sábado, 21 de abril de 2018

Baltasar Gracián • El Criticón



Retrato de Baltasar Gracián, restaurado y conservado en Graus. Fragmento.

El escritor fue destinado al colegio jesuita de Graus en 1658 a modo de reprimenda a causa de El Criticón. Este retrato estuvo en el colegio anexo a la iglesia de los jesuitas, desmantelado en la década de 1960.

Baltasar Gracián y Morales (1601-1658) fue sacerdote jesuita y escritor, encuadrado en el Siglo de Oro. Entre sus obras destaca, con diferencia, El Criticón; una alegoría de la vida, que ha llegado a ser una de las obras más destacadas de la literatura española.

Siendo Conceptista, Gracián, construyó, a partir de sentencias breves un estilo propio, prácticamente exclusivo; denso, muy concentrado y cargado de dobles sentidos, a base de juegos de palabras o inesperadas asociaciones entre palabras e ideas. El resultado, aunque pudiera parecer excesivo, es un texto muy enriquecido, lacónico; parco en palabras, pero rebosante de significados.

Por otra parte, Gracián, acorde con la mentalidad del Barroco, es pesimista; para él, el mundo es un espacio hostil y engañoso -que en esta vida no hay casa propia (Criticón)-, donde prevalecen las apariencias frente a la virtud y la verdad, y el hombre es un ser débil, interesado y malicioso.

Para afrontar tan amarga realidad, hay que disponer de recursos, como la prudencia, la sabiduría, y, acaso, también el disimulo, de todo lo cual, Gracián ofrece consejos y ejemplos, que no se reducen a sentencias morales, y que expresa por medio de conceptos muy ingeniosos, a veces, complejos de discernir.

Su pensamiento vital es inseparable de la conciencia de una España en decadencia: floreció en el siglo de oro la llaneza, en este de yerro la malicia, como reza su máxima, en la que se evidencia ya el sencillo juego de palabras con el empleo de “yerro”, que puede referirse a error, o a hierro –en ambos casos, contrapuesto al oro y al brillo de épocas anteriores.

Todo ello ha hecho de Gracián un genio adelantado a su época, considerado un precursor, tanto del existencialismo, como de la postmodernidad, cuyas huellas se advierten en pensadores tan alejados en el tiempo y el espacio, como La Rochefoucauld y Schopenhauer. Sin olvidar, por cierto, el interesante dato de que, de una de su obras, que comentaremos más tarde, traducida al inglés como The art of worldly wisdom: a pocket oracle –oráculo de bolsillo-, se vendieron más de ciento cincuenta mil ejemplares en el ámbito anglosajón, en fecha no tan lejana ya, como es la última década del siglo XX; la obra se mantuvo casi cuatro meses en la lista de los más vendidos del Washington Post, apareciendo durante dos semanas, incluso en la primera posición de la misma.

Baltasar Gracián. 
Museo de Bellas Artes de Valencia, primera mitad del siglo XVII
Aunque no tiene relación de aspecto con el otro retrato conocido, nunca se ha puesto en duda que se trate del escritor. No es segura, sin embargo, su atribución a Velázquez -a quien Gracián admiraba-, aunque podría haber salido de su taller, o quizás, ser de Jusepe Leonardo.
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Gracián nació en Belmonte -hoy, Belmonte de Gracián-, muy cerca de Calatayud, en 1601. Excepto que era hijo de Francisco Gracián y Ángela Morales, apenas hay noticias relativas a su infancia, aunque es casi seguro que debió estudiar letras desde los diez o doce años, posiblemente, en el colegio de los jesuitas. Hacia 1617 pudo vivir en Toledo -ciudad que recordará como: oficina de personas, taller de la discreción, escuela del bien hablar, toda corte, ciudad toda… centro no tanto material quanto formal de España, (El Criticón, I,10)-, con un tío suyo, capellán de San Juan de los Reyes, pudiendo entonces, aprender Lógica y profundizar su latín.

A los 18 ingresó en el noviciado de jesuitas en Tarragona, donde le convalidaron dos años preceptivos de humanidades, gracias a su ya excelente formación.

En 1621, rondando los veinte años, volvió a Calatayud, y siguió dos cursos más de Filosofía, mostrando entonces su preferencia por la Ética, que tanto influiría en su posterior creación literaria. Tras cuatro cursos más de Teología, que cursó ya en la Universidad de Zaragoza, su formación intelectual, a la par que la religiosa, quedaron completadas de acuerdo con los respectivos programas.

Retrato completo de Baltasar Gracián, en Graus. CVMC

Después de ordenarse sacerdote en 1627, explicó Humanidades en el Colegio de Calatayud, donde, según parece, vivió una época de tranquilidad, que terminaría, sin embargo, a partir de 1603, cuando fue enviado a Valencia, donde tuvo graves enfrentamientos con otros representantes de su Compañía. 

Los recuerdos que conservó de su estancia en la ciudad del Turia no debieron de ser nada gratos: contra ella y sus pobladores muestra ojeriza y malhumor en muchos pasajes del Criticón. Motivo personal sería quizás una retractación pública que le fue impuesta por la autoridad eclesiástica. Con el fin de despertar la curiosidad y atraerse auditorio para uno de sus sermones, hizo correr la voz o dio a entender que leería en él una carta recibida del infierno. Consideraría la cosa como ingeniosidad plausible en sus fines, pero la autoridad eclesiástica lo vio de otra manera y le obligó a retractarse públicamente. Fue en verdad para Gracián una mala partida del infierno.

M. Romera-Navarro, 
Catedrático de la Universidad de Pensilvania. CVMC.

Era un aragonés de pro, lo que en la época equivale a catalán, pues así denomina a Fernando el Católico, “Catalán, al fin”, su propio Cronista. Conviene considerar que, en la época, de los tres reinos que componían la Corona de Aragón; Aragón, Cataluña y Valencia, este último, era el más diverso, manteniéndose, sin embargo, unidos Aragón y Cataluña como una sola entidad. Las modas, estilos y costumbres, eran compartidos por ambos, pero no así por la que al autor citado denomina “la ciudad del Turia”, donde probablemente, Gracián no gozaba de renombre, sino todo lo contrario.

Unos años después, alrededor de 1631, impartió Teología Moral en Lérida, pasando a explicar Teología en 1633, en Gandía, donde volvieron los antiguos enfrentamientos, razón por la cual, posiblemente abandonó la docencia y se trasladó a Huesca, en 1636, como confesor y predicador. 

Fue en Huesca donde conoció al erudito Vincencio Juan de Lastanosa, que, convertido en su mecenas, promovió la publicación de su gran obra: El Héroe, en 1637.

Vincencio Juan de Lastanosa, atribuido a Jusepe Martínez. Catedral de Huesca

En la residencia de Lastanosa -gran coleccionista y hombre de mundo, que además poseía una biblioteca de alrededor de 7000 libros-, Gracián conoció, entre sus invitados habituales, a personajes como el canónigo Manuel Salinas –poeta y traductor de Marcial-, y al historiador y jurisconsulto Juan Francisco Andrés de Uztarroz, que compartió investigaciones de carácter legal con Pedro Simón Abril y Francisco Sánchez de las Brozas.

En 1639, Gracián volvió a Zaragoza, como confesor del Virrey Francisco María Carrafa, duque de Nochera/Nocera, a quien posteriormente acompañaría a Madrid.

Carrafa, que entre otras cosas, había participado en las acciones de Breda y Nördlingen, estuvo en Flandes con el Cardenal Infante don Fernando, hasta que fue reclamado por Felipe IV, quien le nombró virrey de Aragón, donde precisamente le acompañó Gracián, como confesor, amigo y consejero. Por entonces, concretamente, en 1640, Gracián publicó El Político, centrado en la figura de Fernando el Católico, y se lo dedicó a Nocera.

El mismo año de esta publicación, Nocera recibió el nombramiento de virrey de Navarra. Cuando estalló el conflicto de la Corona con Cataluña, Nocera aconsejó al rey que actuara con prudencia, ante el temor de que aquella se entregara al monarca francés. Tanto el virrey como Gracián, que tambien le aconsejaba en aquel trance, afrontaban el asunto de Cataluña procurando guardar un equilibrio entre las reivindicaciones catalanas y la actitud represiva de la Corona, aunque con ello contradecían la política de Olivares, por lo que tras la guerra dels Segadors, Nocera fue encarcelado en la célebre, ilustre y temible Torre de Pinto -por ella habían pasado, doña Ana de Mendoza, la Princesa de Éboli y Antonio Pérez, y aún debía pasar Manuel Godoy-, donde murió tras un interminable proceso, en 1642, siendo enterrado en el Colegio Imperial de la Compañía de Jesús.

Torre de Pinto, Madrid

Gracián había viajado con el virrey Nocera a Madrid, donde predicó en varias ocasiones, si bien la estancia resultó poco grata para sus aspiraciones literarias, que fueron mal acogidas en la capital. Aun así, además de publicar El Político, en 1642 terminó la que sería primera versión de su Arte de ingenio, tratado de la agudeza.

Después, y hasta 1644, Gracián fue vicerrector del Colegio de Tarragona, donde actuó como consejero espiritual de los regimientos que atacarían y tomarían Lérida, en el transcurso de la Sublevación de Cataluña, lo que afectó a su salud, debiendo ser trasladado a Valencia. 

En 1646 terminaba su obra El Discreto, que se publicó en Huesca, ciudad a la que volvió poco después, y donde explicó Teología Moral hasta 1650, año en que volvió a Zaragoza como Maestro de Escritura, y donde, finalmente, publicó la primera parte de su obra fundamental, El Criticón.

Curiosamente, casi toda la obra de Gracián fue publicada sin la aprobación previa de la Compañía, lo que finalmente, provocó ciertas acusaciones contra él, acerca de que contenía poca o ninguna enseñanza doctrinal, en favor de la filosofía moral. Esto le llevó a publicar, en 1655, la primera obra aprobada por sus superiores, que se tituló El Comulgatorio, un tratado en torno a la Eucaristía.

Sin embargo, dos años después, la publicación de la tercera parte de El Criticón, marcó su caída en desgracia. Su Provincial en Aragón le amonestó públicamente; le impuso un ayuno a pan y agua; le prohibió tener pluma y papel y lo separó de la Cátedra de Escritura del colegio de la Compañía en Zaragoza. Después fue enviado a Graus, en el Pirineo de Huesca.

Por entonces, Gracián expresó su deseo de ingresar en otra orden -quizás en la de San Francisco-, pero le fue denegado, si bien, se optó por atenuar su castigo, permitiéndole volver a la enseñanza en Tarazona, donde fallecía, el 6 de diciembre de 1658, a los 57 años.

Desde los viejos tiempos y la alegría de El Héroe -1637-, Baltasar Gracián había pasado al desengaño de la última parte de El Criticón -1657-; veinte años para conformar una visión personal, quizás de un tiempo desaparecido e idealizado; negativa, pero acaso, recuperable individualmente.

Varias y grandes son las monstruosidades que se van descubriendo de nuevo cada día en la arriesgada peregrinación de la vida humana. Entre todas, la más portentosa es el estar el Engaño en la entrada del mundo y el Desengaño a la salida, inconveniente tan perjudicial que basta a echar a perder todo el vivir.
El Criticón, III, crisi 5.

Así pues, la obra de Gracián, siempre fue orientada a su aplicación a la vida cotidiana, a través de la Filosofía Moral. El autor ofrece un camino y define las cualidades necesarias para recorrerlo, siempre en forma de sentencias muy estudiadas, y a la vez, muy concretas y hasta lacónicas. 

Baltasar Gracián fue muy admirado por muchos moralistas franceses de los siglos XVII y XVIII, y después; ya en el XIX, recibió la alabanza incondicional de Schopenhauer, que tradujo al alemán su Oráculo manual y arte de prudencia. En El Mundo como Voluntad y Representación, de 1818, escribió Schopenhauer: El Criticón es, quizá la más grande y la más bella alegoría que ha sido escrita jamás. Y volvió a expresar su admiración en una carta fechada el 16 de abril de 1832, diciendo: Mi escritor preferido es este filósofo, Gracián. He leído todas sus obras. Su Criticón es para mí uno de los mejores libros del mundo.

Nietzsche, por su parte, escribió: Europa no ha producido nada más fino ni más complicado en materia de sutileza moral.

La admiración expresada por ambos filósofos, motivó que la obra de Gracián entrara en los programas de estudio de las universidades alemanas.

Sin embargo, sólo cuando publicó El Comulgatorio, para cumplir con la Compañía, utilizó su nombre, abandonando el seudónimo de Lorenzo, que, no obstante, recuperó en la Tercera Parte de El Criticón.

A pesar de su indudable altura literaria, existen varias cuestiones que ya señaló la crítica de mediados del siglo XX, resaltando, en primer lugar, una latente misoginia: el –concepto-, que suena más ingrato en los oídos: no el medieval (la mujer ser extraordinario, se le rinde culto caballeresco), no el del Renacimiento (nada sobrenatural la mujer, pero con su eterno encanto), sino el del Viejo Testamento (la mujer criatura satánica). 
(M. Romera-Navarro, Ibidem).

Por otra parte, y, de forma incomprensible, un Gracián, lector infatigable, ignora a Cervantes, a pesar de que cita a la mayoría de los escritores de su tiempo. Con Alemán y Quevedo le hemos visto escoger dos de los tres grandes maestros de la prosa. ¿Y el otro, el primero de todos, Cervantes? Singular es el silencio de Gracián. En su obra no ha dejado huella alguna el hidalgo alcalaíno. El aragonés no cita un solo pasaje suyo, ni verso, ni prosa. Jamás le menciona por su nombre. De haber nacido Gracián años antes, o vivido Cervantes algunos más, se hubiera conjeturado hoy una fiera enemistad personal; tendríamoslo por caso análogo al de Lope y Juan de la Cueva, que se correspondieron en el cuidado de no nombrar el uno al otro jamás. Misterio hay en que el prosista más leído, siquiera cuando Gracián se aficionó en la adolescencia a los libros, no exista para él. 
(M. Romera-Navarro, Ibid.)
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El Héroe, 1637
Primera edición de El Héroe. Ed. Juan Francisco de Larumbe, Huesca, 1637.

Es el primero de los libros publicados por Baltasar Gracián; un tratado sobre las cualidades del hombre excepcional, entre las que ocupan el primer lugar, los llamados primores, en su sentido etimológico, que deriva de primus; el mejor, o el primero. 

La obra -imbuida de la moral de la Contrarreforma-, recurre, evidentemente, al Príncipe, de Maquiavelo, como ejemplo de buen gobierno, pero aplicado al plano personal, que él denomina razón de estado de uno mismo.

Asimismo, el Héroe se relaciona con el célebre Cortesano, de Baltasar de Castiglione, al que Gracián añade, además de los modales corteses, astucia, inteligencia, y aun, una notable capacidad de disimulo.

El Político, 1640

Edición de 1646 de El Político. Fernando de Aragón
Opongo un Rey a todos los pasados, propongo un Rey a todos los venideros

Gracián defiende que Fernando el Católico fue el mejor rey que hubo en la monarquía española. Destaca en él sus dotes como hombre de Estado y lo eleva como ejemplo para el hombre político de cualquier época, aunque no se trata de una biografía, sino una especie de tesis razonada sobre como debe ser un rey, y un espejo en el que han de mirarse sus sucesores, comprendido, sin duda, Felipe IV.

Fernando el Católico, a quien Gracián parece admirar profundamente, se convierte en diana de todos los halagos posibles: es, sencillamente, El Rey de mayor capacidad que ha habido, o mejor aún: El Oráculo mayor de la Razón de Estado.

Arte de ingenio, tratado de la agudeza, 1642.

Ed. Amberes, 1669

Gracián escribió dos tratados sobre este asunto. El primero, fue publicado en Madrid en 1642 con el título: Arte de ingenio, tratado de la agudeza. El segundo apareció en 1648, con el título de Agudeza y arte de ingenio. Posteriormente, la obra, refundida, revisada y ampliada, fue objeto de una edición definitiva, titulada definitivamente Agudeza y arte de ingenio, y publicada en 1648.

Se trata de una Retórica, pero no sólo, sino también, porque analiza el hecho literario a partir de ejemplos tomados de textos de otros autores, y no de una preceptiva ya delimitada. Contiene, asimismo, una especie de antología de la poesía antigua y moderna preferida por Gracián. Entre los clásicos latinos, cita a Virgilio, Horacio y Ovidio, pero sobre todo, a Marcial, (que, igual que él era de Calatayud).

En cuanto a la poesía de los siglos XVI y XVII, propone textos de Garcilaso, Carrillo y Sotomayor, Luis de Camoens y Marino, incluyendo en la prosa a figuras como don Juan Manuel, Mateo Alemán y Juan Rufo, pero es Góngora, sin duda, el autor que prefiere y al que más cita. 

Es esta una de las obras en las que se advierte ruidosamente el extraño silencio interpuesto entre Gracián y la obra de Cervantes, si bien, tampoco aparece El Buscón de Quevedo, que encajaría perfectamente en los parámetros propuestos.

El Discreto, 1646


Se trata ya de una obra de madurez, en la que Gracián describe las cualidades que debe poseer el hombre que desee ser tenido por persona: prudencia, sagacidad, buena educación, y buen gusto, en cualquier circunstancia. 

Con esta obra Gracián se mantiene dentro del terreno de la filosofía moral. Se dice que constituye la superación de lo planteado en El Héroe y en El Político, y una especie de prólogo de lo que será El Criticón, pero ya no se trata de heroicidad, sino quizás de lo que podría ser definido como ejemplaridad personal en un contexto social tan concreto como el suyo.

Cabe resaltar igualmente que la distancia entre el ser y el ideal, ha ido dejando un rastro de impotencia en el pensamiento de Gracián, que gradualmente ve crecer a su alrededor un sentimiento de perversidad que se superpone de sus viejos sueños de virtud activa.

El tratado está dividido en encabezados llamados Realces, y contiene gran variedad de géneros, como el diálogo, el apólogo, emblemas, sátiras, fábulas, epístolas, discurso académico, panegírico, y otros. El último de los realces, titulado Culta repartición de la vida de un discreto, es una especie de descripción de las edades del hombre, que adelanta el proyecto de El Criticón.

Oráculo manual y arte de prudencia, 1647

Primera edición del Oráculo Manual.
Con licencia: Impresso en Huesca, por Ivan Nogues. Año 1647.

Con el Oráculo manual y arte de prudencia, Gracián completó el ciclo de sus manuales del vivir.

Es, a su vez, una síntesis de los tratados didáctico-morales anteriores. Se trata de trescientos aforismos comentados, y contiene normas y orientaciones para avanzar en una sociedad compleja, que, además, ha entrado en evidente decadencia, en la que desaparecen gradualmente proyectos que nunca llegaron a ser del todo realidad, pero que constituyeron una promesa de grandeza en otro tiempo.

El Oráculo, siendo obra eminentemente literaria, lo es también de pensamiento y filosofía y, como tal, despertó el interés de Arthur Schopenhauer, quien, ya en la primera mitad del siglo XIX, realizó su traducción al alemán, resultando de ello una difusión de carácter único, tratándose de una obra semejante, escrita más de tres siglos antes. 

Traducida al inglés. como The art of worldly wisdom: a pocket oracle, alcanzó, como ya avanzamos, un llamativo éxito de ventas en 1992, por delante de otras obras de no ficción actuales.

El hecho de que se trate, en realidad, de una especie de antología de sus propias máximas, demuestra que Gracián ya se considera a sí mismo, o más bien a su obra, como formando parte del canon literario de la época.

Sorprende en cierto modo, aunque no tanto, tratándose de Gracián un título, en el que se enfrentan y complementan elementos aparentemente opuestos por definición, como son: Oráculo y Manual, a los que se suma el término Arte.

Siendo el Oráculo, un secreto o misterio que procede de la divinidad; el Manual, un librillo de uso práctico, que hoy quizás llamaríamos “de bolsillo” y entendido Arte, en la época, como una serie de reglas para actuar correctamente, resulta de todo ello que Gracián nos ofrece una Manual de carácter Secreto, pero de uso Práctico, quizás imprescindible para hallar el camino correcto, en un momento histórico muy conflictivo, cuyo acierto constituye una tarea titánica, que el autor, sin duda, se siente preparado para afrontar con éxito. 

Quizás sea la actitud que ofrece frente a un mundo inmerso en llamativos y, a veces, inesperados cambios, lo que ha hecho que la obra sea leída con avidez a las puertas del siglo XXI, cuando aparentemente, se han superado todas las perplejidades posibles.

Todo lo dicho, es expresado por Gracián de forma tan increíblemente concisa, que en ocasiones exige un complejo descifrado.

Agudeza y arte de ingenio, 1648

Agudeza y arte de ingenio. Edición de Amberes, 1669. 

Se trata aquí también, de una Retórica, pero en este caso, los ejemplos, propios y ajenos, se amplían con una perspectiva muy personal, con ejemplos nuevos y un estilo que ha mejorado gradualmente. Góngora sigue siendo el paradigma, a pesar de los múltiples ejemplos extraídos de otros autores altamente reconocidos desde la antigüedad, como Séneca, Tácito o Cicerón.

El Comulgatorio, 1655

Portada de El Comulgatorio, 
Amberes, Jerónimo y Juan Bautista Verdusen, 1669.

Después de las obras cuyos capítulos se llamaban: Primores, en El Héroe; Realces, en El Discreto; Discursos, en La Agudeza, o Crisis, en El Criticón, aparecen aquí, marcando un notable cambio de contenido, las Meditaciones, que encabezan los capítulos dedicados a la preparación para recibir la comunión, cuyo título ya ofrece un perfecto resumen de su contenido.

Cabe destacar que, en esta ocasión, y después de haber sido reprendido, Gracián publica con su verdadero nombre y no con el anagrama García de Marlones, o el nombre de Lorenzo usado frecuentemente hasta entonces, y que muchos han considerado que era el de un hermano, si bien, se conocen los nombres de sus cuatro hermanos -Pedro, Felipe, Raimundo y Magdalena, todos ellos religiosos profesos-, y Lorenzo no es uno de ellos.

Por otra parte, no parece haber acuerdo en su clasificación como texto de oratoria sagrada, propio para sermones, o bien, de devoción personal. En todo caso, Gracián volvería pronto a su trabajo anterior, recuperando el seudónimo García de Marlones, resultando así esta obra, una especie de excursus, al que se vio obligado, para demostrar su ortodoxia y obediencia.

El Criticón, 1651-1657 

Portada de la primera edición de El Criticón (1651), 
firmado: García de Marlones

Como es sabido, El Criticón se publicó en tres partes, en 1651, 1653 y 1657, respectivamente, y constituye, sin lugar a dudas, la obra maestra de Gracián y una de las más trascendentes del Siglo de Oro español. 

Bajo la apariencia de una novela alegórico-filosófica, la obra es un compendio de todo lo escrito por Gracián hasta entonces, en prosa. Cada Crisi, o capítulo tiene dos o más significados; el que responde a la evidencia de las palabras y el filosófico, representado por sus exposiciones, a la vez cargadas de sentidos que podríamos afrontar entre sí, como erudición/creación; realidad/desengaño; filosofía/sátira; intimidad/sociedad, etc. y en facetas personalizadas, también contrapuestas: Andrenio: impulsivo e inexperto o Critilo: prudente y experimentado, aunque ambos, buscan la felicidad.

El resultado expresa un profundo desengaño existencial, no obstante el cual, el individuo, puede elevarse por encima de la malignidad reinante, gracias a sus virtudes y empeño.

Las peripecias de los personajes citados, dividen la comprensión de la crítica sobre sus perspectivas vitales en el aspecto literario; es posible que estemos ante una auténtica novela bizantina, pero también lo es, que se trate de una novela picaresca, en la que, pese al carácter filosófico, prima una visión específicamente satírica del mundo y el entorno descrito.

En la Primera Parte, los protagonistas se encuentran en la isla de Santa Elena, y después de contarse mutuamente su vida, emprenden juntos un viaje a España. Contiene trece Crisis.

Primera edición de la segunda parte de El Criticón, 1653. 

La Segunda Parte: Juiciosa cortesana filosofía en el otoño de la varonil edad, se desarrolla entre Aragón y Francia y se divide también en trece Crisis.

Tercera parte de El Criticón. Edición princeps. Madrid, 1657

La Tercera Parte, ya En el invierno de la vejez, transcurre en Alemania, pero termina en Roma, la Ciudad Eterna. Se plantea la idea la muerte y de la posible inmortalidad y contiene doce Crisis.

El cíclico devenir humano se asocia aquí con el transcurso de las estaciones del año, tal como aparecía ya propuesto en el último capítulo de El Discreto. El discurrir del tiempo de la ficción, es interrumpido por numerosas digresiones, a través de las cuales somos llevados al terreno de la alegoría, más adecuada para los múltiples explayamientos filosófico-morales del autor.

Gracián desdobla su visión de acuerdo con el criterio de cada uno de los personajes, enfrentándolos entre sí, -no equiparándolos, como haría Cervantes, por ejemplo-.

Ofrece, en realidad, una visión pesimista de la sociedad, de un modo que resulta equiparable, en este aspecto, a la del filósofo del XIX Arthur Schopenhauer. Aunque, si bien, se trata de una mirada amarga y desolada, parece que deja entrever la esperanza de salir de la mediocridad reinante, si se logra alcanzar la fama eterna, otro concepto, en cuya entidad habría que ahondar, pero cuya posibilidad, el autor presenta como artículo de fe.

Epistolario.

Por último, se conservan 32 cartas completas de Gracián, dirigidas a Vincencio Juan de Lastanosa, a Andrés de Uztarroz, Manuel de Salinas, o Francisco de la Torre Sevil, junto a otras, de carácter práctico, dirigidas a superiores o compañeros jesuitas, y no apenas interés desde el punto de vista literario.

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El estilo de Baltasar Gracián, generalmente integrado en el conceptismo, se caracteriza por la elipsis y la concentración de un máximo de significado en un mínimo de forma, en un juego, que Gracián explota reiteradamente en el Oráculo manual y arte de prudencia, compuesto por casi trescientas máximas comentadas, en las que, a base de jugar con las palabras, convierte las frases en complejos acertijos.

Si Herrera o Góngora, siguieron los modelos de Virgilio y Cicerón, Gracián —muy barroco— adopta el escueto estilo de Tácito, Séneca y Marcial, su paisano. Ello no significa, en absoluto, que el suyo sea un estilo llano, al modo de Cervantes. La dificultad es patrimonio tanto de cultistas/culteranos seguidores de Góngora, como de conceptistas en la estela de Quevedo. La diferencia reside en la necesidad que se le crea al lector, de descifrar la intención última, entre los diversos significados de una misma expresión lingüística, cuya concisión sintáctica, por otra parte -quizás, por añadidura-, obliga a adivinar o deducir, cuando menos, los términos elididos, a causa del pretendido laconismo, que, en realidad, llega a convertirse casi en un juego, y no deja de serlo del todo, aunque parezca un reto a la inteligencia comprensiva. 

Nos parece adivinar el semblante de Gracián, cuando tras elegir una sentencia llana, se propone darle vueltas y más vueltas, hasta hallar una expresión menos usual y más compleja, que, aunque venga a decir lo mismo que al principio, habrá terminado por cobrar la apariencia de algo mucho más profundo, cuando, en realidad, no es así.

Arte de ingenio, Tratado de la Agudeza. 
Portada de la edición princeps, Madrid, 1642.

La prosa de Gracián se compone de oraciones muy breves, que se separan por signos de puntuación, no por nexos de subordinación, a la francesa, predominando la yuxtaposición y la coordinación. Pero hay que tener en cuenta que tal supuesta sencillez, no implica, ni mucho menos, un interés por simplificar y facilitar su comprensión, sino todo lo contrario, lo que nos obliga a volver a hablar de acertijos para expresar el discurrir de Gracián, cuya profundidad se encierra en la posibilidad de deducir un concepto por medio de alusiones y/o elusiones, pero no por la sintaxis.

Gracián sabe además recurrir a la capacidad polisémica de las palabras, como probablemente nadie había hecho antes que él; casi nunca nos valdrá el principal significado de un término o una proposición, sino que habrá que recurrir a sus diversas acepciones; casi siempre, a las menos comunes, lo cual no deja de enriquecer el lenguaje y mejorar su empleo. Ya citamos el ejemplo de yerro; metal/error, al que se puede añadir otro sencillo, como el de río;  reír/corriente de agua que va a parar al mar

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Autógrafo -borrador- de El Héroe, correspondiente al primor 5: Gusto relevante
El Héroe: Primor V: Gusto relevante

Toda buena capacidad fue mal contentadiza. Hay cultura de gusto, así como de ingenio. Entrambos relevantes son hermanos de un vientre, hijos de la capacidad, heredados por igual en la excelencia. 

Ingenio sublime nunca crió gusto ratero.

Hay perfecciones soles y hay perfecciones luces. Galantea el águila al sol, piérdese en él el helado gusanillo por la luz de un candil, y tómasele la altura a un caudal por la elevación del gusto. 

Es algo tenerlo bueno, es mucho tenerlo relevante. Péganse los gustos con la comunicación, y es suerte topar con quien le tiene superlativo. 

Tienen muchos por felicidad, de prestado será, gozar de lo que apetecen, condenando a infelices los demás, pero desquítanse estos por los mismos filos, con que es de ver la mitad del mundo riéndose de la otra, con más o menos de necedad. 

Es la estimación preciosísima, y de discretos el regatearla; toda escasez en moneda de aplauso es hidalgo y, al contrario, desperdicios de estima merecen castigo de desprecio.

La admiración es comúnmente sobrescrito de la ignorancia; no nace tanto de la perfección de los objetos, cuanto de la imperfección de los conceptos. Son únicas las perfecciones de primera magnitud; sea, pues, raro el aprecio. 

Quien tuvo gusto rey fue el prudente de los Filipos de España, hecho siempre a objetos milagros, que nunca se pagaba sino de la que era maravilla en su serie. 

Presentole un mercader portugués una estrella de la tierra, digo un diamante de Oriente, cifra de la riqueza, pasmo del resplandor. Y cuando todos aguardaban, si no admiraciones, reparos en Filipo, escucharon desdenes, no porque afectase el gran monarca lo descomedido como lo grave, sino porque un gusto hecho siempre a milagros de naturaleza y arte no se pica así vulgarmente. ¡Qué paso este para una hidalga fantasía! «Señor -dijo-, setenta mil ducados que abrevié en este digno nieto del sol no son de asquear». Apretó el punto Filipo y díjole: «¿En qué pensabais cuando disteis tanto?» «Señor -acudió el portugués como tal-, pensaba en que había un rey Filipo Segundo en el mundo». 

Cayole al monarca en picadura más la agudeza que la preciosidad, y mandó luego pagarle el diamante y premiarle el dicho, ostentando la superioridad de su gusto en el precio y en el premio. 

Sienten algunos que el que no excede en alabar vitupera. Yo diría que las sobras de alabanza son menguas de la capacidad y, que el que alaba sobrado, o se burla de sí o de los otros. 

Merezca cada cosa la estimación por sí, no por sobornos del gusto. 

Solo un gran conocimiento, favorecido de una gran práctica, llega a saber los precios de las perfecciones. Y donde el discreto no puede lisamente votar, no se arroje; deténgase, no descubra antes la falta propia que la sobra estraña. 

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Primer retrato conocido de Gracián, se conserva en el colegio jesuita de Calatayud.

Si hay algo que no es la prosa de Gracián, es espontánea. Se sabe que corregía y pulía sus borradores hasta el infinito, sin duda, porque se proponía llegar más lejos de lo que lo haría un prosista común. Él elabora, redondea, oculta, descubre, embellece y complica, hasta lograr una especie de joya pulida, que conviene examinar atentamente en cada una de sus facetas y posibilidades.

Su tarea es, en fin, una de aquellas a las que se presta el lenguaje en su riqueza; obtener la más completa expresión ideológica con el menor número de palabras, empleando estas, si es posible, en sus diversas acepciones, aún cuando sean contrarias. El lector debe saber elegir, o, por decirlo más exactamente, está obligado a elegir, y ello, lejos de ser una pesada tarea, es un ejercicio deductivo-intelectivo, que provoca, o puede provocar, brillantes resultados.

Digo, pues, que no se escribe para todos, y por eso es de modo que la arcanidad del estilo aumente veneración a la sublimidad de la materia, haciendo más veneradas las cosas el misterioso modo del decirlas. Que no echaron a perder Aristóteles ni Séneca las dos lenguas, griega y latina, con su escribir recóndito.
Prólogo A los lectores, El Discreto.

Lo que allí vieron, lo mucho que lograron, quien quisiere saberlo y experimentarlo, tome el rumbo de la virtud insigne, del valor heroico y llegará a parar al teatro de la fama, al trono de la estimación y al centro de la inmortalidad.

FIN 
de El Criticón





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