Como una especie de premonición, el apellido de este Señor de las Letras, es un proparoxítono, es decir, esdrújulo. Luis, el hijo mayor de Francisco de Argote y Leonor de Góngora, tuvo tres hermanos, Francisca de Argote, María Ponce de León y Juan de Góngora y Argote.
Los condicionamientos sociales de la época convirtieron a sus ascendientes en factores negativos para el futuro del escritor; el padre era hijo de un segundo matrimonio, así que no heredó a pesar de pleitear por ello. Era, sin embargo, un hombre bien formado, gran erudito, buen lector y propietario de una excelente biblioteca, además de Licenciado en Salamanca.
En cuanto a Leonor, llevaba sobre sí el estigma de que su madre era hija de clérigo, según se decía, o se mal decía, ya que resulta más cierto que la abuela de Góngora, Ana de Falces, fue hija de un caballero llamado Alonso de Hermosa, que tuvo una relación con su madre, cuando era viuda. Este Alonso, que murió en la guerra de Granada, era pariente próximo de Francisco de Eraso, secretario de Carlos V y de Felipe II, un hecho que vino a abrir ciertas perspectivas en el futuro del poeta, puesto que proporcionó a su padre algunos medios honrosos de ganarse la vida, como nombrarle Juez de Residencia o de Bienes Confiscados por la Inquisición, cargos que requerían las dichosas pruebas de limpieza.
Todavía no pesaban los antecedentes de Leonor –ella no es ascendiente de su marido–, pero sí marcaban a los hijos y, de un modo u otro, persiguieron a Góngora toda su vida por intermedio de escritores rivales, que tal vez no se basaban tanto en consideraciones de carácter literario, como en las específicamente sociales, según las cuales, casi valía lo mismo ser cristiano nuevo, que hijo natural. Como sabemos, los había que haciendo ostentación de sangre y ancestros limpios, podían lanzar sus dardos envenenados contra los que no podían recorrer hacia el pasado su línea familiar, cualquiera que fuera la causa; sólo hay que leer cosas como: Yo te untaré mis obras con tocino,/porque no me las muerdas, Gongorilla, que, evidentemente no constituyen un argumento literario.
Está prácticamente fuera de duda que Góngora asistió al Colegio de los Jesuitas en Córdoba entre los años 1570 y 1575. El poeta se refirió a ellos en el Panegírico que dedicó al Duque de Lerma, como el redil ya numeroso del ganado –de San Francisco de Borja–, su glorioso tío –del Duque–, cuya causa de canonización se iniciaba entonces gracias a las reiteradas instancias del Valido.
A los 14 años recibió Góngora su primer beneficio. Después se matriculó en Cánones en Salamanca en 1576, de lo cual hay documentación, aunque no la hay de que alguna vez recibiera el título correspondiente. Sí aprendió latín, por supuesto, y algo de italiano y portugués, pero, fundamentalmente, debió decidir por entonces, que lo que más le atraía era escribir; en principio, la vocación más recomendada para pasar miserias.
Hay composiciones suyas datadas en 1580 en las que ya apuntan sus famosas esdrújulas construidas sobre léxico y sintaxis muy latinos, aunque también componía letrillas de carácter y lenguaje más popular.
No resulta, de lo que sabemos, que Góngora llevara una vida censurable –como el Inquisidor General al que él mismo denunciaría a través de un escrito hallado por Amelia de Paz en 2012, o como Lope de Vega, singular cortejador de mujeres casadas, a pesar de que también era clérigo, en su caso, por elección–; parece que Góngora llevaba una vida sin escándalos, si bien, sobre todo si creemos a sus detractores, se sentía demasiado atraído por el juego –en el que pudo perder mucho dinero–, y por el espectáculo taurino, cuya asistencia estaba prohibida a los clérigos y que le costó una sanción económica. Por lo demás, sus faltas mayores consistían en asistir poco al coro, dedicarse a charlar cuando lo hacía y prestar poca atención a los rezos. Góngora respondió a todo esto diciendo que prefería caer en aquellas liviandades, y no ser hereje; no podía alegar ante su superior que la vida clerical era un medio de subsistencia y no una elección meditada y decidida libremente. Pecaba más en lo relativo a las otras dos acusaciones de sus colegas: tratar con representantes de comedias y escribir coplas. Tenía por entonces 28 años.
Góngora. Retrato conservado en el Museo Lázaro Galdeano
En el cumplimiento de sus obligaciones tuvo que viajar a distintas ciudades; algo que le agradaba evidentemente, pero era Madrid su destino preferido, ya que en la capital tenía la posibilidad de relacionarse con el mundo de la cultura y allí se quedaba siempre que podía, aunque se resintiera su salud y, sobre todo, su bolsillo, sin que ello le aportara beneficios mayores; cuando hizo balance –al volver a Córdoba en 1603–, el resultado de sus esfuerzos constituyó una enorme decepción que le echó encima, junto con el desengaño, veinte años más de los que en realidad tenía, que eran 42.
Otras cuestiones sustentaban su interés por permanecer en la corte, como, por ejemplo, la necesidad de buscar un futuro para sus sobrinos, algo que fue logrando por medio de halagos y triquiñuelas, a la vez que intentaba equilibrar su propia posición económica, siempre muy inestable.
Otra lucha común a los hombres de letras en la época, era la necesidad de encontrar mecenas y, en este caso, a Góngora tampoco le acompañó la fortuna. Primero se decantó por el Marqués de Ayamonte, quien murió poco después de recibir su visita, en 1607. Tampoco tuvo éxito su intento de formar parte de la corte del Conde de Lemos en su nuevo destino como Virrey de Nápoles. Aunque para entonces ya era sobradamente conocido y valorado, la mala suerte no le ahorró los ataques más duros provenientes de otros poetas que, aunque también eran extraordinariamente buenos, no podían permitir sin más, el reconocimiento de la superioridad que apuntaba hacia Góngora.
En 1611, de nuevo en Córdoba, cedió algunas de sus prebendas a un sobrino y se concentró en su producción literaria; de 1613 es el extensísimo poema Polifemo; si hoy buscamos en esta obra algo más que los interesantes malabares léxicos ejecutados por el poeta, nos exponemos a caer en un aburrimiento profundo.
De nuevo en Madrid –tenía entonces 55 años–, la necesidad de encontrar mecenas o simple apoyo económico, era ya tan imperiosa que le llevó a componer el Panegírico al Duque de Lerma, del cual, Habiendo acabado setenta y nueve octavas, las envió el poeta al duque a ver que le parecían; respondió el duque que muy bien pero que no las entendía, con lo cual don Luis no prosiguió.
Logró, no obstante, hacerse con el empleo de capellán real, un nombramiento que, seguramente, no conllevaba muchas ocupaciones, pero sí requería la condición de que se ordenara sacerdote. Fue entonces cuando le expurgaron los antepasados.
Soledades. 1613. Manuscrito Chacón.
Las Soledades determinaron reparos, burlas y ataques, tanto entre los doctos como en los círculos más populares que centraba Lope. (E. Orozco Díaz)
La mala fortuna que perseguía al poeta, volvió a cerrarle los caminos: Lerma cayó en desgracia y se vio obligado a abandonar la corte seguido por su propio Valido, Rodrigo Calderón; Lerma, hacia el cardenalato; Calderón, hacia el patíbulo, con orden ya firmada por Felipe IV.
De tal sitial después al mal cadalso
precipitado, ¡oh cuánto nos avisa!
El nuevo Valido, Olivares, simulaba atender los requerimientos del escritor, pero no se ocupaba de su caso verdaderamente y además, otros asuntos de gravedad contribuyeron a amargar la existencia del poeta, como el asesinato de su amigo el Conde de Villamediana, o el fallecimiento del conde de Lemos. La soledad iba haciéndose un sitio a su lado, las deudas empezaban a llenar el espacio de los sueños y la enfermedad avanzaba amenazadora pisando por sus huellas.
Paradójicamente, un joven Diego de Silva Velázquez que está a punto de abandonar la corte ante la imposibilidad de retratar al monarca, recibe un consejo de Pacheco, su suegro: debería pintar a una celebridad aunque sólo fuera para aprovechar el viaje, con ello podrá dejar el artista muestra de sus brillantes cualidades. Esa celebridad fue Góngora.
Velázquez, 1622. Museum of Fine Arts, Boston
Para entonces han pasado 61 años desde que Góngora nació, precisamente en 1561; no tenemos delante a un hombre feliz, ni muchísimo menos; Velázquez era preciso y el óleo refleja la realidad, sin disimulos y sin dudas.
¿Será verdad que Quevedo compró la casa en la que vivía Góngora, con el exclusivo objeto de echarlo a la calle y que después se burló diciendo que había quemado garcilasos para desengongorarla?
Por eso, en insolente desatino,
sólo te codició Paravicino.
Y págalo Quevedo
porque compró la casa en que vivías,
molde de hacer arpías,
y me ha certificado el pobre cojo
que de tu habitación quedó de modo
la casa y barrio todo,
hediendo a Polifemos estantíos,
coturnos tenebrosos y sombríos,
y con tufo tan vil de Soledades,
que para perfumarla
y desengongorarla
de vapores tan crasos,
quemó como pastillas Garcilasos.
Alguacil del Parnaso, Gongorilla
Lo cierto es que la gran rivalidad literaria entre ambos autores es más bien un mito basado en algunos poemas de carácter sarcástico -los más populares-, en los que Góngora tacharía a Quevedo de bebedor y este a Góngora de judío. Parece hoy más seguro que la distancia entre ambos escritores dependía más bien de la diferente forma de entender la vida de cada uno de ellos, de una disparidad que podríamos llamar ideológica, y no de una verdadera rivalidad poética que, si la hubo, seguramente fue muy superficial y, ciertamente, a Góngora no parece que le importara demasiado, ni que le afectara en absoluto - a don Luis le importaba un comino lo que pensara don Francisco-, en tanto que Quevedo parece más suspicaz. Ciertamente, la distancia poética y vital entre ambos es inmensa, como dice Amelia de Paz (citando a Antonio Carreira), la enorme fama poética de Quevedo en su tiempo no es más que un espejismo.
Enfermo, sin recursos, sin afectos y sin memoria, el hombre que dotó al lenguaje de sus máximas posibilidades, volvía finalmente a Córdoba en busca del descanso definitivo, que halló el 23 de mayo de 1627. No sabemos qué ha sido de sus restos mortales.
lágrimas cansadas,
que lanza el corazón, los ojos llueven,
…porque aquel ángel fieramente humano
no crea mi dolor, y así es mi fruto
llorar sin premio y suspirar en vano.
Manuscrito Chacón
Se puede decir –escribió Dámaso Alonso-, que la única desazón fundamental de don Luis fue la honra. Y de ahí se deriva la que fue su angustia más constante y evidente: la falta de dinero. Porque en aquel extraño concepto que tenían muchos españoles del siglo XVII, el dinero era necesario para la honra. Basta leer el epistolario del poeta para comprender que él también pensaba así.
Portada del Manuscrito Chacón
94 Romances auténticos más 18 atribuidos, escritos entre 1580 y 1626. Los hay líricos, satíricos, amorosos y picarescos.
…en la verde orilla
de Guadalquivir.
…Dejadme llorar
orillas del mar.
…Dejadme triste a solas
dar viento al viento y olas a las olas.
54 Letrillas auténticas, más 29 atribuidas: líricas, satíricas, burlescas y sacras.
Tan asaeteado estoy,
que me pueden defender
las que me tiraste ayer
de las que me tiras hoy;
si ya tu aljaba no soy,
bien a mal tus armas echas,
pues a ti te faltan flechas
y a mí donde quepan más.
¡Ya no más, ceguezuelo hermano,
ya no más!
…
No son todos ruiseñores
los que cantan entre las flores,
…
[En persona del Marqués de Flores de Ávila, estando enfermo]
Aprended, Flores, en mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer maravilla fui,
y hoy sombra mía aun no soy.
167 Sonetos auténticos más 50 atribuidos; sacros, heroicos, morales, etc.
A Córdoba
¡Oh excelso muro, oh torres coronadas
De honor, de majestad, de gallardía!
¡Oh gran río, gran rey de Andalucía,
De arenas nobles, ya que no doradas!
…
Inscripción para el sepulcro de Dominico Greco
Esta en forma elegante, oh peregrino,
de pórfido luciente dura llave,
el pincel niega al mundo más süave,
que dio espíritu a leño, vida a lino.
33 composiciones de arte mayor, entre ellas, 3 poemas largos:
Fábula de Polifemo y Galatea, de 1613. 504 endecasílabos que componen la obra más representativa del Barroco europeo, en opinión de Dámaso Alonso.
Al Conde de Niebla
Estas que me dictó, rimas sonoras,
Culta sí aunque bucólica Talía,
Oh excelso Conde, en las purpúreas horas…
…
Sicilia, en cuanto oculta, en cuanto ofrece,
Copa es de Baco, huerto de Pomona:
Tanto de frutas ésta la enriquece,
Cuanto aquél de racimos la corona.
Soledades, 1613-1614: Góngora se propuso escribir cuatro, pero sólo completó la primera, con 1091 versos, y terció la segunda, que alcanzó hasta el verso 979.
Al Duque de Béjar
Pasos de un peregrino son, errante,
Cuantos me dictó versos dulce Musa
En soledad confusa,
Perdidos unos, otros inspirados.
…
Era del año la estación florida
en que el mentido robador de Europa
–Media luna las armas de su frente,
Y el Sol todos los rayos de su pelo–,
luciente honor del cielo,
en campos de zafiro pace estrellas.
Panegírico al duque de Lerma, de 1617; un poema cortesano de 632 versos, del que ya hemos hablado y que contiene una especie de resumen histórico de los más importantes sucesos del reinado de Felipe III, cuyo interés tiende a disiparse entre los fastidiosos halagos al Duque y sus antepasados.
XII
Crece, oh de Lerma tú, oh tú de España
bien nacido esplendor, firme coluna,
que al bien creces común, si no me engaña
el oráculo ya de tu fortuna;
2 obras dramáticas: Las firmezas de Isabela, de (1610) y El doctor Carlino, de 1613.
La primera obra de teatro que escribió Góngora es una comedia en tres actos con un argumento muy complejo, pero cuidado y organizado de forma muy minuciosa hasta el menor de sus detalles.
Una habitación de la casa de Fabio. Entra Marcelo.
MARCELO:
¿De qué seno inmortal, oh pensamiento,
o por dónde has venido,
si de tus alas torpes huye el viento?
De plumas no, de ingratitud vestido,
y dos veces vendado,
ciego dos veces para mí es Cupido.
…
Entra Fabio
FABIO:
Marcelo, amigo, ¿qué es eso?
¿Qué andas pagando perdido
hospedajes de escondido
con melancolías de preso?
…
MARCELO
Creía que en la gloria
no había, Fabio, penas,
y que en la libertad no había cadenas,
…
VIOLANTE
Desdichada Violante,
a la flor de tu nombre parecida;
celosa como amante,
tan de azul, tan de púrpura teñida,
que es, amante y celosa,
un lilio breve, una pequeña rosa.
124 cartas.
Carta de Góngora. 30 de agosto de 1622, manuscrita sobre papel. 28 x 18,5 cm. Colección de Rafael de Góngora. Madrid
El éxito de la obra de Góngora fue rotundo en el siglo XVII y durante buena parte del XVIII; su obra fue comentada y sometida a exégesis muy pronto, como hasta entonces sólo se había hecho con autores clásicos, a pesar de los ataques de Lope de Vega y Quevedo.
Tras un período de olvido, el poeta fue de nuevo reivindicado a fines del siglo XIX por los simbolistas franceses, especialmente, por Verlaine y Mallarmé, a quienes siguió Rubén Darío. Todos ellos veían en Góngora al artista ajeno a la crítica oficial, un modelo representativo de su propia actitud ante la vida o ante la poesía y un maestro de gran perfección lingüística al que trataban de imitar en su intento de sustituir el mundo sensible por su representación poética.
En 1927, trescientos años después de la desaparición del poeta, el mejicano Alfonso Reyes recuperó su obra, al mismo tiempo que un grupo de poetas españoles emprendía una tarea similar, eligiendo a Góngora como símbolo redivivo de su propia generación: García Lorca, Rafael Alberti, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Luis Cernuda y Vicente Aleixandre, destacaron la perfección formal y la intención estética de la obra de su poeta-patrón.
Luis de Góngora es, hoy por hoy, el más actual de nuestros poetas clásicos: su densidad, su excelencia, su modernidad y su proyección en las poéticas contemporáneas lo convierten en un adelantado a su tiempo, en un modelo para todo creador consciente de que lo que nos define como humanos está radicalmente vinculado al lenguaje y a la belleza. (J. Roses)
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