje como ese no lo llamo yo descubrir, sino ir por lo descubierto, porque, como veréis por la figura su navegación ha sido continuamente a vista de tierra y han dado vuelta a toda la tierra de África por la parte austral, que es una ruta de la cual hablan todos los autores de cosmografía. Cierto es que dicha navegación ha sido de gran provecho, que es lo que se tiene en cuenta hoy y máxime en este reino donde existe la más desenfrenada codicia. Sé que han pasado del mar Rojo y que han llegado al Golfo Pérsico a una ciudad que se llama Calicut, que está entre el Golfo Pérsico y el río Indo, y ahora el Rey de Portugal hizo aprestar nuevamente 12 naves con grandísima riqueza enviándolas hacia aquellas partes, y seguramente harán grandes cosas, siempre que lleguen a salvo.
Estamos a 18 días del mes de julio de 1500 y no hay otra cosa que mencionar. Nuestro Señor la vida y el magnífico Estado de vuestra señorial Magnificencia guarde y aumente como desea.
De V. M. Servidor.
Américo Vespucio
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