sábado, 10 de marzo de 2012

LA NOVIA DE DON FADRIQUE, II Parte. DON MARTÍN CORTÉS


LA NOVIA DE DON FADRIQUE, II PARTE. DON MARTÍN CORTÉS

Así pues, estábamos en 1581 y doña Magdalena de Guzmán abandonaba el convento de Toledo para casarse con el caballero D. Martín Cortés, al que no conocía de nada, motivo por el cual podemos deducir que la boda fue arreglada.

Es un hecho que los descendientes de algunas de las más grandes personalidades del siglo XVI, poco o nada tuvieron en común con las hazañas de sus antecesores, excepto las grandes fortunas que heredaron. Tal es el caso de los dos novios de Magdalena de Guzmán. Don Fadrique, para decir la verdad, no era un ejemplo en nada, sino que más bien constituyó una verdadera pesadilla para su padre y prácticamente lo mismo podemos decir de don Martín con respecto al conquistador Hernán Cortés. Probablemente a esa segunda generación siguió una tercera muy similiar. Don Fadrique, por ejemplo, al no tener descendencia con ninguna de sus tres esposas, tuvo que dejar su legado a su sobrino Antonio, hijo de su hermano Diego, fallecido muy joven. A Antonio lo conocemos como muy amigo de holgarse, que tarda tres o cuatro horas en vestirse, que juega y que no tiene gran entendimiento; esto en palabras del marqués de Velada, tío de Fadrique, que lo decía con cariño.

Don Fadrique era un vividor indisciplinado, sin dotes de mando y muy derrochador, pero nada causó nunca más contrariedad a su padre, que el hecho de que intentara casarse con Magdalena Guzmán. Ahora bien, ¿fue realmente Fadrique quien eligió a Magdalena como esposa, hasta el punto de asegurar que si no se casaba con ella, permanecería viudo?

Lo cierto es que hay pruebas de que a él, en lo relativo a mujeres, le daba igual una que otra y, de hecho, sus preferencias, si las tuvo, nunca fueron tomadas en consideración para sus anteriores matrimonios, además había dado claras muestras de ser poco respetuoso con ellas. Pero sobre todo ¿por qué sospechaba su padre que la decisión de casarse con Magdalena se debía a un pacto de su hijo con el rey? Puede ser que sólo lo sospechara, pero también podría ser que el pacto existiera, lo que explicaría su rotunda animadversión hacia la muchacha, porque conocía al monarca desde que era muy jovencito.

Cuando Felipe II se casó con Isabel de Valois, ella era apenas una niña por lo que el rey hubo de esperar unos años a que fuera orgánicamente madura y capaz de tener hijos. En esa época se le achacan algunas aventuras, generalmente con doncellas que tenía a su alcance en casa, es decir, damas de su hermana Juana o de la propia reina. Más tarde se les buscaba un marido, preferiblemente aristócrata, pero que tuviera algún o algunos motivos de peso para aceptar la boda, como deudas, sentencias condenatorias, etc. Así, Eufrasia de Guzmán o Magdalena Girón, fueron madres de sendos niños; casadas, con su voluntad o sin ella, antes de que estos nacieran y enviadas fuera de España en compañía de sus respectivos cónyuges.

Si existía un pacto entre don Fadrique y el rey, por ahora no lo podemos saber con seguridad, porque no hay papeles, pero lo que sí es seguro, es que en ninguna parte estaba escrito que don Felipe le hubiera amenazado con cortarle la cabeza si no se casaba; de hecho decía Fadrique que supo de dicha amenaza por intermedio de Escobedo –el malhadado secretario de don Juan de Austria, cuyo asesinato todavía está por resolver–, pero la supuesta amenaza, que el duque de Alba jamás pareció tomar en serio, parece más bien haber sido enarbolada por don Fadrique para poder enfrentarse a su padre, a quien evidentemente temía más que al rey.

La diferencia entre D. Fadrique y D. Martín es que sobre este último sí pesó una sentencia de muerte, además de la confiscación de todos sus bienes. Y estamos hablando de la fabulosa herencia de Hernán Cortés.

Quince años antes de nuestra boda se había producido en México una revuelta o Conjura contra la Corona, protagonizada por Martín Cortés y otros nobles hijos de conquistadores.

Martín Cortés nació y pasó su infancia en Cuernavaca. A los ocho años acompañó a su padre en sus viajes a España y otros reinos, por lo que no volvió a Nueva España hasta los 30 años de edad. Allí fue recibido a cuerpo de rey y festejado en todas partes. La citada enorme fortuna heredada de su padre hacía de él un hombre más poderoso y respetado que el propio Virrey. A pesar de esto, parece que sus ingresos no eran suficientes para cubrir sus necesidades, por lo que reclamó un aumento de las rentas de sus encomiendas, llegando a solicitar cantidades que parecieron abusivas al Virrey Velasco, quien no dudó en quejarse a la Corona.

El caso se resolvió por un Decreto mediante el cual, todas los beneficios concedidos a conquistadores y colonos, perdían su carácter de perpetuidad al quedar restringidos a la tercera generación de aquellos a quienes les habían sido concedidos.

Los jóvenes descendientes de los conquistadores estaban muy acostumbrados a vivir en medio del lujo, el derroche, el gasto continuo y el respeto de todos, por lo que –se dijo-, decidieron urdir un plan para asesinar al Virrey y a todos los representantes de la Real Audiencia, después de lo cual, coronarían a don Martín, quien asumió una actitud muy ambigua acerca del proyecto. No aclaran las fuentes si por cobardía o por cálculo, pero no se negó a secundar los planes de los conjurados, aunque tampoco se comprometió claramente a apoyarlos: –él no tuvo voluntad de alzarse con la tierra, ni por la imaginación, sino escucharles y ver en lo que se ponía el negocio– dice el cronista Suárez de Peralta.

Se cuenta que para celebrar el bautizo de sus hijos gemelos, Martín Cortés organizó grandes festejos y banquetes durante varios días y que en su transcurso, una noche, los hermanos Ávila teatralizaron una ceremonia en la que, disfrazados de indígenas –Alonso de Ávila, mozo, galán y rico, aunque era casado, representaba a Moctezuma–, coronaron de laurel a Cortés y a su esposa.

Como debía ser todo disparate de gente que comía y bebía hasta escalentarse, no se movía cosa ninguna de hecho –escribiría el misionero Torquemada–, contentándose con sólo convidar a los amigos, brindándoles al uso de Flandes, donde el marqués había aprendido esta mala doctrina.

Conviene decir que la mala doctrina al uso de Flandes, consistía en apostar sobre quien podría aguantar más bebida. Y es pertinente asimismo, destacar la incoherencia de Torquemada, quién, aún creyendo que todo aquello no era sino una niñería, consideraba, no obstante, que: pues pecan como niños eligiendo reyes de burla, paguen como hombres el atrevimiento que tuvieron de tomar en la boca palabras que diesen ultraje al rey.

Y todo esto viene a cuento porque en aquel siglo y el siguiente, se produjeron hechos similares, que muchos historiadores, incluso contemporáneos, achacaron a una especie de trampa de los monarcas o su entorno cortesano, que intentarían así desposeer a los supuestos rebeldes, o deshacerse de ellos con el objetivo de recuperar sus formidables rentas para la Corona.

Lo cierto, según la Real Audiencia, es que el proyecto se fue tramando en secreto, pero algo hizo que todo saliera a la luz antes de su ejecución y la conjura pudiera ser abortada.

Lo que al marqués le destruyó –prosigue el cronista–, fue que se decía traía requiebro con una señora, por la cual favorecía a sus deudos, los cuales eran contrarios de otros caballeros a quien él tenía mucha obligación, por ser hijos de quien sustentaron a su padre, y por él se pusieron muchas veces a peligros de muerte por defenderle,  por ejemplo, de la acusación de querer alzarse con el reino, y que tenía escondido el tesoro de Moctezuma.

Por ello echábanle cada día papeles infames, y tanto, que yendo él a sacar un lienzo de narices, de las calzas halló un papel entre ellas, que decía en él esta letra:
                                   Por Marina, soy testigo,
                                   goza esta tierra buen nombre,
                                   y por otra de este nombre
                                   la perderá quien yo digo.

Al parecer, se llamaba así la señora con quien Martín traía requiebro, igual que la mujer, quizás mejor conocida como La Malinche, que había servido a su padre de intérprete cuando la conquista, la cual fue grandísima parte para el buen suceso que tuvo en ella.
Malinche sirve de intérprete a Don Hernán Cortés

Y tal fue la causa por la que uno de los principales conjurados, muy próximo a aquellos postergados por don Martín, hombre muy principal y rico, que se llamaba Baltasar de Aguilar Cervantes, descubrió todo lo que había del alzamiento y de cómo el marqués había de ser rey.

Muchos y muy interesantes detalles nos ofrece el cronista, en los cuales no podemos extendernos ahora, pues no son el objetivo de este artículo, pero bastará con dos pinceladas más para describir la situación con ese lenguaje claro, sencillo y preciso de la época que, parece dotar de vida a las personas que lo utilizan.

Al fin, y hecha la información y concluso el pleito y para sentenciarle, los sentenciaron a cortar las cabezas, y puestas en la picota, y perdimiento de todos sus bienes, y las casas sembradas de sal y derribadas por el suelo.

Entre los principales condenados se encontraban los hermanos Ávila, hijos del conquistador –Gil González Benavides de Ávila–, no mucho más pobres que Martín Cortés, y que al igual que él no parecían tener otro objetivo que agotar sus respectivas fortunas en el más puro lujo florentino.

Dicen que, Alonso de Avila, en acabándosela de leer –la sentencia–, se dio una palmada en la frente, y dijo: 

–¿Es posible esto? Dijéronle:
–Sí, señor; y lo que conviene es que os pongáis bien con Dios y le supliquéis perdone vuestros pecados. Y él respondió:
–¿No hay otro remedio?
–No. 


Y entonces empezáronle a destilar las lágrimas de los ojos por el rostro abajo, que le tenía muy lindo, y muy galán, tanto que le llamaban dama, porque ninguna, por mucho que lo fuese, tenía tanta cuenta de pulirse y andar en orden: el que más bien se traía era él y con más criados, y podía, porque era muy rico; de los más lucidos caballeros que había en México.


El arresto de los Conjurados.

Todas las cabezas cayeron una tras otra sin dilación y fueron expuestas en la picota.

Me acaeció –termina el singular cronista– detener el caballo, pasando por la plaza donde estaba la horca y en ellas las cabezas de estos caballeros, y ponérmelas a ver con tantas lágrimas de mis ojos, que no sé yo en vida haber llorado tanto.

Todas menos las de los hijos de Hernán Cortés –Martín, Luis y otro, también llamado Martín, que era hijo de La Malinche–, quienes tuvieron la fortuna de que el nuevo Virrey, el marqués de Falces, don Gastón de Peralta, remitiera sus causas a la corte de Madrid, donde sabía que podían prolongarse hasta después de la muerte natural de los inculpados.

Cuando Falces llegó, ellos se embarcaron en el mismo navió que lo había llevado a él y esta celeridad les valió la vida, por una parte, y por otra, sirvió posteriormente para que el propio Falces fuera también acusado de traición y de querer alzarse con el reino, si bien su principal acusador, el licenciado Muñoz, fue a su vez llamado a la metrópoli para rendir cuentas de tantos hombres sentenciados a degollar sin embargo de apelación.

Se dice que cuando el licenciado se presentó ante Felipe II, creyendo que aquel iba a premiar su severidad, oyó una voz real que le dijo: ¡No os envié a Indias a destruir el reino!. Después, no se le permitió hablar, así que Muñoz se fue a su casa y aquella noche murió, sentado en una silla, puesta la mano en la mejilla.

No es este, por cierto, el único caso conocido de muerte espontánea tras escuchar el sonido de aquella voz real.

Así pues, don Martín volvió a la Corte. Sus bienes fueron confiscados de manera preventiva y sobre él pesó permanentemente una condena a prisión perpetua, además de algunas cuantiosas multas, todo lo cual transformó su status de poderoso caballero criollo renacentista, en uno más de aquellos eternos solicitantes en corte –en su caso, en busca de la clemencia real–, cuyas deudas iban en aumento de día en día.

El caso es que, apenas unos días antes de su boda con doña Magdalena de Guzmán, Felipe II firmó el indulto de todas sus condenas –entre las que figuraba incluso el destierro a Orán–, condonó sus deudas y perdonó sus multas.

No se sabe a ciencia cierta qué fue lo que motivó la benignidad del monarca, pero su decisión posibilitó la realización de los sueños matrimoniales de una pacientísima doña Magdalena, que para entonces ya tendría unos cuarenta años.

Se dice generalmente que el matrimonio fue muy bien avenido y que ella supo tratar con igual amor y entrega tanto a don Martín como a los hijos de este.

Don Martín falleció en agosto de 1589. A partir de esta fecha, doña Magdalena Guzmán, la Marquesa viuda del Valle de Guajaca, empezó a sonar en la corte por méritos propios.



6 comentarios:

  1. Hola, en primer lugar felicitarte por este blog tan interesante y, sobre todo, riguroso.

    Me han parecido muy interesantes estas entradas dedicadas a Magdalena de Guzmán, de la que no es muy fácil encontrar información. Sin embargo, está entrada da a entender que tendría una continuación que trataría el protagonismo de esta dama en la "conspiración" contra Lerma pero no consigo encontrarla, me gustaría que me facilitaras el enlace...

    Y también me gustaría saber cuál es tu fuente, ¿quizás el artículo de Fernández Martín? Pues veo que te sirves de documentación primaria (archivística), por lo que parece procedente de uno de los Consejos y, por tanto quizás, del Archivo de Simancas...

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    1. Mil gracias, en primer lugar. Tienes toda la razón, amigo/a? Tenía que continuar, pero aún estoy buscando información fidedigna, o, al menos, verosímil, sobre la marquesa del Valle -la novia de don Fadrique-, pues cuando fue expulsada de la Corte, unos dicen que fue Lerma quien la condenó por aconsejar a la reina en su contra, y otros, que fue precisamente la reina la responsable, porque Magdalena tenía amistad con el duque, que la protegió en su caída, lo que cambiaría mucho las cosas y el retrato histórico de la dama. Pero es que todo eso se hizo en secreto.
      Quizás sea un buen momento para recuperar el tema. En cuanto a la documentación, en este caso, procede casi por completo de la nunca bien ponderada Colección de Documentos Inéditos (CODOIN)con "papeles" de Simancas, pero también de Portugal y de Indias. Un saludo. Clara.

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    2. Esperaré entoncés a esa nueva entrada para descubrir la continuación de la dramática e interesante historia de esta desconocida dama. Pues sí, el CODOIN es un diamante en bruto y, para recordar algunos aspectos, he vuelto a coger el artículo que te comentaba de Fernández Martín (En Hispania, nº 39 (143), 1979, pp. 560-635) y he descubierto que, por parte paterna, Magdalena desciende de un hermano de Pedro Vázquez de Acuña, I conde de Buendía, casa condal que estudio... De hecho, la historia de Magdalena se cruzó en mi vida porque el título de "marquesa del Valle" lleva a confusión, pues éste es "de Oaxaca" pero hay otro título, creado por Felipe III en 1612, a favor de Juan de Acuña y Acuña, presidente del consejo de Castilla, que también es "marqués del Valle" pero "de Cerrato". Y éste es hijo natural del VI conde de Buendía... Saludos, Álvaro.

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    3. De acuerdo, amigo. Copio tu comentario en una nota, porque no pienso dejar pasar ni un solo dato; nunca se sabe...El caso de esta señora me parece del mayor interés, pero todo lo que hay en torno a ella parece contado a medias, aunque eso quizás es lo que más despierta la curiosidad. ¿Por qué se empeñaría Felipe II en hacer pasar el tema como un asunto de Flandes? ¿Habrá una respuesta en algún sitio? Espero que sí. Un saludo muy cordial, gracias de nuevo y suerte en tu investigación sobre los Condes de Buendía. Clara

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    4. Hola clara, puedes encontrar información sobre la Marquesa y su papel en la Corte en el artículo de Olivari "LA MARQUESA DEL VALLE: UN CASO DE PROTAGONISMO POLÍTICO FEMENINO EN LA ESPAÑA DE FELIPE III", publicado por Historia Social número 57 de 2007 (se encuentra también en JStor). Saludos

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    5. Muchas gracias, Diletta Zavattero. Lamento haber tardado tanto en ver tu comentario (a veces, pasa), pero no por ello dejaré de hacer esa consulta. Discúlpame, por favor. Un saludo muy cordial. Clara

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